viernes, 15 de agosto de 2014

La depresión desde una perspectiva filosófica.

Introducción.
La psicología en general considera la depresión como una enfermedad de la mente; la claudicación o desesperanza que mina el estado de ánimo de las personas inhibiéndoles a éstas las ganas de hacer, luchar y proyectar, impidiéndoles, en definitiva, el constante quehacer vital. Pero Unamuno, más sagaz, consideró que la enfermedad, en sí misma, radicaba en la propia esencia humana, es decir, sostenía que el hombre era un animal enfermo (ver "Del sentimiento trágico de la vida").

¿Cómo no ha de estar enfermo, ebrio de angustia y desesperanza, un ser conocedor y sabedor de que su destino último será inevitablemente la muerte? ¿Cómo puede obligarse a luchar y, aún más, tener ganas de vivir, un ser que sabe que algún día dejará de existir y perderá la consciencia de sí mismo y de su particular yo?
El ser humano es un ser enfermo en tanto padece y sufre lo que Unamuno denominó sentimiento trágico de vivir. Pero incluso aceptando que, realmente, todos los seres humanos seamos animales enfermos, infectados de nihilismo, náusea ante la vida o anonadamiento... ¿Cuáles serían los mecanismos o defensas psicológicas que permitirían a unos individuos superar y salvar el drama que es el vivir (Ortega)?

De entrada, y es opinión personal, creo que habría que entender la superación y la salvación de la angustia como metas u objetivos a alcanzar para, en última instancia, evitar el suicidio; es decir, no existe cura para la enfermedad del alma, pues lo único que podemos hacer es burlar dicha enfermedad a través de argucias y artimañas que nos permitan engañar a la existencia. Burlar y engañar, no hay más, por más que a tan taimados remedios se les haya pretendido dignificar con ropajes científicos (neurociencias) o pseudocientíficos (psicología).
¿Qué son los mecanismos de defensa psicológicos sino engaños programados por nuestra mente, a veces incluso inconscientemente, para evitar el sufrimiento? ¿Qué es una terapia, sino una burla orquestada y perfectamente dirigida por un profesional para conseguir que el paciente pueda llegar a autoengañarse a sí mismo?

Podríamos sostener que, potencialmente, todos los seres humanos, en tanto que infectados a priori del sentimiento trágico que supone el hecho de vivir, tenemos una predisposición a la depresión e incluso, en último término, podríamos llegar a desear nuestra propia autoinmolación o suicido vital.
Desde luego, la depresión, entendida como falta de ánimo o ausencia de ganas de vivir (hacer, interactuar, proyectar y planificar...) puede aparecer en la mayoría de las personas en algún momento de sus vidas, por cortos o breves períodos de tiempo, con mayor o menor intensidad. ¿Quién no se ha sentido deprimido en alguna ocasión?

Espiritualidad, engaño y poesía.

No voy a reflexionar sobre la depresión (el título de este pretencioso pseudoensayo ya da fe de ello) desde una perspectiva psicológica, menos aún desde el campo de las neurociencias o la neuropsiquiatría.
Sí, está comprobada científicamente la implicación de ciertos neurotransmisores (sustancias químicas) en el desarrollo de la depresión (serotonina, noradrenalina y dopamina). Pero las causas de las depresiones, además de biológicas, también pueden ser psicológicas o ambientales.
Ante un episodio depresivo, el paciente podrá ser más o menos consciente del porqué de su estado de ánimo apático y de su angustia, dependiendo de la gravedad o evidencia de las causas que lo provoquen. Resulta fácil establecer una relación causa-efecto cuando, por ejemplo, la persona deprimida ha sufrido la pérdida de un ser querido o sufre algún tipo de grave enfermedad.
Sin embargo, existe un tipo de depresión difícil de explicar: aquélla en la que el sujeto dice no saber por qué se siente decaído y triste; aquella en la que el sujeto desconoce por qué ha perdido las ganas de vivir.
La ciencia acude rauda ante este tipo de depresiones sin aparentes causas ambientales o psicológicas (dependientes de rasgos de personalidad) y nos propone una explicación desde la neuropsiquiatría o la herencia genética; y, por supuesto, tras la objetiva explicación científica, proporciona medicación para la cura, ahora sí entendida como solución, que no como superación o salvación.
La cura hace desaparecer la depresión, pero solo en algunos episodios depresivos que no son crónicos. Cuando la depresión es crónica, la medicación solo puede mantener artificialmente un adecuado estado de ánimo que le permita al individuo hacer una vida normal.

Y aquí quería llegar.
Muchos grandes pensadores, sospecho que Unamuno y Sartre entre ellos, por supuesto también Camus, fueron personalidades depresivas. ¿Quiénes, sino unos depresivos irredentos, sentirían sentimientos trágicos o náuseas ante el hecho absurdo de vivir? De hecho, el más sincero de todos ellos, Albert Camus, lo dijo con meridiana y sincera claridad: "Solo existe un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio". Y Camus aún fue más certero y preciso: "Se puede evitar el suicidio, pero no se puede evitar pensar en él".
¡Exacto! Podemos evitar el trágico y fatal final al que puede llevarnos la desesperación y la angustia existencial, pero no podemos evitar seguir pensado en el suicido como solución.

¿Por qué Camus creyó evitar el suicidio a través de la filosofía?
Pues porque desarrolló toda una auto-terapia, o autoengaño si se prefiere, para salvarse a sí mismo, que no curarse. La filosofía salva pero no cura; nos salva de desear autoinmolarnos en un determinado momento de debilidad, pero no nos cura de la enfermedad del alma que nos sumerge en la angustia existencial.
Me gusta referirme a la enfermedad del alma, utilizando conscientemente connotaciones espirituales, porque lo que está enfermo en el hombre, desde el principio de los tiempos, es su alma, su espíritu, su razón para vivir. La filosofía, por tanto, es una artimaña tan válida o tan poco válida como la religión: un engaño al cabo para permitirnos soportar el absurdo que es la existencia.
Ahora bien, dependiendo del grado de cinismo o hipocresía de las personas, éstas recurrirán a uno u otro tipo de engaño o argucia para salvarse a sí mismas del suicidio o autoinmolación vital.
Obsérvese que en varias ocasiones me he referido a la autoinmolación vital, una suerte de suicidio irresponsable al que también podemos llegar, como personas o grupos colectivos, tras la pérdida de referentes y valores morales, espirituales en definitiva. De hecho, Occidente camina imparable hacia una futura autoinmolación vital. Occidente no tiene cura, pero tampoco está por la labor de buscar una superación o salvación al nihilismo que le está matando lentamente, poco a poco. Pero ahora no toca tratar este polémico tema.

Clases de personas y sus respectivos tipos de engaños o autoengaños.

Decía, coincidiendo con Camus, que es inevitable pensar en el suicidio, al menos cuando se llega a la certeza (y yo temo haber llegado a ella) de que realmente la existencia es un completo absurdo sin sentido. Que se lo pregunten a Heidegger, incapaz al final de hallar el sentido del ser, por más que se obligara a preguntarse sobre él. O mejor aún, preguntémoselo a Wittgenstein, el gran filósofo resignado que claudicó ante la vida y optó por callar y dejarse morir.
Tengo la sospecha de que cuando una persona es terriblemente sincera consigo misma, hasta el punto de que se obliga a no mentirse o autoengañarse, como sea y con la artimaña que sea (religión, filosofía, arte, poesía...), solo le queda dejarse morir. Así, en verdad podríamos considerar a Wittgenstein como el último y único superhombre del pensamiento humano capaz de ser consecuente con la lógica pura que dictamina, sin sentimentalismos ni trampas existenciales, que la vida es una mierda; una gran farsa o absurdo, o un sueño, como dijera el poeta.
Todos los demás somos supervivientes, es decir, grandes fariseos, cínicos o hipócritas, que sabedores de que no existe cura para la enfermedad del alma, nos inventamos trampas y engaños para burlar la enfermedad, para superar la depresión y vivir, sin más, hasta que nos llega el morir.

Pero sospecho que Wittgenstein tan solo ha sido uno de los primeros mártires y que, poco a poco, a medida que el nihilismo y el anonadamiento, la angustia frente a la nada, se vaya instalando en nuestras maltrechas y débiles almas acabaremos por desenmascararnos a nosotros mismos y todas nuestra mentiras. ¿Queda algo de energía vital o espiritual, hoy, en las decadentes sociedades occidentales? No, porque, como Wittgenstein, cada vez hay más claudicantes, racionalistas ebrios de honestidad que se obcecan en matar la vida a fuer de negarse a hacer trampas; a fuer de negarse a autoengañarse y de negarse a utilizar las artimañas tradicionales de la religión, la mística, la fantasía. ¿Qué fue lo que acabó con el Reino de Fantasía sino la Nada (magnífico Michael Ende)?

De momento, negado el espíritu, solo nos queda la filosofía, moribunda, todo hay que decirlo, y por eso no es de extrañar que el vacío dejado por la religión y el pensamiento más "sesudo" haya sido ocupado al asalto por los poetas. ¡Y mucho cuidado con los poetas, con esos grandes fingidores y maestros de la mentira y el engaño! ¡Y cuidado especial con el poeta político!
Pero lleguemos a las tres clases básicas de personas:

1) Las religiosas y/o espirituales (incluyo místicas varias y tendencias cripto-budistas, tan de moda).

2) Las filosóficas y racionales (incluyo filósofos, metafísicos e ideólogos varios).

3) Las poéticas y artistas en general: actores, pintores, literatos y, sobre todo, políticos.

Dicha clasificación solo atiende a un criterio: el tipo de engaño o autoengaño utilizado por cada clase de persona para burlar la depresión, el drama de vivir o el sentimiento trágico de vivir.
Ninguna de estas clases de personas es honesta, pues todas han optado por dar sentido a sus vidas a través de diferentes engaños y argucias, es decir, todas han preferido mentir antes que morir.

Los religiosos y místicos: son los mentirosos que, hoy, resulta más fácil desenmascarar. De hecho, la creencia en dioses o entes espirituales ya solo puede sostenerse desde la fe irracional de algunas personas que, a través de dicho autoengaño, consiguen dar sentido a sus vidas y burlar la angustia frente a la muerte. Nada que objetar: sálvese, que no cúrese, el que pueda.

Los filósofos y racionalistas: todos en el mismo saco, desde los presocráticos, hasta los clásicos, pasando por Descartes, Hegel, Kant y hasta llegar a Nietzsche, el único con cierto atisbo de honestidad, que, sin embargo, también prefirió vivir, aunque solo fuese engañándose al creer que con su genial locura dejaba en evidencia al resto de hipócritas. Al final, pero, un embaucador más que supo cómo evitar el suicidio.

Los poetas y artistas en general: son los grandes embaucadores y fingidores, farsantes e hipócritas por excelencia. No en vano eran los preferidos de Nietzsche. Quizás otrora, el loco alemán acertó en ver en ellos una alternativa a las tradicionales religiones y filosofías del momento. Pero ahora sabemos, al menos algunos de nosotros, que la poesía no es más que el engaño más inmoral perpetrado por quienes pretenden salvarse a sí mismos, evitando el suicidio a costa de legitimar su arte como herencia para la humanidad y el bien común. A este tipo de poetas, tan dados a salvar sus culos a través de los ropajes de la bonhomía y fingidos altruismos, pertenece la peligrosa especie de los políticos.
¿Qué tienen en común cualquier ferviente creyente, de cualquier dogma religioso, y cualquier político con éxito? Pues que ambos saben cómo vender un necesario mensaje de esperanza para dar sentido a la existencia de las masas. Ambos seducen, los dos prometen; los dos se aprovechan de la desesperanza de los pueblos. Dios será el supremum que impartirá justicia para unos, y el Estado omnipresente será el medio a través del cual los otros alcanzarán su utópico paraíso en la Tierra.

¿Qué es la libertad, al cabo, comparada con el gozo de vivir sabiendo que en la otra vida nos irá mejor, o sabiendo que ningún esfuerzo será necesario cuando Papá Estado nos "mantenga bien cebados y castrados" proporcionándonos subvenciones, ayudas, prestaciones, subsidios...?

Todos los farsantes y sus engaños están ya desenmascarados. ¿Qué nos queda por hacer? ¿Qué podemos hacer para sobrevivir a la desesperanza? ¿Volvemos a erigir en dioses todopoderosos a los gurús de turno capaces de seducir y prometer utópicas felicidades a las masas?
Nunca, como hoy, los últimos hombres de carne y hueso estuvieron tan solos y desamparados.

Apéndice 1

Opinión personal: todos somos unos farsantes en tanto nos servimos de autoengaños para superar el sentimiento trágico de vivir.
La verdad desnuda, cruda y sin paños calientes, es que la vida, per se, no tiene sentido. Somos los seres humanos, a través de nuestra consciencia, heredada por el logos histórico si lo preferimos, quienes en cada época hemos creado sentidos para sobrellevar la carga de la existencia.
Es cierto que a lo largo del devenir de la historia los autoengaños se han ido perfeccionando, desde los más burdos que rendían culto a las fuerzas de la naturaleza, pasando por los autoengaños místicos-religiosos hasta llegar a los más recientes autoengaños de los diferentes suprematismos ideológicos.
Cada época, sintiendo el dolor trágico de la finitud del ser (el drama de vivir, que diría Ortega) ha creado, bien fuera a través de la fe o de la razón, sentidos para evitar el suicidio, individual y/o colectivo; para evitar la desidia existencial y conseguir que el ganado humano pudiera ser domesticado y criado conforme a unas creencias que habría de llevarle a salvadores fines últimos.

Hoy, cualquiera que se obligue a sincerarse frente a la verdad, sabe que no hay ningún fin último en la existencia humana, es decir, que ésta carece de sentido. Y es entonces cuando llegan los poetas, grandes cínicos conocedores de tan terrible realidad, para, a través de sus obras, salvarse ellos mismos y hacernos creer que los demás también podemos salvarnos aferrándonos a filosofías de la estética, del deporte y de los espectáculos para masas.
Unamuno fue un poeta, más que filósofo en el parecer de Zambrano (yo también lo creo), y por eso sabía muy bien que se autoengañaba a sí mismo cuando, sediento de eternidad, recurría a la irracionalidad del arte para calmar la sed de perdurabilidad que le reclamaba su atormentado yo; ansias de desear seguir siendo que la razón le negaba.

Apéndice 2

Creo que Unamuno, en su "Del sentimiento trágico de vivir" lo deja bien claro. Unamuno tenía hambre de eternidad, deseaba seguir viviendo y perdurando en el tiempo, y la fe le instaba a creer en ello. Sin embargo, la terca razón le dictaba (a través de inapelables argumentos que el propio Unamuno enumeró en "Del sentimiento trágico de vivir") que la creencia en la vida eterna (vida después de la muerte) era tan solo un autoengaño.
En realidad, Unamuno teme dejar de ser él mismo, pues, como bien señala en "Del sentimiento", ¿de qué le "valdría" seguir siendo, por ejemplo, en un paraíso perfecto donde perdiese la conciencia única y personal de su yo?
Somos seres enfermos en tanto somos conscientes de nuestra finitud y de que nuestro yo, singular y único, dejará de ser algún día; esto nos provoca angustia y puede llevarnos a la depresión (tema central de esta reflexión). Esta es la tragedia unamuniana.

Todos los farsantes lo son, tanto si son cínicos conscientes de su autoengaño como si son ilusos que creen ciegamente en el mismo. Esta es mi opinión.
No valen valoraciones referentes a la intencionalidad, pues la intencionalidad siempre es la misma: la salvación o cura del individuo ante al sinsentido de la existencia.
¿Era el párroco de "San Manuel Bueno, mártir", por ejemplo, un farsante?
Yo creo que sí, por más que su intencionalidad fuese "buena" y se obligara a ejercer su oficio, a pesar de haber perdido la fe, por tal de salvar a sus feligreses.
El problema radica, creo, en que otorgamos a la palabra farsante connotaciones negativas (¿valoración moral?). Si no gusta el término farsante, cambiémoslo por el de  comediantes, que sería también más del gusto de Unamuno.

Todos los que nos obligamos a salvarnos de la depresión, en última instancia del suicidio, no tenemos más remedio que seguir con la farsa, o con la comedia que es la vida, por tal de crear sentidos que justifiquen nuestra existencia. Y si no somos capaces de crearlos, como hiciera Marx a través de su dialéctica, por ejemplo,, nos decimos a nosotros mismos (de nuevo autoengañándonos) que el sentido de la vida no es otro que el de seguir buscando su sentido. Con afán deportivo, añadiría Ortega.

Apéndice 3

Los comentarios parecen haberse centrado en exceso en Unamuno. Y Unamuno, desde luego, no era el tema central de mi reflexión (la depresión).
Quizás, más que recurrir a Unamuno, deberíamos callar sobre lo que no se puede hablar (Wittgenstein). En este sentido, quizás el autor del "Tractatus" pudiera considerarse como el antagónico a los demás farsantes, o comediantes, obcecados en crear y/o buscar "sentidos" vitales.

"La alternativa (a la constante incertidumbre) es aferrarse a alguna explicación que se pretenda definitiva - tanto de sentido como de sinsentido - y que puede aparentar darnos la satisfacción de concluir nuestra búsqueda."

Por eso, para salvarnos o curarnos, debemos aferrarnos a alguna creencia que "burle" (o aparente dar satisfacción) al sinsentido que es el drama de vivir. De lo contrario, de no aferrarnos a alguna creencia (autoengaño en definitiva), corremos el peligro de deprimirnos.
El autoengaño (aunque solo proporcione breves descansillos) es una necesidad vital y no hay que verlo como una mentira premeditada, sino como una autojustificación de nuestra existencia que nos insta a luchar, a través de un constante quehacer, para no claudicar (deprimirnos) frente a la vida.
Nadie puede vivir en un constante espacio radical de incertidumbre (la vida) sin darse a sí mismo algunas treguas en forma de autoengaños o "burlas" que le alejen de la depresión.

Apéndice 4

Yo no me "acomodo" en ninguna creencia o petición de principio inapelable, pues de lo contrario no estaría argumentando, razón mediante, sobre el sinsentido de la existencia.
Sostengo una opinión, pero no me "acomodo" en ella, es decir, intento dar una explicación, desde un punto de vista filosófico, de la depresión, entendida ésta como desidia y ausencia de ganas de vivir.
¿Qué intento demostrar?
Apunto una evidencia clara (no diremos verdad, para no pecar de dogmático): para afrontar el drama de vivir hay que encontrarle un sentido a nuestra existencia.

Todos necesitamos creer en algo. Pero es que dicha necesidad de creer en algo puede llevarnos, efectivamente, tanto a creer en Dios, en Buda o Alá, como a creer en la Iglesia de la Cienciología, la francmasonería, utópicos suprematismos ideológicos (comunismo, nacionalsocialismo, anarquismo...) o, sencillamente, puede llevarnos a no creer en nada (en el sinsentido de la existencia).

Ahora bien, ahora que ya estamos de acuerdo en que podemos creer tanto en un sentido (fundamento o finalidad última de nuestra existencia) como en un sinsentido de la vida (somos seres para la muerte)... ¿Qué opciones tenemos para no "petrificarnos", es decir, para obligarnos y motivarnos al constante quehacer vital?

¡El autoengaño es la única opción!, tal es mi tesis.

Da igual si somos o no conscientes de ello, da igual si lo hacemos siendo fervientes creyentes o si tan solo recurrimos a pragmáticos instrumentalismos (decía William James, al respecto, que no era necesario creer, sino tan solo desear creer).

¿Y en qué consiste el autoengaño?

Pues en crear tablas de salvación, ya sea a través de la religión, ideologías, arte o filosofía.

¿Y por qué creamos tablas de salvación?

Pues por tal de mantener viva la esperanza de que vivimos por algo y para algo que nos trasciende.

Nos obligamos (autoengañamos) a tener esperanzas para encontrar un sentido o un porqué.
Y he aquí la esencia de todo autoengaño: la necesidad vital de tener la esperanza de ser algo más que nada; la esperanza de que, efectivamente, en el se rhumano haya un plus de esencia.

No digo, por tanto, que el autoengaño sea "malo", sino necesario, ni acuso a la humanidad de ser una farsante; no acuso porque no emito juicio alguno en términos morales, sino que me limito a explicar por qué, en todo superviviente que se obliga a resistir al drama de vivir, subyace un autoengaño. Llamadlo "mecanismo de defensa" si lo preferís, porque al cabo lo que hacemos para no vivir en la desesperación es "obligarnos a" tener esperanza en algo; en ese "algo" que ya es más que nada.

Apéndice 5

Afirmo que la vida es un sinsentido porque el mundo, en sí mismo, carecería de cualquier significado o fundamento si el ser humano (Dasein) no se lo otorgase.
La cuestión sería preguntarnos por qué el ser humano está necesitado de otorgar un sentido a su existencia.
Mi respuesta al respecto es clara y, como Camus, creo que toda acción destinada a crear y/o buscar sentidos (tales como la acción de filosofar) lo que pretende es evitar el suicidio, es decir, pretende buscar una cura o salvación frente a la depresión y la autoinmolación vital, tanto individual como colectiva.

Efectivamente, también podríamos argumentar lo siguiente:

Podría argumentarse en sentido opuesto, con otra petición de principio, que la vida tiene sentido porque es evidente que lo tiene, tal y como lo demuestra la experiencia de vivir.

Podría argumentarse que lo estructural y natural de la vida es la sensación de plenitud, que el ser humano es una estructura narrativa que tiende a la plenitud, a la coherencia, y que a veces cae en autoengaños limitantes que, finalmente, logra superar para volver a su estado normal de coherencia. Podríamos decir, añadiendo unos cuantos autores que le den un aire de autoridad a la argumentación, que eso es el círculo hermenéutico de Heidegger y la hermenéutica de Gadamer, y también el carácter narrativo de la vida del que hablan los fenomenólogos. Podríamos decir que la vida es un sistema que tiende al equilibrio y que la depresión es una enfermedad de ajuste.

Sí, pero dichas argumentaciones ya serían fruto de autoengaños filosóficos. Quienes creen en un sentido de la vida es porque tienen fe y esperanza en que todo responda a un porqué, da igual si religioso, ideológico o determinado por la física cuántica.
Por supuesto que es cuestión de perspectivas el que cada cual pueda creer que la vida tiene o no tiene sentido. Pero es que da igual que lo tenga o no lo tenga, porque estamos pre-programados socialmente para creer en sentidos y fines últimos que puedan facilitar la domesticación y cría del ganado humano.
La vida en sociedad diseña falsas conciencias, alienas a la individualidad, que pretenden engañar a las masas, pero de la manera más efectiva: haciendo que cada individuo se autoengañe a sí mismo por tal de que no sea consciente de que ha sido engañado por el ente social.


Apéndice 6

Lo que diferencia al hombre del animal son sus diferentes respuestas ante el medio; los animales responden tan solo a estímulos y están condicionados biológicamente para actuar mediante respuestas automáticas, mientras que el hombre, haciendo uso de su inteligencia sentiente, aprehende la realidad justificando (evaluando y eligiendo entre diferentes respuestas alternativas). El hecho de someter a juicio previo todas las acciones (por qué, cómo y para qué) hace que, antes o después, los seres humanos se cuestionen, también, el porqué de su existencia (su ser en sí) y, más tarde, el porqué de la existencia (sentido del ser ahí, en el mundo). Al no encontrar respuestas, se desespera y se angustia (pierde la esperanza) y es entonces, para evitar la consiguiente depresión y/o autoinmolación, cuando comienza a crear autoengaños (religiones, filosofías, arte, ideologías). Esta es la historia de la humanidad y así es la tendencia natural de los seres humanos.
La tendencia al suicidio es genuina, la primera, porque a través de su inteligencia el hombre, al no encontrar respuestas sobre el sentido del ser, se angustia. Después, tras sentir el dolor y la angustia, es cuando "se pone las pilas" y se dedica a trascendentalizarse, a dotarse de esencia y sentido, a través de los susodichos autoengaños.


Apéndice 7

El "sentido" en sí mismo no es un autoengaño, sino una necesidad vital para positivar la muerte (lo efímero de nuestra existencia). Serían las creaciones (artísticas) y las búsquedas de vías (religiosas, filosóficas...), para hallar el sentido de la vida, las que constituirían los autoengaños propiamente dichos.


Apéndice 8

En mi planteamiento subyace un problema moral.
Desde el momento en que aceptamos el relativismo moral sabemos que no hay salvación ("Sin salvación, tras las huellas de Heidegger", de Sloterdijk), es decir, somos conscientes del sinsentido de la existencia (el hombre es un ser para la muerte).
Es entonces, cuando somos conscientes de que lo mismo da estudiar que drogarse, ver a Bergman o ver fútbol, ser "bueno" o "malo", cuando se hace necesario, por imperativo vital, recurrir al autoengaño.
 
Tenemos que crear valores positivos y para ello tenemos que justificarlos (acto moral). Pero dichos valores que, en efecto, son positivos y beneficiosos para seguir apostando por la vida (y alejarnos del hastío y/o la autoinmolación) no son valores a priori ni universales: no son verdades transcendentales, sino verdades instrumentales, elaboradas por la razón para dar sentido a nuestras vidas.
Pues bien, lo que sostengo es que dichas verdades instrumentales son autoengaños, en tanto las hemos creado a través de nuestra conciencia, pues hemos llegado a la conclusión de que tanto la verdad como la moral son relativas.

Los autoengaños, o justificaciones positivas para vivir (existir), se elaboran siempre a través de la razón, la cual se vale de diferentes vías (científicas, religiosas, filosóficas..).

Aquí quedó bien resumido:

¿Y en qué consiste el engaño que teje el psicólogo desde su consulta, el sacerdote desde su púlpito, el filósofo desde su cátedra o el ideólogo desde su poltrona? Consiste, sencillamente, en inventar un sentido; consiste en crear e imaginar lo que no puede ni podrá ser hallado: el sentido del ser.

Apéndice 9

Todo ser humano es moral en tanto que racional. Y ser moral significa que tenemos la necesidad (a priori) de justificar nuestros actos. Los griegos clásicos fueron unos grandes justificadores. De hecho, la moral entendida como virtud fue una de las más importantes creaciones de la historia del hombre, cuyo fin último era el de justificar las acciones humanas a través de valores de justicia y bondad. Quiero decir, con esto, que podríamos hablar de muchas morales: la moral del aristos vs la del esclavo, la moral judeocristiana vs la musulmana... Hay tantas morales (relativismo moral) como culturas, grupos humanos o psiques individuales. Yo sostengo, de hecho, que la libertad (gran autoengaño) consiste, tan solo, en poder elegir entre un abanico de engaños (vías de autocuración que den sentido a nuestras vidas).

El engaño que es reconocido conscientemente se convierte en autoengaño.
Curiosamente, no ha mucho, Peter Sloterdijk, haciendo suya la propuesta de William James, de instarnos a querer creer, se ha referido a la autohipnosis, que no sería más que un autoengaño, como yo sostenía, generado en nuestra psique por tal de salvarnos de la angustia.

El autoengaño (la creación o búsqueda mística, religiosa o filosófica), o autohipnosis de Sloterdijk, se elabora, precisamente, para superar la tristeza, la angustia o el sentimiento trágico de vivir.
No hay que ver connotaciones negativas y/o pesimistas en la necesidad de recurrir a autoengaños (ilusiones o creaciones de esperanza). De hecho, todos recurrimos a ellos, salvo quienes se rinden, dejan de crear y/o de buscar vías salvadoras y se abandonan a la autoinmolación vital.

Dicho de manera jocoso-cartesiana: "Me autoengaño, ergo existo".

Yo diría: nos autoengañamos para no reconocer como engaños las ilusiones y creencias que nos salvan de la angustia vital.

Apéndice 10

Podríamos decir que el ser humano, en tanto que inteligente (racional) necesita justificar sus actos, es decir, es inevitablemente moral.

Dejemos de lado el hecho de que el ser humano esté o no enfermo (definición en exceso poética de Unamuno) o de que el hombre sea un ser para la muerte (radical conclusión de Heidegger).
Lo que importa, para lo que pretendo explicar, es que la generalidad de los seres humanos (¿podría haber excepciones?) sienten en algún momento de su vida lo que Unamuno llamó el sentimiento trágico de vivir, y los psicólogos y psiquiatras consideran "desajustes" del estado de ánimo (labilidad emocional, apatía, anhedonia...) que suelen acompañar a estados de estrés y ansiedad y, en última instancia, pueden desembocar en una depresión.
Las depresiones más graves y persistentes en el tiempo pueden originar ideas autolesivas o de autoinmolación (suicidio).
Bien, la pregunta sería: ¿por qué hay personas que no perciben la vida como un sentimiento trágico o un drama que ha de ser vivido (Ortega)?
La psicología, la psiquiatría, la psicobiología y las neurociencias en general, responden rápidamente desde un punto de vista científico y proporcionan explicaciones para todos los desajustes o alteraciones del estado de ánimo (estrés, ansiedad, depresión, ideas suicidas...).

Estas explicaciones no nos interesan, porque estamos afrontando la depresión (y todo el conjunto de síntomas "antivitales" que suelen acompañarla) desde una perspectiva filosófica.

Queremos averiguar qué es lo que hace resistentes a algunas personas a la angustia existencial. ¿Cómo logran superar dicha angustia?

La angustia se supera a través de la creación; la creación entendida como constante quehacer; entendida como una constante lucha que nos proyecta en el tiempo y en el espacio y nos insta a superar circunstancias adversas.
La cura, en definitiva, consistiría en ser y hacer en la vida.

Estamos de acuerdo, pues, en que para no caer en la apatía de la depresión (inactividad), y poder seguir siendo y proyectándonos en la vida, necesitamos crear. Pero crear no es tan solo hacer, sino también idear y buscar.
Lo que digo es que los que son resistentes al drama de vivir lo son porque son creadores y/o buscadores.

Y lo que sostengo es que las creaciones, como las diferentes vías de búsqueda que utilizamos para hallar conocimientos, verdades o el sentido de la vida (vías místicas, religiosas, filosóficas, científicas, ideológicas...) son autoengaños necesarios para poder vivir sin miedo ni esperanza.
¡He aquí el gran propósito del autoengaño! Ayudarnos a vivir sin miedo (a la muerte) y sin esperanza (en otra vida o en la perdurabilidad eterna de nuestro ser).

Los autoengaños, por tanto, tienen una finalidad positiva: positivar la muerte (valga la redundancia) para sobrellevar el sinsentido de la existencia, ya sea creando o buscando sentidos o razones al ex-sitere (la vida). Pero el autoengaño, además de ser positivo y necesario, está construido desde una mentira, también positiva y necesaria.

Este doble carácter del autoengaño (como creación positiva y falsa a la vez) creo que puede no entenderse.

Ya he explicado por qué el autoengaño es positivo y necesario. ¿Pero por qué, además, el autoengaño es falso?

El autoengaño es falso (de ahí que lo denomine "autoengaño" y no creencia ilusoria, creencia moral o espiritual) porque todas las creaciones (artísticas, literarias, políticas...) y todas la vías de búsqueda (tanto racionales como irracionales) son falsas, es decir, solo existen como exigencias de la inteligencia humana; como ineludibles imperativos vitales, si se prefiere. Y no sirven para nada, en tanto ninguna nos salva de la muerte. Solo sirven para burlar la angustia ante la muerte y para hacernos creer que somos seres dotados de verdad o esencia transcendental.

Como he explicado, los autoengaños nos hacen creer que los seres humanos tenemos una esencia transcendental. ¿Cómo consiguen "endiosarnos" los autoengaños hasta el punto de hacernos creer que el hecho de ser humanos es una esencia en sí misma?
Pues a través de razonamientos instrumentales, es decir, autoobligándonos a creer en lo que, en el fondo de nuestro ser, sabemos que no sirve para nada y es mentira.

¿Y qué es un razonamiento instrumental? Es un razonamiento que crea verdades, valores y "sentidos vitales" para salvar el relativismo, tanto de la verdad como de la moral; para salvar el sinsentido de la existencia, haciéndonos creer que "el ser es algo, más que nada" (Heidegger).

Apéndice 11

Yo no digo que la depresión no sea una enfermedad, que sí lo es. Lo que señalo es que hay formas de depresión que no se explican, al menos por completo, desde la psicología y/o la psiquiatría.
Desde luego, cuando Unamuno se refería (siempre a través de poéticas metáforas) a los hombres como "seres enfermos", en tanto que infectos de angustia existencial, creo que pensaba en un rasgo (¿existencial?) inherente a todos los seres humanos (¿un universal?).

Uno podría preguntarse, por ejemplo, si ese estado al que llamamos depresivo es constitutivo o no de todo ser humano.

Exacto, esta es la cuestión. Y yo sostengo que sí, que la depresión, además de entenderse como trastorno psíquico, puede entenderse como un rasgo constitutivo del ser humano.

Precisamente, Unamuno, aunque de forma poética, se refirió a la "enfermedad" del ser humano como un rasgo constitutivo del propio ser humano.
Yo creo que antes de que cualquier gran filósofo, sistemático y metodológico, pueda "apresar" la verdad de una hipótesis de forma rigurosa, siempre hay poetas y soñadores que, a través de la intuición, abren los caminos del conocimiento.
A este respecto, ha tiempo desarrollé una reflexión donde señalaba cómo Unamuno abrió el camino a Zubiri para que éste pudiese dar un paso más, superando a Husserl, Ortega y Marías, al demostrar (rigurosidad filosófica mediante) que la virtualidad en el pensamiento (modo de ser real en la conciencia) ya era una realidad en sí misma, realidad virtual o realidad en la ficción, pero realidad al cabo.


Estamos determinados psicobiológicmante, sin duda. Los avances de las neurociencias y la biogenética han demostrado  la existencia de determinados genes, cuya presencia, aumentan las probabilidades de desarrollar conductas concretas. Pero también hay un determinismo cultural que condiciona nuestra conducta, el que sostiene, razón instrumental mediante, la creencia en un sujeto transcendental. Yo creo que éste último determinismo, o creencia en una transcendentalidad del sujeto, es un necesario autoengaño para superar el relativismo moral, o para superar aporías circulares, como prefieras, pero no es en absoluto demostrable, ni siquiera filogenéticamente. 


Suscribo:
La antropología y la psicología llevan ventaja a los kantianos (idealistas) que todavía necesitan creer en un sujeto transcendental (conste que yo comparto dicha necesidad). Ambas ciencias ha tiempo que despojaron al ser humano de todos sus transcendens para dejar al denudo, tan solo, al hombre de carne y hueso; y para ello no tuvieron más remedio que buscar y mirar "más allá del bien y del mal".



Apéndice 12

Todos sabemos qué es la depresión; mucho más que una enfermedad, como bien se apunta aquí:
El ser humano a veces pierde el norte y no sabe ya qué quiere y no quiere hacer, sufre un vacío de motivos para vivir, todo parece ya hecho. Esto le quita motivación para esforzarse hasta en hacer el más mínimo esfuerzo, y le conduce a caer en rutinas de cansancio y apatía, cuyo extremo es el suicidio.

Vivimos tiempos convulsos. Nos ha tocado vivir, quizás, el ocaso de la civilización Occidental; vivimos, quienes somos conscientes de ello, el final del sueño humanista.
El humanismo ha fracasado, pues de tan buenista, bienintencionado y soñador que se obligó a ser, no pudo evitar dejarse morir y abandonarse a una irresponsable autoinmolación vital. Sin esperanzas no hay ilusión. Y esto, precisamente, es la depresión: ausencia de esperanzas e ilusiones para afrontar el quehacer vital.

Ya no se trata de una enfermedad (si es que alguna vez la depresión lo fue) sino del sentir generalizado de toda una generación. Toda una generación, en gran número al menos, sumida en la desesperanza e incapaz de encontrar razones por las que vivir y seguir luchando.

Y cuando alguien se siente incapaz de encontrar el "sentido" o el "porqué" de su existencia; cuando no consigue una razón por la que seguir manteniendo vivas las llamas de la esperanza y la ilusión, no tiene más remedio que autoengañarse; no tiene más remedio que obligarse a creer en algo, en una bella mentira creada artificiosamente por la razón humana; un bello y necesario autoengaño cuya única finalidad (instrumental) será la de seguir manteniéndonos vivos.