domingo, 23 de marzo de 2014

Análisis crítico del liberalismo.

Harto estoy de tener que leer, cuando no de rebatir, las argumentaciones falaces de multitud de individuos (seguidores de dogmáticas ideologías) empeñados en culpabilizar al liberalismo de todos los males de la humanidad.
Sorprende, entre el exceso de mentiras y errores que abundan al respecto, que todavía muchos ilusos sigan creyendo firmemente que el gobierno del PP sea liberal o neoliberal. ¿Qué?

Supongo que semejante visión pervertida de la realidad es fruto del error, frecuente sin duda, consistente en igualar liberalismo y capitalismo.
Si bien es cierto que el capitalismo (sistema económico) fue hijo, bastardo en mi parecer, del liberalismo filosófico primigenio, no es menos cierto que poco tuvo que ver la deriva inmoral que tomó el capitalismo con las ideas sobre ética y moral de Stuart Mill, John Locke, e incluso con las del tan denostado Adam Smith.
Entendiendo esta clara y obligada diferencia entre liberalismo y capitalismo, se puede entender la deriva inmoral del gobierno del PP: un gobierno que legisla por y para seguir manteniendo vivo un ignominioso sistema capitalista, a favor de las grandes fortunas, de la Banca y de los grandes oligopolios energéticos, y que, sin embargo, no defiende las libertades individuales, pilar fundamental de un verdadero sistema liberal. De hecho, sobre la defensa de las libertades individuales, cabe esperarse tanto del PP como del PSOE, o de esa otra izquierda, todavía más uniformadora y negadora de las libertades individuales, que antepone los dictados de un Estado omnipresente y todopoderoso al libre albedrío de los ciudadanos.

Liberalismo y capitalismo.

¿Qué ha sucedido para que se confunda o se iguale el liberalismo con el capitalismo?
Muy sencillo, ha sucedido lo mismo que le pasó a Marx con el comunismo, pues si el marxismo fue el padre del comunismo, no es menos cierto que el comunismo, en su devenir a lo largo de la historia, poco acabó teniendo que ver con la ética y la moral marxista. ¿O me diréis que no tengo razón?
La pérdida de referentes éticos y morales es la causa principal que explica las perversiones que a lo largo de la historia sufren la generalidad de las ideologías. Y es que, cuando una ideología, cualquiera, deja de aspirar a tener como referente ético una moral universal, tiende a convertirse en una justificación particularista de sí misma; entra, así, en una dinámica del todo vale, es decir, pierde su legitimidad moral en aras de reforzar su particular legitimación instrumental: cualquier medio es válido para arribar al fin.

El capitalismo, al olvidar los referentes éticos y morales de sus padres liberales, se olvidó, de facto, de que su verdadera razón de ser no era otra que la de permitir que los seres humanos pudieran desempeñar sus proyectos de vida libremente; siendo libres para crear, para producir, para comprar y para vender bienes, para tener propiedades... pero sin por ello tener que convertir a otros seres humanos en medios sacrificables por tal de mejor servir sus intereses.
El grave error del capitalismo, decepción de sus padres liberales, fue obcecarse en olvidarse de sus referentes espirituales, humanos al cabo, para acabar abrazando becerros de oro desde una visón deshumanizada, y por tanto inmoral, de la vida.

Críticos del liberalismo.

Siendo honestos, hay que reconocer que cuando Marx y Engels reivindicaron la dignidad de todos los seres humanos, a través de su "Manifiesto Comunista", no atacaron tanto al liberalismo como al sistema capitalista.
Sin embargo, la articulación de la nueva ideología marxista, que pretendía legitimarse como la vía más justa para alcanzar la sociedad perfecta (la utópica comunidad socialista), necesitaba construirse sobre los cimientos de su antecesora; necesitaba negar las bondades del liberalismo, que en verdad eran muchas, por tal de mejor justificar una nueva visión o interpretación de la vida. Fue necesaria una deconstrucción de la filosofía liberal para reinterpretarla y acomodarla a una nueva verdad; fue necesario juzgar al liberalismo a través de los pecados de su hijo bastardo, el capitalismo, para proclamar una ideología más justa: el socialismo utópico.
No es cuestión, llegados a este punto, de volver a señalar las falacias del marxismo; ni es momento de volver a incidir en la clara intención del mismo de transmutar valores (ver "Análisis Crítico del Manifiesto Comunista"), pero sí creo necesario reflexionar brevemente sobre las críticas que de la filosofía liberal harían más tarde los hijos rebeldes del marxismo: fascismo, nacionalsocialismo y falangismo.

Fascismo y nacionalsocialismo.

No es mi intención, en este breve análisis crítico sobre el liberalismo, ahondar en el conocimiento de las ideologías fascistas y nacionalsocialistas, pero las traigo a colación porque ambos suprematismos ideológicos fueron herederos del marxismo; fueron los hijos rebeldes que, asumiendo la verdad marxista de que era necesario articular sociedades más justas que fueran respetuosas con la dignidad humana, no comulgaron, sin embargo, con la aspiración internacionalista del marxismo.
Mussolini, que fue un ferviente socialista en su juventud, seguramente había leído con atención "El Manifiesto Comunista". Y, como otros muchos intelectuales de la época, Mussolini creyó una obligación moral rescatar al ser humano (la clase proletaria) de la esclavitud a la que le sometía el deshumanizado sistema capitalista. Pero Mussolini, como Hitler seguramente, también había leído a Nietzsche, y  por ello, no pudo por menos que ver en el "Manifiesto Comunista", además de una reivindicación justa, una negación interesada de los valores burgueses por tal de mejor legitimar nuevos valores socialistas: vio una clara transmutación de valores, una interesada deconstrucción de la realidad para mejor poder legitimar la consecución de otra realidad utópica.
Fascismo y nacionalsocialismo fueron reacciones justas y creativas ante el afán impositor del marxismo, el cual, sin ningún rubor, y tras demostrar que las verdades eran relativas, no tuvo empacho alguno en sostener una incuestionable verdad absoluta: el fin último de la historia habría de ser la consecución del socialismo. ¿Grave incongruencia teórica o cínico ejercicio de hipocresía?
Pero es que, además, ni el fascismo italiano ni el nacionalsocialismo alemán quisieron permitir que la razón de ser de sus respectivas identidades histórico-culturales fuesen negadas por una falaz aspiración a un nuevo universalismo, ahora socialista, que no cristiano; no creyeron en la nueva promesa de felicidad universal (en la Tierra, que no en los cielos) que salvaría a los parias y oprimidos (proletarios) de los malvados burgueses (otrora gentiles). Nada nuevo bajo el Sol. Fascistas y nazis fueron los nuevos fariseos que no creyeron en el mesías Marx ni en el advenimiento de una nueva verdad socialista. Italianos y alemanes tomaron del marxismo lo que de bueno y justo hallaron en él, pero salvaguardando, al tiempo, sus respectivas razones de ser (justificaciones históricas de sus respectivas naciones).
Tampoco toca ahora señalar los errores y demás perversiones, cuando no inmoralidades, de las que fueron responsables las ideologías fascistas y nacionalsocialistas. Baste tan solo mencionar, como dato importante, que ambas ideologías, en extremo celosas de sus respectivas verdades, también hallaron en el liberalismo un enemigo común al que combatir.

Nacionalsindicalismo.

El mismo José Antonio jamás tuvo reparo alguno en reconocer las bondades del marxismo; supo de la obligación moral de preservar la dignidad humana y deseaba que al pueblo no se le negase ni el pan ni la justicia.
Algunos estudiosos del nacionalsindicalismo, tras leer "la Revolución del Nacionalsindicalismo" de José Luis Arrese, han apreciado claras influencias de "El Capital", sobre todo en lo concerniente a las preocupaciones falangistas por dignificar la vida de los trabajadores mediante un reparto más justo de las plusvalías:

“...hagamos un sistema (…) no de clases, no de capitalistas ni de proletarios, sino de productores.,[…] en el que el capital sea una fuente de producción, pero no de lucro; en el que patronos, técnicos y obreros sean, en proporción al esfuerzo de cada uno, los únicos copartícipes del beneficio producido, sin odios, sin clases, y habremos hecho la verdadera revolución social”.

Las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas) fueron, de hecho, el movimiento que más ideología marxista asimiló y, más tarde, reinterpretó de acuerdo a la necesidad de preservar dos pilares fundamentales negados por el marxismo: el concepto de nación y el catolicismo.
España, así, creaba y articulaba sus propias defensas ideológicas frente a un marxismo que se erigía en paladín del internacionalismo y del ateísmo.

Desde mi humilde punto de vista, la comunión entre FE (Falange Española) y JONS fue un acto contranatura, quizás instado por las difíciles circunstancias del momento y por la necesidad de hacer frente común a las ideologías deconstructivistas (negadoras) del momento, que pretendían transmutar los valores tradicionales por otros: socialistas, comunistas y anarquistas.
José Antonio, líder carismático de FE, siempre se me ha antojado el perfecto caballero-poeta prototipo del ideal romántico; porte aristocrático y noble, leal con sus amigos y capaz de ver a la persona muy por encima de prejuicios ideológicos. Entre las amistades de José Antonio se encontraban personalidades tan dispares como las de Indalecio Prieto (socialista) y García Lorca (poeta).
Mucho se podría debatir sobre la injusticia histórica que, leyes revanchistas de memoria histórica mediante, ha distorsionado la imagen de José Antonio y la de otros muchos falangistas, pero no seré yo quien lo haga. Y no lo haré porque no toca, pero también porque sería como predicar en desiertos yermos de espíritu conocedor. ¿A quién le puede importar que los hermanos Rosales, ilustres falangistas, intentaran por todos los medios salvar la vida de García Lorca? ¿A quién le puede interesar, hoy, saber que muchos intelectuales del falangismo, Arrese entre ellos, disintieran del régimen franquista? ¿A quiénes les importa la verdad tanto como para instarse a leer, estudiar, cuestionar y someter a análisis críticos las verdades impuestas por las realidades sociales de cada momento?

Y, sin embargo, José Antonio también pecó. Y pecó a la manera de socialistas y comunistas; pecó como fascistas y nacionalsocialistas; pecó como muchos intelectuales, a derecha e izquierda, siguen pecando ahora: culpando al liberalismo de todos los males de la humanidad.
Cuando José Antonio pronunció su famoso discurso del acto fundacional de FE, en el teatro de la Comedia de Madrid, no pudo evitar recurrir al mismo argumento falaz que el comunismo heredero de Marx. Y José Antonio perdió su bonhomía al arremeter contra Jacobo, permitiéndose la licencia de criticar a Jean-Jacques Rousseau, precisamente, por considerarle uno de los padres del liberalismo.
Y José Antonio pecó más gravemente que fascistas y nacionalsocialistas, porque él mismo, sin ser consciente de ello, fue un perfecto ejemplo de persona liberal que devino otra cosa por imperativo de graves circunstancias históricas.

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