lunes, 17 de diciembre de 2018

Sloterdijk, el hijo díscolo de Habermas (incluida crítica de Fernando López Laso)

 
Quienes hemos sido hijos y familiares de rojos, adoctrinados desde la cuna en la verdad de los "buenos y justos", sabemos muy bien que para romper con los lazos sentimentales con los que nos maniataron y secuestraron los ideólogos de victimismos y revanchismos históricos, solo cabe la VOLUNTAD DE SABER. Para poder librarnos del poder subyugador de seductoras conciencias sensibles solo cabe una férrea, fría y aséptica voluntad que nos inste a conocer la auténtica verdad, por cruda y desgarradora que ésta sea.
Peter Sloterdijk, filósofo alemán, ha realizado el duro y sacrificado recorrido de quienes se han obligado a buscar la VERDAD (con mayúsculas), superando sumisos vasallajes y los sentimentales servilismos que atan a muchos pensadores a trasnochadas ideologías (marxistas).
Nadie como Sloterdijk ha entendido a Heidegger; porque nadie como Sloterdijk se ha obligado a pensar a Heidegger desde Heidegger y no solo "contra Heidegger" (Habermas).
Sloterdijk no solo ha desenmascarado al marxismo como una prepotencia esquizofrénica (ver "Crítica de la razón cínica"); y no solo ha sabido ver que "el comunismo es un banco de odio", sino que ha visto "más allá del bien y del mal" y nos ha mostrado a un Heidegger "hijo de su tiempo", un tiempo en el que fueron muchos los pensadores y las conciencias que soñaron con "buenos y justos" supremacismos utópicos.
Sloterdijk no ha pecado de "hemiplejía moral" (genial Ortega) como sus mayores de la Escuela de Frankfurt (Adorno y Horkheimer) y ha reconocido lo que todavía hoy muchos se niegan a reconocer: tan supremacista fue la ideología marxista como la nacionalsocialista; ambas uniformadoras, totalitarias y negadoras de la sacra libertad individual.
Ninguno de los mayores de Sloterdijk se atrevió a desenmascarar esta cruda verdad. Ni Adorno ni Horkheimer en "Dialéctica de la ilustración", ni Erich Fromm en su magnífica "El miedo a la libertad" se atrevieron a cuestionar la moral de los buenos y justos. Siempre que se buscaba al culpable de cercenar las libertades individuales se señalaba al nacionalsocialismo, pero el prepotente y esquizofrénico marxismo se escapaba de rositas; esa suerte de "pseudofilosofía", como la definió Bertrand Russell, o "pseudomoral eslava" en palabras más acertadas de nuestro Ortega, siempre ha escapado impune al juicio de la historia escudándose en la maldad del nacionalsocialismo. Muchos olvidan, pero, que el comunismo, el genocida y vil comunismo, nació antes que cualquier forma de fascismo. De hecho, los fascismos son hijos bastardos, aunque nacionalistas, del pérfido comunismo. Y el comunismo, por más que les pese a los "buenos y justos", tan solo es la consumación operativa (praxis en la realidad) de la idealista e imposible teoría marxista.
Gracias, Sloterdijk, por obligarte a desnudar la verdad; esa verdad que cándidos humanistas, como papá Habermas, se empeñan en ocultarnos, disfrazándola de "buena y justa" verdad ilustrada.
 
Crítica de Fernando López Laso:
Pues se quedará vd. tan a gusto, D. Herrgoldmundo. Por refrescarle un poco la memoria me limitaré a decir que el Sr. Marcuse, uno de esos hemipléjicos morales que fueron según vd. todos esos judíos que son los mayores de Sloterdijk -según la insultante expresión que empleaba, y que no comparto- pues ese mismo Sr. Marcuse escribió un libro nada desdeñable, que lleva por título 'El marxismo soviético' y es una de las mejores aportaciones a la crítica del estalinismo y del marxismo del Diamat. Como si fuera lo mismo decir socialismo soviético, comunismo político y marxismo. Sin precisar lo suficiente, no cabe abordar estos problemas filosóficos.
 
Réplica a D. Fernando López Laso:
 

EL METAMORFISMO DE LA CONCIENCIA
Acabo de leerme, confieso que precipitadamente, un buen artículo de Fernando López Laso titulado "Metamorfismo de Marx".
No voy a discutirle a un filósofo de la talla de López Laso sus expertos conocimientos sobre Marx y el marxismo. Sí pretendo, pero, defenderme del cortés "ataque" con el que obsequió (en verdad fue un regalo su inteligente aportación) a una reflexión que escribí, prácticamente a vuelapluma, el otro día: "Sloterdijk, el hijo díscolo de Habermas".
Me "afeó" Don Fernando, e hizo bien, que hubiese obviado la crítica de Marcuse al marxismo; también me tiró de las orejillas por haber tildado de "hemipléjicos morales" a la generalidad de los filósofos de la Escuela de Frankfurt. Sin embargo, al recurrir al término acuñado por Ortega (hemiplejía moral) no pretendí insultar ni descalificar a tan brillantes pensadores, sino tan solo señalar lo que, por otra parte, es muy FÁCIL de comprobar: tanto en la obra de Adorno y Horkheimer ("Dialéctica de la Ilustración") como en la de Erich Fromm ("El miedo a la libertad") se critica constantemente, a lo largo de las páginas de dichas obras, la política operativa del nacionalsocialismo y, por ende, a Heidegger, mientras que se muestran mucho más benévolos y condescendientes con la política operativa marxista (comunismo).
Supongo que los pensadores de la Escuela de Frankfurt estaban interesados en legitimar la obra marxista. Nada que objetar, también Fernando López Laso la legitima y reivindica en su artículo "Metamorfismo de Marx". Tampoco nada que objetar.
A mí me parece muy bien que se legitimen y/o recuperen las bondades y verdades que subyacen en el marxismo, sobre todo en lo referente, como bien señala el propio López Laso, a la teoría económica de la plusvalía. El problema de la plusvalía (cómo efectuar un reparto justo de la riqueza) sigue planteándonos, efectivamente, una gran aporía que todavía queda por resolver. Todos estamos de acuerdo con Aristóteles: "no se trata simplemente de vivir, sino de vivir bien".
El problema, como también señala López Laso, es que la dialéctica o dinámica de la historia ha demostrado que la teoría sociológica que subyace en el marxismo, sobre todo la que hace referencia al endiosamiento de una única conciencia auténtica y universal (la proletaria), resulta hoy anácronica y obsoleta. Ya solo los muy ilusos, a fuer de "cándidos humanistas", siguen creyendo posible reinventar un comunismo que sea, al tiempo, operativo y también bueno y justo (véase Podemos). Pero, ¿bueno y justo para quiénes? ¿Para qué clase de personas? ¿Para qué conciencia colectiva?
Bueno, y aquí quería llegar, a la aceptación, espero que compartida por todos, de que la CONCIENCIA MARXISTA no es la única conciencia que lucha en el claro del bosque por tal de legitimarse como la única "buena y justa". En mi opinión, no solo la teoría marxista, como sucede con las rocas metamórficas, ha cambiado de forma según las alteraciones de temperatura y condiciones climáticas (entiéndase según las circunstancias históricas), sino que es la gran conciencia hegeliana la que se reinterpreta, o es puesta "al revés", según las diferentes lecturas, dolores o aburrimientos de cada época. Esto es lo que ha sabido ver Sloterdijk.
Peter Sloterdijk, como nuestros marxistas, también cree que la historia no ha llegado a su fin (tesis de Fukuyama). Pero el "hijo díscolo de Habermas" acepta que la realidad abierta ofrezca muchísimas más posibilidades alternativas a la cansina y constantemente "reinventada" propuesta marxista.
 
 

 

La política es la guerra

LA POLÍTICA ES LA GUERRA (¿o no?)

Las almas bellas (cándidos humanistas) volvieron a lanzarse a la yugular de Santiago Abascal, una vez más, para volver a deslegitimar la totalidad del discurso de VOX, extrayendo una frase contundente y polémica del mismo: “la política es la guerra”.
Ya antes, Abascal soltó un gran cagarro (más grave en mi opinión) al proclamar que “expulsarían al extranjero Echenique de España” (parafraseo). Para torpe e ingenuo, Abascal.
Solo un malvado fascista podría proclamar orgulloso y seguro de sí mismo que “la política es la guerra”. Cierto, solo a quienes los “cándidos ingenuos” llaman “fascistas” les está permitido proclamar honesta y abiertamente tan incómoda verdad, como ya antes hiciera el oscuro Heráclito. Porque lo que diferencia al “fascista” (entrecomillado malicioso) del “ingenuo humanista” (entrecomillado más malicioso todavía) no es el hecho de CREER en “una verdad”, sino el hecho de PROCLAMAR públicamente, o no, la verdad.
El ingenuo humanista, que tiene de “ingenuo” lo que yo de bolchevique, sabe perfectamente que “la política es la guerra”. Y lo sabe porque dicho enunciado (“la política es la guerra”) es un enunciado verdadero en tanto se puede fundamentar razonadamente. No lo digo yo, que podría ser tildado de “fascista inteligente” por mis detractores (que cada día son más), sino que lo escribió papá Habermas (buen y justo humanista) en su ensayo “Teorías de la verdad” (1972): “llamamos verdaderos a los enunciados que podemos fundamentar”. Pos fale.

Pero volvamos al oscuro Heráclito, a quien se le atribuye la siguiente frase:
“Πόλεμος πάντων μὲν πατήρ ἐστι πάντων δὲ βασιλεύς, καὶ τοὺς μὲν θεοὺς ἔδειξε τοὺς δὲ ἀνθρώπους, τοὺς μὲν δούλους ἐποίησε τοὺς δὲ ἐλευθέρους”
“La guerra es padre y rey de todos, ha creado dioses y hombres; a algunos los hace esclavos, a otros libres” (traducción).
Popularmente, la frase ha trascendido traducida de la siguiente manera:
“La guerra es la madre de todas las cosas, a unos hombres hace siervos y a otros libres”.

Algunos sesudos estudiosos han visto en la frase de Heráclito una legitimación de la guerra como vía para resolver conflictos, pero otros, más inteligentes en mi opinión (¡será por interpretaciones!), han deducido que la “la madre de todas las cosas”, a la que se refería Heráclito, era la sempiterna lucha entre contrarios, el eterno conflicto entre “verdades” o conciencias, siempre en pugna por tal de justificar (legitimar) sus respectivas razones de ser-ahí en el mundo.
La guerra, pues, no sería solo sangre y vísceras en el campo de batalla (que también), sino que sería, sobre todo, lucha entre contrarios que se esforzarían en argumentar y fundamentar “sus verdades” a través de la POLÍTICA y sus vías comunicativas y dialogantes, y también a través de revoluciones y arteras argucias, como demostraré a continuación.

Así, como una forma de “guerra”, interpretó Marx la política, cuando, valiéndose de la dialéctica hegeliana, decidió que el fin último de la política debía ser el de TRANSFORMAR las sociedades para hacerlas más “buenas y justas”.
Marx, como Heráclito, entendió que para transformar una realidad, es decir, para imponer una nueva conciencia (una verdad al cabo) no bastaba con “razonar” para convencer al contrario con impecables argumentos, sino que era necesaria la REVOLUCIÓN. Y no solo eso, Marx comprendió que la guerra no acababa con la revolución, sino que debía continuar asentando e imponiendo el DOMINIO DE SU VERDAD a través de una necesaria DICTADURA PROLETARIA.

Pero Marx no era tonto ni Machado un “ganapán”, y por eso el “bueno y justo” Marx, pensó que, tras la dictadura proletaria, tampoco estaría de más un período de “reeducación” para acabar de convencer a los últimos ciudadanos disidentes (¿malosos fascistas?), para, así, “ayudarles” a hacer suya la conciencia marxista, la buena y justa “verdad” de Marx. Los gulags de Stalin, por cierto, se llamaban “campos de reeducación”.

Quienes se han lanzado a la yugular de Santiago Abascal son, precisamente, los herederos de Marx, ahora “reinventados” bajo la superioridad moral de la socialdemocracia habermasiana. Son esos “ingenuos”, que de ingenuos no tienen ni un pelo, que saben la verdad: la verdad es de quien la impone, no de quien mejor la fundamenta.
Si fuese cierto que la verdad solo DEBE legitimarse a través de la mejor fundamentación, entonces la política no necesitaría hacer “guerras sucias” (los GAL de Felipe González); no necesitaría que los últimos gobiernos socialistas hubiesen arribado al poder a través de un atentado terrorista (Madrid 2004) o mediante un “golpe” disfrazado con los ropajes de una moción de censura (Pedro Sánchez el traidor). Si la verdad solo triunfase a través de la argumentación razonada y fundamentada, como sostienen los “buenos y justos” socialdemócratas, entonces los socialistas no tendrían que haber recurrido a las “cloacas políticas” (Garzón, Villarejo y Delgado) para hacerle la guerra sucia al PP y alcanzar el poder, ni se verían obligados a crear tensión (Gabilondo y Zapatero) para “obtener ganancias en ríos revueltos”.

¿Ha quedado bien fundamentado que, en realidad, la política sí es la guerra? ¿Decís que No?
Pues aún expondré más argumentos...
La persona que ha criticado la frase de Santiago Abascal, afeándole que dijera que “la política es la guerra” es la misma que, tras tildar mis argumentaciones de “fascismo inteligente”, se jactó de “vencerme” a través de la palabra y el diálogo (eso cree él). Pero… ¿”vencerme”? ¿Qué lenguaje beligerante es ése? ¿NO se trataba de CONVENCER?
No, claro que no, NUNCA se ha tratado de convencer. He ahí el gran ardid cínico de los “ingenuos cándidos”, hacernos creer que se trata de “convencer” cuando ellos, en realidad, SABEN que se trata de legitimar cualquier forma de dominio que imponga “su verdad”.
Y saben hacerlo, legitimar formas “bastardas” para alcanzar el poder, digo, como han hecho TODOS al sellar un pacto de silencio tras el “golpe-moción” de Pedro. “No pienso tolerar que ningún fascista diga que la moción de Pedro Sánchez no es legítima” dijo un alma bella, que prefiere, al cabo, a “sus Utrillas” antes que a los Utrillas de los otros.
“Antes prefiero a Podemos que a VOX”, dijo otra alma bella, insaciable luchadora contra los malosos fascistas. Y es que, al final, todo se reduce a una “guerra”, como ingenuamente (éste sí, ingenuo de narices) reconoció Santiago Abascal.
La guerra entre verdades y conciencias. No hay más, solo que los "jóvenes conservadores", como llamó Habermas a los filósofos posmodernos, y más tarde al osado Sloterdijk, se obligan, como Abascal, a reconocer la verdad.