miércoles, 22 de abril de 2015

Razón cínica en "San Manuel Bueno, mártir", de Unamuno.

Leyendo la magnífica "Crítica de la razón cínica", de Sloterdijk, experimenté una suerte de liberación existencial muy parecida a la que, en su día, sentí con la lectura de "Del sentimiento trágico de la vida", del genial Miguel de Unamuno.
Después de mucho releer y reflexionar sobre mis admirados Ortega y Unamuno, he llegado a la conclusión de que estos dos PENSADORES (con mayúsculas) tuvieron la desgracia de ser profetas en las tierras de Occidente más yermas y estériles para la inteligencia: España. ¿Qué repercusión mediática habrían tenido las obras de nuestros dos autores patrios si estos hubiesen tenido la suerte de nacer en países más maduros y preparados para "soportar o manejar" la verdad?
¡Qué distintas, por ejemplo, se me antojan Alemania y España! Y, sin embargo, las filosofías de Ortega, como las de Unamuno y Zubiri, estuvieron sin duda a la altura de los grandes pensadores germanos: Husserl, Nietzsche, Heidegger...

La obra de Sloterdijk ("Crítica de la razón cínica") es minuciosa y sistemática; constituye, en mi opinión, un ambicioso y completo manual de filosofía que gira en torno a uno de los grandes temas filosóficos: la verdad. En esta obra, Sloterdijk se descubre ante el mundo como uno de los más grandes pensadores de los últimos tiempos. Yo diría, incluso, que estaría a la altura del mismísimo Kant, con la diferencia de que la transparencia y claridad de Sloterdijk hace mucho más digerible y comprensible su obra.
Si, en palabras de Ortega, la "claridad" debería ser cortesía obligada del filósofo, entonces no cabe duda alguna de que Sloterdijk es el filósofo más cortés que he leído, con el permiso, por supuesto, de nuestro Ortega, infatigable caballero siempre defensor de la claridad.

Pero seamos justos, porque la descarnada desocultación o desenmascaramiento de la verdad que hace Sloterdijk, con la maestría del filósofo, ya la hizo también nuestro Unamuno, solo que a través de la intuición y del leguaje poético; a través, sobre todo, de la literatura (ensayo, poesía, novela...).
Unamuno, como Sloterdijk, nos desvela un terrible secreto en su obra "Del sentimiento trágico de la vida"; un secreto guardado celosamente por los guardianes de la "verdad"; un secreto que no debe ser aireado inconscientemente por los ilustrados que lo custodian, porque las masas no saben manejar la verdad.

Contaba Unamuno en uno de sus artículos ("Almas sencillas", de 1933) cómo el prior de un monasterio castellano le recriminó su célebre obra "Del sentimiento trágico de vivir", diciéndole que lo que allí dijo era cosa que debía callarse, aunque se pensara, y si fuese posible incluso callárselo uno a sí mismo.
¿Pero cuál fue el terrible secreto que Unamuno desveló y que no solo debía callarse ante los demás, sino que, incluso, en palabras del prior, uno debía callarse a sí mismo?
Unamuno desenmascaró, ni más ni menos, que el cinismo prepotente y señorial de la religión, descubrió al mundo cómo un grupo de ilustrados cínicos (las élites intelectuales de la Iglesia) se obligaba a custodiar una falsa verdad por mor de salvaguardar la razón de ser de la humanidad; por mor de dar un sentido a la vida de los hombres de carne y hueso. Unamuno dejó al desnudo la razón utilitaria: ¿resulta útil y beneficioso mantener determinados engaños?
Unamuno bautizó a ese sentimiento agónico, de quienes viven a través de la razón utilitaria y según unas creencias en las que en realidad no creen, como un sentimiento trágico de vivir. Y así tuvo que hacerlo nuestro tan español Unamuno, porque él mismo era un alma atormentada que deseaba creer y se obligaba a creer, pero la terca razón le impedía creer con auténtica fe.
Pues bien, dicho sentimiento trágico, o conflicto entre fe y razón, que nos insta a defender una "verdad" utilitaria, es lo que Sloterdijk denomina razón cínica.
¿Qué es, al cabo, la razón cínica sino una verdad que se justifica a sí misma (sin importar su falsedad) diciéndose a sí misma que es buena en tanto que útil?

Sloterdijk, a lo largo de su reveladora obra "Crítica de la razón cínica", y como Unamuno, no solo desnudará (desenmascarará) las falacias de la razón cínica que subyacen en el suprematismo de las religiones, sino que irá más lejos y hará lo propio con el resto de "verdades" (conciencias verdaderas) surgidas de diferentes ideologías suprematistas, tales como el marxismo.
Sloterdijk demostrará, impecables argumentos de razón mediante, que la historia de la humanidad ha sido, y es, una lucha constante entre los diferentes grupos de poder por tal de imponer sus respectivas prepotencias señoriales; por mor de imponer unilateralmente sus respectivos programas de vida o de domesticación.
La historia avanza, y en la medida que unas prepotencias son desenmascaradas, es decir, en la medida que sus razones cínicas son descubiertas, otras, que se autolegitimarán como liberadoras, acabarán ocupando los vacíos de fe dejados por sus predecesoras, aunque no podrán evitar imponerse con parecida prepotencia señorial. Y esto es así porque las masas necesitan autoengañarse y ser engañadas. Cuando el engaño de Dios ya no pudo sostenerse entre las masas, aparecieron otras "verdades" dispuestas a llenar el hueco nihilista dejado por el suprematismo religioso. Aparecerían, así, a lo largo del SXX, los grandes suprematismos ideológicos derivados del marxismo, los cuales, volviendo a erigirse en nuevos señores cínicos, ebrios de razón utilitaria, acabarían imponiendo una conciencia verdadera a través de nuevos engaños y unilateralmente, eliminando (cosificando) cualquier otra posible conciencia antagónica.

Al respecto del autoengaño, Unamuno expresó lo siguiente en una entrevista concedida al escritor griego Nikos Kazantzaki:

El rostro de la verdad es terrible. ¿Cuál es nuestro deber? Ocultar la verdad al pueblo (... )Así es la vida. Engañar, engañar al pueblo para que el miserable tenga la fuerza y el gusto por vivir. Si supiera la verdad, ya no podría, ya no querría vivir. El pueblo tiene necesidad de mitos, de ilusiones; el pueblo tiene necesidad de ser engañado. Esto es lo que lo sostiene en la vida. Justamente acabo de escribir un libro sobre este asunto.

El libro al que se refiere Unamuno, al final de esta valiente reflexión, es "San Manuel Bueno, mártir", publicado en 1933.
Obsérvese que han pasado casi dos décadas desde que Unamuno expusiera el mismo problema del autoengaño en "Del sentimiento trágico de la vida" (1912), haciendo gala de un vasto conocimiento, tanto filosófico como de cultura general, que dificultaba la difusión de sus reflexiones entre un público poco instruido. Sin embargo, con la novela del heroico y campechano párroco, más clara y asequible a la comprensión de la generalidad de lectores, Unamuno pareciera que hubiese decidido hacer caso omiso a las advertencias de aquel prior que le censurara haber ejercido de imprudente Prometeo.

Conclusión

Sloterdijk definirá al marxismo como una prepotencia esquizofrénica (ver aquí) y le acusará de convertirse en un nuevo cinismo señorial, dispuesto a salvaguardar su "verdad" incluso siendo consciente de la falsedad de la misma.
Y si Marx fue un gran cínico... ¿no podría decirse lo mismo del unamuniano "San Manuel Bueno"?
¿Qué instó a Unamuno a considerar a su humilde párroco como un mártir? ¿Acaso el "bueno" de Don Manuel no se comportaba como un gran cínico dispuesto a traicionar "la verdad" en aras de garantizar la felicidad de sus feligreses?
¿Y qué tienen en común los grandes supremacismos cínicos (religiosos o ideológicos)?
Pues que todos ellos se arrogan ser portadores de la verdad y la justicia.
Sí, lo sé, la verdad es terrible, y por eso necesitamos creer en cualquier mentira, aunque no deja de resultar "curioso" comprobar cómo, instados por la clase de persona que seamos, preferiremos unos u otros engaños. Y, al final, algunos privilegiados, o iluminados, se obcecan tanto en creer, que incluso pudieran pasar por fervientes y sinceros creyentes, puros e inocentes.
Pero si la verdad no existe, tampoco existe la inocencia. Todos somos culpables, y cómplices, de permitir, razón cínica mediante, que unos u otros supremacismos (el de los hunos o el de los hotros, que diría Unamuno) atenten contra lo más sagrado que es la VIDA y la libertad individual.


lunes, 20 de abril de 2015

Yihadismo, el transparente velo de la muerte.

Hace ya algunos años vi una interesante película francesa titulada "Entre les murs" (2008). La película en cuestión explicaba con bastante acierto los conflictos que se sucedían en una humilde clase de un colegio francés en un barrio marginal.
Muchas películas, desde que en 1967 la magnífica "Rebelión en las aulas" nos mostrara la problemática interacción entre profesores y alumnos, han intentado profundizar en el porqué del progresivo deterioro y decadencia de los sistemas educativos en el mundo Occidental.
La mayoría de los filmes que han abordado el creciente y preocupante tema de los "alumnos rebeldes" se han centrado en analizar los diferentes factores psicológicos y/o sociológicos que, en el parecer de nuestra humanista civilización occidental, han sido las causas primeras que explicarían la génesis y proliferación de alumnos conflictivos: desarraigo socio-cultural, entornos marginales, hijos de familias desestructuradas...

Y es que la bienintencionada civilización occidental, ebria de humanismo judeocristiano, jamás ha sido capaz de realizar, o ensayar al menos, valientes análisis que le obligaran a mirar "más allá del bien y del mal". Occidente, de hecho, lleva décadas culpabilizándose, cilicio en mano, de su propio declive, buscando la redención de sus pecados a través de una cobarde e imparable autoinmolación vital.
Los complejos de culpabilidad, los remordimientos y arrepentimientos, han doblegado a la otrora orgullosa y digna civilización occidental hasta el punto de que sus granjas-escuelas ya solo crían y ceban ganado humano resignado para ser sacrificado.

El análisis de cualquier conflicto, individual o colectivo, siempre estará sesgado por el tipo de ideología (filosofías o creencias religiosas) que subyazca en el mismo; estará sesgado por las motivaciones y/o intereses de "una parte" de las gentes o individuos que han hecho suya una ideología para imponerla.

¿Y QUÉ ES UNA IDEOLOGÍA?

Una ideología no es más que la justificación de la razón de ser de una determinada clase de personas.
Como bien dijera Ortega, y yo suscribo, el problema de España, como el de Occidente, no es tanto un conflicto entre clases sociales como entre clases de personas.
La dialéctica marxista, obcecada en sobredimensionar el peso de las variables socio-económicas en el análisis de la realidad, obvió la variable más relevante, a la postre la única verdad radical: la vida.
La vida no entiende de clases sociales ni de economías, solo entiende de hombres de carne y hueso; solo entiende de personas que se saben conscientes (portadoras de un yo unipersonal) e insertas en un entorno siempre hostil e incierto (circunstancias vitales).
Cuando un supremacismo cualquiera, ideológico o religioso, niega la vida misma, está negando la razón de ser de los hombres de carne y hueso; está negando la posibilidad de ser de una determinada clase de persona.

El ser siempre es posibilidad abierta a la vida, a la misma realidad. Bien decía Zubiri que "el hombre es arrojado desnudo a la realidad". Y una vez inmerso en la realidad que es la vida, añado yo, su orgullosa y salvaje desnudez es vestida, aunque mejor sería decir disfrazada o transvestida, con los ropajes domesticadores de la ideología social de turno. Pero... ¿con los ropajes de qué ideología?

¿QUÉ IDEOLOGÍA SE HA IMPUESTO EN OCCIDENTE?

Nuestras decadentes aulas, el fallido sistema educativo de Occidente en general, es consecuencia del rechazo ideológico de una determinada posibilidad del ser. Nuestras aulas ha tiempo que negaron la razón de ser de una clase de personas: la de aquellos hombres de carne y hueso orgullosos de ser pastores y custodios de la vida.
Nuestro sistema educativo, o pedagogía social, como lo bautizara acertadamente nuestro genial Unamuno, es hijo legítimo del antivital marxismo o, lo que es lo mismo, heredero de aquella perversa moral judeocristiana que Marx bien supo reinterpretar en beneficio exclusivo de una clase de personas; un tipo de personas que, cuales prepotentes diosecillos y en aras de la JUSTICIA, instaban a los últimos hombres libres a convertirse en humanos, demasiado humanos y civilizados; tan humanos como para poner la otra mejilla; tan civilizados como para preferir su propia autoinmolación vital antes que enfrentarse a sus miedos.

En Occidente, en definitiva, se ha impuesto la resignación cobarde y claudicante; se ha impuesto la moral del mártir vs la del guerrero; la del endiosado humano que se erige en esencia misma del ser vs la del celoso y responsable pastor del ser. Sartre, y con él todo el supremacismo marxista, se ha impuesto a Heidegger; la ciudad agustina, civilizada y tolerante, se ha impuesto a la barbarie de la provincia en comunión con la naturaleza. Vemos que todo en Occidente ha sido imposición... ¿sometimiento al cabo?

EL SOMETIMIENTO (ISLAM) Y LA PAZ SOCIAL

Si algo debemos reconocerle al Islam es su honestidad al proclamar, libre y sin miedos, su fin último en la historia: someter a la humanidad a los dictados de Alá, la única verdad.
El último supremacismo occidental que pretendió algo "parecido", proclamando su verdad henchido de prepotente orgullo, fue derrotado en la II GM por los mismos garantes de la moral judeocristiana que tan condescendientes y permisivos se muestran hoy con el Islam. ¿Por qué?
La película "Entre les murs" nos debería hacer reflexionar mucho, pero sobre todo en una escena, cuando un sufrido profesor debe soportar que sus alumnos musulmanes le critiquen por no utilizar nombres árabes en los ejemplos de su clase de lengua. El profesor es boicoteado porque sus alumnos defienden con orgullo una verdad para la que fueron adoctrinados. La política que sigue el centro educativo es la de poner siempre la otra mejilla, y no hacer nada por mor de comprar la paz social. Y, sin embargo, llegará un momento en el que el paciente profesor perderá los nervios y, por una nimiedad, será denunciado por una alumna, la cual pondrá en peligro su carrera como docente.
Resulta inevitable no ver la semejanza entre el tolerante y humanista profesor de "Entre les murs" y la actitud pasiva de la cobarde y claudicante civilización de Occidente; ambos siempre poniendo la otra mejilla, siempre encajando golpe tras golpe; siempre obcecados en comprar paces bizantinas y, total, para al final acabar siendo sometidos.

La vida lo llena todo, no entiende de "vacíos" ni de "negociaciones".
¿Alguien se atreverá a negarme esta VERDAD?
Toda domesticación social es sometimiento a una verdad, e incluso el hombre más de carne y hueso, libre y salvaje, está sujeto a las normas sociales de un clan o una tribu, ergo también es domesticado para aceptar y creer en determinadas verdades. Sin embargo, sí disponemos de un pequeño margen de libertad para decidir cómo queremos ser sometidos: ¿a través del miedo cobarde que nos insta a menospreciarnos, o a través de una voluntad de poder orgullosa y prepotente que nos reafirme?
Quiero decir, con todo lo expuesto anteriormente, que el hombre puro de carne y hueso no existe mas que como concepto, pues éste siempre estará inmerso o sometido a determinadas verdades a través de su socialización. Al final, siempre creeremos en lo que nos han hecho creer y desearemos aquello que, manipulación y condicionamiento social mediante, nos han hecho desear.
Así pues, no podemos culpar a los yihadistas por ser lo que son, pues nunca un fin último fue tan transparente y claro, honesto y sincero, como el de estos hombres de carne y hueso que matan y mueren como celosos pastores de la verdad (su verdad). Porque la vida sabe muy bien que dos razones de ser antagónicas no pueden coexistir al mismo tiempo y en un mismo espacio vital; siempre una verdad (razón de ser) someterá a la otra. No existen los "vacíos" ni las negociaciones vitales, porque los hombres de carne y hueso necesitan creer, sí o sí, y, como ya he dejado escrito en otras reflexiones, el que no crea en el Dios cristiano creerá en un dios musulmán, y el que no crea en dioses creerá en la cienciología, en espiritualismos cripto-budistas o en suprematistas Estados comunistas. La cuestión es creer en un absoluto o fin último.

Creer es una necesidad vital que nos "cura" del sentimiento trágico de vivir y nos aleja de la autoinmolación a la que nos insta el nihilismo desesperanzador.
Pero... ¿el humanismo judeocristiano nos salvará de la autoimolación?
¿Estaría ya muerta, de facto, la civilización Occidental, pero nadie se atreve a certificar su defunción?
¿Se podría considerar VIVA una verdad o razón de ser que permanece impasible ante los desmanes, violaciones, asesinatos, y crueles ejecuciones, que está perpetrando el Estado Islámico? ¿Cree realmente nuestra humanista civilización Occidental que la vida es "negociable"? ¿Cree de verdad que la paz se puede comprar? ¿Cree, todavía, que es posible una "Alianza entre Civilizaciones?

Occidente piensa y actúa como un alegre e inconsciente niño pequeño.
El otro día, viendo en la TV las noticias sobre las últimas ejecuciones del Estado Islámico, mi hijo acertó a pasar por allí, y curioso me preguntó:

- ¿Pero, por qué los matan?
- Porque son cristianos, le respondí.
-¿Y qué tiene de malo ser cristiano? - preguntó el pequeño.
- Nada - le respondí hipócritamente.
- ¡Pues vaya problema!- exclamó con júbilo mi hijo- pues que digan que no son cristianos y ¡ya está!
- De esta manera - concluyó mi hijo feliz- a lo mejor se salvan...

Y así, a través de su infantil autoengaño, mi hijo se marchó contento, como contentos y felices marchan quienes creen que la mejor manera de escapar al transparente velo de la muerte del yihadismo es comprando la paz social, aunque sea renegando de ellos mismos y de su herencia histórico-cultural.