viernes, 7 de marzo de 2014

"Abel Sánchez", de Unamuno.


Nos dice Unamuno en su novela "Abel Sánchez" que su protagonista, Joaquín Monegro, es una víctima de la envidia, de esa envidia cainita tan característica de las Españas; de esa envidia igualitaria y tan nuestra (aristófoba) que tan bien definiera y criticara Gonzalo Fernández de la Mora.

Don Miguel nos describe a Joaquín como a un individuo disciplinado y responsable, inteligente y trabajador, pero que tiene la desgracia de tener que medirse, desde la infancia, con su amigo Abel, su antítesis en forma de individuo simpático, creativo, descuidado y agraciado por la fortuna y el amor.
Pudiera aceptarse como normal o inherente a la naturaleza humana que, ante el afortunado y bien parecido Abel, Joaquín sintiese cierta pelusilla o sana envidia. Sin embargo, resultará difícil que comprendamos la insana y patológica envidia que generará Joaquín a lo largo de la novela, sin considerar, inevitablemente, la presencia de graves trastornos de personalidad en su personaje.

Pienso que tras la enfermiza envidia que corroe el alma de Joaquín subyace una personalidad autoconflictiva plagada de inseguridades y de baja autoestima, quizás una personalidad algo narcisista (creerse superior y mejor que Abel) y también algo psicótica (excesiva desconfianza y recelo).
Unamuno, sin embargo, no elaborará un cuadro clínico, sino que a través de la narración de la historia vital (a lo largo del tiempo) de los personajes, nos irá describiendo y matizando el mal de Joaquín; nos irá dibujando la sintomatología de dicho mal: recelos y suspicacias, arrebatos de ira, venganza...

Tras analizar los perfiles de Joaquín y Abel, no pude evitar recordar a Narciso y Goldmundo, personajes de ficción creados por el escritor alemán Hermann Hesse.
Se pueden apreciar muchos paralelismos y similitudes entre los personajes de Unamuno y los de Hesse: el dualismo antagónico materia vs forma (el eterno conflicto también expuesto por el propio Unamuno en su deliciosa "Amor y Pedagogía"); vemos en ambas obras, "Abel Sánchez" y "Narciso y Goldmundo", el desarrollo de distintas trayectorias de vida, acordes con la idiosincrasia apriorística de cada personaje: conformismo vs rebeldía, meditación vs acción, autoncontrol vs espontaneidad, intelectualidad vs vitalidad...
Joaquín Monegro es, como Narciso, el individuo responsable y serio entregado a su trabajo, a sus deberes y sus obligaciones. Su proyecto de vida se lleva a cabo desde principios de verticalidad (vida en la cima) que le exigen sacrificios y renuncias a lo largo de toda su vida. Abel, por el contrario, es un artista creador y vitalista, despreocupado y aventurero. Abel, como Goldmundo, también es un auténtico espíritu libre afortunado en el amor y agraciado por la belleza física. Tanto Abel como Goldmundo desempeñarán proyectos de vida horizontales (vida en el valle) caracterizados por la falta de preocupaciones y la búsqueda del placer a través de experiencias vitales.

La espontánea vitalidad de Abel y Goldmundo será, en definitiva, la antítesis de la intelectualidad de Joaquín y Narciso; la apuesta por la vida se contrapondrá a la apuesta por el conocimiento; el ser en sí (conocimiento introspectivo) será el antagónico del ser ahí (experiencias vitales).
Pero a pesar de que los personajes unamunianos y hessianos comparten rasgos de identidad y parecidas formas de ser, y aunque cada uno de ellos constituye una metáfora o representación de diferentes formas de vida, existe una gran diferencia en cuanto a la manera en que Unamuno y Hesse resuelven el conflicto entre el eterno antagonismo entre idealismo vs vitalismo; el conflicto entre el ser en sí y ser ahí. Cada autor escogerá un desenlace de acorde con el objetivo último de su novela. Así, Hesse optará por la conciliación entre sus personajes, que será tanto como apostar por la reconciliación entre la idea y la vida, entre "el yo y las circunstancias", entre el ser en sí (uno mismo) y el ser ahí (experimentar en el mundo). Pero Unamuno, más pesimista y desde una perspectiva más patológica, española a la postre, decidirá que entre sus personajes predominará un eterno desencuentro irresoluble.

1) La conciliación:

Hesse apostará por una conciliación final entre sus personajes; por un reencuentro en realidad, pues los personajes hessianos tuvieron trayectorias vitales distantes por imperativo de las circunstancias y de sus respectivos "yo" (cada uno se instó ser él mismo). Los personajes hessianos no se distanciaron por desaveniencias o conflictos entre ellos, sino porque cada uno de ellos eligió libremente su camino o destino. Entre Narciso y Goldmundo siempre existió, de hecho, una admiración y respeto recíprocos. Su distanciamiento fue físico (en el espacio) pero no se debió a desencuentros afectivos.
Unamuno, por el contrario, no permitirá que Joaquín, el eterno envidioso, acabe conciliándose con Abel, alma pura que, al contrario que su amigo, nunca guardó resentimientos ni rencores.
Los personajes de Unamuno se mantendrán en un eterno conflicto irresoluble, en tanto una de las partes, Joaquín,  será incapaz de aceptarse a sí mismo. Mientras Abel, con el transcurrir de los años, siempre mantendrá vivo su afecto hacia Joaquín, el envidioso ebrio de resentimiento no podrá resolver su conflicto interno (patológico) y, consecuentemente, será incapaz de sentir afecto por el otrora amigo de su infancia.


 2) la patología presente:

Pero hay más diferencias entre ambos autores, pues mientras los personajes de Hesse son puros e inocentes y representan dos maneras de afrontar la vida, el personaje de Joaquín es, sin duda, patológico y enfermizo, emocionalmente inestable y autoconflictivo.
Unamuno nos vuelve a retratar a otra "Tía Tula", a otra Sta Teresa que vive sin vivir en ella misma; nos retrata a otro personaje que afronta la vida con dolor y tormento, con pesimismo y angustia existencial.
Si el perfil de Tula coincide con el de una feminista de nuestros días, con todo el radical dogmatismo que ello conlleva, Joaquín Monegro podría pasar, perfectamente, por un obsesivo compulsivo (ideas recurrentes sobre las traiciones de su amigo y sobre las diversas maneras en que él tramaría justa venganza). Quizás se ajustaría más a un perfil psicótico, siempre suspicaz y sospechando que los demás (Abel y su prima, sobre todo) se burlaban de él a sus espaldas, actuaban contra él y, lo más grave, que todo cuanto hacían los demás tenía como fin último atormentarle a él. Tal era la paranoia de Joaquín.

En cualquier caso, estoy seguro de que Unamuno retrata a Joaquín como un personaje patológico, pero Don Miguel en ningún momento desvela o diagnostica "el mal" de Joaquín, limitándose tan solo a señalarnos su enfermedad; una enfermedad del alma que, como en casi todos los protagonistas masculinos de su obra, deberá ser curada por la esposa, por la mujer que representa la espiritualidad y siempre se muestra religada a lo inmaterial, devota y religiosa: la madre-esposa. En palabras de Unamuno, el mal o enfermedad de Joaquín es la envidia, pero no contempla a ésta como un síntoma más de un importante desajuste psicológico, sino que la magnifica y erige en la causa primera y fundamental para explicar el difícil carácter de Joaquín.

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