miércoles, 3 de diciembre de 2014

España comunista.

INTRODUCCIÓN

José, un comentarista de este humilde blog, me decía que, hasta hace poco, se negaba o no quería creer en mis pesimistas análisis de la realidad.
He descubierto está reflexión, escrita en 2014, donde ya se podía prever, perfectamente, todo lo que estaba por llegar y que, desgraciadamente, ya estamos padeciendo.

Desde hace ya algunos años vengo sosteniendo, en diferentes foros y a través de debates dialécticos, que España es esencialmente comunista, es decir, que su idiosincrasia, forma de ser y de pensar, ha estado desde siempre orientada a la consecución de utópicos supremacismos.

Habrá quien erróneamente me rebata, argumentando que la esencia más española, a lo largo de la historia, ha sido el catolicismo. Sin embargo, lejos de rebatirme, me estará dando la razón.

Y es que, sin la presencia a lo largo de los siglos de un retrógrado catolicismo, que impregnó de utópico supremacismo la conciencia colectiva de las masas, jamás hubiese sido posible en España la deconstrucción o reinterpretación del mismo en forma de doctrina comunista.

El catolicismo, de hecho, lejos de impedir la proliferación del comunismo se convirtió en su necesario caldo de cultivo. Tan solo bastó, para ello, que alguien se diera cuenta de que allí donde el supremacismo religioso hablaba de creyentes desposeídos era necesario, adaptándose a nuevos contextos históricos, referirse a creyentes proletarios.
Fue el ingenioso Marx quien supo ver que las masas necesitaban creer en un fin último utópico; y frente al engaño del supremacismo religioso (alcanzar la felicidad en la otra vida) supo articular un nuevo engaño, o nueva conciencia, que prometería la felicidad en un idealista Estado socialista.

No volveré a insistir en los más que evidentes paralelismos entre cristianismo y marxismo, pero sí señalaré que aquellas sociedades, que históricamente sí supieron desprenderse del supremacismo católico, evolucionaron hacia ideologías liberales más respetuosas con las libertades individuales.

Podríamos concluir, por tanto, que si el protestantismo, sobre todo el anglosajón, propició y favoreció un pensamiento más liberal, el catolicismo fue el padre religioso de un hijo comunista y ateo. Sí, es cierto que padre e hijo creen en diferentes aspiraciones supremacistas pero, al cabo, los dos son fervientes creyentes y persiguen parecidos fines últimos en forma de utópicos mundos felices (paraíso y socialismo utópico). "De tal palo tal astilla".

Si profundizamos al respecto, resulta fácil comprobar que, tanto el catolicismo como el comunismo hacen mayor hincapié en la necesidad de trabajar comunitariamente, mientras que protestantismo y liberalismo enfatizan más en las bondades del esfuerzo y el sacrificio individual.
La creación de una sociedad comunista conllevará, por tanto, a una serie de indeseables consecuencias:

CONSECUENCIAS

Destierro del esfuerzo: la primera consecuencia, inevitable, en una sociedad que se conduzca y apueste por el trabajo comunitario en detrimento del trabajo más individual, es que se creará una sociedad igualitaria que no distinguirá entre los mejores y los peores; no diferenciará a los más esforzados de los más perezosos. Si todos deben aportar, teóricamente, una misma cantidad de fuerza de trabajo a cambio de una igual o parecida retribución... ¿Para qué destacar o sobresalir? ¿Para qué un esfuerzo superior al de otro igual si, al cabo, ambos obtendrán los mismos beneficios?

Destierro del mérito y la excelencia: despreciado el esfuerzo como fuente generadora, no solo de trabajo, sino también de progreso y de riqueza, se formará una sociedad mediocre que no sentirá aspiración ninguna por mejorarse a sí misma; que evitará cualquier sacrificio necesario para aspirar a la excelencia. El vacío dejado por la ausencia de una ciudadanía responsable, defensora de sus derechos pero también cumplidora con sus obligaciones a través del trabajo esforzado, será ocupado por unas masas eternamente descontentas e insatisfechas, que buscarán la felicidad a través del mínimo esfuerzo y reclamarán que sea el Estado quien garantice su bienestar.

Pobreza generalizada: cualquier sociedad que destruye a sus propias élites intelectuales, desterrando el mérito y la excelencia de sus aulas, es una sociedad condenada a la autoinmolación vital. Sin la creación aristocrática (de los  mejores) ninguna sociedad puede progresar ni evolucionar, sino que permanecerá anclada en un triste y sempiterno presente de miseria. La pobreza acabará instalándose en todas las capas sociales de la población y los mejores, de haberlos, se verán obligados a emigrar a sociedades que sí sepan valorar sus conocimientos y, sobre todo, que reconozcan su esfuerzo personal.

Estado omnipotente: una vez empobrecida la sociedad, hasta el punto de que se muestre incapaz de crear riqueza, porque no existen las suficientes iniciativas privadas generadoras de la misma, el Estado no tendrá más remedio que asumir el rol de empresario para dinamizar la actividad económica y garantizar la supervivencia de la población.  Pero dichas acciones dinamizadoras, en tanto que alejadas de las leyes del mercado libre, serán inútiles e improductivas, es decir, no generarán riqueza , pues se llevarán a cabo sobredimensionando el peso de las administraciones públicas. Se crearán ingentes cantidades de funcionarios, que desempeñarán labores innecesarias, las cuales, sin embargo, justificaran la creación de puestos de trabajo. Trabajo, repito, que no solo no generará riqueza, sino que estará destinado a expoliar fiscalmente al resto de la ciudadanía. La clase funcionarial se convertirá, así, en nueva clase privilegiada.

Inevitable dictadura o despotismo político: cuando la población, ya empobrecida, comprenda que no tiene ningún futuro en la feliz sociedad comunitaria que se le prometió, se rebelará o buscará la manera de emigrar a sociedades más maduras y garantes de las libertades individuales. Pero para entonces, cualquier intento de revolución o de disidencia política, así como cualquier intento de huida, será duramente reprimido por un régimen totalitario provisto de un poderoso ejército leal, pero también consentido por un numeroso cuerpo de funcionarios, sumisos y serviles, que no pondrán en peligro sus privilegios y prebendas por tal de defender las libertades del resto de la población.


ANÁLISIS DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA

No hace falta ser demasiado sagaz para comprobar cómo, todas y cada una de las anteriores consecuencias, derivadas de las políticas propias de Estados comunistas, se han dado en España. Tan solo faltan por desarrollarse los dos últimos estadios, que ya llegarán.

Pero ¿Cómo ha sido posible que en una sociedad calificada como liberal o neoliberal (sobre todo por la opinión pública) se hayan dado los tres primeros estadios que caracterizan a todo sistema comunista?

La respuesta es clara: porque España nunca ha sido liberal. De hecho, el liberalismo nunca ha sido una alternativa política real en España.

La socialdemocracia ensayada en España, durante lo que dio en llamarse la Transición, nunca hizo suyos los valores propios del liberalismo, ya que el diseño de dicha falsa socialdemocracia se realizó con el consenso de las anteriores fuerzas del régimen franquista (Falangismo e Iglesia Católica) y las emergentes fuerzas políticas de la oposición (socialismo y comunismo). España se conjuró, desde la derecha y la izquierda, para seguir manteniendo "vivas" las cadenas represoras de la auténtica libertad, que no es libertad económica (como sostiene el marxismo) sino libertad vital.

Vemos, por tanto, que España fue víctima de la tormenta perfecta: la confabulación de los diferentes supremacismos, religiosos y políticos, que durante siglos habían desterrado las ideas liberales de la vida de los españoles.

Así, no debe resultar extraño que, todavía hoy, pocos españoles puedan explicar qué entienden por liberalismo, menos aún que comprendan los principios básicos del liberalismo filosófico.
Resulta realmente increíble la frivolidad con la que la generalidad de las gentes de España no dudan en culpar al liberalismo de todos sus males.
¿Acaso nuestras aulas y nuestros sistemas pedagógicos están orientados al mérito y la excelencia?
¿Se valora en España el esfuerzo y el sacrificio personal?
¿Acaso no deben emigrar nuestros mejores cerebros de un país incapaz de apostar y promocionar la excelencia?
Y, sin embargo, como en los mejores regímenes comunistas, España es uno de los países europeos con mayor número de administraciones fiscalizadoras (centrales, autonómicas y locales) y es uno de los países con mayor cantidad de funcionarios y políticos. ¿Es esto propio de un sistema "liberal"?

¿De verdad que nadie puede ver que España es, en su misma esencia, claramente comunista?
El tradicional grito de guerra en España, tanto desde las derechas como desde las izquierdas, siempre ha sido: ¡más Estado!

Ahora tan solo hace falta que la esencia comunista, desde tiempo inmemorial inherente a la razón de ser española se nos abra y se desoculte  en el claro de las urnas, para legitimarse y materializarse por la vía "democrática", ya que, en su día, no pudo hacerlo a través de inconscientes y peregrinas revoluciones frentepopulistas.
Y por fin, en nuestras graves circunstancias presentes,  aparecerá una nueva oportunidad histórica (favorecida por el dolor de una cruenta crisis)  para que la esencia del comunismo, que siempre ha estado entre nos, latente y al acecho, esperando el momento de "asaltar los cielos", vuelva a reivindicar con orgullo prepotente su razón de ser.
 
Una vez más, el insoportable dolor de una época, y el descontento generalizado (frustración, resentimiento y ansias revanchistas) de las masas, es aprovechado por los defensores de imposibles sistemas utópico-esquizofrénicos.
Ahora solo falta, en definitiva, que alguien (¿Podemos, quizás?) se encargue de desarrollar los dos últimos estadios (Estado omnipotente y dictadura) que caracterizan a toda buena sociedad comunista que se precie de serlo.
 

viernes, 31 de octubre de 2014

"Hombre" de Martin Ritt

He vuelto a ver "Hombre", un western poco conocido pero que, sin duda, es un film más que correcto. A mí me gusta, a pesar de que muestra un ritmo de acción algo lento. La película aborda interesantes dilemas existenciales y realiza disecciones psicológicas muy acertadas sobre unos personajes sometidos a la presión de unas circunstancias fuertemente adversas.

No pude evitar encontrar paralelismos con "La Diligencia" de Ford. De hecho, creo que el abanico de personajes que viajaban, tanto en la diligencia fordiana como en la rittiana, resultaban parecidas muestras representativas de una misma población siempre universal: la mujer fuerte y con carácter, el señor aparentemente respetable que resulta ser un vulgar ladrón; y el individuo serio y distante, estigmatizado por el grupo, que finalmente ejercerá de héroe. Y, por último, la gran masa que, a modo de comparsa, servirá para que los protagonistas desempeñen sus roles.

Paul Newman está genial, sin duda su mejor papel interpretativo en un western, pero también podemos hallar algunas escenas sabrosonas por parte de los malosos bandidos que asaltarán la diligencia, como la que sucede cuando el líder de la banda debe hacerse con un billete para viajar en el transporte y, al no quedar plazas, coacciona a los viajeros hasta que amedranta a un soldado y se hace con la suya. Y todo ello ante las miradas atónitas y atemorizadas del resto de pasajeros, en lo que constituye un magnífico retrato de la insolidaridad y cobardía ante la desgracia del prójimo.

La película, de hecho, es dura y arremete sin concesiones contra la naturaleza humana; contra la inmoralidad, la cobardía y la indignidad de unos personajes que necesitarán de su correspondiente mesías, y el sacrificio del mismo (Paul Newman), para justificar la trascendental esencia del ser humano; para justificar el necesario sacrificio de los mejores por tal de salvar los principios y las bases de la civilización.

Me gustó esa diligencia de "Hombre", ese micromundo repleto de diferentes tipos humanos; habitado por distintas clases de personas expuestas al drama de vivir; y me gustó, principalmente, porque en pocas películas como en ésta puede apreciarse en toda su plenitud la miseria humana.

Analicemos los arquetipos presentes en tan excelente western:

El hombre libre: Paul Newman encarna al perfecto superhombre, a la hermosa bestia rubia que sabe que su existencia solo tiene sentido en la media que pueda preservar su vida y su libertad; que es consciente de que debe prescindir de determinadas consideraciones morales para poder llevar una existencia auténtica, fijando su mirada "más allá del bien y del mal".
De hecho, el personaje de Newman, John Russell, es un tipo individualista y seguro de sí mismo. El hecho de ser mestizo y de haber sido criado en el seno de las costumbres apaches, le alejan de las miserias e hipocresías propias de la moral del "hombre blanco". Su egoísmo no debe interpretarse como una inmoralidad, pues es tan solo un mecanismo de defensa; es el egoísmo de quienes han entendido que la libertad es su bien más preciado. John Russell, desde luego, estaría más cerca de poder considerarse un anarquista, centrado en la preservación de su yo individual, antes que un altruista humanista preocupado por el prójimo.
Algunos críticos, legitimando la creencia de que la civilización occidental es superior a cualquier cultura primitiva, han señalado - erróneamente en mi opinión-  que Russell buscaba "integrarse" en la sociedad de esos personajes humanos, demasiado humanos y ebrios de valores morales, que le estigmatizaban por su condición de mestizo. No es así.
Los grandes humanistas de la civilización occidental, que siempre dan por sentadas las bondades morales heredadas del judeocristianismo, son incapaces de realizar cualquier análisis o interpretación reflexiva que no esté sesgada por sus apriorísticas creencias. John Russell tan solo pretendía ser libre siendo él mismo, conduciéndose según los principios de su propia moral. ¿Para qué necesitaba la "aprobación" de un grupo de cínicos e hipócritas?

Pero, atención, en "Hombre" también son hombres libres los integrantes del grupo de bandidos, individuos que no solo miran, como Russell, "más allá del bien y del mal", sino que además viven y actúan más allá del bien y del mal. Ya analizaremos más adelante este importante matiz diferenciador.

El hombre cínico: aparece representado por el corrupto agente indígena, que no duda en robar a los apaches de la reserva que está a su cargo. Pero el arquetipo del cinismo también queda muy bien retratado a través del personaje del corrupto sheriff que, aliándose con los bandidos, abandonará el bando de los "hombres de bien" para lucrarse a través del asalto a la diligencia.
Obsérvese que estos individuos también son egoístas. Pero no debemos confundir - error habitual- el egoísmo libertario de John Russell - que se debe a sí mismo porque es consciente del sacro deber de preservar su vida - del egoísmo cínico de quienes, aparentando una altruista bonhomía, carecen de escrúpulos morales y no dudan en sacrificar al prójimo por tal de satisfacer sus particularistas fines.

Por supuesto, podríamos detenernos a analizar al resto de los personajes, pero estos no resultan relevantes en la dialéctica - lucha de contrarios-  que se plantea entre dos formas de vida: la vida auténtica (libre) vs la vida del autoengaño (cínica). El resto de los personajes es ganado domesticado, es decir, son individuos tan humanos y civilizados que ya dejaron de ser "hombres" y se olvidaron de mirar "más allá del bien y del mal".

Análisis existencial.

Sé que he abusado excesivamente del término "más allá del bien y del mal", pero es que resulta del todo inevitable realizar una reflexión existencial, sobre la vida y la muerte, sin tener presentes los condicionantes morales. La moral, de hecho, será la encargada de convertir a los "hombres" de carne y hueso en humanos sumisos y dóciles; la moral será la encargada de domesticar a los últimos hombres libres por tal de convertirlos en ganado resignado.
Pocas películas como "Hombre" han abordado - magistralmente en mi opinión - la eterna pugna filosófica obcecada en determinar el origen de la esencia humana: ¿es el existencialismo un humanismo o el hombre es, tan solo, el pastor del Ser?
¿El Dasein  (el ser-ahí)  podría entenderse como un hombre preocupado por el cuidado del Ser o como un humano que se justifica a sí mismo como esencia?
Hombre vs humano: el hombre libre, todavía inmerso en la naturaleza y actuando como pastor en la misma, en contraposición al hombre que dejó de serlo por tal de devenir humano, demasiado humano y civilizado.
Nos encontramos, de nuevo, ante el sempiterno antagonismo entre la provincia heideggeriana vs la humanista civilización sartriana. Un dilema existencial todavía no resuelto; dos concepciones existenciales sobre la esencia del ser que se han demostrado fallidas, en tanto ninguna ha sido capaz de salvar al ser humano del anonadamiento o angustia frente a la nada: el nihilismo desesperanzador.

Democracia: o de cómo Sartre vence a Heidegger ante las masas.

Resulta relativamente fácil que hoy, como ayer, Sartre venza a Heidegger ante las adormiladas conciencias colectivas de las masas occidentales. Sartre siempre vencerá por dictamen democrático, es decir, siempre podrá legitimar moralmente su existencialismo humanista ante el Occidente civilizado, pues el humanismo sartriano - reinterpretación marxista de la teoría de la liberación cristiana- jamás se atrevió, como sí hiciera Heidegger, a mirar "más allá del bien y del mal".
Y digo "mirar", que no necesariamente actuar o vivir "más allá del bien y del mal", porque sigue existiendo una delgada línea roja que separa la mera contemplación reflexiva de la acción decidida. Dicha delgada línea roja sería lo que Nietzsche denominó voluntad de poder.

Sí, es cierto, Sartre, como otrora Jesucristo, lo sigue teniendo relativamente fácil para seducir a unas masas occidentales todavía ebrias de excesivo "humanismo", lo cual, por cierto, le va de perlas a los dogmáticos suprematismos de turno (comunismo e islamismo), que no dudan en aprovecharse de tan ventajosa circunstancia.
Sin embargo, las élites intelectuales sí escucharon atentamente a Heidegger; es más, fueron incapaces en su momento, tras la II GM, de condenarle por supuesto colaboracionismo con el nacionalsocialismo.
¿Por qué el mundo intelectual no fue capaz de condenar a Heidegger?
Pues porque el pensador alemán se obligó a ver; se obligó a buscar el sentido del Ser a través de su magnífica obra "Ser y tiempo"; se obligó a analizar la existencia a través de un riguroso método fenomenológico, intentando evitar los sesgos de la tradición y la moral judeocristiana; se obligó en definitiva a ser honesto y, por consiguiente, no tuvo más remedio que mirar "más allá del bien y del mal". ¿Le condenarían por ser honesto y mirar más allá de la moral humanista?

Oligarquía: o de cómo Heidegger supera a Sartre ante las élites intelectuales.

En su magnífico ensayo "Carta sobre el humanismo", Heidegger le enmienda la plana al endiosado "humanismo" y, de paso, a Sartre.
Tras comprender la verdad que encierra este pequeño pero valiosísimo ensayo, las mentes más preclaras no tuvieron más remedio que aceptar que, efectivamente, aquel  humanismo que tanto dijo defender la dignidad de los hombres, a fuer de humanizarlos, acabó convirtiéndolos en esclavos serviles de una civilización cuyo fin último era, en definitiva, domesticarlos.
Cualquier intelectual que se precie, por poco que haya reflexionado sobre el tema, es consciente de estar inmerso en una vida inauténtica pre-programa a través de pedagogía social. Y, peor aún, cualquiera que se obligue a mirar más allá del bien y del mal llegará a la conclusión de que toda teoría de la liberación o suprematismo (religioso o ideológico) acabará inevitablemente diseñando e implantando nuevos programas de domesticación.
Quedó demostrado que el humanismo era tan solo domesticación, porque la gran civilización, el gran ente social que conforma la humanidad, solo puede gestionarse a través de programas de vida que "domestiquen", que controlen y proporcionen falsos sentidos a la existencia de los hombres.

Triunfo del cinismo

A las élites intelectuales se les planteó, entonces, un grave dilema: ¿debían ser honestos y mirar a la Nada, cara a cara, sin miedo ni esperanza? ¿O sería preferible el autoengaño cínico, por tal de poder seguir manteniendo "viva" la esperanza de una cada vez más decadente y nihilista civilización?

Como bien habrá sospechado el lector que se haya obligado a llegar hasta este punto de mi larga reflexión, las élites intelectuales vendieron su alma al Diablo, a la cruda realidad, y optaron por el autoengaño del cinismo antes que por la dolorosa opción de obligarse a ser honestos.
Desde entonces, desde que finalizara la II GM, decidieron estigmatizar al suprematismo nacionalsocialista, sin duda ebrio de una orgullosa voluntad de poder que ponía en peligro los mismos cimientos de la civilización. Pero con la caída del suprematismo nacionalsocialista también caía en desgracia, al menos para las mentes menos ilustradas, la honesta metafísica de Heidegger.

Así tenía que ser, porque el suprematismo nazi era demasiado orgulloso y honesto; tan honesto que reveló su verdad a los cuatro vientos, jactándose de una superioridad moral que le permitía actuar "más allá del bien y del mal".
El cinismo de quienes se sentían obligados a preservar el falso humanismo de la civilización occidental, estableciendo morales que definieran perfectamente lo "bueno" y lo "malo", no tuvo más remedio que aliarse con el mismo Diablo; con el único capaz de hacer creer a las masas ignorantes que el existencialismo seguía siendo un humanismo: el comunismo.

Solo hay una actitud existencial que no puede permitirse un programa de vida domesticador: la honestidad. Por este mismo motivo, mientras los garantes del humanismo de Occidente se mostraban públicamente intolerantes con Heidegger, en privado, círculos intelectuales de Europa y de EEUU, entendieron que era necesario "civilizar la provincia heideggeriana" o, como dijera Habermas: "se hacía necesario pensar a Heidegger contra Heidegger".
El triunfo del cinismo ideológico, capaz de pervertir la verdad y de legitimar cualquier medio inmoralmente, ha acabado justificando una nueva clase de hombre que vive y actúa "más allá del bien y del mal"; un hombre que sabe la verdad, al menos la intuye, pero que se cuida mucho de no comunicársela a las masas; un hombre que sabe que no existen morales universales que puedan limitar su voluntad de poder pero que, al tiempo, se esforzará por hacer creer a los demás que deben seguir sumisamente determinados valores morales.
La figura del prototípico hombre cínico se legitimará a través del escaparate público, aparentando talante democrático y proclamando defender unos valores éticos y morales, pero en su quehacer privado obrará y se conducirá tan solo en beneficio propio y de sus particularistas intereses.

Sacrificio de la honestidad

Bueno, y aquí quería llegar.
La película "Hombre" concluye con la muerte voluntaria de John Russell, el cual da su vida para salvar a una rehén. Y con la muerte del anárquico y libertario Russell se rubrica, una vez más, el triunfo del domesticador humanismo que nos insta a la autoinmolación vital. Marx, una vez más, acaba con los sueños libertarios de Bakunin.
A través de su sacrificio, Russell se trascendentaliza y pasa de ser un simple hombre de carne y hueso a convertirse en todo un ser humano henchido de esencia. ¡Tomad ejemplo!
Pero sin Dios... ¿para qué sirvió el sacrificio voluntario de Russell dando su vida por el prójimo?
Sirvió, tan solo, para salvaguardar la moral de los cínicos, pues mientras los ingenuos hombres honestos se autoinmolan, los cínicos sobreviven. Por eso los cínicos deben continuar haciéndonos creer que Dios existe o, en su defecto, deben convencernos de que lo más inherente al ser humano es conducirse a través del cumplimento de loables valores éticos y morales.

Veamos qué sucede en la escena final de "Hombre":

Los bandidos tienen como rehén a la mujer del corrupto agente indígena, y a cambio de su liberación exigen canjearla por el dinero robado en la reserva de los apaches.
John Russell analiza fríamente la situación y advierte al grupo de que quien se preste voluntario para realizar el intercambio no saldrá con vida. Por supuesto no sería él quien arriesgase su vida por la mujer del corrupto agente indígena.
Mientras, el marido de la rehén, gran cínico sabedor de la terrible verdad, le confiesa a otro de los pasajeros:

- No hay nada después de la muerte.
- ¿De verdad? - le pregunta su interlocutor. ¿Está usted seguro de ello?
- Nada, no hay nada - responde seguro el corrupto.

Y, en consecuencia, el cínico corrupto, como Russell, también decide no arriesgar su vida, ni siquiera por tal de salvar la de su mujer.
Obsérvese, sin embargo, que los motivos de ambos hombres son completamente distintos: el egoísmo que le insta a Russell a preservar su propia vida, y el miedo a la Nada en el caso del cínico.
Cuando ya parece que la suerte de la rehén está echada, una mujer del grupo, viendo que nadie está dispuesto a sacrificarse por la pobre desgraciada, decide presentarse voluntaria para llevar a cabo el intercambio con los bandidos. Gana la moral judeocristiana. Tiene que ser una mujer quien ponga a prueba a los "hombres" de verdad.
Es entonces cuando Russell, el egoísta honesto, decide ocupar su lugar.
¿Por qué? ¿Por qué se presenta voluntario para el sacrificio?
Pues porque así lo exige el moral humanismo que programa nuestras vidas y, sobre todo, para hacer creer a los espectadores que un hombre libre siempre puede elegir: el camino malo o erróneo de los bandidos o el camino de los "hombres" de bien.
A los cínicos no les interesa que todos los que sean capaces de "mirar" más allá del bien y del mal acaben obrando "mal", es decir, no les interesa que estos se interpongan vitalmente contra sus propios intereses. Los cínicos saben que los bandidos son un caso perdido, son hombres libres que ya no solo miran sino que actúan más allá de cualquier valor moral. El bandido sabe, como lo sabe Russell, que la moral es un invento para subyugar a las masas; y por ello jamás se sacrificará por nada, ni por nadie, que no sea él mismo. El cínico, como el bandido, también conoce esta verdad.
Así, el cínico corrupto intuye que los bandidos escucharon a Heidegger con atención, ergo no puede esperar piedad de ellos, pero aún confía en que los últimos hombres ingenuos se dejen seducir por falsos humanismos y acaben autoinmolándose, muriendo voluntariamente y permitiéndole salvar su cínico pellejo.
Y los cínicos ganan la partida que es la vida, pues mientras los ingenuos se sacrifican, combatiendo a los malvados, ellos logran salvar sus hipócritas culos.

Los últimos hombres libres se matan entre sí: el bandido y el ingenuo Russell mueren, sabedores de que no hay nada más allá de la vida, mientras que los cínicos sobreviven y ganan tiempo. Todo se reduce a vivir más tiempo cuando ya no hay dioses que garanticen vidas eternas.

Sin embargo, el genial director Martin Ritt, aún habiéndose doblegado a las exigencias de un final moralizador y humanista, no pudo evitar reconocer la honestidad del bandido, el cual, antes de morir, quiso conocer el nombre de aquel "hombre" de carne y hueso que, como él, supo mirar más allá del bien y del mal:

- ¿Cuál era su nombre? - fueron las últimas palabras del moribundo bandido.
- Se llamaba John Russell- le contestó el conductor de la diligencia.

Así, se consumó el reconocimiento entre iguales, entre dos hombres libres; y así terminó uno de los mejores westerns de todos los tiempos, con una impagable lección vital: mientras los últimos hombres libres se matan entre sí, los cínicos corruptos sobreviven, amparados en la doble moralidad de un decadente humanismo.

 
 

miércoles, 29 de octubre de 2014

Del resentimiento al desprecio prepotente.

"Todo resentido que ha sido despreciado es susceptible de convertirse en un prepotente que también despreciará"  Herr Goldmundo.

Leyendo un magnífico artículo de Manuel Fernández sobre "la rebelión de las minorías" no pude evitar "inspirarme" y desarrollar de un tirón y a vuelapluma una larga reflexión al respecto.

Nos alerta Manuel Fernández del creciente avance del fenómeno de las rebeliones minoritarias, sobre todo en lo concerniente a las aspiraciones secesionistas en diferentes puntos de Europa (Irlanda, Escocia, Cataluña, País Vasco, la Padania, el Veneto...).
Sostiene Manuel, y yo lo suscribo, que las causas de dichos movimientos secesionistas no son tanto económicas como ideológicas.

Yo señalo, en una línea más nietzscheana, que las causas primigenias de toda revolución son siempre psicológicas y que el motor de toda rebelión , minoritaria o de masas, es siempre el resentimiento.
De hecho, yo no diferenciaría entre "rebelión de minorías" y "rebelión de masas", pues en el fondo toda rebelión minoritaria aspira a convertirse en rebelión de masas mayoritaria.

Siempre es una minoría selecta, en la más orteguiana acepción del término, quien crea y hace, quien propone y proclama nuevas ideas; nuevas alternativas de vida, procesos de cambios y, por supuesto, articula y legitima revoluciones. Después, serán las masas quienes, "motivadas" por las circunstancias, se adherirán a las propuestas de "salvación o fin último utópico" de los líderes revolucionarios de turno.

A partir de Adorno y otros filósofos de la Escuela de Frankfurt se articularon dialécticas alternativas a la lucha de clases marxista: la dialéctica de la Ilustración y la dialéctica Negativa.
Las nuevas dialécticas de la liberación, o nuevos enfoques de lucha contra las prepotencias dominadoras, optaron por la resistencia y la provocación en vez de por las acciones directas de otrora, más propias del marxismo-leninismo.
Así, provocando y a través de la resistencia negativa, las nuevas teorías liberalizadoras comenzarán a enfrentarse a las prepotentes sociedades dominantes. Desde entonces, los pechos desnudos de las activistas feministas, o sus vientres con pintadas a favor del aborto, sustituirían a los radicales cócteles Molotov. Las minorías ecologistas, a su vez, también desnudarán sus cuerpos y escenificarán psicodramas públicos para protestar contra el maltrato de los animales.
Las protestas, como vemos, se centrarán en la provocación y en la negación, a través de la resistencia pasiva, para así cuestionar los valores considerados como dominantes.

También las ideologías nacionalistas (a excepción de ETA en el País Vasco) optaron por prescindir de las acciones directas y, como en Cataluña,  apostaron por la provocación (colocación de esteladas)  y la resistencia pasiva (hacer caso omiso al dictamen de la legalidad institucional vigente).

¿Pero a qué aspiran estas minorías rebeldes, ya sean feministas, ecologistas o nacionalistas?
Como todos los suprematismos ideológicos, aspiran a la consecución de fines últimos que, por supuesto, ellos creen más justos, más humanos, más garantes de las libertades colectivas.

Sin embargo, para que una ideología cualquiera pueda legitimar su conciencia verdadera y, así, pueda hacer creer a las masas que la razón está de su parte, resulta inevitable que articule y ponga en práctica una serie de estrategias:

Primera estrategia: las nuevas ideologías deberán convencer a la mayor parte posible de la ciudadanía de que sus nuevas propuestas de liberación son mejores que las dominadoras. Para ello no les quedará más remedio que autolegitimarse como las únicas conciencias verdaderas (más justas, más humanas...) y deberán cosificar (deshumanizar) a las conciencias de las prepotencias dominadoras, considerándolas falsas.

Segunda estrategia: solo una reducida élite intelectual,  grupo de teóricos o ideólogos, será capaz de hacer un análisis reflexivo consciente, capaz de alcanzar el sumum grado del cinismo: llegar a legitimar cualquier medio, por inmoral que sea, por tal de lograr ansiados fines últimos.
Así, será inevitable que las revolucionarias élites intelectuales recurran a la demagogia y a la retórica falaz para seducir y convencer a las masas.
Rechazadas popularmente las vías más violentas, en una postmodernidad marcada por el pacifismo y el miedo a la muerte, la mentira será considerada por las élites rebeldes como una "pecata minuta", o pequeño mal necesario para conquistar la voluntad popular. Las argumentaciones falaces en todas sus formas: reduccionismos, tergiversaciones, falsas analogías, etc... serán utilizadas y propagadas desde cualquier medio de poder a su alcance (sistemas educativos, medios de información...).

Tercera estrategia: la falaz retórica de las minorías rebeldes tendrá como objetivo principal alimentar el resentimiento de las masas, es decir, deberá apelar a sus sentimientos y emociones más irracionales, porque solo desde la irracionalidad se podrá sugestionar (manipulación psicológica) a las masas para que éstas se autoengañen y acaben reconociéndose como víctimas de agravios y/o humillaciones históricas.

Así pues, a través de la siguiente tríada estratégica, que podríamos denominar de autolegitimación - argumentación falaz - sugestión se propondrán nuevos cambios sociales (programas de vida) provocando, para ello, cambios psicológicos en la conciencia colectiva: resentimientos - voliciones- desprecios.

La dinámica de la psicología colectiva evolucionaría de la siguiente manera:

Primera etapa de resentimiento: culminará tras haber predispuesto a la ciudadanía al odio y al rencor contra un enemigo prepotente (proceso de victimización mediante), ya sea contra una falsa conciencia ideológica burguesa, una sociedad patriarcal, o un supuesto Estado opresor.

Segunda etapa de creación de voliciones populares: se propone una solución (nuevo cambio) para que la ciudadanía abandone su condición de víctima; el cambio deberá ser deseado por las masas, es decir, la mayoría de la ciudadanía deberá creer en la necesidad de liberarse de la prepotencia dominante de turno. Y para ello, las élites rebeldes crearán voliciones y deseos, pero de forma sutil, de manera que la ciudadanía se autoengañe creyendo que dicha volición ha nacido espontáneamente de la voluntad del pueblo.

Tercera etapa de desprecio prepotente: la supuesta víctima* despreciada acabará convirtiéndose, inevitablemente, en despreciador prepotente. Y lo más curioso de todo será que, una vez convertida en señorial dominadora, también será incapaz de percibirse a sí misma como un nueva prepotencia dominante.

* Obsérvese que escribo "supuesta víctima", pues en todo proceso de manipulación y condicionamiento social no importa tanto que la víctima lo sea, realmente, como el hecho de que ésta llegue a percibirse como tal (interiorización consciente).

martes, 2 de septiembre de 2014

Marxismo: prepotencia esquizofrénica.

Introducción.

Pienso que una de las tareas más urgentes de los pensadores del SXXI debería consistir en desenmascarar (poner al desnudo) las falacias y contradicciones de los últimos supremacismos dogmáticos: islamismo y comunismo.

Nada diré sobre el suprematismo islámico, pues siguiendo las directrices de la timorata, silente y claudicante Ilustración occidental actual, me limitaré a acomodarme para ver cuándo y cómo se dispararán definitivamente las alarmas frente a tan grave amenaza. Seguramente cuando ya sea demasiado tarde.

Sí argumentaré, pero, contra su homónimo hermano dogmático; un neocomunismo, hasta hace poco residual (Rusia, China, Venezuela, Corea del Norte...) que amenaza con proliferar (de hecho ya lo está haciendo) en las decadentes sociedades de Occidente, sobre todo en los países más pobres y, por tanto, con menor tradición liberal: Italia, Grecia y España.

No volveré a referirme a las brillantes críticas que del marxismo hiciera Bertrand Russell, que llegó a tildarlo de pseudofilosófico, ni a las de nuestro genial Ortega, que se refirió al mismo como pseudomoral eslava. Alejándome de la crítica filosófica, que ya ha demostrado sobradamente las falacias de la teoría marxista, me limitaré a reivindicar y "publicitar" la magnífica crítica, desde una perspectiva psicologista, que ha realizado el filósofo alemán Peter Sloterdijk.

Sloterdijk califica al propio Marx de pensador esquizofrénico, para demostrarnos, con su habitual estilo comunicador, elegante y claro, cómo la teoría de la liberación marxista fue desde sus inicios una taimada prepotencia que se cuidó mucho de no parecerlo para, así, deslegitimar sin posibles obstáculos ideológicos a las prepotencias contrarias (burguesas).
Nos dice Sloterdijk, en definitiva, que Marx fue un gran cínico que combatió ideologías señoriales (prepotentes y seguras de su verdad) convirtiéndose, para ello y a su vez, en un señor celoso de su propio feudo de verdad.

Esquizofrenia ideológica de Marx y Engels.

Consiguieron Marx y Engels desvelar una verdad, difícil de rebatir a día de hoy: todos los individuos estamos programados socialmente desde el mismo momento de nuestro nacimiento.
Hasta aquí, nada que objetar. Efectivamente, el ente orgánico social tiene como finalidad última programar y diseñar propuestas de vida, o como dice Sloterdijk con su habitual crudeza: diseñar programas de domesticación, cuya finalidad será garantizar la pervivencia del ente social.
Marx y Engels denominaron alienación al hecho de que todos los individuos estemos programados desde el momento de nacer para aceptar unas determinadas normas y reglas sociales, por supuesto aceptándolas como buenas y beneficiosas para el bien común. ¡Faltaría más!
Marx desnudó las falacias de la verdad burguesa, la cual argumentaba defender valores garantes del bienestar común (de todos), cuando en realidad lo único que hacía era servir a sus propios intereses de clase, de clase señorial y, por tanto, prepotente.
Marx no tuvo más remedio, para poner al desnudo el egoísmo disfrazado de bonhomía de las clases burguesas, que demostrar la relatividad de la verdad. De hecho, se cargó de un plumazo las verdades absolutas y universales, las cuales fueron acusadas de ser creadas por y para servir los intereses de las clases sociales dominantes.

Pero entonces a Marx se le plantearon dos problemas a los cuales, en el parecer de Sloterdijk, no supo dar solución sin para ello convertirse, a su vez, en un cínico señorial y prepotente.

Primer problema referente a la verdad: ¿Cómo habríamos de creer en la verdad irrefutable (absoluta) del socialismo utópico cuando el mismo Marx, junto a Engels, certificó la defunción de las verdades absolutas y universales?

Segundo problema referente a la alienación: Si todos los hombres estamos pre-programados socialmente para aceptar como buenos unos determinados valores, es decir, si nacemos alienados... ¿Cómo podemos liberarnos de dicha alienación y ser conscientes de nuestra propia libertad?

Respecto al primer problema que se le planteó al marxismo, éste no dudó, sobre todo a partir de las tesis leninistas, en legitimar la dictadura del proletariado. Reconociendo que la única verdad absoluta que existe es que no existe verdad absoluta alguna, al marxismo solo le quedó justificar su verdad a través de la negación, crítica en mano, del resto de verdades a las cuales denominó, porque sí, falsas conciencias.
Así, de manera parecida a como hace el supremacismo islámico, el supremacismo ideológico comunista no tiene empacho alguno en proclamar su verdad otorgándole el calificativo de conciencia verdadera. ¿No os recuerda a aquello de Alá es el único Dios y Mahoma su profeta?

Al final, Marx no tendría más remedio que reconocer que su verdad no dejaba de ser otra verdad más, otro tipo de conciencia diferente al de otras prepotencias, y lo haría ya en 1843 cuando dejó escrito:

"No por casualidad el comunismo ha visto surgir contra él otras doctrinas socialistas, ya que él mismo solo es una realización especial y unilateral del principio socialista".

En el parecer de Sloterdijk, este reconocimiento del carácter unilateral del comunismo constituye, en sí mismo, un elemento común con el fascismo, pues no acepta otras conciencias como verdaderas, es decir, niega al resto de partes o alternativas ideológicas: las cosifica.

En lo concerniente al segundo problema, Marx fue mucho más señorial y prepotente, pues defendió que para ser conscientes de nuestros estados de alienación y poder salir de los mismos, había que negar cualquier principio de subjetividad, es decir, en un pintoresco ejercicio esquizofrénico liberó a los individuos de la conciencia burguesa, programada socialmente, para subyugarles a la nueva conciencia proletaria.
Por este motivo, por el hecho de que el marxismo, y sobre todo el comunismo, apostaran por otra suerte de alienación o programa de vida, al cabo también esclavizador, tanto Marx como Engels no tuvieron más remedio que deslegitimar, a través de la burla y la crítica inmisericorde, a dos de los más grandes teóricos de la auténtica libertad individual: Max Stirner y Bakunin.

viernes, 15 de agosto de 2014

La depresión desde una perspectiva filosófica.

Introducción.
La psicología en general considera la depresión como una enfermedad de la mente; la claudicación o desesperanza que mina el estado de ánimo de las personas inhibiéndoles a éstas las ganas de hacer, luchar y proyectar, impidiéndoles, en definitiva, el constante quehacer vital. Pero Unamuno, más sagaz, consideró que la enfermedad, en sí misma, radicaba en la propia esencia humana, es decir, sostenía que el hombre era un animal enfermo (ver "Del sentimiento trágico de la vida").

¿Cómo no ha de estar enfermo, ebrio de angustia y desesperanza, un ser conocedor y sabedor de que su destino último será inevitablemente la muerte? ¿Cómo puede obligarse a luchar y, aún más, tener ganas de vivir, un ser que sabe que algún día dejará de existir y perderá la consciencia de sí mismo y de su particular yo?
El ser humano es un ser enfermo en tanto padece y sufre lo que Unamuno denominó sentimiento trágico de vivir. Pero incluso aceptando que, realmente, todos los seres humanos seamos animales enfermos, infectados de nihilismo, náusea ante la vida o anonadamiento... ¿Cuáles serían los mecanismos o defensas psicológicas que permitirían a unos individuos superar y salvar el drama que es el vivir (Ortega)?

De entrada, y es opinión personal, creo que habría que entender la superación y la salvación de la angustia como metas u objetivos a alcanzar para, en última instancia, evitar el suicidio; es decir, no existe cura para la enfermedad del alma, pues lo único que podemos hacer es burlar dicha enfermedad a través de argucias y artimañas que nos permitan engañar a la existencia. Burlar y engañar, no hay más, por más que a tan taimados remedios se les haya pretendido dignificar con ropajes científicos (neurociencias) o pseudocientíficos (psicología).
¿Qué son los mecanismos de defensa psicológicos sino engaños programados por nuestra mente, a veces incluso inconscientemente, para evitar el sufrimiento? ¿Qué es una terapia, sino una burla orquestada y perfectamente dirigida por un profesional para conseguir que el paciente pueda llegar a autoengañarse a sí mismo?

Podríamos sostener que, potencialmente, todos los seres humanos, en tanto que infectados a priori del sentimiento trágico que supone el hecho de vivir, tenemos una predisposición a la depresión e incluso, en último término, podríamos llegar a desear nuestra propia autoinmolación o suicido vital.
Desde luego, la depresión, entendida como falta de ánimo o ausencia de ganas de vivir (hacer, interactuar, proyectar y planificar...) puede aparecer en la mayoría de las personas en algún momento de sus vidas, por cortos o breves períodos de tiempo, con mayor o menor intensidad. ¿Quién no se ha sentido deprimido en alguna ocasión?

Espiritualidad, engaño y poesía.

No voy a reflexionar sobre la depresión (el título de este pretencioso pseudoensayo ya da fe de ello) desde una perspectiva psicológica, menos aún desde el campo de las neurociencias o la neuropsiquiatría.
Sí, está comprobada científicamente la implicación de ciertos neurotransmisores (sustancias químicas) en el desarrollo de la depresión (serotonina, noradrenalina y dopamina). Pero las causas de las depresiones, además de biológicas, también pueden ser psicológicas o ambientales.
Ante un episodio depresivo, el paciente podrá ser más o menos consciente del porqué de su estado de ánimo apático y de su angustia, dependiendo de la gravedad o evidencia de las causas que lo provoquen. Resulta fácil establecer una relación causa-efecto cuando, por ejemplo, la persona deprimida ha sufrido la pérdida de un ser querido o sufre algún tipo de grave enfermedad.
Sin embargo, existe un tipo de depresión difícil de explicar: aquélla en la que el sujeto dice no saber por qué se siente decaído y triste; aquella en la que el sujeto desconoce por qué ha perdido las ganas de vivir.
La ciencia acude rauda ante este tipo de depresiones sin aparentes causas ambientales o psicológicas (dependientes de rasgos de personalidad) y nos propone una explicación desde la neuropsiquiatría o la herencia genética; y, por supuesto, tras la objetiva explicación científica, proporciona medicación para la cura, ahora sí entendida como solución, que no como superación o salvación.
La cura hace desaparecer la depresión, pero solo en algunos episodios depresivos que no son crónicos. Cuando la depresión es crónica, la medicación solo puede mantener artificialmente un adecuado estado de ánimo que le permita al individuo hacer una vida normal.

Y aquí quería llegar.
Muchos grandes pensadores, sospecho que Unamuno y Sartre entre ellos, por supuesto también Camus, fueron personalidades depresivas. ¿Quiénes, sino unos depresivos irredentos, sentirían sentimientos trágicos o náuseas ante el hecho absurdo de vivir? De hecho, el más sincero de todos ellos, Albert Camus, lo dijo con meridiana y sincera claridad: "Solo existe un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio". Y Camus aún fue más certero y preciso: "Se puede evitar el suicidio, pero no se puede evitar pensar en él".
¡Exacto! Podemos evitar el trágico y fatal final al que puede llevarnos la desesperación y la angustia existencial, pero no podemos evitar seguir pensado en el suicido como solución.

¿Por qué Camus creyó evitar el suicidio a través de la filosofía?
Pues porque desarrolló toda una auto-terapia, o autoengaño si se prefiere, para salvarse a sí mismo, que no curarse. La filosofía salva pero no cura; nos salva de desear autoinmolarnos en un determinado momento de debilidad, pero no nos cura de la enfermedad del alma que nos sumerge en la angustia existencial.
Me gusta referirme a la enfermedad del alma, utilizando conscientemente connotaciones espirituales, porque lo que está enfermo en el hombre, desde el principio de los tiempos, es su alma, su espíritu, su razón para vivir. La filosofía, por tanto, es una artimaña tan válida o tan poco válida como la religión: un engaño al cabo para permitirnos soportar el absurdo que es la existencia.
Ahora bien, dependiendo del grado de cinismo o hipocresía de las personas, éstas recurrirán a uno u otro tipo de engaño o argucia para salvarse a sí mismas del suicidio o autoinmolación vital.
Obsérvese que en varias ocasiones me he referido a la autoinmolación vital, una suerte de suicidio irresponsable al que también podemos llegar, como personas o grupos colectivos, tras la pérdida de referentes y valores morales, espirituales en definitiva. De hecho, Occidente camina imparable hacia una futura autoinmolación vital. Occidente no tiene cura, pero tampoco está por la labor de buscar una superación o salvación al nihilismo que le está matando lentamente, poco a poco. Pero ahora no toca tratar este polémico tema.

Clases de personas y sus respectivos tipos de engaños o autoengaños.

Decía, coincidiendo con Camus, que es inevitable pensar en el suicidio, al menos cuando se llega a la certeza (y yo temo haber llegado a ella) de que realmente la existencia es un completo absurdo sin sentido. Que se lo pregunten a Heidegger, incapaz al final de hallar el sentido del ser, por más que se obligara a preguntarse sobre él. O mejor aún, preguntémoselo a Wittgenstein, el gran filósofo resignado que claudicó ante la vida y optó por callar y dejarse morir.
Tengo la sospecha de que cuando una persona es terriblemente sincera consigo misma, hasta el punto de que se obliga a no mentirse o autoengañarse, como sea y con la artimaña que sea (religión, filosofía, arte, poesía...), solo le queda dejarse morir. Así, en verdad podríamos considerar a Wittgenstein como el último y único superhombre del pensamiento humano capaz de ser consecuente con la lógica pura que dictamina, sin sentimentalismos ni trampas existenciales, que la vida es una mierda; una gran farsa o absurdo, o un sueño, como dijera el poeta.
Todos los demás somos supervivientes, es decir, grandes fariseos, cínicos o hipócritas, que sabedores de que no existe cura para la enfermedad del alma, nos inventamos trampas y engaños para burlar la enfermedad, para superar la depresión y vivir, sin más, hasta que nos llega el morir.

Pero sospecho que Wittgenstein tan solo ha sido uno de los primeros mártires y que, poco a poco, a medida que el nihilismo y el anonadamiento, la angustia frente a la nada, se vaya instalando en nuestras maltrechas y débiles almas acabaremos por desenmascararnos a nosotros mismos y todas nuestra mentiras. ¿Queda algo de energía vital o espiritual, hoy, en las decadentes sociedades occidentales? No, porque, como Wittgenstein, cada vez hay más claudicantes, racionalistas ebrios de honestidad que se obcecan en matar la vida a fuer de negarse a hacer trampas; a fuer de negarse a autoengañarse y de negarse a utilizar las artimañas tradicionales de la religión, la mística, la fantasía. ¿Qué fue lo que acabó con el Reino de Fantasía sino la Nada (magnífico Michael Ende)?

De momento, negado el espíritu, solo nos queda la filosofía, moribunda, todo hay que decirlo, y por eso no es de extrañar que el vacío dejado por la religión y el pensamiento más "sesudo" haya sido ocupado al asalto por los poetas. ¡Y mucho cuidado con los poetas, con esos grandes fingidores y maestros de la mentira y el engaño! ¡Y cuidado especial con el poeta político!
Pero lleguemos a las tres clases básicas de personas:

1) Las religiosas y/o espirituales (incluyo místicas varias y tendencias cripto-budistas, tan de moda).

2) Las filosóficas y racionales (incluyo filósofos, metafísicos e ideólogos varios).

3) Las poéticas y artistas en general: actores, pintores, literatos y, sobre todo, políticos.

Dicha clasificación solo atiende a un criterio: el tipo de engaño o autoengaño utilizado por cada clase de persona para burlar la depresión, el drama de vivir o el sentimiento trágico de vivir.
Ninguna de estas clases de personas es honesta, pues todas han optado por dar sentido a sus vidas a través de diferentes engaños y argucias, es decir, todas han preferido mentir antes que morir.

Los religiosos y místicos: son los mentirosos que, hoy, resulta más fácil desenmascarar. De hecho, la creencia en dioses o entes espirituales ya solo puede sostenerse desde la fe irracional de algunas personas que, a través de dicho autoengaño, consiguen dar sentido a sus vidas y burlar la angustia frente a la muerte. Nada que objetar: sálvese, que no cúrese, el que pueda.

Los filósofos y racionalistas: todos en el mismo saco, desde los presocráticos, hasta los clásicos, pasando por Descartes, Hegel, Kant y hasta llegar a Nietzsche, el único con cierto atisbo de honestidad, que, sin embargo, también prefirió vivir, aunque solo fuese engañándose al creer que con su genial locura dejaba en evidencia al resto de hipócritas. Al final, pero, un embaucador más que supo cómo evitar el suicidio.

Los poetas y artistas en general: son los grandes embaucadores y fingidores, farsantes e hipócritas por excelencia. No en vano eran los preferidos de Nietzsche. Quizás otrora, el loco alemán acertó en ver en ellos una alternativa a las tradicionales religiones y filosofías del momento. Pero ahora sabemos, al menos algunos de nosotros, que la poesía no es más que el engaño más inmoral perpetrado por quienes pretenden salvarse a sí mismos, evitando el suicidio a costa de legitimar su arte como herencia para la humanidad y el bien común. A este tipo de poetas, tan dados a salvar sus culos a través de los ropajes de la bonhomía y fingidos altruismos, pertenece la peligrosa especie de los políticos.
¿Qué tienen en común cualquier ferviente creyente, de cualquier dogma religioso, y cualquier político con éxito? Pues que ambos saben cómo vender un necesario mensaje de esperanza para dar sentido a la existencia de las masas. Ambos seducen, los dos prometen; los dos se aprovechan de la desesperanza de los pueblos. Dios será el supremum que impartirá justicia para unos, y el Estado omnipresente será el medio a través del cual los otros alcanzarán su utópico paraíso en la Tierra.

¿Qué es la libertad, al cabo, comparada con el gozo de vivir sabiendo que en la otra vida nos irá mejor, o sabiendo que ningún esfuerzo será necesario cuando Papá Estado nos "mantenga bien cebados y castrados" proporcionándonos subvenciones, ayudas, prestaciones, subsidios...?

Todos los farsantes y sus engaños están ya desenmascarados. ¿Qué nos queda por hacer? ¿Qué podemos hacer para sobrevivir a la desesperanza? ¿Volvemos a erigir en dioses todopoderosos a los gurús de turno capaces de seducir y prometer utópicas felicidades a las masas?
Nunca, como hoy, los últimos hombres de carne y hueso estuvieron tan solos y desamparados.

Apéndice 1

Opinión personal: todos somos unos farsantes en tanto nos servimos de autoengaños para superar el sentimiento trágico de vivir.
La verdad desnuda, cruda y sin paños calientes, es que la vida, per se, no tiene sentido. Somos los seres humanos, a través de nuestra consciencia, heredada por el logos histórico si lo preferimos, quienes en cada época hemos creado sentidos para sobrellevar la carga de la existencia.
Es cierto que a lo largo del devenir de la historia los autoengaños se han ido perfeccionando, desde los más burdos que rendían culto a las fuerzas de la naturaleza, pasando por los autoengaños místicos-religiosos hasta llegar a los más recientes autoengaños de los diferentes suprematismos ideológicos.
Cada época, sintiendo el dolor trágico de la finitud del ser (el drama de vivir, que diría Ortega) ha creado, bien fuera a través de la fe o de la razón, sentidos para evitar el suicidio, individual y/o colectivo; para evitar la desidia existencial y conseguir que el ganado humano pudiera ser domesticado y criado conforme a unas creencias que habría de llevarle a salvadores fines últimos.

Hoy, cualquiera que se obligue a sincerarse frente a la verdad, sabe que no hay ningún fin último en la existencia humana, es decir, que ésta carece de sentido. Y es entonces cuando llegan los poetas, grandes cínicos conocedores de tan terrible realidad, para, a través de sus obras, salvarse ellos mismos y hacernos creer que los demás también podemos salvarnos aferrándonos a filosofías de la estética, del deporte y de los espectáculos para masas.
Unamuno fue un poeta, más que filósofo en el parecer de Zambrano (yo también lo creo), y por eso sabía muy bien que se autoengañaba a sí mismo cuando, sediento de eternidad, recurría a la irracionalidad del arte para calmar la sed de perdurabilidad que le reclamaba su atormentado yo; ansias de desear seguir siendo que la razón le negaba.

Apéndice 2

Creo que Unamuno, en su "Del sentimiento trágico de vivir" lo deja bien claro. Unamuno tenía hambre de eternidad, deseaba seguir viviendo y perdurando en el tiempo, y la fe le instaba a creer en ello. Sin embargo, la terca razón le dictaba (a través de inapelables argumentos que el propio Unamuno enumeró en "Del sentimiento trágico de vivir") que la creencia en la vida eterna (vida después de la muerte) era tan solo un autoengaño.
En realidad, Unamuno teme dejar de ser él mismo, pues, como bien señala en "Del sentimiento", ¿de qué le "valdría" seguir siendo, por ejemplo, en un paraíso perfecto donde perdiese la conciencia única y personal de su yo?
Somos seres enfermos en tanto somos conscientes de nuestra finitud y de que nuestro yo, singular y único, dejará de ser algún día; esto nos provoca angustia y puede llevarnos a la depresión (tema central de esta reflexión). Esta es la tragedia unamuniana.

Todos los farsantes lo son, tanto si son cínicos conscientes de su autoengaño como si son ilusos que creen ciegamente en el mismo. Esta es mi opinión.
No valen valoraciones referentes a la intencionalidad, pues la intencionalidad siempre es la misma: la salvación o cura del individuo ante al sinsentido de la existencia.
¿Era el párroco de "San Manuel Bueno, mártir", por ejemplo, un farsante?
Yo creo que sí, por más que su intencionalidad fuese "buena" y se obligara a ejercer su oficio, a pesar de haber perdido la fe, por tal de salvar a sus feligreses.
El problema radica, creo, en que otorgamos a la palabra farsante connotaciones negativas (¿valoración moral?). Si no gusta el término farsante, cambiémoslo por el de  comediantes, que sería también más del gusto de Unamuno.

Todos los que nos obligamos a salvarnos de la depresión, en última instancia del suicidio, no tenemos más remedio que seguir con la farsa, o con la comedia que es la vida, por tal de crear sentidos que justifiquen nuestra existencia. Y si no somos capaces de crearlos, como hiciera Marx a través de su dialéctica, por ejemplo,, nos decimos a nosotros mismos (de nuevo autoengañándonos) que el sentido de la vida no es otro que el de seguir buscando su sentido. Con afán deportivo, añadiría Ortega.

Apéndice 3

Los comentarios parecen haberse centrado en exceso en Unamuno. Y Unamuno, desde luego, no era el tema central de mi reflexión (la depresión).
Quizás, más que recurrir a Unamuno, deberíamos callar sobre lo que no se puede hablar (Wittgenstein). En este sentido, quizás el autor del "Tractatus" pudiera considerarse como el antagónico a los demás farsantes, o comediantes, obcecados en crear y/o buscar "sentidos" vitales.

"La alternativa (a la constante incertidumbre) es aferrarse a alguna explicación que se pretenda definitiva - tanto de sentido como de sinsentido - y que puede aparentar darnos la satisfacción de concluir nuestra búsqueda."

Por eso, para salvarnos o curarnos, debemos aferrarnos a alguna creencia que "burle" (o aparente dar satisfacción) al sinsentido que es el drama de vivir. De lo contrario, de no aferrarnos a alguna creencia (autoengaño en definitiva), corremos el peligro de deprimirnos.
El autoengaño (aunque solo proporcione breves descansillos) es una necesidad vital y no hay que verlo como una mentira premeditada, sino como una autojustificación de nuestra existencia que nos insta a luchar, a través de un constante quehacer, para no claudicar (deprimirnos) frente a la vida.
Nadie puede vivir en un constante espacio radical de incertidumbre (la vida) sin darse a sí mismo algunas treguas en forma de autoengaños o "burlas" que le alejen de la depresión.

Apéndice 4

Yo no me "acomodo" en ninguna creencia o petición de principio inapelable, pues de lo contrario no estaría argumentando, razón mediante, sobre el sinsentido de la existencia.
Sostengo una opinión, pero no me "acomodo" en ella, es decir, intento dar una explicación, desde un punto de vista filosófico, de la depresión, entendida ésta como desidia y ausencia de ganas de vivir.
¿Qué intento demostrar?
Apunto una evidencia clara (no diremos verdad, para no pecar de dogmático): para afrontar el drama de vivir hay que encontrarle un sentido a nuestra existencia.

Todos necesitamos creer en algo. Pero es que dicha necesidad de creer en algo puede llevarnos, efectivamente, tanto a creer en Dios, en Buda o Alá, como a creer en la Iglesia de la Cienciología, la francmasonería, utópicos suprematismos ideológicos (comunismo, nacionalsocialismo, anarquismo...) o, sencillamente, puede llevarnos a no creer en nada (en el sinsentido de la existencia).

Ahora bien, ahora que ya estamos de acuerdo en que podemos creer tanto en un sentido (fundamento o finalidad última de nuestra existencia) como en un sinsentido de la vida (somos seres para la muerte)... ¿Qué opciones tenemos para no "petrificarnos", es decir, para obligarnos y motivarnos al constante quehacer vital?

¡El autoengaño es la única opción!, tal es mi tesis.

Da igual si somos o no conscientes de ello, da igual si lo hacemos siendo fervientes creyentes o si tan solo recurrimos a pragmáticos instrumentalismos (decía William James, al respecto, que no era necesario creer, sino tan solo desear creer).

¿Y en qué consiste el autoengaño?

Pues en crear tablas de salvación, ya sea a través de la religión, ideologías, arte o filosofía.

¿Y por qué creamos tablas de salvación?

Pues por tal de mantener viva la esperanza de que vivimos por algo y para algo que nos trasciende.

Nos obligamos (autoengañamos) a tener esperanzas para encontrar un sentido o un porqué.
Y he aquí la esencia de todo autoengaño: la necesidad vital de tener la esperanza de ser algo más que nada; la esperanza de que, efectivamente, en el se rhumano haya un plus de esencia.

No digo, por tanto, que el autoengaño sea "malo", sino necesario, ni acuso a la humanidad de ser una farsante; no acuso porque no emito juicio alguno en términos morales, sino que me limito a explicar por qué, en todo superviviente que se obliga a resistir al drama de vivir, subyace un autoengaño. Llamadlo "mecanismo de defensa" si lo preferís, porque al cabo lo que hacemos para no vivir en la desesperación es "obligarnos a" tener esperanza en algo; en ese "algo" que ya es más que nada.

Apéndice 5

Afirmo que la vida es un sinsentido porque el mundo, en sí mismo, carecería de cualquier significado o fundamento si el ser humano (Dasein) no se lo otorgase.
La cuestión sería preguntarnos por qué el ser humano está necesitado de otorgar un sentido a su existencia.
Mi respuesta al respecto es clara y, como Camus, creo que toda acción destinada a crear y/o buscar sentidos (tales como la acción de filosofar) lo que pretende es evitar el suicidio, es decir, pretende buscar una cura o salvación frente a la depresión y la autoinmolación vital, tanto individual como colectiva.

Efectivamente, también podríamos argumentar lo siguiente:

Podría argumentarse en sentido opuesto, con otra petición de principio, que la vida tiene sentido porque es evidente que lo tiene, tal y como lo demuestra la experiencia de vivir.

Podría argumentarse que lo estructural y natural de la vida es la sensación de plenitud, que el ser humano es una estructura narrativa que tiende a la plenitud, a la coherencia, y que a veces cae en autoengaños limitantes que, finalmente, logra superar para volver a su estado normal de coherencia. Podríamos decir, añadiendo unos cuantos autores que le den un aire de autoridad a la argumentación, que eso es el círculo hermenéutico de Heidegger y la hermenéutica de Gadamer, y también el carácter narrativo de la vida del que hablan los fenomenólogos. Podríamos decir que la vida es un sistema que tiende al equilibrio y que la depresión es una enfermedad de ajuste.

Sí, pero dichas argumentaciones ya serían fruto de autoengaños filosóficos. Quienes creen en un sentido de la vida es porque tienen fe y esperanza en que todo responda a un porqué, da igual si religioso, ideológico o determinado por la física cuántica.
Por supuesto que es cuestión de perspectivas el que cada cual pueda creer que la vida tiene o no tiene sentido. Pero es que da igual que lo tenga o no lo tenga, porque estamos pre-programados socialmente para creer en sentidos y fines últimos que puedan facilitar la domesticación y cría del ganado humano.
La vida en sociedad diseña falsas conciencias, alienas a la individualidad, que pretenden engañar a las masas, pero de la manera más efectiva: haciendo que cada individuo se autoengañe a sí mismo por tal de que no sea consciente de que ha sido engañado por el ente social.


Apéndice 6

Lo que diferencia al hombre del animal son sus diferentes respuestas ante el medio; los animales responden tan solo a estímulos y están condicionados biológicamente para actuar mediante respuestas automáticas, mientras que el hombre, haciendo uso de su inteligencia sentiente, aprehende la realidad justificando (evaluando y eligiendo entre diferentes respuestas alternativas). El hecho de someter a juicio previo todas las acciones (por qué, cómo y para qué) hace que, antes o después, los seres humanos se cuestionen, también, el porqué de su existencia (su ser en sí) y, más tarde, el porqué de la existencia (sentido del ser ahí, en el mundo). Al no encontrar respuestas, se desespera y se angustia (pierde la esperanza) y es entonces, para evitar la consiguiente depresión y/o autoinmolación, cuando comienza a crear autoengaños (religiones, filosofías, arte, ideologías). Esta es la historia de la humanidad y así es la tendencia natural de los seres humanos.
La tendencia al suicidio es genuina, la primera, porque a través de su inteligencia el hombre, al no encontrar respuestas sobre el sentido del ser, se angustia. Después, tras sentir el dolor y la angustia, es cuando "se pone las pilas" y se dedica a trascendentalizarse, a dotarse de esencia y sentido, a través de los susodichos autoengaños.


Apéndice 7

El "sentido" en sí mismo no es un autoengaño, sino una necesidad vital para positivar la muerte (lo efímero de nuestra existencia). Serían las creaciones (artísticas) y las búsquedas de vías (religiosas, filosóficas...), para hallar el sentido de la vida, las que constituirían los autoengaños propiamente dichos.


Apéndice 8

En mi planteamiento subyace un problema moral.
Desde el momento en que aceptamos el relativismo moral sabemos que no hay salvación ("Sin salvación, tras las huellas de Heidegger", de Sloterdijk), es decir, somos conscientes del sinsentido de la existencia (el hombre es un ser para la muerte).
Es entonces, cuando somos conscientes de que lo mismo da estudiar que drogarse, ver a Bergman o ver fútbol, ser "bueno" o "malo", cuando se hace necesario, por imperativo vital, recurrir al autoengaño.
 
Tenemos que crear valores positivos y para ello tenemos que justificarlos (acto moral). Pero dichos valores que, en efecto, son positivos y beneficiosos para seguir apostando por la vida (y alejarnos del hastío y/o la autoinmolación) no son valores a priori ni universales: no son verdades transcendentales, sino verdades instrumentales, elaboradas por la razón para dar sentido a nuestras vidas.
Pues bien, lo que sostengo es que dichas verdades instrumentales son autoengaños, en tanto las hemos creado a través de nuestra conciencia, pues hemos llegado a la conclusión de que tanto la verdad como la moral son relativas.

Los autoengaños, o justificaciones positivas para vivir (existir), se elaboran siempre a través de la razón, la cual se vale de diferentes vías (científicas, religiosas, filosóficas..).

Aquí quedó bien resumido:

¿Y en qué consiste el engaño que teje el psicólogo desde su consulta, el sacerdote desde su púlpito, el filósofo desde su cátedra o el ideólogo desde su poltrona? Consiste, sencillamente, en inventar un sentido; consiste en crear e imaginar lo que no puede ni podrá ser hallado: el sentido del ser.

Apéndice 9

Todo ser humano es moral en tanto que racional. Y ser moral significa que tenemos la necesidad (a priori) de justificar nuestros actos. Los griegos clásicos fueron unos grandes justificadores. De hecho, la moral entendida como virtud fue una de las más importantes creaciones de la historia del hombre, cuyo fin último era el de justificar las acciones humanas a través de valores de justicia y bondad. Quiero decir, con esto, que podríamos hablar de muchas morales: la moral del aristos vs la del esclavo, la moral judeocristiana vs la musulmana... Hay tantas morales (relativismo moral) como culturas, grupos humanos o psiques individuales. Yo sostengo, de hecho, que la libertad (gran autoengaño) consiste, tan solo, en poder elegir entre un abanico de engaños (vías de autocuración que den sentido a nuestras vidas).

El engaño que es reconocido conscientemente se convierte en autoengaño.
Curiosamente, no ha mucho, Peter Sloterdijk, haciendo suya la propuesta de William James, de instarnos a querer creer, se ha referido a la autohipnosis, que no sería más que un autoengaño, como yo sostenía, generado en nuestra psique por tal de salvarnos de la angustia.

El autoengaño (la creación o búsqueda mística, religiosa o filosófica), o autohipnosis de Sloterdijk, se elabora, precisamente, para superar la tristeza, la angustia o el sentimiento trágico de vivir.
No hay que ver connotaciones negativas y/o pesimistas en la necesidad de recurrir a autoengaños (ilusiones o creaciones de esperanza). De hecho, todos recurrimos a ellos, salvo quienes se rinden, dejan de crear y/o de buscar vías salvadoras y se abandonan a la autoinmolación vital.

Dicho de manera jocoso-cartesiana: "Me autoengaño, ergo existo".

Yo diría: nos autoengañamos para no reconocer como engaños las ilusiones y creencias que nos salvan de la angustia vital.

Apéndice 10

Podríamos decir que el ser humano, en tanto que inteligente (racional) necesita justificar sus actos, es decir, es inevitablemente moral.

Dejemos de lado el hecho de que el ser humano esté o no enfermo (definición en exceso poética de Unamuno) o de que el hombre sea un ser para la muerte (radical conclusión de Heidegger).
Lo que importa, para lo que pretendo explicar, es que la generalidad de los seres humanos (¿podría haber excepciones?) sienten en algún momento de su vida lo que Unamuno llamó el sentimiento trágico de vivir, y los psicólogos y psiquiatras consideran "desajustes" del estado de ánimo (labilidad emocional, apatía, anhedonia...) que suelen acompañar a estados de estrés y ansiedad y, en última instancia, pueden desembocar en una depresión.
Las depresiones más graves y persistentes en el tiempo pueden originar ideas autolesivas o de autoinmolación (suicidio).
Bien, la pregunta sería: ¿por qué hay personas que no perciben la vida como un sentimiento trágico o un drama que ha de ser vivido (Ortega)?
La psicología, la psiquiatría, la psicobiología y las neurociencias en general, responden rápidamente desde un punto de vista científico y proporcionan explicaciones para todos los desajustes o alteraciones del estado de ánimo (estrés, ansiedad, depresión, ideas suicidas...).

Estas explicaciones no nos interesan, porque estamos afrontando la depresión (y todo el conjunto de síntomas "antivitales" que suelen acompañarla) desde una perspectiva filosófica.

Queremos averiguar qué es lo que hace resistentes a algunas personas a la angustia existencial. ¿Cómo logran superar dicha angustia?

La angustia se supera a través de la creación; la creación entendida como constante quehacer; entendida como una constante lucha que nos proyecta en el tiempo y en el espacio y nos insta a superar circunstancias adversas.
La cura, en definitiva, consistiría en ser y hacer en la vida.

Estamos de acuerdo, pues, en que para no caer en la apatía de la depresión (inactividad), y poder seguir siendo y proyectándonos en la vida, necesitamos crear. Pero crear no es tan solo hacer, sino también idear y buscar.
Lo que digo es que los que son resistentes al drama de vivir lo son porque son creadores y/o buscadores.

Y lo que sostengo es que las creaciones, como las diferentes vías de búsqueda que utilizamos para hallar conocimientos, verdades o el sentido de la vida (vías místicas, religiosas, filosóficas, científicas, ideológicas...) son autoengaños necesarios para poder vivir sin miedo ni esperanza.
¡He aquí el gran propósito del autoengaño! Ayudarnos a vivir sin miedo (a la muerte) y sin esperanza (en otra vida o en la perdurabilidad eterna de nuestro ser).

Los autoengaños, por tanto, tienen una finalidad positiva: positivar la muerte (valga la redundancia) para sobrellevar el sinsentido de la existencia, ya sea creando o buscando sentidos o razones al ex-sitere (la vida). Pero el autoengaño, además de ser positivo y necesario, está construido desde una mentira, también positiva y necesaria.

Este doble carácter del autoengaño (como creación positiva y falsa a la vez) creo que puede no entenderse.

Ya he explicado por qué el autoengaño es positivo y necesario. ¿Pero por qué, además, el autoengaño es falso?

El autoengaño es falso (de ahí que lo denomine "autoengaño" y no creencia ilusoria, creencia moral o espiritual) porque todas las creaciones (artísticas, literarias, políticas...) y todas la vías de búsqueda (tanto racionales como irracionales) son falsas, es decir, solo existen como exigencias de la inteligencia humana; como ineludibles imperativos vitales, si se prefiere. Y no sirven para nada, en tanto ninguna nos salva de la muerte. Solo sirven para burlar la angustia ante la muerte y para hacernos creer que somos seres dotados de verdad o esencia transcendental.

Como he explicado, los autoengaños nos hacen creer que los seres humanos tenemos una esencia transcendental. ¿Cómo consiguen "endiosarnos" los autoengaños hasta el punto de hacernos creer que el hecho de ser humanos es una esencia en sí misma?
Pues a través de razonamientos instrumentales, es decir, autoobligándonos a creer en lo que, en el fondo de nuestro ser, sabemos que no sirve para nada y es mentira.

¿Y qué es un razonamiento instrumental? Es un razonamiento que crea verdades, valores y "sentidos vitales" para salvar el relativismo, tanto de la verdad como de la moral; para salvar el sinsentido de la existencia, haciéndonos creer que "el ser es algo, más que nada" (Heidegger).

Apéndice 11

Yo no digo que la depresión no sea una enfermedad, que sí lo es. Lo que señalo es que hay formas de depresión que no se explican, al menos por completo, desde la psicología y/o la psiquiatría.
Desde luego, cuando Unamuno se refería (siempre a través de poéticas metáforas) a los hombres como "seres enfermos", en tanto que infectos de angustia existencial, creo que pensaba en un rasgo (¿existencial?) inherente a todos los seres humanos (¿un universal?).

Uno podría preguntarse, por ejemplo, si ese estado al que llamamos depresivo es constitutivo o no de todo ser humano.

Exacto, esta es la cuestión. Y yo sostengo que sí, que la depresión, además de entenderse como trastorno psíquico, puede entenderse como un rasgo constitutivo del ser humano.

Precisamente, Unamuno, aunque de forma poética, se refirió a la "enfermedad" del ser humano como un rasgo constitutivo del propio ser humano.
Yo creo que antes de que cualquier gran filósofo, sistemático y metodológico, pueda "apresar" la verdad de una hipótesis de forma rigurosa, siempre hay poetas y soñadores que, a través de la intuición, abren los caminos del conocimiento.
A este respecto, ha tiempo desarrollé una reflexión donde señalaba cómo Unamuno abrió el camino a Zubiri para que éste pudiese dar un paso más, superando a Husserl, Ortega y Marías, al demostrar (rigurosidad filosófica mediante) que la virtualidad en el pensamiento (modo de ser real en la conciencia) ya era una realidad en sí misma, realidad virtual o realidad en la ficción, pero realidad al cabo.


Estamos determinados psicobiológicmante, sin duda. Los avances de las neurociencias y la biogenética han demostrado  la existencia de determinados genes, cuya presencia, aumentan las probabilidades de desarrollar conductas concretas. Pero también hay un determinismo cultural que condiciona nuestra conducta, el que sostiene, razón instrumental mediante, la creencia en un sujeto transcendental. Yo creo que éste último determinismo, o creencia en una transcendentalidad del sujeto, es un necesario autoengaño para superar el relativismo moral, o para superar aporías circulares, como prefieras, pero no es en absoluto demostrable, ni siquiera filogenéticamente. 


Suscribo:
La antropología y la psicología llevan ventaja a los kantianos (idealistas) que todavía necesitan creer en un sujeto transcendental (conste que yo comparto dicha necesidad). Ambas ciencias ha tiempo que despojaron al ser humano de todos sus transcendens para dejar al denudo, tan solo, al hombre de carne y hueso; y para ello no tuvieron más remedio que buscar y mirar "más allá del bien y del mal".



Apéndice 12

Todos sabemos qué es la depresión; mucho más que una enfermedad, como bien se apunta aquí:
El ser humano a veces pierde el norte y no sabe ya qué quiere y no quiere hacer, sufre un vacío de motivos para vivir, todo parece ya hecho. Esto le quita motivación para esforzarse hasta en hacer el más mínimo esfuerzo, y le conduce a caer en rutinas de cansancio y apatía, cuyo extremo es el suicidio.

Vivimos tiempos convulsos. Nos ha tocado vivir, quizás, el ocaso de la civilización Occidental; vivimos, quienes somos conscientes de ello, el final del sueño humanista.
El humanismo ha fracasado, pues de tan buenista, bienintencionado y soñador que se obligó a ser, no pudo evitar dejarse morir y abandonarse a una irresponsable autoinmolación vital. Sin esperanzas no hay ilusión. Y esto, precisamente, es la depresión: ausencia de esperanzas e ilusiones para afrontar el quehacer vital.

Ya no se trata de una enfermedad (si es que alguna vez la depresión lo fue) sino del sentir generalizado de toda una generación. Toda una generación, en gran número al menos, sumida en la desesperanza e incapaz de encontrar razones por las que vivir y seguir luchando.

Y cuando alguien se siente incapaz de encontrar el "sentido" o el "porqué" de su existencia; cuando no consigue una razón por la que seguir manteniendo vivas las llamas de la esperanza y la ilusión, no tiene más remedio que autoengañarse; no tiene más remedio que obligarse a creer en algo, en una bella mentira creada artificiosamente por la razón humana; un bello y necesario autoengaño cuya única finalidad (instrumental) será la de seguir manteniéndonos vivos.