¿Qué significa vivir de forma auténtica? ¿Qué quiere decir llegar a ser uno mismo?
Las sociedades actuales, tan uniformadoras como nihilistas, han conseguido que nos olvidemos del sentido del ser, es decir, han logrado que nos olvidemos de las cuestiones o verdades más radicales: sobre la vida y sobre nosotros mismos.
El olvido del ser ha permitido la cosificación de los individuos, alejándoles de las grandes preguntas transcendentales sobre el sentido de la existencia (la vida y la muerte); les ha despojado a estos de esencia espiritual; les ha instado a alejarse de sí mismos, evitando que se conozcan a través de esforzada introspección y obligándoles a centrar sus atenciones, preocupaciones e intereses, en el mundo de las cosas materiales. El olvido del ser ha ocasionado, en definitiva, que el ser humano no viva de forma auténtica, sino servil y sumiso a los dictados de los convencionalismos sociales de turno.
El ente social, con todas sus estructuras, se ha convertido en un gigantesco sistema orgánico con vida propia. Lo social, la vida humana en común, se ha erigido en un dios todopoderoso sempiterno e inmortal capaz de ser hasta el fin de los tiempos. Tan solo es necesario que perviva un grupúsculo mínimo de individuos para que la sociedad siga siendo y continúe justificando su razón de ser, consistente en perdurar en el tiempo. De hecho, no puede haber sociedad sin individuos, pues resulta inevitable que todo grupo humano no acabe dando vida a un sistema social, el que sea y justificándolo a través de la ideología que sea. Todo suprematismo ideológico, no lo olvidemos, está al servicio del ente social, que no de los individuos, como veremos a lo largo de esta reflexión.
La sociedad, de hecho, es una gran colmena donde a cada abeja (individuo) le ha sido asignado un cometido. Los individuos, mortales todos nosotros, viviremos por y para la sociedad; llevaremos una vida inauténtica, marcada por la resignación y la aceptación de deberes y obligaciones, hasta que nos llegue la muerte. Pero el espíritu de la colmena nos sobrevivirá. El cuerpo orgánico social, estructurado en grandes naciones, comunidades o pequeñas aldeas, sobrevivirá a todos y cada uno de sus miembros. Es más, sus miembros serán sacrificados en aras de la pervivencia del ente orgánico social.
No hay mundo, ni sociedad, si no hay seres humanos. Solo los seres humanos, pastores del ser, dan sentido al mundo comprendiéndolo e interpretándolo; conociéndolo y preguntándose por él por tal de mejor adaptarlo a sus necesidades y explotarlo en beneficio propio.
Lo paradójico es que el ser humano, creyendo servir al ente social en beneficio propio y para garantizar el bien común, en realidad se perjudica y se niega a sí mismo obligándose a llevar una vida falsa diseñada por los convencionalismos sociales.
Todas las estructuras sociales son convencionalismos combinados con ficciones y fraudes. Y, repito, la función de las reglas y normas convencionales no es la de garantizar la libertad individual, ni mucho menos garantizar a los individuos una vida auténtica, sino la de salvaguardar el futuro de la colmena, del ente orgánico social.
Ya he señalado que llevar una vida inauténtica (falsa) sería tanto como vivir en la resignación, que no desde la alegría, y desde la aceptación de deberes y obligaciones impuestos por imperativo social.
Así pues, deberíamos preguntarnos cómo consiguen las sociedades convencer a los individuos para que renieguen de su sacra libertad individual y la sacrifiquen, voluntariamente además, para garantizar la salvaguarda sempiterna del ente social.
Veamos el proceso a través del cual las estructuras sociales diseñan un programa de vida inauténtica para sus ciudadanos:
El engaño
El engaño es un imperativo funcional inherente a las estructuras sociales, es decir, resultará obligado e imprescindible engañar a los individuos para convencerles de la necesidad de renegar de sus libertades individuales por tal de supeditarlas a los intereses sociales.
El mejor engaño será el que nazca desde el interior del propio individuo, es decir, será el autoengaño generado ante la necesidad de autojustificar, ante la propia conciencia, actos o conductas para que estos no pequen de "inmoralidad". Por tanto, el autoengaño solo podrá legitimarse (ser efectivo) a través de la creación, a priori, de una falsa conciencia que pueda justificar las conductas o acciones que mejor sirvan a nuestros intereses, que serán los intereses del ente social.
Los convencionalismos sociales, por tanto, deberán crear una conciencia e insertarla en el subconsciente de las masas (mediante pedagogía y condicionamiento) y esperar a que se fragüe el autoengaño en la generalidad de la población.
Dicha conciencia, por supuesto, será considerada auténtica o falsa dependiendo de los intereses de las "parte de" en conflicto (ideologías antagónicas).
El autoengaño de la mala fe
Sartre identificó un mecanismo psicológico que subyacía en aquellos individuos que se instaban a autoengañarse por tal de rehuir la responsabilidad de ejercer su derecho a elegir libremente.
La mala fe sirve para justificar ante la conciencia individual acciones o conductas legitimadas por imperativos sociales. El autoengaño consiste en mentirse uno a sí mismo argumentando que lo que se hace no es realmente por voluntad propia ni por libre elección, sino por imperativos sociales, de deber o legales. Así, el soldado puede justificar matar a otros seres humanos con argumentos de imperativos de deber: tener que matar no es su libre elección, pero es su deber hacerlo.
Del mismo modo actúan quienes aceptan normas y convencionalismos sociales, sin estar de acuerdo con ellos, pero lo hacen por imperativo legal.
Sartre sostenía, sin embargo, que siempre es posible elegir libremente. Yo no lo veo tan claro, pero en cualquier caso tampoco toca ahora reflexionar sobre el carácter absoluto de la libertad que defendía Sartre.
El autoengaño del Das Man
Heidegger profundiza mucho más en lo referente a la vida auténtica, pues si Sartre enfocó toda la problemática del poder llegar a ser uno mismo dependiendo del ejercicio de una libertad absoluta, siempre posible, según él y desde su perspectiva filosófica, Heidegger, como yo mismo, no vio tan factible el poder elegir con absoluta libertad.
Heidegger señala a la cotidianidad como la causa primera de una vida inauténtica; se refiere en concreto al carácter cotidiano (familiar) del Ser que se encuentra en todas partes, de tal forma que, paradójicamente, se oculta.
El ser humano está tan acostumbrado a hacer un constante y habitual uso del verbo ser, para referirse al ser de las cosas o a sí mismo (es una mesa, es un estudiante...) que se ha olvidado de su sentido; se ha olvidado del cuidado del Ser, es decir, se ha olvidado de preguntarse por las cuestiones más radicales sobre la existencia, sobre el ser del Ser: ¿por qué somos algo más que nada?
Olvidarnos de la cuestión del Ser, o dejar de preguntarnos por qué somos y para qué somos, nos sumerge en una vida rutinaria y anodina, cotidiana, inauténtica en definitiva. Y nos dejamos arrastrar y llevar por los dictados del Das Man (el Uno).
El Das Man podría entenderse como lo que se hace; sería como una rutina de vida diseñada, programada y condicionada socialmente, para no permitirnos llevar una vida auténtica, una vida en completa libertad. ¿Y qué es lo que se hace? Pues ir a la escuela, trabajar, casarnos y tener hijos, pagar una hipoteca de por vida... y morirnos.
Así, nos autoengañamos y aceptamos una vida inauténtica argumentando que hacemos lo que hacemos porque eso es lo que se hace (¿cabe argumentación más simplista?); ahora no será un deber o un imperativo legal quienes coaccionen o coarten nuestra libertad individual. Se trata de algo más sutil, cotidiano y familiar: se trata de la inercia del dejar pasar la vida a la que se refiriera magistralmente nuestro Jorge Manrique; es la vida sin sentido, y programada socialmente, que padeciera el angustiado Iván Ilich de Tolstoi.
Positivar la muerte para llevar una vida auténtica.
La poesía y el arte en general (literatura, pintura, cine...) tienen la cualidad, a través de sus lenguajes simbólicos y metafóricos, de poder desvelarnos y mostrarnos, aunque sea intuitivamente, la esencia del Ser. Las artes, y también la reflexión y la introspección en soledad, nos abren al sentido del ser y nos señalan el camino de la vida auténtica.
Y es que solo los poetas, los místicos y los filósofos locos (desde Heráclito, Nietzsche y Wittgestein hasta nuestro genial Unamuno) se toman en serio la muerte, la realidad de la misma y la necesidad de positivarla, es decir, de aprovecharla, por así decirlo, para dar un sentido a la existencia.
Ninguna metafísica o filosofía puede hacernos tan conscientes de la crudeza y la realidad de la muerte como las sentidas "Coplas por la muerte de su padre", de Jorge Manrique, o el sentido "Llanto por Ignacio Mejías" de Lorca. "La muerte de Iván Ilich", de Tolstoi, constituye también un fiel retrato de la vida inauténtica programada por las estructuras sociales. El gran psicólogo ruso, a través de esta angustiosa historia, nos hará reflexionar dolorosamente sobre el fin último de nuestra existencia.
El mismo Wittgestein, que decía preferir las películas musicales y del Oeste a los sesudos análisis metafísicos, renegó de la filosofía y buscó la vida en soledad, lejos de la vida inauténtica en sociedad.
Pero no nos autoengañemos y obliguémonos a desenmascar todos los engaños programados socialmente. Aceptemos, como Heidegger, que el ser humano está condenado a vivir en sociedad, sí o sí, pues la misma esencia del Dasein se da y es, de facto, en tanto se encuentra inmersa en el ex-sistere (ser-ahí) en el mundo y sus circunstancias.
El error de Sartre, en mi parecer, consistió en sobredimensionar la relevancia del ser en sí a la hora de hacer responsables a los individuos del libre ejercicio de su libertad.
El ser humano no es tan solo un ser en sí, con conciencia propia, sino también un ser ahí, inserto en un mundo y en unas circunstancias que, inevitablemente, influyen y determinan sus conductas y sus actos.
Lo que consideremos como vida auténtica siempre habrá estado definido, previamente, por unas creencias o por unos determinados valores ideológicos. Son los ideólogos, los programadores de los diferentes modelos de vida en pugna, quienes deciden qué es vivir conforme a una conciencia auténtica o una falsa conciencia. Toda estructura social, justificada a través de convencionalismos, crea diseños de vida acordes con los intereses de una "parte de", de la sociedad o, si se prefiere, de la humanidad.
Un judío en la Alemania nazi difícilmente hubiese podido llevar a cabo un proyecto de vida auténtica, pero Sartre hubiese podido echarle en cara que no ejerciese su libertad absoluta optando por morir luchando antes que someterse resignado.
Tampoco un intelectual, disidente del comunismo en la URSS stalinista, tuvo demasiadas oportunidades para llevar a cabo una vida auténtica. ¿También debería haber preferido morir luchando antes que pudrirse en un gulag?
¡Cuidado con lo que elegimos!
Mucho cuidado con legitimar la libertad absoluta de los Hunos, reconociéndola como conciencia verdadera, al tiempo que negamos las libertades de los Hotros, argumentado que viven autoengañados en sus falsas conciencias.
No, lo siento mucho, pero yo, que creo haber reflexionado suficientemente sobre el sentido del Ser, me niego a ser coaccionado socialmente para ser obligado a elegir, falaces ilusiones de alternativas mediante, entre conciencias o formas de vida que pretenden pasar por auténticas, cuando no son mas que torpes diseños o programas de vida capaces de engañar, tan solo, a las irreflexivas e irracionales masas.
Estoy al tanto de la vida auténtica e inauténtica; entonces, por sólo dar un caso, toda persona que se casa y tiene familia y trabaja por ella y se enferma y muere, etc ¿tiene una vida inautentica? y todos los que decidimos no reproducirnos y nos la pasamos escribiendo y leyendo y reflexionando en el agnosticismo o en el ateismo llano ¿tenemos una vida auténtica?
ResponderEliminarHola tío Vania.
ResponderEliminarLlevar una vida auténtica no depende de cómo la vivas (tener o no tener hijos), sino de que la vivas acorde a como tú eres.
Si tú, tras reflexiva meditación, te conociste y llegaste a saber "tu verdad", y obraste y viviste en consecuencia, entonces tu vida es auténtica.
Un saludo.
Tengo la dudo de si esa noción de "vida auténtica" tiene correspondencia con la realidad o es un concepto artificial e inventado, que solo en apariencia tiene que ver con la realidad.
ResponderEliminarMucho antes de saber siquiera que existían Sartre y Heidegger, yo me planteé que tenia que vivir conforma a mi mismo, no como me dijeran mis padres o mis maestros.
Yo no se si al día de hoy, 60 y tantos años después, lo he logrado.
Hola Anónimo.
ResponderEliminarEn mi opinión, la idea de "vida auténtica" es un autoengaño más al que nos obligamos los seres humanos por tal de burlar el absurdo que es la existencia.
La vida podemos vivirla desde una dejadez (caída en términos heideggerianos) que, por inercia, nos sumerge en una rutina que nos insta a cumplir con todas aquellas funciones sociales que fueron "diseñadas" para nosotros: estudiar, trabajar, formar una familia, día a día hasta que nos llegue el morir. Pero también podemos intentar vivir conforme a los dictados de nuestro ser, de nuestro particular yo, tras habernos obligado a conocernos introspectivamente (meditación reflexiva). Al final, pero, tanto dará si nuestra elección fue meditada o condicionada por la "programación" social, pues al acercarse la muerte siempre mostraremos "cuidado" o pre-ocupación por el ser y su finitud. Visto fríamente, da igual que dicho cuidado haya tenido lugar durante toda nuestra vida, experienciando y vivenciando el drama que es vivir (angustia existencial) o que nos llegue, de repente, tras un infortunio (grave enfermedad o accidente).
Un saludo.