sábado, 17 de diciembre de 2016

Comentario de Jesús M. Morote a "Normas para el parque humano" de Peter Sloterdijk.

Comentario de Jesús M. Morote (licenciado en filosofía) el día 17 de enero de 2016:

Como es inevitable en los textos filosóficos de largo alcance, esta obra de Peter Sloterdijk, aunque breve, admite interpretaciones divergentes. No hay, posiblemente, una interpretación auténtica y otras falsas, así que expondré la mía que no coincide del todo con la de Herrgoldmundo.

En su origen se trata de una conferencia que Sloterdijk pronunció en julio de 1999 en el marco de un Simposio internacional de Filosofía celebrado en el Castillo de Elmau (Baviera), con el rótulo: Más allá del Ser. Éxodo de la Filosofía del Ser después de Heidegger. Posteriormente, con algunas correcciones y un breve epílogo aludiendo al virulento debate suscitado en Alemania acerca de la conferencia, ha sido publicado en forma de pequeño libro.

El marco es importante porque, debido a la circunstancia en que aparece la obra, se incide mucho, incluso en el título, en que se trata de una "respuesta" a Carta sobre el Humanismo, de Martin Heidegger. En realidad, la reflexión de Sloterdijk es de mucho más alcance, ocupándose no solo de Heidegger, sino, con tanta o más intensidad, tanto del "humanismo" clásico, como de Nietzsche y de Platón.

Hay dos fragmentos de la obra que comentamos que quisiera destacar, de momento, pues encuadran bien el sentido de lo que Sloterdijk quiere trasladarnos (según mi interpretación, repito). (Nota: utilizo el original alemán, que usaré para citar las páginas; la traducción es mía.)
Sloterdijk escribió:

En la interpretación de la Metafísica europea acerca de la esencia humana, sigue siendo entendido el hombre como una animalitas ampliada con añadidos espirituales. Contra eso se revuelve el análisis existencial-ontológico de Heidegger, pues la esencia del hombre no puede para él, nunca más, expresarse en perspectiva zoológica o biológica, incluso aunque le adicionásemos generalmente un factor espiritual o trascendente.
(...) Se deja (Heidegger) arrastrar, en su afecto antivitalista y antibiologista, a expresiones casi histéricas, como cuando explica que parece «como si la esencia de lo divino nos fuese más cercana que lo extraño de la esencia-vida». (pp. 24-25)

Ahí radica, para mí, el núcleo de la crítica de Sloterdijk hacia Heidegger: que este no toma en cuenta, e incluso desprecia, un hecho que no puede ser dejado de lado, que el hombre es, ante todo, un animal. El hombre es un ser vivo y, por tanto, sometido a su naturaleza biológica. Cualquier especulación que no tenga en cuenta ese hecho es estéril.

Tal como yo lo veo, si ponemos en el centro de nuestra reflexión sobre el hombre ese factum de la animalidad, y, por tanto, en principio, sometido a las leyes de la evolución biológica, se nos abre una fascinante perspectiva. Los seres vivos, como explica la Teoría de la Evolución, se enfrentan a un entorno que los obliga a adaptarse como especie a las circunstancias que impone ese entorno. Sin embargo, el hombre, al menos desde el Neolítico, si no antes, parece haber escapado a esa ley de hierro de la biología. El desarrollo tecnológico y cognitivo ha hecho que la dependencia que, para sobrevivir y reproducirse, el hombre pueda tener del entorno sea prácticamente irrelevante porque el hombre puede "obligar" a la naturaleza a dar sus frutos. Puede modificar profundamente el entorno natural y puede modificar a su gusto, o la ingeniería genética va a permitirlo de forma generalizada previsiblemente a no muy largo plazo, las especies. La situación del hombre, pues, es muy particular respecto de los demás seres vivos: estos están a merced del hombre, pero este no está a merced de ninguna especie viva. ¿Quiere eso decir que el hombre, como especie, no está sometido a las leyes de la influencia biológica? Nada de eso; se presenta aquí una de esas aporías o círculos viciosos a los que con tanta frecuencia se enfrenta el filósofo: el hombre, como especie, está sometido a la influencia y presión biológica de una especie, la del propio hombre. La presión evolutiva que unos seres vivos ejercen sobre otros (particularmente la del hombre sobre las demás especies) se transforma, en la especie homo sapiens, en una presión reflexiva, la del hombre sobre sí mismo.

Esa naturaleza biológica del hombre y esa capacidad (que debe ejercitarse ineludiblemente, por otro lado) para "pastorearse" a sí mismo, para decirlo con expresión de Heidegger, no es, desde luego, un descubrimiento de Sloterdijk. Él alude a los antecedentes clásicos grecorromanos. Pero, en lo que aquí más nos interesa, la Filosofía europea, yo señalaría como piedra angular la Oratio de hominis dignitate de Pico della Mirandola (a la que Sloterdijk no se refiere en ningún momento, dicho sea de paso) y el consiguiente "humanismo" renacentista. Pero cuando nos hallamos en el momento presente, en el que los recursos técnicos, mediante la manipulación genética, permiten a los hombres-pastores-de-hombres disponer de recursos poderosos para transformar a la especie humana, más allá de lo que el entorno físico biológico pueda pesar, la pregunta filosófica más acuciante es: ¿cómo hay que usar tales recursos de ingeniería genética? ¿Cómo hay que diseñar ese proceso que tenemos, como humanidad, en las manos?

Gran parte de la polémica generada por el texto de Sloterdijk giró sobre acusaciones a este de propugnar la eugenesia. Yo no he visto nada de eso en la obra de Sloterdijk. Realmente este se limita a plantear el problema y no a esconderlo: la biomanipulación está ahí, a nuestro alcance y hay que afrontar esa situación.

Para encuadrar el problema (y no para darle solución; en esto Sloterdijk es como todos los filósofos: plantea preguntas pero no da respuestas) acude al diálogo platónico El político, que, con sorprendente anticipación, ya discute ese problema de cómo regir el rebaño humano. En realidad, el problema político, desde mucho antes de Platón y de Grecia no consiste sino en decidir quién y cómo ha de pastorear el rebaño humano. En términos más modernos, quién va a ser el gerente del parque zoológico humano: cómo determinar las reglas del Parque Antropológico. Y por eso, casi al final de su texto, escribe Sloterdijk (y esta es la segunda cita que quiero recoger, cerrando esta primera intervención mía en el debate):
Sloterdijk escribió:

En lo que atañe al zoológico platónico y su organización, lo que hay que saber sobre todo es si entre la población y la dirección se da una diferencia solo de grado o una diferencia específica. Porque bajo el primer presupuesto habría entonces entre los cuidadores de hombres y aquellos a quienes cuidan una diferencia solo casual y pragmática, pudiéndose en tal caso atribuir al rebaño la capacidad de elegir de forma rotatoria a sus cuidadores. Pero si prevaleciese entre los dirigentes del zoológico y sus habitantes una diferencia específica, entonces se diferenciarían unos de otros de forma tan fundamental que no sería aconsejable una dirección electiva, sino solo una basada en el discernimiento. Solo los falsos directores de zoológico, los pseudo hombres de Estado, y políticos sofistas harían campaña con el argumento de que son de la misma pasta que el rebaño, mientras el auténtico pastor marca la diferencia y daría a entender discretamente que, puesto que actúa desde el discernimiento, está más cerca de los dioses que las confusas criaturas que cuida. (p. 49)

Desde el humanismo renacentista (aludir a Roma parece fuera de lugar, pese a Sloterdijk, pues la Edad Media nos separa demasiado de esa época), los filósofos se han considerado esa clase de hombres en posesión de una diferencia específica que los destina a ser pastores de hombres. Ese humanismo, o ciencia del pastoreo humano, se ha ido transmitiendo a través de los siglos, haciendo de las obras filosóficas cartas que esos privilegiados dotados de discernimiento, se dirigen unos a otros, en su círculo elitista de conocimiento que los capacita para pastorear al rebaño humano. Pero en estos tiempos de oclocracia, de gobierno de los peores, en palabras de Perniola, cualquiera puede aspirar a ocupar el puesto de pastor. El humanismo, como la cultura de los libros, ha pasado a ser una antigualla, materializada en obsoletas bibliotecas que ya nadie visita. Precisamente en el momento en que la capacidad del hombre para la manipulación genética (y no solo, sino también social) ha alcanzado cotas desconocidas hasta hoy y con un potencial manipulador casi ilimitado.

Ese es, para mí, el debate que suscita la obra de Sloterdijk que comentamos.

Fragmento del artículo publicado en Die Zeit el 9 de septiembre de 1999 por Sloterdijk con el título: Die Kritische Theorie ist tot -Offener Brief an Thomas Assheuer und Jürgen Habermas ("La teoría crítica está muerta - Carta abierta a Thomas Assheuer y Jürgen Habermas"). Contiene las referencias que hizo Sloterdijk a Habermas. La traducción es mía (Jesús M. Morote).
Sloterdijk escribió:

Es bien sabido que los rumores viajan deprisa. Alguien dijo una vez que viajan tan deprisa como la mala voluntad. Mientras tanto, ha llegado a mis oídos, como último eslabón de la cadena de rumores, incluso en mi lugar de vacaciones en el Sur, con un retraso de solo pocas semanas, lo que debe haber difundido usted sobre mí y mi conferencia de Elmau acerca de la Carta sobre el humanismo de Martin Heidegger, con palabras que más bien proceden del polémico almacén de su vocabulario político, en el cual desempeña un papel importante la expresión "joven conservador". Con la mirada vuelta atrás, cuando hubo entre nosotros una vez días más claros, incluso un esbozo incipiente de amistad, y porque no quiero despojar de afecto mis recuerdos del respeto que experimenté hacia usted, como autor de algunos libros llenos de enseñanzas para mí y mi generación, le escribo aquí, para formalizar por mi parte los requisitos para una vuelta al camino de formas de entendimiento dialógicas y no difamatorias. Doy yo el primer paso, aunque le hubiese correspondido a usted hacerlo, según están las cosas. Hago honor al privilegio de la mayor edad, que usted ostenta en relación conmigo. Tomaré hasta nuevo aviso su omisión como mero descuido, que puede revisar, y sus juicios como una situación que todavía puede ser reconducida en debida forma.

Le ruego repare en la expresión "hasta nuevo aviso". Expresa que estoy cerca de llegar al techo de mi tolerancia. Usted, señor Habermas, habla con mucha gente sobre mí, nunca conmigo, y eso, en un oficio como el nuestro que consiste en argumentar, resulta inquietante; en un teórico del diálogo democrático resulta incomprensible. Mediante su conversación, a juzgar por lo que oigo a través de ecos indirectos, ha originado usted una gran excitación. Hace unas semanas, parece, ha estado usted alborotando a lo basto y agitando a lo fino. Ha estado telefoneando por aquí y allá entre Hamburgo y Jerusalén, para atraer conversos a su equivocada posición. Tiene usted colegas que encontraron cuestionable mi charla de Elmau, sometida a vapuleo incluso de forma masiva. Aún más, usted ha hecho copias piratas del texto (que le había sido facilitado de forma privada) y, con violación de todas las buenas prácticas universitarias, académicas y editoriales, las ha remitido a periodistas que fueron y son discípulos suyos, acompañadas de una guía explícita para una lectura falseada y una instigación a actuar. Usted ha dirigido reproches a participantes en las jornadas de Elmau, por no haber reaccionado in situ de forma tan excéntrica como usted. Ha dado instrucciones a un colaborador del ZEIT así como a un autor de un artículo alarmista en el Spiegel, de que no debían dejar caer el nombre de usted. Primero tocó la corneta su discípulo Assheuer, luego también ha cumplido Mohr con su obligación.

...Por tanto: Que usted, ese gran comunicador, ese penetrante moralista del discurso alemán acerca del genuino antifascismo (cuyo comprobablemente deleznable axioma reza así: fascistas son siempre los otros), empuje a los medios de comunicación a esa tarea, como atestigua lo ocurrido, me da la oportunidad de notar cómo se desintegra en el conflicto su careta liberal. Sus subterfugios ético discursivos se apartan a un lado y dejan traslucir motivos más contundentes. Solo necesito leer esta semana el ZEIT y el Spiegel para fijar mi posición respecto de usted y sus proyectos éticos. Usted ha dejado de aplicar la coerción sin violencia de los mejores argumentos. Ahora, por fin, ha llegado a la coerción, ya no totalmente libre de violencia, de la denuncia acelerada (y de la peor lectura). (Su difunto colega Luhmann se percataría: la trasposición del discurso moral en agitación.) ... En todo caso, ahora sabemos mejor, a través de usted mismo y de sus dóciles discípulos, lo que entiende usted por discutir, pensar, acercarse a los problemas, ámbito público y apertura. Ha dado usted ejemplo de cómo se puede emplear la mala lectura como arma, y ha montado una escena que nos ha ayudado a comprender cómo en los discípulos totalmente entregados la dislexia entierra vínculos interesantes mediante el oportunismo. ¿Puede pedirse más a un ilustrado? ... Ah, querido Habermas, lo mejor que podría decir es que todo ha pasado ya. El tiempo de los hijos con muy buena y muy mala conciencia se ha ido. ¿Dónde está, entonces, lo triste? Lo que corresponde ahora es elaborar un nuevo capítulo. Lo que yo filosóficamente, como teórico del sueño humano, he querido aportar, lo muestran mis últimos libros.

La teoría crítica ha muerto ese dos de septiembre. Usted ha estado metido en la cama desde hace tiempo, la vieja dama gruñona, ahora está completamente desfasada. Nos juntaremos en la fosa común de una época, para hacer balance, pero también para reflexionar sobre el final de una hipocresía. Pensar quiere decir agradecer, dijo Heidegger. Yo creo más bien que pensar quiere decir respirar.

martes, 13 de diciembre de 2016

El saber y la verdad (parte III)


Introducción.

A partir de lo explicado hasta ahora, podríamos concluir que la verdad del ser es la verdad que halla y/o construye cada individuo para dar sentido a su vida.
Cada individuo construye "su verdad", su es-sentia, reflexionando (pensando) sobre el carácter finito de su existencia; meditando sobre la vida y la muerte. Y lo hace instado por una necesidad de autorrealización y/o salvación personal, creando su propio proyecto vital para dar un significado a su existencia.
Pero al individuo se le presentan dos problemas u obstáculos que dificultarán la búsqueda de "su verdad":
1) Su propia personalidad o perfil psicológico.
2) El ente social.

1) Perfiles psicológicos o clases de personas.

Podríamos considerar dos perfiles psicológicos bien diferenciados: el optimista antropológico vs el pesimista antropológico, que se corresponderían, salvando diferencias, con personalidades predispuestas a la fe y personalidades con una predisposición al escepticismo.

Decía Erich Fromm que podríamos considerar dos tipos de fe para salvar la incertidumbre escéptica:

1) La fe auténtica y genuina que surgiría como expresión de una íntima relación del individuo con el mundo y la humanidad. Sería una fe que afirmaría la vida.

2) La fe que nace de la necesidad de obtener certidumbre frente a la soledad e inseguridad. Sería una fe basada en una actitud negativa hacia la vida.

El escepticismo, a su vez, también podría darse como actitud resignada que asume la falta de sentido en la vida y la existencia, o como cinismo hipócrita que defiende sentidos de vida en los que no cree realmente. Ambos perfiles podrían considerarse como propios de pesimistas antropológicos y, en cierta manera, ya fueron explicados en las reflexiones anteriores de "El saber y la verdad" (partes I y II).

Ahora, pero, me centraré en los dos perfiles psicológicos humanos (optimistas antropológicos) que tienen fe; que creen en una determinada verdad, ya sea religiosa y/o ideológica.
La fe surgida como necesidad de certidumbre, a la que se refiriera Fromm, se me antoja muy similar a la verdad en la que cree la razón pragmática. La razón instrumental no cree en una verdad porque esta le haya sido revelada, sino porque la misma razón la construye (su verdad)  a la medida de sus necesidades. Como ejemplo de esta fe, pragmática e instrumental, podríamos señalar la religión laica del marxismo.
Por lo tanto, tampoco me interesa este tipo de fe o razón pragmática, cuya prepotencia enmascarada ya hace tiempo que fue puesta al desnudo y descubierta como racionalización psicológica (Erich Fromm) y como razón cínica (Peter Sloterdijk).

Para poder salvar a la humanidad (tarea imposible en el parecer del pesimista Heidegger) ya no nos vale la razón cínica que se ha desenmascarado como falsa razón ilustrada. Las vías de salvación del SXX han fracasado. Ni el capitalismo, pero tampoco el comunismo ni la socialdemocracia que intentó buscar el equilibrio entre libertad individual e interés colectivo, han podido salvar a las masas de la angustia ante las inseguridades e incertidumbres vitales que se presentan en el actual SXXI: más crisis, más pobreza, más deterioro medioambiental, más guerras...
Así, la pregunta queda reducida a una única posibilidad (la posibilidad heideggeriana de que solo  un Dios pueda salvarnos):

¿Es todavía posible que la humanidad pueda salvarse a través del desarrollo de una fe genuina y auténtica (humildad ontológica)?
Un pensador lo creyó posible: Xavier Zubiri. Y otro pensador más actual, Peter Sloterdijk, está por la misma labor de hallar vías alternativas para salvar a la humanidad.
Ambas vías, la original vía zubiriana y la creativa o estética vía de Sloterdijk,  parten del supuesto de que la humanidad solo podrá salvarse en la medida en que los individuos, libres y conscientes de serlo, se reconozcan y encuentren su equilibrio (su verdad) en lo otro y con lo otro.

La coexistencia precede a la existencia (Peter Sloterdijk)

El revolucionario Sloterdijk, partiendo de Heidegger, supera el posicionamientos teológico (la esencia precede a la existencia), el humanista (la existencia precede a la esencia), y el del propio Heidegger (la esencia coincide con la existencia) y reformula el conocido problema ontológico de la siguiente manera: La coexistencia precede a la existencia.
Peter Sloterdijk, aunque formado en la Escuela de Frankfurt, no se centrará tanto en la salvación del humanismo a través de la vía política (socialdemocracia), como hace su colega Habermas, sino que apostará por un nuevo poshumanismo; apostará por un nuevo y revolucionario prototipo de hombre más globalizador y menos "humano"; es decir, apostará por un tipo de hombre menos antropocéntrico (humanista), que no se endiose y se enseñoreé del mundo y de la vida que este contiene, sino que se convierta realmente en su pastor. Un pastor del ser, no solo de los demás hombres, sino también de los animales portadores de derechos e incluso de las máquinas, entendidas estas como creaciones humanas con derechos propios.
La propuesta de Sloterdijk es profundamente transgresora, y quizás imposible de ser llevada a la práctica, pero no cabe duda de que en la misma subyacen dos ideas claves:

1) El hombre no es el dueño, sino el pastor del ser.
2) En tanto que pastor, el hombre debe reconocer su coexistencia en y con lo otro y con los demás.

Lo que intentará demostrar Sloterdik es que el hombre nunca es uno, ni nunca es un ser-en sí que esté solo. Siempre, en el parecer de Sloterdijk, el hombre está en comunión con "el otro", incluso ya en la placenta, antes de nacer, sostiene Sloterdijk que el pre-ser ya se está relacionando con su entorno placentario, y a través de los vínculos con la madre-placenta comienza a desarrollar su yo-en-y-con el otro.
El vínculo entre el ser-en sí del individuo con "el otro" pasará de ser dual (vínculo  materno) a ser múltiple (vínculo social) tras su nacimiento.
Y es en este punto, que concierne al momento de nacer, donde Sloterdijk muestra semejanzas con la propuesta zubiriana. Ambos pensadores corregirán la aseveración de Heidegger: El hombre es arrojado desnudo al mundo, y sostendrán que el hombre nace religado al mundo (Zubiri) y que el hombre ya nace vinculado al mundo (Sloterdijk).

Se me antoja, por tanto, que el concepto de coexistencia o de ser-en sí vinculado en y con lo otro de Slotedijk es muy parecido al concepto de religación de Zubiri.

El hombre nace religado a la realidad (mundo).

Decía en el comentario correspondiente a "El hombre y Dios" de Zubiri:
Según Zubiri, el hombre se hace (a sí mismo) a través de acciones; siendo agente, actor y autor de dichas acciones, y estando en la realidad, construyendo su realidad personal relativamente absoluta. Y ese hacerse, estando en la realidad, se produce por el poder de lo real que impele al hombre a ello.
El poder de lo real es fundamento último del hombre que le impele a la religación, le liga a la realidad para llegar a ser él mismo.
La religación no es solo manifestativa (ser) y experiencial (posibilidades de ser), sino también enigmática. La relación (religación) entre el hombre y la realidad es enigmática porque lo que se manifiesta tiene modos de significar que nos obligan a adoptar una forma de realidad, porque lo que aprehendemos es real, pero no la realidad. Este es el problema de la realidad: ser un más que en ella misma.
Y como el hombre no puede aprehender la realidad, sino significados de la misma, se muestra inquieto y preocupado e, instado por su conciencia y la volición de verdad real, se obliga a buscar el fundamento de su relativo ser absoluto.
La búsqueda del fundamento de su relativo ser absoluto (ser-en sí), impele al hombre a resolver el problema de la realidad-fundamento. Así, el problema de la realidad-fundamento es el problema de Dios y podemos concluir que el problema de Dios es constitutivo de la persona.

Tanto Sloterdijk como Zubiri enfantizan, como hiciera Erich Fromm, en la necesidad de que el hombre, su ser-en sí, esté vinculado, religado o en equilibrio con el ser-en y ser-con el otro: mundo, vida y sociedad.
Ya hemos visto que dependiendo de la clase de persona que seamos optaremos por la resignación pesimista (no hay sentido) o por el optimismo creador (estamos impelidos o vinculados al mundo de tal manera que, inevitablemente, somos seres con sentido).
Ahora bien, si aceptamos que el ser humano es "algo" más que un ente y que, por lo tanto, su ser-en sí también es un ser-en-y-con lo otro, estamos obligados a dotarnos de esencia construyéndola, a través del ejercicio de nuestra propia libertad.
Cuando un individuo cualquiera construye o halla "su sentido", de hecho está dotándose de "su verdad": la verdad de su ser.
¿Pero qué ocurre si un individuo, haciendo uso de su libertad individual, no tiene posibilidad alguna de autoafirmarse o autorrealizarse, a través de "su verdad", en la Verdad normativizada e institucionalizada del ente social?

2) El ente social.


El ente social también es un ser-en sí mismo, solo que colectivo en vez de individual. De hecho, lo que pretendió señalar Heidegger, al referirse al Dasein histórico, es que el Dasein individual siempre es de suyo, y desde el momento de nacer, historia y memoria colectiva.
Ningún hombre, por libre que se pretenda, es tan solo un ser-en sí puro y genuino, sino que es la suma de todo el logos histórico-cultural y filogenético de su especie y del grupo social en el que se encuentra inmerso desde el momento de nacer. El hombre está condicionado, al tiempo, por una determinada herencia biogenética y por unas concretas antropotécnicas (reglas y normas sociales).
El ente social, por tanto, también posee su VERDAD; una única verdad y/o razón de ser que hace posible que pueda autoconservarse a través del dominio de la naturaleza, y ejerciendo el dominio y la coacción sobre todos los miembros del grupo social.

La verdad colectiva del ente social podrá coincidir, o no, con la verdad particular de cada individuo, o dicho de otra manera: dependiendo de la clase de persona que seamos nos encontraremos más cómodos y/o adaptados en una determinada clase de sistema social.
Cuanto más represor sea un sistema de las libertades individuales, más exigente se mostrará en reconocer y aceptar como verdadera una única clase de personas; es decir, una única CONCIENCIA VERDADERA.
Lo ideal (utópico) sería que la conciencia verdadera de un ente social estuviera refrendada, asumida y aceptada, por una única clase de hombres que hiciera suya la conciencia del ente colectivo.
Pero ni en la realidad, ni en los más conocidos relatos utópicos ("1984", "Un mundo feliz"), se da una perfecta simbiosis o equilibrio entre las diferentes libertades individuales (portadoras de sus verdades particulares) y el ente social (portador de una verdad colectiva).

Siempre, en todo ente social, hay disidentes; individuos que no sienten como propia la verdad colectiva.
¿Qué hacer con los disidentes? ¿Se les tolera, se les "reeduca" o se les extermina directamente?
Actualmente, la mayoría de los entes sociales o Dasein históricos, han corregido los excesos prepotentes y despóticos del pasado mostrándose más tolerantes con las libertades individuales de sus miembros.
Pero la humanidad, el humanismo, sigue en grave peligro, pues todavía quedan suprematismos ideológicos y religiosos dispuestos a imponer a sangre y fuego sus respectivas conciencias verdaderas. El neocomunismo, que pervive en países como Corea del Norte, y el Islam, en su versión más dogmática y beligerante, siguen empeñados en imponer sus respectivas verdades particulares como únicas y absolutas verdades universales.
¿Qué hacemos ante la amenaza que suponen las disidencias de dichos suprematismos que no aceptan como suya la verdad del Dasein histórico, más civilizado y humanista, que ha logrado imponerse a lo largo y ancho del mundo?

De la respuesta que demos a esta pregunta dependerá el futuro del humanismo y, por tanto, el de la civilización tal y como la entendemos; de la respuesta que demos dependerá qué verdad o conciencia auténtica se arrogará el derecho de haber hallado o construido la verdad del ser (sentido) para poder guiar, domar y domesticar (civilizar) a todo el conjunto del parque humano.


miércoles, 7 de diciembre de 2016

El saber y la verdad (parte II)


La paradoja del humanismo


La primera parte de "El saber y la verdad" concluyó con el brillante descubrimiento de Heidegger que dejaba al descubierto las "vergüenzas" del humanismo, al cabo un suprematismo más que se erigía a sí mismo, cual soberbio diosecillo, en "bueno y justo"; un antropocentrismo humano, demasiado humano, que se autoproclamaba como la única conciencia verdadera capaz de civilizar (domar y domesticar) al hombre, y todo por tal de alejarle de la barbarie de la naturaleza. Nada tuvo de extraño, por tanto, que el marxismo, aspirante a ocupar el hueco vacante dejado por Dios, recogiera el desfallecido y decadente humanismo judeocristiano y lo hiciera suyo. Para ser "buenos y justos" había que seguir siendo "humanistas".

Como ya señalé, la II Guerra Mundial supuso un "antes y un después" que hizo que Heidegger se cuestionara las bondades apriorísticas que se le suponían a todas aquellas ideologías que, a fuer de "humanistas", pretendían legitimarse como necesaria e inevitablemente "buenas y justas".
Todo el mundo señaló y condenó el retorno del nacionalsocialismo hacia la naturaleza más embrutecedora, incivilizada y exenta de humanismo, como una vuelta a la barbarie. Pero el mundo miró hacia otro lado cuando los justos y buenos humanistas demostraron ser tanto o más bárbaros que los propios nazis. Las fuerzas aliadas masacraron a las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki con el lanzamiento de las dos bombas atómicas. Y el otrora bienintencionado marxismo mutó en pérfido comunismo genocida (la URSS de Stalin, la China de Mao y la Camboya de Pol Pot dieron fe de ello).
¿Qué estaba pasando? ¿Quiénes eran los "buenos" y quiénes los malos?
Heidegger, en "Cartas sobre el humanismo", ponía el dedo en la llaga: todo humanismo se convierte en esencia de sí mismo; es decir, tiende a autolegitimarse como el más bueno y justo. Y cuando el hombre se endiosa y se cree en posesión de la verdad (la absoluta y eterna verdad universal) no duda en hacer lo que sea necesario para defenderla e imponerla. Así se condujo el nacionalsocialismo, pero también las humanistas sociedades liberales-capitalistas y los comunistas herederos del humanista marxismo.
La Escuela de Frankfurt, con pensadores como Adorno, Horkheimer y Erich Fromm a la cabeza, lejos de "mirar hacia otro lado", no obviaron las observaciones de Heidegger. De hecho, Habermas, también distinguido filósofo de la misma escuela de tradición marxista, aceptó que "era necesario pensar a Heidegger contra Heidegger".
Así, los pensadores de la Escuela de Frankfurt descubrieron la paradoja inherente al humanismo:

El humanismo, pretendiendo liberar al hombre, no puede evitar, al tiempo, ejercer el dominio sobre el mismo.

Civilizando a Heidegger


Cuentan que Horkheimer, coautor junto a Adorno de "Dialéctica de la ilustración", estuvo tentado de no hacer públicas sus conclusiones al respecto de cómo se había conducido la razón ilustrada a lo largo de la historia.
Horkheimer había llegado a la misma conclusión que Heidegger: en la esencia del humanismo se hallaba el germen de su propia autodestrucción.
Reconocer la verdad señalada por Heidegger suponía cuestionar las "bondades" apriorísticas de la última razón ilustrada que se había erigido como única conciencia verdadera a finales del SXX: el humanismo marxista.
La Escuela de Frankfurt, de clara tradición marxista y con pensadores como los ya mencionados Horkheimer y Adorno, y junto a otros de gran relevancia, como Marcuse o Fromm, se encontró frente a una difícil encrucijada: o hacían públicos los ensayos que demostraban que toda ideología liberadora (como la marxista) era al tiempo dominadora, o los ocultaban por tal de no alimentar a los ideólogos liberal-conservadores contrarios al marxismo.
Finalmente, Theodor Adorno, compañero de Horkheimer, impuso su postura de que era necesario "tirar de la manta" y hacer pública la verdad.
¿Y cuál era la verdad?
La verdad era que toda ideología liberadora que luchaba contra una prepotencia señorial represora acababa convirtiéndose ella misma en cínica prepotencia dominadora; la verdad era que la libertad individual siempre era sacrificada y reprimida en cualquier sistema social en aras de garantizar la seguridad y el bien común. La dolorosa verdad que enfrentaron Horkheimer y Adorno fue que, si bien fue cierto que el Capitalismo explotó y convirtió a los seres humanos en medios sacrificables, privándoles de su dignidad y libertad individual, no fue menos cierto que el marxismo, en su lectura más comunista, hizo lo mismo: reprimió, cuando no anuló, las libertades individuales en aras de lograr fines últimos colectivos.

Sí, Heidegger tenía razón, pero era necesario "civilizarlo", es decir, era necesario salvar al humanismo de la barbarie del nacionalsocialismo, pero también del comunismo. Era necesaria una tercera vía que permitiera salvar al humanismo de su propia autodestrucción; era necesario preservar y defender la dignidad y las libertades individuales frente a los diferentes despotismos, tanto de las izquierdas como de las derechas.
Hasta entonces, solo se contemplaban dos vías para seguir domando y domesticando al ser humano, para mantenerlo sumiso y civilizado al cabo: la correspondiente a la razón cínica que sabía la verdad demostrada por Heidegger (corroborada después por Adorno y Horkheimer) y la vía pesimista del propio Heidegger: "ya solo un Dios podría salvar a la humanidad".
Frente a la vía pesimista y resignada de Heidegger, los cínicos seguían apostando por mostrar, ante las masas, un falso optimismo antropológico; es decir, sabedores de que no había solución y de que solo era cuestión de tiempo que la humanidad se autodestruyera a sí misma, se dedicaban a ganar tiempo y a no enfrentar los graves problemas, dejando que el devenir de la historia siguiera su curso.

Los ingenuos optimistas antropológicos


Si los falsos optimistas antropológicos, que no creían realmente posible salvar al humanismo, pecaban de hipócrita cinismo, podríamos decir que las terceras vías abiertas por los optimistas, pecaron de ingenuidad, o como dijera Heidegger, pecaron por mostrar un humanismo excesivamente cándido.

Los primeros en ponerse "manos a la obra", para salvar al humanismo de su propia autoinmolación, fueron Adorno y Horkheimer, que se vieron obligados a reinterpretar y corregir la teoría marxista, autocrítica mediante, por tal de actualizarla a la nueva verdad aceptada: todo humanismo (antropotécnica civilizadora) es al tiempo liberador y dominador. Se trataba, por tanto, de corregir lo que de despótico pudiera haber en el marxismo, para, así, poder seguir postulándolo como posibilidad de salvación del ser humano.
La idea general que subyacía en los defensores del optimismo antropológico era que sería posible equilibrar las libertades individuales con los intereses sociales.
Así, Erich Fromm desarrollaría su tesis de la libertad positiva en sociedad; una libertad individual que le permitiría al sujeto su autorrealización personal, pero integrado y formando parte del conjunto de la sociedad, evitando, así, sentimientos de alienación.
Habermas, por su parte, ofrecerá su propuesta de una teoría de la acción comunicativa, la cual defenderá hacer cambios sociales a través del entendimiento entre individuos, y no mediante la lucha de clases marxista.
En definitiva, se trató de civilizar a Heidegger a través de la corrección y reinterpretación del marxismo (cuyo dogmatismo marxista-leninista provocó al respuesta nacionalsocialista). De hecho, la mayoría de los pensadores de la escuela de Frankfurt se distanciaron claramente del comunismo, pero apostando por una socialdemocracia que habría de lograr, al tiempo, la conciliación y el equilibrio entre libertad individual e interés social.

Además de las terceras vías políticas que supusieron las alternativas socialdemócratas de los pensadores de la Escuela de Frankfurt, consideraremos las posibilidades ofrecidas por otras vías más místico-espirituales (Zubiri) y/o estético-creativas (Sloterdijk), las cuales también tendrán como finalidad última salvar al humanismo.
Todas las terceras vías, tanto las políticas como las místico-espirituales o estéticas, tendrán como objetivo último conciliar el ser-en sí individual con el ser-en lo otro y/o el ser-con el otro.
Habrá, por tanto, tantas verdades como vías o caminos de salvación se postulen.

Continuará.

domingo, 4 de diciembre de 2016

El saber y la verdad (parte I).

Introducción.

Últimamente he reflexionado mucho sobre el aforismo de Nietzsche que nos alerta sobre la última trampa de la moral: el conocimiento por el conocimiento.
Me he dado cuenta de que a lo largo de mi vida he perdido mucho tiempo en leer y aprender cosas de escasa utilidad; creo, realmente, que poseo conocimientos que no me sirven para nada. La mayoría de tales conocimientos los adquirí a través de una formación reglada poco orientada a la praxis, pero ebria de ese platonismo trasnochado que  hiciera creer al ser humano que en el saber se hallaba la máxima "virtud". En mi familia, por ejemplo, siempre se nos decía, a mis hermanos y a mí, que "el saber no ocupaba lugar". ¡Cómo que no ocupaba lugar! Peor aún, saber me "ocupó tiempo" y se bebió mi vida misma (ma non troppo, afortunadamente); el tiempo invertido en "saber" redujo las posibilidades de experimentar y de sentir. En definitiva, el exceso de saber por el saber me impidió ser, al menos más de lo que hubiese podido llegar a ser.
Afortunadamente, siempre, desde muy joven, presentí cierta insania en el hecho de permanecer excesivo tiempo recluido en una habitación, o en una biblioteca, "leyendo libros y viendo pasar la vida". Gracias a ese presentimiento o intuición (llámesele como cada cual prefiera) de estar siendo engañado y estafado vitalmente, me obligué a cumplir con mis deberes y obligaciones (estudios) pero sin renunciar al imperativo de vivir y explorar el mundo, aunque fuese desde las escasas posibilidades que me permitía la humilde condición socio-económica de mi familia.

El dilema

¿Qué hacer cuando intuyes que toda la pedagogía social tiene como único fin implantar en los hombres un programa de vida alieno a la auténtica razón de ser de cada individuo? ¿Qué podemos hacer cuando somos conscientes de ser víctimas de una estafa vital pre-programada y bien orquestada?
Solo podemos aprender a hacer malabarismos existenciales y, sobre todo, aprender a jugar sin miedo ni esperanza.
El juego, desde luego, no puede ser otro mas que el "deporte de filosofar" (Ortega); el único juego vital que, como el libro gordo de Petete, te enseña y te entretiene; te enseña a poder llegar a ser tú mismo y te entretiene por el camino que es la vida para evitar ser seducido por Thanatos.

Un saber para cada verdad.

Siguiendo la clasificación propuesta por Kant, podríamos diferenciar tres saberes que se corresponderían con tres necesidades vitales: conocer, decidir y preferir.

1) Saber teórico: Kant dio cuenta de él en su "Crítica de la razón pura". Este saber saciaría la necesidad, tan humana, de conocer las leyes del mundo a través de la ciencia. Su pragmatismo es evidente: cuanto más conozcamos nuestro entorno y las leyes que lo rigen, mejor garantizaremos nuestra supervivencia. Está orientado al conocimiento o verdad que puede ser comprobable.

2) Saber ético o moral: Kant se refirió al mismo en su "Crítica de la razón práctica"; el conocimiento necesario para saber qué decidir, es decir, para saber elegir de entre las posibilidades vitales que se nos abren a la hora de relacionarnos con el mundo y con los demás. ¿Cómo debemos conducirnos con el prójimo? ¿Por qué hacerlo de una determinada manera? Es un saber tan pragmático que, sin él, sería imposible articular y vertebrar las sociedades humanas. Está orientado a la búsqueda de la verdad moral.

3) Saber estético: Kant trató sobre él en su "Crítica del juicio". Conocer sobre gustos y preferencias y decidir qué es la verdad de la belleza. También es sumamente pragmático, aunque no lo parezca, pues de los gustos estéticos se derivarán (tal es mi tesis) las decisiones ético-morales.

El saber olvidado.

Como ya señalé, con Platón dio comienzo una nueva era para Occidente y para la humanidad: la búsqueda del conocimiento por el conocimiento, es decir, convertir en la más elevada virtud el obligarnos a conocer la verdad. ¿Pero qué verdad?
Platón se obcecó en hallar una verdad óntica (sobre las cosas) diferenciando el mundo suprasensible (de las ideas) del mundo sensible o terrenal. Así, desde Platón, la filosofía Occidental se enfrascó en la búsqueda de las tres grandes verdades que consideraron necesarias para satisfacer la sed de saber de los hombres: la verdad de la razón, la verdad moral y la verdad estética.
¿Y qué pasó con la verdad del ser?
Tuvo que llegar Heidegger, y rescatar las filosofías de Heráclito y Parménides, para que Occidente se pusiera las pilas y volviese a recuperar el saber olvidado: la verdad ontológica sobre la cuestión del ser.

¿Acaso, antes de Heidegger, Occidente no consideró necesario (pragmático) preguntarse por el sentido de la vida, la esencia o verdad de lo ente?
Tan solo la escolástica, siguiendo la metafísica de Aristóteles, mostró interés y preocupación por la cuestión del ser, pero la civilización Occidental, a partir de la Modernidad (aparición del endiosado humanismo) se olvidó del ser como verdad, es decir, se olvidó de la pregunta radical y más urgente: ¿para qué y por qué es/está el hombre en el mundo?

Aristóteles se refirió al ser categorial, es decir, al ser en tanto que ente definido por un conjunto de cualidades. La Escolástica, por su parte, prácticamente redujo la pregunta por el ser a la pregunta por Dios. Pero Dios tan solo es una posibilidad más que la realidad abierta nos ofrece para hallar la verdad del ser. La verdad del ser no tiene por qué estar en un Dios supremo.
Heidegger se propuso la ardua tarea de pensar y reflexionar sobre la cuestión del ser desde una nueva perspectiva fenomenológica (prescindiendo de la existencia apriorística de Dios). Pero fue incluso más lejos: no solo prescindió de la idea a priori de Dios, sino que consideró que la vida o existencia era un ser-ahí (Dasein) o realidad abierta (Zubiri) que posibilitaba la pregunta por el ser.
Tenemos certeza de que el hombre es un modo del Dasein (ser-ahí) que tiene la capacidad de preguntarse por el ser: ¿por qué hay algo en vez de nada?, pero no podemos saber si quizás otros Dasein, organismos vivos terrestres y/o extraterrestres, podrían preguntarse también por la realidad que les envuelve.
Al no tener certeza de que otros Dasein pudiesen preguntarse también por el ser, Heidegger, como antes hiciera Kant con la posibilidad de Dios, decide obviar tales posibilidades o modos de ser de su analítica existencial, la cual girará en torno al Dasein en su modo de ser-hombre.
Pero Heidegger se cuidó mucho de que su metafísica existencial no fuese un "humanismo", distanciándose, así, del cristianismo, el marxismo y el existencialismo sartriano. Heidegger consideró al hombre como un "pastor del ser"; como un cuidador del ser en tanto que preocupado por el ser.
El humanismo, sin embargo, se despreocupó del ser en la medida que erigió al hombre en dios; en la medida que el hombre fue endiosado y convertido en esencia de sí mismo.

El tema de la esencia.

El hombre es un ser enfermo, decía Unamuno, porque está "infectado" de lo que el pensador vasco dio en llamar "el sentimiento trágico de vivir".
¿Pero por qué padece el ser humano esta "enfermedad de la existencia" por el mero hecho de estar vivo?
Pues porque el hombre, en tanto que ser-ahí vivo y arrojado al ex-sistere, quiere saber, desea saber lo que le resulta imposible saber: ¿por qué es (existe)? ¿Para qué, qué sentido tiene su existir? Y es la imposibilidad de hallar las respuestas a estas preguntas radicales (sobre el ser) la que le genera angustia existencial, la que convierte su vida en drama (Ortega).
Podemos vivir obligándonos a responder estas cuestiones ontológicas, llevando una vida auténtica (meditativa y reflexiva) o podemos obviar estas cuestiones, como hiciera Kant y la generalidad de Occidente a partir de la Modernidad. La posmodernidad significó, de hecho, el casi completo olvido por la cuestión del ser. De ahí que, en el parecer de Heidegger, la posmodernidad supusiera una alienación (pérdida de razón o sentido de vivir) para los hombres, pues estos, inmersos en la vida inauténtica del Dasman, se olvidaron del ser.
Obsérvese cómo Heidegger llegó a la misma conclusión que el materialismo dialéctico marxista: el ser humano es un ser alienado que ha sido cosificado (reificado); es decir, que ha sido sacrificado como medio (objeto) a través del cual cumplir con el fin último de la sociedad posmoderna.
¿Cómo liberar, entonces, al hombre de su vida inauténtica y alienada (carente de sentido)?

El cristianismo aceptó el sufrimiento y el sacrificio terrenal de los hombres, pues la liberación de estos solo sería factible en la otra vida (tras la muerte). Así pues, el cristianismo no liberó a los hombres de su alienación terrenal, sino que, al contrario, justificó dicho sometimiento al dominio del ente social a través de la creencia en una es-sentia espiritual a priori: el alma. Será el alma del hombre la que se libere, y no el hombre de carne y hueso propiamente dicho.
Lo que hará el marxismo, y por ende el existencialismo sartriano y humanista, será invertir el orden entre esencia y existencia.
Sartre, contundente, proclamará que "la existencia precede a la esencia", es decir, primero somos, nacemos y somos arrojados al mundo desnudos de esencia espiritual apriorística, y solo durante el devenir vital, a través de nuestros actos, construiremos nuestra propia esencia, encontraremos el sentido de nuestras vidas.
Heidegger romperá con este dualismo enfrentado de cristianismo vs marxismo, y sostendrá que ni la esencia precede a la existencia, ni la existencia precede a la esencia. En el parecer de Heidegger la esencia coincide con la existencia. El único sentido de la existencia es existir. Este, en el parecer de Heidegger, será el único sentido que constituya en sí mismo una verdad radical. De esta manera, Heidegger se retrotrae a pensadores clásicos como Escoto ("todo lo que es se opone  a lo que no es") o Spinoza ("lo inherente al ser es perdurar en el tiempo") y, al tiempo, Heidegger desenmascara los sentidos construidos por marxistas y humanistas como particularistas interpretaciones del mundo (cosmovisiones).
Así  pues, podríamos concluir que tanto el marxismo como el humanismo siguieron la huella de la verdad judeocristiana, pues ambos fueron constructores de sentidos, igual que el Dios cristiano, con la única diferencia de que ellos negaron un sentido a priori, ya inserto en el alma humana. Lo único que hicieron fue ocupar el lugar del Dios cristiano para decidir ellos (desde sus respectivas cosmovisiones particularistas) qué era lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, arrogándose ser los únicos poseedores de la verdad.
A esta posesión de la verdad, o creencia en la interpretación marxista-humanista del mundo, la llamaron conciencia verdadera.

¿Cómo legitimar una conciencia verdadera o cómo legitimar un sentido o razón de ser?

Tanto Marx como Heidegger fueron grandes conocedores de la filosofía hegeliana, y ambos hicieron suya la tesis de Hegel sobre el movimiento dialéctico de la conciencia.
Decía Hegel: de la lucha, que tiene lugar simultáneamente en el sujeto, entre la conciencia óntica (representación del objeto) y la conciencia pre-ontológica ( objeto en relación con su esencia), surge un nuevo objeto que será la experiencia, es decir, el Ser meditado.
La experiencia quedaba definida así: como el Ser meditado o verdadero objeto de la conciencia; lo que está presente y manifiesto; aquello que surge de la lucha dialéctica entre conciencias.

De esta manera, la experiencia da lugar a un modo de ser que será real y verdadero, aunque no exista (sea ahí-en el mundo). Así, la verdad (sentido o significado del ser) se hallará o construirá (yo no encuentro diferencia sustancial entre ambas vías de conocimiento) tras la oportuna meditación y reflexión sobre la realidad y el mundo, la vida y el hombre.
Y, de lo que no cabe duda, es que tanto Marx como Heidegger reflexionaron sobre el mundo y el hombre; el primero a través de un materialismo dialéctico e histórico y el segundo a través de un existencialismo fenomenológico. Los dos reflexionaron, ergo los dos, inevitablemente, interpretaron el mundo y la realidad, y no solo a través de hechos históricos (Marx) o fenómenos existenciales (Heidegger) sino también desde conceptos apriorísticos y/o prejuicios inherentes a sus respectivas conciencias.
¿Con cuál de las dos interpretaciones (cosmovisiones del mundo) nos quedamos? ¿Puede alguna de dichas interpretaciones ser la única verdadera con carácter absoluto y universal?
Marx, ebrio de cínica prepotencia, defendió su cosmovisión marxista como la única CONCIENCIA VERDADERA porque, según él, así nos la mostraba el método del materialismo histórico; un método objetivo y científico y, por tanto, no cuestionable.
Pretendía Marx legitimar su verdad como la única buena y justa, y, por tanto, también como verdad universal, porque su vía materialista evitaba cualquier atisbo de subjetivismo (prejuicios apriorísticos presentes en la conciencia subjetiva del individuo). Eso decía él.
Pero su propio materialismo dialéctico, que conducía a la verdad del socialismo, también permitía otras interpretaciones de la realidad que abrían las posibilidades de otras cosmovisiones, tales como la comunista o la anarquista.

Las "otras" verdades, la del anarquismo sobre todo, negaban la verdad absoluta y universal del socialismo. Y esto bien supo verlo Marx desde el principio, que arremetió inmisericorde contra Bakunin, sabedor de que solo una conciencia debía erigirse como ÚNICA VERDADERA si pretendía autoproclamarse universal; es decir, si pretendía convertirse en razón ilustrada domadora y domesticadora de la humanidad. Por eso el marxismo es un humanismo, porque como toda razón ilustrada, que dice aspirar a "liberar" a la humanidad, no puede evitar, paradójicamente, convertirse en antropoctécnica civilizadora (domesticadora).
Y civilizar supone "desembrutecer" al hombre, alejarle de la barbarie de la naturaleza; supone, en definitiva, dotar a la humanidad (al parque humano que diría Sloterdijk) de normas y reglas a través de las cuales garantizar su autoconservación. Y cualquier sistema social normativizado, articulado a través de reglas y leyes, por fuer ha de ser COACTIVO, para limitar, cuando no reprimir, la libertad absoluta del individuo.

¿Y qué hizo Heidegger cuando, sagazmente, desenmascaró la prepotencia que subyacía, latente y oculta, en el "nuevo humanismo" marxista?
Heidegger vio que no había salida a la paradoja intrínseca al propio humanismo; es decir, vio que el hecho de que el humanismo fuese, al tiempo, liberador y dominador constituía en sí mismo una aporía insalvable.
¿Podrá salvarse el humanismo de sí mismo?




sábado, 19 de noviembre de 2016

Las tres edades de la razón (parte III)

¿ Y ahora que la razón se nos hizo cínica qué esperanza de salvación puede albergar la humanidad?

El arte de lo absurdo (honestidad frente a cinismo).

Hace tiempo existió un gran artista, un genio de gran talento que pintaba cuadros realmente impresionantes; obras maestras muy bellas, pero también sugerentes, que gustaban por igual al público más docto y al más iletrado.
Cierto día, un filósofo henchido de sabiduría, quiso visitar a tan insigne artista. Deseaba el sesudo pensador dialogar con aquel genio singular capaz de desvelar, a través de su arte, la verdad del ser.
Pretendía nuestro gran pensador encontrar un sentido o razón por la que vivir; buscaba en el arte la verdad trascendente del ser humano; ansiaba, en definitiva, hallar una vía de salvación para la humanidad dotando la existencia de la misma de significado y sentido.
El filósofo, haciendo gala de unas magníficas dotes retóricas y dialécticas, le habló al artista sobre la vida y la muerte, sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto. El artista tan solo escuchaba, pero, eso sí, paciente y atentamente, esperando que el docto sabio terminara de exponer las bondades de su sistema filosófico; un perfecto y analítico sistema capaz de dar respuestas a todas y cada una de las cuestiones vitales, ontológicas y espirituales que preocupaban a los hombres.
Por fin, tras dar por concluida su larga perorata, el artista se levantó del incómodo taburete desde donde estuvo escuchando la larga disertación del filósofo, y acercándose a él le invitó:

- Elija usted uno de los cuadros de esta sala, el que le parezca más bello.

Tras repasar y escudriñar concienzudamente todas aquellas obras de arte, el filósofo se decidió finalmente por un cuadro de grandes dimensiones que, sin duda, le pareció el más hermoso.

-¡Buena elección!, exclamó el artista. Sin duda ha elegido usted una de mis mejores creaciones. En este cuadro, prosiguió, he invertido mucho trabajo y esfuerzo. Más de un año he estado luchando contra este lienzo por tal de poder extraer de él un hálito de vida; por tal de dotarlo de alma. Noches enteras me he pasado sin dormir, esperando que un soplo divino me dictase qué colores utilizar y qué pinceladas serían las más adecuadas para tales propósitos.

- Sí, sin duda esta obra le trasciende a usted - respondió el filósofo.
- ¿Está usted seguro de ello?- preguntó el artista con tono burlón.
- ¡Claro que sí! Incluso después de su muerte este cuadro suyo perpetuará su memoria y le hará inmortal; las futuras generaciones se reconocerán en su obra. Usted puede sentirse orgulloso de haber legado a la humanidad una obra hermosa cargada de "espiritualidad".

-¿Dice usted que este trozo de tela me "sobrevivirá? ¡No, no, y mil veces no! -gritó eufórico y descontrolado el hasta entonces calmado y relajado artista-. ¿Qué triste consuelo puedo hallar en que mi obra me sobreviva cuando ya mi cuerpo, bajo tierra, sea pasto de los gusanos?

-Cálmese, no sabe usted lo que dice. Usted es un "elegido", ha sido escogido por el destino para trascender su vida misma. Usted, amigo mío, puede reconfortarse sabiendo que su vida ha tenido sentido.

Fue entonces cuando el artista, enloquecido, lanzó sobre el lienzo un líquido inflamable y le prendió fuego.

- ¿Pero por qué? -acertó a preguntar horrorizado y perplejo el filósofo-. ¿Por qué?

-Porque no podía consentir no ser honesto conmigo mismo - respondió el artista más tranquilo. No había ningún sentido sublime ni trascendental en este trozo de tela; si acaso el único sentido que tuvo pintar este enorme cuadro fue, precisamente, el haberlo pintado; el haberme obligado a estar más de un año luchando junto a él pero también contra él. Y todo por tal de ganar un poco más de tiempo; tan solo para burlar a la muerte y no pensar en lo absurda que es la existencia de los hombres. Mientras estuve pintándolo, sufriendo por no hallar los tonos adecuados, o mientras permanecí insomne intentando descubrir la mejor composición posible, estuve vivo y no pensé en la muerte. El ayudarme a huir de la desesperación y de la terrible verdad de la muerte fue, sin duda, el único sentido que tuvo esta obra para mí. Pero, una vez concluida, esta obra no significa nada, ya no es nada ni me sirve para nada que no sea el vano consuelo de alimentar mi ego.

El filósofo, cabizbajo y decepcionado por la airada reacción de aquel genio atormentado, se despidió del artista con un triste saludo. Por un instante estuvo tentado de recriminarle su egoísta proceder; estuvo a punto de afearle su falta de entereza y compromiso con la humanidad. Pero se abstuvo de hacerlo, pues un súbito pensamiento doloroso le asaltó: ¿acaso no estaba pecando él también de la misma actitud egoísta que le reprochaba a aquel pobre infeliz?
No, claro que no, se dijo a sí mismo, él todavía tenía esperanzas; su original sistema filosófico supondría la salvación del género humano; sus esfuerzos no serían vanos y lograrían el loable y noble fin último de salvar a la humanidad.
Y así, henchido de orgullo, y tras haberse autoengañado a sí mismo con una facilidad pasmosa, se dirigió con paso firme a las casas de los hombres con nuevas promesas de vida y de esperanza.

Epílogo.

Si algún paciente lector ha leído este pedagógico relato con interés, no habrá podido evitar hacerse algunas preguntas. Eso espero al menos.
Cada lector, erigido en todopoderoso juez, decidirá a qué personaje absuelve y a cual condena; decidirá, en definitiva, con cual de los dos protagonistas de esta historia se identifica su propio yo.
No hace falta ser ningún genio para comprender que nuestro artista atormentado es un ser honesto que acepta la terrible verdad de que el hombre es "un ser para la muerte"; sabe que el único sentido o esencia del existir es, precisamente, existir (perdurar en el tiempo). No hay sentidos sublimes que trasciendan nuestras insignificantes vidas, por más que sesudos sabios, místicos e ideólogos de diferentes pelajes se autoengañen y engañen a las masas por tal de mantener vivas promesas de esperanza.
Desde luego, no cabe ninguna otra opción: las masas deben ser "civilizadas" y alejadas de la barbarie, sí o sí; deben ser domadas y domesticadas desde la cuna a través del engaño, porque solo así se puede conseguir que un individuo, consciente de ser mortal, cumpla con su deber y se sacrifique a lo largo de toda su vida por tal de lograr un fin último, por tal de dotar de sentido y significado a su existencia.

La razón ilustrada conoce esta terrible verdad, y solo puede optar por proclamarla honestamente, como el atormentado artista, o por ocultarla cínicamente, obligándose a ser celosa guardiana de eso que hemos dado en llamar humanidad.
Por eso, cuando el sentido o la razón de Dios se desenmascaró históricamente como falaz, y ya no pudo formar parte de las antropotécnicas del humanismo para domesticar a los hombres, otras "técnicas" ocuparon su lugar: la ciencia, el comunismo, el budismo, el feminismo, el arte, la diversión y el espectáculo convertidos en fines últimos...
La cínica razón ilustrada sabe que al indigente y atormentado ser humano debe darle sentidos o razones por las que vivir; sabe que necesita el sacrificio voluntario de los hombres para que estos, creyéndose portadores de esencias, se autoproclamen libres dentro de sus jaulas de oro.

martes, 8 de noviembre de 2016

Las tres edades de la razón (parte II)

Recapitulación.

Decía en mi anterior entrada, "Las tres edades de la razón", que la razón misma, a través de la autocrítica a lo largo de la historia, ha sido la encargada de aprobarse o autocorregirse, de tal manera que lo que en una época podía considerarse verdad (racional) en otro momento histórico podía considerarse falso e irracional.

Así, en cada momento histórico ha dominado (se ha impuesto) un tipo o clase de razón acorde con la realidad de su tiempo; una razón que ha evolucionado y cambiado adaptándose a los deseos y el sentir de un determinado Dasein histórico.

Dialéctica de la razón.

Podríamos decir, resumidamente, que el proceso dialéctico a través del cual la razón ilustrada se ha impuesto históricamente a las masas ha sido el siguiente:

1) Desocultación, hallazgo o construcción de una verdad a cargo de un pastor del ser; es decir, a partir de la reflexión meditativa y expectante de un individuo excelente (sabio) o genio.

2) Aceptación social de dicha verdad, lo que implicaría legitimar las creencia y los sentidos (significados) derivados de dicha verdad incorporándolos al sentir y las creencias colectivas.

3) Elaboración de una cosmovisión (interpretación del mundo) a cargo del Dasein histórico (ser colectivo) a partir de las verdades reveladas, halladas y/o construidas.

4) Imposición de la cosmovisión y/o del programa de vida a todos los individuos de una sociedad, a través del poder coactivo (Derecho) que aplica el Dasein histórico a través de cualquiera de sus configuraciones históricas: clan, tribu, nación, imperio y civilización.

Dicho proceso dialéctico es constante a lo largo de la historia y resulta invariable, pues lo único que muta o se transforma es la razón misma, dependiendo de la vía racional encargada de legitimarla.
Si la razón se legitima a través de la revelación (escrituras sagradas) hablamos de vía teológica y de razón religiosa, si se justifica a través de la reflexión meditativa de un pastor del ser podemos hablar de vía pastoral o razón ontológica; y si la razón es construida (mediante consenso social) a través del positivismo hablaremos de razón lógico-cientifista. También podríamos referirnos a la vía estética, la creación artística, que daría lugar a una razón estética. Pero a mí, personalmente, se me antoja una vía interpretativa muy parecida a la vía mística o criptobudista que conformaría, junto a estas, lo que podríamos llamar razón poética.

Vemos, por tanto, que la razón puede recibir diferentes nombres dependiendo de la vía que la legitime y/o justifique. Pero insistamos de nuevo en señalar: todas estas vías son racionales, pues todas son producto de la razón (inteligencia) del ser humano.

Para poder aseverar, pongamos por caso, que la vía teológica es irracional deberemos de desenmascarar, descubrir y/o desvelar las mentiras y falacias que subyacen en los argumentos que la legitiman; pero, sobre todo, deberemos demostrar que dicha verdad o razón religiosa ha dejado de ser funcional (instrumental) y ya no sirve a los intereses de dominio y autoconservación del Dasein histórico. No bastará, por tanto, con desacreditarla y deslegitimarla, sino que habrá que postular una nueva razón alternativa en su lugar. Esta será la misión de la autocrítica que la razón ejerce sobre sí misma.
Dicho en román paladino: una verdad o conciencia auténtica solo puede ser superada (desenmascarada históricamente) si se articula una nueva conciencia que ocupe su lugar. El calificativo de irracional no tiene sentido en sí mismo, pues no es que la vía criticada en un período histórico concreto no sea racional, sino que es sustituida por otra vía más racional; por otra que argumente y justifique mejor "su" verdad.
Cada autocrítica supone un avance hacia una racionalidad que se supone más justa para la generalidad de la humanidad, pero, al tiempo, deja al descubierto una terrible verdad: si lo que era verdad y racional en un momento histórico deja de serlo en otro, también lo que otrora se consideraba justo podría pasar a ser injusto; es decir, se diluye la universalidad de la moral.
Así, la autocrítica constante que la razón ejerce sobre sí misma la conduce, inevitablemente, hacia el relativismo; hacia el relativismo de la verdad y el relativismo moral. ¿Y hacia dónde puede conducirnos el relativismo? ¿El relativismo imperante en las actuales sociedades nos obligará a buscar una superación del mismo, por tal de salvarnos, o ya no hay solución para el ser humano?

¿Se autodestruirá a sí mismo el ser humano?

Formularé la pregunta de otra manera: ¿el fin último de la historia ha de culminar con la autodestrucción de la razón (humanismo ilustrado) o, por el contrario, la razón se salvará pudiendo, así, salvar también al ser humano?
Para responder a estas preguntas deberemos, primero, entender cómo ha funcionado la dialéctica de la razón (arriba descrita) a lo largo de la historia; es decir, deberemos comprender cómo la autocrítica cuestionó y moldeó la razón a lo largo de sus tres edades o tres etapas evolutivas.

PRIMERA EDAD DE LA RAZÓN (razón señorial-prepotente).

Igual que en el período evolutivo de la infancia de los hombres, la edad más temprana de la razón se corresponde con un marcado carácter prepotente y señorial.
Así, como los niños egocéntricos y exigentes, la razón ilustrada primera, surgida en las primigenias comunidades y colectivos humanos, se mostró dogmática e inflexible en la aplicación de la coacción social. Los pastores del ser, como el brujo de nuestro pedagógico cuento, descubrieron que para garantizar la supervivencia (autoconservación) del colectivo (clan o tribu) debían dominar a la naturaleza, es decir, debían controlarla y predecir sus efectos para poder salvarse de las adversidades de la existencia: inclemencias climáticas, animales salvajes, falta de comida...
Pero para dominar la naturaleza era preciso el concurso de todos los miembros del clan, ergo también se hizo necesario dominar a los individuos, para que estos reprimieran sus apetitos más individualistas (egoístas) y se sacrificaran por el bien común colectivo.
Pronto, la razón ilustrada de las élites y los grupos de poder entendieron que era necesario aplicar una férrea coacción que obligara a los miembros de un colectivo a sacrificarse por la comunidad (ente social). La paradoja, subyacente en tal proceder, es que los individuos deberían sacrificarse por el bien común y subyugarse al poder del grupo dominante, precisamente para garantizar su autoconservación; es decir, debían aceptar sus roles dentro de la sociedad para permitir la articulación de una división del trabajo eficaz que garantizara la supervivencia de ellos y la de sus familias.
Al principio, mientras el grupo social era reducido y existía una relación de cercanía entre todos sus miembros, resultó relativamente fácil imponer una jerarquía representada por un líder que, las más de las veces, imponía su dominio a través de la fuerza, la represión y la inflexible coacción (castigos) a los demás individuos. Pero a medida que crecían los colectivos humanos, el líder, además de valerse de su propia fuerza, también tuvo que rodearse de guardias personales y ejércitos para mantenerse en el poder. Descubrió, así, que el mejor binomio para dominar (criar y domesticar al ganado humano) era la combinación perfecta de miedo y coacción.
Así, la inteligencia de los primeros hombres y a través de la razón ilustrada (de un grupo de elegidos)se orientó hacia la OPERATIVIDAD, utilizando una razón instrumental, despótica y señorial, para garantizar el dominio y la autoconservación de los grupos humanos: las fuerzas de la naturaleza fueron convertidas en dioses a los que se les debía sacrificio y obediencia a través de repetitivos rituales y ceremonias. Pronto, sin embargo, aparecerían los dioses antropoformos, ideados a imagen y semejanza de los seres humanos, debido al trabajo incesante de la razón prepotente por tal de autoconservarse a sí misma y, así,  garantizar también la autoconservacion del grupo.
Obsérvese, cómo ya, en la primera infancia o edad más temprana de la razón, ya subyacía el germen del cinismo prepotente y señorial; ese cinismo que será una constante a lo largo de la historia, pero que se autolegitimará de diferentes maneras y a través de diferentes argumentos, por tal de reivindicarse a sí mismo como necesario. En la frase de nuestro refranero popular español encontramos expresiones que desenmascaran dicho cinismo inherente a la prepotencia señorial: "quien bien te quiere te hará sufrir". Y aún hoy, en sociedades donde la razón todavía se haya en una edad temprana (véase Islam) se autolegitima y justifica el dolor y el castigo físico como medios para "beneficiar" al individuo que es castigado, por su propio bien y porque así lo justifica una instancia divina superior (Alá).


SEGUNDA EDAD DE LA RAZÓN (razón instrumental-pragmática).

Con el paso del tiempo, las sociedades occidentales, sobre todo, fueron diluyendo su celo de Dios, es decir, a través de una autocrítica constante (reformas, contrarreformas y concilios religiosos) relajaron y suavizaron la coacción sobre el individuo a través de la razón teológica. El Islam no.
Sin embargo, la mayoría de edad de la razón ilustrada occidental llegaría, definitivamente, con Kant.
Kant dictaminó, a través de su crítica a la razón pura, qué podía conocerse como certeza a través del entendimiento (intelecto) humano, y qué conocimientos eran inaccesibles a la razón misma.
Kant concluyó en su "Crítica de la razón pura" que la realidad de Dios no podía demostrarse ni negarse a través de la razón, es decir, no se podía acceder a Dios a través de vías empíricas. Por tanto, al tiempo que proclamó que el tema de Dios no era "asunto" que competiera a la razón, indirectamente relegó la actividad racional de los hombres a una utilidad más mundana, es decir, legitimó a la razón como instrumento útil para demostrar la verdad. Y la verdad que podía conocerse era aquella que solo podía demostrarse a través del empirismo y su método científico.
Había nacido una nueva razón pragmática, tan orgullosa y prepotente como su predecesora razón señorial, pues si la primera razón subyugó a los hombres a través de la fuerza coactiva, ahora los hombres quedarían igualmente subyugados por la pérdida de su esencia espiritual.
Kant fue el primer pastor del ser (pensador sabio) en olvidarse de la cuestión del ser; fue el primero, de entre otros muchos pastores que le seguirían, en claudicar y en considerar como vano todo esfuerzo destinado a preguntarse por aquello que no podía conocerse a través de la razón o empíricamente.
El legado ilustrado de Kant se hizo finalmente operativo, es decir, se materializó como realidad en la praxis histórica, mediante el concurso de los ilustrados franceses que, guillotina mediante, acabaron por certificar la mayoría de edad de la razón, que pasaba de ser prepotente y señorial a ser razón instrumental. Ahora ya quedaba muy claro, más si cabía desde Kant y el emancipador liberalismo nacido en Inglaterra,  que la vía teológica había sido totalmente desenmascarada como irracional; aunque mejor sería decir que dicha vía religiosa fue más bien decapitada; decapitada por el nuevo instrumento de la razón (la guillotina) que a todos los hombres habría de hacer iguales por el dictamen todopoderoso de una nueva religión laica.
Y es que, en el mismo proceder tan "humanista", a través del terrible instrumento de castigo y coacción que fue la guillotina, ya pudo "intuirse" el nacimiento de una nueva prepotencia señorial que lo único que hizo fue sustituir la conciencia verdadera de una razón (teológica) por la conciencia verdadera de otra razón (técnica y científica). La nueva razón, para autolegitimarse, no dudó en calificar a su predecesora como irracional, es decir, le acusó de ser absurda y anacrónica, la culpó de ser una razón superada por el Dasein histórico.

TERCERA EDAD DE LA RAZÓN (razón cínica-hipócrita)

La psicología evolutiva estudia la madurez de los seres humanos mediante sucesivas etapas o estadios que implican adquirir determinadas habilidades y conocimientos a través del desarrollo, en paralelo, de determinadas funciones cognitivas y emocionales.
Piaget propuso cuatro estadios evolutivos para entender el crecimiento (cognitivo, emocional y moral) del hombre, que se corresponderían con cuatro vías de conocimiento:

1) Sensoriomotriz...................................conocimiento activo
2) Preoperacional....................................conocimiento intuitivo
3) Operacional concreto..........................conocimiento práctico
4) Operacional formal.............................conocimiento reflexivo.

Si nos fijamos, el niño comienza a ser OPERATIVO haciendo uso de un conocimiento intuitivo (preoperacional en realidad) que se correspondería con la edad primera de la razón; es decir, con una razón prepotente y señorial que comienza a aprender cómo dominar la naturaleza (el entorno físico) para garantizar su autoconservación.
De la misma manera que el niño evoluciona y alcanza un estadio operacional concreto, pragmático y orientado al estudio y observación de los fenómenos, así evolucionó la razón prepotente hasta devenir razón instrumental pragmática (técnica y científica).
Finalmente, el niño, a partir de los 11 o 12 años, será capaz de realizar operaciones formales, es decir, será capar de reflexionar sobre su ser y su entorno; será capaz de analizar metacognitivamente su existencia.

Pues bien, la tercera edad de la razón llegará con la senectud del Dasein histórico, es decir cuando la razón humana, además de ejercer de instrumento para investigar y sistematizar la realidad (dominarla y conservarla), comprende que debe reflexionar sobre sí misma y sobre sus fines últimos.
Podríamos considerar al marxismo como la primera teoría surgida de lo que podríamos denominar una razón cínica.
¿Pero qué es la razón cínica?
Es la razón que se autolegitima a sí misma como la más buena y justa, con validez universal, siendo consciente, al tiempo, de que en realidad es una razón particular más.

Es cierto que toda razón anterior, tanto prepotente como pragmática, contó con sus guardianes cínicos; individuos que, incluso sospechando que obraban de mala fe, se obligaron a defender "su" verdad con celo dogmático.
Uno de los guardianes más cínicos de la literatura española sería el personaje de "San Manuel Bueno, mártir", el párroco que se obligaba a "creer" en Dios, no porque realmente creyese con verdadera fe, sino porque veía en la fe (razón teológica) un instrumento para aliviar la angustia de los hombres.
Unamuno describió perfectamente, a través de su pequeña novela, el proceder de la razón que ya no cree en la verdad revelada (divina) pero se obliga a preservarla de manera instrumental para lograr la consecución de un fin último loable: librar a los seres humanos de la angustia.

Marx, como el párroco de Unamuno, fue consciente en todo momento de la gran mentira que era el marxismo; pero se obligó a justificarlo porque creía, firmemente, que solo en una sociedad donde triunfase el socialismo el ser humano sería liberado de sus sufrimientos.
Desde el celo dogmático y prepotente que demostró Marx, al proclamar "su verdad" como la única verdad universal (única conciencia verdadera), resultó inevitable que el bienintencionado socialismo se tornara prepotente y señorial; es decir, los bolcheviques guardianes de la cínica razón marxista actuaron como los prepotentes señores feudales que defendieron "su" verdad señorial, como los inquisidores que preservaron "su" verdad en Dios, como los jacobinos que proclamaron a golpe de guillotina "su" verdad en la diosa razón, o como los malvados burgueses que, a través del poder económico, impusieron "su" razón instrumental de la técnica y la ciencia.

Desenmascarar las falacias y el celo dogmático inherente al marxismo (bolchevismo) costó tantas vidas como desenmascarar el celo religioso de la razón teológica (inquisidor), el celo laico de la razón ilustrada (jacobino) o el celo científico de la razón instrumental (capitalista). En todas las edades de la razón convivieron los ilustrados que fueron fervientes creyentes junto a los grandes impostores cínicos que fueron conscientes en todo momento de la instrumentalización que se hacía de la verdad (razón) en aras de lograr fines últimos suprematistas.

Pero el SXX, con sus dos grandes guerras mundiales, el horror de los campos de exterminio (Hitler, Stalin, Pol Pot, Mao...) y la barbarie de las bombas nucleares lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, acabó definitivamente con cualquier rasgo de humanismo cándido.
Y la muerte del humanismo cándido, como antes la muerte de Dios, significó la desaparición de los últimos ilustrados que, además, fuesen fervientes creyentes: ya nadie podía creer en nada, porque nada tenía sentido. El humanismo (razón ilustrada) había dejado patente su gran capacidad para destruirse a sí mismo, y con él al ser humano.
La razón, a partir de entonces, ya solo podría ser cínica; pues ya solo se autolegitimaría desde el reconocimiento de su razón de ser particular, aunque ante las masas todavía se obligase, hipócritamente, a proclamarse como verdad o razón de ser universal.

Continuará...

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las tres edades de la razón.

Introducción.

Siempre, como suelo sostener, la vida precede a la razón; es decir, primero sentimos y experimentamos y, solo después, razonamos el porqué de nuestros sentimientos y justificamos racionalmente las acciones que de nuestro sentir se derivan.

Desde muy joven ya me resultaban "chocantes" (incomprensibles) las normas y reglas establecidas por los guardianes de la razón. Una de estas normas, o verdades socialmente normativizadas, era aquella que nos espetaban cuando, ante un agravio, chillábamos o respondíamos con verborrea beligerante ante una ofensa: "si gritas pierdes la razón", nos decían, como si por el hecho de no moderar nuestras formas y nuestro lenguaje, "domándolos y domesticándolos," nuestra lógica respuesta, del todo racional, mutara en irracional.
¿Pero cómo puede perderse la razón por el mero hecho de ser gritada alto y fuerte; por el hecho de ser defendida con enérgica pasión?
¿Acaso puede perderse también la verdad, dependiendo de cómo se argumente, se proclame o se defienda?

Tesis

Así, llegué a la conclusión, a través de una obligada y profunda reflexión, de que no existía ningún ser humano que fuese realmente irracional, sino que las descalificaciones a determinadas ideas y/o acciones, deslegitimadas como irracionales, eran producto del proceder autodefensivo del poder social (coactivo y represivo) y no tanto una conclusión lógica sustentada por imparciales argumentos de verdad. ¿Qué argumentos lógicos podrían demostrar que la razón se perdiese por el mero hecho de ser gritada enérgicamente? Ninguno.

Por tanto, la tesis que pretenderé defender y demostrar a continuación desvela una incómoda y peligrosa verdad:

Todos los hombres, en tanto que inteligentes, son inevitablemente racionales, morales y poseedores de la verdad. No existe hombre alguno que sea inmoral e irracional; no existe hombre alguno que carezca de "su" verdad.

Inteligencia y razón

Si nos obligamos a ser sinceros y honestos podremos hallar la verdad radical que se esconde detrás de esa supuesta esencia que subyace en el ente que es el ser humano y que le permite trascender su pura condición de animal: ser un animal de realidades en un mundo que hace suyo.
La verdad radical, fácil de comprobar si echamos un rápido vistazo a lo largo de la historia, es que el ser humano se ha erigido como especie dominante del planeta tierra. Esta verdad es incuestionable, y a partir de esta verdad irrefutable podremos preguntarnos: ¿cómo, por qué y para qué el ser humano se ha convertido en señor de "su" mundo?
¿Cómo ha impuesto su señorío el ser humano en el mundo? Pues a través del dominio, haciéndolo suyo.
¿Por qué? Porque ha podido y ha tenido la herramienta para poder hacerlo: la inteligencia.
¿Para qué? Para garantizar su autoconservación , perdurar en el tiempo y soñar con la eternidad.

Podríamos concluir, por tanto, que la esencia (sentido de ser) del ente humano reside en su voluntad de no extinguirse; en el deseo de perdurar en el tiempo ("lo inherente al ser es perdurar en el tiempo", Spinoza). Pero para poder ser y sobrevivir a las adversidades del ex-sistere (autoconservarse en el mundo) el ser humano debe dominar su entorno; debe controlarlo y hacerlo predecible. Es entonces, ante la necesidad de controlar y predecir su mundo, dominarlo al cabo, cuando el Dasein (ser-ahí) hace uso de una habilidad que le es propia: la inteligencia o habilidad de poder elegir (los demás animales no eligen, sino que responden automáticamente a estímulos del medio).
El hecho de tener que elegir la mejor opción para garantizar su autoconservación, de entre las múltiples posibilidades que le ofrece la realidad abierta, obliga al ser humano a realizar dos actos inherentes al imperativo de elegir (al imperativo vital de ser): razonar y justificar.
Vemos, así, que es el imperativo vital el que insta al Dasein (hombre inmerso en el mundo) a autoconservarse y sobrevivir; le insta a tener que elegir, es decir, le empuja a inteligir la realidad que le envuelve.
Inteligir supone, precisamente, analizar, evaluar y predecir las respuestas del medio (las consecuencias o efectos de las acciones humanas) para tener argumentos de peso que apoyen o rechacen tomar decisiones (elecciones). Así, las acciones y elecciones humanas requieren, primero, del uso de la razón (evaluación y análisis) y posteriormente de una justificación, aunque no necesariamente por este orden.

Cuento pedagógico.

Según mi tesis, primero sentimos y deseamos y solo después razonamos. Consideremos el siguiente ejemplo: un individuo, en un clan primitivo, siente el deseo irrefrenable de comerse las últimas reservas de comida. Este es un deseo vital imperativo, porque le obliga a hacerse con la comida para poder sobrevivir. El individuo en cuestión contemplará varias opciones (razonando) para hacerse con la comida:

Opción A: evalúa la posibilidad de robar la comida, sin más, cuando nadie le vea. Sabe que existe la posibilidad de ser descubierto. Tiene que decidir, entonces, si decide correr el riesgo de que los demás le descubran.

Opción B: decide que al llegar la noche matará uno a uno a los 10 miembros integrantes del clan. Sabe que, entonces, podrá hacerse con la comida sin ningún problema. Pero se da cuenta, razonando, de que existe la posibilidad de que él solo, sin la ayuda de los otros miembros del clan, tampoco pueda sobrevivir durante mucho tiempo (cazar, procurarse refugio y defenderse de los animales salvajes).

Estas dos opciones, robar y asesinar, son, a priori, racionales y morales. Y dichas opciones se postulan como posibilidades solo cuando nuestro individuo siente el deseo de comer. Las dos opciones se han servido de la razón para evaluar las diferentes posibilidades que ofrece la realidad abierta (las circunstancias). Y las dos opciones se han justificado (moralmente) a través del incontestable imperativo de supervivencia: robar o asesinar para comer, para sobrevivir, para poder seguir siendo.

Tanto dará que el individuo de nuestro ejemplo decida, finalmente, robar o matar, pues en ambos casos lo habría hecho a través del uso de su inteligencia o capacidad para inteligir (elegir), es decir, previamente habría razonando y justificando sus acciones. No podríamos decir, ante el proceder de semejante sujeto, que fuese irracional ni inmoral.

Conclusión: no podemos hablar de individuos irracionales ni inmorales, sino de individuos con mejores o peores razones para elegir una opción, y con mejores o peores razones para justificarla. De hecho, razón (elección) y moral (justificación) están tan estrechamente relacionadas entre sí que podríamos considerar que se dan conjuntamente coincidiendo en el tiempo.

¿Son siempre coincidentes razón y moral?

Yo creo que sí, que el ser humano tiende a argumentar (razonar) al tiempo que justifica su elección para legitimarla como buena. ¿Qué sentido tendría la elección de una opción que no fuese "buena" para uno mismo?
Volvamos atrás en el tiempo para imaginarnos a dos hombres prehistóricos que han descubierto que comiendo determinados frutos alcanzan un placentero estado de embriaguez; una sensación mágica que diluye su "yo" (ser-en sí mismo) en un todo místico y espiritual.
Ellos están seguros de que esos frutos son "buenos" para ellos, ergo su elección se justifica como moralmente buena. Sus razones son libres y están al servicio de sus respectivos placeres (sentidos).
Pero hete aquí que el chamán del clan los descubre, alegres y despreocupados mientras ríen, saltan y disfrutan de su eufórico estado.
El chamán, persona seria y responsable, pronto advierte que aquellos dos díscolos seres son un peligro para la autoconservación del clan. Aquellos inconscientes no solo tenían sus facultades visiblemente afectadas, sino que no mostraban interés por las actividades que debían realizar: cazar, pescar, fabricar rudimentarias lanzas de piedra... ¿Y si el resto de los miembros del clan también descubrían aquellos frutos embriagadores?
Pronto, el racional chamán, vio con claridad que la ingesta imprudente de aquellos frutos ponía en peligro la supervivencia del clan; pronto advirtió que tenía que dominar la situación para conservar y salvaguardar el futuro del clan.
Así, el chamán decidió secuestrar la razón individual de los homínidos que, libremente, decidían embriagarse, para supeditarla a la razón del grupo; para someterla al interés de lo común y lo colectivo. Entonces, dictó que comer aquellos frutos constituía un acto tan irracional como malo.
Pero el chamán, por más que razonó con los dos individuos que gustaban de embriagarse, no conseguía convencerles. ¿Por qué habría de ser más racional y bueno no comer aquellos frutos?
El astuto brujo, entonces, ideó la manera de imponer reglas y normas para "su" parque tribal; proyectó la manera de domar y domesticar los instintos de aquellos dos sujetos que iban de por libre: articular un sistema que fuese al tiempo coactivo y liberador.
La norma impondría una verdad: comer frutos embriagadores era malo. Y dicha verdad se argumentaría (legitimaría) a través de una creencia mágico-religiosa. Quienes violaran la norma serían castigados (coacción social mediante) pero quienes se mostraran fieles cumplidores de la misma serían recompensados a través de un rito ceremonial que, dos o tres veces al año, les permitiría transgredir la norma sagrada comiendo tantos frutos embriagadores como quisieran. Habían nacido el Derecho (deber de cumplimiento) y la festividad colectiva (oportunidad de trasgresión) a partir de la necesidad de domesticar a nuestros primeros antepasados; habían nacido las normas y las reglas sociales como instrumentos de dominio para autoconservar la pervivencia del clan, por encima de las libertades individuales, y convirtiendo todo aquello que fuese peligroso y amenazante para el clan en irracional y malo.

Esta pequeña pero didáctica historia ilustra cómo el ente social, la cosmovisión de un Dasein histórico, se apropia de la verdad en beneficio propio: para asegurar su dominio sobre la naturaleza y, así, garantizar la autoconservación de la razón de ser colectiva. Lo racional y lo aceptado moralmente será todo aquello que beneficie al clan, la tribu, la nación, el imperio; lo racional y bueno será todo aquello que asegure la supervivencia de una determinada razón de ser, de una determinada verdad.
La razón solo pudo erigirse en diosa todopoderosa y en verdad universal, cuando las primeras élites (primeros ilustrados con información y responsabilidad ontológica) decidieron hacer uso de su voluntad de poder para imponerla al grupo.

Epílogo.

Nuestro pedagógico cuentecillo estaría inconcluso si no explicásemos a nuestros pacientes lectores qué fue de aquel clan que, con el transcurrir del tiempo, devendría tribu, nación, e incluso imperio y civilización humana, demasiado humana.
Pues sucedió que, milenios más tarde, el clan creció y devino una numerosa tribu que entró en contacto con otras tribus; las tribus se organizaron en naciones y las naciones crearon imperios. Y los chamanes de cada imperio, ahora sabios ilustrados que servían a reyes y emperadores, cayeron en la cuenta de que lo que era racional y bueno en sus sociedades cerradas podía considerarse irracional y malo en otras sociedades vecinas. ¿Qué era verdad y qué era mentira, se preguntaron atónitos y perplejos?

LAS TRES EDADES DE LA RAZÓN

El poder para decidir qué es bueno y qué es malo, o qué es moralmente aceptable o inaceptable, no emana directamente de quienes lo ostentan (reyes, emperadores o políticos). No, el poder emana del Dasein histórico a través de todos los medios (órganos e instituciones) que el ser colectivo desarrolla (tradiciones, ritos y ceremonias...) para domar y domesticar los apetitos particulares (el ser en sí individual); y todo por tal de salvaguardarse a sí mismo. Se trata de someter, reducir y domar las libertades individuales (ser-en sí) por tal de garantizar la seguridad que nos ofrece el ser colectivo o Dasein histórico.
Pero no puede haber poder si, primero, no hay una verdad en la que creer; una verdad que pueda ser amada y defendida; una verdad por la que morir si fuese necesario.
Y tampoco son los reyes, ni los emperadores ni los gobernantes de turno quienes hallan o construyen las verdades, sino los pastores del ser.
Siempre han sido individuos excepcionales (pastores del ser) los que han sabido ver la verdad, desvelándola y desocultándola de entre las muchas posibilidades ofrecidas por la realidad abierta. De hecho, siempre ha sido un puñado de pastores quienes han decidido cómo y para qué domesticar al ganado humano. El genio, susceptible de ser aceptado o no por los intereses y voluntades de una determinada sociedad (Dasein histórico) en un determinado contexto histórico, ha sido siempre el artista creador de verdades, ya fuere a través de vías de revelación (teológicas) , vías de descubrimiento (pensamiento místico-reflexivo y metafísico) o vías constructoras (a través de la lógica y la ciencia); todas vías racionales, en tanto que todas son producto de la razón humana.

Las edades de la razón ilustrada (en manos de grupos selectos) ha ido evolucionando a lo largo de la historia, en un proceso dialéctico a través del cual lo racional de una época determinada era superado tras ser desenmascarado o desvelado como irracional.
Las tres fases o edades de la razón serían las siguientes:

1º Razón señorial- prepotente
                                                                                                     
2º Razón instrumental- pragmática
                                                                                                     
3º Razón cínica- hipócrita

La superación de la razón señorial prepotente, por parte del Dasein histórico, solo fue posible a partir de un previo desenmascaramiento, es decir, solo pudo superarse cuando la misma razón ilustrada de "otra" época fue consciente del carácter obsoleto y anacrónico de la Razón predecesora. Y desde el momento en que la nueva Razón desenmascara y deja en evidencia lo "absurdo" de la antigua Razón, esta última pasa a ser irracional. Así, para los primeros hombres prehistóricos era completamente racional rendir culto a las fuerzas de la naturaleza. Dicha necesidad de celebrar ritos y ceremonias se legitimaba a través de la razón, como no podía ser de otra manera. Pero solo cuando el Dasein histórico de pueblos más avanzados descubrió, ideó o construyó (tanto da) la idea de Dios, la antigua razón mágico-mística pasó a considerarse irracional.
De la misma manera, la Razón del Dasein histórico de la Edad Moderna desenmascaró la Razón religiosa (creencia en Dios) como errónea, indemostrable y, en definitiva, anacrónica: se imponía la Razón científica y, por tanto, el creer en seres divinos pasaba a considerarse irracional.

Continuará...




viernes, 7 de octubre de 2016

La serie de tv "Vikings" y el Dasein histórico.

La serie "Vikings" es, en mi opinión, una de las mejores ficciones históricas que se han hecho en formato para televisión. No puedo evitar relamerme recordando la primera temporada de tan gloriosa serie. Y este, precisamente, es el signo inequívoco que me señala que las siguientes temporadas (segunda y tercera) ya no han estado a la altura del formato primigenio.

Si para seguir viendo una serie hay que retrotraerse a su pasado más glorioso, ello es síntoma claro de la decadencia de su ser presente.
El problema de "Vikings", de la serie, es que por fuer ha de languidecer y ser inferior a su primera temporada; y así debe ser, porque la historia de "Vikings" es, en definitiva, la historia del Dasein histórico; es la historia del género humano en la que se refleja perfectamente el devenir de la dialéctica de la conciencia, siempre en pugna por determinar quiénes han de erigirse en señores de la humanidad, en regidores del destino del Dasein.

Análisis existencialista de "Vikings":

Primera temporada: la primera temporada nos transporta a la Europa del norte, a esa Edad Media tan desconocida por nosotros, y ajena a las influencias del cristianismo, donde el Dasein de los vikingos todavía se mostraba preocupado por el cuidado del Ser. La vida era auténtica, tan auténtica como sus dioses, y sus vidas tenían un sentido y una razón de ser que nadie cuestionaba; nadie cuestionaba la verdad de los dioses, como nadie cuestionaba la verdad de la vida misma.
El Dasein vikingo vivía en la certeza y en la seguridad de unos valores sublimes y supremos: creían en sus dioses guerreros y en la vida con honor, con sentido. Heráclito hubiese podido, perfectamente, pasar por vikingo, pues tanto para él como para los bárbaros del norte, "la guerra era la madre de todas las cosas" y "uno solo podía ser como cientos, si era el mejor".
La primera temporada nos relata la vida de un hombre (Ragnar) que es el perfecto símbolo del Dasein vikingo: un hombre luchador que se supera a sí mismo, ambicioso y con voluntad de poder; un hombre con honor y temeroso de sus dioses; un hombre, pese a su fiereza, de una gran humildad ontológica.
La temporada termina cuando dichos pueblo beligerantes, ansiosos de fama y riqueza, llegan a las costas de Inglaterra, donde entran en contacto con el cristianismo y con otro hombre que será la conciencia antagónica (antítesis) de la de Ragnar.
El Dasein vikingo, a través de Ragnar, conoce al Dasein cristiano, simbolizado magistralmente en la figura del monje Athelstan. La lucha dialéctica entre conciencias está servida.

Segunda temporada: la segunda temporada se centra, prácticamente, en la toma de París. Pero, paralelamente, durante toda la segunda temporada, cobra fuerza el protagonismo de Athelstan. Primer signo de decadencia de la serie.Ragnar comienza a dudar de su verdad en la medida que comienza a admirar la fe ciega que tiene Athelstan en la suya propia. Y así, a través de la duda y la perdida de certeza, Ragnar se va convirtiendo, poco a poco, al cristianismo.
Sin embargo, el paso o evolución del Dasein vikingo al Dasein cristiano no solo no es inmediato, sino que provoca la división entre los propios vikingos. Segundo signo de decadencia.
Ragnar simbolizará al Dasein vikingo asimilador, su hermano Rollo al Dasein transformador y Floki permanecerá como el celoso guardián conservador de la tradicional vida auténtica del Dasein vikingo.
A través de los tres personajes principales y sus posicionamientos vitales, la serie refleja las consecuencias de la perdida de certeza y seguridad en un sentido de vida cuando, por designio del devenir histórico, este entra en contacto con otro sentido o razón de Ser diferente (una nueva conciencia verdadera).
Las opciones que se dan en la lucha dialéctica de la conciencia son claras: asimilar, transformar o conservar. En cualquier caso, se pierde la unidad del primigenio Dasein vikingo; este ya no es puro ni tiene certeza señorial de su verdad; se torna dubitativo, y la duda le hace débil.

Tercera temporada: todavía no ha concluido, pero, hasta donde ha llegado (capítulo 5) podemos ver cómo evolucionan los tres posicionamientos surgidos durante la segunda temporada.
Atención, porque aunque la serie ya no es tan buena como en la primera temporada, pues la épica grandilocuente ha dado paso, definitivamente, a las intrigas palaciegas y al cinismo más inherente al hipócrita humanismo, la historia de Occidente, del Dasein histórico occidental, queda perfectamente narrada y explicada:

Rollo, el transformador, simboliza al traidor, al Dasein que reniega de su vida auténtica primigenia y abraza la nueva y alternativa fe cristiana.
Hay una magnifica escena en la que la esposa cristiana de Rollo, hija del emperador francés, le insta a eliminar arteramente a sus oponentes. Y Rollo, todavía ebrio de esencia vikinga, le responde:

- No hay ningún honor en matar a un hombre a traición.
- Eso diría un vikingo -le responde su cínica esposa- pero tú no eres ya un vikingo.


Floki, el conservador reaccionario, hará todo lo posible, como celoso guardián de la auténtica conciencia de su pueblo, para seguir manteniendo viva la esencia del Dasein vikingo. De hecho, tras asesinar al bueno de Athelstan, se convertirá en el favorito de la mujer de Ragnar, la cual le encomendará que eduque a su hijo en los valores vikingos.
Por primera vez en la serie se hace una referencia directa a los valores. Y es que la esposa de Ragnar ve con temor lo que está sucediendo, pues observa en Raganar el principio de decadencia que, a la postre, también comienza a amenazar la existencia del Dasein vikingo.

Ragnar, el asimilador, es la figura clave en la lucha dialéctica que tiene lugar en el lichtung. Ha descubierto una nueva verdad y se siente atraído por dicha verdad, aunque todavía se siente vikingo. ¿Pero qué clase de vikingo?
Ragnar se ha convertido, en esta segunda temporada, en un vikingo en decadencia sumido en un imparable proceso de autodestrucción. El destino de Ragnar es el que le espera al Dasein vikingo. Así, Ragnar comienza a desentenderse de sus funciones de líder y reniega del deber de ejercer como pastor del Ser. De hecho, comienza a evadirse de las exigencias del Ser sumergiéndose en el mundo de las drogas de la mano de su amante china.
Ragnar comienza a hacer memoria de su pasado y a recordar viejas glorias, porque sabe que su proyecto vital como hombre llega a su fin. También el Dasein histórico vikingo se acerca a su final.

Confesará Ragnar a su amante:

- Me siento viejo, con la edad he perdido el deseo y la fuerza.

Ragnar hace, en el capítulo 5, una terrible confesión: ha perdido la voluntad de Ser, se ha rendido ante la vida. Y ahora, a los atentos seguidores de la serie, solo nos cabe esperar: ¿Qué hará Ragnar? ¿Reaccionará y aceptará su responsabilidad como pastor del Ser? ¿O se abandonará en el relajo inconsciente de quienes claudican ante las adversidades?

Sí, no hace falta ser demasiado sagaz para ver que Ragnar no solo simboliza al Dasein histórico vikingo, sino que, además, es un fiel reflejo, muy actual, del hombre occidental; es el fiel reflejo de la autoinmolación a la que se dirige, imparable, el Dasein histórico humanista.

ANOTACIONES


Antagonismo entre diferentes Dasein históricos.

El Dasein histórico se desarrolla en el tiempo. ¿Pero cómo se desarrolla el Dasein histórico a través del tiempo? ¿El género humano, la humanidad, sigue un curso lineal histórico o un curso circular? ¿O ambos?
¿Pueden convivir diferentes Dasein históricos, coincidiendo en el tiempo, o la misma dialéctica de la historia camina hacia el UNO; hacia  la realización de un único Dasein histórico universal?

Yo creo que no ha lugar a la conciliación entre diferentes Dasein históricos, porque la vida, como el Ser, no entiende de negociaciones ni de apaños inauténticos.
Nosotros podemos empeñarnos, efectivamente, en autoengañarnos y en tener fe en que el Dasein histórico sabrá conciliar y hermanar sus diferentes conciencias verdaderas, asimilándolas y sintetizándolas tras un período evolutivo de adaptación indeterminado, hasta llegar a un fin último: desocultar la esencia del UNO absoluto. Pero dicho fin, la salida a la luz de la esencia del Ser, no se logrará sin la correspondiente lucha dialéctica de la conciencia en el claro. Parafraseando la película de "Los inmortales": "solo puede quedar una conciencia".

Podremos hacer trampas como Christopher Lambert y sus amiguetes inmortales, dilatando y rehuyendo el duelo final entre conciencias, pero mientras exista una sola conciencia Kurgan, no habrá paz ni conciliación. Lo único que hace el Dasein histórico occidental es ganar tiempo y mantener la esperanza de que, en algún momento futuro, las diferentes conciencias llegarán a un cordial entendimiento.

El Dasein individual es un ser-para-la muerte, sí, pero no así el Dasein histórico. El Dasein histórico es UNO y absoluto, ergo no puede morir. Mientras quede un solo hombre vivo en el planeta Tierra, seguirá existiendo el Dasein histórico. Pero incluso aunque la humanidad entera se exterminase a sí misma (que en ello está), el Dasein histórico seguiría siendo, pues no quedaría nadie para certificar su defunción.

La esencia del Dasein histórico, su ser-en-sí, reclama insistente su apertura en el claro; lo único que hacen quienes se niegan a escucharle, cuales Ulises taponando sus oídos con ceras, es, insisto en ello, autoengañarse y ganar tiempo para evitar lo inevitable: la confrontación final entre conciencias.
el Dasein histórico posiblemente sea finito, pero eso nosotros nunca lo sabremos. Quiero decir que todos y cada uno de nosotros moriremos, pero el curso de la historia continuará, y dicho devenir del Ser será eterno en tanto quede un solo hombre en la Tierra. Mientras exista un solo hombre en el mundo existirá un cuidador del Ser y, por lo tanto, una interpretación del mundo. Obviamente, si algún día la humanidad desapareciese de la faz de la Tierra, el Dasein histórico también desaparecería con ella.

Sobre el fin último de la historia, a todos nos gustaría una conciliación entre las diferentes conciencias, es decir, también yo desearía que el Dasein histórico perdurase en paz y armonía sin buscar dogmáticas consumaciones o fines últimos suprematistas. Pero la realidad es la que es, y ni el Islam ni los nuevos neocomunismos abandonarán sus aspiraciones, por otra parte totalmente legítimas, de interpretar, primero, e imponer, después, una concreta cosmovisión o imagen del mundo.
El problema no lo tienen quienes se obligan a defender e imponer su conciencia verdadera, sino quienes se lo permiten, irresponsable e inconscientemente, porque ya no creen en ninguna otra conciencia alternativa, porque se olvidaron del cuidado del Ser.

Yo creo que el devenir de la historia es dual, es decir, lineal y circular a un tiempo. Sería como el movimiento de los planetas que, al tiempo que giran sobre sí mismos en un eterno retorno circular, además avanzan a la deriva junto al Universo, no sabemos ni hacia adónde ni por cuánto tiempo.
Así, la humanidad o Dasein histórico también avanzaría linealmente hacia una deriva o futuro incierto, pero, al tiempo, los ciclos históricos se repiten sucesivamente, permitiendo que se alternen las diferntes formas o modos de la conciencia hegeliana:
cuidado del Ser (metafísica).....duda (escepticismo)......dogmatismo (construcción de particularismos absolutos)..... nuevo retorno al cuidado del Ser o retorno a etapas más espirituales.
¿Son más auténticos determinados Dasein históricos?
Yo no creo que algunos Dasein históricos sean más auténticos que otros. Eso sería tan osado como aseverar que unos son mejores que otros en base a valoraciones morales.
Lo que intenté explicar es que el Dasein histórico vikingo creía en una vida auténtica; creía en la certeza de sus dioses y en la verdad de su razón de ser en el mundo. La cosmovisión del Dasein vikingo era la interpretación del mundo de una determinada clase de hombres.
El Dasein histórico cristiano es otra cosmovisión, la interpretación de otra clase de hombres.
Yo no me atrevería a decir que una cosmovisión o interpretación del mundo es mejor que otra, eso se lo dejo a los dogmáticos del Islam y a nuestros marxistas-leninistas empeñados en hacer justicia (su justicia), mal que sea a fuer de cercenar libertades individuales.

Lo que digo es que cada uno de nosotros tiene el ineludible deber de conocerse a sí mismo; es decir, cada Dasein individual está obligado a un ejercicio introspectivo, o de reflexiva meditación en términos heideggerianos, para reconocerse en una determinada clase de hombre. Y lo que sostengo es que no me valen (a mí) los autoengaños cínicos de quienes, tras ser obsequiados con el don y ser testigos de la apertura del Ser en el claro, reniegan de dicho don en aras de ser políticamente correctos.


¿De dónde saca el hombre las fuerzas para defender una determinada concepción del mundo desde el relativismo moral imperante?


El Dasein individual, para defender una imagen del mundo, saca las fuerzas (motivación y voluntad) de sí mismo, es decir, las obtiene conociéndose a sí mismo.
¿Y cómo se conoce el Dasein a sí mismo? Pues reconociéndose cómo es y qué quiere a través de la apertura del Ser (introspección en el claro). Para ello, el Dasein deberá meditar y reflexionar, deberá estar atento y tener cuidado con el Ser que, recordemos, ya está en él.
¿Qué quiere decir que la esencia del Ser o lo absoluto ya es en el Dasein?
Quiere decir, ni más ni menos, que cada Dasein individual ya está predeterminado por unos apriorísticos condicionantes psiconeurológicos para pensarse a-sí-mismo y en-lo-otro de una determinada manera.Lo único que tiene que hacer el Dasein es reflexionar sobre sí mismo, que será tanto como reflexionar sobre el Ser, pues, como ya hemos señalado, el sentido del Ser ya está-en-el-Dasein.
Pero esta apertura del Ser en el Dasein, a través de la cual Heidegger decía que podía hallarse místicamente la esencia del Ser, era la misma que, siglos antes, le permitió a San Agustín hallar su vía para conocer a Dios, a través del obligado recogimiento del Dasein en sí mismo.

Cada vez tengo más claro que la metafísica de Heidegger es una reinterpretación de la teología-psicoanalítica de San Agustín.

Una vez que el Dasein se conoce a sí mismo, y se acepta, debe mejorarse. Así, mejorar es la finalidad de la vía que propone la máxima de San Agustín, análoga a la humildad ontológica de Heidegger:

¿Y qué significa que el Dasein se mejore a sí mismo? Pues significa, retomando a Nietzsche, que debe instarse a perdurar en el tiempo (conservarse) y crecer (aumentar).

Cada Dasein individual, por tanto, saca sus fuerzas (voluntad y motivación) del previo análisis reflexivo que le permite conocerse a sí mismo y, al tiempo, le religa y le permite reconocerse en lo absoluto del Ser.

Es que, para que me entiendas, el Ser absoluto es el reflejo o espejo de lo que es cada Dasein individual. Toda obra de arte, como el mundo mismo, facilita la apertura del Ser (del sentido de la existencia) en el Dasein; pero una misma obra de arte, como el mismo mundo, sugerirán y evocarán diferentes interpretaciones en los diferentes Dasein individuales.
¿Por qué?
Pues porque el Dasein (ser-ahí) ya está en lo absoluto, se encuentra en el mundo que se abre ante él para que pueda interpretarlo. Pero, al interpretar el mundo, los diferentes Dasein individuales no pueden evitar crear una imagen o cosmovisión del mismo; una imagen que estará acorde con sus gustos, motivaciones y sentimientos.
Y el Dasein, que no es tonto, cuando se comprende a sí mismo y es consciente de sus necesidades también descubre lo que quiere, lo que le vale: descubre el valor de la vida, que no es otro que el de perdurar en el tiempo (conservarse) y mejorarse (aumentar o crecer); descubre que su sagrada misión en el mundo es llegar a ser él mismo, y será consciente de que, para ello, deberá modelar el mundo a su imagen y semejanza.

Una vez que el Dasein individual se descubre a sí mismo, es decir, después de meditar atento en la apertura del Ser, hallará, al mismo tiempo, los valores que son mejores para él. A partir de ahí, concluirá interesadamente (subjetivamente y desde su visión particularista), que lo que es bueno para él por fuer ha de ser verdad.

El Dasein individual, pues, construye su verdad. Pero como el Dasein individual también es un Dasein colectivo o histórico (inevitablemente social) se ve obligado a justificar moralmente su verdad, es decir, tiene que proclamar que su verdad es la más buena y justa.

Solo a un Dasein individual aristoi (el mejor) le está permitido descubrir el sentido del Ser, que será, en definitiva, un reflejo del sentido que él quiera otorgarse a sí mismo y a su ex-sistere.
Al ser el mejor de entre los Dasein individuales se convertirá en creador y pastor del Ser. Así, desde su liderazgo, propondrá una conciencia verdadera o cosmovisión del mundo para el Dasein colectivo; y lo mismo dará que lo haga a través de la palabra revelada por un Dios o sacándose de la manga algún método que dé en bautizar como materialismo dialéctico o científico.

El resultado final será que un Dasein individual privilegiado (el mejor) habrá creado una moral, es decir, la justificación de una determinada verdad, su verdad.


Cuando se comprende esta dialéctica de la conciencia hegeliana, desde la perspectiva heideggeriana, se descubre que Marx fue tan timador como Jesucristo o Mahoma.
¿Qué moral defendemos, entonces? La nuestra, por supuesto.
¿Y en qué consiste defender nuestra moral? Pues en defender nuestra verdad: aquellos valores que coinciden con nuestra apriorística forma de ser.

Expondré mi ejemplo personal:

Cuando yo llego a comprenderme, y descubro que soy antigregario, individualista y celoso de mi exclusiva y particular libertad (mi verdad) entiendo, como mínimo, que mi Dasein individual no puede comulgar o religarse con un Dasein histórico suprematista, ya sea este islámico o comunista.
Si, además de conocer íntimamente a mi yo (mi ser-en-sí) también soy consciente de la realidad de mis circunstancias (ser-ahí), entonces concluyo que poco, o nada, puedo defender en un país cuya esencia es, precisamente, comunista; una esencia totalmente contraria a la mía propia.
¿Y cómo defiendo, entonces, mi moral, mi verdad y mis valores?
Primero, instándome a sobrevivir (conservarme); y, segundo, obligándome a ser mejor para crecer y garantizar el futuro de los míos. Los míos, mi familia, se convierten así en un pequeño Dasein colectivo o histórico; yo sé que mi ser-es-para la muerte, pero mis hijos y los hijos de mis hijos me sobrevivirán.

He ahí una razón para evitar el suicidio: los hijos.

El problema es qué se entiende por Ser y si es cierto que en todo Dasein mora el Ser

Podríamos pensar, erróneamente en mi opinión, que lo que ha entrado en crisis es precisamente la consideración de que exista el Ser, y por tanto, de que éste habite en el Dasein. Pero yo no creo que la crisis consista en que se cuestione la existencia del Ser, sino en que, a partir de la modernidad, el Ser se interpreta desde otras perspectivas o maneras diferentes a la tradicional.
Tú y yo estamos de acuerdo (eso creo) en referirnos al Ser como una Realidad-Fundamento para diferenciarlo de Dios, ente supremo. Pero aunque la generalidad de los hombres-sujeto (hombres-masa en la acepción orteguiana) digan que Dios no existe, es decir, que no existe un Ser Realidad-Fundamento, en realidad no se están refiriendo a lo mismo que nosotros; no se refieren a la esencia u origen, a ese "algo" que hace que el Dasein sea más que la nada, sino que están pensando en un ente prepotente de jerarquía superior que determina sus vidas imponiendo unos concretos valores éticos-morales.

Lo que está sucediendo no es una pérdida en la creencia de la Realidad-Fundamento (Dios en su acepción más tradicional, o ese "algo más que nada" que es esencia del hombre) sino que se ha realizado una sustitución de la misma, es decir, la sustitución de Dios (y sus valores) por otros dioses y sus respectivos nuevos valores.
Como bien señalara Heidegger, el Dasein es creyente sí o sí, pues en su propia esencia se halla el sentido del Ser, y, por ello, el Dasein se ve abocado, quiera o no quiera, a la necesidad de preguntarse por su ex-sistere (la vida y la muerte).
No, yo no creo que el Dasein considere que no existe la verdad.
Hablemos en otros términos para entendernos mejor, y para ello hagamos algo que disgusta mucho a nuestros amiguetes del igualitarismo, pero que resultará muy pedagógico para que podamos comprender el grave tema que tratamos.

 Propongo que, a partir de ahora, en vez de referirnos al Dasein, diferenciemos entre hombres-sujeto (masa) y pastores del Ser (aristos). Convengamos, si no hay demasiados inconvenientes y/o escrúpulos morales, en advertir que existen dos clases de hombres:

1) Hombres-masa despreocupados por el Ser.

2) Aristos o pastores del Ser, que se obligan a preguntarse y mostrar cuidado por el Ser.

Si hacemos esta distinción vemos con claridad que no es que el Dasein se haya olvidado del Ser, ni mucho menos que ya no crea en la verdad, por mucho que pretenda autoengañarse proclamando la triunfante soberanía del relativismo. Lo que sucedió, a partir de la Modernidad, es que la Razón pretendió liberar al hombre de manera equivocada, es decir, desenmascarando las mentiras que subyacían en las tradicionales creencias ideológico-religiosas tradicionales. La Razón desnudó al hombre de esencia en la medida que iba perdiendo su carácter aristoi, como pastora del Ser, y se tornaba igualitarista y mundana (olvidándose del Ser).

La Razón, renegando de la metafísica, limitó su conocimiento al mundo físico y material, y se despreocupó del espíritu del Dasein, de su ser-en-el mundo.
Sin pastores, o peor aún, a través del concurso de pastores ebrios de errada racionalidad, el hombre se convirtió en sujeto; se transformó en hombre-masa.

Pero el hombre-masa, aunque despreocupado por el Ser, sigue siendo Dasein, es decir, su esencia sigue estando determinada por su ser-ahí en el mundo. Y en tanto que ser-ahí, sigue angustiado y necesitado de fundamentos que den sentido a su existencia.
Así, el hombre-masa, que proclama orgulloso que todo es relativo y que no existe la verdad, en realidad lo que está proclamando es que existen muchas verdades y que lo que no existe es la verdad de sus padres.
¡Claro que el hombre-masa cree en la verdad! ¡En su particular y subjetiva verdad! Cree en la única verdad que la diosa Razón le enseñó a creer. ¿Y qué le enseñó la diosa Razón? Pues que la verdad de sus padres, la que entendía la Realidad-fundamento como ente supremo que determinaba sus vidas (Dios) no existía, y no podía existir, no porque pudiese demostrarse la no-existencia de Dios, sino porque los valores sublimes y supremos en los que se sustentaba dicha Realidad-Fundamento eran injustos y los mantenían esclavos al servicio de los mismos.

Lo que hizo el hombre-masa, sin la Realidad-fundamento de sus padres, fue creer en otras verdades y en otras realidades-fundamento. ¡Claro que siguió creyendo en la verdad! ¡En otras verdades, en sus verdades!
Desde su soberbia crecida, a la que le insta su perverso igualitarismo, el hombre-masa se cree un diosecillo intocable; ya no cree en reyes, ni en dioses ni en tribunos, pero, a cambio, se convierte en ferviente y dogmático creyente de otros dioses y realidades-fundamento: socialismo utópico, misticismos orientales, teorías de la liberación para todos los gustos y de todos los colores...

Por tanto, niego la afirmación: No es que el Dasein considere que su verdad es la más buena y justa sino que no existe tal verdad, y sostengo que, en realidad, está sucediendo todo lo contrario; ahora, más que nunca, el Dasein cree en nuevas verdades más buenas y justas que las de sus padres. ¿Le preguntamos a un comunista cualquiera?

Concluyo:

El problema, por tanto, no es que el actual Dasein histórico de Occidente no crea, sino que dicho Dasein colectivo está conformado, mayoritariamente, por hombres-masa que sí que creen en la verdad, pero no en la verdad de sus padres; no creen ya en la verdad de una Realidad-Fundamento tradicional.
¿Y qué supone dejar de creer en una Realidad-Fundamento tradicional suprasensible?
No supone dejar de creer en el Ser; ni quiere decir que no crean en la verdad (¡habrá creyente más dogmático que un rojo!).
Decir que nuestras actuales sociedades ya no creen en la verdad tradicional de nuestros padres tan solo significa, y es muy grave, que ya no creen en valores sublimes y supremos de sacrificio, trabajo y superación, obligación y deber. Lo que quiere decir es que ahora creen en otras verdades y en otros valores.
El Ser como Realidad-Fundamento podía interpretarse como un ente supremo (Dios) o como ese Ser (esencia trascendente) que nos constituye como "algo más" que Nada.
Lo que intento explicar, precisamente, es que yo creo que ambas acepciones del Ser son trascendentes. Desde el momento en que el Dasein se siente o se intuye "algo más que nada", ya está considerando en su ser-en sí, y sea o no consciente de ello, la presencia de una esencia (sentido) que le trasciende.

Por eso defiendo que el cambio radical no está en el hecho de haber trocado una realidad trascendente por otra inmanente. Lo que sostengo es que la transvaloración de unos valores (sublimes y supremos) por otros más mundanos, también se ha realizado a través de una meditada reflexión metafísica, y no exclusivamente desde un relativismo nihilista.

 Lo que intento decir es que, aunque el Dasein inauténtico (hombre masa o sujeto) proclame que la Verdad (en mayúsculas) no existe, en realidad sus hechos le delatan, y a nosotros nos permiten desenmascarar sus autoengaños.

¿Por qué alguien que se proclama ateo se convierte, sin embargo, en un fiel seguidor de creencias budistas, por ejemplo?

Pues porque aunque la Razón le grite fuerte en el oído que no existe una Verdad absoluta y universal, al mismo tiempo la esencia del Ser, que está en él, intuida o pre-sentida como prefiramos, le susurra que sí, que necesita y anhela ser "algo más que nada".

La Razón grita alto y fuerte, pero el Ser solo nos susurra, y ese es el motivo por el que debemos permanecer atentos y expectantes, porque es mucho más difícil escuchar e interpretar el débil susurro del Ser que el grito atronador, orgulloso y prepotente, de la Razón.
Así, nuestro budista también creerá en una realidad trascendente; también se reconocerá como un ser que es "algo más que nada", aunque su alternativa humildad ontológica no crea en un Ser Realidad-Fundamento tradicional.

Otro ejemplo:

El dogmático comunista dirá y gritará que no cree en Dios, pero, al tiempo, no podrá evitar intuirse como "algo más que un animal"; pre-siente que en-él hay un plus de esencia que le diferencia de otros seres vivos. Y este plus, que le trasciende, le insta a creer en otro dios: el suprematista Estado socialista.