La actual crisis que asola a Occidente nos está despertando de un largo y acomodado letargo; nos está obligando a poner cuidado, una vez más, en las cuestiones vitales que más importan: ¿Qué es el hombre?, ¿tiene sentido nuestra existencia?, ¿hacia dónde se dirige la humanidad?
Mucho ha llovido desde que Heidegger, en su magnífica "Ser y tiempo", nos alertara de la necesidad de preguntarnos por el sentido del ser.
Decía Heidegger que el ser, envuelto en la cotidianidad, se nos había hecho demasiado familiar, hasta el punto de que la época de la Modernidad, con todos sus grandes avances científicos y técnicos, que nos alejaron del mundo natural, provocó su ocultación. La caída del ser provocó el olvido de la cuestión única y más transcendental de la que es responsable (pastor) el Dasein (el ser humano en sí y ahí): la vida.
Si el ser humano no se responsabiliza del ser; de su ser con el mundo, con la naturaleza, con la ecología, de su ser con los demás (relaciones sociales)... ¿Quién lo hará?
Nadie, desde luego.
No hay ningún filósofo y/o pensador que no esté de acuerdo en que solo a nosotros, al género humano, nos compete ser responsables de nuestro destino futuro; nos compete ser celosos guardianes y tener cuidado del ser (del ex-sistere ahí, en el mundo).
Sin embargo, para preguntarnos por el sentido del ser debemos, primero, tener claro cuál es el papel del hombre, cuál es el rol que desempeña el ser humano (Dasein) en su relación con su ex-sistere, con el mundo y sus circunstancias. Dependiendo de la relevancia que le otorguemos al hombre (a la humanidad, en definitiva) podremos justificar sus acciones a través de mayores o menores limitaciones ético-morales.
Llegados a este punto, chocan inevitablemente dos filosofías antagónicas en lo concerniente a decidir o definir qué es el hombre, es decir, definir cuál es la esencia del hombre.
Heidegger reconoce que la humanidad del hombre reside en su esencia (ver carta sobre el humanismo), y por ello le resulta obligado que nos preguntemos: ¿desde dónde y cómo se determina la esencia del hombre? Para poder responder esta cuestión tenemos, primero, que decidir si el hombre es el responsable del ser o tan solo es el ser en sí mismo:
El hombre es el pastor del ser (visión naturalista de Heidegger)
Cuando Heidegger sostiene que el hombre es el pastor del ser, está reconociendo que el hombre es el único capaz de preguntarse por el sentido transcendental (metafísico, místico o religioso) de su existencia. El ser humano es el único ser vivo que, para justificar su existencia, debe positivar la muerte, es decir, es el único ser viviente que, sabiendo que su existencia tendrá un fin, buscara un sentido a su ex-sistere. Según Heidegger, esencia y existencia coexisten y son lo mismo, pues el ser humano, en tanto consciente de que puede preguntarse sobre su ex-sistere también es inevitablemente es-sentia o posibilidad. Concluye Heidegger que la es-sentía, la posibilidad de ser, es descubierta a través del ex-sistere, pero solo si el Dasein (ser humano) pone cuidado en ello, es decir, solo si orienta su vida a preguntarse por el sentido del ser a través de un retorno a la naturaleza y un alejamiento del mundo de la técnica.
El hombre es justificación de sí mismo (visión humanista de Karl Marx)
El marxismo, desde el mismo momento en que se proclama ateo, no tiene más remedio que justificar al hombre a través del propio hombre. El ser humano no tiene por qué poner cuidado en desvelar o desocultar ningún sentido del ser que esté fuera del alcance de la ciencia. Cualquier preocupación metafísica, mística o religiosa, inaccesible al materialismo científico y al empirismo, no son relevantes para el ex-sistere.
Sartre, al sostener que el existencialismo es un humanismo, hace predominar la existencia humana sobre la propia esencia: "L´existence précède l´essence", algo en lo que también estará de acuerdo Heidegger: primero existimos, es decir, somos arrojados desnudos a la realidad (Xavier Zubiri).
Sin embargo, Sartre, el gran justificador del humanismo, entendido éste como una suerte de religión incuestionable que legitima al hombre a través de sí mismo, sostendrá que la es-sentia o tanscendencia de los actos humanos no se dan ni se desvelan tras cuidado o búsqueda de la misma, sino que se construye.
Conclusión: Así pues, decidir desde dónde o cómo se determina la esencia del hombre, será tanto como decidir si el hombre, responsable de sus actos y, por ende, del mundo que le rodea, es un guardián o un creador.
La es-sentia, la posibilidad del ser a través de la cual el ser humano da sentido a su existencia, ¿debe encontrarse o hacerse?
¿La es-sentia ya está entre nos, oculta entre lo cotidiano, o debemos crearla? ¿Debemos conducirnos como pastores que descubren y guardan la esencia del ser, inmersa en la naturaleza, o debemos comportarnos como dioses, creando nuestra es-sentia a través de la ciencia y de la técnica?
Consecuencias o derivas ideológicas de ambos posicionamientos.
La época de la Modernidad, en palabras de Heidegger, supuso una caída u olvido por la cuestión del ser. La ciencia y la técnica empequeñecieron al hombre en la medida que lo alejaron del mundo natural. En realidad, sostenía Heidegger, la esencia del ser ha estado siempre delante de nuestras narices, formando parte de nuestra existencia, pero oculta tras las formas cotidianas de los entes materiales de los que cada vez somos más dependientes. Esclavos, diría yo.
Retornar a la naturaleza, y volver a revalorarizar las cuestiones importantes de la vida (sentido del ser), será lo que salve al hombre del nihilismo existencial, de la angustia de la nada y del miedo a no ser (muerte).
Sin embargo, el humanismo, que erige al hombre en Dios de sí mismo, no pretende vivir en comunión y armonía con su esencia (en la naturaleza), sino que intenta salvar al ser humano a través del alejamiento de éste del mundo natural, que será tanto como alejarle de sus instintos animales más irracionales; será tanto como alejarle de la posibilidad de encontrar y cuidar del sentido de su auténtico ser (llegar a ser uno mismo).
Se podría decir que Heidegger apuesta por una vida provinciana, todavía por civilizar completamente, frente a un humanismo urbanita que apuesta claramente por la vida civilizada a través del conocimiento científico y la técnica.
Heidegger propone que el hombre (homo) siga siendo hombre, pastor del ser en comunión con la naturaleza, y por eso en su "Carta sobre el humanismo" señala las debilidades de aquellas ideologías y/o filosofías empeñadas en convertir al hombre en humano (humanus) despojándole de su esencia primigenia y, por tanto, sumiéndole en el nihilismo existencial de la angustia y la desesperanza.
Heidegger vio que el homo (hombre) transformándose en humanus ("humano, demasiado humano", que diría Nietzsche) se alejaba cada vez más, paradójicamente, de su condición de hombre libre.
Críticas y propuestas para urbanizar la provincia heideggeriana
Uno de los principales críticos de Heidegger es Jürgen Habermas, el cual llegó a escribir aquel célebre "Pensar con Heidegger contra Heidegger". Y es que el sagaz Habermas, ferviente defensor de la socialdemocracia, todavía sigue viendo en el padre de "Ser y Tiempo" a un ideólogo del nacionalsocialismo, aunque no deja de reconocerle sus acertados análisis sobre el ser humano y la existencia. De ahí la necesidad de pensar con Heidegger para preguntar por el sentido del ser, pero contra Heidegger, para rebatir las recetas que éste propuso para superar el nihilismo, hijo de la Modernidad.
Habermas está de acuerdo, como lo está la generalidad de pensadores actuales, que es necesario articular un nuevo humanismo que no subyugue al ser humano y que le permita encontrarse consigo mismo, en completa libertad. Por ello opina que las ideas de Heidegger, sobre el retorno a la naturaleza y la defensa de construir un nuevo mundo espiritual, aunque válidas, son susceptibles de volver a utilizarse para legitimar nuevos fascismos.
En palabras del filósofo español Manuel Jiménez Redondo, Habermas propone urbanizar la provinciana heideggeriana a través de la socialdemocracia, conservando así las bondades de un retorno a la naturaleza y la necesidad de buscarle un sentido a la vida, pero civilizando lo suficiente al animal irracional, que es el hombre, para que no se torne en exceso salvaje (fascista).
Efectivamente, ya pocos pensadores, al menos de probada y excelsa valía, creen en el humanismo marxista, a la postre ideología subyugadora que, a fuer de proclamar defender los derechos y libertades de los hombres, a través del progresivo alejamiento de sus instintos más animales y naturales (proceso de civilización), los domesticaron tanto que acabaron convirtiéndoles en seres cobardes y acomodaticios, o en animales de lujo, como señalaría acertadamente Peter Sloterdijk.
Habermas, como antes hiciera Gadamer con su alternativa democristiana, propone superar lo que de barbarie pudiera quedar en las ideas de Heidegger; propone civilizar la provincia heideggeriana a través de una alternativa socialdemócrata.
Y es que Habermas, no solo critica la propuesta heideggeriana de retorno a la naturaleza, sino también la alternativa demócrata cristiana de Gadamer, por considerar que ésta peca todavía de exceso de verticalidad.
Pero Manuel Jiménez Redondo, gran conocedor y traductor de la obra de Habermas, se ha dado cuenta de que, a día de hoy, ni la socialdemocracia ni el democristianismo han logrado urbanizar satisfactoriamente la provincia heideggeriana. Así lo demuestra la grave crisis actual que padecemos, consecuencia de un errado humanismo que, intentando justificar al hombre a través de sí mismo, le ha alejado de sus referentes místicos y espirituales, sumiéndole en una nihilista crisis de valores.
Dice Jiménez Redondo que las masas, ahora, reclaman una radical democracia, tras ser conscientes del sucedáneo que, de la misma, les estaba proporcionando un humanismo que, para salvar al hombre de sí mismo, lo humanizaba (civilizaba) a través de una pedagogía social que, en el fondo, solo pretendía hacerle creer que era libre, cuando no era sino ganado humano cebado con pienso adoctrinador.
Y es que, el humanismo heredero de Marx, aunque enmendado para poder seguir siendo legitimado por las actuales socialdemocracias y alternativas democristianas, ha fracasado definitivamente al no ser capaz de salvar la agonizante civilización occidental.
Aquella opción vital que prescindió de la es-sentia y decidió olvidarse orgullosamente del cuidado de la misma, solo se ha estado dedicando, tras la II GM, a domesticar y civilizar al ser humano a través de granjas-escuelas. Se ha estado dedicando a convertir al ser humano en un animal de lujo, egoísta y materialista, al tiempo que le sustraía cualquier vestigio de irracional salvajismo.
También Peter Sloterdijk, heredero de la filosofía de Heidegger, ha señalado las falaces premisas conciliadoras de Habermas, obcecado en hacer malabarismos filosóficos por tal de reconciliar la verdad desvelada por Heidegger con la necesidad de civilizarle y seguir apostando por un humanismo en el que cada vez, por cierto, menos gente cree.
De hecho, Jiménez Redondo ya ha advertido desde su cátedra sobre algo que muchos temen en silencio: la constatación del fracaso del humanismo, responsable directo de la crisis de valores que asola Occidente, está propiciando el deseo, cada vez entre más descontentos, de retornar a la provincia heideggeriana.
Quizás ya no haya salvación o, como concluyera Heidegger, quizás solo un Dios puede salvarnos, porque sin Dios ¿Qué nos impide perpetrar un holocausto? ¿Qué nos impide lanzar bombas atómicas al enemigo? ¿Qué nos impide realizar manipulaciones genéticas que transgredan las leyes de la naturaleza? ¿Qué nos impide que nosotros mismos, los animales de lujo en que nos hemos convertido, ejerzamos de soberbios diosecillos?
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