miércoles, 3 de diciembre de 2014

España comunista.

INTRODUCCIÓN

José, un comentarista de este humilde blog, me decía que, hasta hace poco, se negaba o no quería creer en mis pesimistas análisis de la realidad.
He descubierto está reflexión, escrita en 2014, donde ya se podía prever, perfectamente, todo lo que estaba por llegar y que, desgraciadamente, ya estamos padeciendo.

Desde hace ya algunos años vengo sosteniendo, en diferentes foros y a través de debates dialécticos, que España es esencialmente comunista, es decir, que su idiosincrasia, forma de ser y de pensar, ha estado desde siempre orientada a la consecución de utópicos supremacismos.

Habrá quien erróneamente me rebata, argumentando que la esencia más española, a lo largo de la historia, ha sido el catolicismo. Sin embargo, lejos de rebatirme, me estará dando la razón.

Y es que, sin la presencia a lo largo de los siglos de un retrógrado catolicismo, que impregnó de utópico supremacismo la conciencia colectiva de las masas, jamás hubiese sido posible en España la deconstrucción o reinterpretación del mismo en forma de doctrina comunista.

El catolicismo, de hecho, lejos de impedir la proliferación del comunismo se convirtió en su necesario caldo de cultivo. Tan solo bastó, para ello, que alguien se diera cuenta de que allí donde el supremacismo religioso hablaba de creyentes desposeídos era necesario, adaptándose a nuevos contextos históricos, referirse a creyentes proletarios.
Fue el ingenioso Marx quien supo ver que las masas necesitaban creer en un fin último utópico; y frente al engaño del supremacismo religioso (alcanzar la felicidad en la otra vida) supo articular un nuevo engaño, o nueva conciencia, que prometería la felicidad en un idealista Estado socialista.

No volveré a insistir en los más que evidentes paralelismos entre cristianismo y marxismo, pero sí señalaré que aquellas sociedades, que históricamente sí supieron desprenderse del supremacismo católico, evolucionaron hacia ideologías liberales más respetuosas con las libertades individuales.

Podríamos concluir, por tanto, que si el protestantismo, sobre todo el anglosajón, propició y favoreció un pensamiento más liberal, el catolicismo fue el padre religioso de un hijo comunista y ateo. Sí, es cierto que padre e hijo creen en diferentes aspiraciones supremacistas pero, al cabo, los dos son fervientes creyentes y persiguen parecidos fines últimos en forma de utópicos mundos felices (paraíso y socialismo utópico). "De tal palo tal astilla".

Si profundizamos al respecto, resulta fácil comprobar que, tanto el catolicismo como el comunismo hacen mayor hincapié en la necesidad de trabajar comunitariamente, mientras que protestantismo y liberalismo enfatizan más en las bondades del esfuerzo y el sacrificio individual.
La creación de una sociedad comunista conllevará, por tanto, a una serie de indeseables consecuencias:

CONSECUENCIAS

Destierro del esfuerzo: la primera consecuencia, inevitable, en una sociedad que se conduzca y apueste por el trabajo comunitario en detrimento del trabajo más individual, es que se creará una sociedad igualitaria que no distinguirá entre los mejores y los peores; no diferenciará a los más esforzados de los más perezosos. Si todos deben aportar, teóricamente, una misma cantidad de fuerza de trabajo a cambio de una igual o parecida retribución... ¿Para qué destacar o sobresalir? ¿Para qué un esfuerzo superior al de otro igual si, al cabo, ambos obtendrán los mismos beneficios?

Destierro del mérito y la excelencia: despreciado el esfuerzo como fuente generadora, no solo de trabajo, sino también de progreso y de riqueza, se formará una sociedad mediocre que no sentirá aspiración ninguna por mejorarse a sí misma; que evitará cualquier sacrificio necesario para aspirar a la excelencia. El vacío dejado por la ausencia de una ciudadanía responsable, defensora de sus derechos pero también cumplidora con sus obligaciones a través del trabajo esforzado, será ocupado por unas masas eternamente descontentas e insatisfechas, que buscarán la felicidad a través del mínimo esfuerzo y reclamarán que sea el Estado quien garantice su bienestar.

Pobreza generalizada: cualquier sociedad que destruye a sus propias élites intelectuales, desterrando el mérito y la excelencia de sus aulas, es una sociedad condenada a la autoinmolación vital. Sin la creación aristocrática (de los  mejores) ninguna sociedad puede progresar ni evolucionar, sino que permanecerá anclada en un triste y sempiterno presente de miseria. La pobreza acabará instalándose en todas las capas sociales de la población y los mejores, de haberlos, se verán obligados a emigrar a sociedades que sí sepan valorar sus conocimientos y, sobre todo, que reconozcan su esfuerzo personal.

Estado omnipotente: una vez empobrecida la sociedad, hasta el punto de que se muestre incapaz de crear riqueza, porque no existen las suficientes iniciativas privadas generadoras de la misma, el Estado no tendrá más remedio que asumir el rol de empresario para dinamizar la actividad económica y garantizar la supervivencia de la población.  Pero dichas acciones dinamizadoras, en tanto que alejadas de las leyes del mercado libre, serán inútiles e improductivas, es decir, no generarán riqueza , pues se llevarán a cabo sobredimensionando el peso de las administraciones públicas. Se crearán ingentes cantidades de funcionarios, que desempeñarán labores innecesarias, las cuales, sin embargo, justificaran la creación de puestos de trabajo. Trabajo, repito, que no solo no generará riqueza, sino que estará destinado a expoliar fiscalmente al resto de la ciudadanía. La clase funcionarial se convertirá, así, en nueva clase privilegiada.

Inevitable dictadura o despotismo político: cuando la población, ya empobrecida, comprenda que no tiene ningún futuro en la feliz sociedad comunitaria que se le prometió, se rebelará o buscará la manera de emigrar a sociedades más maduras y garantes de las libertades individuales. Pero para entonces, cualquier intento de revolución o de disidencia política, así como cualquier intento de huida, será duramente reprimido por un régimen totalitario provisto de un poderoso ejército leal, pero también consentido por un numeroso cuerpo de funcionarios, sumisos y serviles, que no pondrán en peligro sus privilegios y prebendas por tal de defender las libertades del resto de la población.


ANÁLISIS DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA

No hace falta ser demasiado sagaz para comprobar cómo, todas y cada una de las anteriores consecuencias, derivadas de las políticas propias de Estados comunistas, se han dado en España. Tan solo faltan por desarrollarse los dos últimos estadios, que ya llegarán.

Pero ¿Cómo ha sido posible que en una sociedad calificada como liberal o neoliberal (sobre todo por la opinión pública) se hayan dado los tres primeros estadios que caracterizan a todo sistema comunista?

La respuesta es clara: porque España nunca ha sido liberal. De hecho, el liberalismo nunca ha sido una alternativa política real en España.

La socialdemocracia ensayada en España, durante lo que dio en llamarse la Transición, nunca hizo suyos los valores propios del liberalismo, ya que el diseño de dicha falsa socialdemocracia se realizó con el consenso de las anteriores fuerzas del régimen franquista (Falangismo e Iglesia Católica) y las emergentes fuerzas políticas de la oposición (socialismo y comunismo). España se conjuró, desde la derecha y la izquierda, para seguir manteniendo "vivas" las cadenas represoras de la auténtica libertad, que no es libertad económica (como sostiene el marxismo) sino libertad vital.

Vemos, por tanto, que España fue víctima de la tormenta perfecta: la confabulación de los diferentes supremacismos, religiosos y políticos, que durante siglos habían desterrado las ideas liberales de la vida de los españoles.

Así, no debe resultar extraño que, todavía hoy, pocos españoles puedan explicar qué entienden por liberalismo, menos aún que comprendan los principios básicos del liberalismo filosófico.
Resulta realmente increíble la frivolidad con la que la generalidad de las gentes de España no dudan en culpar al liberalismo de todos sus males.
¿Acaso nuestras aulas y nuestros sistemas pedagógicos están orientados al mérito y la excelencia?
¿Se valora en España el esfuerzo y el sacrificio personal?
¿Acaso no deben emigrar nuestros mejores cerebros de un país incapaz de apostar y promocionar la excelencia?
Y, sin embargo, como en los mejores regímenes comunistas, España es uno de los países europeos con mayor número de administraciones fiscalizadoras (centrales, autonómicas y locales) y es uno de los países con mayor cantidad de funcionarios y políticos. ¿Es esto propio de un sistema "liberal"?

¿De verdad que nadie puede ver que España es, en su misma esencia, claramente comunista?
El tradicional grito de guerra en España, tanto desde las derechas como desde las izquierdas, siempre ha sido: ¡más Estado!

Ahora tan solo hace falta que la esencia comunista, desde tiempo inmemorial inherente a la razón de ser española se nos abra y se desoculte  en el claro de las urnas, para legitimarse y materializarse por la vía "democrática", ya que, en su día, no pudo hacerlo a través de inconscientes y peregrinas revoluciones frentepopulistas.
Y por fin, en nuestras graves circunstancias presentes,  aparecerá una nueva oportunidad histórica (favorecida por el dolor de una cruenta crisis)  para que la esencia del comunismo, que siempre ha estado entre nos, latente y al acecho, esperando el momento de "asaltar los cielos", vuelva a reivindicar con orgullo prepotente su razón de ser.
 
Una vez más, el insoportable dolor de una época, y el descontento generalizado (frustración, resentimiento y ansias revanchistas) de las masas, es aprovechado por los defensores de imposibles sistemas utópico-esquizofrénicos.
Ahora solo falta, en definitiva, que alguien (¿Podemos, quizás?) se encargue de desarrollar los dos últimos estadios (Estado omnipotente y dictadura) que caracterizan a toda buena sociedad comunista que se precie de serlo.