miércoles, 29 de octubre de 2014

Del resentimiento al desprecio prepotente.

"Todo resentido que ha sido despreciado es susceptible de convertirse en un prepotente que también despreciará"  Herr Goldmundo.

Leyendo un magnífico artículo de Manuel Fernández sobre "la rebelión de las minorías" no pude evitar "inspirarme" y desarrollar de un tirón y a vuelapluma una larga reflexión al respecto.

Nos alerta Manuel Fernández del creciente avance del fenómeno de las rebeliones minoritarias, sobre todo en lo concerniente a las aspiraciones secesionistas en diferentes puntos de Europa (Irlanda, Escocia, Cataluña, País Vasco, la Padania, el Veneto...).
Sostiene Manuel, y yo lo suscribo, que las causas de dichos movimientos secesionistas no son tanto económicas como ideológicas.

Yo señalo, en una línea más nietzscheana, que las causas primigenias de toda revolución son siempre psicológicas y que el motor de toda rebelión , minoritaria o de masas, es siempre el resentimiento.
De hecho, yo no diferenciaría entre "rebelión de minorías" y "rebelión de masas", pues en el fondo toda rebelión minoritaria aspira a convertirse en rebelión de masas mayoritaria.

Siempre es una minoría selecta, en la más orteguiana acepción del término, quien crea y hace, quien propone y proclama nuevas ideas; nuevas alternativas de vida, procesos de cambios y, por supuesto, articula y legitima revoluciones. Después, serán las masas quienes, "motivadas" por las circunstancias, se adherirán a las propuestas de "salvación o fin último utópico" de los líderes revolucionarios de turno.

A partir de Adorno y otros filósofos de la Escuela de Frankfurt se articularon dialécticas alternativas a la lucha de clases marxista: la dialéctica de la Ilustración y la dialéctica Negativa.
Las nuevas dialécticas de la liberación, o nuevos enfoques de lucha contra las prepotencias dominadoras, optaron por la resistencia y la provocación en vez de por las acciones directas de otrora, más propias del marxismo-leninismo.
Así, provocando y a través de la resistencia negativa, las nuevas teorías liberalizadoras comenzarán a enfrentarse a las prepotentes sociedades dominantes. Desde entonces, los pechos desnudos de las activistas feministas, o sus vientres con pintadas a favor del aborto, sustituirían a los radicales cócteles Molotov. Las minorías ecologistas, a su vez, también desnudarán sus cuerpos y escenificarán psicodramas públicos para protestar contra el maltrato de los animales.
Las protestas, como vemos, se centrarán en la provocación y en la negación, a través de la resistencia pasiva, para así cuestionar los valores considerados como dominantes.

También las ideologías nacionalistas (a excepción de ETA en el País Vasco) optaron por prescindir de las acciones directas y, como en Cataluña,  apostaron por la provocación (colocación de esteladas)  y la resistencia pasiva (hacer caso omiso al dictamen de la legalidad institucional vigente).

¿Pero a qué aspiran estas minorías rebeldes, ya sean feministas, ecologistas o nacionalistas?
Como todos los suprematismos ideológicos, aspiran a la consecución de fines últimos que, por supuesto, ellos creen más justos, más humanos, más garantes de las libertades colectivas.

Sin embargo, para que una ideología cualquiera pueda legitimar su conciencia verdadera y, así, pueda hacer creer a las masas que la razón está de su parte, resulta inevitable que articule y ponga en práctica una serie de estrategias:

Primera estrategia: las nuevas ideologías deberán convencer a la mayor parte posible de la ciudadanía de que sus nuevas propuestas de liberación son mejores que las dominadoras. Para ello no les quedará más remedio que autolegitimarse como las únicas conciencias verdaderas (más justas, más humanas...) y deberán cosificar (deshumanizar) a las conciencias de las prepotencias dominadoras, considerándolas falsas.

Segunda estrategia: solo una reducida élite intelectual,  grupo de teóricos o ideólogos, será capaz de hacer un análisis reflexivo consciente, capaz de alcanzar el sumum grado del cinismo: llegar a legitimar cualquier medio, por inmoral que sea, por tal de lograr ansiados fines últimos.
Así, será inevitable que las revolucionarias élites intelectuales recurran a la demagogia y a la retórica falaz para seducir y convencer a las masas.
Rechazadas popularmente las vías más violentas, en una postmodernidad marcada por el pacifismo y el miedo a la muerte, la mentira será considerada por las élites rebeldes como una "pecata minuta", o pequeño mal necesario para conquistar la voluntad popular. Las argumentaciones falaces en todas sus formas: reduccionismos, tergiversaciones, falsas analogías, etc... serán utilizadas y propagadas desde cualquier medio de poder a su alcance (sistemas educativos, medios de información...).

Tercera estrategia: la falaz retórica de las minorías rebeldes tendrá como objetivo principal alimentar el resentimiento de las masas, es decir, deberá apelar a sus sentimientos y emociones más irracionales, porque solo desde la irracionalidad se podrá sugestionar (manipulación psicológica) a las masas para que éstas se autoengañen y acaben reconociéndose como víctimas de agravios y/o humillaciones históricas.

Así pues, a través de la siguiente tríada estratégica, que podríamos denominar de autolegitimación - argumentación falaz - sugestión se propondrán nuevos cambios sociales (programas de vida) provocando, para ello, cambios psicológicos en la conciencia colectiva: resentimientos - voliciones- desprecios.

La dinámica de la psicología colectiva evolucionaría de la siguiente manera:

Primera etapa de resentimiento: culminará tras haber predispuesto a la ciudadanía al odio y al rencor contra un enemigo prepotente (proceso de victimización mediante), ya sea contra una falsa conciencia ideológica burguesa, una sociedad patriarcal, o un supuesto Estado opresor.

Segunda etapa de creación de voliciones populares: se propone una solución (nuevo cambio) para que la ciudadanía abandone su condición de víctima; el cambio deberá ser deseado por las masas, es decir, la mayoría de la ciudadanía deberá creer en la necesidad de liberarse de la prepotencia dominante de turno. Y para ello, las élites rebeldes crearán voliciones y deseos, pero de forma sutil, de manera que la ciudadanía se autoengañe creyendo que dicha volición ha nacido espontáneamente de la voluntad del pueblo.

Tercera etapa de desprecio prepotente: la supuesta víctima* despreciada acabará convirtiéndose, inevitablemente, en despreciador prepotente. Y lo más curioso de todo será que, una vez convertida en señorial dominadora, también será incapaz de percibirse a sí misma como un nueva prepotencia dominante.

* Obsérvese que escribo "supuesta víctima", pues en todo proceso de manipulación y condicionamiento social no importa tanto que la víctima lo sea, realmente, como el hecho de que ésta llegue a percibirse como tal (interiorización consciente).

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