Acabo de ver una buena película de ciencia ficción titulada "Snowpiercer" (un tren llamado rompenieves). La película nos invita de forma inteligente, a través de un sugerente y bien hilvanado guión, a reflexionar sobre el destino de la humanidad:
Un fallido experimento para solucionar el problema del calentamiento global casi acabó destruyendo la vida sobre la Tierra. Los únicos supervivientes fueron los pasajeros del Snowpiercer, un tren que recorre el mundo impulsado por un motor de movimiento eterno. Adaptación de la novela gráfica "Le Trasperceneige", escrita por Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb. (FILMAFFINITY)
Como todas las buenas películas de ciencia ficción, "Snowpiercer" aborda importantes cuestiones filosóficas y metafísicas partiendo de realidades en ficción, que no de ficciones de la realidad. La ficción, de hecho, no es irreal, porque, como bien demuestra el género CF («sci-fi» en inglés), todo lo imaginado o ficticio se crea a partir de notas tomadas de la realidad. Decía Zubiri que las representaciones virtuales en nuestra mente ya son, en cierto modo, formas de realidad.
Y es que el género de la CF es un magnífico medio para desnudar ante nuestros racionales ojos (que solo creen en lo que ven) la misma esencia de la realidad, pero maquillada, si se prefiere, a través del lenguaje artístico y creativo de quienes se sirven de simbolismos, metáforas y alegorías para ver la realidad de otra manera.
La película
"Snowpiercer" nos propone un sencillo ejercicio mental a través de una representación alegórica y una constante sucesión de metáforas: imaginar la vida humana a través del ex-sistere (ser ahí) en un tren que constituye en sí mismo un pequeño mundo al que le da sentido un Dios o ente supremum (el motor del movimiento eterno).
Tenemos todos los elementos o existenciales necesarios para elaborar una sencilla pero instructiva metafísica que nos permita reflexionar con el relajo que de ningún modo podríamos hallar leyendo "Ser y tiempo":
Mundo: el tren.
Sentido del ser o Dios: motor del movimiento eterno.
Dasein: cada uno de los pasajeros del tren; ellos y, por supuesto, sus circunstancias.
Tiempo: una concepción circular del tiempo, no lineal. No hay un destino último de la historia, pues la única razón de ser del tren es seguir siendo, dando vueltas a la tierra una y otra vez. Dicha concepción circular de la historia, vista como un eterno retorno que no lleva a ninguna parte, salvo al desesperanzador nihilismo, obligará a los pasajeros del tren a preguntarse: ¿hacia dónde se dirige la humanidad? ¿Cuál es el destino último de los supervivientes que viajan en el Snowpiercer?
La vida de los supervivientes en el tren (un reducido espacio cerrado) permitirá reflexionar a partir de una dialéctica o lucha de contrarios: los pasajeros de la clase de cola (nuevos proletarios) y la clase del frente (burgueses). El primer vagón lo constituye íntegramente el motor del eterno movimiento y en él viaja, exclusivamente, el multimillonario Wilford que dio vida al proyecto de un tren autosuficiente, capaz de generar sus propios recursos (agua y comida) y capaz de dar vueltas al mundo, una y otra vez, gracias a una fuente de energía inagotable (el motor del eterno movimiento) y gracias al diseño de una extensa red ferroviaria capaz de sortear cualquier obstáculo (océanos, montañas, zonas árticas...)
Los vagones que siguen a la locomotora están ocupados por los pasajeros privilegiados. Son vagones destinados al ocio (discotecas, restaurantes, saunas, piscinas..) y también dedicados a la producción de recursos (alimentos) y a la educación de los niños (escuela).
Los últimos vagones los ocupan los pasajeros que no tienen acceso a los lujos, ni a los recursos ni a la educación. Tan solo viven hacinados recibiendo diariamente su ración de comida.
El espectador poco reflexivo, presto a proyectar sus frustraciones y/o prejuicios ideológicos, estará tentado de hacer una primera lectura marxista de Snowpiercer. Nada más lejos de la realidad. Ya dije que estamos ante una película inteligente.
Sin embargo, los pasajeros de la clase de cola son, sin lugar a dudas, los desposeídos del tren, los descamisados que no tienen ningún acceso a los servicios y comodidades de ese pequeño mundo sobre raíles. Pero tampoco tienen que trabajar ni deben dedicarse a función productiva alguna. Solo se deben al imperativo vital de subsistir. ¿Por qué, entonces, el gran Wilford, ingeniero y creador del motor del eterno movimiento, los mantiene vivos?
El tren es capaz, a través de un reducido grupo de trabajadores privilegiados, de generar sus propios recursos. De hecho, son los pasajeros de la clase del frente quienes se encargan de suministrar alimento diario a los pasajeros de cola para mantenerlos con vida. Como a ganado humano, pensé, encerrados y cebados pero... ¿para qué?
Y sin embargo, las duras condiciones de vida de los pasajeros de cola, peores que las de los esclavos de la antigüedad, les instarán a ensayar sucesivas revoluciones para arrebatarle a Wilford el control del motor (la razón de ser del pequeño mundo sobre raíles).
La lectura de Snowpiercer no puede ser marxista porque el problema que se plantea no gira en torno al dominio de una clase trabajadora susceptible de ser explotada. Sí, es cierto, la dialéctica del tren en eterno movimiento plantea una falsa lucha de clases que se justificará, falazmente en mi opinión, al final de la película de forma harto burda. Pero lo que plantea realmente la película, con la valentía y la incorrección política que serían imposibles de hallar en la realidad, es la cuestión trascendental, tan actual como obviada, de qué hacer con la humanidad.
¿Qué hacemos con la población excedente que ya no es necesaria para producir?
La sociedad actual ha creado su propio motor del eterno movimiento; sistemas sociales tecnológicamente autosuficientes y capaces de despojar al ser humano de su esencia; la esencia de poder ser a través del trabajo. Ya no hay trabajo para una importante parte de la población. La tecnología ha despojado al ser humano de su potencialidad de ser y le ha convertido en animal de granja, en un animal de lujo dado al ocio, pues ya ni siquiera es un animal necesario para producir.
La dialéctica que subyace en Snowpiercer no es la ya superada lucha o enfrentamientos entre clases, sino una dialéctica vital, de vida o supervivencia. De hecho, lo único que mueve a Wilford es el ansia de seguir siendo, es decir, de preservar a la humanidad como idea o concepto, aunque para ello deba sacrificar a los hombres de carne y hueso: lo que preocupa en el reducido espacio del tren de supervivientes es garantizar la sostenibilidad entre población y recursos generados. Se trata, no ya de explotar al hombre por el hombre, sino de conseguir un número ecológico de pasajeros que pueda garantizar la continuidad o perdurabilidad de la humanidad, de los últimos seres humanos.
Viendo Snowpiercer no pude evitar recordar las palabras del profético Santiago Niño Becerra: "Será inevitable establecer una renta social garantizada para mantener a la creciente población que no tendrá trabajo, porque no hay trabajo".
Y también, cómo no, recordé a Sloterdijk y a sus provocadoras propuestas sobre eugenesia social (ver eugenesia para zombis) porque está claro, sí o sí, que la sostenibilidad del planeta Tierra, como la de Snowpiercer, no está garantizada. Está claro que sobra población. Y está claro que el control de la natalidad futura que no se haga con inteligencia y racionalidad aséptica se hará, como demuestra la historia, a través de la irracionalidad de guerras y revoluciones.
Spoiler: no leer quienes estén interesados en ver la película.
Decía en un párrafo anterior que, en mi opinión, la película intenta justificar, falazmente, la presencia de una dialéctica de clases.
A lo largo de mi reflexión me pregunté: ¿para qué se mantenía con vida a la clase de cola, cuyos pasajeros no eran productivos ni debían desempeñar trabajo alguno?
La película nos guarda para el final la decepcionante respuesta: Wilford escogía periódicamente a niños pequeños, hijos de los parias del tren, para utilizarlos como piezas de recambio del motor del eterno movimiento. Los niños, al ser pequeñitos, se colocaban entre la maquinaria del motor y realizaban manualmente el trabajo que desempeñaban piezas que ya no se podían reemplazar. Se justificaba, así, la lucha de clases y la explotación del hombre por el hombre, pues todo un grupo de seres humanos eran criados y cebados exclusivamente para ser utilizados como medios sacrificables al servicio de otros hombres.
¿Dónde está la falacia o error en esta peregrina justificación?
Primero: resulta poco creíble que el trabajo manual de un niño, por mucho que se llegase a automatizar, pudiera suplir la funcionalidad de piezas y componentes de una maquinaria compleja.
Segundo: estamos hablando precisamente de eso, de una compleja maquinaria; el motor del movimiento eterno, ni más ni menos, que se suponía que era en sí mismo una inagotable fuente de energía. Un motor autosuficiente que producía energía eternamente, una máquina perfecta que, por lo visto, dependía de la fuerza del trabajo de un niño. Really?
Creo que, al final, la película no pudo evitar pecar de ese humanismo, demasiado humano y antropocéntrico, obcecado en erigirse en dios todopoderoso y en el centro de todas las cosas: un humanismo justificación de sí mismo.
Y es que, sin la falaz argucia (falsa necesidad) de sacrificar niños, seres humanos al cabo, para alimentar al motor del eterno movimiento... ¿Qué sentido hubiese tenido mantener con vida a los pasajeros de los vagones de cola? ¿Qué sentido hubiese tenido esa nueva humanidad (grupo de supervivientes) cuyo destino era dar vueltas in aeternum alrededor de la Tierra sin hacer nada y sin servir para nada?
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