jueves, 30 de enero de 2014

El problema moral.

 
Un error frecuente consiste en igualar moral con bondad. Resulta habitual que digamos "eso o aquello es moral" en tanto lo consideramos bueno. Cuando queremos resaltar las bondades de una persona proclamamos, en no pocas ocasiones, que dicha persona es un individuo de gran moral, incluso podemos magnificar sus virtudes añadiendo que es un personaje de "regia moral".
La moral, sin embargo, no es un valor, ergo no puede ser ni buena ni mala. Y resulta redundante decir que tal o cual individuo es moral, pues todos los seres humanos "somos morales en tanto que inteligentes" (Xavier Zubiri).
Incluso el individuo más "inmoral" ante nuestros ojos es inevitablemente moral, pues la moral no es sino la necesidad de justificar nuestros actos. Así, hasta el terrorista más execrable o el asesino más vil son morales. Sí, sí, no me leáis tan perplejos. ¿Quién no tiene una justificación siempre a mano para legitimar sus actos? ¿No se autolegitimaron Hitler o Stalin? ¿Y si Marx legitimó la dictadura proletaria, por qué otros, de igual modo, no debieron legitimar (justificar al cabo) dictaduras de cualquier otra jaez? No me respondáis puerilmente en base a "esto o aquello es justo" o "esto y lo otro es injusto". ¿Quiénes deciden lo que es moralmente justo, o bueno, en definitiva? ¿En base a qué creemos que determinados actos son buenos o mejores que otros?
Para responder a preguntas tan trascendentales deberemos realizar primero un rápido viaje por la historia de la filosofía, que será tanto como hacer un recorrido por el pensamiento humano.

1- ¿Por qué tendemos a igualar lo que es moral con lo que es "bueno"?

Podríamos retrotraernos a Platón y su acepción de lo que es la virtud (bueno) y podríamos seguir con sus herederos: la filosofía neoplatónica, la escolástica (San Agustín y los padres de la Iglesia) hasta llegar al "bueno" (nunca mejor traído este término) de Kant.
Kant supone un punto de inflexión en la acepción o definición de la moral, señalando, como señalara Jesucristo, que la moral era un valor a priori, absoluto y universal, es decir, lo bueno existía ya antes de que el ser humano lo descubriera como virtud deseable. Así, el ser humano no "construía" ni decidía arbitrariamente (desde posturas relativas) lo que era bueno, sino que lo encontraba (revelación o iluminación). ¿No os recuerda al Mito de la Caverna de Platón o a la caída del caballo de cierto santo? San Pablo, de hecho, fue quien dotó al catolicismo de trascendentalidad, en el parecer del genial Unamuno (ver "Del Sentimiento Trágico de la vida").
Pero a lo que íbamos:

2- ¿Y qué es lo bueno?

Kant, inevitablemente influenciado por el logos recibido de la historia (tradición, religión y filosofía), consideró como un imperativo de deber universal un principio moral a priori incuestionable: "No convertir a otros seres humanos en medios para lograr determinados fines", es decir, el archiconocido "condúcete con el prójimo como te gustaría que él se condujese contigo".
Sin embargo, ni el nacionalsocialismo ni el comunismo se condujeron con el prójimo como estos hubiesen deseado que el prójimo se condujera con ellos. En nombre de las diferentes ideologías de turno, los dos suprematismos políticos más celosos del SXX llegaron a justificar la necesidad de sacrificar seres humanos, es decir, legitimaron la necesidad de convertir a seres humanos en medios por tal de permitir la consecución de un fin último, ya fuere la grandeza de un III Reich o el logro de un utópico socialismo.
El devenir de la historia demostró, pues, que no existía una moral absoluta y universal que permitiera al conjunto de la humanidad alcanzar la tan ansiad "Paz Perpetua" kantiana.

3- La alternativa a Kant

El fracaso que supuso el conflicto de la II GM para garantizar una paz perpetua, a través de una moral común y universal para toda la humanidad, rescató las teorías sociológicas de Émile Durkheim, hoy vigentes y aceptadas por la generalidad de la socialdemocracia occidental. Venía a decir Durkheim que la moral no era un sistema de valores apriorístico, legitimado por principios universales, sino que era el resultado de la normativización cultural que llevaban a cabo los diferentes pueblos y culturas a lo largo de la historia. Así, desde una visión más relativista de la moral, se aceptaba que podían existir tantas morales como culturas. La moral o, por mejor decirlo, conducirse según determinados principios, ya no se consideró un imperativo de deber, sino la aceptación de unas determinadas reglas, usos y costumbres sociales, propios de cada cultura.
El nuevo problema, inherente a dicho relativismo moral, es el hecho de que diferentes culturas con sus respectivas morales, puedan lograr convivir en paz. Así, por ejemplo, resulta inaceptable para la moral de la generalidad de occidentales, que una joven deba consentir la ablación de su clítoris en aras de cumplir con los preceptos morales de su cultura. De la misma manera, para muchos musulmanes todavía resulta intolerable que sus mujeres puedan gozar de los mismos derechos que la mujer occidental.
Vivimos en una época de relativismo en la que lo bueno, o moralmente aceptable, será lo que dicte cada cultura.


4- La moral sin valores

Occidente hizo un paso de gigante, o de enano, según se mire, cuando decidió que una moral buena no lo era en base a juicios absolutos y/o universales, sino en base a los criterios de consenso de cada sociedad y/o cultura. Pero desde un estricto punto de vista metafísico, un juicio construido según los dictados de cada cultura, provoca una grave paradoja, pues del hecho de que puedan existir infinitas morales buenas se debe concluir, inevitablemente, que no existe tampoco ninguna moral mala.

Tuvo que llegar un brillante filósofo español, tan desconocido como desconocidos han sido muchos de los grandes hombres que ha dado España: Xavier Zubiri, para decir que "el hombre es moral en sí mismo", que es tanto como decir que el hombre es una apropiación de posibilidades, un ser obligado a elegir y, por tanto, obligado por su propia naturaleza inteligente a justificar sus elecciones. La elección siempre se produce tras una justificación paralela al acto de la intelección. Es lo que nos diferencia de los animales, los cuales no eligen en base a juicios (morales)  sino que actúan por determinismo biológico ante los estímulos de la realidad.
La conclusión de Zubiri es que la moral (el hecho de justificar nuestras elecciones) no tiene por qué ser ni bueno ni malo: la justificación moral de nuestros actos, se produce en tanto somos, es decir, en tanto aprehendemos constantemente la realidad por encontrarnos, de facto, en la realidad misma.
La realidad humana es constitutivamente moral, es decir, la moral es inherente a la esencia misma del ser humano, pues este existe en un constante quehacer (elección de posibilidades que conlleva realizar juicios).  Así, la Moral es un Juicio (el acto mismo de elegir) y no una virtud con valores de bueno o malo.

CONSECUENCIAS

Si la moral no es un valor, sino tan solo un juicio, bien subjetivo (individual) o producto del consenso de una determinada cultura, todo vale. Nadie es mejor o peor que nadie en función de sus actos, pues todos justificamos nuestras acciones en base a nuestras propias creencias. Todos justificamos, ergo todos somos morales.