"Narciso y Goldmundo" es, en mi parecer, la última obra con la que Hesse cerrará el ciclo de sus meditaciones e introspecciones más íntimas en torno a la dualidad antagónica entre idealismo y vitalismo.
Narciso, el joven intelectual disciplinado, responsable, y sobre todo reflexivo y analítico, será la antítesis del jovial Goldmundo, más vitalista y soñador.
Narciso simbolizará el pensamiento más tradicional de Occidente, muy alemán, caracterizado por una intelectualidad rígida y metodológica; caracterizado por la seriedad y la sobria disciplina, mientras que Goldmundo simbolizará al espíritu libre que ansiará, ante todo, poder llegar a ser él mismo a través de la experiencia y de los sentidos, a través de la creación artística. Goldmundo será, en definitiva, la representación de una nueva opción del ex-sistere, legado del vitalismo alemán más irracional e intuitivo, pero sobre todo heredero de la mística oriental más abierta al mundo de las sensaciones interiores.
En esta obra, Hesse describirá magistralmente dos maneras de afrontar la existencia a través de las vivencias de sus dos personajes principales, aparentemente muy diferentes, pero que encontrarán un nexo de unión y afinidad común merced a la superioridad y excelencia de ambos.
De nuevo encontramos en "Narciso y Goldmundo" el reconocimiento entre iguales que se diera en "Demian" (entre el desorientado Emil y el confiado y seguro Demian), volvemos a encontrarnos con el concepto de docilidad ante lo superior, ante el reconocimiento de un primus inter pares (un primero entre iguales) que en nada desmerece ni desiguala al discípulo del maestro.
Así lo explica Hesse a través de los pensamientos del analítico Narciso:
“Aislado
en su excelencia y superioridad (Narciso) venteó
en seguida en Goldmundo al espíritu afín, aunque semejaba en todo su contrario".
El concepto de docilidad.
Creo necesario, llegados a este punto, una breve reflexión obligada en torno al concepto de docilidad, a menudo tergiversado y malinterpretado por aquellas ideologías tendentes a menospreciar valores de superioridad y excelencia.
Decía Ortega que la docilidad no era lo mismo que la sumisión, pues la primera constituye un acto voluntario de reconocimiento hacia un igual que consideramos mejor que nosotros, mientras que la sumisión significa el obligado reconocimiento de una autoridad no necesariamente mejor que nosotros ni, por supuesto, afín a nuestros espíritus.
Ortega hace suyos y revaloriza los tradicionales valores aristois de origen germánico (nobles y aristocráticos) para anteponerlos a los valores de humildad y resignación herederos del judeocristianismo. La docilidad ante lo mejor supone buscar igualar en torno valores de excelencia, mientras que la indocilidad o rebeldía ante los mejores solo pretende igualar desde la mediocridad.
Hesse, sagazmente y para resaltar mejor las cualidades de excelencia de Narciso, nos explica por medio del Abad Daniel ese afán, tan del gusto de los individuos-masa y de la moral judeocristiana, de menospreciar a los mejores:
“Y, por lo demás, jóvenes eruditos, hago votos
por que nunca os falten superiores menos inteligentes que vosotros; nada hay
mejor contra el orgullo.”
Resulta harto significativo que el Abad Daniel, en su discurso de bienvenida a los nuevos alumnos, no enfatice tanto en la necesidad de ser mejores a través del reconocimiento de un primus inter pares, como en la necesidad de luchar contra el orgullo, es decir, contra la autoconfianza y contra la posibilidad de desarrollar un fuerte ego que pudiera instar a los alumnos a exigirse más de sí mismos.
Pues bien, ante este grave dilema: renegar del orgullo propio o llegar a ser uno mismo, Narciso, el superior y excelente maestro, decidirá negarse a sí mismo y optará por mostrarse sumiso ante sus superiores de inferior valía.
Creo, aunque Hesse no lo aclara explícitamente, que Narciso se sentirá profundamente atraído hacia Goldmundo, precisamente, por ser éste su antítesis. Ambos (Narciso y Goldmundo) son espíritus afines, excelentes y dotados de una gran inteligencia. Cierto, pero Narciso optará por un posicionamiento antivital negándose a sí mismo, resignándose a permanecer en el claustro sin mayores aspiraciones que las de cumplir con su deber. Sin embargo, Goldmundo romperá las cadenas de la sumisión y elegirá el camino difícil (tortuoso y lleno de desventuras) por tal de poder llegar a ser él mismo a través de un apasionante recorrido por la vida.
La envidia igualitaria.
Si hay algo propio e inherente a los rebeldes indóciles es lo que Fernández de la Mora dio en llamar envidia igualitaria, es decir, el insano afán de uniformar hacia la mediocridad, igualando desde lo inferior en vez de aspirar a igualar desde lo mejor y más excelente. La envidia igualitaria es aristófoba por definición, y bien supo verlo Ortega y Gasset cuando señaló que uno de los más graves pecados de España era la aristofobia o el rechazo hacia los mejores.
Como bien señalara Nietzsche en "Más allá del bien y del mal": No basta con tener talento, además hay que pedir vuestro permiso. ¿Eh, amigos?. Y es que, la pedagogía social no solo se afana en crear individuos mediocres, sino que debe cuidar celosamente que no proliferen los individuos excelentes, so pena de ser tildados de vanidosos, soberbios y toda una retahíla de descalificaciones perfectamente urdidas para descalificarlos. Las granjas- escuelas, retomando de nuevo a Sloterdijk, son como esa comunidad educativa dirigida por el Abad Daniel que les deseaba a sus alumnos tener profesores menos inteligentes por tal de curarse del orgullo.
Nuestras granjas-escuelas, pareciera que siguiendo las directrices del mediocre Abad Daniel, siguen empeñadas en su sacrosanta misión de crear ganado humano. Ahí estamos en ello.
Pero también Hesse que, como Narciso, se sabía un espíritu superior, no pudo evitar hacer mención a esa envidia insana que siente el individuo-masa, eterno rebelde indócil, frente a lo mejor y más excelente:
..."al
unirse tan estrechamente (Narciso y Goldmundo), parecía que quisieran aislarse altaneramente, como
aristócratas, de los demás por estimarlos de más bajo metal".
Obsérvese la manifiesta envidia, con una explícita connotación claramente aristofóbica que, según Hesse, sentía el resto de los estudiantes hacia la relación tan singular entre dos espíritus afines; entre dos excelentes iguales.
Llegar a ser uno mismo.
Toda la obra de Hesse constituye una constante búsqueda de sí mismo; una ardua búsqueda introspectiva del autor a través de sus personajes.
El imperativo vital que nos insta a ser, obligándonos primero a conocer cómo somos para, más tarde, instarnos a mejorarnos, es una constante de la historia de la filosofía. Desde el conócete a ti mismo socrático, pasando por el conócete, acéptate, supérate de San Agustín, hasta arribar al llega a ser quien realmente eres de Fichte, ha habido una constante preocupación en el pensamiento occidental por hermanar o conciliar, como se prefiera, al yo con las circunstancias, al Dasein con el mundo, al ser humano con la vida.
Narciso, en un momento dado, le explica a Goldmundo que le ve como una persona muy superior a él, y ello a pesar de no ser una eminencia intelectual:
"Tú no eres un erudito ni un monje; un erudito o
un monje pueden hacerse de una madera inferior."
Narciso reconoce implícitamente la inferioridad de aquellos monjes eruditos que, aunque muy doctos, han negado la vida misma y, como él, han preferido una cómoda reclusión antivital entre muros.
Y cuando Goldmundo le expresa su asombro por que él, persona excelente y de gran inteligencia, pudiera considerarle superior, Narciso razona de la siguiente manera:
"Las naturalezas de tu tipo, los que tienen
sentidos fuertes y finos, los iluminados, los soñadores, poetas, amantes, son,
casi siempre, superiores a nosotros, los hombres de cabeza.
Vuestra raíz es maternal. Vivís de modo pleno,
poseéis la fuerza del amor y de la intuición. Nosotros, los hombres de
intelecto, aunque a menudo parecemos conduciros y regiros, no vivimos
plenamente sino de modo seco y descarnado".
Obsérvese, en esta significativa explicación que Narciso da a Golmundo, la evidente influencia nietzscheana de aquel bello aforismo que decía:
A menudo, tras un excelente erudito encontramos una persona mediocre, y tras un artista mediocre encontramos una persona excelente.
Matriarcado vs patriarcado.
En el reconocimiento de la superioridad de Goldmundo, Narciso hace una importante referencia a la raíz maternal del joven artista y soñador.
Se hace necesario profundizar en esta nueva forma de dualismo que aparece en la obra de Hesse: madre vs padre, donde la madre simboliza la vida y la naturaleza, y el padre, más rígido, representa la intelectualidad. De nuevo vitalismo vs racionalismo, pero con significativas diferencias.
La vida en la naturaleza que busca Goldmundo, fuera de los muros del claustro, no es la vida del aristocrático guerrero, sino, muy al contrario, es la vida en paz y armonía con el entorno; es una apuesta por el amor frente a la guerra; es la búsqueda de la comprensión y el perdón de la madre frente a la autoritaria rigidez del padre.
Así, Goldmundo comenzará a hacer su recorrido vital y dirigirá sus pasos hacia oriente, hacia la comprensiva y espiritual madre, alejándose de un Occidente en exceso rígido y terrenal.
Sin duda, tanto el psicoanálisis como las influencias de la Escuela de Frankfurt (Adorno a la cabeza) influyeron en la visión cripto-budista que, progresivamente, iría desarrollando Hermann Hesse a lo largo de su obra, hasta culminar su "viaje a Oriente" con "El juego de abalorios"; un alegato a la superioridad del espíritu, una nueva "república platónica" gobernada por "sabios" de intachable e impoluta moral donde la contemplación y la meditación constituirían en sí mismas una nueva forma de vida muy inspirada en el misticismo oriental (budismo, taoísmo...).
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