martes, 2 de septiembre de 2014

Marxismo: prepotencia esquizofrénica.

Introducción.

Pienso que una de las tareas más urgentes de los pensadores del SXXI debería consistir en desenmascarar (poner al desnudo) las falacias y contradicciones de los últimos supremacismos dogmáticos: islamismo y comunismo.

Nada diré sobre el suprematismo islámico, pues siguiendo las directrices de la timorata, silente y claudicante Ilustración occidental actual, me limitaré a acomodarme para ver cuándo y cómo se dispararán definitivamente las alarmas frente a tan grave amenaza. Seguramente cuando ya sea demasiado tarde.

Sí argumentaré, pero, contra su homónimo hermano dogmático; un neocomunismo, hasta hace poco residual (Rusia, China, Venezuela, Corea del Norte...) que amenaza con proliferar (de hecho ya lo está haciendo) en las decadentes sociedades de Occidente, sobre todo en los países más pobres y, por tanto, con menor tradición liberal: Italia, Grecia y España.

No volveré a referirme a las brillantes críticas que del marxismo hiciera Bertrand Russell, que llegó a tildarlo de pseudofilosófico, ni a las de nuestro genial Ortega, que se refirió al mismo como pseudomoral eslava. Alejándome de la crítica filosófica, que ya ha demostrado sobradamente las falacias de la teoría marxista, me limitaré a reivindicar y "publicitar" la magnífica crítica, desde una perspectiva psicologista, que ha realizado el filósofo alemán Peter Sloterdijk.

Sloterdijk califica al propio Marx de pensador esquizofrénico, para demostrarnos, con su habitual estilo comunicador, elegante y claro, cómo la teoría de la liberación marxista fue desde sus inicios una taimada prepotencia que se cuidó mucho de no parecerlo para, así, deslegitimar sin posibles obstáculos ideológicos a las prepotencias contrarias (burguesas).
Nos dice Sloterdijk, en definitiva, que Marx fue un gran cínico que combatió ideologías señoriales (prepotentes y seguras de su verdad) convirtiéndose, para ello y a su vez, en un señor celoso de su propio feudo de verdad.

Esquizofrenia ideológica de Marx y Engels.

Consiguieron Marx y Engels desvelar una verdad, difícil de rebatir a día de hoy: todos los individuos estamos programados socialmente desde el mismo momento de nuestro nacimiento.
Hasta aquí, nada que objetar. Efectivamente, el ente orgánico social tiene como finalidad última programar y diseñar propuestas de vida, o como dice Sloterdijk con su habitual crudeza: diseñar programas de domesticación, cuya finalidad será garantizar la pervivencia del ente social.
Marx y Engels denominaron alienación al hecho de que todos los individuos estemos programados desde el momento de nacer para aceptar unas determinadas normas y reglas sociales, por supuesto aceptándolas como buenas y beneficiosas para el bien común. ¡Faltaría más!
Marx desnudó las falacias de la verdad burguesa, la cual argumentaba defender valores garantes del bienestar común (de todos), cuando en realidad lo único que hacía era servir a sus propios intereses de clase, de clase señorial y, por tanto, prepotente.
Marx no tuvo más remedio, para poner al desnudo el egoísmo disfrazado de bonhomía de las clases burguesas, que demostrar la relatividad de la verdad. De hecho, se cargó de un plumazo las verdades absolutas y universales, las cuales fueron acusadas de ser creadas por y para servir los intereses de las clases sociales dominantes.

Pero entonces a Marx se le plantearon dos problemas a los cuales, en el parecer de Sloterdijk, no supo dar solución sin para ello convertirse, a su vez, en un cínico señorial y prepotente.

Primer problema referente a la verdad: ¿Cómo habríamos de creer en la verdad irrefutable (absoluta) del socialismo utópico cuando el mismo Marx, junto a Engels, certificó la defunción de las verdades absolutas y universales?

Segundo problema referente a la alienación: Si todos los hombres estamos pre-programados socialmente para aceptar como buenos unos determinados valores, es decir, si nacemos alienados... ¿Cómo podemos liberarnos de dicha alienación y ser conscientes de nuestra propia libertad?

Respecto al primer problema que se le planteó al marxismo, éste no dudó, sobre todo a partir de las tesis leninistas, en legitimar la dictadura del proletariado. Reconociendo que la única verdad absoluta que existe es que no existe verdad absoluta alguna, al marxismo solo le quedó justificar su verdad a través de la negación, crítica en mano, del resto de verdades a las cuales denominó, porque sí, falsas conciencias.
Así, de manera parecida a como hace el supremacismo islámico, el supremacismo ideológico comunista no tiene empacho alguno en proclamar su verdad otorgándole el calificativo de conciencia verdadera. ¿No os recuerda a aquello de Alá es el único Dios y Mahoma su profeta?

Al final, Marx no tendría más remedio que reconocer que su verdad no dejaba de ser otra verdad más, otro tipo de conciencia diferente al de otras prepotencias, y lo haría ya en 1843 cuando dejó escrito:

"No por casualidad el comunismo ha visto surgir contra él otras doctrinas socialistas, ya que él mismo solo es una realización especial y unilateral del principio socialista".

En el parecer de Sloterdijk, este reconocimiento del carácter unilateral del comunismo constituye, en sí mismo, un elemento común con el fascismo, pues no acepta otras conciencias como verdaderas, es decir, niega al resto de partes o alternativas ideológicas: las cosifica.

En lo concerniente al segundo problema, Marx fue mucho más señorial y prepotente, pues defendió que para ser conscientes de nuestros estados de alienación y poder salir de los mismos, había que negar cualquier principio de subjetividad, es decir, en un pintoresco ejercicio esquizofrénico liberó a los individuos de la conciencia burguesa, programada socialmente, para subyugarles a la nueva conciencia proletaria.
Por este motivo, por el hecho de que el marxismo, y sobre todo el comunismo, apostaran por otra suerte de alienación o programa de vida, al cabo también esclavizador, tanto Marx como Engels no tuvieron más remedio que deslegitimar, a través de la burla y la crítica inmisericorde, a dos de los más grandes teóricos de la auténtica libertad individual: Max Stirner y Bakunin.