Introducción
Europa ha soportado (está soportando todavía) dos importantes crisis, económica y humanitaria, que han mermado considerablemente su "credibilidad" como posibilidad de ser. No, no se me asusten, lo diré en román paladino: Europa se nos muere de tan buena y justa que pretende conducirse. No parece que el viejo continente pueda aspirar a convertirse en "promesa de futuro". Bueno, no al menos la Europa humanista, demócrata y garante de derechos y libertades en la que creemos o "queremos creer". ¿Qué otra Europa ocupará su lugar? ¿Qué populismos se adueñarán de Europa?
Cuando la gran política rehúye del deber de ser operativa y eficaz, aportando soluciones y resolviendo problemas, la demagogia populista no tarda en ocupar su lugar. Pero si hay algo que realmente alimenta a los irracionales populismos es el insulto: "cuanto más insulta un Estado a sus ciudadanos, más radicales y dogmáticos se tornan estos", tal es mi tesis.
El primer insulto
Ante la primera crisis económica Europa decidió "recuperarse" expoliando a sus sufridos ciudadanos para rescatar a la gran Banca. Este primer insulto despertó las iras de las masas en general, pero, sobre todo, despertó el populismo del comunismo en sus formas más radicales y dogmáticas (marxismo-leninismo). En los países más pobres y con menos tradición liberal (Grecia, Italia, España...) pronto proliferaron o parecieron "resucitar" los seguidores de trasnochadas ideologías; puños en alto y cacofónicas internacionales volvieron a mancillar nuestros ojos y nuestros oídos. Nada nuevo bajo el Sol. Cuando la realidad circundante causa excesivo dolor siempre salen prestos, cuales caracoles después de la lluvia, los demagogos más oportunistas para ofrecernos sus milagrosas recetas, más propias de tahúres charlatanes que de responsables hombres de Estado.
He aquí el creciente populismo de izquierdas en su versión más bolchevique (marxista-leninista).
El segundo insulto
La segunda crisis, que denominaremos "humanitaria", comenzó a gestarse a raíz de las crecientes oleadas de inmigrantes provenientes de Oriente Medio. Europa se llenó, de la noche a la mañana, de cientos de miles de personas que huían de sus lugares de origen para encontrar una vida mejor en la humanista, demócrata y liberal Europa; en la buena y justa Europa (siento repetir tan insistentemente estos calificativos).
Pero la gran masa humana que llegó a nuestras fronteras no solo era "extranjera" (de fuera) sino que además defendía unos valores y unas creencias antagónicos a los de la civilización occidental. ¿Valores antagónicos? Sí, antagónicos y enfrentados a los valores de la vieja Europa, por más que la corrección política de nuestros dirigentes pretenda negarlo y ocultarlo ante la opinión pública.
Esta ocultación de la verdad, segundo insulto a la inteligencia de los sufridos ciudadanos europeos, "resucitó" a los seguidores de "otras" obsoletas pero no menos dogmáticas ideologías que también pretenden ofrecernos sus salvadoras curas. La patria, la raza, la religión, y todos aquellos valores tradicionales inherentes a la identidad y la razón de ser de Occidente, se magnificaron y se exaltaron.
He aquí el creciente populismo de "derechas" en su versión más fascista.
El problema de los populismos.
El problema de los populismos consiste, y permítaseme la redundancia, en que desde el momento en que ellos mismos se postulan como cura o solución de un conflicto ya se están convirtiendo, de facto, en otro problema. ¿Por qué?
Pues porque todo populismo tiende al dogmatismo y a la defensa de los valores de una "parte de", es decir, de una sola clase de personas. Todo populismo, en tanto que supremacista, defiende su "verdad" y justifica y legitima su única conciencia verdadera para imponerla a las demás.
Los populismos, tanto comunistas como fascistas, son, por tanto, sometedores. Atención a este "palabro" que remarco en negrita.
En realidad es muy fácil de entender lo que subyace en todos los populismos: el desprecio hacia quienes consideran que les han insultado (despreciado). No hay despreciador que no desprecie a quien desprecia. Y quien se erige en despreciador no tarda en mostrarse orgullosamente prepotente y seguro de su verdad; y cuando una prepotencia henchida de desprecio (alimentado desde el resentimiento y el rencor hacia sus despreciadores) alcanza el poder, no duda en someter (de nuevo en negrita); no duda en subyugar a través de la sumisión, voluntaria o forzada, a una conciencia verdadera (religiosa o ideológica). He aquí el rasgo común que comparten todos los supremacismos dogmáticos (Islam, comunismo, fascismo y feminismo): el afán por uniformar todas las diferentes clases de personas en una única clase de personas hermanadas en un una única conciencia verdadera.
Supremacismo bueno vs malo.
Resulta obvio que ningún suprematismo de los citados (Islam, comunismo, fascismo y feminismo) se considera "malo" a sí mismo.
El problema que subyace en todo suprematismo no es un problema moral o de valores. Todas las religiones e ideologías, todas sin excepción, son morales. No habrían conflictos entre civilizaciones, de hecho, si, primero, no hubiesen conflictos entre diferentes clases de personas.
Mi tesis es clara al respecto:
"La clase de persona que seamos, por imperativo biogenético y moldeamiento circunstancial, determinará la ideología (valores y creencias) que adoptemos".
La moral no es más que la justificación de nuestros actos, de aquellos actos que nuestra forma de ser considera más buenos y justos. Por tanto, la moral que adopte una sociedad siempre estará en eterno conflicto, pues lo que es bueno y justo para una determinada clase de personas no lo será para otras.
Las diferentes clases de personas deberán agruparse o "asociarse", por tanto, en partidos políticos para defender sus particularistas intereses y hacerlos prevalecer sobre los de los demás.
De las clases de personas a las clases sociales.
La lucha en el claro no es entre clases sociales, como prepotente y ladinamente proclamó el marxismo. El conflicto primigenio entre humanos surgió desde el primer momento en que los hombres, sociables por imperativo de supervivencia, tuvieron que convivir y, por tanto, establecer unas reglas y normas sociales para relacionarse entre ellos.
Al principio, los líderes fueron los machos alfas más fuertes y enérgicos, aquellos que mejor sabían "mandar" y hacerse "respetar". Cuando faltaba el respeto y la adhesión voluntaria al líder, surgían inevitables luchas por el poder. Los nuevos candidatos debían retar al líder para arrebatarle el poder, lo cual equivalía a obtener el derecho para poder establecer nuevas reglas y normas.
Desde el inicio de los tiempos, pues, se trató de imponer una cosmovisión social (valores y creencias) para cohesionar al grupo, regir su destino e ilusionarle con proyectos futuros. Se trató, como vemos, de ganar el derecho a; derecho a decidir, a dirigir, a coaccionar, a penalizar...
Resulta obvio que al individuo más fuerte le interesaría imponer un sistema de valores centrados en la fortaleza, mientras que a los más débiles les convendrían sistemas de valores más orientados al desarrollo de la inteligencia y las habilidades personales; al desarrollo de valores artísticos y/o espirituales, por ejemplo.
La lucha primera, por tanto, e insisto en este punto, fue entre clases de personas, las cuales no defendían unos determinados valores por creerlos necesariamente los más buenos y justos, sino porque dichos valores eran, en definitiva, los suyos: aquellos que mejor se correspondían con su forma de ser y con su apriorística herencia biogenética.
Pero como el ser humano es un animal inevitablemente social, arrojado a una convivencia forzosa con sus semejantes, no tuvo más remedio que agruparse con sus iguales, con aquellos que mejor pudieran ayudarle a conseguir sus particularistas intereses, por tal de obtener el derecho a ser como le dictaban que debía ser sus condicionantes biogenéticos (neuropsicológicos). Así, a partir de los intereses particulares de las diferentes clases de personas surgieron, inevitablemente, las diferentes clases sociales.
Falacias insertas en los discursos populistas
Para no entrar en demasiados análisis, pues lo que me interesa es dejar al desnudo las mentiras de los populismos, me centraré en el populismo de "inspiración" marxista-comunista, desenmascarando dos importantes falacias que subyacen en el mismo:
1) La falacia de la moral universal.
2) La falacia de los derechos universales.
Si nos fijamos, tanto la moral como el derecho defendido por el marxismo aspiran a ser universales, es decir, desean convertirse en dos verdades apriorísticas incuestionables a través de las cuales legitimar una auténtica conciencia socialista para toda la humanidad.
Para entenderlo mejor, y haciendo gala de la cortesía de la claridad, podríamos decir que la conciencia marxista (la verdad marxista) se justificó a sí misma erigiéndose en garante y defensora de dos principios que el humanismo europeo ya hizo suyos desde tiempos de Platón; dos principios o "verdades" que se consolidaron en Occidente a través del judeocristianismo y la razón práctica de Kant:
El primer principio, verdad a priori, considera que existe una única moral buena y justa (la moral socialista) y, por tanto, también existen morales injustas o malas (las demás).
El segundo principio, también verdad a priori incuestionable, considera que todos los seres humanos nacen con unos derechos ya adquiridos por el mero hecho de ser hombres.
La moral marxista, como la moral islámica o la del nacionalsocialismo, aspira a ser universal, es decir, aspira a articular una única cosmovisión (interpretación del mundo) para toda la humanidad.
¿Pero por qué las morales suprematistas se arrogan ser universales y "buenas y justas" para toda la humanidad? Pues porque así lo decide la razón. No importa ahora entrar en el estéril debate de si la razón las descubrió o las halló tras una revelación divina (religiones monoteístas de los tres libros) o una mística reflexión expectante (budismo) o si, por el contrario, las construyó a través del devenir dialéctico de la historia.
Así, y aquí quería llegar, tanto la moral como los derechos humanos se justifican a partir de intereses particulares que pretenden legitimarse con los disfraces de la universalidad, es decir, en realidad son particularismos que aspiran a imponerse universalmente.
Explicaba antes, en el punto que titulé "clases de personas", que, tiempo ha, el derecho se obtenía o se ganaba a través de esfuerzo y luchas constantes. Históricamente se hablaba del derecho de conquista o del derecho de facto (políticas consumadas) que se justificaba como bueno y justo en tanto se había ganado dando algo a cambio (sacrificio en la guerra). Ahora, pero, nos dicen que los derechos no se ganan, sino que son inherentes a la propia esencia del ser humano, es decir, nos engañan diciéndonos que todos nacemos con unos derechos adquiridos. ¡Falso! He aquí la primera falacia del humanismo y, por tanto, de todos los populismos demagogos derivados del mismo
A poco que reflexionemos, con meditativa atención expectante (Heidegger), se nos desvelará la esquiva verdad: "Todos los derechos deben ganarse de uno u otro modo".
Sí, es cierto, antaño el más fuerte, quien más se arriesgaba y se sacrificaba era, potencialmente, quien más derecho tenía a ser, es decir, era quien se ganaba el derecho a desarrollar su propio proyecto vital personal. ¿Y ahora? ¿Cómo nos ganamos nuestros derechos?
Las gentes poco dadas a reflexionar (hombres-masa) no se plantean estas cuestiones sobre el ser y, en cualquier caso, ya han sido adecuadamente condicionadas y programadas, pedagogía social mediante, para contestar seguras de sí mismas que los "derechos no se ganan". Algunos, los más avispados, podrían argumentar que los derechos han de merecerse en la medida que nos responsabilizamos de nuestros deberes y obligaciones. Estos avispados ya intuyen que "todo tiene un precio" y que lo justo sería ser merecedor de un derecho a cambio de algo, de un servicio o deber hacia la comunidad. Son conscientes, al menos, de que gozar de derechos exige dar algo a cambio.
En esto consiste ser liberal, en no ser un individuo-masa incauto al que poder engañar puerilmente.
¿Y cómo engañan los populismos al hombre-masa? Pues a través de consignas falaces y demagogas.
Quienes creen que tienen derecho a todo, porque sí, porque "ellos lo valen" y porque así lo dictamina la justa y buena moral (marxista, nacionalsocialista, islamista o feminista) piensan, de veras, que no deben dar nada a cambio cuando, por ejemplo, reivindican derecho a la vivienda, derecho al trabajo, a subsidio, a prestaciones, a escuelas y sistemas sanitarios públicos. Creen que no hay que dar nada a cambio porque "para eso ya pagan sus impuestos" y, sobre todo, porque entienden que no hay que sacrificarse ni trabajar para el capitalismo opresor o los patriarcados burgueses judeocristianos. Pero, en realidad, cuando estos individuos se ofrecen sumisos a un sistema populista lo están dando todo, lo más preciado y sagrado que tiene un ser humano: su libertad individual. Pretenden obtener el máximo de seguridad vital por parte del Estado, aunque para ello deban pagar ingentes cantidades de impuestos. Claro, el problema llega cuando, incluso pagando ingentes cantidades de impuestos, el Estado (señor feudal al uso) no consigue salvaguardar la seguridad (económica, laboral o sanitaria) de sus súbditos. Entonces aparecen los populismos y, contra toda lógica racional, en vez de abogar por minimizar el peso del Estado, prometen más y más Estado a las masas agraviadas; les prometen más derechos a; les prometen más ilusiones y mentiras, poco menos que más "maná que caerá del cielo" o "el milagro de los peces". Nada hay más mesiánico que un populismo.
Todos los populismos, pero sobre todo los tres dogmas más en auge, neocomunismo, Islam y feminismo, exigen un alto precio por el derecho a ser merecedores de las atenciones de papá estado, de Alá o de la buena y justa sociedad matriarcal: renunciar a la propia libertad individual. Exigen, de hecho, un fuerte pago, no solo a través de fuertes presiones fiscales, sino también de renuncias a importantes parcelas de libertad individual, tales como elegir libremente cómo educar a nuestros hijos, cómo planificar nuestra vida laboral, cómo crear empresas...
Conclusión
Podríamos definir a los populismos como mentiras y engaños que, sin embargo, calan en importantes sectores de la población, sobre todo en momentos de mucho dolor social (crisis).
Los populismos, en realidad, y como los buenos farsantes del mundo esotérico (videntes, adivinadores, sanadores...) solo pueden engañar a quienes desean ser engañados.
Y en graves momentos de crisis las masas desean ser engañadas por una sola razón: justificar sus culpas o, por mejor decirlo en términos exentos de connotaciones religiosas, para justificar su falta de responsabilidad.
Cada clase de persona, debido a sus particulares características biogenéticas, desarrollará diferentes prejuicios y fobias ante la adversidad de las circunstancias. En realidad se trata de "burdos" mecanismos de defensa que pretenden proyectar en "el otro" la propia irresponsabilidad (culpa).
Coged a un individuo-masa cualquiera y tendréis un populista; decidme qué clase de persona es y os diré qué clase de populismo abrazará.
Hay una palabra que define perfectamente qué es un individuo-masa: un irresponsable, una persona que está (existe) pero que no se preocupa por ser; un individuo que pide pero no da, que exige a los demás pero no "se autoexige" a sí mismo. Esta clase de personas, por su forma de ser, solo desea autoengañarse y ser engañada. No aceptará ni reconocerá su fracaso vital como consecuencia de su propia irresponsabilidad, sino que proyectará sus culpas sobre los demás. Serán "los otros" los culpables de sus desdichas. Si no tiene trabajo no será debido a su falta de preparación, ambición o espíritu de sacrificio, sino porque el trabajo se lo quita el inmigrante extranjero; si no puede tener una vivienda no es porque se pasara toda su vida de bar en bar, bebiendo cervezas y sin preocuparse por el futuro, sino porque el malvado sistema capitalista conspiró contra él. Y suma y sigue...
Epílogo
¿Pero por qué resulta tan fácil engañar a las masas?
Pues porque las mejores mentiras son aquellas que siempre contienen "algo de verdad".
Desde luego, hay verdad en reconocer la necesidad de controlar racionalmente la inmigración; hay verdad en la necesidad de frenar a los políticos corruptos; hay verdad en la necesidad de eliminar los abusos de la Banca. Todas las mentiras populistas contienen "algo de verdad", pero ese algo es magnificado y sobredimensionado hasta convertirse en la única causa que explica el dolor de una crisis, ya sea económica o humanitaria.
Si Europa no reconoce ese "algo de verdad" que contienen las falaces y demagogas argumentaciones populistas, perderá la oportunidad de afrontar los problemas (económicos y humanitarios) de forma racional y con sentido común. Y, peor aún, legitimará a los diferentes populismos para que ellos se arroguen ser los únicos "buenos y justos" capaces de "contentar a las masas".
martes, 6 de septiembre de 2016
lunes, 15 de agosto de 2016
Gustavo Bueno y el marxismo.
Heidegger, con brillante ironía, dijo que si el "existencialismo era un humanismo", como había proclamado Sartre, entonces él no era "existencialista".
De la misma manera, creo, Gustavo Bueno bien pudiera haber sostenido que él no era "marxista", tras comprobar en qué consistía el "marxismo a la española".
Sin embargo, Bueno se reconocía marxista, pese al cutre-marxismo bolchevique que imperaba y sigue campando por sus fueros en nuestra dolorosa España.
Y es que Bueno evolucionó desde un trasnochado marxismo dogmático hacia una filosofía que él denominó materialista, pero que a mí se me antoja muy raciovitalista, en la más pura línea orteguiana. Ni de izquierdas ni de derechas.
De la misma manera, creo, Gustavo Bueno bien pudiera haber sostenido que él no era "marxista", tras comprobar en qué consistía el "marxismo a la española".
Sin embargo, Bueno se reconocía marxista, pese al cutre-marxismo bolchevique que imperaba y sigue campando por sus fueros en nuestra dolorosa España.
Y es que Bueno evolucionó desde un trasnochado marxismo dogmático hacia una filosofía que él denominó materialista, pero que a mí se me antoja muy raciovitalista, en la más pura línea orteguiana. Ni de izquierdas ni de derechas.
Por ejemplo, no casa con el marxismo ortodoxo defender la idea de imperio como sistema de orden y vertebración de una civilización, como hizo Bueno; como tampoco resulta muy propio de un "marxista" autodefinirse como "ateo católico" o como "español sin complejos". No, al menos, en España.
Siguiendo las reflexiones de Manuel F. Lorenzo, y la propuesta filosófica del mismo: "La razón manual", podemos encontrar semejanzas entre el quehacer vital orteguiano y la filosofía operativa de Bueno, entendida ésta como medio necesario para consumar las ideas en actos y conceptos reales.
Y si tiramos del hilo de la filosofía operativa de Bueno llegamos a Piaget, punto crucial donde convergen la filosofía de Ortega y la del padre del materialismo filosófico, ambas incompatibles con la pseudofilosofía marxista, como intentaré demostrar a continuación.
La idea de progreso
La idea de progreso
¿Qué significa progresar? Progresar significa avanzar y mejorar a través de la asimilación, acomodación y equilibración (Piaget), o a través de la evaluación y superación de unas circunstancias(Ortega), pero en ambos casos respetando el logos pretérito, es decir, incorporando lo nuevo (acomodación) al tradicional legado histórico-cultural mejorándolo, pero no negándolo.
Sin embargo, la supuesta propuesta "progresista" del marxismo, que jamás fue tal, abogaba por el rupturismo y la transformación radical de los valores tradicionales; no buscaba una integración y superación del logos, sino una NEGACIÓN SUPREMACISTA del mismo. Lo más común e inherente a todo suprematismo (religioso y/o ideológico) es pretender IMPONER una CONCIENCIA VERDADERA cosificando y deslegitimando las conciencias contrarias.
Así, Gustavo Bueno, al contrario que nuestros "marxistas" podemitas y otros similares, tenía muy claro que nada diferenciaba al dogmático marxismo-leninismo del igualmente dogmático y supremacista Islam. De ahí que Bueno también se mostrase harto beligerante frente al Islam y defendiera los valores de la civilización Occidental.
La civilización Occidental, a diferencia de la islámica, sí ha progresado y evolucionado, corrigiendo sus dogmatismos y acercándolos a los paradigmas del igualitarismo horizontal.
Bueno consideraba, acertadamente en mi opinión, que el imperio era la única vía para que una civilización pudiera extender e introducir sus valores universalmente. En este sentido, fue muy claro al señalar que la idea de imperio podía consumarse como una "culturización" en una realidad positiva, portadora de valores de progreso e igualdad (civilización Occidental), o como regresión en una realidad negativa y retrógrada (véase Islam).
La civilización Occidental, a diferencia de la islámica, sí ha progresado y evolucionado, corrigiendo sus dogmatismos y acercándolos a los paradigmas del igualitarismo horizontal.
Bueno consideraba, acertadamente en mi opinión, que el imperio era la única vía para que una civilización pudiera extender e introducir sus valores universalmente. En este sentido, fue muy claro al señalar que la idea de imperio podía consumarse como una "culturización" en una realidad positiva, portadora de valores de progreso e igualdad (civilización Occidental), o como regresión en una realidad negativa y retrógrada (véase Islam).
Y aún dijo más y fue más claro en referencia al Islam:
Vivimos asidos a los restos de imperios que flotan en un gran océano donde somos náufragos. Si no nos asimos a estos restos, seremos tragados por otros imperios.
Ser católico y español.
Vivimos asidos a los restos de imperios que flotan en un gran océano donde somos náufragos. Si no nos asimos a estos restos, seremos tragados por otros imperios.
Ser católico y español.
Cuando Bueno se autoproclamaba "ateo católico", estaba diciéndonos dos cosas muy importantes: que no creía en Dios, pero sí en la necesidad de preservar y respetar nuestro legado histórico-cultural, el logos heredado de nuestra civilización. De manera parecida, cuando Bueno se decía "marxista y español" entendía que una cosa era defender una vertebración de la sociedad desde ideologías horizontales, de igualdad, y otra negar lo que somos por imperativo vital o de las circunstancias.
Bueno no entendía por qué los marxistas franceses o ingleses podían sentirse orgullosos de sus respectivas nacionalidades, pero los "marxistas españoles" siempre tenían que arremeter contra su patria.
Bueno no entendía por qué los marxistas franceses o ingleses podían sentirse orgullosos de sus respectivas nacionalidades, pero los "marxistas españoles" siempre tenían que arremeter contra su patria.
La inteligencia y la moralidad de Gustavo Bueno estaban, en definitiva, a años luz de las de nuestros "progretillas marxistas", antioccidentales, antiespañoles, anticatólicos y antihumanos. Sí, antihumanos, porque a fuer de obstinarse en parece tan "humanistas" lo único que hacen nuestros progretas es empequeñecer más y más al hombre de carne y hueso.
La democracia.
Gustavo Bueno, como no podía esperarse menos de una mente privilegiada, también cuestionó las supuestas "bondades" de los sistemas democráticos, por lo general mal interpretados, cuando no descaradamente pervertidos al servicio de los diferentes particularismos ideológicos.
Y es que Bueno, como fiel seguidor que era de Platón, entendía la democracia más como una República regida por "sabios" que como la idealizada democracia de la Atenas de Pericles que, por cierto, no era tan "democrática" como nos han intentado hacer creer. También era consciente de que no podía ser viable un Estado de Derecho que no ejerciera la necesaria coacción y aplicara, a través de un poder ejecutivo, las pertinentes penas ante la vulneración de la legalidad. En este sentido fue muy claro al señalar la debilidad de nuestra timorata democracia ante los sucesivos órdagos de los nacionalismos secesionistas.
Contra la corrección política.
También son conocidas, e impopulares, las reflexiones críticas de Gustavo bueno sobre las lenguas de los nacionalismos periféricos (el bable asturiano en concreto), el igualitarismo entre especies (dijo claramente que era absurdo hablar de "Derechos" de los animales), o sus reflexiones a favor de la pena de muerte.
Por sus racionales y razonados posicionamientos, impecables, frente a los temas anteriormente señalados, normalmente defendidos por la generalidad de las "izquierdas", Gustavo Bueno fue tildado de "facha" (fascista) en numerosas ocasiones. A él no le importaba.
Vidas paralelas (Unamuno, Ortega, Zubiri y Bueno)
Gustavo Bueno fue una mente brillante, no cabe duda, pero en su filosofía, y sobre todo en la generalidad de sus reflexiones (sobre política, sociedad, antropología, religión, historia...) se adivina la inevitable influencia de tres grandes pensadores españoles: Unamuno, Ortega y Zubiri.
Resulta difícil no ver en Bueno, además de a un inteligente marxista defensor del materialismo filosófico, a un irascible y polémico Unamuno, a un librepensador como Ortega que no creía en izquierdas ni en derechas; o a un sistemático y riguroso Zubiri. De todos ellos compartía rasgos, aunque, ciertamente, la filosofía de Bueno fue original, la propia de un auténtico "aristoi" (toda creación es aristocrática decía Ortega).
Y he ahí el problema vital que enfrentó Gustavo Bueno, quizás sin ser él mismo consciente de ello: proclamarse marxista cuando toda su esencia, forma de ser y de pensar, era la propia de un aristoi creador.
Miguel de Unamuno
Como ya hiciera Unamuno, en un brillante discurso en torno a las lenguas que se hablaban en España (ver "El máuser y la espingarda"), Gustavo Bueno también se posicionó junto a la sensatez racional y en contra de los irracionales particularismos de España.
Mucho antes de que Bueno ridiculizara las intenciones de sus paisanos asturianos, para imponer el bable (lengua regional) en las escuelas, Unamuno dijo:
«El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.»
Unamuno, ateo en el parecer de Fernando Savater, agnóstico eternamente dubitativo en mi opinión, y como Bueno, también defendió el catolicismo como eje vertebrador (herencia histórico-cultural) de la razón de ser española y se reconocía español, sin "marxistas complejos". Y ello sin ser conservador ni fascista, sino tan solo un librepensador que dijo de sí mismo:
No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario».
En su "Del sentimiento trágico de la vida", Unamuno dejó escrito:
"Ni a un hombre, ni a un pueblo - que es, en cierto sentido, un hombre también - se le puede exigir un cambio que rompa la unidad y la continuidad de su persona. Se le puede cambiar mucho, hasta por completo casi; pero dentro de continuidad."
La tesis que aparece explícita en dicha reflexión es la siguiente: Cambiar; pero dentro de continuidad, es decir, progresar, asimilar y acomodar, mejorar y superar, pero dentro de una continuidad que no niegue el logos pretérito. Tal era el posicionamiento de Ortega, influenciado por Piaget (Ortega lector de Piaget) y defendido también por Gustavo Bueno, pues su filosofía se articula en torno a un materialismo que, por fuer, tiene que ser operativo por tal de consumar la idea en concepto real. Una tesis, como vemos, muy alejada del afán rupturista y transformador del marxismo.
Xavier Zubiri
Como Zubiri, Bueno creó un sólido y "rígido" sistema filosófico a partir del cual poder dar una explicación o respuesta a diversos temas filosóficos, antropológicos, religiosos, políticos...
En mi opinión, hay similitudes entre el realismo zubiriano y el materialismo filosófico de Bueno, ya que ambos sistemas se apoyan en conocimientos científicos y tecnológicos para articular sus respectivas filosofías.
Desde luego, Gustavo Bueno negaba todo espiritualismo o esencia apriorística (universal e inmutable) como, a primera vista, pudiera parecer que hacía Zubiri al postular la Realidad-fundamento como condición previa y necesaria para el surgimiento del ser. Pero Gustavo Bueno también disentía de la ontología heideggeriana, pues consideraba que la misma se alejaba del materialismo que caracteriza la realidad. El filósofo alemán creyó que la esencia (sentido del ser) podía hallarse en la realidad abierta (claro del bosque) tras una necesaria humildad ontológica que instaba al hombre a la reflexión meditativa.
Zubiri, intentando superar a Heidegger, y en la línea de Gustavo Bueno, sostuvo que la esencia no era un a priori que debiera hallarse, sino que la esencia subyacía en la misma realidad; y que era el hombre, animal de realidades, quien construía las esencias (sentidos) en una realidad abierta a múltiples posibilidades. Hasta aquí las propuestas de Zubiri y Bueno parecen coincidir.
Sin embargo, de la misma manera que Zubiri se distanció de Heidegger en lo concerniente al cómo se dotaba de esencia el ser humano: hallar vs construir, Gustavo Bueno también se distanció de Zubiri respecto a la pregunta del por qué se instaba el ser humano a dotarse de esencia.
¿Por qué se insta el ser humano a dotarse de esencia?
Gustavo Bueno tenía claro el por qué: para sobrevivir. El instinto natural de supervivencia (perdurar en el tiempo) empujó a los primeros hombres a operar con su entorno, es decir, a construir y hacer; y a medida que evolucionaron como especie comenzaron a justificar racionalmente sus actos y decisiones construyendo sentidos y significados, pero a través de una dialéctica histórica.
Zubiri, sin embargo, apeló a un concepto de cuño propio: la religación entre el hombre y la realidad (el mundo); apeló a un poder de lo real que impelía al animal de realidades (hombre) a dotar de sentido su yo absoluto relativo.
El materialismo filosófico de Bueno, debido a su rigidez metodológica que prescinde de cualquier atisbo de metafísica, no se ocupa, sin embargo, del por qué del porqué, es decir: ¿por qué se insta el hombre a sobrevivir? ¿Tan solo por una apriorística programación biogenética? ¿Cómo damos respuesta, entonces, al hecho de que algunos seres humanos decidan suicidarse y acabar con sus vidas? ¿Qué es ese algo que hace que algunos hombres obvien la máxima, supuestamente ineludible e inherente al ser, que sentencia que "lo propio y característico del ser es perdurar, es seguir siendo" (Spinoza)?
Ortega y Gasset
Creo, y es opinión personal, que la filosofía política de Bueno se podría "hermanar" perfectamente con la de Ortega y Gasset. Sus respectivos pensamientos tienen muchos puntos en común, ya que la base del pensamiento materialista, que sería la operatividad (consumar la idea en concepto real a través de la acción) coincide plenamente con la tesis raciovitalista orteguiana que interpreta la vida como un constante quehacer.
Ahora bien, insisto en que "sospecho" en Gustavo Bueno un conflicto ideológico (al más puro estilo unamuniano) no resuelto. No puedo evitar ver en Bueno otra suerte de Rousseau, es decir, a alguien "contradictorio", por no decir abiertamente hipócrita y/o cínico, incongruente consigo mismo.
Rousseau, uno de los supuestos padres del igualitarismo político, dejó escrito que "no se correspondía con el orden natural que los imbéciles gobernaran a los más sabios" (parafraseo). ¿Alguien que piensa así puede ser "demócrata"? Pues sí. De hecho, Gustavo bueno exhibió un pensamiento muy parecido al de Rousseau, el cual, a diferencia del liberalismo, otorgó un papel muy relevante al Estado.
Tanto Rousseau como Bueno estuvieron más cerca de la República platónica, al cabo profundamente estatista, que de una República liberal.
Platón, Rousseau y Gustavo Bueno tenían muy claro que el Estado de la República tenía el deber y la obligación de operar, es decir, de vertebrar la sociedad y materializar (hacer factibles) una serie de políticas racionalmente definidas. Un Estado con un poder ejecutivo acomplejado (no operativo) no puede sostenerse ni ser garante de los Derechos de los ciudadanos.
Un Estado que no opera, definiéndose, es como la izquierda indefinida que criticara Bueno; es un ente vacío e inútil, incapaz de resolver los problemas de la sociedad.
Incluso Ortega y Gasset hubiese suscrito el concepto de Estado del marxista Gustavo Bueno. Pero, claro, Ortega no fue marxista. De hecho, Ortega consideraba al marxismo como una pseudomoral eslava.
¿Qué implica la articulación de un Estado de los mejores y al servicio del bien común?
Pues implica la aceptación de una serie de valores que no son los propios del marxismo, no, al menos, del marxismo teórico. Para empezar, sería necesario reconocer una necesaria jerarquía: es mejor que gobierne un sabio en vez de un imbécil (Platón y Rousseau). ¿Qué es eso de que todos somos iguales y cualquiera puede tener responsabilidades políticas?
Gustavo Bueno se decía "marxista" porque, según sus propias palabras, detestaba las políticas verticales de los fascistas. Él creía en la igualdad entre ciudadanos. Sí, era "marxista", pero no tonto, y supo darse cuenta de que la izquierda española, que él denominaba indefinida, de tan dogmática y retrógrada, atípica en realidad, se había olvidado de su propia nacionalidad; se había olvidado de sus referentes identitarios (civilización Occidental) y no paraba de arremeter contra su propio legado histórico-cultural. Bueno se dio cuenta de algo crucial: la izquierda española no era aristoi.
Y Bueno, que era sabio e inteligente, pero además se decía marxista, creyó posible un oxímoron del todo falaz: un marxismo aristocrático.
Pero un sistema que se articula desde la verticalidad, reconociendo el mérito y la excelencia de los mejores (esfuerzo individual) y que reconoce la necesidad de establecer una jerarquía selecta, no es marxista, sino elitista.
¿Qué opciones tuvo Gustavo Bueno para defender una República democrática y operativa, con un Estado definido y un poder ejecutivo eficaz, donde los mejores tuviesen una participación activa?
Pues, sencillamente, se podría haber proclamado liberal raciovitalista, como Ortega, y se hubiese ahorrado muchas contradicciones, incongruencias y malos entendidos.
Pero Gustavo Bueno fue hijo de su época; hijo de una España que fluyó entre el franquismo y una errada Transición; fue hijo de Asturias, tierra de revoluciones y de injusticias contra los obreros (mineros). Las circunstancias decidieron que Bueno tenía que ser marxista, pero en su naturaleza subyacía la biogenética del genio singular que se sabía élite.
Elitismo y marxismo.
El problema del marxismo, como ya señalé, es que es una teoría supremacista y dogmática, que se aferra a sus postulados como el ferviente religioso se aferra a los escritos de una Biblia o el Corán. Así, la esencia misma del marxismo, su igualitarismo imposible y falaz, es totalmente contraria a la idea de elitismo (reconocimiento de individuos mejores y excelentes).
El marxista que fuere consciente de la necesidad de promocionar a los mejores y más válidos no tendría más remedio que: o renegar del marxismo, o hacer malabarismos dialecticos por tal de "salvarse" del dogma teórico.
Gustavo Bueno intentó lo segundo, sin éxito en mi parecer; quiso escindir su pensamiento esquizofrénicamente por tal de ser a un tiempo "ateo y católico", "marxista y español", "genio y proletario"... ¿Tan imposible le resultó cruzar el Rubicón y pasar del trasnochado marxismo al racional y sensato liberalismo, como, por otra parte, hicieron muchos intelectuales españoles?
Pues no, no pudo, porque el padre del materialismo filosófico fue, quizás sin ser consciente de ello, un romántico sentimental que no podía olvidar su pasado; a aquellos mineros asturianos que escuchaban absortos sus lecciones de filosofía; que no podía olvidar la dolorosa España que le tocó vivir. Bueno quiso ser bueno y, como muchos intelectuales de buen corazón, creyó, engañado, que el marxismo era la teoría de la liberación que haría mejor a la humanidad.
La democracia.
Gustavo Bueno, como no podía esperarse menos de una mente privilegiada, también cuestionó las supuestas "bondades" de los sistemas democráticos, por lo general mal interpretados, cuando no descaradamente pervertidos al servicio de los diferentes particularismos ideológicos.
Y es que Bueno, como fiel seguidor que era de Platón, entendía la democracia más como una República regida por "sabios" que como la idealizada democracia de la Atenas de Pericles que, por cierto, no era tan "democrática" como nos han intentado hacer creer. También era consciente de que no podía ser viable un Estado de Derecho que no ejerciera la necesaria coacción y aplicara, a través de un poder ejecutivo, las pertinentes penas ante la vulneración de la legalidad. En este sentido fue muy claro al señalar la debilidad de nuestra timorata democracia ante los sucesivos órdagos de los nacionalismos secesionistas.
Contra la corrección política.
También son conocidas, e impopulares, las reflexiones críticas de Gustavo bueno sobre las lenguas de los nacionalismos periféricos (el bable asturiano en concreto), el igualitarismo entre especies (dijo claramente que era absurdo hablar de "Derechos" de los animales), o sus reflexiones a favor de la pena de muerte.
Por sus racionales y razonados posicionamientos, impecables, frente a los temas anteriormente señalados, normalmente defendidos por la generalidad de las "izquierdas", Gustavo Bueno fue tildado de "facha" (fascista) en numerosas ocasiones. A él no le importaba.
Vidas paralelas (Unamuno, Ortega, Zubiri y Bueno)
Gustavo Bueno fue una mente brillante, no cabe duda, pero en su filosofía, y sobre todo en la generalidad de sus reflexiones (sobre política, sociedad, antropología, religión, historia...) se adivina la inevitable influencia de tres grandes pensadores españoles: Unamuno, Ortega y Zubiri.
Resulta difícil no ver en Bueno, además de a un inteligente marxista defensor del materialismo filosófico, a un irascible y polémico Unamuno, a un librepensador como Ortega que no creía en izquierdas ni en derechas; o a un sistemático y riguroso Zubiri. De todos ellos compartía rasgos, aunque, ciertamente, la filosofía de Bueno fue original, la propia de un auténtico "aristoi" (toda creación es aristocrática decía Ortega).
Y he ahí el problema vital que enfrentó Gustavo Bueno, quizás sin ser él mismo consciente de ello: proclamarse marxista cuando toda su esencia, forma de ser y de pensar, era la propia de un aristoi creador.
Miguel de Unamuno
Como ya hiciera Unamuno, en un brillante discurso en torno a las lenguas que se hablaban en España (ver "El máuser y la espingarda"), Gustavo Bueno también se posicionó junto a la sensatez racional y en contra de los irracionales particularismos de España.
Mucho antes de que Bueno ridiculizara las intenciones de sus paisanos asturianos, para imponer el bable (lengua regional) en las escuelas, Unamuno dijo:
«El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.»
Unamuno, ateo en el parecer de Fernando Savater, agnóstico eternamente dubitativo en mi opinión, y como Bueno, también defendió el catolicismo como eje vertebrador (herencia histórico-cultural) de la razón de ser española y se reconocía español, sin "marxistas complejos". Y ello sin ser conservador ni fascista, sino tan solo un librepensador que dijo de sí mismo:
No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario».
En su "Del sentimiento trágico de la vida", Unamuno dejó escrito:
"Ni a un hombre, ni a un pueblo - que es, en cierto sentido, un hombre también - se le puede exigir un cambio que rompa la unidad y la continuidad de su persona. Se le puede cambiar mucho, hasta por completo casi; pero dentro de continuidad."
La tesis que aparece explícita en dicha reflexión es la siguiente: Cambiar; pero dentro de continuidad, es decir, progresar, asimilar y acomodar, mejorar y superar, pero dentro de una continuidad que no niegue el logos pretérito. Tal era el posicionamiento de Ortega, influenciado por Piaget (Ortega lector de Piaget) y defendido también por Gustavo Bueno, pues su filosofía se articula en torno a un materialismo que, por fuer, tiene que ser operativo por tal de consumar la idea en concepto real. Una tesis, como vemos, muy alejada del afán rupturista y transformador del marxismo.
Xavier Zubiri
Como Zubiri, Bueno creó un sólido y "rígido" sistema filosófico a partir del cual poder dar una explicación o respuesta a diversos temas filosóficos, antropológicos, religiosos, políticos...
En mi opinión, hay similitudes entre el realismo zubiriano y el materialismo filosófico de Bueno, ya que ambos sistemas se apoyan en conocimientos científicos y tecnológicos para articular sus respectivas filosofías.
Desde luego, Gustavo Bueno negaba todo espiritualismo o esencia apriorística (universal e inmutable) como, a primera vista, pudiera parecer que hacía Zubiri al postular la Realidad-fundamento como condición previa y necesaria para el surgimiento del ser. Pero Gustavo Bueno también disentía de la ontología heideggeriana, pues consideraba que la misma se alejaba del materialismo que caracteriza la realidad. El filósofo alemán creyó que la esencia (sentido del ser) podía hallarse en la realidad abierta (claro del bosque) tras una necesaria humildad ontológica que instaba al hombre a la reflexión meditativa.
Zubiri, intentando superar a Heidegger, y en la línea de Gustavo Bueno, sostuvo que la esencia no era un a priori que debiera hallarse, sino que la esencia subyacía en la misma realidad; y que era el hombre, animal de realidades, quien construía las esencias (sentidos) en una realidad abierta a múltiples posibilidades. Hasta aquí las propuestas de Zubiri y Bueno parecen coincidir.
Sin embargo, de la misma manera que Zubiri se distanció de Heidegger en lo concerniente al cómo se dotaba de esencia el ser humano: hallar vs construir, Gustavo Bueno también se distanció de Zubiri respecto a la pregunta del por qué se instaba el ser humano a dotarse de esencia.
¿Por qué se insta el ser humano a dotarse de esencia?
Gustavo Bueno tenía claro el por qué: para sobrevivir. El instinto natural de supervivencia (perdurar en el tiempo) empujó a los primeros hombres a operar con su entorno, es decir, a construir y hacer; y a medida que evolucionaron como especie comenzaron a justificar racionalmente sus actos y decisiones construyendo sentidos y significados, pero a través de una dialéctica histórica.
Zubiri, sin embargo, apeló a un concepto de cuño propio: la religación entre el hombre y la realidad (el mundo); apeló a un poder de lo real que impelía al animal de realidades (hombre) a dotar de sentido su yo absoluto relativo.
El materialismo filosófico de Bueno, debido a su rigidez metodológica que prescinde de cualquier atisbo de metafísica, no se ocupa, sin embargo, del por qué del porqué, es decir: ¿por qué se insta el hombre a sobrevivir? ¿Tan solo por una apriorística programación biogenética? ¿Cómo damos respuesta, entonces, al hecho de que algunos seres humanos decidan suicidarse y acabar con sus vidas? ¿Qué es ese algo que hace que algunos hombres obvien la máxima, supuestamente ineludible e inherente al ser, que sentencia que "lo propio y característico del ser es perdurar, es seguir siendo" (Spinoza)?
Ortega y Gasset
Creo, y es opinión personal, que la filosofía política de Bueno se podría "hermanar" perfectamente con la de Ortega y Gasset. Sus respectivos pensamientos tienen muchos puntos en común, ya que la base del pensamiento materialista, que sería la operatividad (consumar la idea en concepto real a través de la acción) coincide plenamente con la tesis raciovitalista orteguiana que interpreta la vida como un constante quehacer.
Ahora bien, insisto en que "sospecho" en Gustavo Bueno un conflicto ideológico (al más puro estilo unamuniano) no resuelto. No puedo evitar ver en Bueno otra suerte de Rousseau, es decir, a alguien "contradictorio", por no decir abiertamente hipócrita y/o cínico, incongruente consigo mismo.
Rousseau, uno de los supuestos padres del igualitarismo político, dejó escrito que "no se correspondía con el orden natural que los imbéciles gobernaran a los más sabios" (parafraseo). ¿Alguien que piensa así puede ser "demócrata"? Pues sí. De hecho, Gustavo bueno exhibió un pensamiento muy parecido al de Rousseau, el cual, a diferencia del liberalismo, otorgó un papel muy relevante al Estado.
Tanto Rousseau como Bueno estuvieron más cerca de la República platónica, al cabo profundamente estatista, que de una República liberal.
Platón, Rousseau y Gustavo Bueno tenían muy claro que el Estado de la República tenía el deber y la obligación de operar, es decir, de vertebrar la sociedad y materializar (hacer factibles) una serie de políticas racionalmente definidas. Un Estado con un poder ejecutivo acomplejado (no operativo) no puede sostenerse ni ser garante de los Derechos de los ciudadanos.
Un Estado que no opera, definiéndose, es como la izquierda indefinida que criticara Bueno; es un ente vacío e inútil, incapaz de resolver los problemas de la sociedad.
Incluso Ortega y Gasset hubiese suscrito el concepto de Estado del marxista Gustavo Bueno. Pero, claro, Ortega no fue marxista. De hecho, Ortega consideraba al marxismo como una pseudomoral eslava.
¿Qué implica la articulación de un Estado de los mejores y al servicio del bien común?
Pues implica la aceptación de una serie de valores que no son los propios del marxismo, no, al menos, del marxismo teórico. Para empezar, sería necesario reconocer una necesaria jerarquía: es mejor que gobierne un sabio en vez de un imbécil (Platón y Rousseau). ¿Qué es eso de que todos somos iguales y cualquiera puede tener responsabilidades políticas?
Gustavo Bueno se decía "marxista" porque, según sus propias palabras, detestaba las políticas verticales de los fascistas. Él creía en la igualdad entre ciudadanos. Sí, era "marxista", pero no tonto, y supo darse cuenta de que la izquierda española, que él denominaba indefinida, de tan dogmática y retrógrada, atípica en realidad, se había olvidado de su propia nacionalidad; se había olvidado de sus referentes identitarios (civilización Occidental) y no paraba de arremeter contra su propio legado histórico-cultural. Bueno se dio cuenta de algo crucial: la izquierda española no era aristoi.
Y Bueno, que era sabio e inteligente, pero además se decía marxista, creyó posible un oxímoron del todo falaz: un marxismo aristocrático.
Pero un sistema que se articula desde la verticalidad, reconociendo el mérito y la excelencia de los mejores (esfuerzo individual) y que reconoce la necesidad de establecer una jerarquía selecta, no es marxista, sino elitista.
¿Qué opciones tuvo Gustavo Bueno para defender una República democrática y operativa, con un Estado definido y un poder ejecutivo eficaz, donde los mejores tuviesen una participación activa?
Pues, sencillamente, se podría haber proclamado liberal raciovitalista, como Ortega, y se hubiese ahorrado muchas contradicciones, incongruencias y malos entendidos.
Pero Gustavo Bueno fue hijo de su época; hijo de una España que fluyó entre el franquismo y una errada Transición; fue hijo de Asturias, tierra de revoluciones y de injusticias contra los obreros (mineros). Las circunstancias decidieron que Bueno tenía que ser marxista, pero en su naturaleza subyacía la biogenética del genio singular que se sabía élite.
Elitismo y marxismo.
El problema del marxismo, como ya señalé, es que es una teoría supremacista y dogmática, que se aferra a sus postulados como el ferviente religioso se aferra a los escritos de una Biblia o el Corán. Así, la esencia misma del marxismo, su igualitarismo imposible y falaz, es totalmente contraria a la idea de elitismo (reconocimiento de individuos mejores y excelentes).
El marxista que fuere consciente de la necesidad de promocionar a los mejores y más válidos no tendría más remedio que: o renegar del marxismo, o hacer malabarismos dialecticos por tal de "salvarse" del dogma teórico.
Gustavo Bueno intentó lo segundo, sin éxito en mi parecer; quiso escindir su pensamiento esquizofrénicamente por tal de ser a un tiempo "ateo y católico", "marxista y español", "genio y proletario"... ¿Tan imposible le resultó cruzar el Rubicón y pasar del trasnochado marxismo al racional y sensato liberalismo, como, por otra parte, hicieron muchos intelectuales españoles?
Pues no, no pudo, porque el padre del materialismo filosófico fue, quizás sin ser consciente de ello, un romántico sentimental que no podía olvidar su pasado; a aquellos mineros asturianos que escuchaban absortos sus lecciones de filosofía; que no podía olvidar la dolorosa España que le tocó vivir. Bueno quiso ser bueno y, como muchos intelectuales de buen corazón, creyó, engañado, que el marxismo era la teoría de la liberación que haría mejor a la humanidad.
martes, 10 de mayo de 2016
Locura y genialidad (parte IV)
Efectivamente, no existen órganos especiales, ni cualidades especiales (poderes extrasensoriales) para aprehender determinadas posibilidades del ser en la realidad abierta.
El alma y el espíritu son construcciones o, como yo prefiero denominarlas: son hallazgos de la razón. No es que la razón las "encuentre" en algún mundo suprasensible y/o ideal (Platón), pero sí podríamos decir que las encuentra en sí misma (en la razón), en tanto la persona humana (Yo) las construye en y desde sí misma, a partir de la dinámica a la que le impele la tensión teologal: la necesidad de dar un sentido al ser absoluto relativo que es su persona.
Yo creo en la intuición, entendida como el insight cognitivo al que ya me referí en su momento, como un "darse cuenta de" o "caer en la cuenta" de un determinado fenómeno a través de un modo de ser vivenciado y experienciado (realidad virtual).
La vía estética tan solo es una vía más de la razón para construirnos a nosotros mismos y, así, dotarnos de sentido; para significar nuestra existencia y positivar la muerte.
Ahora, bien, y en contra de lo que sostienen las tesis materialistas (sobre todo el marxismo), no todos los tipos de personas están capacitados para desarrollar o vivenciar lo que podríamos denominar "experiencias místicas", en un lenguaje más irracional y metafórico, o insight cognitivo, en lenguaje lógico-racional. No importa cómo denominemos a ese modo de experienciar que solo algunas personas, dotadas de gran humildad ontológica (Heidegger) pueden aprehender.
La tensión teologal a la que se refiriera Zubiri hace referencia a la necesidad de afrontar un problema vital: cómo hacernos a nosotros mismos, es decir, cómo podemos llegar a ser nosotros mismos. Zubiri lo denomina problema teologal. Para ello debemos instarnos a descubrir quiénes somos (de nuevo San Agustín, al cual no hay que ver como un místico, sino como un precursor del psicoanálisis, insisto en ello).
El artista y/o creador es, tan solo, aquel individuo que pre-siente en su Yo la imperiosa necesidad de transcendentalizar su carácter mundano y ser algo más que un ser absoluto relativo, es decir, un Yo incompleto.
Los defensores del materialismo podrían rebatir::
Discrepo y disiento con vehemencia. ¡Por supuesto que en todo gran artista subyace algo original y creativo! ¡Subyace su único y singular Yo! Subyace un tipo de hombre que no es común ni mediocre, pues se insta a sí mismo a conocerse, aceptarse y superarse.
El genio subyace, efectivamente, en un determinado tipo de hombre, pero no siempre dicho genio se presenta o manifiesta, que es a lo que se refería Hegel. El genio es un pre-ser en potencia que permanece latente en un determinado tipo de Yo. Solo si ese Yo personal tiene la oportunidad (posibilidad) y se insta a "descubrirse a sí mismo", a través de trabajo y estudio, su genio se hará visible.
Alguien que no tenga dentro de sí dicho genio ya podrá estudiar y esforzarse, formarse y conocer todas las técnicas de una vía estética determinada, pero como mucho no pasará de ser un artista mediocre o del montón.
Yo entiendo que a los dogmáticos defensores de perversos y falaces igualitarismos les cueste reconocer esta verdad.
Pero, lo siento mucho, no todos los tipos humanos son iguales, por más que a algunos les interese sostener tal falacia para, así, legitimar las aspiraciones de utópicas ideologías.
Podríamos decir, aceptando que posiblemente pequemos de reduccionistas, que hay dos tipos básicos de hombres: los que buscan una vida auténtica vs los que se dejan llevar por la vida inauténtica impuesta por el Das-man (sí, de nuevo Heidegger).
Volvemos a encontrar coincidencias entre San Agustín, Heidegger, Ortega y Zubiri, y, atención, también Marx.
Todos los grandes pensadores (incluiremos a Marx para no herir susceptibilidades) fueron conscientes de la gran diferencia existente entre dos tipos humanos básicos: los paganos (San Agustín), los hombres-sujeto (Hegel), hombres-masa (Ortega), hombres inmersos en el Das-man (Heidegger) u hombres-alienados (Marx) frente a los que ven la luz.
¿Quiénes son los que ven la luz? Pues dependerá del suprematismo ideológico que cada pastor del ser defienda; dependerá de la conciencia verdadera que cada creador pretenda universalizar.
Para San Agustín el hombre auténtico sería el creyente en Dios, para Hegel sería aquel que armonizara su espíritu (conciencia) con el mundo, para Ortega sería el aristoi, para Heidegger el Dasein preocupado por el sentido del ser, para Marx el proletario consciente...
Todos los grandes pensadores, incluido Marx, distinguieron entre dos tipos de hombres; los preocupados vs los despreocupados. No nos importa, para el tema que nos ocupa, saber qué les preocupaba sino qué hacían ante el problema vital de tener que conocerse a sí mismos; ¿aceptaban dicha preocupación (teísmo religioso y/o ideológico) o la negaban y pasaban de ella?
Mi tesis sostenía:
Lo que pretendo, con la tesis que intento desarrollar, es ir más allá de lo que los grandes pensadores vieron con claridad meridiana: existen diferentes tipos de hombres.
Lo que pretendo, aceptando como evidente dicha diferencia antropológica entre tipos humanos, si se prefiere ver así, es intentar descubrir qué es lo que subyace en ese tipo determinado de hombre que se insta a conocerse, aceptarse y superarse; ¿qué subyace en todo individuo creador y buscador de esencias (sentidos)?
Podríamos decir, efectivamente, que lo que subyace es el genio. ¿Pero qué es el genio?
Desde mi punto de vista, el genio sería el conjunto de rasgos o notas biogenéticas que determinan el Yo de una persona. Y, dependiendo de cómo sea dicha predeterminación biogenética, y de las posibilidades que se le ofrezcan a dicho Yo en la realidad abierta, se podrá, o no, manifestar el genio o esa inquietud apriorística que determina el ser genio.
¿Y qué determina que en unos individuos exista, o esté latente o pre-presente, dicha inquietud apriorística que impele al genio a manifestarse? Pues un determinado perfil que, de momento, he considerado que estaría constituido por tres caracteres o tendencias innatas:
1) Tendencia a la autorreflexión e introspección.
2) Tendencia al antigregarismo grupal.
3) Tendencia egocéntrica (a satisfacer necesidades e inquietudes del propio Yo personal).
Por supuesto, estoy dando gruesos brochazos, pero todo buen conocedor del arte de pintar sabe que primero hay que esbozar, crear y distribuir espacios, plantear los diferentes tonos y contrastes con gruesas pinceladas en óleo muy diluido. Después, poco a poco, usaremos los pinceles finos para concretar y matizar los detalles, hasta que la idea tome forma y se haga comprensible y reconocible.
En una primera aproximación, sin embargo, sospecho (sí, intuyo) que dichos rasgos (tendencias) aparecen más presentes, al menos estadísticamente, en un determinado tipo de hombre que suele estar estigmatizado socialmente, un freak u outsider que, en no pocas ocasiones, muestra algún tipo de extraña rareza, consecuencia de su personalidad desajustada y desintegrada
Llegados a este punto, solo cabe someter a estudio y evaluación otra nueva tesis: ¿existe una significativa correlación entre el genio (inquietud creadora) y los individuos con cierto grado de locura?
Creo que sí, que resulta evidente (hay evidencias) de que el genio y la locura están estrechamente relacionados, pero es claro que habría que demostrarlo. ¿Cómo?
Algún crítico podrá alegar que no todos los genios comparten rasgos de locura (entendida como sinónimo de desajuste y desintegración).
¿Y cómo demuestran dichos críticos que no todos los genios presentan, o presentaron en el pasado, cierto grado de locura?
Me podrían citar a Platón y Aristóteles, Darío, Juan Ramón Jiménez y Lorca como ejemplo de genios que, supuestamente, no compartían rasgos de locura o desajuste y desintegración social.
Yo no estaría tan seguro de ello. No tenemos documentación que haga referencia a los perfiles psicológicos de Platón y Aristóteles, pero me atrevería a asegurar que en los poetas que se han enumerado subyacía, sin duda, esa tensión teologal a la que se refiriera Zubiri y que Unamuno bautizara como sentimiento trágico de vivir.
Sabemos que Empédocles se arrojó a un volcán creyéndose inmortal.
Por otro lado, hoy tenemos evidencias de que Kant, el racional y genial Kant, era posiblemente un hipocondríaco con rasgos maníaco-obsesivos. Más evidentes y conocidos fueron los desajustes de Nietzsche o Wittgenstein. Kierkegaard y Unamuno, como Camus y Sartre, fueron irredentos depresivos que se salvaron a través de su filosofía, como Emil Cioran.
¿Y los pintores? Tenemos a Van Gogh, el pintor loco por excelencia, pero también a Modigliani, Chagall, Pollock, Dalí... y seguramente a otros muchos cuyos desajustes eran menos visibles o fueron menos conocidos.
En fin, mi bello cuadro va tomando forma a medida que comienzo a usar los pinceles más finos y de pelo de marta.
El alma y el espíritu son construcciones o, como yo prefiero denominarlas: son hallazgos de la razón. No es que la razón las "encuentre" en algún mundo suprasensible y/o ideal (Platón), pero sí podríamos decir que las encuentra en sí misma (en la razón), en tanto la persona humana (Yo) las construye en y desde sí misma, a partir de la dinámica a la que le impele la tensión teologal: la necesidad de dar un sentido al ser absoluto relativo que es su persona.
Yo creo en la intuición, entendida como el insight cognitivo al que ya me referí en su momento, como un "darse cuenta de" o "caer en la cuenta" de un determinado fenómeno a través de un modo de ser vivenciado y experienciado (realidad virtual).
La vía estética tan solo es una vía más de la razón para construirnos a nosotros mismos y, así, dotarnos de sentido; para significar nuestra existencia y positivar la muerte.
Ahora, bien, y en contra de lo que sostienen las tesis materialistas (sobre todo el marxismo), no todos los tipos de personas están capacitados para desarrollar o vivenciar lo que podríamos denominar "experiencias místicas", en un lenguaje más irracional y metafórico, o insight cognitivo, en lenguaje lógico-racional. No importa cómo denominemos a ese modo de experienciar que solo algunas personas, dotadas de gran humildad ontológica (Heidegger) pueden aprehender.
La tensión teologal a la que se refiriera Zubiri hace referencia a la necesidad de afrontar un problema vital: cómo hacernos a nosotros mismos, es decir, cómo podemos llegar a ser nosotros mismos. Zubiri lo denomina problema teologal. Para ello debemos instarnos a descubrir quiénes somos (de nuevo San Agustín, al cual no hay que ver como un místico, sino como un precursor del psicoanálisis, insisto en ello).
El artista y/o creador es, tan solo, aquel individuo que pre-siente en su Yo la imperiosa necesidad de transcendentalizar su carácter mundano y ser algo más que un ser absoluto relativo, es decir, un Yo incompleto.
Los defensores del materialismo podrían rebatir::
No hay, en ningún creador, algo puramente original ni creativo. Para ser Nietzsche, o Holderlin u Homero, es necesario estudiar y aplicarse continuamente, además de poseer una especial inclinación estética. Decía Hegel que el genio sólo se presenta especialmente fecundo tras largos y continuados estudios.
Discrepo y disiento con vehemencia. ¡Por supuesto que en todo gran artista subyace algo original y creativo! ¡Subyace su único y singular Yo! Subyace un tipo de hombre que no es común ni mediocre, pues se insta a sí mismo a conocerse, aceptarse y superarse.
El genio subyace, efectivamente, en un determinado tipo de hombre, pero no siempre dicho genio se presenta o manifiesta, que es a lo que se refería Hegel. El genio es un pre-ser en potencia que permanece latente en un determinado tipo de Yo. Solo si ese Yo personal tiene la oportunidad (posibilidad) y se insta a "descubrirse a sí mismo", a través de trabajo y estudio, su genio se hará visible.
Alguien que no tenga dentro de sí dicho genio ya podrá estudiar y esforzarse, formarse y conocer todas las técnicas de una vía estética determinada, pero como mucho no pasará de ser un artista mediocre o del montón.
Yo entiendo que a los dogmáticos defensores de perversos y falaces igualitarismos les cueste reconocer esta verdad.
Pero, lo siento mucho, no todos los tipos humanos son iguales, por más que a algunos les interese sostener tal falacia para, así, legitimar las aspiraciones de utópicas ideologías.
Podríamos decir, aceptando que posiblemente pequemos de reduccionistas, que hay dos tipos básicos de hombres: los que buscan una vida auténtica vs los que se dejan llevar por la vida inauténtica impuesta por el Das-man (sí, de nuevo Heidegger).
Volvemos a encontrar coincidencias entre San Agustín, Heidegger, Ortega y Zubiri, y, atención, también Marx.
Todos los grandes pensadores (incluiremos a Marx para no herir susceptibilidades) fueron conscientes de la gran diferencia existente entre dos tipos humanos básicos: los paganos (San Agustín), los hombres-sujeto (Hegel), hombres-masa (Ortega), hombres inmersos en el Das-man (Heidegger) u hombres-alienados (Marx) frente a los que ven la luz.
¿Quiénes son los que ven la luz? Pues dependerá del suprematismo ideológico que cada pastor del ser defienda; dependerá de la conciencia verdadera que cada creador pretenda universalizar.
Para San Agustín el hombre auténtico sería el creyente en Dios, para Hegel sería aquel que armonizara su espíritu (conciencia) con el mundo, para Ortega sería el aristoi, para Heidegger el Dasein preocupado por el sentido del ser, para Marx el proletario consciente...
Todos los grandes pensadores, incluido Marx, distinguieron entre dos tipos de hombres; los preocupados vs los despreocupados. No nos importa, para el tema que nos ocupa, saber qué les preocupaba sino qué hacían ante el problema vital de tener que conocerse a sí mismos; ¿aceptaban dicha preocupación (teísmo religioso y/o ideológico) o la negaban y pasaban de ella?
Mi tesis sostenía:
No es que el loco esté desapegado de la realidad, como sostienen falazmente la mayoría de los manuales de psicología, sino que está desapegado del sentido de realidad impuesto por una conciencia colectiva determinada.
Lo que pretendo, con la tesis que intento desarrollar, es ir más allá de lo que los grandes pensadores vieron con claridad meridiana: existen diferentes tipos de hombres.
Lo que pretendo, aceptando como evidente dicha diferencia antropológica entre tipos humanos, si se prefiere ver así, es intentar descubrir qué es lo que subyace en ese tipo determinado de hombre que se insta a conocerse, aceptarse y superarse; ¿qué subyace en todo individuo creador y buscador de esencias (sentidos)?
Podríamos decir, efectivamente, que lo que subyace es el genio. ¿Pero qué es el genio?
Desde mi punto de vista, el genio sería el conjunto de rasgos o notas biogenéticas que determinan el Yo de una persona. Y, dependiendo de cómo sea dicha predeterminación biogenética, y de las posibilidades que se le ofrezcan a dicho Yo en la realidad abierta, se podrá, o no, manifestar el genio o esa inquietud apriorística que determina el ser genio.
¿Y qué determina que en unos individuos exista, o esté latente o pre-presente, dicha inquietud apriorística que impele al genio a manifestarse? Pues un determinado perfil que, de momento, he considerado que estaría constituido por tres caracteres o tendencias innatas:
1) Tendencia a la autorreflexión e introspección.
2) Tendencia al antigregarismo grupal.
3) Tendencia egocéntrica (a satisfacer necesidades e inquietudes del propio Yo personal).
Por supuesto, estoy dando gruesos brochazos, pero todo buen conocedor del arte de pintar sabe que primero hay que esbozar, crear y distribuir espacios, plantear los diferentes tonos y contrastes con gruesas pinceladas en óleo muy diluido. Después, poco a poco, usaremos los pinceles finos para concretar y matizar los detalles, hasta que la idea tome forma y se haga comprensible y reconocible.
En una primera aproximación, sin embargo, sospecho (sí, intuyo) que dichos rasgos (tendencias) aparecen más presentes, al menos estadísticamente, en un determinado tipo de hombre que suele estar estigmatizado socialmente, un freak u outsider que, en no pocas ocasiones, muestra algún tipo de extraña rareza, consecuencia de su personalidad desajustada y desintegrada
Llegados a este punto, solo cabe someter a estudio y evaluación otra nueva tesis: ¿existe una significativa correlación entre el genio (inquietud creadora) y los individuos con cierto grado de locura?
Creo que sí, que resulta evidente (hay evidencias) de que el genio y la locura están estrechamente relacionados, pero es claro que habría que demostrarlo. ¿Cómo?
Algún crítico podrá alegar que no todos los genios comparten rasgos de locura (entendida como sinónimo de desajuste y desintegración).
¿Y cómo demuestran dichos críticos que no todos los genios presentan, o presentaron en el pasado, cierto grado de locura?
Me podrían citar a Platón y Aristóteles, Darío, Juan Ramón Jiménez y Lorca como ejemplo de genios que, supuestamente, no compartían rasgos de locura o desajuste y desintegración social.
Yo no estaría tan seguro de ello. No tenemos documentación que haga referencia a los perfiles psicológicos de Platón y Aristóteles, pero me atrevería a asegurar que en los poetas que se han enumerado subyacía, sin duda, esa tensión teologal a la que se refiriera Zubiri y que Unamuno bautizara como sentimiento trágico de vivir.
Sabemos que Empédocles se arrojó a un volcán creyéndose inmortal.
Por otro lado, hoy tenemos evidencias de que Kant, el racional y genial Kant, era posiblemente un hipocondríaco con rasgos maníaco-obsesivos. Más evidentes y conocidos fueron los desajustes de Nietzsche o Wittgenstein. Kierkegaard y Unamuno, como Camus y Sartre, fueron irredentos depresivos que se salvaron a través de su filosofía, como Emil Cioran.
¿Y los pintores? Tenemos a Van Gogh, el pintor loco por excelencia, pero también a Modigliani, Chagall, Pollock, Dalí... y seguramente a otros muchos cuyos desajustes eran menos visibles o fueron menos conocidos.
En fin, mi bello cuadro va tomando forma a medida que comienzo a usar los pinceles más finos y de pelo de marta.
lunes, 9 de mayo de 2016
Locura y genialidad (parte III)
Quizás desplegué demasiadas ideas en mis anteriores reflexiones en torno a la "locura y la genialidad" y no quedó suficientemente "clara" la tesis que pretendí defender:
No es que el loco esté desapegado de la realidad, como sostienen falazmente la mayoría de los manuales de psicología, sino que está desapegado del sentido de realidad impuesto por una conciencia colectiva determinada.
Lo que le sucede al loco es que se siente desvinculado o desplazado, des-integrado, del sentido de la realidad en la que se encuentra inmerso.
Mi tesis no asume que haya diferentes o múltiples realidades, sino diferentes sentidos o interpretaciones de una única realidad.
Así, no hay presente ningún platonismo en la tesis que defiendo, porque no me he referido a varias realidades en ningún momento. Solo hay una única realidad-fundamento.
Lo que sucede es que el hombre es un ser absoluto relativo, es decir, es una persona que debe hacerse a sí misma en una realidad abierta a múltiples posibilidades. Por esto que señalo, por el carácter abierto de la realidad, podemos otorgarle a la misma diferentes sentidos y/o significados.
Que la realidad sea abierta solo quiere decir que cada hombre, a través del libre albedrío, optará por unas posibilidades u opciones frente a otras; para hallar o construir su propio proyecto vital, fundamentándolo o justificándolo con un determinado sentido y/o significado.
Lo que sostengo, en definitiva, es que cierto tipo de hombre, aquel que neurobiológicamente esté más predeterminado hacia el gregarismo o conformismo grupal, hará suyo el sentido o cosmovisión que le ofrezca la sociedad en la que se encuentre inmerso.
Sin embargo, otro tipo de hombre, que quizás haya denominado loco precipitadamente y sin matizar suficientemente, se sentirá desajustado y/o desintegrado del sentido construido socialmente por el Dasein histórico al que pertenece.
Yo no hago ninguna igualación entre locura, estética y genialidad, sino que establezco relaciones entre dicha tríada. Al contrario, parto del hombre como individuo único, determinado neurobiológicamente en una única realidad; en una realidad que, a su vez, también estará determinada por unos concretos valores: aquellos hallados y/o construidos por el Dasein histórico.
¿Qué relaciones subyacen entre el loco, el arte y el genio?
El hombre, a pesar de sus pre-determinaciones apriorísticas biogenéticas, intra-individuales (su Yo) y sociales e históricas, tendrá la posibilidad de hacerse a sí mismo, porque la realidad es abierta y posibilitante.
Ahora bien, no todos los tipos de hombres tendrán las mismas posibilidades para construir o fundamentar su Yo.
Un individuo que a priori sea más sociable y gregario, y que disponga de mayores habilidades sociales y comunicativas, se sentirá cómodo en un entorno que esté pensado para garantizar el éxito de individuos que sean como él; es decir, dicho individuo podrá superar las adversidades vitales con mayor facilidad, por ejemplo, que otro individuo que no disponga de habilidades sociales y/o comunicativas.
Estamos de acuerdo en aceptar, creo, que el loco que lo es por causas neurobiológicas severas (esquizofrenia, demencia y psicosis) estará y se sentirá irremediablemente desapegado de la realidad. Una enfermedad mental que presente una sintomatología severa difícilmente podrá superar las adversidades vitales; difícilmente le permitirá al individuo construir y desempeñar un proyecto vital propio. Dicha persona será dependiente, necesitará ayuda y tendrá escasas posibilidades de ser autónoma e independiente (me estoy refiriendo, para que no haya lugar a dudas, a lo que popularmente se conoce como "loco de atar").
Ahora bien, la locura se manifiesta, como muchos síndromes (dislexia, autismo...), en diferentes grados.
La psiquiatría ha bautizado a las locuras menores, a aquellas locuras que presentan síntomas más benignos, con diferentes nombres: personalidades esquizoides, esquizotípicas, límites...
De hecho, no resulta ético ni profesional denominar loco a un individuo que presente ciertas carencias o déficits emocionales (quede constancia de ello), ya sea un Asperger, un bipolar o un esquizoide, pero para el caso que nos ocupa resultará conveniente usar genéricamente el término de loco, entendiéndolo como definición de "raro o extraño", o como se dice ahora: individuo freak y/o outsider.
Lo que sostengo es que dichos individuos, freaks y outsiders, no lo son por decisión propia, sino porque así lo percibe la generalidad de los individuos integrados y normativizados socialmente.
Lo que sostengo es que ciertos locos, no diremos todos; especialmente aquellos que muestran algún tipo de dificultad para integrarse (grados de autismo, Aspergers, esquizoides, etc...) por su propia predeterminación biogenética se sienten desapegados de la realidad, porque ellos mismos, impelidos por su Yo (autorreflexivo, introspectivo y egocéntrico) no tienen más remedio que construirse desde sí mismos y desde dentro de sí mismos. Es decir, solo podrán optar a determinadas posibilidades de la realidad abierta(una única realidad) aprehendiéndola e interpretándola de manera diferente al resto de personas.
Así, dicha singularidad en el momento de aprehender e interpretar la realidad será lo que constituirá, de hecho, el carácter original y creativo de dichos individuos.
Ahora bien, y como ya señalé, si bien de entrada ya podemos generalizar y decir que todos los locos son creativos (tanto los que muestran síntomas severos como los que presentan sintomatología más benigna) no todos ellos, por sus propias autolimitaciones, dispondrán de capacidad para trascender su creatividad interior y conseguir comunicársela a los demás.
Por ejemplo, un autista severo, que presente un acusado mutismo, quizás tenga un riquísimo y creativo mundo interior, pero sus propias limitaciones (sociales y comunicativas) le impedirán exteriorizarlo a través de una vía estética. Lo mismo podríamos decir de un individuo que presentara una esquizofrenia profunda o una demencia severa.
Solo los locos que manifiesten cierto grado de locura podrán trascender su mundo interior a través de la creación estética.
De hecho, sostengo, osada y arriesgadamente, que detrás de todo gran artista, da igual en qué modalidad se exprese (literatura, música, pintura...), se esconde un loco, un individuo raro y extraño, o un freak y/o outsider, como prefiramos llamarlo.
Conclusión:
Cojamos a grandes filósofos, literatos, pintores, músicos... y analicémoslos psicológicamente, aunque solo sea superficialmente, y comprobaremos que sus rasgos de carácter o personalidad no suelen coincidir con los del hombre-masa o tipo de hombre medio.
Para empezar, la mayoría de los grandes artistas son autorreflexivos e introspectivos, sienten la tensión teologal o el sentimiento trágico de vivir; no suelen ser gregarios, sino que, las más de las veces, prefieren el ensimismamiento o recogimiento interior. Son capaces de enfrentar sus ideas, su Yo, al uniformismo que impone la masa en cada momento histórico. Solo individuos así pueden enfrentarse al Dasein histórico para hallar y/o construir nuevos valores y sentidos de vida; solo desde un cierto desapego con la realidad, con el sentido de realidad impuesto socialmente, se pueden crear nuevas opciones y posibilidades del ser, pero en la misma realidad.
domingo, 8 de mayo de 2016
Locura y genialidad (parte II)
Efectivamente, Don Quijote ni existió ni existe, pero, como señalara Unamuno, se nos antoja más real incluso que Miguel de Cervantes. ¿Por qué? Porque está más presente y actualizado, más manifiesto en nuestra conciencia (memoria colectiva) que su autor.
En mi opinión personal, la realidad en ficción es lo que podríamos denominar realidad virtual. Toda novela o creación literaria trasciende cuando sus personajes se universalizan, por decirlo de alguna manera, y se convierten en realidad (en ficción) en nuestra conciencia, en la memoria colectiva o Dasein histórico.
Pero no todos los personajes reales en ficción trascienden (no todos van más allá de la conciencia particular de su autor) sino que muchos de ellos son, tan solo, realidades virtuales única y exclusivamente vivenciadas y experienciadas por sus creadores.
Pondré un ejemplo: Van Gogh
Vincent Van Gogh no hubiese pasado de ser un loco más; uno más de los cientos de miles de individuos anónimos que pasan por el mundo sin pena ni gloria. Sin embargo, tras su muerte, alguien decidió que su obra era trascendente, importante y genial. Ese alguien fue escuchado por otros muchos, y estos, a su vez, por muchos más, hasta que el Dasein histórico o conciencia colectiva se convenció de que la obra de Van Gogh era la propia de un genio.
Un ejemplo más: John Kennedy Toole.
Como le sucediera a Van Gogh, el reconocimiento le llegó tarde a Kennedy Toole, autor de "La conjura de los necios", pero, una vez más, alguien se fijó en su obra, pensó que era genial y así lo transmitió al resto de seres humanos que conforman la implacable memoria colectiva que, como la guerra, a unos hombres hace dioses (genios) y a otros esclavos (locos).
El Dasein histórico dictamina y decide qué autor, muchas veces un loco o desequilibrado, tendrá el honor de alcanzar el statu de genio. Pero para que la conciencia colectiva imponga su dictatorial decisión, primero alguien deberá descubrir o desvelar al genio que se oculta en el loco.
¿Quién es ese alguien al que me he referido en varias ocasiones y que he subrayado en negrita intencionadamente?
Pues ese alguien solo puede ser un híbrido que sirva de puente o canal de transmisión entre la obra del loco y el resto de la humanidad.
Ese alguien tiene que ser un pastor del ser, un individuo lo suficientemente loco como para entender a los locos, pero, además, deberá estar lo suficientemente cuerdo como para no perderse en la irracional incoherencia del loco, pues tendrá que ser capaz de interpretar racionalmente aquello que el loco solo puede expresar irracional y/o intuitivamente.
Aquí quería llegar.
Unamuno tenía fama de tener un carácter difícil e irascible, también de ser bastante incoherente y de ser propenso a la contradicción. Él mismo solía decir que contradecirse era lo más humano. Con semejante perfil psicológico hubiese resultado muy difícil que muchos guardianes de la razón, curas y bachilleres ebrios de lógica racional, le hubiesen prestado la atención que se merecía. De hecho, incluso sus más fieles admiradores (Zambrano, por ejemplo) le "regateaban" el calificativo de filósofo alegando, supuestamente a su favor, que el genio de Salamanca era, sobre todo, un poeta (un original creador).
Unamuno, en realidad, fue un loco, y como todo loco fue un gran visionario.
Husserl fue el primer pensador que señaló que las imágenes que se generaban en nuestra conciencia ya eran, de facto, pre-ser o pre-realidad, en tanto, eran ideas y pensamientos que podrían ser llevados a la práctica real.
Heidegger interpretó esa pre-realidad en la conciencia como potencia de ser o posibilidad de ser, como Ortega.
Sin embargo, Zubiri fue el puente entre la locura de Unamuno y la metafísica racional-analítica de Heidegger y Ortega.
¿Era cierto, como sostenía Unamuno, que los personajes en la ficción ya eran, de hecho, personajes reales con vida propia (vivenciados y experienciados en la conciencia)?
Sí, claro que sí. Así lo demostró Zubiri con su filosofía de la realidad y la inteligencia sentiente. Zubiri racionalizó y explicó sistemáticamente lo que Unamuno tan solo esbozó de forma intuitiva y a través de pinceladas de original creatividad.
Lo mismo hizo Heidegger al interpretar las intuitivas pinceladas de Nietzsche, recuperando la filosofía del loco filósofo y reactualizándolas. Lo que se reactualiza se hace presente, se hace manifiesto y es vivenciado y experienciado (Zubiri). Y lo que es experienciado (sentido) como real, aunque sea virtual, ya es, en tanto que vivenciado, verdad.
Concluyo: los locos son necesarios para descubrir y desvelar los dictados del ser; o son necesarios para construir sentidos y significados, si se prefiere recurrir al constructivismo. Pero poca atención tendrían los locos, para el común de los mortales, si no existieran esos otros individuos, puentes híbridos, prestos a interpretar racionalmente esos susurros del ser, casi inaudibles, que solo los locos pueden captar intuitiva e irracionalmente.
Por tanto, Don Quijote de la Mancha es un ficto, una ficción. Zubiri diría que es una realidad en ficción.
En mi opinión personal, la realidad en ficción es lo que podríamos denominar realidad virtual. Toda novela o creación literaria trasciende cuando sus personajes se universalizan, por decirlo de alguna manera, y se convierten en realidad (en ficción) en nuestra conciencia, en la memoria colectiva o Dasein histórico.
Pero no todos los personajes reales en ficción trascienden (no todos van más allá de la conciencia particular de su autor) sino que muchos de ellos son, tan solo, realidades virtuales única y exclusivamente vivenciadas y experienciadas por sus creadores.
Pondré un ejemplo: Van Gogh
Vincent Van Gogh no hubiese pasado de ser un loco más; uno más de los cientos de miles de individuos anónimos que pasan por el mundo sin pena ni gloria. Sin embargo, tras su muerte, alguien decidió que su obra era trascendente, importante y genial. Ese alguien fue escuchado por otros muchos, y estos, a su vez, por muchos más, hasta que el Dasein histórico o conciencia colectiva se convenció de que la obra de Van Gogh era la propia de un genio.
Un ejemplo más: John Kennedy Toole.
Como le sucediera a Van Gogh, el reconocimiento le llegó tarde a Kennedy Toole, autor de "La conjura de los necios", pero, una vez más, alguien se fijó en su obra, pensó que era genial y así lo transmitió al resto de seres humanos que conforman la implacable memoria colectiva que, como la guerra, a unos hombres hace dioses (genios) y a otros esclavos (locos).
El Dasein histórico dictamina y decide qué autor, muchas veces un loco o desequilibrado, tendrá el honor de alcanzar el statu de genio. Pero para que la conciencia colectiva imponga su dictatorial decisión, primero alguien deberá descubrir o desvelar al genio que se oculta en el loco.
¿Quién es ese alguien al que me he referido en varias ocasiones y que he subrayado en negrita intencionadamente?
Pues ese alguien solo puede ser un híbrido que sirva de puente o canal de transmisión entre la obra del loco y el resto de la humanidad.
Ese alguien tiene que ser un pastor del ser, un individuo lo suficientemente loco como para entender a los locos, pero, además, deberá estar lo suficientemente cuerdo como para no perderse en la irracional incoherencia del loco, pues tendrá que ser capaz de interpretar racionalmente aquello que el loco solo puede expresar irracional y/o intuitivamente.
Aquí quería llegar.
Unamuno tenía fama de tener un carácter difícil e irascible, también de ser bastante incoherente y de ser propenso a la contradicción. Él mismo solía decir que contradecirse era lo más humano. Con semejante perfil psicológico hubiese resultado muy difícil que muchos guardianes de la razón, curas y bachilleres ebrios de lógica racional, le hubiesen prestado la atención que se merecía. De hecho, incluso sus más fieles admiradores (Zambrano, por ejemplo) le "regateaban" el calificativo de filósofo alegando, supuestamente a su favor, que el genio de Salamanca era, sobre todo, un poeta (un original creador).
Unamuno, en realidad, fue un loco, y como todo loco fue un gran visionario.
Husserl fue el primer pensador que señaló que las imágenes que se generaban en nuestra conciencia ya eran, de facto, pre-ser o pre-realidad, en tanto, eran ideas y pensamientos que podrían ser llevados a la práctica real.
Heidegger interpretó esa pre-realidad en la conciencia como potencia de ser o posibilidad de ser, como Ortega.
Sin embargo, Zubiri fue el puente entre la locura de Unamuno y la metafísica racional-analítica de Heidegger y Ortega.
¿Era cierto, como sostenía Unamuno, que los personajes en la ficción ya eran, de hecho, personajes reales con vida propia (vivenciados y experienciados en la conciencia)?
Sí, claro que sí. Así lo demostró Zubiri con su filosofía de la realidad y la inteligencia sentiente. Zubiri racionalizó y explicó sistemáticamente lo que Unamuno tan solo esbozó de forma intuitiva y a través de pinceladas de original creatividad.
Lo mismo hizo Heidegger al interpretar las intuitivas pinceladas de Nietzsche, recuperando la filosofía del loco filósofo y reactualizándolas. Lo que se reactualiza se hace presente, se hace manifiesto y es vivenciado y experienciado (Zubiri). Y lo que es experienciado (sentido) como real, aunque sea virtual, ya es, en tanto que vivenciado, verdad.
Concluyo: los locos son necesarios para descubrir y desvelar los dictados del ser; o son necesarios para construir sentidos y significados, si se prefiere recurrir al constructivismo. Pero poca atención tendrían los locos, para el común de los mortales, si no existieran esos otros individuos, puentes híbridos, prestos a interpretar racionalmente esos susurros del ser, casi inaudibles, que solo los locos pueden captar intuitiva e irracionalmente.
jueves, 5 de mayo de 2016
Locura y genialidad.
Introducción
¿Dónde dibujamos la fina línea que separa la locura de la cordura o, mejor aún, cómo establecemos la sutil diferencia entre locura y genialidad?
Suele decirse que los locos se conducen irracionalmente, que su comportamiento no es racional porque muestran un desapego o falta de contacto con la realidad. He ahí una dimensión del ser humano que habría que estudiar y analizar más detenidamente para poder comprender la locura y la genialidad: la realidad, o el ser humano como animal de realidades (Zubiri).
¿Pero qué es la realidad?
Según Zubiri, realidad es el ámbito constitutivo del hombre, ya que el hombre es una realidad de suyo (ser-en sí) y un ser-en la realidad (ser-ahí) que debe hacerse a sí mismo.
¿Y qué es el hombre?
Siguiendo a Zubiri, podríamos definirlo como un ser absoluto relativo. El carácter de absoluto está determinado por el ser-en sí mismo del hombre, pues éste tiene la absoluta certeza, por así decirlo, de que él es él mismo; es decir, de que es un sujeto (Yo) que existe en tanto se piensa a sí mismo ("cogito ergo sum" de Descartes).
Pero el hombre necesita otra certeza fundamental; necesita saber si su ser absoluto es por algo y para algo, es decir, si hay alguna razón que fundamente (dé sentido) a su ex-sistere, a su ser ahí en el mundo. Por este motivo, por carecer de la certeza de un fundamento último de su ser, el hombre es un ser absoluto también relativo.
¿Qué significa que el ser absoluto que es el hombre también sea relativo?
Pues significa que aunque el hombre tenga la certeza de ser-en sí mismo, aunque tenga la certeza de estar constituido como un Yo individual y singular, necesita justificar la existencia de su Yo: ¿por qué existe? ¿para qué existe?
Al ser humano no le basta con ser; no le basta con saberse una realidad en sí misma que se encuentra arrojado (religado en el parecer de Zubiri) en la realidad, necesita saber el porqué de su realidad absoluta.
Podríamos decir, en definitiva, que el hombre necesita fundamentar o encontrar (hallar o construir) el sentido o razón de su existencia. Y la búsqueda de dicho sentido le obligará a ir haciéndose relativamente, es decir, no de un modo concreto predeterminado sino a través de sucesivas elecciones que se le ofrecerán en la realidad abierta como diferentes posibilidades de ser.
Así, el ser absoluto del hombre será relativo, porque podrá hacerse a sí mismo a través de múltiples posibilidades de ser; la multiplicidad de opciones de entre las que podrá escoger, para poder llegar a ser él mismo, le conferirá a su ser el carácter propiamente relativo.
Hacernos a nosotros mismos
El problema vital que se le plantea al hombre, por el mero hecho de existir (vivir), no es el de hacerse a sí mismo, pues está impelido a ello; es decir, está obligado por una suerte de fuerza, que Zubiri denomina poder de lo real, que le insta a un constante quehacer vital: el drama de vivir que consiste en hacer y construir para superar adversidades y contingencias circunstanciales (Ortega).
El problema vital, por tanto, que Zubiri denomina teologal, consiste en decidir cómo hacernos, es decir, decidir cómo llegar a ser nosotros mismos dando sentido y/o fundamento a nuestra existencia.
Para saber cómo hacernos necesitamos saber, primero, quiénes somos; necesitamos, en definitiva, buscar: buscarnos a nosotros mismos, para, así, hallar nuestra razón de ser y encontrar el sentido de nuestras vidas.
Esta búsqueda, que lleva a cabo nuestro Yo individual en la realidad que nos envuelve (social e histórica) nos genera angustia; es la búsqueda la que, propiamente, nos resulta problemática y genera en nosotros lo que Zubiri bautizara como tensión teologal.
La angustia
La vida es drama (Ortega) porque es angustia e inquietud, es sentimiento trágico (Unamuno), náusea (Sartre) o anonadamiento (Heidegger). Da igual cómo denominemos a ese sentimiento que se apodera de nuestro ser (Yo) y que nos insta a preguntarnos por el porqué de nuestra existencia.
Zubiri denomina apoderamiento al rasgo más característico de dicho sentimiento de angustia que invade nuestro ser porque, de facto, lo que hace es eso precisamente: apoderarse de nosotros.
¿Pero qué y cómo se apodera de nosotros?
Pues es la misma realidad la que se apodera de nuestro ser absoluto relativo. Es la realidad la que, a través del poder que ejerce sobre la cosas reales, el poder de lo real, nos provoca esa angustia existencial que Zubiri denominara tensión teologal. ¿Y cómo se apodera de nosotros (nos invade) la realidad generando inquietud o tensión teologal en nuestro ser?
Pues a través de la manifestación de lo real.
La manifestación de lo real
Para llegar a la raíz de lo que significa la manifestación de lo real, y poder entender, así, su implicación en el tema que nos ocupa -locura y genialidad- deberemos, primero, explicar qué es la respectividad de lo real:
La respectividad de lo real es el fundamento de lo real; lo real es en tanto que real, aunque no exista. Basta con que lo real esté presente y se actualice en el mundo, pues la respectividad es actual en sí misma y actual desde sí misma-en el mundo.
Ya hemos llegado a la raíz del problema que nos ocupa para establecer una línea divisoria entre locura y genialidad: toda manifestación de la realidad es presencia y actualización de lo real en nuestra conciencia, aunque no exista (vuelvo a insistir en esta crucial cuestión).
Lo real, la realidad misma, es la manifestación (presencia) en nuestra conciencia de la propia realidad. Esto que puede parecer, a primera vista, un incomprensible galimatías, podríamos explicarlo con mayor claridad, o en román paladino:
Todo lo que es vivenciado y experienciado en nuestra conciencia se nos muestra (manifiesta) como realidad presente-en nosotros. Y, en tanto que realidad presente, dicha realidad ya no es re-presentación de la realidad (una imagen de la misma) sino la propia realidad experimentada por nosotros; es, a todos los efectos, un modo de ser real, incluso aunque no exista.
Yo, para que podamos entendernos, denominaré, a partir de ahora, a este modo de ser real no existente como realidad virtual.
La realidad virtual, pues, podría definirse como un modo de ser real, presente y actualizado en nuestro Yo, en tanto que experienciado y vivenciado como real, pero no existente.
Veamos ahora la relación entre locura, genialidad y realidad virtual.
¿Qué rasgos de personalidad comunes comparten los locos y los genios?
Ambos perfiles humanos, locos y genios, comparten en mi opinión un mismo rasgo común: ser extremadamente creativos.
A través de la creatividad se manifiesta un modo de ser real que pudiera no existir; un modo de ser que no existiría antes de ser creado, es decir, antes de que su autor/actor/agente (hombre como artista) lo piense y/o imagine.
Pensar e imaginar significa hacer presente y actual un modo de ser real en nuestro Yo (conciencia de ser); pero si interpretamos dicha manifestación o presencia del ser en nuestra conciencia, no como imagen o representación de la realidad sino como la realidad misma, es decir, como realidad virtual vivenciada y experienciada, ¿podríamos seguir argumentando que los locos están desapegados de la realidad? ¿De qué realidad, en cualquier caso? ¿De la realidad normativizada, reconocida por el Dasein histórico colectivo, o de la realidad de suyo (su realidad experienciada)?
Pienso que la cuestión que planteo es de gran relevancia. Hemos convenido que la realidad aprehendida, que se manifiesta y hace presente en nosotros (nuestro Yo), no es solo mera imagen del mundo, sino la misma realidad del mundo real que se actualiza en nuestra conciencia, por tanto podríamos aseverar que dicha actualización vivenciada en nosotros es real y no ficticia. O, en todo caso sería, como argumentaba Zubiri, realidad en la ficción, pero no ficción de la realidad.
¿Loco o genio?
Si ambos perfiles humanos, el del loco y el genio, se caracterizan por compartir rasgos comunes de creatividad, los cuales les permiten hacer "de suyo" un modo de ser real que no tiene por qué existir necesariamente, entonces ¿qué les diferencia?
Pues les diferencia el grado de integración o ajuste con la realidad presente y actualizada que muestren respecto a la del Dasein histórico, es decir, les diferencia en qué grado pueden integrarse en la realidad consensuada y normativizada socialmente.
El loco es el individuo menos integrado en el sentido o cosmovisión que impone el Dasein histórico de un colectivo cualquiera. Resulta obvio que el loco será más loco cuanto más se aleje de ese requerimiento social que nos religa al fundamento y/o sentido aceptado y normativizado socialmente. Es decir, no es que el loco esté desapegado de la realidad, como sostienen falazmente la mayoría de los manuales de psicología, sino que está desapegado del sentido de realidad impuesto por una conciencia colectiva determinada.
Lo que le sucede al loco, como al genio, es que es demasiado creativo; vivencia y experiencia tan intensamente el poder de lo real que se siente religado a algo más (un fundamento y/o sentido) que no le ofrece la sociedad a la que pertenece. Y claro, como no encuentra salida para salvar su desajuste o desintegración con el entorno, entonces desespera y enloquece. Por supuesto, si un individuo sintiera (vivenciara y experienciara) como suyo el fundamento o cosmovisión compartido por la conciencia colectiva (sociedad) entonces no estaría loco, sino que estaría integrado y sería un ciudadano ejemplar.
El genio, sin embargo, a pesar de parecer más apegado a la realidad, también es un ser creativo que siente, intuye y experiencia que su Yo está religado a algo más que la mera realidad actualizada y presente formalmente; él también sospecha que la realidad está abierta a demasiadas posibilidades de ser, pero, a diferencia del loco, el genio recurrirá a vías de creación aceptadas socialmente para dar sentido y fundamentar su realidad vivenciada; para buscar, a través de su arte, nuevas posibilidades de ser.
He ahí otra diferencia clave entre el loco y el genio: la utilización o no de vías de creación aceptadas socialmente y la capacidad para racionalizar lo irracional.
Vías de creación: discursivas y artísticas.
Para entender lo que pretendo explicar expondré tan solo dos grandes vías que sirven para que, tanto el loco como el genio, construyan su realidad:
Vía discursiva: ambos individuos, loco y genio, presentan un pensamiento que discurre, aparentemente, incoherente e irracional. Subrayo el carácter de pensamiento incoherente en-apariencia, porque sus respectivos discursos, ininteligibles e incomprensibles para los demás, sí son coherentes y tienen sentido para ellos mismos.
Así, en principio, tanto el loco como el genio, instados por la angustia o esa tensión teologal a la que se refiriera Zubiri, desarrollan y crean un discurso que no es sino la manifestación que ellos vivencian de un modo de ser real: la manifestación de su propia realidad virtual.
Ambos, loco y genio, racionalizarán sus discursos aparentemente irracionales, pero solo el genio sabrá cómo hacerlo de manera que pueda salvar el estigma social, consiguiendo que su realidad virtual vivenciada forme, también, parte de la conciencia colectiva.
Vía artística: si el loco no logra socializar su discurso, es decir, si no consigue racionalizarlo artísticamente a través de las vías aceptadas por la conciencia colectiva, entonces quedará hundido en su ser-en sí mismo y quedará estigmatizado. Pero si consigue transmitir a los demás la realidad virtual creada, vivenciada y experienciada en su conciencia, entonces será un genio.
Pondré un ejemplo:
Si alguien comenzase a elaborar un discurso aparentemente irracional, sosteniendo que él es Dios, porque es capaz de crear verdades (modos de ser reales) y lo gritase, cual Zaratustra, desde la cima de una montaña o desnudo en lo alto de un árbol, automáticamente sería tildado de loco. Pero si ese mismo loco tuviese capacidad para racionalizar lo irracional, es decir, si además de un cierto grado de locura tuviese aptitudes artísticas, entonces escribiría un libro y en él se mostraría, tal cual siente y experiencia su verdad, como un creador de diferentes modos de ser. Este loco artista podría, por ejemplo, crear vida en la ficción y hacernos creer que algunos de sus personajes, ya se llamaran Augusto Pérez o Alonso Quijano, fueron reales, aunque inexistentes.
Unamuno señaló, sagazmente, que el Quijote (personaje en la ficción) había conseguido, con el tiempo, ser más real que el hombre de carne y hueso que fue Miguel de Cervantes; el Quijote es más real en tanto que es manisfestación presente y actualizada en la conciencia colectiva.
Conclusión:
El genio, por tanto, sería aquel loco que, además de desarrollar un discurso aparentemente irracional, también sería capaz de racionalizarlo a través de diferentes vías artísticas (literatuta, pintura, música...), por tal de hacernos creer en realidades inexistentes.
Dije que el genio nos hace creer en realidades inexistentes. ¿Y qué es Dios, sino un ser real (ser en la realidad), al margen de que podamos o no demostrar la certeza de su existencia?
Los videojuegos, a través de lo que llamamos realidad virtual, nos hacen creer que vivimos una experiencia auténtica. ¡Y tanto que es auténtica y real!, porque es experienciada, nos hace sentir, disfrutar, enojarnos y emocionarnos, y todo ello a pesar de que los mundos virtuales que recrea dicha realidad virtual sean inexistentes.
Siempre, por tanto, nos quedará la duda: ¿fue Jesucristo un loco? ¿O, en tanto nos hizo creer en Dios, fue un genio?
¿Jesucristo sería, hoy, un hábil programador de juegos virtuales, o un célebre escritor que haría reales personajes ideados en su imaginación?
De hecho, también podríamos preguntarnos: ¿Jesucristo existió o no existió? Quizás fuese tan solo un personaje real; un ser real en tanto que manifestación viva (presente y actual) en la conciencia colectiva de un Dasein histórico; un ser que no tuvo, necesariamente, por qué existir.
¿Dónde dibujamos la fina línea que separa la locura de la cordura o, mejor aún, cómo establecemos la sutil diferencia entre locura y genialidad?
Suele decirse que los locos se conducen irracionalmente, que su comportamiento no es racional porque muestran un desapego o falta de contacto con la realidad. He ahí una dimensión del ser humano que habría que estudiar y analizar más detenidamente para poder comprender la locura y la genialidad: la realidad, o el ser humano como animal de realidades (Zubiri).
¿Pero qué es la realidad?
Según Zubiri, realidad es el ámbito constitutivo del hombre, ya que el hombre es una realidad de suyo (ser-en sí) y un ser-en la realidad (ser-ahí) que debe hacerse a sí mismo.
¿Y qué es el hombre?
Siguiendo a Zubiri, podríamos definirlo como un ser absoluto relativo. El carácter de absoluto está determinado por el ser-en sí mismo del hombre, pues éste tiene la absoluta certeza, por así decirlo, de que él es él mismo; es decir, de que es un sujeto (Yo) que existe en tanto se piensa a sí mismo ("cogito ergo sum" de Descartes).
Pero el hombre necesita otra certeza fundamental; necesita saber si su ser absoluto es por algo y para algo, es decir, si hay alguna razón que fundamente (dé sentido) a su ex-sistere, a su ser ahí en el mundo. Por este motivo, por carecer de la certeza de un fundamento último de su ser, el hombre es un ser absoluto también relativo.
¿Qué significa que el ser absoluto que es el hombre también sea relativo?
Pues significa que aunque el hombre tenga la certeza de ser-en sí mismo, aunque tenga la certeza de estar constituido como un Yo individual y singular, necesita justificar la existencia de su Yo: ¿por qué existe? ¿para qué existe?
Al ser humano no le basta con ser; no le basta con saberse una realidad en sí misma que se encuentra arrojado (religado en el parecer de Zubiri) en la realidad, necesita saber el porqué de su realidad absoluta.
Podríamos decir, en definitiva, que el hombre necesita fundamentar o encontrar (hallar o construir) el sentido o razón de su existencia. Y la búsqueda de dicho sentido le obligará a ir haciéndose relativamente, es decir, no de un modo concreto predeterminado sino a través de sucesivas elecciones que se le ofrecerán en la realidad abierta como diferentes posibilidades de ser.
Así, el ser absoluto del hombre será relativo, porque podrá hacerse a sí mismo a través de múltiples posibilidades de ser; la multiplicidad de opciones de entre las que podrá escoger, para poder llegar a ser él mismo, le conferirá a su ser el carácter propiamente relativo.
Hacernos a nosotros mismos
El problema vital que se le plantea al hombre, por el mero hecho de existir (vivir), no es el de hacerse a sí mismo, pues está impelido a ello; es decir, está obligado por una suerte de fuerza, que Zubiri denomina poder de lo real, que le insta a un constante quehacer vital: el drama de vivir que consiste en hacer y construir para superar adversidades y contingencias circunstanciales (Ortega).
El problema vital, por tanto, que Zubiri denomina teologal, consiste en decidir cómo hacernos, es decir, decidir cómo llegar a ser nosotros mismos dando sentido y/o fundamento a nuestra existencia.
Para saber cómo hacernos necesitamos saber, primero, quiénes somos; necesitamos, en definitiva, buscar: buscarnos a nosotros mismos, para, así, hallar nuestra razón de ser y encontrar el sentido de nuestras vidas.
Esta búsqueda, que lleva a cabo nuestro Yo individual en la realidad que nos envuelve (social e histórica) nos genera angustia; es la búsqueda la que, propiamente, nos resulta problemática y genera en nosotros lo que Zubiri bautizara como tensión teologal.
La angustia
La vida es drama (Ortega) porque es angustia e inquietud, es sentimiento trágico (Unamuno), náusea (Sartre) o anonadamiento (Heidegger). Da igual cómo denominemos a ese sentimiento que se apodera de nuestro ser (Yo) y que nos insta a preguntarnos por el porqué de nuestra existencia.
Zubiri denomina apoderamiento al rasgo más característico de dicho sentimiento de angustia que invade nuestro ser porque, de facto, lo que hace es eso precisamente: apoderarse de nosotros.
¿Pero qué y cómo se apodera de nosotros?
Pues es la misma realidad la que se apodera de nuestro ser absoluto relativo. Es la realidad la que, a través del poder que ejerce sobre la cosas reales, el poder de lo real, nos provoca esa angustia existencial que Zubiri denominara tensión teologal. ¿Y cómo se apodera de nosotros (nos invade) la realidad generando inquietud o tensión teologal en nuestro ser?
Pues a través de la manifestación de lo real.
La manifestación de lo real
Para llegar a la raíz de lo que significa la manifestación de lo real, y poder entender, así, su implicación en el tema que nos ocupa -locura y genialidad- deberemos, primero, explicar qué es la respectividad de lo real:
La respectividad de lo real es el fundamento de lo real; lo real es en tanto que real, aunque no exista. Basta con que lo real esté presente y se actualice en el mundo, pues la respectividad es actual en sí misma y actual desde sí misma-en el mundo.
Ya hemos llegado a la raíz del problema que nos ocupa para establecer una línea divisoria entre locura y genialidad: toda manifestación de la realidad es presencia y actualización de lo real en nuestra conciencia, aunque no exista (vuelvo a insistir en esta crucial cuestión).
Lo real, la realidad misma, es la manifestación (presencia) en nuestra conciencia de la propia realidad. Esto que puede parecer, a primera vista, un incomprensible galimatías, podríamos explicarlo con mayor claridad, o en román paladino:
Todo lo que es vivenciado y experienciado en nuestra conciencia se nos muestra (manifiesta) como realidad presente-en nosotros. Y, en tanto que realidad presente, dicha realidad ya no es re-presentación de la realidad (una imagen de la misma) sino la propia realidad experimentada por nosotros; es, a todos los efectos, un modo de ser real, incluso aunque no exista.
Yo, para que podamos entendernos, denominaré, a partir de ahora, a este modo de ser real no existente como realidad virtual.
La realidad virtual, pues, podría definirse como un modo de ser real, presente y actualizado en nuestro Yo, en tanto que experienciado y vivenciado como real, pero no existente.
Veamos ahora la relación entre locura, genialidad y realidad virtual.
¿Qué rasgos de personalidad comunes comparten los locos y los genios?
Ambos perfiles humanos, locos y genios, comparten en mi opinión un mismo rasgo común: ser extremadamente creativos.
A través de la creatividad se manifiesta un modo de ser real que pudiera no existir; un modo de ser que no existiría antes de ser creado, es decir, antes de que su autor/actor/agente (hombre como artista) lo piense y/o imagine.
Pensar e imaginar significa hacer presente y actual un modo de ser real en nuestro Yo (conciencia de ser); pero si interpretamos dicha manifestación o presencia del ser en nuestra conciencia, no como imagen o representación de la realidad sino como la realidad misma, es decir, como realidad virtual vivenciada y experienciada, ¿podríamos seguir argumentando que los locos están desapegados de la realidad? ¿De qué realidad, en cualquier caso? ¿De la realidad normativizada, reconocida por el Dasein histórico colectivo, o de la realidad de suyo (su realidad experienciada)?
Pienso que la cuestión que planteo es de gran relevancia. Hemos convenido que la realidad aprehendida, que se manifiesta y hace presente en nosotros (nuestro Yo), no es solo mera imagen del mundo, sino la misma realidad del mundo real que se actualiza en nuestra conciencia, por tanto podríamos aseverar que dicha actualización vivenciada en nosotros es real y no ficticia. O, en todo caso sería, como argumentaba Zubiri, realidad en la ficción, pero no ficción de la realidad.
¿Loco o genio?
Si ambos perfiles humanos, el del loco y el genio, se caracterizan por compartir rasgos comunes de creatividad, los cuales les permiten hacer "de suyo" un modo de ser real que no tiene por qué existir necesariamente, entonces ¿qué les diferencia?
Pues les diferencia el grado de integración o ajuste con la realidad presente y actualizada que muestren respecto a la del Dasein histórico, es decir, les diferencia en qué grado pueden integrarse en la realidad consensuada y normativizada socialmente.
El loco es el individuo menos integrado en el sentido o cosmovisión que impone el Dasein histórico de un colectivo cualquiera. Resulta obvio que el loco será más loco cuanto más se aleje de ese requerimiento social que nos religa al fundamento y/o sentido aceptado y normativizado socialmente. Es decir, no es que el loco esté desapegado de la realidad, como sostienen falazmente la mayoría de los manuales de psicología, sino que está desapegado del sentido de realidad impuesto por una conciencia colectiva determinada.
Lo que le sucede al loco, como al genio, es que es demasiado creativo; vivencia y experiencia tan intensamente el poder de lo real que se siente religado a algo más (un fundamento y/o sentido) que no le ofrece la sociedad a la que pertenece. Y claro, como no encuentra salida para salvar su desajuste o desintegración con el entorno, entonces desespera y enloquece. Por supuesto, si un individuo sintiera (vivenciara y experienciara) como suyo el fundamento o cosmovisión compartido por la conciencia colectiva (sociedad) entonces no estaría loco, sino que estaría integrado y sería un ciudadano ejemplar.
El genio, sin embargo, a pesar de parecer más apegado a la realidad, también es un ser creativo que siente, intuye y experiencia que su Yo está religado a algo más que la mera realidad actualizada y presente formalmente; él también sospecha que la realidad está abierta a demasiadas posibilidades de ser, pero, a diferencia del loco, el genio recurrirá a vías de creación aceptadas socialmente para dar sentido y fundamentar su realidad vivenciada; para buscar, a través de su arte, nuevas posibilidades de ser.
He ahí otra diferencia clave entre el loco y el genio: la utilización o no de vías de creación aceptadas socialmente y la capacidad para racionalizar lo irracional.
Vías de creación: discursivas y artísticas.
Para entender lo que pretendo explicar expondré tan solo dos grandes vías que sirven para que, tanto el loco como el genio, construyan su realidad:
Vía discursiva: ambos individuos, loco y genio, presentan un pensamiento que discurre, aparentemente, incoherente e irracional. Subrayo el carácter de pensamiento incoherente en-apariencia, porque sus respectivos discursos, ininteligibles e incomprensibles para los demás, sí son coherentes y tienen sentido para ellos mismos.
Así, en principio, tanto el loco como el genio, instados por la angustia o esa tensión teologal a la que se refiriera Zubiri, desarrollan y crean un discurso que no es sino la manifestación que ellos vivencian de un modo de ser real: la manifestación de su propia realidad virtual.
Ambos, loco y genio, racionalizarán sus discursos aparentemente irracionales, pero solo el genio sabrá cómo hacerlo de manera que pueda salvar el estigma social, consiguiendo que su realidad virtual vivenciada forme, también, parte de la conciencia colectiva.
Vía artística: si el loco no logra socializar su discurso, es decir, si no consigue racionalizarlo artísticamente a través de las vías aceptadas por la conciencia colectiva, entonces quedará hundido en su ser-en sí mismo y quedará estigmatizado. Pero si consigue transmitir a los demás la realidad virtual creada, vivenciada y experienciada en su conciencia, entonces será un genio.
Pondré un ejemplo:
Si alguien comenzase a elaborar un discurso aparentemente irracional, sosteniendo que él es Dios, porque es capaz de crear verdades (modos de ser reales) y lo gritase, cual Zaratustra, desde la cima de una montaña o desnudo en lo alto de un árbol, automáticamente sería tildado de loco. Pero si ese mismo loco tuviese capacidad para racionalizar lo irracional, es decir, si además de un cierto grado de locura tuviese aptitudes artísticas, entonces escribiría un libro y en él se mostraría, tal cual siente y experiencia su verdad, como un creador de diferentes modos de ser. Este loco artista podría, por ejemplo, crear vida en la ficción y hacernos creer que algunos de sus personajes, ya se llamaran Augusto Pérez o Alonso Quijano, fueron reales, aunque inexistentes.
Unamuno señaló, sagazmente, que el Quijote (personaje en la ficción) había conseguido, con el tiempo, ser más real que el hombre de carne y hueso que fue Miguel de Cervantes; el Quijote es más real en tanto que es manisfestación presente y actualizada en la conciencia colectiva.
Conclusión:
El genio, por tanto, sería aquel loco que, además de desarrollar un discurso aparentemente irracional, también sería capaz de racionalizarlo a través de diferentes vías artísticas (literatuta, pintura, música...), por tal de hacernos creer en realidades inexistentes.
Dije que el genio nos hace creer en realidades inexistentes. ¿Y qué es Dios, sino un ser real (ser en la realidad), al margen de que podamos o no demostrar la certeza de su existencia?
Los videojuegos, a través de lo que llamamos realidad virtual, nos hacen creer que vivimos una experiencia auténtica. ¡Y tanto que es auténtica y real!, porque es experienciada, nos hace sentir, disfrutar, enojarnos y emocionarnos, y todo ello a pesar de que los mundos virtuales que recrea dicha realidad virtual sean inexistentes.
Siempre, por tanto, nos quedará la duda: ¿fue Jesucristo un loco? ¿O, en tanto nos hizo creer en Dios, fue un genio?
¿Jesucristo sería, hoy, un hábil programador de juegos virtuales, o un célebre escritor que haría reales personajes ideados en su imaginación?
De hecho, también podríamos preguntarnos: ¿Jesucristo existió o no existió? Quizás fuese tan solo un personaje real; un ser real en tanto que manifestación viva (presente y actual) en la conciencia colectiva de un Dasein histórico; un ser que no tuvo, necesariamente, por qué existir.
jueves, 28 de abril de 2016
Comentarios en torno a "El hombre y Dios", de Zubiri.
Sostiene Zubiri:
Sí, sí, totalmente de acuerdo.
Efectivamente, es la propia realidad la que nos está presente de forma enigmática. ¿Pero por qué la realidad se nos presenta enigmáticamente? Según Zubiri, porque la realidad es abierta (es potencia y posibilidad de ser) y por eso el poder de lo real nos impele, mediante la religación a la misma, a preguntarnos por la realidad fundamento; nos genera la necesidad de buscar sentidos y significados.
Bien, pero ¿Cómo demuestra Zubiri que "exista" o haya ese poder de lo real?
El mismo Zubiri argumenta que dicho poder (que se apodera del hombre) se evidencia a través de hechos que se manifiestan en la realidad como ser-en la realidad, posibilidad en la realidad y enigmáticamente en la realidad.
Pues bien, yo opino que tales hechos no son más que interpretaciones bien razonadas y, eso sí, muy originales. Yo no le quito mérito a Zubiri, pero insisto en que su interpretación para explicar cómo se origina la necesidad, inherente al ser humano, de buscar un sentido a su existencia, es tan solo una interpretación más.
El hecho, objetivo y comprobable a lo largo de la historia, es que, efectivamente, el ser humano ha estado impelido por la necesidad de buscar el fundamento de su ser absoluto relativo, para hacerse a sí mismo y dotarse de es-sentia (sentido).
Ahora bien, creo que sigue estando sujeto a interpretación la causa o motor que nos insta a dicha necesidad de búsqueda.
Zubiri cree que el motor, fuerza o poder que nos impele a buscar el fundamento de la realidad es algo que él denomina poder de lo real. Bien, pero para mí, ese algo podría perfectamente interpretarse de diferentes maneras, y llamarse poder de Dios, o poder del ser.
Sé que para Zubiri no sería así, porque él parte primero de la realidad, sin la cual no podría haber ser ni, por tanto, un ser supremo (Dios). Lo que digo es que, perfectamente, podría ser de otra manera.
¿Podría considerarse el Ser de Heidegger como el análogo a la realidad de Zubiri?
Exacto, el Ser de Heidegger podría entenderse, o interpretarse, como la realidad de Zubiri.
De acuerdo, la realidad humana es una realidad abierta; y el hombre, en tanto que religado a la misma, debe hacerse eligiendo entre diferentes posibilidades o trayectorias vitales posibles. Hasta aquí, incluso Sartre podría suscribir la tesis zubiriana, que también sería muy orteguiana, por cierto.
Sin embargo, después llegamos a la diferenciación entre descubrir (Heidegger) y construir (Sartre y Zubiri).
¿De verdad podemos hablar de una diferencia significativa y sustancial entre descubrir y construir?
Para mí, descubrir sería el análogo a construir interpretando, al cabo otro modo de construcción racional.
Yo no encuentro ninguna diferencia entre construir una verdad o descubrir una verdad. ¿Dónde radica la diferencia?
Lo que se descubre podrá ser o no verdad, porque dependerá del pastor que, meditando y reflexionando, interprete la realidad según su apriorística forma de ser. Pero es que, también, la verdad que se construya, a través de razón consensuada, podrá serlo o no, porque la verdad que encierre dependerá de cómo sea el sujeto o grupo que la haya construido.
Me explico: no es la vía (meditación vs razón lógica) ni el modo (descubrimiento vs construcción) quienes determinan el ser verdad, sino el tipo de hombre que seamos.
Un grupo humano o un pastor determinado, por ejemplo, podrá construir unos ideales (marxismo) y otro grupo o pastor podrá decir que los descubrió (Heidegger). Pero a mí me importará una higa (permíteme la grosera expresión) cómo hayan sido justificados dichos ideales. Lo que me importará será comprobar si dichos ideales se ajustan y coinciden con el tipo de hombre que yo soy.
Opinión:
Exacto, mi interlocutor reconoce que, personalmente, cree que los ideales deben construirse (es una preferencia subjetiva surgida de la clase de hombre que es). Sin embargo, también personalmente, quizás otros prefieran que los ideales se descubran artística o poéticamente.
Sí, porque lo construido desde la realidad también implica (se reconozca o no) incorporar a dicha construcción las subjetividades e interpretaciones que, desde la realidad, hacen todos y cada uno de los constructores individuales o colectivos.
La realidad "abierta"
Nos vamos acercando al punto clave que deseo señalar: no hay diferencias significativas entre descubrir o construir los significados o sentidos de la realidad o del ser del ente (cosa).
La realidad es abierta porque, efectivamente, aprehendemos la realidad, pero no aprehendemos toda la realidad; no todos sus posibles contenidos y/o significados. Y esto es así porque la realidad es más que las notas aprehendidas (cierto). Aquí quería llegar, a este ser más que las notas aprehendidas.
La realidad como formalidad está dada en todo acto de aprehensión pero lo que no está dado es lo que esa cosa sea.
Claro, la realidad se nos da como formalidad (a través de sus notas) al ser aprehendida, pero en dicho acto de aprehensión no está dado ese algo más que es la cosa, no está dado lo que esa cosa sea (como tú bien señalas).
¿Y qué es ese algo más de la realidad (no aprehendido a través de sus notas) y que denominamos lo que esa cosa sea?
Pues yo creo que es lo que Heidegger denominaba el ser-en sí del ente, o el ser de la cosa, es decir, ese algo más que es la cosa, además de presencia y manifestación como ser-en el mundo.
Ese algo más se adiciona a la manifestación de ser-en de la cosa (presente) a través de dos modos de ser de la cosa: posibilidad y enigma, que se dan al mismo tiempo.
Volviendo a Heidegger, podríamos decir que el ser-en sí de la cosa se manifiesta, además de como ser-en, como potencia o posibilidad de ser.
El carácter de potencia y posibilidad de la cosa (carácter enigmático o desconocido) nos obliga a descubrir y/o construir ese algo más que es la cosa, es decir, nos insta, obliga o impele a darle un sentido o significado.
Hasta aquí, Zubiri no hace más que reinterpretar a Heidegger, en mi personal opinión.
¿En qué punto, por tanto, se distancia, supuestamente, Zubiri de Heidegger?
Al parecer se distancian en el modo (vía) a través del cual afrontar el carácter enigmático de la realidad, es decir, en la manera de otorgar sentido y significado a ese algo más que subyace en la realidad de la cosa, o ser-en sí de la cosa. Sí, es cierto, Heidegger habla de descubrir y Zubiri de construir ese algo más, pero en realidad se están refiriendo a lo mismo.
Cuando yo señalo que, de facto, no hay diferencia entre descubrir y construir, se me podría rebatir:
Vale, pero es que ni Heidegger ni yo mismo nos referimos al descubrir como un hallar lo que ya es (a priori); no se trata de descubrir una verdad ya dada, no, al menos, en el sentido platónico ni, por supuesto, en sentido religioso.
¿De qué se trata, entonces? Pues se trata de crear:
Efectivamente, llegados a este punto es Ortega quien se erige en mejor pedagogo para explicarnos qué implica que la realidad y/o la cosa real sea, además de un ser-en, también modos de ser en potencia y en posibilidad. Implica la imperiosa necesidad de crear para dotar de sentido y significado ese algo más que subyace en la cosa como posibilidad de ser; supone interpretar lo que intuimos, es decir, lo que es la es-sentía del ser-en sí de la cosa misma.
¿Y qué implica crear? ¿Acaso tan solo construir? ¿Construir desde la nada?
No, crear es también descubrir y/o hallar significados a partir de lo ya dado (interpretar). Sí, a partir de lo ya dado (aprehendido), pero también a partir de la herencia y los condicionantes biogenéticos que nos son transmitidos por la historia.
He resaltado en negrita la palabra intuir, porque creo que la intuición primaria es la capacidad que más acerca o religa a la persona al ser-en sí verdadero de la cosa, a ese algo más que es la realidad.
¿Pero qué es la intuición?
Es la manifestación de nuestro yo a través de sensaciones, sospechas, creencias infundadas, también anhelos y deseos. Es puro sentir irracional. Pero todas estas intuiciones no solo están condicionadas psiconeurológicamente (genética) sino también biogenéticamente, como bien señala Zubiri. Es decir, nuestro yo no solo está determinado por la genética de nuestros padres biológicos, sino también por la biogenética heredada a través de un yo histórico (Dasein histórico).
Cuando Heidegger habla de descubrir la verdad, los significados o sentidos del ser-en sí de la cosa, y Ortega se refiere a crear, nos están hablando, realmente, de construir y hacer; se refieren a ese constante quehacer al que nos obliga la vida como drama (Ortega), o al que nos impele el poder de lo real (Zubiri).
Si tuviese que señalar alguna diferencia entre el construir de Zubiri y el descubrir de Heidegger, señalaría una: la responsabilidad hacia el logos o herencia transmitida biogenéticamente; es decir, la diferencia entre construir siguiendo los dictados de nuestro yo histórico (Dasein histórico) o construir siguiendo los dictados de la razón normativizada y/o consensuada en cada tiempo presente.
Concluyo:
El descubrir de Heidegger es, tan solo, un no olvidar lo que somos y lo que hemos sido; no se trata de hallar una verdad ya dada en un mundo ideal; sino de construirla, pero reflexionando y meditando sobre nuestro yo particular y nuestro yo colectivo (Dasein histórico). Ese no olvidar lo que somos ni lo que hemos sido es, en definitiva, lo que constituye el cuidado del ser.
El descubrir de Heidegger, por tanto, nada tiene que ver con el hallar verdades absolutas en mundos ideales, tendría más que ver con la mística introspectiva que nos insta a descubrir quiénes somos; tendría que ver con el conócete de San Agustín e, incluso, con la autorreflexión sobre nosotros mismos a la que nos invita el psicoanálisis.
Para crear o construir tenemos que saber, primero, cómo somos, es decir, debemos descubrir quiénes somos.
No es Dios el que se presenta enigmáticamente sino que es el poder de lo real, la propia realidad, la que nos está presente de forma enigmática. Y será ese carácter enigmático el que nos llevará a plantearnos el problema de Dios en el sentido de cuál será la realidad fundamento o realidad última de todo lo real.
Una persona, y desde el poder de lo real, podrá llegar a la creencia de que Dios no existe. Y por tanto, Dios no se le presentará enigmáticamente.
Una persona, y desde el poder de lo real, podrá llegar a la creencia de que Dios no existe. Y por tanto, Dios no se le presentará enigmáticamente.
Sí, sí, totalmente de acuerdo.
Efectivamente, es la propia realidad la que nos está presente de forma enigmática. ¿Pero por qué la realidad se nos presenta enigmáticamente? Según Zubiri, porque la realidad es abierta (es potencia y posibilidad de ser) y por eso el poder de lo real nos impele, mediante la religación a la misma, a preguntarnos por la realidad fundamento; nos genera la necesidad de buscar sentidos y significados.
Bien, pero ¿Cómo demuestra Zubiri que "exista" o haya ese poder de lo real?
El mismo Zubiri argumenta que dicho poder (que se apodera del hombre) se evidencia a través de hechos que se manifiestan en la realidad como ser-en la realidad, posibilidad en la realidad y enigmáticamente en la realidad.
Pues bien, yo opino que tales hechos no son más que interpretaciones bien razonadas y, eso sí, muy originales. Yo no le quito mérito a Zubiri, pero insisto en que su interpretación para explicar cómo se origina la necesidad, inherente al ser humano, de buscar un sentido a su existencia, es tan solo una interpretación más.
El hecho, objetivo y comprobable a lo largo de la historia, es que, efectivamente, el ser humano ha estado impelido por la necesidad de buscar el fundamento de su ser absoluto relativo, para hacerse a sí mismo y dotarse de es-sentia (sentido).
Ahora bien, creo que sigue estando sujeto a interpretación la causa o motor que nos insta a dicha necesidad de búsqueda.
Zubiri cree que el motor, fuerza o poder que nos impele a buscar el fundamento de la realidad es algo que él denomina poder de lo real. Bien, pero para mí, ese algo podría perfectamente interpretarse de diferentes maneras, y llamarse poder de Dios, o poder del ser.
Sé que para Zubiri no sería así, porque él parte primero de la realidad, sin la cual no podría haber ser ni, por tanto, un ser supremo (Dios). Lo que digo es que, perfectamente, podría ser de otra manera.
¿Podría considerarse el Ser de Heidegger como el análogo a la realidad de Zubiri?
Opinión :
Sí, el Ser de Heidegger podría entenderse como la Realidad de Zubiri. Ahora bien, la realidad humana es una realidad abierta, es decir, que su ser no está dado sino que tiene que hacer-se. Y ese tener que hacerse se logra apoyándose en la realidad última, posibilitante e impelente que es el poder de lo real. Por eso para Zubiri el hombre no es un ser “arrojado” sino que es un ser “religado”.
El hombre, y gracias al poder de lo real, y en función de las circunstancias que le han tocado vivir en suerte, tendrá que hacer-se o configurar su propio ser, es decir, su yo personal. Ahora bien, no hay un “nosotros mismos” previo que el hombre tenga que descubrir sino que ese “nosotros mismo” será algo que cada persona tendrá que “construir”.
El hombre, y gracias al poder de lo real, y en función de las circunstancias que le han tocado vivir en suerte, tendrá que hacer-se o configurar su propio ser, es decir, su yo personal. Ahora bien, no hay un “nosotros mismos” previo que el hombre tenga que descubrir sino que ese “nosotros mismo” será algo que cada persona tendrá que “construir”.
Exacto, el Ser de Heidegger podría entenderse, o interpretarse, como la realidad de Zubiri.
De acuerdo, la realidad humana es una realidad abierta; y el hombre, en tanto que religado a la misma, debe hacerse eligiendo entre diferentes posibilidades o trayectorias vitales posibles. Hasta aquí, incluso Sartre podría suscribir la tesis zubiriana, que también sería muy orteguiana, por cierto.
Sin embargo, después llegamos a la diferenciación entre descubrir (Heidegger) y construir (Sartre y Zubiri).
¿De verdad podemos hablar de una diferencia significativa y sustancial entre descubrir y construir?
Para mí, descubrir sería el análogo a construir interpretando, al cabo otro modo de construcción racional.
Yo no encuentro ninguna diferencia entre construir una verdad o descubrir una verdad. ¿Dónde radica la diferencia?
Lo que se descubre podrá ser o no verdad, porque dependerá del pastor que, meditando y reflexionando, interprete la realidad según su apriorística forma de ser. Pero es que, también, la verdad que se construya, a través de razón consensuada, podrá serlo o no, porque la verdad que encierre dependerá de cómo sea el sujeto o grupo que la haya construido.
Me explico: no es la vía (meditación vs razón lógica) ni el modo (descubrimiento vs construcción) quienes determinan el ser verdad, sino el tipo de hombre que seamos.
Un grupo humano o un pastor determinado, por ejemplo, podrá construir unos ideales (marxismo) y otro grupo o pastor podrá decir que los descubrió (Heidegger). Pero a mí me importará una higa (permíteme la grosera expresión) cómo hayan sido justificados dichos ideales. Lo que me importará será comprobar si dichos ideales se ajustan y coinciden con el tipo de hombre que yo soy.
Opinión:
Personalmente considero que ese ideal es algo que cada ser humano deberá de “construir” y no de “descubrir”. No hay que estar atentos a la escucha de que se nos revele dicho ideal sino que hay que construirlo de forma activa. Es que los ideales no se encuentran en cielo abierto sino que deben de ser construidos desde la realidad.
Exacto, mi interlocutor reconoce que, personalmente, cree que los ideales deben construirse (es una preferencia subjetiva surgida de la clase de hombre que es). Sin embargo, también personalmente, quizás otros prefieran que los ideales se descubran artística o poéticamente.
Sí, porque lo construido desde la realidad también implica (se reconozca o no) incorporar a dicha construcción las subjetividades e interpretaciones que, desde la realidad, hacen todos y cada uno de los constructores individuales o colectivos.
La realidad "abierta"
Nos vamos acercando al punto clave que deseo señalar: no hay diferencias significativas entre descubrir o construir los significados o sentidos de la realidad o del ser del ente (cosa).
La realidad es abierta porque, efectivamente, aprehendemos la realidad, pero no aprehendemos toda la realidad; no todos sus posibles contenidos y/o significados. Y esto es así porque la realidad es más que las notas aprehendidas (cierto). Aquí quería llegar, a este ser más que las notas aprehendidas.
La realidad como formalidad está dada en todo acto de aprehensión pero lo que no está dado es lo que esa cosa sea.
Claro, la realidad se nos da como formalidad (a través de sus notas) al ser aprehendida, pero en dicho acto de aprehensión no está dado ese algo más que es la cosa, no está dado lo que esa cosa sea (como tú bien señalas).
¿Y qué es ese algo más de la realidad (no aprehendido a través de sus notas) y que denominamos lo que esa cosa sea?
Pues yo creo que es lo que Heidegger denominaba el ser-en sí del ente, o el ser de la cosa, es decir, ese algo más que es la cosa, además de presencia y manifestación como ser-en el mundo.
Ese algo más se adiciona a la manifestación de ser-en de la cosa (presente) a través de dos modos de ser de la cosa: posibilidad y enigma, que se dan al mismo tiempo.
Volviendo a Heidegger, podríamos decir que el ser-en sí de la cosa se manifiesta, además de como ser-en, como potencia o posibilidad de ser.
El carácter de potencia y posibilidad de la cosa (carácter enigmático o desconocido) nos obliga a descubrir y/o construir ese algo más que es la cosa, es decir, nos insta, obliga o impele a darle un sentido o significado.
Hasta aquí, Zubiri no hace más que reinterpretar a Heidegger, en mi personal opinión.
¿En qué punto, por tanto, se distancia, supuestamente, Zubiri de Heidegger?
Al parecer se distancian en el modo (vía) a través del cual afrontar el carácter enigmático de la realidad, es decir, en la manera de otorgar sentido y significado a ese algo más que subyace en la realidad de la cosa, o ser-en sí de la cosa. Sí, es cierto, Heidegger habla de descubrir y Zubiri de construir ese algo más, pero en realidad se están refiriendo a lo mismo.
Cuando yo señalo que, de facto, no hay diferencia entre descubrir y construir, se me podría rebatir:
Hombre, Herrgolmundo, pues claro que hay diferencia. Una persona puede considerar, siguiendo a Platón o a la filosofía denominada cristiana, en que la verdad está ya dada y que lo único que tenemos que hacer los hombres es descubrirla. Es decir, que la verdad, y gracias a la razón natural (dejemos a un lado la revelación en sentido cristiano), podrá ser descubierta de una vez y para siempre.
Vale, pero es que ni Heidegger ni yo mismo nos referimos al descubrir como un hallar lo que ya es (a priori); no se trata de descubrir una verdad ya dada, no, al menos, en el sentido platónico ni, por supuesto, en sentido religioso.
¿De qué se trata, entonces? Pues se trata de crear:
Sí, toda construcción es una cuasi libre creación. Yo jamás he dicho, porque entre otras cosas no lo creo, que los ideales se construyan o deban construirse desde una razón racional. En el hombre también se dan los sentimientos y las voliciones. Quien construye los ideales no es la razón sino que es el hombre. Y el hombre es a una razón, sentimientos y voluntad. Y por tanto los ideales se construyen desde todas y cada una de sus dimensiones.
Efectivamente, llegados a este punto es Ortega quien se erige en mejor pedagogo para explicarnos qué implica que la realidad y/o la cosa real sea, además de un ser-en, también modos de ser en potencia y en posibilidad. Implica la imperiosa necesidad de crear para dotar de sentido y significado ese algo más que subyace en la cosa como posibilidad de ser; supone interpretar lo que intuimos, es decir, lo que es la es-sentía del ser-en sí de la cosa misma.
¿Y qué implica crear? ¿Acaso tan solo construir? ¿Construir desde la nada?
No, crear es también descubrir y/o hallar significados a partir de lo ya dado (interpretar). Sí, a partir de lo ya dado (aprehendido), pero también a partir de la herencia y los condicionantes biogenéticos que nos son transmitidos por la historia.
He resaltado en negrita la palabra intuir, porque creo que la intuición primaria es la capacidad que más acerca o religa a la persona al ser-en sí verdadero de la cosa, a ese algo más que es la realidad.
¿Pero qué es la intuición?
Es la manifestación de nuestro yo a través de sensaciones, sospechas, creencias infundadas, también anhelos y deseos. Es puro sentir irracional. Pero todas estas intuiciones no solo están condicionadas psiconeurológicamente (genética) sino también biogenéticamente, como bien señala Zubiri. Es decir, nuestro yo no solo está determinado por la genética de nuestros padres biológicos, sino también por la biogenética heredada a través de un yo histórico (Dasein histórico).
Cuando Heidegger habla de descubrir la verdad, los significados o sentidos del ser-en sí de la cosa, y Ortega se refiere a crear, nos están hablando, realmente, de construir y hacer; se refieren a ese constante quehacer al que nos obliga la vida como drama (Ortega), o al que nos impele el poder de lo real (Zubiri).
Si tuviese que señalar alguna diferencia entre el construir de Zubiri y el descubrir de Heidegger, señalaría una: la responsabilidad hacia el logos o herencia transmitida biogenéticamente; es decir, la diferencia entre construir siguiendo los dictados de nuestro yo histórico (Dasein histórico) o construir siguiendo los dictados de la razón normativizada y/o consensuada en cada tiempo presente.
Concluyo:
El descubrir de Heidegger es, tan solo, un no olvidar lo que somos y lo que hemos sido; no se trata de hallar una verdad ya dada en un mundo ideal; sino de construirla, pero reflexionando y meditando sobre nuestro yo particular y nuestro yo colectivo (Dasein histórico). Ese no olvidar lo que somos ni lo que hemos sido es, en definitiva, lo que constituye el cuidado del ser.
El descubrir de Heidegger, por tanto, nada tiene que ver con el hallar verdades absolutas en mundos ideales, tendría más que ver con la mística introspectiva que nos insta a descubrir quiénes somos; tendría que ver con el conócete de San Agustín e, incluso, con la autorreflexión sobre nosotros mismos a la que nos invita el psicoanálisis.
Para crear o construir tenemos que saber, primero, cómo somos, es decir, debemos descubrir quiénes somos.
viernes, 22 de abril de 2016
"El hombre y Dios", de Zubiri (parte I)
Introducción.
"El hombre y Dios" es una obra dividida en tres partes:
- La realidad humana: primera parte dividida, a su vez, en dos capítulos: "Qué es ser hombre" y "Cómo se es hombre".
- La realidad divina: segunda parte divida en otros dos capítulos: "la realidad de Dios" y "El acceso del hombre a Dios".
- El hombre, experiencia de Dios: tercera parte dividida en tres capítulos: "Dios, experiencia del hombre", "Hombre, experiencia de Dios" y "la unidad de Dios y hombre".
Resumen de la primera parte: "La realidad humana".
Capítulo 1 "Qué es ser hombre"
La primera parte de "El hombre y Dios" está dedicada básicamente a definir y aclarar conceptos que serán necesarios para comprender las cuestiones planteadas en torno al problema de Dios.
Zubiri comienza definiendo qué es la realidad.
La realidad: está constituida por un conjunto de notas que designan dos momentos de la cosa: la cosa misma y la información sobre la cosa. Es, a su vez, el ámbito constitutivo del hombre, ya que el hombre, además de ser-en-sí, es un ser-ahí (en lo real).
Las notas de la realidad: pertenecen a la cosa "de suyo" (esencia de la cosa), tienen su propia existencia (ser-en-sí), tienen contenido propio (ser de la cosa) y tienen formalidad de alteridad: formas distintas según sean aprehendidas.
La realidad puede ser:- Una nota elemental : modo propio en-sí y alteridad (ser de la cosa)
- Un sistema sustantivo: animal o persona.
Tanto las notas elementales como los sistemas tienen dos momentos de realidad:
- Momento de talidad: momento de tener tales notas.
- Momento trascendental: momento físico.
Los dos momentos de la realidad hacen que la misma realidad sea más que el contenido de sus notas, porque la realidad es un momento abierto de comunicación.
La respectividad: es el fundamento de lo real; lo real es en tanto que real, aunque no exista. Basta que con que lo real esté presente y se actualice en el mundo. La respectividad es actual en sí misma y actual desde sí misma-en el mundo. Ej: la realidad virtual no es una representación en la conciencia, sino un modo de ser, en tanto que es realidad presente y actualizada en la mente humana.
Ser: la actualidad de estar presente (actualidad de lo real); puede estar presente en el mundo en diferentes modos de actualidad: uno de estos modos de actualidad es la realidad humana.
El ser es el momento de actualidad de lo real.
No hay realidad porque haya ser, sino que hay ser porque hay realidad. La realidad es el fundamento primero. Así, Dios no sería Ser supremo, sino realidad suprema, pues solo hay ser si hay realidad.
El hombre: es un animal de realidades, porque no siente estimúlicamente (como los animales) sino que siente realmente: tiene impresión de realidad.
El hombre es: - un sistema de notas psico-orgánicas.
- viviente en sí mismo.
- capacidad para sentir (estímulos) y para inteligir (aprehender las cosas "de suyo").
Inteligir: no es representar, sino tener presente (actualizar lo aprehendido como algo "de suyo").
Inteligencia sentiente: es el acto completo (sentir e inteligir) para aprehender la realidad, para tener presente la realidad.
Ser del hombre: es el yo o ser de la persona (modo de ser). El yo es la actualidad en el mundo de la realidad humana y es conciencia de ser-en-sí mismo; en cada instante tiene una figura determinada: la personalidad.
El yo es el ser de la realidad humana constituido por tres caracteres:
- Está determinado por el yo de otras personas.
- Convive con otros yo, y queda afectado por los demás yo.
- Tiene historia: está determinado biogenéticamente (recibe transmisión genética y biológica). Herencia y evolución son momentos de la historia. Lo histórico es una forma de estar en la realidad, es una forma recibida como principio de posibilidades.
Conclusión: el hombre es un animal de realidades que es, al tiempo, un yo individual, un animal comunal y una animal histórico.
La personalidad: está determinada por caracteres psíquicos que determinan y modulan la realidad. Así, la personalidad determina y modula la realidad. Los animales tienen un alto grado de dependencia del medio, pero el hombre es suyo, es su propia realidad: es una realidad arrojada a la realidad; es un absoluto relativo. El hombre es un absoluto, en tanto es su propia realidad (ser-en-sí autorreflexivo) pero es un absoluto relativo, pues está abierto a la realidad (religado a ella) y su personalidad se va formando durante el proceso psico-orgánico. Esto quiere decir que el hombre es siempre el mismo (personeidad) pero nunca lo mismo (personalidad).
Persona: realidad humana con inteligencia. El feto, en tanto ya tiene inteligencia, ya es, de facto, persona y realidad humana. El feto tiene personeidad o suidad (ser de suyo) en un momento, según Zubiri, imposible de definir, pero la tiene, pues la personeidad no se configura solo ejecutando actos, sino también recibiendo pasivamente aportaciones genéticas.
Conclusión: El embrión humano tiene inteligencia y cobra personalidad pasivamente a través de la aportación genética, porque, primero, ya tiene personeidad (ser-en sí, "de suyo").
Capítulo 2 "Cómo se es hombre"
En este segundo capítulo Zubiri explica en qué consiste ser hombre, cómo se es hombre:
El hombre se hace (a sí mismo) a través de acciones; siendo agente, actor y autor de dichas acciones, y estando en la realidad, construyendo su realidad personal relativamente absoluta. Y ese hacerse, estando en la realidad, se produce por el poder de lo real que impele al hombre a ello.
El poder de lo real es fundamento último del hombre que le impele a la religación, le liga a la realidad para llegar a ser él mismo.
La religación no es solo manifestativa (ser) y experiencial (posibilidades de ser), sino también enigmática. La relación (religación) entre el hombre y la realidad es enigmática porque lo que se manifiesta tiene modos de significar que nos obligan a adoptar una forma de realidad, porque lo que aprehendemos es real, pero no la realidad. Este es el problema de la realidad: ser un más que en ella misma.
Y como el hombre no puede aprehender la realidad, sino significados de la misma, se muestra inquieto y preocupado e, instado por su conciencia y la volición de verdad real, se obliga a buscar el fundamento de su relativo ser absoluto.
La búsqueda del fundamento de su relativo ser absoluto (ser-en sí), impele al hombre a resolver el problema de la realidad-fundamento. Así, el problema de la realidad-fundamento es el problema de Dios y podemos concluir que el problema de Dios es constitutivo de la persona.
El problema de Dios, por tanto, esta en la realidad personal del hombre, pero no será un problema teológico, sino teologal.
Zubiri sostiene que el problema de Dios es teologal, pues dicho problema es una dimensión de la realidad humana. Así, Zubiri indica que no se trata de dilucidar la verdad sobre la realidad divina (problema teológico) sino de afrontar la necesidad de buscar un fundamento del absoluto relativo que es el hombre (problema teologal).
El problema de Dios se podrá afrontar, por tanto, desde tres posiciones, siempre aceptándolo:
Teísmo: resolverá el problema positivamente.
Ateísmo: resuelve el problema negativamente.
Agnosticismo: deja en suspense la resolución del problema.
Habría una tercera posición, que Zubiri identifica como la propia del hombre actual: negar el problema de Dios.
Así, negar el problema de Dios significará tanto como que el hombre se niegue a sí mismo la necesidad de dar sentido a su ser relativo absoluto (ser-en sí mismo) en religación con la realidad (ser ahí en el mundo).
"El hombre y Dios" es una obra dividida en tres partes:
- La realidad humana: primera parte dividida, a su vez, en dos capítulos: "Qué es ser hombre" y "Cómo se es hombre".
- La realidad divina: segunda parte divida en otros dos capítulos: "la realidad de Dios" y "El acceso del hombre a Dios".
- El hombre, experiencia de Dios: tercera parte dividida en tres capítulos: "Dios, experiencia del hombre", "Hombre, experiencia de Dios" y "la unidad de Dios y hombre".
Resumen de la primera parte: "La realidad humana".
Capítulo 1 "Qué es ser hombre"
La primera parte de "El hombre y Dios" está dedicada básicamente a definir y aclarar conceptos que serán necesarios para comprender las cuestiones planteadas en torno al problema de Dios.
Zubiri comienza definiendo qué es la realidad.
La realidad: está constituida por un conjunto de notas que designan dos momentos de la cosa: la cosa misma y la información sobre la cosa. Es, a su vez, el ámbito constitutivo del hombre, ya que el hombre, además de ser-en-sí, es un ser-ahí (en lo real).
Las notas de la realidad: pertenecen a la cosa "de suyo" (esencia de la cosa), tienen su propia existencia (ser-en-sí), tienen contenido propio (ser de la cosa) y tienen formalidad de alteridad: formas distintas según sean aprehendidas.
La realidad puede ser:- Una nota elemental : modo propio en-sí y alteridad (ser de la cosa)
- Un sistema sustantivo: animal o persona.
Tanto las notas elementales como los sistemas tienen dos momentos de realidad:
- Momento de talidad: momento de tener tales notas.
- Momento trascendental: momento físico.
Los dos momentos de la realidad hacen que la misma realidad sea más que el contenido de sus notas, porque la realidad es un momento abierto de comunicación.
La respectividad: es el fundamento de lo real; lo real es en tanto que real, aunque no exista. Basta que con que lo real esté presente y se actualice en el mundo. La respectividad es actual en sí misma y actual desde sí misma-en el mundo. Ej: la realidad virtual no es una representación en la conciencia, sino un modo de ser, en tanto que es realidad presente y actualizada en la mente humana.
Ser: la actualidad de estar presente (actualidad de lo real); puede estar presente en el mundo en diferentes modos de actualidad: uno de estos modos de actualidad es la realidad humana.
El ser es el momento de actualidad de lo real.
No hay realidad porque haya ser, sino que hay ser porque hay realidad. La realidad es el fundamento primero. Así, Dios no sería Ser supremo, sino realidad suprema, pues solo hay ser si hay realidad.
El hombre: es un animal de realidades, porque no siente estimúlicamente (como los animales) sino que siente realmente: tiene impresión de realidad.
El hombre es: - un sistema de notas psico-orgánicas.
- viviente en sí mismo.
- capacidad para sentir (estímulos) y para inteligir (aprehender las cosas "de suyo").
Inteligir: no es representar, sino tener presente (actualizar lo aprehendido como algo "de suyo").
Inteligencia sentiente: es el acto completo (sentir e inteligir) para aprehender la realidad, para tener presente la realidad.
Ser del hombre: es el yo o ser de la persona (modo de ser). El yo es la actualidad en el mundo de la realidad humana y es conciencia de ser-en-sí mismo; en cada instante tiene una figura determinada: la personalidad.
El yo es el ser de la realidad humana constituido por tres caracteres:
- Está determinado por el yo de otras personas.
- Convive con otros yo, y queda afectado por los demás yo.
- Tiene historia: está determinado biogenéticamente (recibe transmisión genética y biológica). Herencia y evolución son momentos de la historia. Lo histórico es una forma de estar en la realidad, es una forma recibida como principio de posibilidades.
Conclusión: el hombre es un animal de realidades que es, al tiempo, un yo individual, un animal comunal y una animal histórico.
La personalidad: está determinada por caracteres psíquicos que determinan y modulan la realidad. Así, la personalidad determina y modula la realidad. Los animales tienen un alto grado de dependencia del medio, pero el hombre es suyo, es su propia realidad: es una realidad arrojada a la realidad; es un absoluto relativo. El hombre es un absoluto, en tanto es su propia realidad (ser-en-sí autorreflexivo) pero es un absoluto relativo, pues está abierto a la realidad (religado a ella) y su personalidad se va formando durante el proceso psico-orgánico. Esto quiere decir que el hombre es siempre el mismo (personeidad) pero nunca lo mismo (personalidad).
Persona: realidad humana con inteligencia. El feto, en tanto ya tiene inteligencia, ya es, de facto, persona y realidad humana. El feto tiene personeidad o suidad (ser de suyo) en un momento, según Zubiri, imposible de definir, pero la tiene, pues la personeidad no se configura solo ejecutando actos, sino también recibiendo pasivamente aportaciones genéticas.
Conclusión: El embrión humano tiene inteligencia y cobra personalidad pasivamente a través de la aportación genética, porque, primero, ya tiene personeidad (ser-en sí, "de suyo").
Capítulo 2 "Cómo se es hombre"
En este segundo capítulo Zubiri explica en qué consiste ser hombre, cómo se es hombre:
El hombre se hace (a sí mismo) a través de acciones; siendo agente, actor y autor de dichas acciones, y estando en la realidad, construyendo su realidad personal relativamente absoluta. Y ese hacerse, estando en la realidad, se produce por el poder de lo real que impele al hombre a ello.
El poder de lo real es fundamento último del hombre que le impele a la religación, le liga a la realidad para llegar a ser él mismo.
La religación no es solo manifestativa (ser) y experiencial (posibilidades de ser), sino también enigmática. La relación (religación) entre el hombre y la realidad es enigmática porque lo que se manifiesta tiene modos de significar que nos obligan a adoptar una forma de realidad, porque lo que aprehendemos es real, pero no la realidad. Este es el problema de la realidad: ser un más que en ella misma.
Y como el hombre no puede aprehender la realidad, sino significados de la misma, se muestra inquieto y preocupado e, instado por su conciencia y la volición de verdad real, se obliga a buscar el fundamento de su relativo ser absoluto.
La búsqueda del fundamento de su relativo ser absoluto (ser-en sí), impele al hombre a resolver el problema de la realidad-fundamento. Así, el problema de la realidad-fundamento es el problema de Dios y podemos concluir que el problema de Dios es constitutivo de la persona.
El problema de Dios, por tanto, esta en la realidad personal del hombre, pero no será un problema teológico, sino teologal.
Zubiri sostiene que el problema de Dios es teologal, pues dicho problema es una dimensión de la realidad humana. Así, Zubiri indica que no se trata de dilucidar la verdad sobre la realidad divina (problema teológico) sino de afrontar la necesidad de buscar un fundamento del absoluto relativo que es el hombre (problema teologal).
El problema de Dios se podrá afrontar, por tanto, desde tres posiciones, siempre aceptándolo:
Teísmo: resolverá el problema positivamente.
Ateísmo: resuelve el problema negativamente.
Agnosticismo: deja en suspense la resolución del problema.
Habría una tercera posición, que Zubiri identifica como la propia del hombre actual: negar el problema de Dios.
Así, negar el problema de Dios significará tanto como que el hombre se niegue a sí mismo la necesidad de dar sentido a su ser relativo absoluto (ser-en sí mismo) en religación con la realidad (ser ahí en el mundo).
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