sábado, 19 de noviembre de 2016

Las tres edades de la razón (parte III)

¿ Y ahora que la razón se nos hizo cínica qué esperanza de salvación puede albergar la humanidad?

El arte de lo absurdo (honestidad frente a cinismo).

Hace tiempo existió un gran artista, un genio de gran talento que pintaba cuadros realmente impresionantes; obras maestras muy bellas, pero también sugerentes, que gustaban por igual al público más docto y al más iletrado.
Cierto día, un filósofo henchido de sabiduría, quiso visitar a tan insigne artista. Deseaba el sesudo pensador dialogar con aquel genio singular capaz de desvelar, a través de su arte, la verdad del ser.
Pretendía nuestro gran pensador encontrar un sentido o razón por la que vivir; buscaba en el arte la verdad trascendente del ser humano; ansiaba, en definitiva, hallar una vía de salvación para la humanidad dotando la existencia de la misma de significado y sentido.
El filósofo, haciendo gala de unas magníficas dotes retóricas y dialécticas, le habló al artista sobre la vida y la muerte, sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto. El artista tan solo escuchaba, pero, eso sí, paciente y atentamente, esperando que el docto sabio terminara de exponer las bondades de su sistema filosófico; un perfecto y analítico sistema capaz de dar respuestas a todas y cada una de las cuestiones vitales, ontológicas y espirituales que preocupaban a los hombres.
Por fin, tras dar por concluida su larga perorata, el artista se levantó del incómodo taburete desde donde estuvo escuchando la larga disertación del filósofo, y acercándose a él le invitó:

- Elija usted uno de los cuadros de esta sala, el que le parezca más bello.

Tras repasar y escudriñar concienzudamente todas aquellas obras de arte, el filósofo se decidió finalmente por un cuadro de grandes dimensiones que, sin duda, le pareció el más hermoso.

-¡Buena elección!, exclamó el artista. Sin duda ha elegido usted una de mis mejores creaciones. En este cuadro, prosiguió, he invertido mucho trabajo y esfuerzo. Más de un año he estado luchando contra este lienzo por tal de poder extraer de él un hálito de vida; por tal de dotarlo de alma. Noches enteras me he pasado sin dormir, esperando que un soplo divino me dictase qué colores utilizar y qué pinceladas serían las más adecuadas para tales propósitos.

- Sí, sin duda esta obra le trasciende a usted - respondió el filósofo.
- ¿Está usted seguro de ello?- preguntó el artista con tono burlón.
- ¡Claro que sí! Incluso después de su muerte este cuadro suyo perpetuará su memoria y le hará inmortal; las futuras generaciones se reconocerán en su obra. Usted puede sentirse orgulloso de haber legado a la humanidad una obra hermosa cargada de "espiritualidad".

-¿Dice usted que este trozo de tela me "sobrevivirá? ¡No, no, y mil veces no! -gritó eufórico y descontrolado el hasta entonces calmado y relajado artista-. ¿Qué triste consuelo puedo hallar en que mi obra me sobreviva cuando ya mi cuerpo, bajo tierra, sea pasto de los gusanos?

-Cálmese, no sabe usted lo que dice. Usted es un "elegido", ha sido escogido por el destino para trascender su vida misma. Usted, amigo mío, puede reconfortarse sabiendo que su vida ha tenido sentido.

Fue entonces cuando el artista, enloquecido, lanzó sobre el lienzo un líquido inflamable y le prendió fuego.

- ¿Pero por qué? -acertó a preguntar horrorizado y perplejo el filósofo-. ¿Por qué?

-Porque no podía consentir no ser honesto conmigo mismo - respondió el artista más tranquilo. No había ningún sentido sublime ni trascendental en este trozo de tela; si acaso el único sentido que tuvo pintar este enorme cuadro fue, precisamente, el haberlo pintado; el haberme obligado a estar más de un año luchando junto a él pero también contra él. Y todo por tal de ganar un poco más de tiempo; tan solo para burlar a la muerte y no pensar en lo absurda que es la existencia de los hombres. Mientras estuve pintándolo, sufriendo por no hallar los tonos adecuados, o mientras permanecí insomne intentando descubrir la mejor composición posible, estuve vivo y no pensé en la muerte. El ayudarme a huir de la desesperación y de la terrible verdad de la muerte fue, sin duda, el único sentido que tuvo esta obra para mí. Pero, una vez concluida, esta obra no significa nada, ya no es nada ni me sirve para nada que no sea el vano consuelo de alimentar mi ego.

El filósofo, cabizbajo y decepcionado por la airada reacción de aquel genio atormentado, se despidió del artista con un triste saludo. Por un instante estuvo tentado de recriminarle su egoísta proceder; estuvo a punto de afearle su falta de entereza y compromiso con la humanidad. Pero se abstuvo de hacerlo, pues un súbito pensamiento doloroso le asaltó: ¿acaso no estaba pecando él también de la misma actitud egoísta que le reprochaba a aquel pobre infeliz?
No, claro que no, se dijo a sí mismo, él todavía tenía esperanzas; su original sistema filosófico supondría la salvación del género humano; sus esfuerzos no serían vanos y lograrían el loable y noble fin último de salvar a la humanidad.
Y así, henchido de orgullo, y tras haberse autoengañado a sí mismo con una facilidad pasmosa, se dirigió con paso firme a las casas de los hombres con nuevas promesas de vida y de esperanza.

Epílogo.

Si algún paciente lector ha leído este pedagógico relato con interés, no habrá podido evitar hacerse algunas preguntas. Eso espero al menos.
Cada lector, erigido en todopoderoso juez, decidirá a qué personaje absuelve y a cual condena; decidirá, en definitiva, con cual de los dos protagonistas de esta historia se identifica su propio yo.
No hace falta ser ningún genio para comprender que nuestro artista atormentado es un ser honesto que acepta la terrible verdad de que el hombre es "un ser para la muerte"; sabe que el único sentido o esencia del existir es, precisamente, existir (perdurar en el tiempo). No hay sentidos sublimes que trasciendan nuestras insignificantes vidas, por más que sesudos sabios, místicos e ideólogos de diferentes pelajes se autoengañen y engañen a las masas por tal de mantener vivas promesas de esperanza.
Desde luego, no cabe ninguna otra opción: las masas deben ser "civilizadas" y alejadas de la barbarie, sí o sí; deben ser domadas y domesticadas desde la cuna a través del engaño, porque solo así se puede conseguir que un individuo, consciente de ser mortal, cumpla con su deber y se sacrifique a lo largo de toda su vida por tal de lograr un fin último, por tal de dotar de sentido y significado a su existencia.

La razón ilustrada conoce esta terrible verdad, y solo puede optar por proclamarla honestamente, como el atormentado artista, o por ocultarla cínicamente, obligándose a ser celosa guardiana de eso que hemos dado en llamar humanidad.
Por eso, cuando el sentido o la razón de Dios se desenmascaró históricamente como falaz, y ya no pudo formar parte de las antropotécnicas del humanismo para domesticar a los hombres, otras "técnicas" ocuparon su lugar: la ciencia, el comunismo, el budismo, el feminismo, el arte, la diversión y el espectáculo convertidos en fines últimos...
La cínica razón ilustrada sabe que al indigente y atormentado ser humano debe darle sentidos o razones por las que vivir; sabe que necesita el sacrificio voluntario de los hombres para que estos, creyéndose portadores de esencias, se autoproclamen libres dentro de sus jaulas de oro.

martes, 8 de noviembre de 2016

Las tres edades de la razón (parte II)

Recapitulación.

Decía en mi anterior entrada, "Las tres edades de la razón", que la razón misma, a través de la autocrítica a lo largo de la historia, ha sido la encargada de aprobarse o autocorregirse, de tal manera que lo que en una época podía considerarse verdad (racional) en otro momento histórico podía considerarse falso e irracional.

Así, en cada momento histórico ha dominado (se ha impuesto) un tipo o clase de razón acorde con la realidad de su tiempo; una razón que ha evolucionado y cambiado adaptándose a los deseos y el sentir de un determinado Dasein histórico.

Dialéctica de la razón.

Podríamos decir, resumidamente, que el proceso dialéctico a través del cual la razón ilustrada se ha impuesto históricamente a las masas ha sido el siguiente:

1) Desocultación, hallazgo o construcción de una verdad a cargo de un pastor del ser; es decir, a partir de la reflexión meditativa y expectante de un individuo excelente (sabio) o genio.

2) Aceptación social de dicha verdad, lo que implicaría legitimar las creencia y los sentidos (significados) derivados de dicha verdad incorporándolos al sentir y las creencias colectivas.

3) Elaboración de una cosmovisión (interpretación del mundo) a cargo del Dasein histórico (ser colectivo) a partir de las verdades reveladas, halladas y/o construidas.

4) Imposición de la cosmovisión y/o del programa de vida a todos los individuos de una sociedad, a través del poder coactivo (Derecho) que aplica el Dasein histórico a través de cualquiera de sus configuraciones históricas: clan, tribu, nación, imperio y civilización.

Dicho proceso dialéctico es constante a lo largo de la historia y resulta invariable, pues lo único que muta o se transforma es la razón misma, dependiendo de la vía racional encargada de legitimarla.
Si la razón se legitima a través de la revelación (escrituras sagradas) hablamos de vía teológica y de razón religiosa, si se justifica a través de la reflexión meditativa de un pastor del ser podemos hablar de vía pastoral o razón ontológica; y si la razón es construida (mediante consenso social) a través del positivismo hablaremos de razón lógico-cientifista. También podríamos referirnos a la vía estética, la creación artística, que daría lugar a una razón estética. Pero a mí, personalmente, se me antoja una vía interpretativa muy parecida a la vía mística o criptobudista que conformaría, junto a estas, lo que podríamos llamar razón poética.

Vemos, por tanto, que la razón puede recibir diferentes nombres dependiendo de la vía que la legitime y/o justifique. Pero insistamos de nuevo en señalar: todas estas vías son racionales, pues todas son producto de la razón (inteligencia) del ser humano.

Para poder aseverar, pongamos por caso, que la vía teológica es irracional deberemos de desenmascarar, descubrir y/o desvelar las mentiras y falacias que subyacen en los argumentos que la legitiman; pero, sobre todo, deberemos demostrar que dicha verdad o razón religiosa ha dejado de ser funcional (instrumental) y ya no sirve a los intereses de dominio y autoconservación del Dasein histórico. No bastará, por tanto, con desacreditarla y deslegitimarla, sino que habrá que postular una nueva razón alternativa en su lugar. Esta será la misión de la autocrítica que la razón ejerce sobre sí misma.
Dicho en román paladino: una verdad o conciencia auténtica solo puede ser superada (desenmascarada históricamente) si se articula una nueva conciencia que ocupe su lugar. El calificativo de irracional no tiene sentido en sí mismo, pues no es que la vía criticada en un período histórico concreto no sea racional, sino que es sustituida por otra vía más racional; por otra que argumente y justifique mejor "su" verdad.
Cada autocrítica supone un avance hacia una racionalidad que se supone más justa para la generalidad de la humanidad, pero, al tiempo, deja al descubierto una terrible verdad: si lo que era verdad y racional en un momento histórico deja de serlo en otro, también lo que otrora se consideraba justo podría pasar a ser injusto; es decir, se diluye la universalidad de la moral.
Así, la autocrítica constante que la razón ejerce sobre sí misma la conduce, inevitablemente, hacia el relativismo; hacia el relativismo de la verdad y el relativismo moral. ¿Y hacia dónde puede conducirnos el relativismo? ¿El relativismo imperante en las actuales sociedades nos obligará a buscar una superación del mismo, por tal de salvarnos, o ya no hay solución para el ser humano?

¿Se autodestruirá a sí mismo el ser humano?

Formularé la pregunta de otra manera: ¿el fin último de la historia ha de culminar con la autodestrucción de la razón (humanismo ilustrado) o, por el contrario, la razón se salvará pudiendo, así, salvar también al ser humano?
Para responder a estas preguntas deberemos, primero, entender cómo ha funcionado la dialéctica de la razón (arriba descrita) a lo largo de la historia; es decir, deberemos comprender cómo la autocrítica cuestionó y moldeó la razón a lo largo de sus tres edades o tres etapas evolutivas.

PRIMERA EDAD DE LA RAZÓN (razón señorial-prepotente).

Igual que en el período evolutivo de la infancia de los hombres, la edad más temprana de la razón se corresponde con un marcado carácter prepotente y señorial.
Así, como los niños egocéntricos y exigentes, la razón ilustrada primera, surgida en las primigenias comunidades y colectivos humanos, se mostró dogmática e inflexible en la aplicación de la coacción social. Los pastores del ser, como el brujo de nuestro pedagógico cuento, descubrieron que para garantizar la supervivencia (autoconservación) del colectivo (clan o tribu) debían dominar a la naturaleza, es decir, debían controlarla y predecir sus efectos para poder salvarse de las adversidades de la existencia: inclemencias climáticas, animales salvajes, falta de comida...
Pero para dominar la naturaleza era preciso el concurso de todos los miembros del clan, ergo también se hizo necesario dominar a los individuos, para que estos reprimieran sus apetitos más individualistas (egoístas) y se sacrificaran por el bien común colectivo.
Pronto, la razón ilustrada de las élites y los grupos de poder entendieron que era necesario aplicar una férrea coacción que obligara a los miembros de un colectivo a sacrificarse por la comunidad (ente social). La paradoja, subyacente en tal proceder, es que los individuos deberían sacrificarse por el bien común y subyugarse al poder del grupo dominante, precisamente para garantizar su autoconservación; es decir, debían aceptar sus roles dentro de la sociedad para permitir la articulación de una división del trabajo eficaz que garantizara la supervivencia de ellos y la de sus familias.
Al principio, mientras el grupo social era reducido y existía una relación de cercanía entre todos sus miembros, resultó relativamente fácil imponer una jerarquía representada por un líder que, las más de las veces, imponía su dominio a través de la fuerza, la represión y la inflexible coacción (castigos) a los demás individuos. Pero a medida que crecían los colectivos humanos, el líder, además de valerse de su propia fuerza, también tuvo que rodearse de guardias personales y ejércitos para mantenerse en el poder. Descubrió, así, que el mejor binomio para dominar (criar y domesticar al ganado humano) era la combinación perfecta de miedo y coacción.
Así, la inteligencia de los primeros hombres y a través de la razón ilustrada (de un grupo de elegidos)se orientó hacia la OPERATIVIDAD, utilizando una razón instrumental, despótica y señorial, para garantizar el dominio y la autoconservación de los grupos humanos: las fuerzas de la naturaleza fueron convertidas en dioses a los que se les debía sacrificio y obediencia a través de repetitivos rituales y ceremonias. Pronto, sin embargo, aparecerían los dioses antropoformos, ideados a imagen y semejanza de los seres humanos, debido al trabajo incesante de la razón prepotente por tal de autoconservarse a sí misma y, así,  garantizar también la autoconservacion del grupo.
Obsérvese, cómo ya, en la primera infancia o edad más temprana de la razón, ya subyacía el germen del cinismo prepotente y señorial; ese cinismo que será una constante a lo largo de la historia, pero que se autolegitimará de diferentes maneras y a través de diferentes argumentos, por tal de reivindicarse a sí mismo como necesario. En la frase de nuestro refranero popular español encontramos expresiones que desenmascaran dicho cinismo inherente a la prepotencia señorial: "quien bien te quiere te hará sufrir". Y aún hoy, en sociedades donde la razón todavía se haya en una edad temprana (véase Islam) se autolegitima y justifica el dolor y el castigo físico como medios para "beneficiar" al individuo que es castigado, por su propio bien y porque así lo justifica una instancia divina superior (Alá).


SEGUNDA EDAD DE LA RAZÓN (razón instrumental-pragmática).

Con el paso del tiempo, las sociedades occidentales, sobre todo, fueron diluyendo su celo de Dios, es decir, a través de una autocrítica constante (reformas, contrarreformas y concilios religiosos) relajaron y suavizaron la coacción sobre el individuo a través de la razón teológica. El Islam no.
Sin embargo, la mayoría de edad de la razón ilustrada occidental llegaría, definitivamente, con Kant.
Kant dictaminó, a través de su crítica a la razón pura, qué podía conocerse como certeza a través del entendimiento (intelecto) humano, y qué conocimientos eran inaccesibles a la razón misma.
Kant concluyó en su "Crítica de la razón pura" que la realidad de Dios no podía demostrarse ni negarse a través de la razón, es decir, no se podía acceder a Dios a través de vías empíricas. Por tanto, al tiempo que proclamó que el tema de Dios no era "asunto" que competiera a la razón, indirectamente relegó la actividad racional de los hombres a una utilidad más mundana, es decir, legitimó a la razón como instrumento útil para demostrar la verdad. Y la verdad que podía conocerse era aquella que solo podía demostrarse a través del empirismo y su método científico.
Había nacido una nueva razón pragmática, tan orgullosa y prepotente como su predecesora razón señorial, pues si la primera razón subyugó a los hombres a través de la fuerza coactiva, ahora los hombres quedarían igualmente subyugados por la pérdida de su esencia espiritual.
Kant fue el primer pastor del ser (pensador sabio) en olvidarse de la cuestión del ser; fue el primero, de entre otros muchos pastores que le seguirían, en claudicar y en considerar como vano todo esfuerzo destinado a preguntarse por aquello que no podía conocerse a través de la razón o empíricamente.
El legado ilustrado de Kant se hizo finalmente operativo, es decir, se materializó como realidad en la praxis histórica, mediante el concurso de los ilustrados franceses que, guillotina mediante, acabaron por certificar la mayoría de edad de la razón, que pasaba de ser prepotente y señorial a ser razón instrumental. Ahora ya quedaba muy claro, más si cabía desde Kant y el emancipador liberalismo nacido en Inglaterra,  que la vía teológica había sido totalmente desenmascarada como irracional; aunque mejor sería decir que dicha vía religiosa fue más bien decapitada; decapitada por el nuevo instrumento de la razón (la guillotina) que a todos los hombres habría de hacer iguales por el dictamen todopoderoso de una nueva religión laica.
Y es que, en el mismo proceder tan "humanista", a través del terrible instrumento de castigo y coacción que fue la guillotina, ya pudo "intuirse" el nacimiento de una nueva prepotencia señorial que lo único que hizo fue sustituir la conciencia verdadera de una razón (teológica) por la conciencia verdadera de otra razón (técnica y científica). La nueva razón, para autolegitimarse, no dudó en calificar a su predecesora como irracional, es decir, le acusó de ser absurda y anacrónica, la culpó de ser una razón superada por el Dasein histórico.

TERCERA EDAD DE LA RAZÓN (razón cínica-hipócrita)

La psicología evolutiva estudia la madurez de los seres humanos mediante sucesivas etapas o estadios que implican adquirir determinadas habilidades y conocimientos a través del desarrollo, en paralelo, de determinadas funciones cognitivas y emocionales.
Piaget propuso cuatro estadios evolutivos para entender el crecimiento (cognitivo, emocional y moral) del hombre, que se corresponderían con cuatro vías de conocimiento:

1) Sensoriomotriz...................................conocimiento activo
2) Preoperacional....................................conocimiento intuitivo
3) Operacional concreto..........................conocimiento práctico
4) Operacional formal.............................conocimiento reflexivo.

Si nos fijamos, el niño comienza a ser OPERATIVO haciendo uso de un conocimiento intuitivo (preoperacional en realidad) que se correspondería con la edad primera de la razón; es decir, con una razón prepotente y señorial que comienza a aprender cómo dominar la naturaleza (el entorno físico) para garantizar su autoconservación.
De la misma manera que el niño evoluciona y alcanza un estadio operacional concreto, pragmático y orientado al estudio y observación de los fenómenos, así evolucionó la razón prepotente hasta devenir razón instrumental pragmática (técnica y científica).
Finalmente, el niño, a partir de los 11 o 12 años, será capaz de realizar operaciones formales, es decir, será capar de reflexionar sobre su ser y su entorno; será capaz de analizar metacognitivamente su existencia.

Pues bien, la tercera edad de la razón llegará con la senectud del Dasein histórico, es decir cuando la razón humana, además de ejercer de instrumento para investigar y sistematizar la realidad (dominarla y conservarla), comprende que debe reflexionar sobre sí misma y sobre sus fines últimos.
Podríamos considerar al marxismo como la primera teoría surgida de lo que podríamos denominar una razón cínica.
¿Pero qué es la razón cínica?
Es la razón que se autolegitima a sí misma como la más buena y justa, con validez universal, siendo consciente, al tiempo, de que en realidad es una razón particular más.

Es cierto que toda razón anterior, tanto prepotente como pragmática, contó con sus guardianes cínicos; individuos que, incluso sospechando que obraban de mala fe, se obligaron a defender "su" verdad con celo dogmático.
Uno de los guardianes más cínicos de la literatura española sería el personaje de "San Manuel Bueno, mártir", el párroco que se obligaba a "creer" en Dios, no porque realmente creyese con verdadera fe, sino porque veía en la fe (razón teológica) un instrumento para aliviar la angustia de los hombres.
Unamuno describió perfectamente, a través de su pequeña novela, el proceder de la razón que ya no cree en la verdad revelada (divina) pero se obliga a preservarla de manera instrumental para lograr la consecución de un fin último loable: librar a los seres humanos de la angustia.

Marx, como el párroco de Unamuno, fue consciente en todo momento de la gran mentira que era el marxismo; pero se obligó a justificarlo porque creía, firmemente, que solo en una sociedad donde triunfase el socialismo el ser humano sería liberado de sus sufrimientos.
Desde el celo dogmático y prepotente que demostró Marx, al proclamar "su verdad" como la única verdad universal (única conciencia verdadera), resultó inevitable que el bienintencionado socialismo se tornara prepotente y señorial; es decir, los bolcheviques guardianes de la cínica razón marxista actuaron como los prepotentes señores feudales que defendieron "su" verdad señorial, como los inquisidores que preservaron "su" verdad en Dios, como los jacobinos que proclamaron a golpe de guillotina "su" verdad en la diosa razón, o como los malvados burgueses que, a través del poder económico, impusieron "su" razón instrumental de la técnica y la ciencia.

Desenmascarar las falacias y el celo dogmático inherente al marxismo (bolchevismo) costó tantas vidas como desenmascarar el celo religioso de la razón teológica (inquisidor), el celo laico de la razón ilustrada (jacobino) o el celo científico de la razón instrumental (capitalista). En todas las edades de la razón convivieron los ilustrados que fueron fervientes creyentes junto a los grandes impostores cínicos que fueron conscientes en todo momento de la instrumentalización que se hacía de la verdad (razón) en aras de lograr fines últimos suprematistas.

Pero el SXX, con sus dos grandes guerras mundiales, el horror de los campos de exterminio (Hitler, Stalin, Pol Pot, Mao...) y la barbarie de las bombas nucleares lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, acabó definitivamente con cualquier rasgo de humanismo cándido.
Y la muerte del humanismo cándido, como antes la muerte de Dios, significó la desaparición de los últimos ilustrados que, además, fuesen fervientes creyentes: ya nadie podía creer en nada, porque nada tenía sentido. El humanismo (razón ilustrada) había dejado patente su gran capacidad para destruirse a sí mismo, y con él al ser humano.
La razón, a partir de entonces, ya solo podría ser cínica; pues ya solo se autolegitimaría desde el reconocimiento de su razón de ser particular, aunque ante las masas todavía se obligase, hipócritamente, a proclamarse como verdad o razón de ser universal.

Continuará...

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las tres edades de la razón.

Introducción.

Siempre, como suelo sostener, la vida precede a la razón; es decir, primero sentimos y experimentamos y, solo después, razonamos el porqué de nuestros sentimientos y justificamos racionalmente las acciones que de nuestro sentir se derivan.

Desde muy joven ya me resultaban "chocantes" (incomprensibles) las normas y reglas establecidas por los guardianes de la razón. Una de estas normas, o verdades socialmente normativizadas, era aquella que nos espetaban cuando, ante un agravio, chillábamos o respondíamos con verborrea beligerante ante una ofensa: "si gritas pierdes la razón", nos decían, como si por el hecho de no moderar nuestras formas y nuestro lenguaje, "domándolos y domesticándolos," nuestra lógica respuesta, del todo racional, mutara en irracional.
¿Pero cómo puede perderse la razón por el mero hecho de ser gritada alto y fuerte; por el hecho de ser defendida con enérgica pasión?
¿Acaso puede perderse también la verdad, dependiendo de cómo se argumente, se proclame o se defienda?

Tesis

Así, llegué a la conclusión, a través de una obligada y profunda reflexión, de que no existía ningún ser humano que fuese realmente irracional, sino que las descalificaciones a determinadas ideas y/o acciones, deslegitimadas como irracionales, eran producto del proceder autodefensivo del poder social (coactivo y represivo) y no tanto una conclusión lógica sustentada por imparciales argumentos de verdad. ¿Qué argumentos lógicos podrían demostrar que la razón se perdiese por el mero hecho de ser gritada enérgicamente? Ninguno.

Por tanto, la tesis que pretenderé defender y demostrar a continuación desvela una incómoda y peligrosa verdad:

Todos los hombres, en tanto que inteligentes, son inevitablemente racionales, morales y poseedores de la verdad. No existe hombre alguno que sea inmoral e irracional; no existe hombre alguno que carezca de "su" verdad.

Inteligencia y razón

Si nos obligamos a ser sinceros y honestos podremos hallar la verdad radical que se esconde detrás de esa supuesta esencia que subyace en el ente que es el ser humano y que le permite trascender su pura condición de animal: ser un animal de realidades en un mundo que hace suyo.
La verdad radical, fácil de comprobar si echamos un rápido vistazo a lo largo de la historia, es que el ser humano se ha erigido como especie dominante del planeta tierra. Esta verdad es incuestionable, y a partir de esta verdad irrefutable podremos preguntarnos: ¿cómo, por qué y para qué el ser humano se ha convertido en señor de "su" mundo?
¿Cómo ha impuesto su señorío el ser humano en el mundo? Pues a través del dominio, haciéndolo suyo.
¿Por qué? Porque ha podido y ha tenido la herramienta para poder hacerlo: la inteligencia.
¿Para qué? Para garantizar su autoconservación , perdurar en el tiempo y soñar con la eternidad.

Podríamos concluir, por tanto, que la esencia (sentido de ser) del ente humano reside en su voluntad de no extinguirse; en el deseo de perdurar en el tiempo ("lo inherente al ser es perdurar en el tiempo", Spinoza). Pero para poder ser y sobrevivir a las adversidades del ex-sistere (autoconservarse en el mundo) el ser humano debe dominar su entorno; debe controlarlo y hacerlo predecible. Es entonces, ante la necesidad de controlar y predecir su mundo, dominarlo al cabo, cuando el Dasein (ser-ahí) hace uso de una habilidad que le es propia: la inteligencia o habilidad de poder elegir (los demás animales no eligen, sino que responden automáticamente a estímulos del medio).
El hecho de tener que elegir la mejor opción para garantizar su autoconservación, de entre las múltiples posibilidades que le ofrece la realidad abierta, obliga al ser humano a realizar dos actos inherentes al imperativo de elegir (al imperativo vital de ser): razonar y justificar.
Vemos, así, que es el imperativo vital el que insta al Dasein (hombre inmerso en el mundo) a autoconservarse y sobrevivir; le insta a tener que elegir, es decir, le empuja a inteligir la realidad que le envuelve.
Inteligir supone, precisamente, analizar, evaluar y predecir las respuestas del medio (las consecuencias o efectos de las acciones humanas) para tener argumentos de peso que apoyen o rechacen tomar decisiones (elecciones). Así, las acciones y elecciones humanas requieren, primero, del uso de la razón (evaluación y análisis) y posteriormente de una justificación, aunque no necesariamente por este orden.

Cuento pedagógico.

Según mi tesis, primero sentimos y deseamos y solo después razonamos. Consideremos el siguiente ejemplo: un individuo, en un clan primitivo, siente el deseo irrefrenable de comerse las últimas reservas de comida. Este es un deseo vital imperativo, porque le obliga a hacerse con la comida para poder sobrevivir. El individuo en cuestión contemplará varias opciones (razonando) para hacerse con la comida:

Opción A: evalúa la posibilidad de robar la comida, sin más, cuando nadie le vea. Sabe que existe la posibilidad de ser descubierto. Tiene que decidir, entonces, si decide correr el riesgo de que los demás le descubran.

Opción B: decide que al llegar la noche matará uno a uno a los 10 miembros integrantes del clan. Sabe que, entonces, podrá hacerse con la comida sin ningún problema. Pero se da cuenta, razonando, de que existe la posibilidad de que él solo, sin la ayuda de los otros miembros del clan, tampoco pueda sobrevivir durante mucho tiempo (cazar, procurarse refugio y defenderse de los animales salvajes).

Estas dos opciones, robar y asesinar, son, a priori, racionales y morales. Y dichas opciones se postulan como posibilidades solo cuando nuestro individuo siente el deseo de comer. Las dos opciones se han servido de la razón para evaluar las diferentes posibilidades que ofrece la realidad abierta (las circunstancias). Y las dos opciones se han justificado (moralmente) a través del incontestable imperativo de supervivencia: robar o asesinar para comer, para sobrevivir, para poder seguir siendo.

Tanto dará que el individuo de nuestro ejemplo decida, finalmente, robar o matar, pues en ambos casos lo habría hecho a través del uso de su inteligencia o capacidad para inteligir (elegir), es decir, previamente habría razonando y justificando sus acciones. No podríamos decir, ante el proceder de semejante sujeto, que fuese irracional ni inmoral.

Conclusión: no podemos hablar de individuos irracionales ni inmorales, sino de individuos con mejores o peores razones para elegir una opción, y con mejores o peores razones para justificarla. De hecho, razón (elección) y moral (justificación) están tan estrechamente relacionadas entre sí que podríamos considerar que se dan conjuntamente coincidiendo en el tiempo.

¿Son siempre coincidentes razón y moral?

Yo creo que sí, que el ser humano tiende a argumentar (razonar) al tiempo que justifica su elección para legitimarla como buena. ¿Qué sentido tendría la elección de una opción que no fuese "buena" para uno mismo?
Volvamos atrás en el tiempo para imaginarnos a dos hombres prehistóricos que han descubierto que comiendo determinados frutos alcanzan un placentero estado de embriaguez; una sensación mágica que diluye su "yo" (ser-en sí mismo) en un todo místico y espiritual.
Ellos están seguros de que esos frutos son "buenos" para ellos, ergo su elección se justifica como moralmente buena. Sus razones son libres y están al servicio de sus respectivos placeres (sentidos).
Pero hete aquí que el chamán del clan los descubre, alegres y despreocupados mientras ríen, saltan y disfrutan de su eufórico estado.
El chamán, persona seria y responsable, pronto advierte que aquellos dos díscolos seres son un peligro para la autoconservación del clan. Aquellos inconscientes no solo tenían sus facultades visiblemente afectadas, sino que no mostraban interés por las actividades que debían realizar: cazar, pescar, fabricar rudimentarias lanzas de piedra... ¿Y si el resto de los miembros del clan también descubrían aquellos frutos embriagadores?
Pronto, el racional chamán, vio con claridad que la ingesta imprudente de aquellos frutos ponía en peligro la supervivencia del clan; pronto advirtió que tenía que dominar la situación para conservar y salvaguardar el futuro del clan.
Así, el chamán decidió secuestrar la razón individual de los homínidos que, libremente, decidían embriagarse, para supeditarla a la razón del grupo; para someterla al interés de lo común y lo colectivo. Entonces, dictó que comer aquellos frutos constituía un acto tan irracional como malo.
Pero el chamán, por más que razonó con los dos individuos que gustaban de embriagarse, no conseguía convencerles. ¿Por qué habría de ser más racional y bueno no comer aquellos frutos?
El astuto brujo, entonces, ideó la manera de imponer reglas y normas para "su" parque tribal; proyectó la manera de domar y domesticar los instintos de aquellos dos sujetos que iban de por libre: articular un sistema que fuese al tiempo coactivo y liberador.
La norma impondría una verdad: comer frutos embriagadores era malo. Y dicha verdad se argumentaría (legitimaría) a través de una creencia mágico-religiosa. Quienes violaran la norma serían castigados (coacción social mediante) pero quienes se mostraran fieles cumplidores de la misma serían recompensados a través de un rito ceremonial que, dos o tres veces al año, les permitiría transgredir la norma sagrada comiendo tantos frutos embriagadores como quisieran. Habían nacido el Derecho (deber de cumplimiento) y la festividad colectiva (oportunidad de trasgresión) a partir de la necesidad de domesticar a nuestros primeros antepasados; habían nacido las normas y las reglas sociales como instrumentos de dominio para autoconservar la pervivencia del clan, por encima de las libertades individuales, y convirtiendo todo aquello que fuese peligroso y amenazante para el clan en irracional y malo.

Esta pequeña pero didáctica historia ilustra cómo el ente social, la cosmovisión de un Dasein histórico, se apropia de la verdad en beneficio propio: para asegurar su dominio sobre la naturaleza y, así, garantizar la autoconservación de la razón de ser colectiva. Lo racional y lo aceptado moralmente será todo aquello que beneficie al clan, la tribu, la nación, el imperio; lo racional y bueno será todo aquello que asegure la supervivencia de una determinada razón de ser, de una determinada verdad.
La razón solo pudo erigirse en diosa todopoderosa y en verdad universal, cuando las primeras élites (primeros ilustrados con información y responsabilidad ontológica) decidieron hacer uso de su voluntad de poder para imponerla al grupo.

Epílogo.

Nuestro pedagógico cuentecillo estaría inconcluso si no explicásemos a nuestros pacientes lectores qué fue de aquel clan que, con el transcurrir del tiempo, devendría tribu, nación, e incluso imperio y civilización humana, demasiado humana.
Pues sucedió que, milenios más tarde, el clan creció y devino una numerosa tribu que entró en contacto con otras tribus; las tribus se organizaron en naciones y las naciones crearon imperios. Y los chamanes de cada imperio, ahora sabios ilustrados que servían a reyes y emperadores, cayeron en la cuenta de que lo que era racional y bueno en sus sociedades cerradas podía considerarse irracional y malo en otras sociedades vecinas. ¿Qué era verdad y qué era mentira, se preguntaron atónitos y perplejos?

LAS TRES EDADES DE LA RAZÓN

El poder para decidir qué es bueno y qué es malo, o qué es moralmente aceptable o inaceptable, no emana directamente de quienes lo ostentan (reyes, emperadores o políticos). No, el poder emana del Dasein histórico a través de todos los medios (órganos e instituciones) que el ser colectivo desarrolla (tradiciones, ritos y ceremonias...) para domar y domesticar los apetitos particulares (el ser en sí individual); y todo por tal de salvaguardarse a sí mismo. Se trata de someter, reducir y domar las libertades individuales (ser-en sí) por tal de garantizar la seguridad que nos ofrece el ser colectivo o Dasein histórico.
Pero no puede haber poder si, primero, no hay una verdad en la que creer; una verdad que pueda ser amada y defendida; una verdad por la que morir si fuese necesario.
Y tampoco son los reyes, ni los emperadores ni los gobernantes de turno quienes hallan o construyen las verdades, sino los pastores del ser.
Siempre han sido individuos excepcionales (pastores del ser) los que han sabido ver la verdad, desvelándola y desocultándola de entre las muchas posibilidades ofrecidas por la realidad abierta. De hecho, siempre ha sido un puñado de pastores quienes han decidido cómo y para qué domesticar al ganado humano. El genio, susceptible de ser aceptado o no por los intereses y voluntades de una determinada sociedad (Dasein histórico) en un determinado contexto histórico, ha sido siempre el artista creador de verdades, ya fuere a través de vías de revelación (teológicas) , vías de descubrimiento (pensamiento místico-reflexivo y metafísico) o vías constructoras (a través de la lógica y la ciencia); todas vías racionales, en tanto que todas son producto de la razón humana.

Las edades de la razón ilustrada (en manos de grupos selectos) ha ido evolucionando a lo largo de la historia, en un proceso dialéctico a través del cual lo racional de una época determinada era superado tras ser desenmascarado o desvelado como irracional.
Las tres fases o edades de la razón serían las siguientes:

1º Razón señorial- prepotente
                                                                                                     
2º Razón instrumental- pragmática
                                                                                                     
3º Razón cínica- hipócrita

La superación de la razón señorial prepotente, por parte del Dasein histórico, solo fue posible a partir de un previo desenmascaramiento, es decir, solo pudo superarse cuando la misma razón ilustrada de "otra" época fue consciente del carácter obsoleto y anacrónico de la Razón predecesora. Y desde el momento en que la nueva Razón desenmascara y deja en evidencia lo "absurdo" de la antigua Razón, esta última pasa a ser irracional. Así, para los primeros hombres prehistóricos era completamente racional rendir culto a las fuerzas de la naturaleza. Dicha necesidad de celebrar ritos y ceremonias se legitimaba a través de la razón, como no podía ser de otra manera. Pero solo cuando el Dasein histórico de pueblos más avanzados descubrió, ideó o construyó (tanto da) la idea de Dios, la antigua razón mágico-mística pasó a considerarse irracional.
De la misma manera, la Razón del Dasein histórico de la Edad Moderna desenmascaró la Razón religiosa (creencia en Dios) como errónea, indemostrable y, en definitiva, anacrónica: se imponía la Razón científica y, por tanto, el creer en seres divinos pasaba a considerarse irracional.

Continuará...