martes, 11 de abril de 2023

LA CONTRADICCIÓN KANTIANA (España y VOX))


INTRODUCCIÓN

La irrupción de VOX en la escena política española ha sido “escandalosa”, pero no tanto por “inesperada” como por “epatante”. 

A VOX ya se le esperaba desde hacía mucho tiempo, es más, casi se podría decir que todos los necios de las izquierdas más retrógradas se conjuraron para que un partido como VOX tomara forma y legitimara a través de la razón (la diosa Razón) la necesidad de su ser-ahí, en la maltrecha, vilipendiada y mancillada nación española.

Para mí, pero, lo “escandaloso” de VOX no radica en el hecho de que su aparición, como sostienen las almas más cándidas del ingenuo humanismo, suponga una resurrección de los fantasmas del fascismo. Falso, VOX es un partido demócrata y liberal-conservador. Lo escandaloso de VOX, en mi opinión, viene dado por su capacidad para atemorizar a tirios y troyanos; a constitucionalistas y golpistas, a “buenos y justos” socialdemócratas y a provincianos tontilocos, a izquierdas liberales acomplejadas (PP y C´s) y a equidistantes de toda la vida.

Entender a VOX, su razón de ser (justificación y legitimidad) requerirá contestar dos preguntas claves:

1) PRIMERA PREGUNTA:

¿Qué ha sucedido para que aparezca en la escena política española un partido como VOX? 

En realidad, sería mejor reformular la pregunta de esta manera: ¿qué NO ha sucedido en España para que haya tenido que aparecer un partido como VOX?

La respuesta es sencilla: NO ha sucedido nada que frenara el apetito insaciable de los particularismos de cualquier pelaje. NO se ha defendido de forma eficaz y operativa nuestro Estado de Derecho durante décadas. Se vienen permitiendo, desde la Transición, sucesivas vulneraciones de la legalidad institucional (violaciones de la Constitución) en aras de “contentar a los eternos descontentos” (¡Ay, Julián Marías, si alguien te hubiese prestado algo de atención!). 

Los sucesivos gobiernos de España NO han cumplido con el deber y la obligación (imperativo constitucional) de salvaguardar la unidad e integridad territorial de la nación española. Como consecuencia de esto, los gobiernos del PSOE y PP, junto a los provincianismos más desvertebradores, NO han evitado que fuesen pisoteados los derechos y libertades de cientos de miles de españoles, asediados y acorralados en zonas rebeldes (principalmente en Vascongadas y en la región catalana).

Esta primera pregunta era fácil de responder y hasta el Tato, que no pasa por ser muy listo, sabía la respuesta. Pero vayamos ahora a la segunda cuestión, que tiene más enjundia y requiere de un poquito más de materia gris y de cortesía filosófica (claridad, en román paladino), para poder ser contestada comme il faut:

2) SEGUNDA PREGUNTA

¿Y por qué? ¿Por qué no se ha hecho NADA para evitar todo el ultraje y las vulneraciones a la legalidad que se han venido materializando en España hasta culminar con el golpe procesista catalán?

No se ha hecho nada porque el Estado español es un Estado fallido que no ha sido lo suficientemente fuerte, operativamente hablando, para defender la unidad e integridad de la nación española.

El Estado español, sobre todo a partir de la Transición, siempre ha sido un Estado cobarde y acomplejado, muy diferente, por ejemplo, del Estado francés.

Uno de los principales partidos españoles, el PSOE. cree legítimas las reivindicaciones de las naciones fragmentarias, y este partido, desde el federalismo que defendía Azaña hasta el socialcomunismo de Pedro Sánchez, siempre ha visto (craso error) a España como una nación de naciones. Así, a partir de esta visión federalista, al PSOE nunca le ha pre-ocupado ceder soberanía nacional a los regionalismos con ínfulas de nación. Y, claro, el PP también entró en este perverso juego de ganar votos a través de cesiones a los particularismos desvertebradores, dinamitando de esta manera la fortaleza y operatividad del Estado y despojándole de su razón de ser unificadora e integradora.

FRANCIA COMO SOLUCIÓN

Mucho se ha escrito, también en este blog, sobre la proclama orteguiana España es el problema y Europa es la solución. Sin embargo, en cuanto a cómo articular un Estado eutáxico, operativo y fuerte, creo que Francia es el referente que deberíamos tomar para intentar articular un Estado nacional.

El Estado francés fue el primer Estado europeo constituido por ciudadanos libres e iguales que asumió, además, ser constitutivamente nacional, es decir, comprendió que para defender los derechos y libertades del conjunto de sus ciudadanos también debía preservar su unidad e integridad territorial (la patria del pueblo soberano).

El Estado francés, desde su constitución, defendió la indivisibilidad de su territorio y, por tanto, no permitió que futuros colectivos desvertebradores pudieran atentar contra la integridad de la nación. De esta manera, Francia, hasta nuestros días, ha controlado uno de los problemas más graves que aquejan a España actualmente: las acciones secesionistas de las naciones fragmentarias.

Pero el Estado francés, nacional y republicano, también supuso, por primera vez en la historia, la ruptura con los valores morales que emanaban directamente de Dios. La república francesa de ciudadanos libres, decidió prescindir de Dios para poder constituirse como tal, y por ello debió afrontar un grave dilema: 

¿Fue legítimo romper con la legalidad institucionalmente establecida (Antiguo Régimen)  a través de un golpe revolucionario?

DIOS Y KANT

El mismísimo Kant defendió dos posturas totalmente antagónicas, en dos de sus obras más célebres, a la hora de proporcionarnos argumentos para contestar  esta cuestión.

En su obra “Metafísica de las costumbres” Kant escribió:

Los ciudadanos no tienen derecho a rebelarse contra el Estado, pues supondría la destrucción de su constitución legal (cap 6: 318-323). ¿No era "legal" el Estado constituido en el Antiguo Régimen?

Sin embargo, en su “Crítica de la razón práctica” Kant aseveró:

Hay que obedecer a Dios más que a los hombres” (fundamento de su imperativo categórico). Un individuo está obligado a negarse a cumplir órdenes, incluso a costa de su propia vida, cuando dichas órdenes vulneren el imperativo categórico moral. 

De esta manera, Kant legitimó la desobediencia civil. Es más, llegó a manifestar con entusiasmo que la Revolución francesa fue el hecho de su tiempo.

He ahí la contradicción que subyacía en el pensamiento kantiano; razonamientos que defendían al Estado ante cualquier acto de rebeldía y, al tiempo, argumentos que justificaban acciones de desobediencia civil

Pero más grave que esta contradicción, en mi parecer, es la trampa dialéctica que nos tiende Kant a colación de Dios:

Si Kant alabó y justificó la revolución francesa, que vulneró la legalidad establecida anteriormente y prescindió del mandato moral de Dios, ¿cómo pudo, al tiempo, fundamentar su imperativo categórico reconociendo la existencia a priori de Dios, en realidad reconociendo tres ideas puras a priori: Yo trascendente (alma), mundo y Dios?

No olvidemos que Kant dejó escrito:

La inmortalidad del alma nos garantiza un progreso infinito hacia la virtud. Y por eso, si es necesario, la voluntad libre del sujeto tiene que preferir morir antes que cumplir órdenes que atenten contra el imperativo categórico universal.

¿Pero cómo podemos convencer a la generalidad de la humanidad, después de que la posmodernidad proclamara la muerte de Dios, que debe sacrificarse voluntariamente? 

Si no hay Dios tampoco hay inmortalidad del alma que nos garantice una felicidad virtuosa tras la muerte. Sólo nos queda el mundo.

SÓLO NOS QUEDA EL MUNDO

Cuando los hombres de la modernidad entendieron que Dios ya no justificaba ni legitimaba nada, se aferraron a Kant, pero cuando los cínicos ilustrados se dieron cuentan de que Kant, al cabo, también era un esencialista y un redomado metafísico, se vieron obligados a justificar (legitimar) sus acciones rebeldes, no a través de Dios ni de imperativos categóricos esencialistas, sino a través de la hipóstasis o sustanciación de otra nueva idea etérea: la justicia social.

Así, Marx construyó todo su materialismo dialéctico e histórico a través de la nueva diosa, también metafísica, llamada justicia social. De nuevo, un humanismo, ahora marxista, inculcó en los hombres una idea que les obligaba, como otrora Dios, al cumplimiento de un nuevo imperativo de deber (moral al cabo) que legitimaba la desobediencia civil y la revolución, siempre, por supuesto, que éstas tuvieran como loable fin último alcanzar la justicia social.

CONCLUSIÓN

Si VOX está entre nosotros es, básicamente, y pecando de exceso de reduccionismo, porque nuestros kantianos y posmarxistas siguen empeñados en legitimar acciones subversivas y desobediencias civiles que siguen creyendo necesarias para alcanzar justos fines.

El problema de partidos como el PSOE (y en menor medida también del PP) es que, a pesar de ser constitucionalistas, creen legítimas (justas) las reivindicaciones nacionalistas de las naciones fragmentarias. De nuevo la contradicción kantiana: ¿hay que defender y hacer cumplir la Constitución o es lícito vulnerarla (o burlarla) en aras de satisfacer las reivindicaciones de los particularismos desvertebradores?

Desde el momento en que uno o varios partidos "constitucionalistas" legitiman las reivindicaciones de los nacionalismos provincianos, no tienen más remedio que prostituir al Estado y la nación para permitir y/o consentir diferentes grados de desobediencia civil. Esto es lo que viene sucediendo en España desde hace décadas.

El problema, pero, es que se comienza legitimando desobediencias civiles “pacíficas”; después se condesciende con leves vulneraciones de la legalidad (retirada de banderas y simbología española en Cataluña), luego se mira de perfil cuando son cercenados los derechos y libertades de ciudadanos catalanes (imposición de la ley de inmersión lingüística). Y, finalmente, perplejos, los ciudadanos de toda España son testigos de un golpe de Estado en Cataluña.

Y ante el golpe de Estado, anunciado y consumado, los principales partidos (PP y PSOE) han preferido “edulcorar” la realidad y minimizar la gravedad del mismo, disfrazándose con ropajes kantianos para decirnos que el problema es político, no judicial. Lo que traducido al román paladino viene a decir: entendemos la desobediencia y la rebelión de las naciones fragmentarias porque sus reivindicaciones son justas y legítimas. Tan justas las consideran que Feijoó, que pasa por ser un político que defiende la unidad nacional (¡juás!), ha desterrado la lengua española de Galicia para imponer institucionalmente la regionalista lengua gallega. 

No, España no es Francia. Pero es que, además, el Estado español ni está ni se le espera en una gran parte del territorio nacional. Y por eso muchos españoles han entendido que, ante el desolador panorama político-social en España, ya sólo les queda VOX.