miércoles, 4 de junio de 2014

Los poetas frente a la nada.

¿Qué hacer cuando la razón, tan terca como inmisericorde, nos sume en el más angustioso de los anonadamientos?
La filosofía existencialista ha abordado de forma muy parecida la angustia del ser humano ante la nada, o ante la posibilidad de no-ser que implica la muerte, como se prefiera. ¿Cabría la posibilidad de que tras la muerte nuestro ser perdurara de alguna forma, potencialmente, transformado en alguna suerte de energía o incluso preservando su particular consciencia?

Heidegger se refirió al Dasein como ser para la muerte. Y la desesperación del Dasein ante la nada provocaba el hundimiento; provocaba en el Dasein la angustia existencial ante la muerte.

Sartre se refirió a la náusea como la sensación que experimentamos al comprender la gratuidad de la existencia, es decir, al ser conscientes de que la vida es una constante incertidumbre en la que la muerte puede aparecer inesperadamente en cualquier momento. Albert Camus entendía la existencia como un absurdo: venimos de la nada y terminamos en la nada.

Unamuno, con la claridad del poeta, se refirió al sentimiento trágico de vivir que experimentan los hombres, e incluso los pueblos, ante la posibilidad de dejar de ser tras la muerte.

Y es que la angustia existencial, llámesele hundimiento, náusea o sentimiento trágico, no estriba tanto en el miedo a morir, que también, como en la desesperanza depresiva que nos provoca la certeza, avalada por la razón, de que al morir dejaremos de ser; dejaremos de ser conscientes de nuestro ser en-sí.
Si la existencia es un absurdo que concluye con la muerte, y si no hay esperanza de vida eterna, solo cabe la resignación, el hundimiento o náusea ante el constante quehacer que es la vida. Y eso, precisamente, es el nihilismo desesperanzador: resignación que, en tanto nos sumerge en la depresión y nos conduce a la desidia (dejación e incumplimiento de deberes y obligaciones) nos lleva a la autoinmolación vital.

Cuando el filósofo es consciente de lo absurdo que es la existencia, comprende también la inutilidad de la filosofía y, por ende, de la razón. La inteligencia, consciente del vano ejercicio que supone intentar apresar con las palabras adecuadas ese sentimiento, tan humano, que es el terror ante la muerte (la posibilidad de que tras nuestro ex-sistere solo quede la nada) se torna voluntariamente irracional y se obliga a autoengañarse.
El poeta no es más que un filósofo ebrio de irracionalidad, deseoso de mostrar con lenguajes alternativos a los de la razón esos sentimientos, tan propios de hombres de carne y hueso, que no pueden ser apresados, menos aún expresados, por la lógica más formal.
Por eso no es de extrañar que Zambrano considerara a Unamuno, tan irracional como contradictorio, más como un poeta que como un filósofo al uso.

El autoengaño del poeta

El poeta se me antoja el más falso y, al tiempo, el más auténtico de los hombres, pues solo los poetas encierran en sí mismos ese doble discurso, disfrazado de hipócrita humanidad, capaz de estar a un tiempo con Dios y con el Diablo; los malabarismos dialécticos de los poetas son capaces de satisfacer los egos de amigos y enemigos, siempre desde la concordia, pero también desde la soberbia propia de quienes se autoproclaman creadores. Disfrazan sus ofensas y desprecios a través de la bonhomía y la fina ironía, cuando no desde el descarnado sarcasmo y desde las más provocadoras transgresiones.
El poeta no cree en la razón, pero lejos de preferir callar ante lo que no se puede hablar (Wittgenstein) lo da todo de sí mismo por tal de salvarse a través de su arte; a través de creaciones que puedan redimirle de sus pecados. En realidad, sus creaciones están hechas por y para sí mismo, para alimentar su egocéntrico yo, pero el poeta se cuida mucho de asegurarnos que su arte es patrimonio de toda la humanidad, de todos y para todos. ¿El poeta es hipócrita o cínico? ¿Su engaño es premeditado o se autoengaña inconscientemente?
El poeta se sabe libre, porque es consciente de que solo la nada le espera tras la muerte; y por eso vive al límite, sin miedo ni esperanza. Y si, además, el poeta siente de forma trágica algún dolor particular, o se obliga a solidarizarse con aquellos iguales que también padecen el dolor de las injusticias sociales de una época, entonces legitimará las transgresiones más peregrinas que pudieran ocurrírsele en aras de la consecución del bien común.

Poesía que promete frente a la que destruye

Si bien es cierto que todas las creaciones artísticas o poéticas son irracionales, en tanto no aceptan con resignación la imposición nihilista de la razón, no es menos cierto que la poesía puede servir a diferentes causas y propósitos socio-políticos, además, por supuesto, de servir a los intereses egocéntricos (salvación, redención, autoafirmación...) del sufridor de turno.
A nadie le dolía España más que a Unamuno y, sin embargo, pocos espíritus atormentados como el del rector de Salamanca, estuvieron tan ensimismados e inmersos en su propio yo.
El poeta siempre proyecta su particular dolor para poder crear, primero para sí mismo,  y después para el resto de los mortales. Se hace necesaria primero una autocuración. ¡Pero qué diferentes fueron las formas de curarse a sí mismos de García Lorca y Gil de Biedma! Ambos poetas compartieron un dolor particular (homosexualidad) por sentirse no aceptados o rechazados en su tiempo. Y, sin embargo, Lorca creó poesía prometedora, de vida y de esperanza, mientras que Gil de Biedma, utilizando su poesía para exorcizar a sus más temidos demonios, no pudo evitar su propia autoinmolación. De la misma manera, hay artes plásticas y músicas que son promesas de vida (universales), mientras que otras son pura transgresión al servicio de intereses particulares (ideologías).

Frente a la nada, en definitiva, siempre podremos crear para mitigar nuestra angustia, autoafirmar nuestro yo (ser en sí) o redimirnos del pecado de existir (de nacer arrojados al mundo de forma tan gratuita como absurda) pero de la clase de persona que seamos dependerá que nuestro arte sea promesa de vida o resentimiento autodestructivo que conduzca a la autoinmolación personal y/o colectiva.

5 comentarios:

  1. Pregunto: ¿no se contempla la posibilidad del poeta que cree realmente en la existencia del Ser? Los ha habido y los hay... ¿Qué hay de ellos?
    Asunto aparte: Por favor, necesito una indicación para empezar con buen pie en la obra de Peter Sloterdijk.
    He querido trabajar en nuestro asunto pendiente y ni me hallo con fuerzas ni tengo claro el itinerario del todo. Hago anotaciones, pero a ver si lo completo. Cuando esté maduro lo intento, lo hablamos: seguro que será interesante lo que podamos pensar juntos, porque estoy seguro de que podremos hacerlo.
    Un saludo.

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  2. Hola Antonio José. Pues no, en esta rápida reflexión no he considerado a los poetas "creyentes", sino a quienes se refugian en la creación poética para enfrentarse a la nada. Místicos como San Juan de la Cruz o Sta Teresa, por ejemplo, no tenían cabida en esta reflexión, pues sus obras poéticas, aunque promesas de vida y esperanza, estaban más orientadas a la comunión con un ente supremum (Dios) en el que ya creían a priori. Mi reflexión se centró en los poetas que, incapaces de creer en Dios o en la vida eterna, no tienen más remedio que crear y convertirse ellos mismos en dioses, por tal de dar un "sentido" a sus vidas y, sobre todo, "autocurarse" de la angustia ante la nada.
    Lorca, por ejemplo, no era un ferviente "creyente", tampoco ateo, pero su poesía era "espiritual" y transcendental; perfecta para escapar del nihilismo existencial a través de versos que eran promesa de vida. Su poesía curaba el alma.
    Respecto a Sloterdijk, yo mismo estoy empezando con él. Yo te recomendaría "Celo de Dios" y "El desprecio de las masas", sencillos y fáciles de digerir. Ahora mismo estoy inmerso en "Crítica de la razón cínica", y solo puedo decir que es pura delicatesen y todo un placer neuronal.
    Y sobre nuestro asunto pendiente, no fuerces a las musas de la inspiración; si ha de ser, será. Y si no, pues tampoco pasa nada.
    Un saludo.

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  3. Muchas gracias por sus explicaciones. De momento me apunto a Sloterdijk y esas obras y sigo.
    Con afecto.

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  4. No hay por qué dar las gracias, ni tampoco tienes que tratarme de usted. Sobran las formalidades, creo.
    Un saludo afectuoso.

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  5. De bien nacidos... Me dijo un alumno con 16 años que en una semana en mis clases había oído decir "Gracias" y "Por favor" más que en todos los años anteriores que había estado en las aulas. A veces somos así.
    Necesito que me escribas a blogajasa@gmail.com para hacerte un comentario sobre un asunto particular..., por favor. No urge.
    Adelante. Con afecto.

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