jueves, 6 de marzo de 2014

"La Tía Tula", de Unamuno.

"La Tía Tula" es, en mi parecer, una de las novelas más complejas de la obra de Unamuno. Quizás sea la novela de Don Miguel más susceptible de poder ser interpretada desde diferentes perspectivas, es decir, enfocando nuestra atención en alguno de los muchos temas que, explícita o implícitamente, se abordan a lo largo de esta nivola.
En lo que respecta al concepto o prototipo de mujer unamuniana, Tula resulta "atípica". No es la mujer bálsamo de un marido atormentado o errado, como la sufrida Antonia, esposa de Joaquín Monegro ("Abel Sánchez") ni es la tierna Marina, mujer del aspirante a pedagogo social Don Vito("Amor y Pedagogía"). Tula distará mucho de ser la clásica mujer sumisa y resignada, dedicada tan solo a procrear y cuidar de su marido. Tula será, como veremos, una moderna rebelde anticipada a su época.
Y es que las mujeres unamunianas no eran rebeldes en absoluto. Eran, por lo general, mujeres balsámicas y báculos de sus esposos; eran las Aldonzas Lorenzos apegadas a la tierra; las buenas madres procreadoras que ofrecían a sus maridos la inmortalidad a través de los hijos nacidos de sus vientres. El mismo Unamuno, en su maravillosa "Vida de Don Quijote y Sancho", acabaría recomendando al bueno de Alfonso Quijano que se casara con la rústica y sencilla labriega Aldonza, la mujer de carne hueso, para olvidarse, así, del sueño imposible de una inalcanzable e idealizada Dulcinea.
La dicotomía de la mujer ideal vs terrenal, también aparecería en "Abel Sánchez", donde el envidioso Joaquín Monegro, tras no conseguir a su bella e idealizada Helena (Dulcinea) acabaría casándose finalmente con la terrenal y terapéutica Antonia (su Aldonza).
Pero a diferencia de las mujeres terrenales, bálsamos para sus maridos, las mujeres idealizadas en la obra unamuniana, sí tenían un punto de rebeldía, pero de una rebeldía negativa, en tanto eran inalcanzables para sus pretendientes y, además, resultaban nocivas para los mismos. Así, Eugenia, la bella pianista de "Niebla", no solo hirió los sentimientos de Augusto Pérez, sino que acabó prefiriendo los favores de un apuesto truhán, oportunista y holgazán. También la bella Helena prefirió al atractivo y díscolo Abel Sánchez antes que al sufrido y docto Joaquín Monegro.
Pero en "La Tía Tula", frente a la rebeldía negativa representada por la mujer frívola, y frente a la resignada sumisión de la sufrida mujer terrenal, aparecerá un nuevo prototipo de mujer rebelde, con carácter y orgullosa de sí misma: la mujer feminista.

Tras una lectura harto superficial, y poco comprensiva o analizada, se ha concluido que Tula era una mujer impregnada de un férreo catolicismo represor, hasta se ha definido su personaje como el de una mujer con anafrodisia (inhibición del deseo sexual). Pero yo no creo, sin embargo, que Tula fuese una víctima de represiones religiosas, ni creo que fuese una mujer sin una fuerte líbido interna. Muy al contrario, yo pienso que Tula era (sigue siendo en tanto que inmortal en la obra unamuniana) una gran rebelde, terca y obstinada, siempre cuestionando la validez y veracidad de todo cuanto se consideraba "sagrado". Tula fue, ante todo, feminista, una mujer anticipada a su época o, si lo preferimos, fue Unamuno, quien a través de la creación de tan complejo personaje, se adelantó a su tiempo.
Sería el mismo Unamuno quien, en el prólogo de "La Tía Tula", no solo estableciese la comparación entre Tula y Sta Teresa, sino también entre Tula y la rebelde (vuelvo a enfatizar el término) Antígona. Tula, como Antígona, era la mujer capaz de cuestionar las leyes de los hombres; capaz de enfrentarse a lo establecido.
Tula, como las feministas actuales, era una mujer sobria y estoica, desconfiada y crítica con el patriarcado, tanto con el patriarcado social como con el imperante en la jerarquía eclesiástica.
Es cierto que algunos personajes de la novela la comparan con Sta Teresa, pues era igual de sacrificada que la mística española y, como Sta Teresa, Tula vivía sin vivir en sí misma, siempre celosa en el autocontrol de sus pasiones e instintos más terrenales. Todo ello, seguramente, ha llevado a muchos lectores a creerla una ferviente católica reprimida.
También es cierto que Tula, de fuertes convicciones morales (pero de su moral y su ética) no escondía su desprecio, constante a lo largo de toda la novela, hacia el sexo masculino. Siempre que Tula deseaba finiquitar una conversación, en la que estaba en desacuerdo con su interlocutor masculino, acababa exclamando un recurrente: "¡hombre, al cabo!"
Tula pudiera parecer a primera vista una meapilas católica, casta y escandalizada ante el sexo. De hecho, el único exabrupto que lanza en toda la novela (perdiendo su esmerado autocontrol) es un enérgico ¡puerco!, con el que despacha a un pobre médico viudo que le hace proposiciones de matrimonio, según ella deshonestas, pero deshonestas según su propio y estricto criterio ético y moral. Resultará también muy significativo el momento en que Tula abandona un confesionario cuando el sacerdote, lejos de entender su postura vital, le invita a actuar de otra manera. Tula zanja el intercambio dialéctico con el pater diciéndose a sí misma que, aunque siervo del señor, era hombre al cabo.
Sí, resulta evidente y manifiesto el rechazo constante y recurrente hacia el sexo masculino, hacia cualquier forma de patriarcado, diría yo hilando más fino. Podríamos pensar en un caso de androfobia (miedo a los hombres) o de misondria (odio a los hombres), pero lo más característico de la forma de ser de Tula, no lo olvidemos, es su idiosincrasia rebelde. Y todo buen rebelde lo que busca, con mayor o menor disimulo, es transformar realidades, es decir, transmutar valores para conseguir cambios sociales.Tula es, en definitiva, una feminista que aspira a un último fin utópico: sustituir las sociedades tradicionalmente patriarcales por otras (más justas a sus ojos) de marcado carácter matriarcal.
Así, la personalidad dogmática de Tula, que a primera vista percibe cualquier lector, no se debería tanto a su catolicismo (dogmatismo religioso) como a su dogmatismo ideológico. Y es que no cabe mayor radicalidad que pretender ser madre sin catar varón.
La máxima aspiración de cualquier sociedad matriarcal (inspirada en la míticas leyendas de las amazonas) sería la de poder prescindir de los hombres para procrear y desarrollar utópicas sociedades por y para mujeres.
Llegados a este punto, el delirio u obsesión de Tula: ser madre sin mantener relaciones carnales con hombres, podría hacer pensar al despistado lector en un caso de lesbianismo. Pero no, de nuevo no es el caso, pues a lo largo de toda la novela se suceden los pensamientos eróticos de Tula hacia su cuñado Ramiro. Resulta evidente, por tanto, que no hay inhibición sexual en Tula, es decir, el deseo sexual está en su interior, reprimido, pero presente en sus pensamientos y fantasías.

Hoy, en la sociedad actual, Tula sí hubiese podido autorrealizarse y autoafirmar su peculiar carácter rebelde y feminista.
Tula sería, hoy, una beligerante activista feminista alejada de los dictados patriarcales de la sociedad y de la Iglesia católica; podría ser madre sin catar varón (adopción o inseminación artificial); podría, como muchas feministas actuales, permitirse relaciones sexuales libres con los hombres, sin por ello comprometerse o convertirse en sumisas y resignadas esposas. Tula, hoy, podría ser ella misma.

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