Hace tiempo que vengo "sospechando" que el peor enemigo del hombre, del hombre de carne y hueso quiero decir, es el humanismo.
Nuestro vecino humanista, el que vive junto a nosotros, se ha convertido en un animal de lujo, es decir, ya se ha olvidado de qué es la vida y considera propio de mentes provincianas el seguir preguntando por el sentido del ser.
El humanista perfecto ya no adora a "dioses, reyes ni tribunos" y se considera un animal tan privilegiado que no puede por menos que desear compartir su dicha y su dominio señorial con el resto de los seres vivos del planeta; ecologista, pacifista, vegetariano, o mejor aún vegano, son algunos de los muchos calificativos que utiliza para definir y proclamar su bonhomía y supremacía moral por encima del resto de hombres libres, todavía aldeanos, todavía por domesticar.
Y es que el buen humanista no quiere mentes alcornoqueñas en la urbe civilizada y perfecta; no quiere animales salvajes (al menos que no hayan sido completamente domados) en su ciudad, en ese símil a pequeña escala de una soñada sociedad utópica donde no existan las penas ni las miserias.
El celoso humanista, celoso de su verdad, por supuesto, se jacta de ser el último defensor del bien y de la justicia a nivel universal, o planetario, como dijera alguno de los más insignes humanistas del socialismo más reciente.
El hombre de carne y hueso, por el contrario, aspira a ser libre, detesta esa ciudad uniformada y tan perfectamente normativizada y reglada que niega, insistente, su razón de ser. Los últimos hombres libres quieren seguir comiéndose a sus hermanos los animales, pero sin rencor y sin prepotencia, sino tan solo por mero instinto ancestral de supervivencia y por el placer (para qué negarlo) de sentir entre sus dientes un pedazo de carne jugosa.
Hace tiempo que el humanismo, a fuer de humano, demasiado humano, se volvió, paradójicamente, en el peor enemigo del hombre; se convirtió en un celoso y dogmático guardián de un novedoso y creciente supremacismo humanista.
Superado el supremacismo religioso, y estando bajo duda el suprematismo ideológico, no han faltado fieles desorientados, necesitados de promesas de esperanzas, pero sobrados de fe, dispuestos a soñar con un nuevo mundo ebrio de paz y armonía; paz y armonía para todos los seres vivos del planeta; también para nuestros hermanos animales, por supuesto.
Sin embargo, alguien dijo alguna vez, y dijo bien en mi parecer, que quien pretende quedar bien con todos acaba por no quedar bien con nadie. O dicho en Román paladino: no se puede estar al tiempo con Dios y con el Diablo.
No es de recibo, por ejemplo, que a quienes defienden con uñas y dientes los derechos de sus mascotas, les importe una higa (por decirlo suavemente) la libertad y los derechos de sus vecinos humanos.
Así, como la suerte de religión que es, el nuevo suprematismo humanista establece implícitamente una serie de mandamientos:
1) Si el hermano animal ladra insistentemente a las tantas de la madrugada, el hermano hombre deberá joderse.
2) Si el hermano animal se caga graciosamente en la vía pública, más tonto será el hermano hombre si pisa sus excrementos.
3) El hermano animal tiene derecho a correr libre en parques y jardines, y sin bozal, pues corresponde al hermano hombre salvaguardarse a sí mismo y a sus hijos si desea compartir espacios comunes con el hermano perro.
3) El hermano animal, al acercarse a olisquear o lamer a un hermano hombre desconocido, solo quiere jugar, en absoluto molestar ni vulnerar el espacio interpersonal de éste.
5) NO es propio del humanismo (del supremacismo humanista, se entiende) torturar o sacrificar a los hermanos animales. A los hermanos hombres que así lo hicieran habría que castrarlos (cita textual , y no de las más duras, que pueden leerse en páginas y organizaciones ecologistas y pro-derechos de los animales).
6) NO comerás hermanos animales. Y el hermano hombre que así lo hiciere demostrará ser un salvaje insensible que no merecerá formar parte de la especie humana.
Los defensores del supremacismo humanista señalan con el dedo a los últimos hombres libres y les acusan de especismo (¡toma palabro!); les acusan de discriminar y no respetar los derechos de todos los seres vivos del planeta, de sus hermanos animales en particular. Les acusan de no estar, todavía, lo suficientemente civilizados.
Resulta curioso, sin embargo, que nuestros ilustres humanistas, al tiempo que defienden y abogan por defender los Derechos de los animales, no les exijan a estos ninguna responsabilidad. Claro, no podrían, pues nuestros hermanos animales no son racionales ni inteligentes; ni, por lo tanto, pueden ser morales.
Estoy considerando, seriamente, reivindicar mi Derecho, como hermano hombre, a cambiar mi estatus jurídico o de especie al de hermano animal.
Me imagino que deberá resultar gratificante y una máxima expresión de libertad el poder corretear desnudo por las calles; poder cagar en cualquier esquina y, llegado el caso, poder olisquear las entrepiernas de bellos mancebos y doncellas (atención a la habilidad con que eludo la crítica feminista). ¡Qué deleite poder lamer a un hermano hombre cualquiera, y poder decir que solo queríamos jugar!
Pero claro, se me presentaría un problema: ¿Qué bondadoso hermano hombre me acogería como mascota para responsabilizarse de todas mis juguetonas acciones?
¿Qué hermano hombre le espetaría a los vecinos que si ladro por las noches es porque soy un ser libre sin responsabilidades?
¿Qué hermano hombre me dejaría cagar orgulloso en la vía pública y me defendería de esos hermanos hombres, tan estirados y pulcros, que me lo echarían en cara?
Por fis... ¿alguien quiere adoptarme como mascota?