INTRODUCCIÓN
Unamuno elaboró en su novela "La tía Tula" el perfil psicológico de lo que, actualmente, podríamos considerar una femimarxista radical: una mujer que soñaba con ser madre sin catar varón; una mujer arisca que despreciaba al sexo masculino. Tula solía acabar su interacción con cualquier hombre, incluso con el párroco de su pueblo, con un despectivo "hombre, al cabo", dando a entender que ningún varón, por virtuoso y religioso que fuera, estaba libre del pecado de "ser hombre", de pensar y actuar como un hombre.
He ahí el grave pecado que no perdona el femimarxismo; la existencia del hombre. Hemos visto como algunas fieles creyentes han llevado su fe demasiado lejos, como la profesora de un instituto que declaró en su clase, ante el estupor de sus alumnos, que los niños varones deberían ser castrados al nacer. Sí, en ocasiones, su sucio y dogmático subconsciente se desnuda catárticamente, liberándose de los mecanismos represivos que intentaban esconder sus más oscuros deseos.
Pero el femimarxismo, con el tiempo, también está aprendiendo a "refinarse", es decir, está aprendiendo a reprimir y ocultar sus más inconfesables sueños supremacistas. Las locas feministas de hoy, que por algo son también marxistas, que no nazis, han aprendido que para "crear conciencia de género", que no de clase, primero tienen que dominar y controlar toda la superestructura: sistema educativo, medios de información e instituciones culturales. En ello están.
Ya tenemos una inútil ministra de Igualdad en España; tenemos chiringuitos femimarxistas repartidos por todo el territorio nacional; tenemos asesoras de género en nuestras escuelas y, peor aún, en nuestro castrado ejército. Cada vez son más los "aliades", hombres sumisos y claudicantes, que se declaran feministas (jajaja...). Pero todavía quedan hombres, los últimos hombres libres, que se resisten a sucumbir a los castradores cantos sirénidos que, hábilmente, estas locas disfrazan con melodías de bellos igualitarismos.
La IGUALDAD entre hombres y mujeres ya existe de facto, y así se reconoce en nuestra Constitución, pero hay que seguir insistiendo en que la mujer de hoy continúa estando oprimida y es víctima del varón, siempre agresivo y violador, siempre "hombre al cabo".
HETERO O GAY, HOMBRES AL CABO
Las femimarxistas atacaron, primero, a la presa más desprotegida: el varón "provinciano", que era un objetivo fácil en tanto que hombre primitivo, instintivo y de "cagada fácil"; el bocas que todavía se enorgullecía de ser el típico macho español depositario de los valores de sus abuelos. A estos se los comieron con patatas.
Después fueron a por los varones "civilizados", los ilustrados con pasado marxista. No les resultó difícil reclutar "aliades" entre estos hombres, tibios y mansos, que podían ser tanto heteros como homosexuales.
Pero pincharon en hueso al intentar rendir a los últimos hombres de carne y hueso que seguían estando orgullosos de su hombría, independientemente de su orientación sexual.
Obsérvese que entre los últimos hombres de carne y hueso también he incluido a los homosexuales. ¿Por qué? Porque de la misma manera que hay heterosexuales aliades y afeminados, también hay homosexuales ebrios de testosterona que se sienten hombres, con dos cojones y con todas las de la ley.
Por eso, el femimarxismo, que de tonto no tiene un pelo, no tolera al homosexual testosterónico y prefiere a la loca fashion con pluma, de la misma manera que prefiere al heterosexual afeminado y sumiso. El hombre, sea cual sea su orientación sexual, debe ser sometido a los dictados del supremacismo femimarxista, es decir, debe ser "aliade" (siervo) de la hembra empoderada. ¿Cómo lograrlo? Pues a través de la ficción, el cine y la televisión.
QUÍTATE QUE ME PONGO YO
Como ya expliqué en otra de mis reflexiones, la conciencia supremacista, y el femimarxismo lo es, no busca la verdadera igualdad entre conciencias, sino el dominio y control del Ser, el mundo y la realidad.
Para ello, la "conciencia de género femenino" debe calar en todas y cada una de las conciencias individuales. Y para llegar a cada conciencia individual, y a la realidad misma, nada mejor que hacerlo a través de las posibilidades que ofrece la ficción: las series de televisión.
Podría enumerar un sinfín de series donde, como diría Nietzsche, se están transmutando los valores de la tradicional conciencia heteropatriarcal para readaptarlos y reinterpretarlos según los dictados de la nueva conciencia femimarxista.
Pongamos algunos ejemplos:
"The Witcher" (el brujo), "Valhalla", "1883" y "Merlí".
En todas estas series, y en casi la generalidad de las series actuales, las protagonistas son mujeres. Pero estas protagonistas, como también expliqué en otra reflexión, no desempeñan roles "tradicionales femeninos", sino que le han arrebato al varón la testosterona, hacen suyos los valores tradicionales masculinos, tales como la fuerza, el honor, la valentía, el sacrificio, la heroicidad...
El femimarxismo ha entendido que "el pensamiento sensible", a través del cual se legitimó el feminismo primigenio "no vende", y que para empoderarse tiene que actuar y pensar como un hombre, aunque sea en un cuerpo de mujer. No se trata de empoderar valores femeninos, sino de arrebatarle al varón su esencia, espíritu o testosterona, como se prefiera, y cambiar al amo de la granja (bien visto, Orwell).
En The Witcher, como en la más reciente "La rueda del tiempo", los actores varones quedan relegados a la labor de guardianes protectores; son la guardia pretoriana que debe proteger a las mujeres protagonistas empoderadas que son, realmente, las que tienen el poder, mágico y supranatural, para cambiar el mundo.
"Valhalla", precuela de la exitosa "Vikingos", es otro claro ejemplo de la transmutación de valores a la que me refiero. Ahora la protagonista es Freija, una guerrera empoderada que folla con quien quiere y cuando quiere; es una rubia buenorra de 1,85 de estatura que sobrepasa en altura a muchos de sus compañeros varones. ¿Casualidad?
Pero en esta serie aún han ido más lejos y han matado dos pájaros de un tiro, colándonos, además, a una condesa vikinga y negra. ¡Será por transmutación de valores y realidades históricas!
Con "1883" también le tocó al western ser presa de la conciencia femimarxista. La protagonista, de nuevo es una empoderada buenorra, rubia de 1´75, que lo mismo se folla a un ingenuo vaquero que a un aguerrido indio de las praderas. Para más inri, la protagonista es la narradora que en cada capítulo nos regala una pildorita de pensamiento intimista y ñoño-sentimental, al que añade algunas reflexiones existencialistas sobre la vida y la muerte. Este prototipo de mujer empoderada lo tiene todo: buenorra, folladora, guerrera y además filósofa. ¡Toma del frasco, Carrasco!
Por último quiero referirme a "Merlí", donde el protagonista ya no será el rebelde y díscolo profesor de filosofía de un instituto, sino la rebelde y díscola profesora de filosofía de una universidad.