viernes, 31 de octubre de 2014

"Hombre" de Martin Ritt

He vuelto a ver "Hombre", un western poco conocido pero que, sin duda, es un film más que correcto. A mí me gusta, a pesar de que muestra un ritmo de acción algo lento. La película aborda interesantes dilemas existenciales y realiza disecciones psicológicas muy acertadas sobre unos personajes sometidos a la presión de unas circunstancias fuertemente adversas.

No pude evitar encontrar paralelismos con "La Diligencia" de Ford. De hecho, creo que el abanico de personajes que viajaban, tanto en la diligencia fordiana como en la rittiana, resultaban parecidas muestras representativas de una misma población siempre universal: la mujer fuerte y con carácter, el señor aparentemente respetable que resulta ser un vulgar ladrón; y el individuo serio y distante, estigmatizado por el grupo, que finalmente ejercerá de héroe. Y, por último, la gran masa que, a modo de comparsa, servirá para que los protagonistas desempeñen sus roles.

Paul Newman está genial, sin duda su mejor papel interpretativo en un western, pero también podemos hallar algunas escenas sabrosonas por parte de los malosos bandidos que asaltarán la diligencia, como la que sucede cuando el líder de la banda debe hacerse con un billete para viajar en el transporte y, al no quedar plazas, coacciona a los viajeros hasta que amedranta a un soldado y se hace con la suya. Y todo ello ante las miradas atónitas y atemorizadas del resto de pasajeros, en lo que constituye un magnífico retrato de la insolidaridad y cobardía ante la desgracia del prójimo.

La película, de hecho, es dura y arremete sin concesiones contra la naturaleza humana; contra la inmoralidad, la cobardía y la indignidad de unos personajes que necesitarán de su correspondiente mesías, y el sacrificio del mismo (Paul Newman), para justificar la trascendental esencia del ser humano; para justificar el necesario sacrificio de los mejores por tal de salvar los principios y las bases de la civilización.

Me gustó esa diligencia de "Hombre", ese micromundo repleto de diferentes tipos humanos; habitado por distintas clases de personas expuestas al drama de vivir; y me gustó, principalmente, porque en pocas películas como en ésta puede apreciarse en toda su plenitud la miseria humana.

Analicemos los arquetipos presentes en tan excelente western:

El hombre libre: Paul Newman encarna al perfecto superhombre, a la hermosa bestia rubia que sabe que su existencia solo tiene sentido en la media que pueda preservar su vida y su libertad; que es consciente de que debe prescindir de determinadas consideraciones morales para poder llevar una existencia auténtica, fijando su mirada "más allá del bien y del mal".
De hecho, el personaje de Newman, John Russell, es un tipo individualista y seguro de sí mismo. El hecho de ser mestizo y de haber sido criado en el seno de las costumbres apaches, le alejan de las miserias e hipocresías propias de la moral del "hombre blanco". Su egoísmo no debe interpretarse como una inmoralidad, pues es tan solo un mecanismo de defensa; es el egoísmo de quienes han entendido que la libertad es su bien más preciado. John Russell, desde luego, estaría más cerca de poder considerarse un anarquista, centrado en la preservación de su yo individual, antes que un altruista humanista preocupado por el prójimo.
Algunos críticos, legitimando la creencia de que la civilización occidental es superior a cualquier cultura primitiva, han señalado - erróneamente en mi opinión-  que Russell buscaba "integrarse" en la sociedad de esos personajes humanos, demasiado humanos y ebrios de valores morales, que le estigmatizaban por su condición de mestizo. No es así.
Los grandes humanistas de la civilización occidental, que siempre dan por sentadas las bondades morales heredadas del judeocristianismo, son incapaces de realizar cualquier análisis o interpretación reflexiva que no esté sesgada por sus apriorísticas creencias. John Russell tan solo pretendía ser libre siendo él mismo, conduciéndose según los principios de su propia moral. ¿Para qué necesitaba la "aprobación" de un grupo de cínicos e hipócritas?

Pero, atención, en "Hombre" también son hombres libres los integrantes del grupo de bandidos, individuos que no solo miran, como Russell, "más allá del bien y del mal", sino que además viven y actúan más allá del bien y del mal. Ya analizaremos más adelante este importante matiz diferenciador.

El hombre cínico: aparece representado por el corrupto agente indígena, que no duda en robar a los apaches de la reserva que está a su cargo. Pero el arquetipo del cinismo también queda muy bien retratado a través del personaje del corrupto sheriff que, aliándose con los bandidos, abandonará el bando de los "hombres de bien" para lucrarse a través del asalto a la diligencia.
Obsérvese que estos individuos también son egoístas. Pero no debemos confundir - error habitual- el egoísmo libertario de John Russell - que se debe a sí mismo porque es consciente del sacro deber de preservar su vida - del egoísmo cínico de quienes, aparentando una altruista bonhomía, carecen de escrúpulos morales y no dudan en sacrificar al prójimo por tal de satisfacer sus particularistas fines.

Por supuesto, podríamos detenernos a analizar al resto de los personajes, pero estos no resultan relevantes en la dialéctica - lucha de contrarios-  que se plantea entre dos formas de vida: la vida auténtica (libre) vs la vida del autoengaño (cínica). El resto de los personajes es ganado domesticado, es decir, son individuos tan humanos y civilizados que ya dejaron de ser "hombres" y se olvidaron de mirar "más allá del bien y del mal".

Análisis existencial.

Sé que he abusado excesivamente del término "más allá del bien y del mal", pero es que resulta del todo inevitable realizar una reflexión existencial, sobre la vida y la muerte, sin tener presentes los condicionantes morales. La moral, de hecho, será la encargada de convertir a los "hombres" de carne y hueso en humanos sumisos y dóciles; la moral será la encargada de domesticar a los últimos hombres libres por tal de convertirlos en ganado resignado.
Pocas películas como "Hombre" han abordado - magistralmente en mi opinión - la eterna pugna filosófica obcecada en determinar el origen de la esencia humana: ¿es el existencialismo un humanismo o el hombre es, tan solo, el pastor del Ser?
¿El Dasein  (el ser-ahí)  podría entenderse como un hombre preocupado por el cuidado del Ser o como un humano que se justifica a sí mismo como esencia?
Hombre vs humano: el hombre libre, todavía inmerso en la naturaleza y actuando como pastor en la misma, en contraposición al hombre que dejó de serlo por tal de devenir humano, demasiado humano y civilizado.
Nos encontramos, de nuevo, ante el sempiterno antagonismo entre la provincia heideggeriana vs la humanista civilización sartriana. Un dilema existencial todavía no resuelto; dos concepciones existenciales sobre la esencia del ser que se han demostrado fallidas, en tanto ninguna ha sido capaz de salvar al ser humano del anonadamiento o angustia frente a la nada: el nihilismo desesperanzador.

Democracia: o de cómo Sartre vence a Heidegger ante las masas.

Resulta relativamente fácil que hoy, como ayer, Sartre venza a Heidegger ante las adormiladas conciencias colectivas de las masas occidentales. Sartre siempre vencerá por dictamen democrático, es decir, siempre podrá legitimar moralmente su existencialismo humanista ante el Occidente civilizado, pues el humanismo sartriano - reinterpretación marxista de la teoría de la liberación cristiana- jamás se atrevió, como sí hiciera Heidegger, a mirar "más allá del bien y del mal".
Y digo "mirar", que no necesariamente actuar o vivir "más allá del bien y del mal", porque sigue existiendo una delgada línea roja que separa la mera contemplación reflexiva de la acción decidida. Dicha delgada línea roja sería lo que Nietzsche denominó voluntad de poder.

Sí, es cierto, Sartre, como otrora Jesucristo, lo sigue teniendo relativamente fácil para seducir a unas masas occidentales todavía ebrias de excesivo "humanismo", lo cual, por cierto, le va de perlas a los dogmáticos suprematismos de turno (comunismo e islamismo), que no dudan en aprovecharse de tan ventajosa circunstancia.
Sin embargo, las élites intelectuales sí escucharon atentamente a Heidegger; es más, fueron incapaces en su momento, tras la II GM, de condenarle por supuesto colaboracionismo con el nacionalsocialismo.
¿Por qué el mundo intelectual no fue capaz de condenar a Heidegger?
Pues porque el pensador alemán se obligó a ver; se obligó a buscar el sentido del Ser a través de su magnífica obra "Ser y tiempo"; se obligó a analizar la existencia a través de un riguroso método fenomenológico, intentando evitar los sesgos de la tradición y la moral judeocristiana; se obligó en definitiva a ser honesto y, por consiguiente, no tuvo más remedio que mirar "más allá del bien y del mal". ¿Le condenarían por ser honesto y mirar más allá de la moral humanista?

Oligarquía: o de cómo Heidegger supera a Sartre ante las élites intelectuales.

En su magnífico ensayo "Carta sobre el humanismo", Heidegger le enmienda la plana al endiosado "humanismo" y, de paso, a Sartre.
Tras comprender la verdad que encierra este pequeño pero valiosísimo ensayo, las mentes más preclaras no tuvieron más remedio que aceptar que, efectivamente, aquel  humanismo que tanto dijo defender la dignidad de los hombres, a fuer de humanizarlos, acabó convirtiéndolos en esclavos serviles de una civilización cuyo fin último era, en definitiva, domesticarlos.
Cualquier intelectual que se precie, por poco que haya reflexionado sobre el tema, es consciente de estar inmerso en una vida inauténtica pre-programa a través de pedagogía social. Y, peor aún, cualquiera que se obligue a mirar más allá del bien y del mal llegará a la conclusión de que toda teoría de la liberación o suprematismo (religioso o ideológico) acabará inevitablemente diseñando e implantando nuevos programas de domesticación.
Quedó demostrado que el humanismo era tan solo domesticación, porque la gran civilización, el gran ente social que conforma la humanidad, solo puede gestionarse a través de programas de vida que "domestiquen", que controlen y proporcionen falsos sentidos a la existencia de los hombres.

Triunfo del cinismo

A las élites intelectuales se les planteó, entonces, un grave dilema: ¿debían ser honestos y mirar a la Nada, cara a cara, sin miedo ni esperanza? ¿O sería preferible el autoengaño cínico, por tal de poder seguir manteniendo "viva" la esperanza de una cada vez más decadente y nihilista civilización?

Como bien habrá sospechado el lector que se haya obligado a llegar hasta este punto de mi larga reflexión, las élites intelectuales vendieron su alma al Diablo, a la cruda realidad, y optaron por el autoengaño del cinismo antes que por la dolorosa opción de obligarse a ser honestos.
Desde entonces, desde que finalizara la II GM, decidieron estigmatizar al suprematismo nacionalsocialista, sin duda ebrio de una orgullosa voluntad de poder que ponía en peligro los mismos cimientos de la civilización. Pero con la caída del suprematismo nacionalsocialista también caía en desgracia, al menos para las mentes menos ilustradas, la honesta metafísica de Heidegger.

Así tenía que ser, porque el suprematismo nazi era demasiado orgulloso y honesto; tan honesto que reveló su verdad a los cuatro vientos, jactándose de una superioridad moral que le permitía actuar "más allá del bien y del mal".
El cinismo de quienes se sentían obligados a preservar el falso humanismo de la civilización occidental, estableciendo morales que definieran perfectamente lo "bueno" y lo "malo", no tuvo más remedio que aliarse con el mismo Diablo; con el único capaz de hacer creer a las masas ignorantes que el existencialismo seguía siendo un humanismo: el comunismo.

Solo hay una actitud existencial que no puede permitirse un programa de vida domesticador: la honestidad. Por este mismo motivo, mientras los garantes del humanismo de Occidente se mostraban públicamente intolerantes con Heidegger, en privado, círculos intelectuales de Europa y de EEUU, entendieron que era necesario "civilizar la provincia heideggeriana" o, como dijera Habermas: "se hacía necesario pensar a Heidegger contra Heidegger".
El triunfo del cinismo ideológico, capaz de pervertir la verdad y de legitimar cualquier medio inmoralmente, ha acabado justificando una nueva clase de hombre que vive y actúa "más allá del bien y del mal"; un hombre que sabe la verdad, al menos la intuye, pero que se cuida mucho de no comunicársela a las masas; un hombre que sabe que no existen morales universales que puedan limitar su voluntad de poder pero que, al tiempo, se esforzará por hacer creer a los demás que deben seguir sumisamente determinados valores morales.
La figura del prototípico hombre cínico se legitimará a través del escaparate público, aparentando talante democrático y proclamando defender unos valores éticos y morales, pero en su quehacer privado obrará y se conducirá tan solo en beneficio propio y de sus particularistas intereses.

Sacrificio de la honestidad

Bueno, y aquí quería llegar.
La película "Hombre" concluye con la muerte voluntaria de John Russell, el cual da su vida para salvar a una rehén. Y con la muerte del anárquico y libertario Russell se rubrica, una vez más, el triunfo del domesticador humanismo que nos insta a la autoinmolación vital. Marx, una vez más, acaba con los sueños libertarios de Bakunin.
A través de su sacrificio, Russell se trascendentaliza y pasa de ser un simple hombre de carne y hueso a convertirse en todo un ser humano henchido de esencia. ¡Tomad ejemplo!
Pero sin Dios... ¿para qué sirvió el sacrificio voluntario de Russell dando su vida por el prójimo?
Sirvió, tan solo, para salvaguardar la moral de los cínicos, pues mientras los ingenuos hombres honestos se autoinmolan, los cínicos sobreviven. Por eso los cínicos deben continuar haciéndonos creer que Dios existe o, en su defecto, deben convencernos de que lo más inherente al ser humano es conducirse a través del cumplimento de loables valores éticos y morales.

Veamos qué sucede en la escena final de "Hombre":

Los bandidos tienen como rehén a la mujer del corrupto agente indígena, y a cambio de su liberación exigen canjearla por el dinero robado en la reserva de los apaches.
John Russell analiza fríamente la situación y advierte al grupo de que quien se preste voluntario para realizar el intercambio no saldrá con vida. Por supuesto no sería él quien arriesgase su vida por la mujer del corrupto agente indígena.
Mientras, el marido de la rehén, gran cínico sabedor de la terrible verdad, le confiesa a otro de los pasajeros:

- No hay nada después de la muerte.
- ¿De verdad? - le pregunta su interlocutor. ¿Está usted seguro de ello?
- Nada, no hay nada - responde seguro el corrupto.

Y, en consecuencia, el cínico corrupto, como Russell, también decide no arriesgar su vida, ni siquiera por tal de salvar la de su mujer.
Obsérvese, sin embargo, que los motivos de ambos hombres son completamente distintos: el egoísmo que le insta a Russell a preservar su propia vida, y el miedo a la Nada en el caso del cínico.
Cuando ya parece que la suerte de la rehén está echada, una mujer del grupo, viendo que nadie está dispuesto a sacrificarse por la pobre desgraciada, decide presentarse voluntaria para llevar a cabo el intercambio con los bandidos. Gana la moral judeocristiana. Tiene que ser una mujer quien ponga a prueba a los "hombres" de verdad.
Es entonces cuando Russell, el egoísta honesto, decide ocupar su lugar.
¿Por qué? ¿Por qué se presenta voluntario para el sacrificio?
Pues porque así lo exige el moral humanismo que programa nuestras vidas y, sobre todo, para hacer creer a los espectadores que un hombre libre siempre puede elegir: el camino malo o erróneo de los bandidos o el camino de los "hombres" de bien.
A los cínicos no les interesa que todos los que sean capaces de "mirar" más allá del bien y del mal acaben obrando "mal", es decir, no les interesa que estos se interpongan vitalmente contra sus propios intereses. Los cínicos saben que los bandidos son un caso perdido, son hombres libres que ya no solo miran sino que actúan más allá de cualquier valor moral. El bandido sabe, como lo sabe Russell, que la moral es un invento para subyugar a las masas; y por ello jamás se sacrificará por nada, ni por nadie, que no sea él mismo. El cínico, como el bandido, también conoce esta verdad.
Así, el cínico corrupto intuye que los bandidos escucharon a Heidegger con atención, ergo no puede esperar piedad de ellos, pero aún confía en que los últimos hombres ingenuos se dejen seducir por falsos humanismos y acaben autoinmolándose, muriendo voluntariamente y permitiéndole salvar su cínico pellejo.
Y los cínicos ganan la partida que es la vida, pues mientras los ingenuos se sacrifican, combatiendo a los malvados, ellos logran salvar sus hipócritas culos.

Los últimos hombres libres se matan entre sí: el bandido y el ingenuo Russell mueren, sabedores de que no hay nada más allá de la vida, mientras que los cínicos sobreviven y ganan tiempo. Todo se reduce a vivir más tiempo cuando ya no hay dioses que garanticen vidas eternas.

Sin embargo, el genial director Martin Ritt, aún habiéndose doblegado a las exigencias de un final moralizador y humanista, no pudo evitar reconocer la honestidad del bandido, el cual, antes de morir, quiso conocer el nombre de aquel "hombre" de carne y hueso que, como él, supo mirar más allá del bien y del mal:

- ¿Cuál era su nombre? - fueron las últimas palabras del moribundo bandido.
- Se llamaba John Russell- le contestó el conductor de la diligencia.

Así, se consumó el reconocimiento entre iguales, entre dos hombres libres; y así terminó uno de los mejores westerns de todos los tiempos, con una impagable lección vital: mientras los últimos hombres libres se matan entre sí, los cínicos corruptos sobreviven, amparados en la doble moralidad de un decadente humanismo.

 
 

miércoles, 29 de octubre de 2014

Del resentimiento al desprecio prepotente.

"Todo resentido que ha sido despreciado es susceptible de convertirse en un prepotente que también despreciará"  Herr Goldmundo.

Leyendo un magnífico artículo de Manuel Fernández sobre "la rebelión de las minorías" no pude evitar "inspirarme" y desarrollar de un tirón y a vuelapluma una larga reflexión al respecto.

Nos alerta Manuel Fernández del creciente avance del fenómeno de las rebeliones minoritarias, sobre todo en lo concerniente a las aspiraciones secesionistas en diferentes puntos de Europa (Irlanda, Escocia, Cataluña, País Vasco, la Padania, el Veneto...).
Sostiene Manuel, y yo lo suscribo, que las causas de dichos movimientos secesionistas no son tanto económicas como ideológicas.

Yo señalo, en una línea más nietzscheana, que las causas primigenias de toda revolución son siempre psicológicas y que el motor de toda rebelión , minoritaria o de masas, es siempre el resentimiento.
De hecho, yo no diferenciaría entre "rebelión de minorías" y "rebelión de masas", pues en el fondo toda rebelión minoritaria aspira a convertirse en rebelión de masas mayoritaria.

Siempre es una minoría selecta, en la más orteguiana acepción del término, quien crea y hace, quien propone y proclama nuevas ideas; nuevas alternativas de vida, procesos de cambios y, por supuesto, articula y legitima revoluciones. Después, serán las masas quienes, "motivadas" por las circunstancias, se adherirán a las propuestas de "salvación o fin último utópico" de los líderes revolucionarios de turno.

A partir de Adorno y otros filósofos de la Escuela de Frankfurt se articularon dialécticas alternativas a la lucha de clases marxista: la dialéctica de la Ilustración y la dialéctica Negativa.
Las nuevas dialécticas de la liberación, o nuevos enfoques de lucha contra las prepotencias dominadoras, optaron por la resistencia y la provocación en vez de por las acciones directas de otrora, más propias del marxismo-leninismo.
Así, provocando y a través de la resistencia negativa, las nuevas teorías liberalizadoras comenzarán a enfrentarse a las prepotentes sociedades dominantes. Desde entonces, los pechos desnudos de las activistas feministas, o sus vientres con pintadas a favor del aborto, sustituirían a los radicales cócteles Molotov. Las minorías ecologistas, a su vez, también desnudarán sus cuerpos y escenificarán psicodramas públicos para protestar contra el maltrato de los animales.
Las protestas, como vemos, se centrarán en la provocación y en la negación, a través de la resistencia pasiva, para así cuestionar los valores considerados como dominantes.

También las ideologías nacionalistas (a excepción de ETA en el País Vasco) optaron por prescindir de las acciones directas y, como en Cataluña,  apostaron por la provocación (colocación de esteladas)  y la resistencia pasiva (hacer caso omiso al dictamen de la legalidad institucional vigente).

¿Pero a qué aspiran estas minorías rebeldes, ya sean feministas, ecologistas o nacionalistas?
Como todos los suprematismos ideológicos, aspiran a la consecución de fines últimos que, por supuesto, ellos creen más justos, más humanos, más garantes de las libertades colectivas.

Sin embargo, para que una ideología cualquiera pueda legitimar su conciencia verdadera y, así, pueda hacer creer a las masas que la razón está de su parte, resulta inevitable que articule y ponga en práctica una serie de estrategias:

Primera estrategia: las nuevas ideologías deberán convencer a la mayor parte posible de la ciudadanía de que sus nuevas propuestas de liberación son mejores que las dominadoras. Para ello no les quedará más remedio que autolegitimarse como las únicas conciencias verdaderas (más justas, más humanas...) y deberán cosificar (deshumanizar) a las conciencias de las prepotencias dominadoras, considerándolas falsas.

Segunda estrategia: solo una reducida élite intelectual,  grupo de teóricos o ideólogos, será capaz de hacer un análisis reflexivo consciente, capaz de alcanzar el sumum grado del cinismo: llegar a legitimar cualquier medio, por inmoral que sea, por tal de lograr ansiados fines últimos.
Así, será inevitable que las revolucionarias élites intelectuales recurran a la demagogia y a la retórica falaz para seducir y convencer a las masas.
Rechazadas popularmente las vías más violentas, en una postmodernidad marcada por el pacifismo y el miedo a la muerte, la mentira será considerada por las élites rebeldes como una "pecata minuta", o pequeño mal necesario para conquistar la voluntad popular. Las argumentaciones falaces en todas sus formas: reduccionismos, tergiversaciones, falsas analogías, etc... serán utilizadas y propagadas desde cualquier medio de poder a su alcance (sistemas educativos, medios de información...).

Tercera estrategia: la falaz retórica de las minorías rebeldes tendrá como objetivo principal alimentar el resentimiento de las masas, es decir, deberá apelar a sus sentimientos y emociones más irracionales, porque solo desde la irracionalidad se podrá sugestionar (manipulación psicológica) a las masas para que éstas se autoengañen y acaben reconociéndose como víctimas de agravios y/o humillaciones históricas.

Así pues, a través de la siguiente tríada estratégica, que podríamos denominar de autolegitimación - argumentación falaz - sugestión se propondrán nuevos cambios sociales (programas de vida) provocando, para ello, cambios psicológicos en la conciencia colectiva: resentimientos - voliciones- desprecios.

La dinámica de la psicología colectiva evolucionaría de la siguiente manera:

Primera etapa de resentimiento: culminará tras haber predispuesto a la ciudadanía al odio y al rencor contra un enemigo prepotente (proceso de victimización mediante), ya sea contra una falsa conciencia ideológica burguesa, una sociedad patriarcal, o un supuesto Estado opresor.

Segunda etapa de creación de voliciones populares: se propone una solución (nuevo cambio) para que la ciudadanía abandone su condición de víctima; el cambio deberá ser deseado por las masas, es decir, la mayoría de la ciudadanía deberá creer en la necesidad de liberarse de la prepotencia dominante de turno. Y para ello, las élites rebeldes crearán voliciones y deseos, pero de forma sutil, de manera que la ciudadanía se autoengañe creyendo que dicha volición ha nacido espontáneamente de la voluntad del pueblo.

Tercera etapa de desprecio prepotente: la supuesta víctima* despreciada acabará convirtiéndose, inevitablemente, en despreciador prepotente. Y lo más curioso de todo será que, una vez convertida en señorial dominadora, también será incapaz de percibirse a sí misma como un nueva prepotencia dominante.

* Obsérvese que escribo "supuesta víctima", pues en todo proceso de manipulación y condicionamiento social no importa tanto que la víctima lo sea, realmente, como el hecho de que ésta llegue a percibirse como tal (interiorización consciente).