Introducción
Vivimos tiempos difíciles. La verdad de nuestros padres agoniza, y con ella no solo cualquier atisbo de esencia trascendente o suprasensible, sino también la razón entendida como praxis operativa, sensata y apegada a la realidad . Se impone, imparable, la verdad de la madre; una verdad sensible o "multiverdad" que legitima peregrinos y utópicos ideales.
Algunos la han bautizado como "posverdad", pero ese rasgo intrínseco a su razón de ser, que aspira a aglutinar y formar un UNO ABSOLUTO, sumando "múltiples" conciencias, la convierten, de facto, en una multiverdad; una multiverdad que no duda en reconocer como auténticas a todas y cada una de las conciencias de aquellas minorías, "supuestamente" oprimidas, que osan vindicar "su verdad" (animalistas, ecologistas, feministas, nuevas ideologías LGTBI...) frente a la verdad tradicional del padre.
Paradoja o trampa perversa
Pero esta nueva "multiverdad" que intentan imponernos, y que acepta a todas aquellas conciencias necesitadas de ser "liberadas", vuelve a erigirse, precisamente por autojustificarse como conciencia emancipadora, en un nuevo falo todopoderoso y sometedor. Es decir, la multiverdad solo reconoce como legítimo y justo el dolor de quienes han sido víctimas de la prepotencia paternal. Y como el padre tiene muchos nombres y muchos rostros: capitalismo, cristianismo, machismo, especismo, también la madre debe "crear" sus verdades anteponiéndolas a las del padre: comunismo, Islam, feminismo, antiespecismo o animalismo.
Al final, la madre se torna prepotente, tanto o más que el padre al que siempre quiso castrar. Y no puede evitar caer en la locura dogmática. Ya no le bastará tan solo con castrar al padre simbólicamente, despreciando y ridiculizando su miembro viril, sino que ella misma convertirá su "chocho" en un sustituto supremacista del falo masculino. Así, las excelencias del "chocho" serán cantadas por las nuevas "juglaras" que, a través de psicodramas estéticos y perfomances varias, reivindicarán la FUERZA sexual, buena y justa, de la nueva verdad. La verdad del pirulo es sustituida por la verdad del chumino. La granja seguirá teniendo a su Napoleón, pero ahora con el sexo de una cerdita Napoleona.
Una paradoja, la del liberador que se convierte en subyugador, que, por otra parte, se ha dado siempre a lo largo de la historia en todas aquellas conciencias que fingían ingenuidad (ahora también fingen victimismo) por tal de enmascarar sus prepotentes desprecios; conciencias que antes eran religiosas y/o ideológicas, pero que ahora son una mezcla de "todo", matriarcales en definitiva.
La religión del matriarcado
Esta nueva religión matriarcal, que emana del seno de la madre, por fuer ha de ser politeísta, pues se obliga a reconocer a múltiples dioses, todos distintos entre sí, pero con un fuerte nexo en común; el odio hacia el padre, ergo también el odio y desprecio hacia lo masculino y la masculinidad. De esta manera, la madre se torna sectaria, pues despreciará a sus hijos varones y, peor aún, les exigirá a estos que renieguen de su sexo, que se "autocastren", si quieren formar parte de la nueva multiverdad o conciencia auténtica que ha sido llamada por la historia para postularse como el fin últmo o destino final que habrá de alcanzar la humanidad (¡cuánto daño hizo el marxismo!).
Como toda religión dogmática que se precie, la multiverdad del matriarcado tiene sus férreos dogmas y no duda en condenar a la hoguera a cualquier hereje que ose cuestionar "su verdad", su razón de ser y legitimidad histórica, al cabo.
Creen las fieles seguidoras de esta multiverdad (y también algunos seguidores ya castrados) que el fin último de la historia no ha tenido lugar todavía, pues todavía debe triunfar "la revolución de los chochos" y lograrse la utópica sociedad del chumino.