domingo, 3 de septiembre de 2017

La psicología como antropotécnica de domesticación.

Introducción.

Un "leído ilustrado" es un humanista civilizado y endiosado en la soberbia de quienes creen pertenecer al círculo de los alfabetizados.
Decía Peter Sloterdijk que el humanismo, en sus orígenes, se constituyó como un reducido "club" de alfabetizados; un reducido círculo elitista formado por quienes sabían leer y, por tanto, se erigían en custodios del saber. Dicho círculo fue ampliándose a lo largo de la historia, a través de un constante esfuerzo por universalizar y transmitir al conjunto de la humanidad el saber que solo era accesible a unos pocos elegidos.
El primer ministro francés, Édouard Philippe, ha escrito un libro con un título muy "sugestivo" al respecto de lo que hablo: "Des hommes qui lisent". El título resulta en sí mismo muy significativo. El autor podría haber titulado su obra como "Les hommes qui lisent" (los hombres que leen) , pero ese "des", que podríamos traducir por "aquellos", o los pocos hombres que, entre muchos, leen, vuelve a hacer hincapié en ese carácter de grupo selecto propio del círculo de los alfabetizados, o ilustrados, como se prefiera. No todos los hombres leen.

¿Quiénes pertenecen al club de los alfabetizados?


La pregunta no es en absoluto baladí. El primer ministro francés, por lo visto, asegura que él mismo se convirtió en convencido liberal por haberse obligado a cuestionar, leyendo mucho, las "verdades" que, a través de la pedagogía social, había recibido. Nada que objetar. De hecho, yo mismo he seguido una trayectoria intelectual (permítaseme la soberbia) muy parecida. Me declaro convencido liberal, pero con matices que corrigen el exceso de "idealismo" (liberalismo puro) y que, ahora, no viene al caso comentar.
Pareciera que Édouard Philippe nos dijera que solo a través de la lectura podríamos llegar a "ilustrarnos", no solo para pertenecer al selecto club de los alfabetizados (civilizados humanistas), sino, más importante aún, para formar parte de los guardianes que custodian la Verdad (con mayúsculas).
¿Y qué verdad custodian nuestros humanistas ilustrados? Pareciera que Édouard Philippe se estuviese refiriendo a la "verdad liberal". Pero haciendo memoria, recordé a otro "ilustrado", español en este caso, y de cuyo nombre no quiero acordarme, que, para referirse a quienes pertenecían al selecto club de los "buenos y justos" humanistas, los denominaba leídos marxistas.

Está claro que para pertenecer al club de los alfabetizados hay que leer mucho, hay que ser una "persona leída"; en este crucial punto coinciden el primer ministro francés (liberal)  y nuestro "anónimo" intelectual marxista. Sin embargo, resulta obvio que la verdad que debe ser custodiada (liberalismo vs marxismo) no es la misma para ambos ilustrados, de lo cual cabe concluirse que "diferentes" clases de hombres, por mucho que lean, harán suyas diferentes verdades a las que guardar celosamente.
Pero la verdad, no lo olvidemos, no solo debe ser guardada, sino, más importante aún, debe ser transmitida e inculcada en las masas, debe ser aceptada por la mayoría de los hombres que no leen o que no se obligan a leer lo suficiente. Por esta razón, el ilustrado primer ministro francés aboga por articular un sistema educativo orientado a acrecentar el número de hombres que lean. ¿Pensará que, así, la verdad liberal hará libres, mejores, más buenos y justos a los ciudadanos? También Marx creyó firmemente que la verdad marxista, "su verdad", haría libres a los hombres, más buenos y justos.

Inculcar verdades.


Si la verdad pertenenece a los leídos, a los ilustrados y civilizados humanistas, y estos desean que "sus" respectivas verdades sean adoptadas por todo el conjunto de una sociedad, los guardianes de dichas verdades deberán valerse de antropotécnicas civilizadoras, es decir, deberán servirse de herramientas que les permitan transmitir sus verdades (cosmovisiones ideológicas) para aumentar (universalizar) el círculo de los alfabetizados (hombres que leen y saben).
La primera y más importante herramienta (antropotécnica) que utilizan los hombres para civilizarse a sí mismos y a otros hombres (domarlos y domesticarlos en una verdad) es la que adopta la forma de un sistema educativo encargado de alejar a las masas de la barbarie de los "brutos" (no leídos) y, así, acercarlos a las bondades de los buenos civilizados (ya leídos y, por tanto, ya domesticados).
Pero el sistema educativo tan solo es un conjunto de granjas-escuelas (Peter Sloterdijk) destinado a engordar y cebar ganado humano (domarlo y domesticarlo) en determinadas "verdades". Y de nada sirve un entramado educativo, por numerosos que sean los recursos materiales de los que disponga, si, primero, no hay un "alma o espíritu" que le dote de esencia y/o significado; si primero no hay una conciencia colectiva verdadera que sea deseada por las masas.

Efectivamente, los no leídos tienen que ser seducidos y convencidos de que necesitan leer, de que necesitan aprender y conocer para poder pertenecer al selecto círculo de los alfabetizados. Pero para poder convencerles de que es necesario leer, aprender y saber, hay que lograr, primero, que los futuros lectores estén dispuestos a esforzarse y sacrificarse.

¡He aquí el gran obstáculo con el que chocan todas las conciencias ilustradas que necesitan fervientes creyentes para sus verdades institucionalizadas!
Desde tiempos inmemoriales, las élites ilustradas han despreciado a las masas ignorantes, pero no tanto por la ignorancia intrínseca a las mismas, que también, como por la indocilidad y rebeldía que éstas mostraban ante las verdades que debían ser conquistadas con sacrificio y esfuerzo.
Las masas no desean esforzarse ni sacrificarse, sino satisfacer sus apetitos más particulares (individuales) con el mínimo trabajo posible, si ello fuere posible.

¿Cómo lograr el autosacrificio voluntario de un individuo?


Las antropotécnicas destinadas a lograr domar y domesticar (civilizar) al ser humano han ido perfeccionándose a lo largo de la historia. El primigenio poder coactivo, sustentado en el uso de la fuerza, solo requería herramientas rudimentarias, tales como látigos, grilletes, galeras y mazmorras, para poder controlar a las masas y, así, conseguir que los individuos aceptaran determinadas verdades. Muy pronto, sin embargo, las conciencias ilustradas entendieron que las antropotécnicas coactivas, que abusaban del uso de la fuerza, no eran tan eficaces como las antropotécnicas seductoras para conseguir que las voluntades individuales se doblegaran ante la suprema voluntad de una verdad institucionalizada.
El círculo de alfabetizados, los "leídos humanistas", entendieron que, efectivamente, el saber era poder, pero ¿sobre qué necesitaban saber y aprender para lograr el sacrificio voluntario de los individuos? Pues necesitaban conocer y comprender la psicología (psicodinámica de la conciencia) no solo de las masas, sino de la generalidad de los individuos. Las nuevas antropotécnicas entendieron que el trabajo de convencer y seducir a las masas, para que se sacrificaran, precisaba del concurso voluntario de cada individuo. Es decir, las conciencias ilustradas descubrieron que tenía que ser el propio individuo quien se exigiese (coaccionara) a sí mismo y, mejor aún, que se sacrificara por una idea y/o causa creyendo firmemente que su autosacrificio era voluntario y fruto de su libre elección.

La psicología como antropotécncia de domesticación.


Los primeros conocedores de la psicología humana descubrieron muy pronto que el miedo era un rasgo inherente a todos los seres vivos, una emoción primaria destinada a preservar y autoconservar la vida del individuo. Entendieron que los peores miedos del ser humano eran los que se generaban desde la desesperanza ante la muerte, el dolor y el sufrimiento.
Pronto, muy pronto, las conciencias ilustradas, ya fueren religiosas y/o ideológicas, comprendieron que para que los individuos superaran sus miedos primarios debían generar esperanzas, es decir, debían creer en susgestivas posibilidades de salvación.
Solo un creyente puede llegar a autosacrificarse voluntariamente (libremente) en aras de defender una verdad, confiado, paradójicamente, de que su sacrificio supondrá, al tiempo, su salvación.

¿Cómo elaborar una magnífica antropotécnica capaz de seducir y convencer a los individuos de que son realmente libres?
Pues conociendo, primero, la psicología humana o lo que, en términos más filosóficos, dio en llamarse conciencia individual y las primeras religiones denominaron alma.

El Yo.


¿Qué es el Yo? Podríamos definirlo como la conciencia que de sí mismo tiene cada individuo. Todo individuo "se sabe y se reconoce" como verdad incuestionable (cogito ergo sum). La verdad del Yo es la primera certeza que tienen los individuos en el ex-sistere (ser-ahí que es el mundo), porque son ellos mismos quienes, valga la redundancia, tienen conciencia de sí mismos; saben que son una realidad en-sí-misma, un ser-en sí.
Así, el Yo es un dios en sí mismo, la razón de ser o verdad primera que, sabiéndose única e irrepetible, reconoce en la vida (su propia perdurabilidad temporal) la única verdad radical. Pero la verdad radical que es la vida (perdurabilidad del ser) no puede entenderse sin la muerte (no-ser). Por esto mismo, la segunda certeza que tiene el Yo, tras reconocerse como un ser-en sí, es que también es un ser para la muerte (Heidegger). El Yo reconoce la tragedia, el sinsentido, de que "su verdad" (la verdad de ser en-sí mismo) se perderá en la nada y dejará de ser, lo cual le generará miedo e incertidumbre (inseguridad) y le provocará angustia existencial.

Las conciencias ilustradas, los leídos alfabetizados, comprendieron que había que domar, controlar y domesticar los miedos individuales, a la postre los causantes de las angustias de las conciencias individuales. Controlando los miedos individuales podrían controlar, también, los miedos colectivos.


Negar el miedo.


No hay que tener miedo, esta es la primera máxima que inculcan todas las conciencias colectivas a las diferentes conciencias individuales a través de la pedagogía social. Los ilustrados leídos saben que si erradican los miedos de las masas estas quedan paralizadas, pacificadas en definitiva y, por tanto, sumisas y controladas.
Un individuo con miedos irracionales e incontrolados es un peligro para otros individuos, pero una masa que actúa movida por el miedo es un peligro para todo el ente social.
Las conciencias ilustradas han descubierto muchas maneras de negar los miedos y de convencer a las conciencias individuales de que no hay que tener miedo. Veamos algunos ejemplos:

Miedo a la muerte: superar el miedo a la muerte (segunda certeza reconocida por la conciencia individual) ha sido históricamente la empresa a la que con más empeño se han dedicado las antropotécnicas civilizadoras. Para ello, las religiones sobre todo, se encargaron de hacerles creer a las masas (primer engaño terapéutico institucionalizado) que sus respectivas conciencias individuales, singulares e irrepetibles, alcanzarían otra vida tras la muerte.
La promesa de vida eterna, pero, conllevaba implícita una exigencia: el sacrificio voluntario de la conciencia individual (la pérdida de su libertad). Si un padre (Abraham) está dispuesto a sacrificar a su propio hijo, no dudará en sacrificar su propia vida por mor de defender una idea o causa convertida en creencia. Solo los creyentes son susceptibles de aceptar el propio autosacrificio.

Miedo a las incertidumbres: pero a medida que el ser humano se fue emancipando de las antropotécnicas religiosas, se hizo necesario que nuevas técnicas de domesticación ocuparan el lugar de las mismas. No tardaron en surgir las ideologías de la felicidad o de la liberación (segundos engaños terapéuticos institucionalizados), que entendieron que muerto Dios (Nietzsche) ya solo cabía apelar al sacrificio de las masas proponiéndoles a estas, a cambio, nuevas promesas de esperanza, ya no tanto de salvación (vida en otro más allá) como de paz y seguridad en la tierra.
Los psicólogos comprendieron que la mejor antropotécnica, tras la posmodernidad, sería la que proporcionara el mayor grado de felicidad al mayor numero posible de individuos (utilitarismo de William James) y los más refinados conocedores de la psicología humana (Marx, mucho más refinado que Freud) comprendieron que la felicidad debía gozarse en el discurrir de una vida terrenal o mundana, que no celestial ni psíquica (terapia psicoanalítica).
Sin embargo, las nuevas promesas de felicidad también llevaban implícitas exigencias de autosacrificio individual, tales como esfuerzo para aprender y mejorarse personalmente. El marxismo, de hecho, despreciaba tanto al lumpemproletariado (subproletarios sin conciencia de clase) como la élite buguesa despreciaba a las masas indóciles incapaces de esforzarse para ser mejores. Todas las conciencias ilustradas, leídos liberales y marxistas, son, al cabo, herederos de la moral Occidental que, desde la antigua Grecia y la vieja moral judeocristiana, creen que el "saber por el saber" (última trampa de la moral en el parecer de Nietzsche) es la máxima virtud a la que debe aspirar toda conciencia individual. Es decir, hay que aspirar a ser un "leído humanista", no importa tanto si liberal o marxista, siguiendo la máxima agustina (judeocristianismo) del "conócete, acéptate, supérate", que se podría traducir fácilmente por "esfuérzate y sacrifícate".

Miedo al fracaso: cuando las masas "olvidaron" el miedo a la muerte (no es lo mismo olvidar que superar) y se sintieron satisfechas en sus felices vidas cotidianas (al menos en las sociedades occidentales de los estados del bienestar) se convirtieron en animales de lujo (Peter Sloterdijk); cada conciencia individual autoafirmó al diosecillo engreido que llevaba dentro, y lo dejó libre, con tanta necedad como soberbia, para exigir que su último miedo fuese negado: el miedo al fracaso.
¡Los dioses no pueden fracasar!
Así, aparecieron nuevas antropotécnicas civilizadoras destinadas a saciar los apetitos de señorío y endiosamiento de cada conciencia individual (tercer engaño terapéutico institucionalizado).
En muchas sociedades occidentales actuales no se permite el fracaso. Los sistemas educativos se han olvidado de las exigencias del humanismo tradicional que pedían trabajo y sacrificio a cambio de bienestar, seguridad y felicidad.
Nunca, como hoy, fueron tan necias las masas, tan necias que se creen dioses con derecho a todo sin dar nada a cambio. Nadie piensa en la muerte, hasta que le llega un cáncer o un infarto al corazón; pocos, muy pocos, se esfuerzan en aprender en sistemas educativos que tienen por norma facilitar el aprobado general, por tal de desterrar el miedo al fracaso de las aulas y garantizar la felicidad de los niños.
Los jóvenes reclaman sus derechos al trabajo, la vivienda y al bienestar pidiendo ayudas, subvenciones y prestaciones sociales. No pueden esforzarse para lograrlos, porque nunca les enseñaron cómo sacrificarse. No tienen miedo a la muerte, ni a las incertidumbres ni al fracaso, y si tienen miedos, no han podido aprender a superarlos, porque tampoco les enseñaron cómo hacerlo.

Conclusión


Las diferentes antropotécnicas humanistas, herramientas terapéuticas institucionalizadas por las conciencias ilustradas, comprendieron la psicología de los individuos, conocieron sus miedos y sus angustias, y optaron, siempre y en todos los momentos históricos, por engañarles terapéuticamente por tal de "civilizarles", es decir, por tal de domarlos y domesticarlos y, así, pacificar y controlar a las masas. Descubrieron que el mejor engaño era el autoengaño al que se obligaba el propio individuo; el autoengaño que, sutil y hábilmente, era programado (mediante condicionamiento social) por los leídos pertenecientes al círculo de alfabetizados, los ilustrados humanistas.
¿Cuál puede ser el futuro de una sociedad que se niega a reconocer sus miedos?
Recientemente, tras el atentado islamista en Barcelona, miles de conciencias individuales se autoengañaron y decidieron proclamar al mundo que ellas "no tenían miedo". ¿No tenían miedo o no querían reconocer sus miedos?
Alguien, llegados a este punto, podría rebatirme recurriendo a las antropotécnicas de nuestro actual humanismo ilustrado, para señalarme que he escrito "atentado islamista" y no "yihadista". Se trataría de domar, así, mi conciencia individual para que mi "opinión" no trascendiera al resto de conciencias individuales, pues de lo que se trata es de afirmar la verdad de la conciencia colectiva (verdad institucionalizada), la cual defiende que no es lo mismo Islam que yihadismo. Y, sin embargo, en el Corán (libro sagrado del Islam) se reconoce explícitamente la obligación de todo buen musulmán de practicar la "lucha santa" (yihad).
Así, se niega una verdad y se niega el derecho legítimo a tener miedo al Islam, y se consigue una masa dócil y pacífica, civilizada y domesticada, engañada y que se insta a autoengañarse para seguir siendo feliz, no obligándose a pre-ocuparse, es decir, se consigue un cuerpo social que reniega del deber de ocuparse con antelación de su devenir futuro y del de las futuras generaciones.

martes, 30 de mayo de 2017

"Dialéctica de la Ilustración" de Horkheimer y Adorno (parte II)


Introducción.

El prólogo de 1969 (tras la derrota del nazismo) indicaba que la teoría de la DI atribuía a la verdad un momento temporal, es decir, señalaba que la verdad sería aquella institucionalizada y reconocida por el Dasein histórico en cada período histórico concreto.
Antes, en el prólogo de 1944-1947, la DI se proponía comprender por qué la humanidad, en vez de entrar en un verdadero estado humano (humanismo) se hundía en un nuevo género de barbarie (en alusión al nacionalsocialismo).

La tesis era la siguiente:

El pensamiento triunfante, en cuanto abandona su elemento crítico, se convierte en instrumento de lo existente (pensamiento dominante).

Tras la II GM no serán necesarios los censores para garantizar la supremacía de un pensamiento dominante, ya que toda la sociedad, a través de la opinión pública, actuará, de facto, como gran censora.
Las masas son educadas técnicamente (pedagogía y condicionamietno social) para caer en el despotismo.
La falsa claridad, expresión alternativa del mito, consistirá en una ocultación a través de la familiaridad del concepto. Heidegger se refirió, de forma parecida, a la vida inauténtica del Das-man, donde la vida cotidiana (institucionalizada) impedía la pre-ocupación por el sentido del ser.

La vida actual tecnificada, al tiempo que domina la naturaleza, también domina al hombre. Entonces el espíritu del hombre se desvanece y se convierte en bien de consumo; el hombre se transforma en consumidor de bienes, pero también en un bien cultural universalizado, domesticado y "entontecido" al mismo tiempo, por las antropotécnicas civilizadoras de la ideología de turno.

Capítulo I, concepto de Ilustración.


El objetivo primero de la Ilustración consiste en liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Y para ello, la Ilustración pretende disolver los mitos y la imaginación mediante la ciencia.
El saber para dominar la naturaleza instrumentaliza el saber como poder; poder para dominar el medio físico, pero también para domesticar (civilizar) a los hombres.
Este saber, entendido como saber como poder, se remonta a las consideraciones de Bacon y Lutero, para quienes no importaba la satisfacción en alcanzar la virtud de la verdad (el conocimiento por el conocimiento), sino la operatividad de la misma. Había que saber para poder hallar los procedimientos más eficaces, para trabajar y obrar logrando hacer, es decir, consiguiendo consumar la idea en hecho.

Las primeras cosmologías presocráticas intentaron racionalizar las causas primeras (agua, tierra, fuego...), pero, a partir de Platón, los dioses fueron absorbidos por el logos filosófico. La razón se impuso al mito imaginativo, pues, desde siempre, la Ilustración vio en el mito la proyección de lo subjetivo en la Naturaleza (los dioses tienen forma de hombre porque los hombres los crearon - Jenófanes- ).
la Ilustración, por tanto, no acepta la subjetividad, sino que pretende reducirlo todo a una unidad objetiva o conocimiento universal. A través de la razón y la lógica, la Ilustración crea sistemas para reducir la historia a hechos y las cosas a materia.

Paradoja: los mitos víctimas de la Ilustracion (logos filosófico) ya eran producto de la propia Ilustración. No podía haber mito sin logos; sin las narraciones y explicaciones que representaban e interpretaban el mundo. El mito ya tenía como objetivo primero someter el mundo al hombre, es decir, dominarlo ("...que los hombres manden en los peces del mar y en las aves del cielo.").
Así, la esencia (sentido y significado) de las cosas mundanas se reducirá a materia o substrato de dominio; el ser de la cosa-en-sí se convertirá en el ser-para-él (para el hombre).

La Ilustración evoluciona y se perfecciona a lo largo de la historia, disolviendo las verdades de determinados períodos históricos, crítica mediante, y sustituyéndolas por nuevas verdades más acordes con el logos o la razón imperante del momento.

Evolución histórica de la Ilustración.

La verdad postulada por la magia, todavía religada al mundo y respetando la esencia de la cosa en-sí, fue sustituida por la verdad del mito, que, en tanto ya era Ilustración, se ensoñoreaba del mundo. Frente a la trascendencia, se impodrá el principio de la inmanencia: todo acontecer es repetición (ciencia empírica) y solo hay autoconservación que implica que lo distinto se iguale.
La autoconservación exige repetición del fenómeno y la igualación de lo distinto; no cabe la injusticia de lo diferente.
Será esta obsesión de la Ilustración por negar lo diferente, la que paradójicamente, al tiempo que liberará a los hombres dándoles un sí-mismo particular, los someterá y dominará (domesticará) igualándolos (uniformándolos) a los demás hombres (ej: comunismo).
La Ilustración, en tanto que antropotécnica civilizadora y domesticadora, nunca reconoció del todo la singularidad o diferencia del ser-en-sí mismo, por lo que articuló normas y reglas para el parque humano, es decir, necesitó hacer uso de la fuerza del derecho coactivo (coacción social).
La unidad del colectivo manipulado, pedagogía social mediante, siempre supone la negación de cada individuo particular.

No podemos decir, por tanto, que los totalitarismos (nazismo y comunismo) sean recaídas en la barbarie, pues, muy al contrario, significan el triunfo del humanismo más ilustrado y civilizador, criador y domesticador de hombres, que imponen la igualdad represiva.

La conciencia del ser-en-sí del individuo (pensamiento) reconoció tempranamente "su" verdad (existía en tanto se pensaba a sí misma), pero no podía tener certeza de la verdad del ser-en-sí de las cosas; no podía acceder a la esencia trascendente que en las cosas era más que su realidad ya conocida. Heidegger se referió al ser del ente, una verdad esquiva que se mostraba al tiempo que se ocultaba, y que Zubiri reconoció como una realidad que era más que la suma de sus partes.
El hombre primitivo experienció la complejidad enigmática del ser, o de la realidad abierta ante él, como algo sobrenatural, como sustancia espiritual que era inaccesible a través de sus órganos sensoriales.
Así pues, el hombre sumido en el enigma de lo sobrenatural, desdoblará la naturaleza, reconociéndole a esta un ser de la cosa aparente observable (accesible a los sentidos) y una esencia o espíritu que dará lugar al mito.
La angustia ante el enigma y la complejidad del ser, ante la vida y la realidad abierta, instará al ser humano a desarrollar una dialéctica que enfrentará la naturaleza (lo aparente) vs el mito (la esencia o espíritu).
La razón ilustrada creerá que para superar la angustia, la pre-ocupación por la cuestión del ser (Heidegger), o el problema teologal (Zubiri), bastará con dominar la naturaleza, es decir, bastará con saber y conocer (ciencia) por tal de disolver al mito y la verdad trascendente que este representa. La Ilustración pretenderá separar ciencia y poesía para, así, superar los relatos míticos, y para ello se apropiará del lenguaje, que pasará de la palabra al lenguaje científico y de este al puro cálculo (método científico).
Cada uno de los dos principios aislados, Ciencia y Arte, conduce a la destrucción de la verdad. Ya Platón proscribió la poesía con el mismo desdén que el positivismo proscribe al idealismo. Desde entonces, el arte es un proscrito, pues se sustrae del contexto de la realidad aparente para entrar en contacto con lo mágico. En la obra de arte se desdobla la cosa en apariencia y en esencia o sentido que se desoculta a través de la misma creación artística (Heidegger).
El protestantismo creyó hallar el principio trascendente de la verdad (su esencia) aferrándose a la palabra (logos), pero Heidegger sostuvo que el ser era inaccesible a través del lenguaje formal y tradicional, y que era necesario recurrir al lenguaje poético.
Al final, hallar la verdad siempre será cuestión de fe, ya sea teniendo fe en la religión o en la razón.

La Ilustración, sin embargo, identifica el pensamiento con la matemática (ciencia) y eleva a las matemáticas a instancia absoluta e incuestionable. Pero, como bien señaló Husserl, al matematizar la naturaleza, la naturaleza pasa a ser idealizada, convirtiéndose el pensamiento en instrumento.
El positivismo, erigido en juez de la Razón Ilsutrada, no aceptará el estudio de mundos mágicos, religiosos o metafísicos, pues no desea salir de su círculo materialista-realista.

Kant concluyó en la "Crítica de la razón pura" que lo que puede ser penetrado por la ciencia no es el ser. Así, la Ilustración se centrará tan solo en el dato, en el proceso científico de la repetición que no va más allá de lo objetivo. Y el mundo se verá, siguiendo a Kant, como un gigantesco juicio analítico.
De esta manera, la razón ilustrada reifica (cosifica) las almas. Y los individuos, convertidos en "cosas", hacen lo que la sociedad espera de ellos (alienación). El individuo es programado socialmente, normativizado y domesticado. De lo que se trata es de que el propio individuo, sin ser consciente de ello, acepte su propia autoalienación, para, así, lograr su autoconservación (seguridad y protección). La tecnología (antropotécnica) convertirá al individuo en instrumento al servicio del fin social.
Las normas y reglas, coacción social, exigen sumisión, pues solo en tanto el hombre es dominado puede este, al tiempo, garantizar su autoconservación.
A través de la subordinación de toda la vida (naturaleza y seres humanos) a las exigencias de la autoconservación, la minoría que manda garantiza su propia seguridad y la del TODO.
Desde siempre, el hombre ha tenido que elegir entre la sumisión a la naturaleza o la sumisión a una sociedad que domine la naturaleza y le garantice su autoconservación.

Frase genial: De la inmadurez de los sometidos vive la excesiva madurez de la sociedad.

Los hombres son reducidos a simples seres iguales entre sí por el aislamiento en la colectividad coactivamente dirigida, ya que el poder del sistema crece sobre los hombres en la medida que los sustrae del poder de la naturaleza.
Solo si el espíritu (conciencia) se reconoce humildemente (humildad ontológica) como dominio puede disolver su pretensión de dominar. Todo espíritu-conciencia que se arrogue ser el único verdadero tenderá a no reconocer su pretensión de dominar en cuanto alcance el poder; se mostrará como una conciencia prepotente y cínica que lo único que hará será sustituir a un dominador por otro.
En este último punto subyace la crítica de Horkheimer y Adorno al marxismo:
El marxismo elevó la necesidad de justificar sus fundamentos degradando al espíritu (conciencia individual) y sometiéndolo por tal de aspirar a una cima suprema y utópica. Así, absorbió las libertades individuales, convirtiéndose con ello en un totalitarismo socialista.

viernes, 5 de mayo de 2017

Unamuno, hijos y proyectos vitales.

Introducción

Llega un momento en la vida en que, inevitablemente, hacemos un balance sobre nuestra existencia. Nos preguntamos si nuestro paso por el mundo habrá tenido algún sentido; evaluamos el éxito o fracaso de nuestros proyectos vitales y caemos en la cuenta de que mientras estuvimos viviendo estresados, y sacrificándonos para llevarlos a cabo, la vida se nos "iba pasando" mientras se nos llegaba la muerte.
Siempre olvidamos que tan solo somos "seres para la muerte"; vivimos endiosados, seguros de que, por fuer, nuestra existencia debe positivarse a través de una autorrealización personal que hemos de buscar estudiando, trabajando, esforzándonos, sacrificándonos...

Hijos

Puede parecer falso o pretencioso, pero la verdad (así lo creo yo) es que, en líneas generales, no me arrepiento de cómo ha transcurrido mi vida. Tomé decisiones erradas y otras acertadas, sufrí mucho y disfruté aún más. O no... no sé. Supongo que la percepción final, a la hora de hacer la lectura de nuestra balanza vital, depende de si nuestras formas de ser y de pensar tienden más al pesimismo o al optimismo existencial.
Yo bien sé que toda mi vida he sido, y sigo siendo, un pesimista irredento. He sentido el sentimiento trágico de vivir, doloroso y desgarrador, mucho antes de haber conocido la magnífica obra de mi admirado Unamuno. El maestro Don Miguel no me enseñó ni me descubrió nada, sino que me "salvó" de mi particular dolor mostrándome el suyo. En no pocas ocasiones, leyendo a Unamuno, he creído verme a mí mismo sintiendo y pensando lo mismo que él, haciéndome las mismas preguntas que él y dando las mismas respuestas que él.
Antes de leer "Niebla", y el hermoso pasaje en que Unamuno creyó vivenciar su propia muerte, sintiendo un frío escalofrío que le recorría la espalda, yo ya había experienciado esa misma sensación angustiosa en muchas ocasiones.
Cuando descubrí al filósofo Don Fulgencio, personaje de "Amor y pedagogía", dedicándose a calcular los años que vivieron los pensadores que más admiraba, también me recordé a mí mismo, siendo adolescente, realizando cálculos parecidos.
Cuanto más leía a Unamuno más me veía reflejado en él. Así, caí en la cuenta de que Unamuno no me gustaba porque fuese uno de los filósofos españoles más brillantes, que también, sino porque yo mismo era Unamuno y me enrogullecía de ser Unamuno.
Leer "Del sentimiento trágico de la vida" fue como leerme a mí mismo; significó encontrarme, cara a cara, con mis sempiternos pensamientos existenciales sobre la vida y la muerte.
Sí, sí, dejar huella en la eternidad y un legado para la humanidad es importante, pero más importante es vivir y perdurar, prolongar la ex-sistencia de nuestro ser en el mundo, mal que sea sufriendo y pasando calamidades. Mejor ser que no ser. Siempre se trata de la misma cuestión shakespeariana.
Y fue en su obra magna "Del sentimiento trágico de la vida" donde Unamuno nos habló de los hijos, de su razón de ser, que no es otra que la de permitir que nuestra existencia perdure a través de la de ellos.
Dicha creencia, de perdurar a través de nuestros hijos, no deja de ser un estúpido sentimentalismo, como lo denominara el propio Unamuno. ¿Pero qué le queda al ser humano indigente, que sabe que solo "es para la muerte", mas que consolarse, o autoengañarse, con terapéuticos sentimentalismos?

Justificando autoengaños

Para cualquiera que se obligue a ser mínimamente racional, resulta obvia la falsedad del autoengaño consistente en necesitar creer que nos perpetuaremos a través de nuestros hijos. Cualquier espíritu libre, celoso de la salvaguarda de su particular e individual yo, sabe que al morir no solo dejará de existir su materia corpórea, sino también su conciencia subjetiva, o alma, por decirlo más poéticamente.
La fantasía recurrente de imaginarnos muertos, ya fuere en un paraíso terrenal, o vagando libres por el universo convertidos en alguna suerte de energía, no tendría sentido alguno si no fuera porque dicha existencia postmortem abriría una maravillosa y ansiada posibilidad; la posibilidad de poder ser testigos del devenir vital de nuetros hijos.
¿Quién no se ha imaginado que, tras morir, se convierte en un espíritu etéreo que, desde el más allá, sigue curioso y expectante las vidas de sus descendientes?
A través del autoengaño de la inmortalidad fantaseamos para poder aceptar el tránsito de una existencia activa, en la que somos los protagonistas del drama que es nuestro vivir, a una existencia pasiva donde ya solo podríamos ejercer de meros espectadores.
Una vez muertos ya solo podríamos sentir, vivenciar y experienciar emociones a través de la telenovela que protagonizarían nuestros hijos y nietos y, por qué no, todas las sucesivas generaciones herederas de la "sangre de nuestra propia sangre".
Pero la fantasía o autoengaño también se reafirma a través de una promesa de esperanza; la esperanza de que, en otra vida, podremos reencontrarnos con todos nuestros seres queridos, con nuestros padres y con nuestros hijos.
¿No resulta realmente maravilloso comprobar hasta qué punto nuestra sed de inmortalidad, nos insta a urdir las más fantásticas e imposibles ensoñaciones?

Verdad en el autoengaño.

Sí, los autoengaños son fantásticos y resultan absurdos para las mentes más racionales, pero hay algo de verdad en la necesidad de instarnos a creer que nuestras vidas tendrán sentido en la medida en que estas puedan perdurar a través de las de nuestros hijos.
En toda creencia poética, mística o religiosa, subyace un imperativo vital, orgánico y material, que tiene una verdadera razón de ser; que tiene sentido y significado: el de posibilitar que el género humano perviva. Los individuos podrán morir, pero no así la especie humana. Por esta razón, los hombres, en tanto que padres, se sacrificarán por la especie a través del sacrificio al que se obligan por sus hijos.
El viejo Dios de los judíos entendió que si quería imponer su voluntad sobre los hombres de carne y hueso, estos tendrían que ofrecerle su bien más preciado: los hijos.
Abraham, el hombre domado y civilizado por la antropotécnica de la religión, se doblegó ante las exigencias de su Señor y se dispuso a sacrificar a su hijo en una pira funeraria; se dispuso a sacrificar a la vida misma en aras de rendir culto a una idea, a un sueño, a una locura de la razón humana. Y así, Abraham devino humano, tan humano que se olvidó de comportarse como un hombre de carne y hueso.
Y, sin embargo, los hombres de carne y hueso también aceptan el sacrificio, pero el propio, no el de la sangre de su sangre, no el de la carne que ha de ser promesa de vida y esperanza.
Llegados a cierta edad, quienes tenemos hijos entendemos que nuestro tiempo ya pasó. Los más sesudos psicólogos y psicoanalistas lo llaman la crisis de los 40, que bien podría ser en algunos casos la de los 50 o la de los 60. Comprendemos, al alcanzar estas edades "críticas", que ya hicimos por nosotros todo lo que debíamos o pudimos hacer. Y entonces, resignados, aceptamos que solo cabe seguir luchando por nuestros hijos. Aceptamos el maravilloso autoengaño de seguir viviendo dándolo todo sin esperar nada a cambio. ¿Cabe mayor sacrificio?
Sin embargo, a quienes hemos vivido toda la vida en una constante crisis existencial, no tiene que venirnos ningún "comecocos" a ponernos en orden las seseras, las cuales, por cierto, nunca estuvieron dormidas, sino, al contrario, siempre permanecieron despiertas y expectantes a los dictados del ser.
Las crisis normativizadas (reconocidas socialmente), de tener algún sentido, solo lo tendrían para quienes nunca se preocuparon por la cuestión del ser; servirían de "toque de atención" para quienes vivieron descuidados, ignorando a la de la guadaña, creyéndose dioses inmortales.
¿Pero qué han de decirles a los espíritus libres los curas y bachilleres guardianes de la razón, custodios de las normas y reglas del parque humano, que estos ya no sepan?
Los espíritus libres ya saben perfectamente que han de autoengañarse, sí o sí, pero lo harán de acorde con la verdad vivenciada en sus conciencias, y no conforme a los engaños terapéuticos institucionalizados por vulgares poetas y titiriteros al servicio de la pedagogía social.

martes, 18 de abril de 2017

Violación y suicidio en "Por trece razones".

Introducción.

Desde muy pequeño he tenido curiosidad por todo, por cualquier tipo de saber relacionado con el mundo y los seres humanos. Durante mi etapa de escolar recuerdo que devoraba y leía compulsivamente, lo mismo la literatura prohibida que mis progenitores escondían detrás de una estantería, que las revistas eróticas y satíricas de mi padre (Lib y "El Papus"); también alucinaba con las páginas de sucesos de "El Caso" y con su consulta sexológica, donde descubrí a Masters y Johnson muchos años antes de que me los presentaran oficialmente en la facultad.
Todo me interesaba.
Después de "empaparme" precozmente de lecturas para adultos, y tras la censura que mi madre impuso cuando ya fue demasiado tarde, me convertí en un voraz lector de cómics y de libros de ciencia ficción. Al llegar al instituto me aficioné, también, a la lectura de "revistas para chicas" (Vale y Súper Pop); lo mismo me las prestaban las compañeras de clase que se las pillaba a mi desprevenida  hermana.
Con los programas de televisión me pasaba lo mismo; podía quedarme "embobado" viendo "La Clave", mientras mi padre y mi hermano conspiraban contra mí para cambiar de canal y ver un aburrido partido de fútbol. Pero, sobre todo, podía pasarme horas y horas viendo dibujos animados (me encantaba el gato Jinks de "Pixie y Dixie").
La verdad es que, actualmente, también disfruto con mis hijos viendo "Hora de aventuras", "Historias corrientes" o "Gumball", una animación llena de humor inteligente. Siempre es sano, para lograr un buen equilibrio emocinal y estar a la última, no perder el hilo comunicativo y afectivo con las nuevas generaciones. Y lo último en series de tv, para telespectadores que aspiren a algo más que ver superhéroes con poderes sobrenaturales, se llama "Por trece razones".

Por 13 razones.

Mi hija, complicada adolescente allá donde las hubiere, me informó sobre la última novedad de Netflix: la serie de tv "Por trece razones", basada en la novela de Jay Asher. Ella ya se había leído el libro, pero no le gustó en exceso. Sin embargo, yo decidí ver la serie, porque el difícil mundo de la adolescencia siempre resulta tan interesante como enigmático para los padres.

La magnífica serie "Por trece razones", en la misma línea reflexiva que "Leftovers", nos sumerge de lleno en las vidas cotidianas de un grupo de adolescentes que serán, al tiempo, seres atormentados y "atormentadores", víctimas y verdugos de sí mismos y de los demás.
La serie hace suya y defiende con una gran calidad humana y artística (fotografía, guión, actuaciones...) la máxima de Hermann Hesse: "No digas de ningún sentimiento que es pequeño o indigno".
Por esto mismo,  este nuevo producto de Netflix es una serie inteligente que trata sobre los sentimientos y las emociones, pero en absoluto desde una perspectiva pueril o ñoña, sino desde un realismo que, por momentos, puede llegar a resultar angustiante para el espectador dispuesto a empatizar con el dolor de los personajes.
El error común de los adultos consiste en minimizar y quitarle importancia a esos pequeños e insignificantes sentimientos de los adolescentes; sentimientos que se nos antojan desbordados y desproporcionados. No entendemos que un problema, insignificante ante nuestros ojos de adultos, pueda ser vivenciado por un adolescente como algo trágico que le haga experienciar un dolor existencial insoportable. Tan insoportable como para hacerle fantasear con ideas suicidas o, incluso, conducirle al suicidio.

Catarsis introspectiva.

Siempre suelo decir que las mejores obras de arte, de cine y televisión, como en el caso que nos ocupa, son las que sugieren, las que permiten que las conciencias de los espectadores se abran a las diferentes posibilidades de sentir y vivenciar que les ofrece la realidad en la ficción.
Y "Por trece razones" logra, sobradamente, el objetivo de hacernos reflexionar a través de la ficción para, así, poder autodescubrirnos a nosotros mismos en nuestro singular y particular ser-en-sí, y también poder descubrir a los demás en el ser-ahí del ex-sistere.
Aunque es bien sabido que el ser humano es constitutivamente un yo individual, pero también un yo social y un yo histórico, no solemos reflexionar, al menos con suficiente atención meditativa, sobre cómo nuestra conciencia (yo personal) se relaciona con y en lo "otro"; cómo se socializa y llega a conciliar o equilibrar la verdad del sí-mismo con la verdad en y con los demás.
Sin embargo, la adolescencia es un período crítico de obligada reflexión; una etapa evolutiva en la que el yo egocéntrico del niño debe crecer para abrirse al mundo, a los demás y a la sociedad en general. Nadie puede escapar de esta dura prueba de fuego que es la adolescencia, y que exige crecer y madurar. Una etapa complicada, porque al joven que se desconozca por completo a sí mismo, le será muy díficil empatizar socialmente para poder conectar con los demás. Pero al adolescente encerrado en sí mismo, obsesivamente instrospectivo y celoso defensor de la verdad de un yo narcisista y prepotente, también le resultará casi imposible relacionarse satisfactoriamente en y con lo otro.

Lo más interesante de esta serie es que conseguirá que muchos adolescentes se identifiquen con el dolor y el sufrimiento de los jóvenes personajes; pero, atención, porque creo que para los adultos la serie abrirá muchas más posibilidades, pues ellos podrán volver a vivenciar (rememorar) cómo fueron sus adolescencias, podrán cuestionarse su rol actual como padres o, incluso, podrán juzgar la figura del orientador del instituto (personaje clave en la trama de "Por trece razones").
De hecho, toda la serie es, en sí misma, un gran juicio; un juicio bien orquestado a la moral y la ética, un juicio al concepto de verdad; un juicio a las víctimas y a los verdugos. Un juicio inteligente sobre el animal de realidades que es el ser  humano.

Hannah Baker

¿Cómo se ve a sí mismo un adolescente?
La mayoría de los adolescentes suelen ser muy severos consigo mismos; ven imperfecciones y defectos donde no los hay, o los sobredimensionan y exageran en caso de que los haya. Les resulta imposible obtener una autoimagen nítida y clara de sí mismos, por lo que necesitan verse y reconocerse a través de los diferentes espejos que les proporcionan los demás; a través de las miradas y, sobre todo, de las críticas y opiniones de los demás.
Hannah Baker, la protagonista de "Por trece razones", como todos los adolescentes, también necesitó conocerse a sí misma a través de las miradas y la opinión crítica de los demás. Lo tenía todo a su favor, pues era una chica guapa, simpática e inteligente que, además, comenzaba una nueva vida en una nueva ciudad donde tendría la oportunidad de conocer a nuevos amigos. Y, a pesar de todo ello, se suicidó.
¿Pero por qué se suicida una chica guapa, sociable e inteligente que, a priori, parece tenerlo todo a su favor para ser feliz y tener éxito en la vida?
La propia Hannah Baker nos dará las "trece razones" que, según ella, le condujeron al suicidio; nos explicará la verdad vivenciada (su verdad) que le instó a acabar con su vida.
Obsérvese que he escrito verdad vivenciada, porque la verdad, cuando hablamos de sentimientos, nunca es objetiva, sino que es un sentir experienciado que adquiere un modo de ser real en la conciencia individual de cada sujeto,
El hecho de que la verdad de Hannah sea una verdad vivenciada, única y personal, dificultará que pueda ser comunicada, tanto al resto de personajes de la serie como a los propios telespectadores. Por eso Hannah, en un intento desesperado por comprenderse a sí misma y salvarse del suicidio ("darle una última oportunidad a la vida") decidirá verbalizar su verdad, racionalizarla (dar razones) para buscar un sentido a su sufrimiento; para encontrar una salida alternativa al suicidio.

La verdad verbalizada.

La única razón por la que alguien se obliga a verbalizar, convertir en logos su íntima verdad vivenciada, es para compartirla con los demás.
Hannah desnudó su alma, su sufrimiento personal, para que este, ya objetivado, explicado y racionalizado, pudiera ser entendido por los demás. Pensaba Hannah, como piensa todo creador que busca la cura de un dolor personal, que cuando la verdad vivenciada es asumida socialmente adquiere carácter de universal; la verdad personal se convierte en más "verdadera" y auténtica, porque pasa de manifestarse como un modo de ser real, oculto en la conciciencia individual, a desvelarse como verdad en el ex-sistere, en y con los demás.
La verdad íntima desvelada adquirirá status de auténtica verdad en la medida que sea compartida con los demás, de la misma manera que se nos antoja que la verdad que ocultamos y no reconocemos (ante los otros) no podrá legitimarse como auténtica.
Hannah grabará en unas cintas de cassette las razones que le empujaron al suicidio, y dejará instrucciones para que dichas cintas lleguen a los protagonistas de las mismas: a todos aquellos chicos y chicas que, directa o indirectamente, tuvieron algo que ver con su fatídica decisión final. Así, la vivencia de Hannah se hará verbo, y el verbo se convertirá en Verdad.
Ya antes, sin embargo, Hannah ensayó otra vía artística y creativa para superar su dolor: la poesía. Pero cuando parecía que el descubrimiento de la vía poética podría salvarla de su angustia existencial, la sensibilidad blanda de Hannah, muy fácil y susceptible de ser herida, le impidió recorrer ese camino de salvación.

Perfiles de personalidad.

Ya hemos dicho que Hannah era una chica guapa, simpática e inteligente, pero ¿cómo era Hannah emocionalmente?
En mi opinión, Hannah era extremadamente sensible, poseía un marcado rasgo de sensibilidad blanda, fácil de herir.
A lo largo de todos los capítulos de la serie se suceden episodios en los que Hannah se siente herida y ofendida, no solo cuando objetivamente es agredida verbalmente por sus compañeros de instituto, sino también cuando interrelaciona con sus amigos más íntimos y estos no responden a sus expectativas afectivas o no muestran excesivo tacto emocional en sus conductas. Hannah se siente defraudada a menudo, sobre todo por su mejor amigo (Clay), que es un chico, también hay que decirlo, que no es demasiado hábil en las relaciones sociales y al que le cuesta empatizar con los demás e interpretar el entorno circundante.
De hecho, Hannah era una chica de una gran inteligencia emocional, pero que no tenía mecanismos de defensa resistentes para superar la frustración y la decepción que le generaban sus relaciones con chicos y chicas más primarios emocionalmente, más inmaduros, en definitiva, que ella.
El mejor amigo de Hannah, Clay Jensen, también era un chico muy inteligente, pero mostraba una importante inmadurez emocional. Esto exasperaba a Hannah, pues Clay era honesto y sincero, un chico imaginativo como ella y una persona de confianza. Pero Clay no captaba las sutiles señales que le mandaba Hannah, bien a través de códigos de comunicación no verbal o mediante guiños intencionados (bromas, mensajes con doble sentido...). ¡Tonto! ¿No ves que estoy por ti?, parecía decirle una y otra vez a Don Casco (mote que Hannah le había puesto a Clay). Pues no, Clay no lo veía, pues no era capaz de interpretar las sutiles señales del entorno, menos aún las de la íntima amiga por la que él sentía un gran afecto, pero, al tiempo, pensaba que estaba fuera de su alcance para llegar a ser algo más.

Negación de la verdad de Hannah

Ya hemos explicado cómo una verdad personal e íntima, que solo puede vivenciarse en la conciencia del sujeto, necesita ser compartida y reconocida por los "otros" para poder ser sancionada públicamente como Verdad objetiva.
Las trece razones que Hannah graba en una cassette constituyen, de hecho, la verbalización necesaria para que la verdad experienciada por ella sea reconocida por los demás (sus compañeros) como objetiva y real en el ser-ahí del mundo, y no solo en el ser-en-si de la conciencia de la propia Hannah.
Pero además de ser verbalizada, la verdad de Hannah necesita ser confesada para, así, poder "dar otra alternativa a la vida" y superar las tentaciones suicidas.

El papel de confesor, en la serie, le correspondió al orientador del instituto; un individuo que se obligaba a empatizar con el dolor de los alumnos, pero que, como quedó reflejado en la entrevista que mantuvo con Hannah, carecía de la formación propia de un psiquiatra o un psicólogo.
Cuando Hannah, armándose de valor, decidió confesarle al orientador la verdad de su violación, este, quizás, no estuvo a la altura de las circunstancias.
Pienso que la escena entre Hannah y el orientador (la última de las trece razones de su suicidio) es clave para entender la decisión final de la joven adolescente.
Hannah, desde luego, no supo verbalizar con suficiente claridad objetiva si había sido violada o, tan solo, se arrepentía de haber tenido una relación sexual confusa o insatisfactoria.
Efectivamente, los telespectaores sabemos que Hannah fue violada, por la sencilla razón de que fuimos testigos de su negativa (verbalizada) a tener relaciones sexuales con su violador. Pero Hannah no hizo nada, más allá de negarse, con voz trémula y débil, a tener sexo; no gritó, no forcejeó, no luchó para zafarse de su agresor, el cual, como se aprecia en la serie, mancilló a Hannah con relativa facilidad.
La manera en que Hannah le relata su vivencia al orientador, reconociéndole que no opuso resistencia, hace que éste dude sobre la veracidad que Hannah verbalizó, aunque la joven (insisto en este punto) dejara bien claro que ella le pidió a su agresor que parase y no consumase el acto de violación.
Cuando Hannah salió del despacho del orientador, esperó unos minutos fuera, con la esperanza de que el confundido orientador saliese detrás de ella y la "salvara", no ya solo aceptando su verdad, sino acompañándola y ofreciéndole apoyo emocional. No fue así.

¿Cuándo se produce una violación?

Desde el momento en que la voluntad de un individuo vulnera la de otro.
Yo lo veo como un conflicto entre voluntades. La voluntad del sujeto que impone sus deseos de poseer, agredir o humillar, contra el sujeto que no desea que su libertad sea vulnerada. Al final, siempre se reduce todo a la lucha entre el fuerte y el débil. Triste, pero cierto.

A lo largo de la serie se suceden dos violaciones, y en ninguna de ellas las chicas mancilladas oponen resistencia. En el primer caso, la chica yace inconsciente por embriaguez y el violador aprovecha la ocasión  para imponer su voluntad. Hannah, sin embargo, está consciente en todo momento; es más, está aterrada, paralizada y bloqueada, y solo acierta a decirle a su agresor que pare. No sabe cómo frenar a su agresor con contundencia y la violación se consuma ante la aparente pasividad de Hannah.
No importa que las dos víctimas, por causas distintas, permanecieran pasivas ante la agresión. Lo importante es que en ninguno de los dos casos fue respetada la libertad de las agredidas a negarse. La chica inconsciente no pudo ejercer, sencillamente, su libertad para decidir si deseaba o no mantener relaciones sexuales, pero Hannah sí ejerció su libertad para negarse, aunque fuese tímidamente y bloqueda por el miedo. Ninguna de las dos libertades de las víctimas fueron respetadas.

La violación de Hannah produce dolor en el telespectador, porque éste ya se ha convertido en cómplice de su sufrimiento a lo largo de varios capítulos. El espectador, que ya ha empatizado con Hannah, entiende que es un chica sensible y fácil de herir, pero, cuando llega la terrible escena de la violación, no puede por menos que exclamar: ¡Haz algo! ¡Grita, patalea, pide ayuda! Y, entonces, el espectador amigo no puede evitar, inconscientemente, culpar a Hannah y convertirse en su peor enemigo; porque Hannah le defrauda, la joven sumisa le falla y no responde como él hubiese deseado que respondiera; porque, en definitiva, la pasividad de Hannah duele mucho más que la violación en sí misma. La violación, al ser consumada sin resistencia, resulta doblemente dolorosa y terrible a los ojos del telespectador, porque no solo se vulnera la libertad de Hannah cuando dice "no", sino que, además, parece que la víctima legitime la agresión como una relación sexual consentida.
Esta aparente legitimación de la violación, malinterpretándola como una relación sexual consentida, constituye en sí misma una segunda violación.

Todo individuo que es agredido y humillado se siente culpable de ser como es; ser débil y no saber defender la propia dignidad e integridad personal ya es muy doloroso de por sí. Para cualquier víctima, cuya voluntad ha sido violada,  resulta bastante difícil vivir con la vergüenza de sentirse cobarde o fracasada como para, además, tener que soportar las miradas de quienes, quizás sin darse cuenta, les reprenden por su pasiva forma de ser; máxime si dichas miradas son las de sus seres más queridos.

Para los chicos que sufren acoso escolar, por ejemplo, resulta casi más dolorosa la mirada de desaprobación, cuando no de desprecio, de un padre herido en su orgullo, que las miradas burlonas y despectivas de los propios agresores. ¿Por qué tengo un hijo tan "nenazas"? se preguntan muchos padres en silencio aunque, en ocasiones, la rabia y la impotencia les hacen verbalizar sus sentimientos, arrojándolos, inmisericordes, a la cara del hijo que no responde a sus expectativas.
Toda víctima, máxime si es un joven adolescente, necesita comprensión y afecto; necesita apoyo emocional que le haga superar no solo la agresión, sino también la vergüenza y el desprecio que siente contra sí mismo.

En fin, una serie de tv inteligente, para ver, para reflexionar  y para sentir.



jueves, 30 de marzo de 2017

Cosmovisiones poéticas (parte III).

Introducción.

Acabé la segunda parte de mi reflexión, en torno a las cosmovisiones poéticas, refiriéndome a dos tipos de poetas que podríamos denominar poetas del habla y poetas del silencio.
No ahondaré en la dinámica psicológica que subyace en los poetas de la palabra, pues, ya desde Sócrates, Occidente ha evolucionado y se ha enseñoreado del mundo a través de la poesía o creación hablada. La razón hablada, argumentada y contrastada dialécticamente, ha servido tradicionalmente para legitimar las conciencias verdaderas. Así, la psicología inherente a dicha dialéctica se define por un narcisismo prepotente que, al tiempo, se esfuerza por enmascarar su prepotencia. La falsa humildad socrática ya fue desenmascarada por Nietzsche y, por lo tanto, no insistiré en señalar que la verdad en cada momento histórico ha sido la verdad institucionalizada como "buena y justa"; y que dicha verdad, primero, y forzosamente, fue la verdad original de la conciencia individual de un poeta que decidió, siguiendo los dictados de su ser, qué era lo "bueno y justo".
Para Heráclito lo "bueno y justo" era ser el mejor entre mil, pero Sócrates decidió que ser "bueno y justo" debía consistir en ser el más humilde entre los humildes. El hijo de la comadrona decidió que no bastaba con que la verdad fuese sentida, vivenciada y experienciada por una conciencia individual, sino que, además, la verdad de dicho "sentir" debía ser aprobada por la conciencia colectiva.


Caminos

Todo poeta creador de cosmovisiones es primero, y ante todo, un soñador. Para conseguir que lo que no-es pueda llegar-a-ser, hay que idear (crear) verdades. Y la verdad creada o hallada siempre, y en un primer momento, es verdad vivenciada y experienciada en la conciencia individual de un poeta.
Una vez que un poeta siente como suya - real y auténtica - la verdad experienciada en su conciencia, tendrá dos opciones: vivenciarla en soledad o compartirla.
Si decide vivenciarla en soledad, el poeta, cual Heráclito, preferirá alejarse del resto de la humanidad; buscará la íntima comunión de su Yo o conciencia individual con el todo; con el mundo, la vida y el ser. Por el contrario, si decide romper su silencio, deberá comunicarla: su verdad deberá ser hablada, deberá hacerse verbo (logos) para aspirar a ser reconocida, ya no como verdad particular e individual sino como verdad colectiva y universal.

El poeta, por tanto, podrá optar por vivir su verdad en silencio o podrá optar por compartirla. En ocasiones, pero, algunos poetas se esfuerzan mucho en compartir su verdad pero, finalmente, frustrados y desencantados, se recogen en sí mismos y deciden vivirla solamente para sí y en-sí-mismos.
Muchos son los caminos o vías (posibilidades) que la realidad abierta ofrece a los poetas. Lo único que la realidad, el mundo o el ser, les exige es trabajo para conocerse a sí mismos y, así, poder hallar o construir sus respectivas verdades.
Consideraremos tres caminos o recorridos necesarios para hallar o construir la verdad: el de la introspección, la creación y el del recogimiento.

Camino del autoconocimiento.

Los grandes poetas creadores de verdades son seres introspectivos necesitados de conocerse a sí mismos. Se preguntan por la verdad de su Yo o conciencia individual, pues saben, como supo Descartes, que, a priori, solo tienen la certeza de su ser-en-sí. Primero buscarán la verdad en su ser-en-sí, para, más tarde, conciliar la verdad de su conciencia individual con la verdad de su ser-ahí, en y con la realidad y el mundo. El poeta meditará y reflexionará sobre sí mismo, y analizará minuciosamente sus deseos, pero no podrá evitar, por tanto, verse obligado a elucubrar sobre el "bien y el mal" por tal justificar moralmente su verdad.
Obviamente, los poetas que a lo largo de la historia decidieron que solo les bastaba con vivenciar y experienciar su verdad, sin necesidad de comunicarla a los demás. fueron creadores anónimos de los cuales nada sabemos. Sospecho que las instituciones mentales siempre han estado llenas de poetas que fueron celosos guardianes de sus verdades.

Camino de la creación.

Una vez el poeta se conoce a sí mismo, íntimamente, podrá optar por transmitir su autoconocimiento (verdad experienciada como propia) al resto de conciencias individuales. Entonces, inevitablemente, tendrá que verbalizar el sentir vivenciado en su conciencia.
La verbalización podrá realizarse vía oral o escrita, pero, en cualquier caso, deberá adoptar la forma sublime de una confesión. Solo a través de un sincero reconocimiento de la verdad desnuda de su ser, la terapia psicoanalítica a la que se obliga todo poeta le permitirtá vivir en su verdad, que será tanto como vivir en la verdad, pues la verdad está en todos y cada uno de nosotros.
Toda obra escrita es una confesión; la confesión de una conciencia individual que se arroga el mérito de haber descubierto la verdad.
La verdad del cristianismo, por ejemplo, quizás no hubiese llegado a institucionalizarse y sancionarse como verdadera sin las "Confesiones" de San Agustín. Quizás no hubiese bastado con el verbo oral comunicado por Jesucristo si, posteriormente, el psicoanálisis ensayado por San Agustín no hubiese conciliado su verdad con la verdad del verbo hecho carne a través de la escritura.
También Rousseau en sus "Confesiones" se justificó a sí mismo y a su verdad, psicoanalizándose a sí mismo por tal de justificarse ante él y ante los demás; desnudó una verdad particular para que se abriesen las posibilidades de que esta fuese asumida por la conciencia colectiva a lo largo de la historia.
Sabemos que estamos ante un gran pensador cuando, tras leer su obra con atención expectante, somos concientes de haber sido testigos de la confesión de una conciencia individual genial y excepcional.

Camino de recogimiento.

Ya hemos visto que tras el camino de la instrospección, el poeta puede recogerse en sí mismo y permanecer silente y anónimo ante el mundo, o puede optar por confesarse y convertir en verbo su verdad experienciada.
¿Pero qué provoca el recogimiento en el anonimato y el silencio de un poeta? ¿La incapacidad del poeta para comunicar a los demás lo que vivencia y experiencia o la convicción personal de que para salvarse solo le basta con vivir en su verdad sin necesidad de que ésta sea reconocida socialmente?
Como ya he señalado, muchos grandes poetas, seguramente, han vivido en su verdad desde el anonimato; algunos han experienciado su verdad como seres incomprendidos y estigmatizados en instituciones psiquiátricas, pero otros muchos, sin duda, lo hicieron sintiendo y vivenciando sus respectivas verdades mientras sobrevivían como podían a sus rutinarias existencias.
No podemos, por tanto, aventurarnos a aseverar si dichos poetas permanecieron anónimos por voluntad propia o por imperativo de las circunstancias. Sí podemos, pero, dedicar todo un suculento apartado a los poetas que se recogieron en sí mismos tras haber comunicado sus confesiones personales al resto del mundo.
He elegido a tres poetas que, tras alcanzar el reconocimiento social, prefirieron aislarse para no oír a los corruptos ciudadanos de Efeso; tres poetas que optaron por el recogimiento en soledad para vivir en su verdad y en conciliación con el ser: Heidegger, Wittgenstein y Panikkar.
Todos ellos, y como San Agustín, creyeron hallar una coincidencia entre sus respectivas verdades individuales y las diferentes verdades que proponían determinadas conciencias colectivas de su tiempo.

Desde San Agustín a Panikkar.

¿Qué se esconde o qué subyace bajo las "Confesiones" de San Agustín?
Lo visible, lo que cualquier lector puede asimilar explícitamente en la obra psicoanalítica del pensador de Hipona, es, efectivamente, una "confesión"; el relato, que hemos de creer sincero, de un individuo perdido y desorientado (un sufridor necesitado de verdad) que anhela dotar de significado y sentido su existencia. Lo primero que apreciamos y valoramos en dicho relato, íntimo y personal, es la sinceridad de quien nos desnuda su alma.
San Agustín se hace querer; se desnuda ante el lector descubriéndole a este sus imperfecciones, sus más íntimos secretos y, sobre todo, sus pecados.
Desde Sócrates, todo buen poeta necesitado del reconocimiento de los "otros", es decir, todo poeta que aspiró a institucionalizar como conciencia colectiva universal su particular conciencia individual, aprendió que el primer paso que debía dar para conseguir sus propósitos era el de humillarse, autodespreciarse y negarse a sí mismo públicamente.
Si Sócrates se autodespreció "confesándose" como un ignorante que no sabía nada, San Agustín hizo lo propio reconociéndose como un ser imperfecto que vivía en el pecado.

El verbo de Sócrates, como el de San Agustín, es el verbo propio de los sofistas, el de quienes saben que para legitimar su verdad primero tienen que congraciarse y empatizar con "los otros"; es el verbo del político seductor que más que recogerse en su verdad busca, realmente, imponer su verdad.
No puede ser de otra manera, pues toda verdad auténtica, vivenciada y experienciada íntimamente y en silencio, por fuer se torna sofisma desde el mismo momento en que se hace verbo. Y esto es así porque el verbo es la antítesis del silencio en el recogimiento. El verbo es, en última instancia, un instrumento de dominio que, tras comunicar una verdad, pretende imponerla como absoluta y universal.
La verdad solo se comunica para poder ser legitimada y justificada ante los "otros", es decir, se verbaliza para poder imponerse a través del logos o la razón argumentada.

Así, lo que subyacía en la filosofía socrática, igual que en la justificación agustina de la verdad de Dios, era la intención prepotente y narcisista, disimulada y enmascarada a través del autodesprecio, de sustituir la verdad institucionalizada por una nueva verdad.
¿Y por qué las verdades de Sócrates y de San Agustín, que se justificaban a través del autodesprecio y la falsa humildad, tenían que ser más "buenas y justas" que las verdades del Dasein histórico que pretendían sustituir?
Ya lo dijimos: por una mera cuestión de números. Si la verdad, para ser institucionalizada y reconocida como única conciencia auténtica, necesita la aprobación de "los otros", dicha verdad deberá jsutificarse y legitimarse a través de argumentos de razón que logren empatizar con el mayor número posible de conciencias individuales.
Al poeta que está ebrio de narcisismo enmascarado, no le bastará con retirarse, cual ermitaño, a una solitaria montaña, en silencio y soledad, sino que predicará, con el verbo y desde el verbo, su verdad; necesitará confesarse y humillarse públicamente para que la cosmovisión que ha creado, a imagen y semejanza de su verdad experienciada y vivenciada personalmente, sea validada como única y supremacista verdad universal.
El filósofo Raimon Panikkar, como ya antes Heidegger y Wittgenstein, comprendió que la verdad experienciada que se institucionalizaba, por fuer devenía supremacista.
¿Cómo salvar dicha aporía? ¿Cómo poder vivir en y desde la verdad sin necesidad de que esta se torne dominante y señorialmente prepotente?

Del supremacismo al recogimiento interior

Cuando elegí a Heidegger, Wittgenstein y Panikkar para exponer mi tesis sobre las cosmovisiones poéticas, lo hice porque en estos pensadores existió un paralelismo entre sus respectivas orientaciones filosóficas y sus trayectorias personales. Todos ellos evolucionaron desde la aceptación o asunción de verdades supremacistas, institucionalizadas socialmente, hacia actitudes vitales de recogimiento en sus personales verdades experienciadas. Todos ellos, y parafraseando a Heidegger, mostraron una necesaria humildad ontológica.
Ni Sócrates ni San Agustín cuestionaron sus respectivas verdades. Sócrates bebió la cicuta en un acto sublime de autosacrificio por tal defender su verdad. De la misma manera, Jesucristo tuvo que morir en la cruz por su verdad, Hitler se suicidó en un búnker por su verdad y los yihadistas se autoinmolan, todavía hoy, en nombre de su verdad. La verdad supremacista siempre es prepotencia ontológica que exige sacrificios.
Ya lo hemos dicho: "todo poeta es, en esencia, un narcisista". Y, desde luego, bajo todo narcisista subyace la prepotencia de quien se erige en celoso defensor de la única y singular verdad de la conciencia de su yo individual.
La pregunta del millón sería:
¿Puede un poeta ebrio de narcisismo (seguro de su verdad) evolucionar desde la prepotencia ontológica hacia posicionamientos vitales de humildad ontológica?
¿Dicha evolución sería producto de una sincera convicción o tan solo sería fruto de la frustración?

Heidegger es considerado el filósofo del nacionalsocialismo, pero si tuviésemos que ser justos, y siguiendo a Santiago Navajas, deberíamos diferenciar entre nacionalsocialismo elitista (Heidegger) y nacionalsocialismo obrero (Hitler). Creo que tal diferenciación es pertinente, pues también podríamos referirnos a un marxismo elitista (Marx y Engels) y a un marxismo obrero (leninista-bolchevique). De hecho, creo que, desde la utópica "República" de Platón, las idealizadas cosmovisiones poéticas creadas por las élites intelectuales siempre han sido traicionadas por la realidad mundana.
Platón fue, quizás, el primer poeta creador de cosmovisiones utópicas que fracasó al intentar institucionalizar su verdad individual. Su visión idealista de lo que debería ser una república "buena y justa" no logró materializarse (hacerse real y operativa) en Siracusa. Platón fue el pimer poeta fracasado.
Yo creo, y es opinión personal, que Heidegger también se vio a sí mismo como un poeta fracasado tras la caída del nacionalsocialismo. El nacionalsocialismo operativo, es decir, el que se consumó a través de las decisiones y acciones de Hitler, seguramente no coincidió plenamente con el nacionalsocialismo idealizado que tenía Heidegger en mente. El provincianismo heideggeriano, que anhelaba el surgimiento de un dasein (nuevo tipo humano) que viviese auténticamente la existencia religado con el ser y la naturaleza, no podía contradecirse apelando a la humildad ontológica y, al tiempo, consumarse a través de la prepotencia ontológica.
Dicha contradicción, que se dio de facto en la realidad, sería, de nuevo en mi opinión, la que provocó en Heidegger una grave crisis (depresión con tendencias suicidas).
El retiro espiritual de Heidegger, en su cabaña de la Selva Negra, fue la cura que, sin duda, le permitió reconciliarse con su verdad íntima, experienciándola y vivenciándola en silencio y soledad.

Otro tanto podríamos decir del poeta fracasado que fue Wittgenstein, ferviente creyente en la verdad supremacista "buena y justa" del comunismo y que acabó, finalmente, prefiriendo los largos retiros en soledad en su cabaña de Noruega. Su archiconocida sentencia "de lo que no se puede hablar es mejor callar" constituye en sí misma toda una reivindicación de la verdad individual, vivenciada y experienciada en la conciencia del Yo; supone un retorno al narcisismo prepotente de Heráclito, el retorno a la verdad orgullosamente desnuda que no necesita del verbo para reconocerse como auténtica.

Y por último llegamos a Panikkar, un filósofo español que fue numerario del Opus Dei, para muchos una "obra" ebria de prepotencia ontológica y verdad supremacista.
Panikkar, sin renegar nunca de su paso por el Opus Dei (Heidegger también permaneció silente en lo concerniente a su relación con el nacionalsocialismo) decidió también vivir en soledad y, como Heidegger y Wittgenstein, se recogió en su morada de Tavertet,  para vivir en soledad y en su verdad, alejado de los corruptos ciudadanos de Efeso.

Panikkar descubrió la manera de superar las prepotencias ontológicas que, por fuer, se mostraban celosamente supremacistas al defender como absoluta y universal una única verdad: se autoproclamó católico y budista. Panikkar entendió que la verdad vivenciada y experienciada, por fuer nacida desde una necesaria humildad ontológica, no podía ser verbalizada, es decir, no debía ser justificada a través de la razón, porque el objetivo último de la razón, ya desde tiempos de Sócrates, es imponer una verdad sobre otras verdades. Y eso por más que se disfrace bajo los disfraces de falsas humildades.

lunes, 27 de marzo de 2017

Cosmovisiones poéticas (parte II).

Introducción.

Decíamos que toda cosmovisión es una creación poética; y toda creación es un deseo o aspiración de llegar a consumar una idea en hecho, pues anhela que lo que no-es pueda llegar-a-ser.
Toda cosmovisión supone, por tanto, una representación e interpretación del mundo y del ser para que un determinado Dasein histórico (poder institucionalizado) pueda apropiarse de significados y sentidos del ex-sistere. Y cuando un Dasein histórico se apropia de un sentido de vida, a través de una determinada cosmovisión interpretativa, tiene que imponerlo para dominar; para domesticar y civilizar al parque humano según los dictados de su programa de vida.

Programas de vida.

Dijimos, también, que toda creación es, primero e inevitablemente, aristoi, es decir, es la poesía visionaria e idealista (representada en la conciencia) del Yo particular e individual de un poeta. Pero solo si la cosmovisión de una conciencia individual es aceptada y asumida por el Dasein histórico, dicha conciencia pasará a ser colectiva e institucionalizada.
Así pues, el objetivo a la hora de institucionalizar (normativizar y reglamentar) un programa de vida será lograr que este sea aceptado por la mayoría de las conciencias individuales que forman una sociedad. La mayoría de las conciencias individuales deberá aceptarlo y asumirlo como propio, y no importará si dicha apropiación se da por voluntaria convicción, tras meditada reflexión en el claro del bosque, o si, por el contrario, es el fruto de hábiles condicionamientos y manipuladoras pedagogías sociales. Todo vale en el amor y la guerra, y cualquier medio es perfectamente legítimo para domesticar y civilizar a las masas. Aquellas masas que se nieguen a ser "programadas" a través de sistemas totalitarios verticales, se dejarán seducir por las estrategias psicológicas de sistemas "democráticos" y sus programas de vida aparentemente horizontales.
¿Qué sociedad será más libre?
Sin duda, aquella que permita al mayor número de conciencias individuales llevar a cabo sus propios programas de vida dentro de un macro-programa de vida institucionalizado. En cualquier caso, la libertad individual deberá acomodarse o "subyugarse", según la percepción que estas tengan del programa social que dirige sus vidas, a través de la coacción del poder institucionalizado políticamente,

El problema de institucionalizar un programa de vida, el que sea, es que, al haber tenido este un origen individual, solo podrá acomodarse e integrarse, realmente, en la clase de persona que sea afín a la conciencia individual que lo creó. Por eso, más que a determinadas ideologías, las masas siguen a determinados líderes; y más que a una filosofía concreta escogemos, en no pocas ocasiones, a un pensador o un conjunto de pensadores como referentes ideológicos.
El éxito de un programa de vida no dependerá, por tanto, de la validez de sus bien argumentadas y razonadas bondades ético-morales, sino del grado de afinidad psicológica que la conciencia del líder o el pensador de turno logre tener con el resto de conciencias individuales.

La psicología de los poetas.

Como puede observarse, estoy postulando una tesis:

"Si escogemos una ideología, por afinidad con la psicología poética que subyace en ella, se hará necesario analizar los perfiles psicológicos de los poetas para comprender el porqué de sus creativas cosmovisiones y nuestras elecciones".

Comencemos la criba de nuestra búsqueda diferenciando, a priori, entre dos clases de personas:

1) Individuos aristois, que autoafirman su yo, buscándose a sí mismos a través de programas de vida propios.
2) Individuos-masa que diluyen su yo, dejándose llevar por programas de vida institucionalizados.

Ahora centrémonos en el individuo aristoi y descubramos de qué manera, o a través de qué vías, logra autoafirmar su yo o conciencia individual. Básicamente optará por dos vías ya señaladas en el capítulo anterior: un camino introspectivo (conocerse a sí mismo) y un camino comunicativo (darse a conocer a los demás). Pero para ello, el creador narcisista (todo poeta es un narcisista, como ya convenimos) deberá psicoanalizarse.

Los primeros psicoanalistas.

Desde luego, todo poeta, como ya señalamos, es un sufridor; es alguien a quien le pre-ocupa las adversidades e incontingencias del ex-sistere. Si no temiera la finitud de su ser, el poeta no se instaría a salvar y/o positivar el hecho de que es, tan solo, un ser para la muerte. ¿En serio? ¿De verdad su singular y excepcional yo, su genialidad, se diluirá en la nada como el más gris y mediocre de los yoes de cualquier individuo-masa? ¿Por qué, entonces, él ve más lejos que los demás, intuye y siente más que los demás, por qué cree saber más que los demás? ¿Por qué él es tan especial?

Pues el poeta es un ser especial, como ya hemos señalado, porque su componente narcisista es tan acusado en su personalidad que le insta a centrarse en las necesidades de salvación de su yo.
El lema de todo poeta, por más que la mayoría de ellos intenten disimularlo con disfraces de humanismo e hipócrita bonhomía, siempre es yo, yo, y después yo.
Todo poeta es un narcista y, por fuer, será un soberbio prepotente.
Ellos lo saben, están tan pagados de sí mismos que son conscientes de la prepotencia que les insta a ser dominantes y señoriales, es decir, son conocedores de la soberbia que les empuja a autoafirmar su conciencia como la mejor. ¿Pero por qué su conciencia es la mejor? Pues porque es la suya.

La respuesta, en realidad, es harto sencilla. todo poeta sabe que su conciencia es la auténtica y la mejor porque es la suya; porque así lo siente él, así lo experiencia y vivencia él.
Pero todo poeta, por más que se sepa narcisista prepotente y señorial, tendrá dos opciones de salvación: salvarse a-sí-mismo, aislándose del resto de conciencias, o salvarse en y con los demás, legitimando y justificando su singular conciencia como justa aspirante para ser reconocida como conciencia colectiva.

1) Salvación personal, vivenciada y experienciada en la propia conciencia.
2) Salvación institucionalizada, legitimada y aceptada por una conciencia colectiva.

Ahora, analicemos nosotros mismos a dos de los primeros poetas de Occidente, cuyas poesías, legados de la civilización griega, todavía perduran en la conciencia colectiva de la humanidad a través del Dasein histórico: Heráclito y Sócrates.

¿Por qué Heráclito y Sócrates?
Pues porque se me antojan los dos prototipos de poetas que inauguraron, por así decirlo, las dos vías de salvación a las que me he referido: salvación personal vs salvación colectiva.

Heráclito

El poeta de la prepotencia soberbiamente desnuda, decidió recogerse en-sí-mismo, obligándose a callar mientras hablaran los corruptos ciudadanos de Efeso. Él sabía su verdad, la sentía, la experienciaba y vivenciaba a través de los textos de su enigmática y oscura poesía. ¿Vosotros, pobres infelices, no la entendéis? Pues tanto peor para vosotros. Yo me salvo a mí mismo, pues de eso se trata. He aquí una verdad prepotente desnuda; despreciar al "otro" mientras se autoafirma el yo narcisista propio.

Sócrates

El poeta de la prepotencia y la soberbia enmascaradas. Sócrates habló, y habló mucho, para, desde su prepotencia poética, despreciar a los demás aparentando, primero, que se autodespreciaba también a sí mismo. Yo sé la verdad, decía el orgulloso Sócrates, y es que no sé nada; pero no solo me limitaré a vivenciar y experienciar mi verdad íntimamente. Antes, pero, necesito despreciaros y señalaros que vosotros no tenéis ninguna verdad. He aquí una verdad prepotente enmascarada; despreciar al "otro" ocultando el componente narcisista propio, disfrazándolo convenientemente de falsa humildad.

Resulta obvio que ambos poetas fueron narcisistas y prepotentes, pero, entonces, ¿por qué el "hablar" dialéctico de Sócrates se impuso en la civilización occidental al "callar" meditativo de Heráclito.
Pues por una cuestión de números estrechamente ligada al sistema democrático que se desarrolló en la Grecia clásica. La verdad dejó de pertenecer a uno, si era el mejor, aunque fuesen cientos los que le contradecían; la verdad pasó a ser la verdad deseada por las mayorías.
Los números ganaron la partida a la mejor verdad íntima y experienciada y exigieron que esta, para ser aceptada colectivamente, fuese sancionada por amplías mayorías. Desde entonces, se hizo necesario hablar, hablar mucho y bien. Había nacido el tiempo de los sofistas. Incluso Sócrates, aunque disfrazado de falsa humildad, era un sofista, el Sofista (en mayúsculas); fue el padre o poeta creador de una verdad: nadie tiene la Verdad, ergo la Verdad (con mayúsculas) solo podrían tenerla quienes mejor hablasen sobre ella; quienes, dialéctica y argumentos de razón mediante, mejor supieran legitimarla y justificarla ante el resto de conciencias.

Nota: cerraré el último capítulo dedicándoselo a los herederos de Heráclito y Sócrates; dos tipos de poetas que darán forma a diferentes cosmovisiones,

miércoles, 22 de marzo de 2017

Cosmovisiones poéticas (parte I).

Introducción.

Las ideas son algo más que representaciones de la realidad en la conciencia (en la mente del sujeto); son, además, los finos hilos de los que están tejidos los sueños. ¿Y qué son los sueños sino maravillosas, y las más de las veces, utópicas cosmovisiones?
Las ideas se conciben, se hallan, descubren o se construyen (tanto da la vía a partir de la cual se gestan) a partir del dolor de un sujeto, de un único y singular individuo. No hay creación (poiesis) sin dolor, y solo determinados individuos están dotados biogenéticamente para sentir, interpretar y buscar la cura para el dolor de una época.

Poetas creadores.

Todos los grandes pensadores, que en la historia de la humanidad han sido, por fuer fueron poetas, o creadores en la acepción griega del término.
Conseguir que lo que no-es pueda llegar-a-ser, este es el gran reto que enfrenta la filosofía desde que el hombre se enseñoreó del mundo; desde que fue expulsado del Paraíso para ganarse el pan con el sudor de su frente, es decir, desde que se vio obligado a un constante quehacer vital operativo para poder llegar-a-ser y perdurar en el tiempo.
Las circunstancias que determinan y condicionan las vidas de los individuos son, a priori, siempre adversas y ponen en peligro la salvaguarda del yo indivual. La misión urgente y primera de todo ser vivo, incluido el animal de realidades que es el ser humano, será, por tanto, la de salvar sus circunstacias, instado por ineludibles imperativos vitales de supervivencia.
Pero el ser humano, constitutivamente moral y racional, no solo debe salvar sus circunstancias sino que también está obligado por otro imperativo, de carácter moral, a justificar el cómo y para qué salvarlas.
Todos los grandes poetas (filósofos) han tenido que conciliar el imperativo vital (preservación y conservación del yo individual) con el imperativo moral (adecuándolo a la vida en sociedad), ya que el yo individual no solo es un ser-en-sí (autoconsciente de su propio ser) sino también un ser-ahí, en y con lo otro, en el mundo y con los demás "yoes" sociales. Y es que, si bien es cierto que el hombre es constitutivamente moral y racional, también es cierto que es, al tiempo, un yo individual, un yo social y un yo histórico. Lo que podríamos llamar una Santísima Trinidad.
La historia de la filosofía ha sido, por tanto, la historia de la lucha dialéctica entre imperativos vitales vs imperativos morales; la lucha entre las diferentes ideologías o cosmovisiones (sueños de poetas) orientados más a la preservación del yo individual o a la integración de este en un yo colectivo.

El fracaso de los poetas.

Los grandes filósofos, como los grandes soñadores y creadores que son, no pueden evitar pensar con altura de miras, es decir, no les basta con salvarse a sí mismos, sino que se obligan a articular complejos sistemas filosóficos para salvar a los demás. Lo que en un principio no es más que un conjunto de ideas particulares, creadas a partir de un singular yo individual y unas concretas y singulares circunstancias, acabará convirtiéndose en ideología o religión con aspiración de validez universal.
¿Pero por qué los grandes poetas sienten la necesidad de universalizar sus particulares cosmovisiones o sistemas de creencias? O dicho de otra manera: ¿por qué para legitimar una creencia o un sistema filosófico cualquiera hay, primero, que legitimarlo y justificarlo como "bueno y justo" para toda la humanidad?
Sí, ya hemos dicho que el ser humano es constitutivamente racional y moral, pero ¿por qué a los poetas no les basta con autojustificar y/o autolegitimar sus ensoñaciones solo para sí mismos?
En mi opinión, la necesidad de justificación universal corresponde tan solo a una necesidad narcisista de autoafirmación del yo individual a través del reconocimiento del yo social.

Debe resultar duro y frustante, para alguien que se sabe o se "intuye" genio o individuo excepcional, tener que ver cómo se pasa la vida mientras se llega la muerte, y mientras su yo, único y genial, se diluye en una vida sin sentido; en una vida inauténtica que pasará inadvertida entre las otras muchas vidas mediocres de multitud de individuos-masa. Al genio debe resultarle tan insoportable traicionar cobardemente el imperativo biogenético que le insta a reivindicar su Yo auténtico, que estaría dispuesto, incluso, a beber la cicuta o a ser crucificado, y todo por tal de autoafirmarse ante el mundo y la humanidad entera.

Así pues, el primer objetivo del genio o del poeta filósofo será trabajar (quehacer) para, a partir de los dictados de su yo individual, construir sistemas y/o cosmovisiones que puedan servir de guías espirituales y/o ideológicas al yo colectivo.
Si el yo colectivo  o Dasein histórico hace suya la propuesta domesticadora y civilizadora del filósofo poeta, entonces éste habrá conseguido su objetivo: autentificar su vida,  lo cual significará darle sentido a la misma.
¿Pero qué pasa con los poetas que fracasan?
Pues que acaban ensimismados y encerrados, orgullosos y altaneros, en las prisiones de sus yoes individuales; en las cárceles de sus narcisistas e inquebrantables yoes auténticos. Algunos acabarán abandonándose en los brazos de la locura, pero otros, que a punto estuvieron de tocar la gloria con la yema de sus dedos, e incapaces de tomar la cicuta, optarán por el retiro espiritual en soledad; eligirán recluirse en-sí-mismos, en armonía y comunión con el ser y/o con Dios, pero distanciados de las masas que, inconscientes, dejan pasar sus vidas diluyéndose en la inautenticidad del ser.

¿De qué están hechos los poetas?

Todos los poetas son buscadores, son individuos introspectivos que se buscan a sí mismos (y a su verdad) y son, al tiempo, agudos observadores que buscan la verdad en los demás. Y todo buscador es un sufridor: "no busca quien no sufre", de la misma manera que no ama quien no desea.
Ya tenemos la defición de filósofo: individuo que ama el saber porque desea dejar de sufrir.
Pero si todos los poetas y filósofos son creadores, en tanto que sufridores, deberíamos preguntarnos qué les hace sufrir, ¿por qué sufren?
El poeta sufre porque es terriblemente consciente de la finitud de su ser; él, que se sabe único y excepcional, no puede aceptar el hecho de tener que morir; no puede asumir la realidad de que tan solo es un ser para la muerte. Este terrible y doloroso sufrimiento existencial activa el componente narcisista inherente a todo genio creador. Solo quien se ama incondicionalmente a sí mismo, por encima de todas las cosas, se insta a salvarse de la muerte; se obliga a buscar, a través del conocimiento y del constante quehacer. Y el poeta buscará conocimiento (certeza y verdad), pero no por "amor al arte", como suele decirse, ni por amor al prójimo o al bien común, como nos han dicho los poetas más cínicos y taimados. El poeta creará, primero y sobre todo, para salvarse justificándose ante sí mismo, pero al ser un ser-ahí, en lo otro y con lo otro, necesariamente, y debido a su condición de animal social, deberá también buscar la aprobación y el reconocimiento de los demás. Al narcisista no le vale, tan solo, con mirarse frente al espejo durante horas interminables. Sí, él se repetirá mil veces que es bello y único, pero esa verdad de su ser-en-sí bien la sabe él. Necesita, además, la otra verdad; la verdad que solo puede ser sancionada institucionalmente, reconocida y aprobada por el ser-ahí, en el mundo.

Creación del engaño.

Será esta imperiosa necesidad de legitimar su verdad ante sí mismo, pero tambien a través de los otros (mundo y sociedad), la que instará al poeta a crear engaños e ilusiones. Toda verdad surgida de una conciencia o ser-en-sí es una verdad particular, única y singular; es la verdad de un irrepetible y excepcional Yo.
Si cada conciencia individual produce o crea su verdad (su particular representación ideal del mundo), solo cabe concluir que hay tantas verdades como sujetos, o, sencillamente, que no hay Verdad, entendida ésta como certeza universal, única y absoluta.
Así pues, podría decirse que toda verdad institucionalizada, asumida por un individuo cualquiera, será una mentira, en tanto dicha verdad no será su verdad, sino la verdad de otra conciencia individual que fue institucionalizada y validada como "buena y justa" para todo el conjunto de una sociedad o, incluso, de la humanidad.
Los poetas, entonces, tendrán dos opciones para positivar el engaño, es decir, para "vender" su verdad a los demás de manera que puedan salvar su angustia existencial: podrán disfrazar su soberbia narcisista con los ropajes de la falsa humildad o podrán mostrar su narcisismo desnudo y altaneramente orgulloso.
De la clase de persona que sea el poeta, dependerá que su narcisismo sea más o menos visible y, por tanto, que éste pueda ser más fácilmente descubierto, atacado, criticado y/o censurado socialmente.

Narcisismo vestido de humildad vs narcisismo orgullosamente desnudo.

Quienes hayan leído "La genealogía de la moral" de Nietzsche, sabrán que si bien la moral, como hemos convenido, es constitutiva de todos los seres humanos (no hay ser humano inmoral) sí es cierto que la moral (las reglas y normas que han de domesticar y civilizar al parque humano) es susceptible de ser valorada, como buena o mala. La valoración moral sí dependerá de la clase de persona que seamos, pues dependiendo de la biogenética de nuestro ser-en-sí, optaremos por la cautela de ocultar nuestro narcisismo o por la soberbia de exhibirlo orgullosamente desnudo.
Pero no toca ahora, siguiendo la línea del pensamiento nietzscheano, explicar por qué y cómo el narcisismo cauteloso (judeocristiano) se impuso al narcisismo desnudo aristoi.

Ahora toca hablar de poetas, y todos los poetas, sin excepción, son, además de racionales y morales, narcisistas. Incluso me atrevería a decir que todos y cada uno de nosotros somos narcisistas, somos conciencias individuales o yoes tan apegados y religados a nuestro ser-en-sí que, por fuer, este se constituye en verdad propia incuestionable. Somos una verdad absoluta respecto a nosotros mismos, pero una verdad relativa respecto a lo otro (el ser absoluto-relativo al que se refiriera Zubiri). Este carácter relativo de nuestra conciencia, y por ser ésta constitutivamente racional, moral y verdadera, nos insta (impele) a buscar y complementar nuestra verdad en y con lo otro (ser, mundo, humanidad). Así, todo individuo, sea o no poeta, es poseedor de su razón, su moral y su verdad.
Pero, entonces, si todos los seres humanos son portadores de razón, moral y verdad, ¿qué distingue al común de los mortales de los poetas?
Ya lo hemos dicho: lo que distingue a un individuo cualquiera de un poeta es el marcado carácter narcisista de éste. El acentuado narcisismo del poeta le instará a mitigar su sufrimiento existencial autoafirmándose ante sí mismo y ante los demás.
El poeta, por tanto, se desentenderá, o dejará en un segundo plano, las exigencias de una existencia inauténtica. La vida cotidiana, programada por el das-man para satisfacer las necesidades más materialistas, quedará relegada ante la necesidad de desarrollar un proyecto vital creador; un proyecto que optará por buscar una vida auténtica, es decir, que eligirá buscar la verdad de su yo.

Pero tanto los poetas que enmascaran su narcisismo como quienes lo exhiben orgullosamente, deben, necesariamente, recorrer dos caminos: un camino interior (introspectivo) y un camino exterior (comunicativo). Solo las formas narcisistas diferenciarán al poeta cauteloso del poeta soberbio, y solo la sociedad, a través del poder institucionalizado, decidirá qué poetas serán los "buenos" o los "malos".

martes, 14 de marzo de 2017

"Dialéctica de la Ilustración", de Horkheimer y Adorno (parte I).

Introducción

Juan José Sánchez, en el prólogo de "Dialéctica de la Ilustración", realiza un acertado y pedagógico análisis para facilitarnos la comprensión del contenido de esta obra, clave para entender la crítica de las teorías liberadoras de la Modernidad.

Juan José Sánchez divide su elaborado prólogo-analítico, casi un ensayo independiente en sí mismo, en ocho puntos que acercarán y familiarizarán al lector con el pensamiento de Horkheimer y Adorno.

Análisis previo de "Dialéctica de la ilustración" (prólogo de Juan José Sánchez).


Punto I- El libro parte de una tesis que concibe la humanidad como una experiencia histórica dolorosa que regresiona hacia la barbarie. Dicha regresión se produce por una suerte de enfermedad de la razón que le obceca a esta a dominar la Naturaleza.

El objetivo último de la Razón es liberar al hombre de sus miedos e incertidumbres, pero para ello debe, primero, dominar y controlar la Naturaleza, debe conocerla y explicarla, para, así, poder predecirla y minimizar sus efectos adversos sobre los hombres. Pero al ser la razón un medio para liberar, a través del dominio, por fuer ha de ser pragmática e instrumental .

¿Cómo libera la Razón Ilustrada a los hombres? ¿Qué dialéctica subyace en la dinámica liberadora que obliga a la Razón a la paradoja de tener que dominar para poder liberar?
La dialéctica o lucha enfrenta a dos conciencias o verdades; la verdad del mito vs la verdad científica.

Históricamente, la Razón ha luchado contra el mito, entendido este como verdad trascendente portadora de valores sublimes y/o suprasensibles. La Razón, por tanto, al reducir la vida y el ser a pura inmanencia, no puede evitar, al tiempo, reificar (cosificar) al ser humano.

Siguiendo a Heidegger, toda cosificación es un "olvido del ser"; un olvido de la Naturaleza y del Sentido. Para explicarnos este olvido - regresión a la barbarie- de la razón ilustrada durante la Modernidad, Adorno y Horkheimer analizarán las relaciones entre ilustración y mito, a través del personaje Odiseo, de Homero, y las relaciones entre ilustración y moral, sirviéndose para ello de  "Juliette", personaje de Sade.

Punto II- J.J Sánchez nos advierte sobre la "peligrosidad" del contenido de "Dialéctica de la Ilustración"; un libro que, según sus autores, podría ser tergiversado por el "gran público" (las masas). Y es que el contenido de la DI (Dialéctica de la Ilustración a partir de ahora) podía apropiárselo tanto la radicalidad de los marxistas-leninistas como la de los neoconservadores. Horkheimer, de hecho, dudó en publicar la obra, pues dependiendo de la interpretación que se hiciera de la misma, se podría hablar de dialéctica (búsqueda de una salida) o de aporía (callejón sin salida de la Ilustración).
Este libro significó la crítica más importante al humanismo entendido como ilustración, es decir, al humanismo entendido como razón instrumental orientada a un fin; un fin último que sería liberador, en el parecer del marxismo-leninismo, o clara y necesariamente dominador, en el parecer de Heidegger. De hecho, Sloterdijk, retomando a Heidegger, señalará en "Reglas para el parque humano" la esencia instrumental del humanismo, entendiéndolo como antropotécnica cuyo fin ultimo es domesticar y civilizar al ser humano. Para liberar al ser humano de la barbarie hay, inevitablemente, que domesticarlo (dominarlo) a través de un proceso previo de civilización.
La cuestión, por tanto, consistirá en considerar si dicha enfermedad o carácter paradójico de la ilustración (dominar para liberar) podría ser salvada o no.

Punto III- La DI supuso, en cierto modo, una continuación de la "Teoría crítica" de Horkheimer; una crítica que llegó tan lejos y analizó tan profundamente la dinámica que subyacía en la razón instrumental (dominar para liberar) que podía considerarse como el "final" de la propia crítica, pues el no poder salvar su carácter paradójico suponía, de facto, reconocer su realidad aporética.
Pero Hokheimer se resistirá a aceptar que se proclame que la Ilustración (humanismo al cabo) no tenga salvación; apostará por un optimismo antropológico contrario al pesimismo de Heidegger. Así, siguiendo la línea dialéctica de Hegel, y desde una perspectiva marxista crítico-materialista, apostaría por seguir buscando una solución que permitiera llevar la teoría (un mundo feliz libre de sufrimientos) a la praxis.
Si Hokheimer apostó por la vía dialéctica para salvar el carácter aporético de la razón ilustrada, Adorno optó por la vía teológica, pero de una teología interpretada en clave materialista, en la línea de Walter Benjamin.
Sin embargo, la muerte de W. Benjamin, víctima del nazismo, hace que Horkheimer abandone la vía dialéctica de carácter más marxista y comience a considerar que la dinámica histórica no puede explicarse tanto desde una teoría de revolución fallida (marxismo) como desde una teoría de civilización fallida, más en la línea heideggeriana que consideró fallido el humanismo; asumirá, por tanto, que en la dinámica de la historia tiene más relevancia la política que la economía.
Horkheimer, haciendo suyo el diagnóstico de Weber: La ilustración es un proceso progresivo e irreversible de racionalizaciónn de todas las esferas de la vida social, lo que comporta una progresiva instrumentalización de la razón y, por tanto, perdida de sentido de libertad, ampliará la crítica marxista a la razón burguesa y postulará una crítica a la misma razón, pues desde sus orígenes ésta se constituyó a partir de principios de autoconservación y dominio que, necesariamente, atentó contra las libertades individuales. Nacerá, así, la crítica a la razón instrumental.

Punto IV- tanto Adorno como Horkheimer constataron que la lógica de la dialéctica histórica se dirigía hacia la barbarie, o, como dijera Heidegger, el humanismo se dirigía hacia su propia autoinmolación. Así, a través de la "Crítica a la razón instrumental", Adorno y Horkheimer intentarán buscar las causas de dicha realidad histórica. Abandonarán la crítica ideológica marxista y asumirán la crítica radical de Nietzsche a la razón occidental. Como dijo Habermas: "ya no indica el camino Marx, sino Nietzsche". Los padres de la DI aceptarán que las necesidades vitales nietzscheanas de autoconservación y dominio son las bases que fundamentan los valores (bases también reconocidas por Heidegger en "Caminos de bosque").
Si la dialéctica marxista conducía a un fin último positivo (socialismo utópico), ahora se asumirá que la dialéctica de la ilustración o dialéctica negativa conduce a una aporía difícil de salvar.

Punto V- la crítica a la Ilustración se hace tan radical que niega la posibilidad de realización de un ideal utópico: la historia demuestra a través de sus hechos que la razón se derrumba en la medida que regresa al mito. Y volver al mito supone regresionar a la barbarie, y supone considerar seriamente la posibilidad de que en el humanismo se halle el germen de su propia autodestrucción (Heidegger). Si la razón deja de exigirse que a través de sí misma sea posible la realización de un ideal utópico, entonces se produce lo que Habermas llama contradicción realizativa de la razón. Si el ser de la razón radica en su utilidad para hallar y/o construir posibilidades de salvación, resulta contradictorio que la razón se niegue a sí misma como vía posible para salvar la aporía de la ilustración.
Adorno y Horkheimer, por tanto, no podían eludir la aporía, como hacía la crítica conservadora que la aceptaba, sino que se obligaron a salvarla diferenciando entre razón objetiva autónoma y razón subjetiva o instrumental. De esta manera sostuvieron que fue la posmodernidad quien se olvidó de la razón objetiva (autónoma) para formalizar la razón instrumental (subjetiva).
¿Pero como rescatar el momento de verdad histórica en que la razón llegó a ser objetiva y autónoma? Estaba claro que la ilustración, históricamente, se configuró bajo el signo del dominio y que "el dominio del hombre sobre la naturaleza llevó consigo, paradójicamente, el dominio del hombre sobre los hombres".
La lucha, por tanto, no fue entre fuerzas productivas (lucha de clases) sino entre relaciones de producción: dominio de la naturaleza vs dominio del hombre, dando lugar a un conflicto dialéctico entre hombre y naturaleza.
¿Hay que dominar la naturaleza? Sí, pero ¿ello conlleva, necesaria e inevitablemente, tener que dominar al hombre? Dependiendo de la clase de hombre que seamos responderemos afirmativa o negativamente. Así pues, la lucha, en último término, es una dialéctica entre clases de personas (Ortega), entre dos razones de ser que intentarán imponer sus respectivas verdades o conciencias auténticas.
Adorno y Horkheimer, haciendo suyos los postulados de la ilustración y el humanismo tradicional, aceptarán que hay que dominar la naturaleza, pero sin por ello instrumentalizar la razón hasta el punto de cosificar al hombre por tal de conseguir dicho dominio.
¿Pero qué es lo que pervierte a la razón objetiva formalizándola en instrumental?
Según los autores de la DI el origen de dicha perversión no estaría en el capitalismo, sino en la razón mítica que ya, desde el principio de los tiempos, legitimó y justificó el principio de dominio.
La razón deberá emanciparse de la perversión que le insta a justificar el principio de dominio para poder salvarse a sí misma y, con ella, salvar al ser humano de la barbarie y de su propia autoinmolación (Habermas).

Punto VI- ¿y después de la radical y demoledora DI? ¿Cómo superar el carácter dominante de la razón?
Según Adorno, en el proceder mismo del pensamiento discursivo (dialéctico) se hallaba el germen del dominio; sí, porque el lenguaje dialéctico, al cabo, tiene como finalidad dominar convenciendo. Por este motivo, para evitar la perversión del pensamiento dialéctico tendente a instrumentalizar la razón, Adorno buscó una fuente de conocimiento independiente de la razón: la genuina experiencia estética a través de sus obras "Dialéctica negativa" y "Teoría estética". Pero también recurrió a fuentes teológicas para conseguir una iluminación trascendente del conocimiento como vía para acceder a la verdad.
Habermas, sin embargo, objetó que tanto la vía discursiva (dialéctica) como la vía estética partían de una subjetividad moderna que hacía imposible superar la instrumentalización de la razón, por lo que él mismo profundizó en el paradigma de la razón comunicativa.

Los críticos de la posmodernidad, en general, aceptan la aporía de la autodestrucción de la Ilustración, olvidan el concepto positivo de razón (como razón liberadora) y aceptan el concepto negativo (el pragmatismo de la razón instrumental). Así, la razón se despoja de sus grandes verdades universales: moral, justicia, solidaridad y se acerca al cinismo (Sloterdijk). Se acepta el triunfo de la razón dominadora o razón de los derechos adquiridos.
Los sofistas del lenguaje y la comunicación (Foucault) reducirán la razón a consenso; se asumirá como imposible demostrar objetivamente la verdad de una razón sobre otra, por lo que la verdad deberá ser consensuada.

Punto VII- autoría del prólogo y de los diferentes capítulos de la DI:

Prólogo: corresponde a Horkheimer.
Capítulo I, "Concepto de Ilustración": Horkheimer.
Capítulo II, "Odiseo": Adorno
Capítulo III, "Juliette o la ilustración moral": Horkheimer.
Capítulo IV, "Industria cultural. Ilustración como engaño de masas": Adorno.
Capítulo V, "Elementos del antisemitismo": Horkheimer.
Capítulo VI, "Aforismos"Hokheimer.

Punto VIII- ¿Adiós al marxismo o contra la perversión del lenguaje?

La DI intenta sustituir el lenguaje marxista por terminologías sociológicas, económicas o morales neutras. Casi desaparecen las referencias al capitalismo y la lucha de clases, pero sin renunciar a la finalidad emancipadora del marxismo. ¿Se trata realmente de un "adiós" al marxismo o de una reinterpretación del mismo a través de un lenguaje nuevo?
Veamos algunos ejemplos de sustitución de conceptos: proletario pasa a ser obrero, capitalista pasa a ser empresario, explotación se traducirá como injusticia, dominio de clase será solo dominio, monopolio aparecerá como aparato o sistema económico, fuerzas productivas como posibilidades técnicas.