domingo, 25 de junio de 2023

"La agonía del cristianismo" de Miguel de Unamuno (parte I)

INTRODUCCIÓN

El pequeño librito "La agonía del cristianismo" fue escrito en 1924 en París, cuando Unamuno, según sus propias palabras, se refugió en la capital francesa para huir de la dictadura pretoriana y cesariana española del general Miguel Primo de Rivera.

Reconocía Unamuno que este autodiálogo, o monólogo consigo mismo, fue escrito estando preso de una fiebre espiritual, inmerso en una de sus eternas congojas religiosas.

Unamuno se despedía así en el prólogo de 1930:

"Este librito ha restablecido el verdadero sentido, el originario o etimológico de la voz agonía, el de lucha.  Gracias a ello no se confundirá un agonizante con un muriente o un moribundo. Se puede  morir sin agonía y se puede vivir, y muchos años, en ella y de ella. Un verdadero agonizante es un agonista, protagonista unas veces, antagonista otras.

Y ahora, lector de lengua española, adiós y hasta que volvamos a encontrarnos en autodiálogo; tú, a tu agonía, y yo, a la mía, y que Dios nos las bendiga".

Anteriormente, en su "Del sentimiento trágico de la vida" (1912), el genial Unamuno también se despidió de sus lectores de muy forma parecida:

"Espero, lector, que mientras dure nuestra tragedia, en algún entreacto, volvamos a encontrarnos. Y nos reconoceremos. Y perdona si te he molestado más de lo debido e inevitable, más de lo que, al tomar la pluma para distraerte un poco de tus ilusiones,me propuse. ¡ Y Dios no te dé paz y sí Gloria!


EL REENCUENTRO GENERACIONAL FRUSTRADO

Como ya he señalado en la introducción, Unamuno se despedía de sus lectores deseando un reencuentro; un reconocimiento y complicidad entre iguales, entre agonizantes que padecían y sentían de forma parecida la tragedia de vivir y la pre-ocupación por el problema teologal, que diría Zubiri.

Agustín García Calvo, en el prólogo de la edición de 1986, y en cierta manera, también reconocía que se había vuelto a encontrar con Unamuno, tras explicar que siendo muy joven, allá entre cuarto y sexto de bachillerato (cita literal), ya había leído casi todos los libros de Don Miguel.

De hecho, el prólogo de García Calvo de 1986 estaba dirigido a los estudiantes, muchachos de diecisiete o pocos más años, que tenían la posibilidad de poder reencontrarse con Unamuno en una España que todavía no había sido totalmente controlada y dominada por la moralina progresista (léase socialista).

Agustín García Calvo cerraba su prólogo de la siguiente manera:

"Me atrevo a poner apuesta a que habrá, entre los muchachos de estos dias a quienes estos libros lleguen, muchos que los lean como suyos y que hallen en ellos los mismos gozos y alborozos con que yo (mentira parece) los leía a mis dieciséis y diecisiete años".

Mi generación fue de las últimas en tener el privilegio de poder leer a Unamuno en lo que entonces se conocía como B.U.P (Bachillerato Unificado Polivalente), estudios regulados por la Ley General de Eduación de 1970. En 1990 llegaría la LOGSE (Ley Orgánica General del Sistema Educativo) aprobada por el PSOE. Y con la LOGSE comenzó la lenta labor zapadora del socialismo español, consistente en desterrar de las aulas cualquier atisbo de saber que no estuviera fundamentado en las Ciencias.

Todavía en 1986 pudo escribir Agustín García Calvo dirigiéndose a la juventud de entonces:

"Me diréis, acaso, que "La agonía del cristianismo" es un libro de teología. Bueno, si se quiere es, ciertamente, una especie de sermón... Pero teología, metafísica, ontología, filosofía, no son más que nombres para recluir, denigrar y dejar de oír cosas que tocan a la raíz misma de las creencias en las que vivimos. Y no está de más que una y otra vez suenen sermones teológicos, pero que tengan su gracia, como el de Unamuno, en medio de una Ciencia que ya no se plantea sus fundamentos, sino que sólo juega con números a los que ha domesticado a su servicio".

No hace mucho, precisamente, yo mismo explicaba que la Ciencia había sido prostituida (instrumentalizada) siendo obligada, como dijera García Calvo en su prólogo, a jugar con los números, domesticándolos y poniéndolos al servicio de la ideología de turno.

Sin embargo, los chicos de ahora, entre los 16-17 años, ya no leen a Unamuno. No pueden, porque los sucesivos sistemas educativos (todos implantados por gobiernos socialistas) le han negado a Unamuno, y a otros muchos pensadores, la posibilidad de reencontrarse con nuevas generaciones de jóvenes españoles.

Así se borra la memoria histórica de una nación, impidiendo el reencuentro de lo viejo con lo nuevo; rompiendo la cadena de transmisión que mantiene viva la tradición del pasado con proyectos de vida futuros.

Ya no es posible un reencuentro generacional como el que se dio entre Unamuno y Agustín García Calvo; no es posible, porque se han dinamitado todos los puentes que unían a los jóvenes con las tradiciones, la patria, la familia, Dios...

A los jóvenes de hoy se les ha despojado de alma; se les ha negado la posiblidad de reconocerse como agonizantes; se les ha negado la posibilidad de conocer sus raíces y el legado histórico de sus padres; se les ha negado, en definitiva, la posibilidad de conocerse a sí mismos, Porque, como bien dejó escrito Julián Marías en su "España inteligible", no puede amarse aquello que se desconoce. Y la triste verdad es que los jóvenes de hoy no conocen, no saben quién fue Unamuno, pero tampoco conocen la importancia del hecho serio que supone ser español,

Ningún joven español de nuestro tiempo podría sentir la angustia unamuniana que tan magníficamente expresó Don Miguel en su Conclusión de "La agonía del cristianismo" (París, 1924):

"La agonía de mi patria, que se muere, ha removido en mi alma la agonía del cristianismo. Siento a la vez la política elevada a religion y la religión elevada a política. Siento la agonía del Cristo español, del Cristo agonizante. Y siento la agonia de Europa, de la civilización que llamamos cristiana, de la civilización grecolatina u occidental. Y las dos agonías son una misma. El cristianismo mata a la civilización occidental, a la vez que ésta a aquél. Y así  viven, matándose. Y muchos creen que nace una nueva religión de origen judaico y a la vez tártaro: el bolchevismo. Una religión cuyos dos profetas son Carlos Marx y Dostoyesvsky".