domingo, 4 de diciembre de 2016

El saber y la verdad (parte I).

Introducción.

Últimamente he reflexionado mucho sobre el aforismo de Nietzsche que nos alerta sobre la última trampa de la moral: el conocimiento por el conocimiento.
Me he dado cuenta de que a lo largo de mi vida he perdido mucho tiempo en leer y aprender cosas de escasa utilidad; creo, realmente, que poseo conocimientos que no me sirven para nada. La mayoría de tales conocimientos los adquirí a través de una formación reglada poco orientada a la praxis, pero ebria de ese platonismo trasnochado que  hiciera creer al ser humano que en el saber se hallaba la máxima "virtud". En mi familia, por ejemplo, siempre se nos decía, a mis hermanos y a mí, que "el saber no ocupaba lugar". ¡Cómo que no ocupaba lugar! Peor aún, saber me "ocupó tiempo" y se bebió mi vida misma (ma non troppo, afortunadamente); el tiempo invertido en "saber" redujo las posibilidades de experimentar y de sentir. En definitiva, el exceso de saber por el saber me impidió ser, al menos más de lo que hubiese podido llegar a ser.
Afortunadamente, siempre, desde muy joven, presentí cierta insania en el hecho de permanecer excesivo tiempo recluido en una habitación, o en una biblioteca, "leyendo libros y viendo pasar la vida". Gracias a ese presentimiento o intuición (llámesele como cada cual prefiera) de estar siendo engañado y estafado vitalmente, me obligué a cumplir con mis deberes y obligaciones (estudios) pero sin renunciar al imperativo de vivir y explorar el mundo, aunque fuese desde las escasas posibilidades que me permitía la humilde condición socio-económica de mi familia.

El dilema

¿Qué hacer cuando intuyes que toda la pedagogía social tiene como único fin implantar en los hombres un programa de vida alieno a la auténtica razón de ser de cada individuo? ¿Qué podemos hacer cuando somos conscientes de ser víctimas de una estafa vital pre-programada y bien orquestada?
Solo podemos aprender a hacer malabarismos existenciales y, sobre todo, aprender a jugar sin miedo ni esperanza.
El juego, desde luego, no puede ser otro mas que el "deporte de filosofar" (Ortega); el único juego vital que, como el libro gordo de Petete, te enseña y te entretiene; te enseña a poder llegar a ser tú mismo y te entretiene por el camino que es la vida para evitar ser seducido por Thanatos.

Un saber para cada verdad.

Siguiendo la clasificación propuesta por Kant, podríamos diferenciar tres saberes que se corresponderían con tres necesidades vitales: conocer, decidir y preferir.

1) Saber teórico: Kant dio cuenta de él en su "Crítica de la razón pura". Este saber saciaría la necesidad, tan humana, de conocer las leyes del mundo a través de la ciencia. Su pragmatismo es evidente: cuanto más conozcamos nuestro entorno y las leyes que lo rigen, mejor garantizaremos nuestra supervivencia. Está orientado al conocimiento o verdad que puede ser comprobable.

2) Saber ético o moral: Kant se refirió al mismo en su "Crítica de la razón práctica"; el conocimiento necesario para saber qué decidir, es decir, para saber elegir de entre las posibilidades vitales que se nos abren a la hora de relacionarnos con el mundo y con los demás. ¿Cómo debemos conducirnos con el prójimo? ¿Por qué hacerlo de una determinada manera? Es un saber tan pragmático que, sin él, sería imposible articular y vertebrar las sociedades humanas. Está orientado a la búsqueda de la verdad moral.

3) Saber estético: Kant trató sobre él en su "Crítica del juicio". Conocer sobre gustos y preferencias y decidir qué es la verdad de la belleza. También es sumamente pragmático, aunque no lo parezca, pues de los gustos estéticos se derivarán (tal es mi tesis) las decisiones ético-morales.

El saber olvidado.

Como ya señalé, con Platón dio comienzo una nueva era para Occidente y para la humanidad: la búsqueda del conocimiento por el conocimiento, es decir, convertir en la más elevada virtud el obligarnos a conocer la verdad. ¿Pero qué verdad?
Platón se obcecó en hallar una verdad óntica (sobre las cosas) diferenciando el mundo suprasensible (de las ideas) del mundo sensible o terrenal. Así, desde Platón, la filosofía Occidental se enfrascó en la búsqueda de las tres grandes verdades que consideraron necesarias para satisfacer la sed de saber de los hombres: la verdad de la razón, la verdad moral y la verdad estética.
¿Y qué pasó con la verdad del ser?
Tuvo que llegar Heidegger, y rescatar las filosofías de Heráclito y Parménides, para que Occidente se pusiera las pilas y volviese a recuperar el saber olvidado: la verdad ontológica sobre la cuestión del ser.

¿Acaso, antes de Heidegger, Occidente no consideró necesario (pragmático) preguntarse por el sentido de la vida, la esencia o verdad de lo ente?
Tan solo la escolástica, siguiendo la metafísica de Aristóteles, mostró interés y preocupación por la cuestión del ser, pero la civilización Occidental, a partir de la Modernidad (aparición del endiosado humanismo) se olvidó del ser como verdad, es decir, se olvidó de la pregunta radical y más urgente: ¿para qué y por qué es/está el hombre en el mundo?

Aristóteles se refirió al ser categorial, es decir, al ser en tanto que ente definido por un conjunto de cualidades. La Escolástica, por su parte, prácticamente redujo la pregunta por el ser a la pregunta por Dios. Pero Dios tan solo es una posibilidad más que la realidad abierta nos ofrece para hallar la verdad del ser. La verdad del ser no tiene por qué estar en un Dios supremo.
Heidegger se propuso la ardua tarea de pensar y reflexionar sobre la cuestión del ser desde una nueva perspectiva fenomenológica (prescindiendo de la existencia apriorística de Dios). Pero fue incluso más lejos: no solo prescindió de la idea a priori de Dios, sino que consideró que la vida o existencia era un ser-ahí (Dasein) o realidad abierta (Zubiri) que posibilitaba la pregunta por el ser.
Tenemos certeza de que el hombre es un modo del Dasein (ser-ahí) que tiene la capacidad de preguntarse por el ser: ¿por qué hay algo en vez de nada?, pero no podemos saber si quizás otros Dasein, organismos vivos terrestres y/o extraterrestres, podrían preguntarse también por la realidad que les envuelve.
Al no tener certeza de que otros Dasein pudiesen preguntarse también por el ser, Heidegger, como antes hiciera Kant con la posibilidad de Dios, decide obviar tales posibilidades o modos de ser de su analítica existencial, la cual girará en torno al Dasein en su modo de ser-hombre.
Pero Heidegger se cuidó mucho de que su metafísica existencial no fuese un "humanismo", distanciándose, así, del cristianismo, el marxismo y el existencialismo sartriano. Heidegger consideró al hombre como un "pastor del ser"; como un cuidador del ser en tanto que preocupado por el ser.
El humanismo, sin embargo, se despreocupó del ser en la medida que erigió al hombre en dios; en la medida que el hombre fue endiosado y convertido en esencia de sí mismo.

El tema de la esencia.

El hombre es un ser enfermo, decía Unamuno, porque está "infectado" de lo que el pensador vasco dio en llamar "el sentimiento trágico de vivir".
¿Pero por qué padece el ser humano esta "enfermedad de la existencia" por el mero hecho de estar vivo?
Pues porque el hombre, en tanto que ser-ahí vivo y arrojado al ex-sistere, quiere saber, desea saber lo que le resulta imposible saber: ¿por qué es (existe)? ¿Para qué, qué sentido tiene su existir? Y es la imposibilidad de hallar las respuestas a estas preguntas radicales (sobre el ser) la que le genera angustia existencial, la que convierte su vida en drama (Ortega).
Podemos vivir obligándonos a responder estas cuestiones ontológicas, llevando una vida auténtica (meditativa y reflexiva) o podemos obviar estas cuestiones, como hiciera Kant y la generalidad de Occidente a partir de la Modernidad. La posmodernidad significó, de hecho, el casi completo olvido por la cuestión del ser. De ahí que, en el parecer de Heidegger, la posmodernidad supusiera una alienación (pérdida de razón o sentido de vivir) para los hombres, pues estos, inmersos en la vida inauténtica del Dasman, se olvidaron del ser.
Obsérvese cómo Heidegger llegó a la misma conclusión que el materialismo dialéctico marxista: el ser humano es un ser alienado que ha sido cosificado (reificado); es decir, que ha sido sacrificado como medio (objeto) a través del cual cumplir con el fin último de la sociedad posmoderna.
¿Cómo liberar, entonces, al hombre de su vida inauténtica y alienada (carente de sentido)?

El cristianismo aceptó el sufrimiento y el sacrificio terrenal de los hombres, pues la liberación de estos solo sería factible en la otra vida (tras la muerte). Así pues, el cristianismo no liberó a los hombres de su alienación terrenal, sino que, al contrario, justificó dicho sometimiento al dominio del ente social a través de la creencia en una es-sentia espiritual a priori: el alma. Será el alma del hombre la que se libere, y no el hombre de carne y hueso propiamente dicho.
Lo que hará el marxismo, y por ende el existencialismo sartriano y humanista, será invertir el orden entre esencia y existencia.
Sartre, contundente, proclamará que "la existencia precede a la esencia", es decir, primero somos, nacemos y somos arrojados al mundo desnudos de esencia espiritual apriorística, y solo durante el devenir vital, a través de nuestros actos, construiremos nuestra propia esencia, encontraremos el sentido de nuestras vidas.
Heidegger romperá con este dualismo enfrentado de cristianismo vs marxismo, y sostendrá que ni la esencia precede a la existencia, ni la existencia precede a la esencia. En el parecer de Heidegger la esencia coincide con la existencia. El único sentido de la existencia es existir. Este, en el parecer de Heidegger, será el único sentido que constituya en sí mismo una verdad radical. De esta manera, Heidegger se retrotrae a pensadores clásicos como Escoto ("todo lo que es se opone  a lo que no es") o Spinoza ("lo inherente al ser es perdurar en el tiempo") y, al tiempo, Heidegger desenmascara los sentidos construidos por marxistas y humanistas como particularistas interpretaciones del mundo (cosmovisiones).
Así  pues, podríamos concluir que tanto el marxismo como el humanismo siguieron la huella de la verdad judeocristiana, pues ambos fueron constructores de sentidos, igual que el Dios cristiano, con la única diferencia de que ellos negaron un sentido a priori, ya inserto en el alma humana. Lo único que hicieron fue ocupar el lugar del Dios cristiano para decidir ellos (desde sus respectivas cosmovisiones particularistas) qué era lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, arrogándose ser los únicos poseedores de la verdad.
A esta posesión de la verdad, o creencia en la interpretación marxista-humanista del mundo, la llamaron conciencia verdadera.

¿Cómo legitimar una conciencia verdadera o cómo legitimar un sentido o razón de ser?

Tanto Marx como Heidegger fueron grandes conocedores de la filosofía hegeliana, y ambos hicieron suya la tesis de Hegel sobre el movimiento dialéctico de la conciencia.
Decía Hegel: de la lucha, que tiene lugar simultáneamente en el sujeto, entre la conciencia óntica (representación del objeto) y la conciencia pre-ontológica ( objeto en relación con su esencia), surge un nuevo objeto que será la experiencia, es decir, el Ser meditado.
La experiencia quedaba definida así: como el Ser meditado o verdadero objeto de la conciencia; lo que está presente y manifiesto; aquello que surge de la lucha dialéctica entre conciencias.

De esta manera, la experiencia da lugar a un modo de ser que será real y verdadero, aunque no exista (sea ahí-en el mundo). Así, la verdad (sentido o significado del ser) se hallará o construirá (yo no encuentro diferencia sustancial entre ambas vías de conocimiento) tras la oportuna meditación y reflexión sobre la realidad y el mundo, la vida y el hombre.
Y, de lo que no cabe duda, es que tanto Marx como Heidegger reflexionaron sobre el mundo y el hombre; el primero a través de un materialismo dialéctico e histórico y el segundo a través de un existencialismo fenomenológico. Los dos reflexionaron, ergo los dos, inevitablemente, interpretaron el mundo y la realidad, y no solo a través de hechos históricos (Marx) o fenómenos existenciales (Heidegger) sino también desde conceptos apriorísticos y/o prejuicios inherentes a sus respectivas conciencias.
¿Con cuál de las dos interpretaciones (cosmovisiones del mundo) nos quedamos? ¿Puede alguna de dichas interpretaciones ser la única verdadera con carácter absoluto y universal?
Marx, ebrio de cínica prepotencia, defendió su cosmovisión marxista como la única CONCIENCIA VERDADERA porque, según él, así nos la mostraba el método del materialismo histórico; un método objetivo y científico y, por tanto, no cuestionable.
Pretendía Marx legitimar su verdad como la única buena y justa, y, por tanto, también como verdad universal, porque su vía materialista evitaba cualquier atisbo de subjetivismo (prejuicios apriorísticos presentes en la conciencia subjetiva del individuo). Eso decía él.
Pero su propio materialismo dialéctico, que conducía a la verdad del socialismo, también permitía otras interpretaciones de la realidad que abrían las posibilidades de otras cosmovisiones, tales como la comunista o la anarquista.

Las "otras" verdades, la del anarquismo sobre todo, negaban la verdad absoluta y universal del socialismo. Y esto bien supo verlo Marx desde el principio, que arremetió inmisericorde contra Bakunin, sabedor de que solo una conciencia debía erigirse como ÚNICA VERDADERA si pretendía autoproclamarse universal; es decir, si pretendía convertirse en razón ilustrada domadora y domesticadora de la humanidad. Por eso el marxismo es un humanismo, porque como toda razón ilustrada, que dice aspirar a "liberar" a la humanidad, no puede evitar, paradójicamente, convertirse en antropoctécnica civilizadora (domesticadora).
Y civilizar supone "desembrutecer" al hombre, alejarle de la barbarie de la naturaleza; supone, en definitiva, dotar a la humanidad (al parque humano que diría Sloterdijk) de normas y reglas a través de las cuales garantizar su autoconservación. Y cualquier sistema social normativizado, articulado a través de reglas y leyes, por fuer ha de ser COACTIVO, para limitar, cuando no reprimir, la libertad absoluta del individuo.

¿Y qué hizo Heidegger cuando, sagazmente, desenmascaró la prepotencia que subyacía, latente y oculta, en el "nuevo humanismo" marxista?
Heidegger vio que no había salida a la paradoja intrínseca al propio humanismo; es decir, vio que el hecho de que el humanismo fuese, al tiempo, liberador y dominador constituía en sí mismo una aporía insalvable.
¿Podrá salvarse el humanismo de sí mismo?




sábado, 19 de noviembre de 2016

Las tres edades de la razón (parte III)

¿ Y ahora que la razón se nos hizo cínica qué esperanza de salvación puede albergar la humanidad?

El arte de lo absurdo (honestidad frente a cinismo).

Hace tiempo existió un gran artista, un genio de gran talento que pintaba cuadros realmente impresionantes; obras maestras muy bellas, pero también sugerentes, que gustaban por igual al público más docto y al más iletrado.
Cierto día, un filósofo henchido de sabiduría, quiso visitar a tan insigne artista. Deseaba el sesudo pensador dialogar con aquel genio singular capaz de desvelar, a través de su arte, la verdad del ser.
Pretendía nuestro gran pensador encontrar un sentido o razón por la que vivir; buscaba en el arte la verdad trascendente del ser humano; ansiaba, en definitiva, hallar una vía de salvación para la humanidad dotando la existencia de la misma de significado y sentido.
El filósofo, haciendo gala de unas magníficas dotes retóricas y dialécticas, le habló al artista sobre la vida y la muerte, sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto. El artista tan solo escuchaba, pero, eso sí, paciente y atentamente, esperando que el docto sabio terminara de exponer las bondades de su sistema filosófico; un perfecto y analítico sistema capaz de dar respuestas a todas y cada una de las cuestiones vitales, ontológicas y espirituales que preocupaban a los hombres.
Por fin, tras dar por concluida su larga perorata, el artista se levantó del incómodo taburete desde donde estuvo escuchando la larga disertación del filósofo, y acercándose a él le invitó:

- Elija usted uno de los cuadros de esta sala, el que le parezca más bello.

Tras repasar y escudriñar concienzudamente todas aquellas obras de arte, el filósofo se decidió finalmente por un cuadro de grandes dimensiones que, sin duda, le pareció el más hermoso.

-¡Buena elección!, exclamó el artista. Sin duda ha elegido usted una de mis mejores creaciones. En este cuadro, prosiguió, he invertido mucho trabajo y esfuerzo. Más de un año he estado luchando contra este lienzo por tal de poder extraer de él un hálito de vida; por tal de dotarlo de alma. Noches enteras me he pasado sin dormir, esperando que un soplo divino me dictase qué colores utilizar y qué pinceladas serían las más adecuadas para tales propósitos.

- Sí, sin duda esta obra le trasciende a usted - respondió el filósofo.
- ¿Está usted seguro de ello?- preguntó el artista con tono burlón.
- ¡Claro que sí! Incluso después de su muerte este cuadro suyo perpetuará su memoria y le hará inmortal; las futuras generaciones se reconocerán en su obra. Usted puede sentirse orgulloso de haber legado a la humanidad una obra hermosa cargada de "espiritualidad".

-¿Dice usted que este trozo de tela me "sobrevivirá? ¡No, no, y mil veces no! -gritó eufórico y descontrolado el hasta entonces calmado y relajado artista-. ¿Qué triste consuelo puedo hallar en que mi obra me sobreviva cuando ya mi cuerpo, bajo tierra, sea pasto de los gusanos?

-Cálmese, no sabe usted lo que dice. Usted es un "elegido", ha sido escogido por el destino para trascender su vida misma. Usted, amigo mío, puede reconfortarse sabiendo que su vida ha tenido sentido.

Fue entonces cuando el artista, enloquecido, lanzó sobre el lienzo un líquido inflamable y le prendió fuego.

- ¿Pero por qué? -acertó a preguntar horrorizado y perplejo el filósofo-. ¿Por qué?

-Porque no podía consentir no ser honesto conmigo mismo - respondió el artista más tranquilo. No había ningún sentido sublime ni trascendental en este trozo de tela; si acaso el único sentido que tuvo pintar este enorme cuadro fue, precisamente, el haberlo pintado; el haberme obligado a estar más de un año luchando junto a él pero también contra él. Y todo por tal de ganar un poco más de tiempo; tan solo para burlar a la muerte y no pensar en lo absurda que es la existencia de los hombres. Mientras estuve pintándolo, sufriendo por no hallar los tonos adecuados, o mientras permanecí insomne intentando descubrir la mejor composición posible, estuve vivo y no pensé en la muerte. El ayudarme a huir de la desesperación y de la terrible verdad de la muerte fue, sin duda, el único sentido que tuvo esta obra para mí. Pero, una vez concluida, esta obra no significa nada, ya no es nada ni me sirve para nada que no sea el vano consuelo de alimentar mi ego.

El filósofo, cabizbajo y decepcionado por la airada reacción de aquel genio atormentado, se despidió del artista con un triste saludo. Por un instante estuvo tentado de recriminarle su egoísta proceder; estuvo a punto de afearle su falta de entereza y compromiso con la humanidad. Pero se abstuvo de hacerlo, pues un súbito pensamiento doloroso le asaltó: ¿acaso no estaba pecando él también de la misma actitud egoísta que le reprochaba a aquel pobre infeliz?
No, claro que no, se dijo a sí mismo, él todavía tenía esperanzas; su original sistema filosófico supondría la salvación del género humano; sus esfuerzos no serían vanos y lograrían el loable y noble fin último de salvar a la humanidad.
Y así, henchido de orgullo, y tras haberse autoengañado a sí mismo con una facilidad pasmosa, se dirigió con paso firme a las casas de los hombres con nuevas promesas de vida y de esperanza.

Epílogo.

Si algún paciente lector ha leído este pedagógico relato con interés, no habrá podido evitar hacerse algunas preguntas. Eso espero al menos.
Cada lector, erigido en todopoderoso juez, decidirá a qué personaje absuelve y a cual condena; decidirá, en definitiva, con cual de los dos protagonistas de esta historia se identifica su propio yo.
No hace falta ser ningún genio para comprender que nuestro artista atormentado es un ser honesto que acepta la terrible verdad de que el hombre es "un ser para la muerte"; sabe que el único sentido o esencia del existir es, precisamente, existir (perdurar en el tiempo). No hay sentidos sublimes que trasciendan nuestras insignificantes vidas, por más que sesudos sabios, místicos e ideólogos de diferentes pelajes se autoengañen y engañen a las masas por tal de mantener vivas promesas de esperanza.
Desde luego, no cabe ninguna otra opción: las masas deben ser "civilizadas" y alejadas de la barbarie, sí o sí; deben ser domadas y domesticadas desde la cuna a través del engaño, porque solo así se puede conseguir que un individuo, consciente de ser mortal, cumpla con su deber y se sacrifique a lo largo de toda su vida por tal de lograr un fin último, por tal de dotar de sentido y significado a su existencia.

La razón ilustrada conoce esta terrible verdad, y solo puede optar por proclamarla honestamente, como el atormentado artista, o por ocultarla cínicamente, obligándose a ser celosa guardiana de eso que hemos dado en llamar humanidad.
Por eso, cuando el sentido o la razón de Dios se desenmascaró históricamente como falaz, y ya no pudo formar parte de las antropotécnicas del humanismo para domesticar a los hombres, otras "técnicas" ocuparon su lugar: la ciencia, el comunismo, el budismo, el feminismo, el arte, la diversión y el espectáculo convertidos en fines últimos...
La cínica razón ilustrada sabe que al indigente y atormentado ser humano debe darle sentidos o razones por las que vivir; sabe que necesita el sacrificio voluntario de los hombres para que estos, creyéndose portadores de esencias, se autoproclamen libres dentro de sus jaulas de oro.

martes, 8 de noviembre de 2016

Las tres edades de la razón (parte II)

Recapitulación.

Decía en mi anterior entrada, "Las tres edades de la razón", que la razón misma, a través de la autocrítica a lo largo de la historia, ha sido la encargada de aprobarse o autocorregirse, de tal manera que lo que en una época podía considerarse verdad (racional) en otro momento histórico podía considerarse falso e irracional.

Así, en cada momento histórico ha dominado (se ha impuesto) un tipo o clase de razón acorde con la realidad de su tiempo; una razón que ha evolucionado y cambiado adaptándose a los deseos y el sentir de un determinado Dasein histórico.

Dialéctica de la razón.

Podríamos decir, resumidamente, que el proceso dialéctico a través del cual la razón ilustrada se ha impuesto históricamente a las masas ha sido el siguiente:

1) Desocultación, hallazgo o construcción de una verdad a cargo de un pastor del ser; es decir, a partir de la reflexión meditativa y expectante de un individuo excelente (sabio) o genio.

2) Aceptación social de dicha verdad, lo que implicaría legitimar las creencia y los sentidos (significados) derivados de dicha verdad incorporándolos al sentir y las creencias colectivas.

3) Elaboración de una cosmovisión (interpretación del mundo) a cargo del Dasein histórico (ser colectivo) a partir de las verdades reveladas, halladas y/o construidas.

4) Imposición de la cosmovisión y/o del programa de vida a todos los individuos de una sociedad, a través del poder coactivo (Derecho) que aplica el Dasein histórico a través de cualquiera de sus configuraciones históricas: clan, tribu, nación, imperio y civilización.

Dicho proceso dialéctico es constante a lo largo de la historia y resulta invariable, pues lo único que muta o se transforma es la razón misma, dependiendo de la vía racional encargada de legitimarla.
Si la razón se legitima a través de la revelación (escrituras sagradas) hablamos de vía teológica y de razón religiosa, si se justifica a través de la reflexión meditativa de un pastor del ser podemos hablar de vía pastoral o razón ontológica; y si la razón es construida (mediante consenso social) a través del positivismo hablaremos de razón lógico-cientifista. También podríamos referirnos a la vía estética, la creación artística, que daría lugar a una razón estética. Pero a mí, personalmente, se me antoja una vía interpretativa muy parecida a la vía mística o criptobudista que conformaría, junto a estas, lo que podríamos llamar razón poética.

Vemos, por tanto, que la razón puede recibir diferentes nombres dependiendo de la vía que la legitime y/o justifique. Pero insistamos de nuevo en señalar: todas estas vías son racionales, pues todas son producto de la razón (inteligencia) del ser humano.

Para poder aseverar, pongamos por caso, que la vía teológica es irracional deberemos de desenmascarar, descubrir y/o desvelar las mentiras y falacias que subyacen en los argumentos que la legitiman; pero, sobre todo, deberemos demostrar que dicha verdad o razón religiosa ha dejado de ser funcional (instrumental) y ya no sirve a los intereses de dominio y autoconservación del Dasein histórico. No bastará, por tanto, con desacreditarla y deslegitimarla, sino que habrá que postular una nueva razón alternativa en su lugar. Esta será la misión de la autocrítica que la razón ejerce sobre sí misma.
Dicho en román paladino: una verdad o conciencia auténtica solo puede ser superada (desenmascarada históricamente) si se articula una nueva conciencia que ocupe su lugar. El calificativo de irracional no tiene sentido en sí mismo, pues no es que la vía criticada en un período histórico concreto no sea racional, sino que es sustituida por otra vía más racional; por otra que argumente y justifique mejor "su" verdad.
Cada autocrítica supone un avance hacia una racionalidad que se supone más justa para la generalidad de la humanidad, pero, al tiempo, deja al descubierto una terrible verdad: si lo que era verdad y racional en un momento histórico deja de serlo en otro, también lo que otrora se consideraba justo podría pasar a ser injusto; es decir, se diluye la universalidad de la moral.
Así, la autocrítica constante que la razón ejerce sobre sí misma la conduce, inevitablemente, hacia el relativismo; hacia el relativismo de la verdad y el relativismo moral. ¿Y hacia dónde puede conducirnos el relativismo? ¿El relativismo imperante en las actuales sociedades nos obligará a buscar una superación del mismo, por tal de salvarnos, o ya no hay solución para el ser humano?

¿Se autodestruirá a sí mismo el ser humano?

Formularé la pregunta de otra manera: ¿el fin último de la historia ha de culminar con la autodestrucción de la razón (humanismo ilustrado) o, por el contrario, la razón se salvará pudiendo, así, salvar también al ser humano?
Para responder a estas preguntas deberemos, primero, entender cómo ha funcionado la dialéctica de la razón (arriba descrita) a lo largo de la historia; es decir, deberemos comprender cómo la autocrítica cuestionó y moldeó la razón a lo largo de sus tres edades o tres etapas evolutivas.

PRIMERA EDAD DE LA RAZÓN (razón señorial-prepotente).

Igual que en el período evolutivo de la infancia de los hombres, la edad más temprana de la razón se corresponde con un marcado carácter prepotente y señorial.
Así, como los niños egocéntricos y exigentes, la razón ilustrada primera, surgida en las primigenias comunidades y colectivos humanos, se mostró dogmática e inflexible en la aplicación de la coacción social. Los pastores del ser, como el brujo de nuestro pedagógico cuento, descubrieron que para garantizar la supervivencia (autoconservación) del colectivo (clan o tribu) debían dominar a la naturaleza, es decir, debían controlarla y predecir sus efectos para poder salvarse de las adversidades de la existencia: inclemencias climáticas, animales salvajes, falta de comida...
Pero para dominar la naturaleza era preciso el concurso de todos los miembros del clan, ergo también se hizo necesario dominar a los individuos, para que estos reprimieran sus apetitos más individualistas (egoístas) y se sacrificaran por el bien común colectivo.
Pronto, la razón ilustrada de las élites y los grupos de poder entendieron que era necesario aplicar una férrea coacción que obligara a los miembros de un colectivo a sacrificarse por la comunidad (ente social). La paradoja, subyacente en tal proceder, es que los individuos deberían sacrificarse por el bien común y subyugarse al poder del grupo dominante, precisamente para garantizar su autoconservación; es decir, debían aceptar sus roles dentro de la sociedad para permitir la articulación de una división del trabajo eficaz que garantizara la supervivencia de ellos y la de sus familias.
Al principio, mientras el grupo social era reducido y existía una relación de cercanía entre todos sus miembros, resultó relativamente fácil imponer una jerarquía representada por un líder que, las más de las veces, imponía su dominio a través de la fuerza, la represión y la inflexible coacción (castigos) a los demás individuos. Pero a medida que crecían los colectivos humanos, el líder, además de valerse de su propia fuerza, también tuvo que rodearse de guardias personales y ejércitos para mantenerse en el poder. Descubrió, así, que el mejor binomio para dominar (criar y domesticar al ganado humano) era la combinación perfecta de miedo y coacción.
Así, la inteligencia de los primeros hombres y a través de la razón ilustrada (de un grupo de elegidos)se orientó hacia la OPERATIVIDAD, utilizando una razón instrumental, despótica y señorial, para garantizar el dominio y la autoconservación de los grupos humanos: las fuerzas de la naturaleza fueron convertidas en dioses a los que se les debía sacrificio y obediencia a través de repetitivos rituales y ceremonias. Pronto, sin embargo, aparecerían los dioses antropoformos, ideados a imagen y semejanza de los seres humanos, debido al trabajo incesante de la razón prepotente por tal de autoconservarse a sí misma y, así,  garantizar también la autoconservacion del grupo.
Obsérvese, cómo ya, en la primera infancia o edad más temprana de la razón, ya subyacía el germen del cinismo prepotente y señorial; ese cinismo que será una constante a lo largo de la historia, pero que se autolegitimará de diferentes maneras y a través de diferentes argumentos, por tal de reivindicarse a sí mismo como necesario. En la frase de nuestro refranero popular español encontramos expresiones que desenmascaran dicho cinismo inherente a la prepotencia señorial: "quien bien te quiere te hará sufrir". Y aún hoy, en sociedades donde la razón todavía se haya en una edad temprana (véase Islam) se autolegitima y justifica el dolor y el castigo físico como medios para "beneficiar" al individuo que es castigado, por su propio bien y porque así lo justifica una instancia divina superior (Alá).


SEGUNDA EDAD DE LA RAZÓN (razón instrumental-pragmática).

Con el paso del tiempo, las sociedades occidentales, sobre todo, fueron diluyendo su celo de Dios, es decir, a través de una autocrítica constante (reformas, contrarreformas y concilios religiosos) relajaron y suavizaron la coacción sobre el individuo a través de la razón teológica. El Islam no.
Sin embargo, la mayoría de edad de la razón ilustrada occidental llegaría, definitivamente, con Kant.
Kant dictaminó, a través de su crítica a la razón pura, qué podía conocerse como certeza a través del entendimiento (intelecto) humano, y qué conocimientos eran inaccesibles a la razón misma.
Kant concluyó en su "Crítica de la razón pura" que la realidad de Dios no podía demostrarse ni negarse a través de la razón, es decir, no se podía acceder a Dios a través de vías empíricas. Por tanto, al tiempo que proclamó que el tema de Dios no era "asunto" que competiera a la razón, indirectamente relegó la actividad racional de los hombres a una utilidad más mundana, es decir, legitimó a la razón como instrumento útil para demostrar la verdad. Y la verdad que podía conocerse era aquella que solo podía demostrarse a través del empirismo y su método científico.
Había nacido una nueva razón pragmática, tan orgullosa y prepotente como su predecesora razón señorial, pues si la primera razón subyugó a los hombres a través de la fuerza coactiva, ahora los hombres quedarían igualmente subyugados por la pérdida de su esencia espiritual.
Kant fue el primer pastor del ser (pensador sabio) en olvidarse de la cuestión del ser; fue el primero, de entre otros muchos pastores que le seguirían, en claudicar y en considerar como vano todo esfuerzo destinado a preguntarse por aquello que no podía conocerse a través de la razón o empíricamente.
El legado ilustrado de Kant se hizo finalmente operativo, es decir, se materializó como realidad en la praxis histórica, mediante el concurso de los ilustrados franceses que, guillotina mediante, acabaron por certificar la mayoría de edad de la razón, que pasaba de ser prepotente y señorial a ser razón instrumental. Ahora ya quedaba muy claro, más si cabía desde Kant y el emancipador liberalismo nacido en Inglaterra,  que la vía teológica había sido totalmente desenmascarada como irracional; aunque mejor sería decir que dicha vía religiosa fue más bien decapitada; decapitada por el nuevo instrumento de la razón (la guillotina) que a todos los hombres habría de hacer iguales por el dictamen todopoderoso de una nueva religión laica.
Y es que, en el mismo proceder tan "humanista", a través del terrible instrumento de castigo y coacción que fue la guillotina, ya pudo "intuirse" el nacimiento de una nueva prepotencia señorial que lo único que hizo fue sustituir la conciencia verdadera de una razón (teológica) por la conciencia verdadera de otra razón (técnica y científica). La nueva razón, para autolegitimarse, no dudó en calificar a su predecesora como irracional, es decir, le acusó de ser absurda y anacrónica, la culpó de ser una razón superada por el Dasein histórico.

TERCERA EDAD DE LA RAZÓN (razón cínica-hipócrita)

La psicología evolutiva estudia la madurez de los seres humanos mediante sucesivas etapas o estadios que implican adquirir determinadas habilidades y conocimientos a través del desarrollo, en paralelo, de determinadas funciones cognitivas y emocionales.
Piaget propuso cuatro estadios evolutivos para entender el crecimiento (cognitivo, emocional y moral) del hombre, que se corresponderían con cuatro vías de conocimiento:

1) Sensoriomotriz...................................conocimiento activo
2) Preoperacional....................................conocimiento intuitivo
3) Operacional concreto..........................conocimiento práctico
4) Operacional formal.............................conocimiento reflexivo.

Si nos fijamos, el niño comienza a ser OPERATIVO haciendo uso de un conocimiento intuitivo (preoperacional en realidad) que se correspondería con la edad primera de la razón; es decir, con una razón prepotente y señorial que comienza a aprender cómo dominar la naturaleza (el entorno físico) para garantizar su autoconservación.
De la misma manera que el niño evoluciona y alcanza un estadio operacional concreto, pragmático y orientado al estudio y observación de los fenómenos, así evolucionó la razón prepotente hasta devenir razón instrumental pragmática (técnica y científica).
Finalmente, el niño, a partir de los 11 o 12 años, será capaz de realizar operaciones formales, es decir, será capar de reflexionar sobre su ser y su entorno; será capaz de analizar metacognitivamente su existencia.

Pues bien, la tercera edad de la razón llegará con la senectud del Dasein histórico, es decir cuando la razón humana, además de ejercer de instrumento para investigar y sistematizar la realidad (dominarla y conservarla), comprende que debe reflexionar sobre sí misma y sobre sus fines últimos.
Podríamos considerar al marxismo como la primera teoría surgida de lo que podríamos denominar una razón cínica.
¿Pero qué es la razón cínica?
Es la razón que se autolegitima a sí misma como la más buena y justa, con validez universal, siendo consciente, al tiempo, de que en realidad es una razón particular más.

Es cierto que toda razón anterior, tanto prepotente como pragmática, contó con sus guardianes cínicos; individuos que, incluso sospechando que obraban de mala fe, se obligaron a defender "su" verdad con celo dogmático.
Uno de los guardianes más cínicos de la literatura española sería el personaje de "San Manuel Bueno, mártir", el párroco que se obligaba a "creer" en Dios, no porque realmente creyese con verdadera fe, sino porque veía en la fe (razón teológica) un instrumento para aliviar la angustia de los hombres.
Unamuno describió perfectamente, a través de su pequeña novela, el proceder de la razón que ya no cree en la verdad revelada (divina) pero se obliga a preservarla de manera instrumental para lograr la consecución de un fin último loable: librar a los seres humanos de la angustia.

Marx, como el párroco de Unamuno, fue consciente en todo momento de la gran mentira que era el marxismo; pero se obligó a justificarlo porque creía, firmemente, que solo en una sociedad donde triunfase el socialismo el ser humano sería liberado de sus sufrimientos.
Desde el celo dogmático y prepotente que demostró Marx, al proclamar "su verdad" como la única verdad universal (única conciencia verdadera), resultó inevitable que el bienintencionado socialismo se tornara prepotente y señorial; es decir, los bolcheviques guardianes de la cínica razón marxista actuaron como los prepotentes señores feudales que defendieron "su" verdad señorial, como los inquisidores que preservaron "su" verdad en Dios, como los jacobinos que proclamaron a golpe de guillotina "su" verdad en la diosa razón, o como los malvados burgueses que, a través del poder económico, impusieron "su" razón instrumental de la técnica y la ciencia.

Desenmascarar las falacias y el celo dogmático inherente al marxismo (bolchevismo) costó tantas vidas como desenmascarar el celo religioso de la razón teológica (inquisidor), el celo laico de la razón ilustrada (jacobino) o el celo científico de la razón instrumental (capitalista). En todas las edades de la razón convivieron los ilustrados que fueron fervientes creyentes junto a los grandes impostores cínicos que fueron conscientes en todo momento de la instrumentalización que se hacía de la verdad (razón) en aras de lograr fines últimos suprematistas.

Pero el SXX, con sus dos grandes guerras mundiales, el horror de los campos de exterminio (Hitler, Stalin, Pol Pot, Mao...) y la barbarie de las bombas nucleares lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, acabó definitivamente con cualquier rasgo de humanismo cándido.
Y la muerte del humanismo cándido, como antes la muerte de Dios, significó la desaparición de los últimos ilustrados que, además, fuesen fervientes creyentes: ya nadie podía creer en nada, porque nada tenía sentido. El humanismo (razón ilustrada) había dejado patente su gran capacidad para destruirse a sí mismo, y con él al ser humano.
La razón, a partir de entonces, ya solo podría ser cínica; pues ya solo se autolegitimaría desde el reconocimiento de su razón de ser particular, aunque ante las masas todavía se obligase, hipócritamente, a proclamarse como verdad o razón de ser universal.

Continuará...

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las tres edades de la razón.

Introducción.

Siempre, como suelo sostener, la vida precede a la razón; es decir, primero sentimos y experimentamos y, solo después, razonamos el porqué de nuestros sentimientos y justificamos racionalmente las acciones que de nuestro sentir se derivan.

Desde muy joven ya me resultaban "chocantes" (incomprensibles) las normas y reglas establecidas por los guardianes de la razón. Una de estas normas, o verdades socialmente normativizadas, era aquella que nos espetaban cuando, ante un agravio, chillábamos o respondíamos con verborrea beligerante ante una ofensa: "si gritas pierdes la razón", nos decían, como si por el hecho de no moderar nuestras formas y nuestro lenguaje, "domándolos y domesticándolos," nuestra lógica respuesta, del todo racional, mutara en irracional.
¿Pero cómo puede perderse la razón por el mero hecho de ser gritada alto y fuerte; por el hecho de ser defendida con enérgica pasión?
¿Acaso puede perderse también la verdad, dependiendo de cómo se argumente, se proclame o se defienda?

Tesis

Así, llegué a la conclusión, a través de una obligada y profunda reflexión, de que no existía ningún ser humano que fuese realmente irracional, sino que las descalificaciones a determinadas ideas y/o acciones, deslegitimadas como irracionales, eran producto del proceder autodefensivo del poder social (coactivo y represivo) y no tanto una conclusión lógica sustentada por imparciales argumentos de verdad. ¿Qué argumentos lógicos podrían demostrar que la razón se perdiese por el mero hecho de ser gritada enérgicamente? Ninguno.

Por tanto, la tesis que pretenderé defender y demostrar a continuación desvela una incómoda y peligrosa verdad:

Todos los hombres, en tanto que inteligentes, son inevitablemente racionales, morales y poseedores de la verdad. No existe hombre alguno que sea inmoral e irracional; no existe hombre alguno que carezca de "su" verdad.

Inteligencia y razón

Si nos obligamos a ser sinceros y honestos podremos hallar la verdad radical que se esconde detrás de esa supuesta esencia que subyace en el ente que es el ser humano y que le permite trascender su pura condición de animal: ser un animal de realidades en un mundo que hace suyo.
La verdad radical, fácil de comprobar si echamos un rápido vistazo a lo largo de la historia, es que el ser humano se ha erigido como especie dominante del planeta tierra. Esta verdad es incuestionable, y a partir de esta verdad irrefutable podremos preguntarnos: ¿cómo, por qué y para qué el ser humano se ha convertido en señor de "su" mundo?
¿Cómo ha impuesto su señorío el ser humano en el mundo? Pues a través del dominio, haciéndolo suyo.
¿Por qué? Porque ha podido y ha tenido la herramienta para poder hacerlo: la inteligencia.
¿Para qué? Para garantizar su autoconservación , perdurar en el tiempo y soñar con la eternidad.

Podríamos concluir, por tanto, que la esencia (sentido de ser) del ente humano reside en su voluntad de no extinguirse; en el deseo de perdurar en el tiempo ("lo inherente al ser es perdurar en el tiempo", Spinoza). Pero para poder ser y sobrevivir a las adversidades del ex-sistere (autoconservarse en el mundo) el ser humano debe dominar su entorno; debe controlarlo y hacerlo predecible. Es entonces, ante la necesidad de controlar y predecir su mundo, dominarlo al cabo, cuando el Dasein (ser-ahí) hace uso de una habilidad que le es propia: la inteligencia o habilidad de poder elegir (los demás animales no eligen, sino que responden automáticamente a estímulos del medio).
El hecho de tener que elegir la mejor opción para garantizar su autoconservación, de entre las múltiples posibilidades que le ofrece la realidad abierta, obliga al ser humano a realizar dos actos inherentes al imperativo de elegir (al imperativo vital de ser): razonar y justificar.
Vemos, así, que es el imperativo vital el que insta al Dasein (hombre inmerso en el mundo) a autoconservarse y sobrevivir; le insta a tener que elegir, es decir, le empuja a inteligir la realidad que le envuelve.
Inteligir supone, precisamente, analizar, evaluar y predecir las respuestas del medio (las consecuencias o efectos de las acciones humanas) para tener argumentos de peso que apoyen o rechacen tomar decisiones (elecciones). Así, las acciones y elecciones humanas requieren, primero, del uso de la razón (evaluación y análisis) y posteriormente de una justificación, aunque no necesariamente por este orden.

Cuento pedagógico.

Según mi tesis, primero sentimos y deseamos y solo después razonamos. Consideremos el siguiente ejemplo: un individuo, en un clan primitivo, siente el deseo irrefrenable de comerse las últimas reservas de comida. Este es un deseo vital imperativo, porque le obliga a hacerse con la comida para poder sobrevivir. El individuo en cuestión contemplará varias opciones (razonando) para hacerse con la comida:

Opción A: evalúa la posibilidad de robar la comida, sin más, cuando nadie le vea. Sabe que existe la posibilidad de ser descubierto. Tiene que decidir, entonces, si decide correr el riesgo de que los demás le descubran.

Opción B: decide que al llegar la noche matará uno a uno a los 10 miembros integrantes del clan. Sabe que, entonces, podrá hacerse con la comida sin ningún problema. Pero se da cuenta, razonando, de que existe la posibilidad de que él solo, sin la ayuda de los otros miembros del clan, tampoco pueda sobrevivir durante mucho tiempo (cazar, procurarse refugio y defenderse de los animales salvajes).

Estas dos opciones, robar y asesinar, son, a priori, racionales y morales. Y dichas opciones se postulan como posibilidades solo cuando nuestro individuo siente el deseo de comer. Las dos opciones se han servido de la razón para evaluar las diferentes posibilidades que ofrece la realidad abierta (las circunstancias). Y las dos opciones se han justificado (moralmente) a través del incontestable imperativo de supervivencia: robar o asesinar para comer, para sobrevivir, para poder seguir siendo.

Tanto dará que el individuo de nuestro ejemplo decida, finalmente, robar o matar, pues en ambos casos lo habría hecho a través del uso de su inteligencia o capacidad para inteligir (elegir), es decir, previamente habría razonando y justificando sus acciones. No podríamos decir, ante el proceder de semejante sujeto, que fuese irracional ni inmoral.

Conclusión: no podemos hablar de individuos irracionales ni inmorales, sino de individuos con mejores o peores razones para elegir una opción, y con mejores o peores razones para justificarla. De hecho, razón (elección) y moral (justificación) están tan estrechamente relacionadas entre sí que podríamos considerar que se dan conjuntamente coincidiendo en el tiempo.

¿Son siempre coincidentes razón y moral?

Yo creo que sí, que el ser humano tiende a argumentar (razonar) al tiempo que justifica su elección para legitimarla como buena. ¿Qué sentido tendría la elección de una opción que no fuese "buena" para uno mismo?
Volvamos atrás en el tiempo para imaginarnos a dos hombres prehistóricos que han descubierto que comiendo determinados frutos alcanzan un placentero estado de embriaguez; una sensación mágica que diluye su "yo" (ser-en sí mismo) en un todo místico y espiritual.
Ellos están seguros de que esos frutos son "buenos" para ellos, ergo su elección se justifica como moralmente buena. Sus razones son libres y están al servicio de sus respectivos placeres (sentidos).
Pero hete aquí que el chamán del clan los descubre, alegres y despreocupados mientras ríen, saltan y disfrutan de su eufórico estado.
El chamán, persona seria y responsable, pronto advierte que aquellos dos díscolos seres son un peligro para la autoconservación del clan. Aquellos inconscientes no solo tenían sus facultades visiblemente afectadas, sino que no mostraban interés por las actividades que debían realizar: cazar, pescar, fabricar rudimentarias lanzas de piedra... ¿Y si el resto de los miembros del clan también descubrían aquellos frutos embriagadores?
Pronto, el racional chamán, vio con claridad que la ingesta imprudente de aquellos frutos ponía en peligro la supervivencia del clan; pronto advirtió que tenía que dominar la situación para conservar y salvaguardar el futuro del clan.
Así, el chamán decidió secuestrar la razón individual de los homínidos que, libremente, decidían embriagarse, para supeditarla a la razón del grupo; para someterla al interés de lo común y lo colectivo. Entonces, dictó que comer aquellos frutos constituía un acto tan irracional como malo.
Pero el chamán, por más que razonó con los dos individuos que gustaban de embriagarse, no conseguía convencerles. ¿Por qué habría de ser más racional y bueno no comer aquellos frutos?
El astuto brujo, entonces, ideó la manera de imponer reglas y normas para "su" parque tribal; proyectó la manera de domar y domesticar los instintos de aquellos dos sujetos que iban de por libre: articular un sistema que fuese al tiempo coactivo y liberador.
La norma impondría una verdad: comer frutos embriagadores era malo. Y dicha verdad se argumentaría (legitimaría) a través de una creencia mágico-religiosa. Quienes violaran la norma serían castigados (coacción social mediante) pero quienes se mostraran fieles cumplidores de la misma serían recompensados a través de un rito ceremonial que, dos o tres veces al año, les permitiría transgredir la norma sagrada comiendo tantos frutos embriagadores como quisieran. Habían nacido el Derecho (deber de cumplimiento) y la festividad colectiva (oportunidad de trasgresión) a partir de la necesidad de domesticar a nuestros primeros antepasados; habían nacido las normas y las reglas sociales como instrumentos de dominio para autoconservar la pervivencia del clan, por encima de las libertades individuales, y convirtiendo todo aquello que fuese peligroso y amenazante para el clan en irracional y malo.

Esta pequeña pero didáctica historia ilustra cómo el ente social, la cosmovisión de un Dasein histórico, se apropia de la verdad en beneficio propio: para asegurar su dominio sobre la naturaleza y, así, garantizar la autoconservación de la razón de ser colectiva. Lo racional y lo aceptado moralmente será todo aquello que beneficie al clan, la tribu, la nación, el imperio; lo racional y bueno será todo aquello que asegure la supervivencia de una determinada razón de ser, de una determinada verdad.
La razón solo pudo erigirse en diosa todopoderosa y en verdad universal, cuando las primeras élites (primeros ilustrados con información y responsabilidad ontológica) decidieron hacer uso de su voluntad de poder para imponerla al grupo.

Epílogo.

Nuestro pedagógico cuentecillo estaría inconcluso si no explicásemos a nuestros pacientes lectores qué fue de aquel clan que, con el transcurrir del tiempo, devendría tribu, nación, e incluso imperio y civilización humana, demasiado humana.
Pues sucedió que, milenios más tarde, el clan creció y devino una numerosa tribu que entró en contacto con otras tribus; las tribus se organizaron en naciones y las naciones crearon imperios. Y los chamanes de cada imperio, ahora sabios ilustrados que servían a reyes y emperadores, cayeron en la cuenta de que lo que era racional y bueno en sus sociedades cerradas podía considerarse irracional y malo en otras sociedades vecinas. ¿Qué era verdad y qué era mentira, se preguntaron atónitos y perplejos?

LAS TRES EDADES DE LA RAZÓN

El poder para decidir qué es bueno y qué es malo, o qué es moralmente aceptable o inaceptable, no emana directamente de quienes lo ostentan (reyes, emperadores o políticos). No, el poder emana del Dasein histórico a través de todos los medios (órganos e instituciones) que el ser colectivo desarrolla (tradiciones, ritos y ceremonias...) para domar y domesticar los apetitos particulares (el ser en sí individual); y todo por tal de salvaguardarse a sí mismo. Se trata de someter, reducir y domar las libertades individuales (ser-en sí) por tal de garantizar la seguridad que nos ofrece el ser colectivo o Dasein histórico.
Pero no puede haber poder si, primero, no hay una verdad en la que creer; una verdad que pueda ser amada y defendida; una verdad por la que morir si fuese necesario.
Y tampoco son los reyes, ni los emperadores ni los gobernantes de turno quienes hallan o construyen las verdades, sino los pastores del ser.
Siempre han sido individuos excepcionales (pastores del ser) los que han sabido ver la verdad, desvelándola y desocultándola de entre las muchas posibilidades ofrecidas por la realidad abierta. De hecho, siempre ha sido un puñado de pastores quienes han decidido cómo y para qué domesticar al ganado humano. El genio, susceptible de ser aceptado o no por los intereses y voluntades de una determinada sociedad (Dasein histórico) en un determinado contexto histórico, ha sido siempre el artista creador de verdades, ya fuere a través de vías de revelación (teológicas) , vías de descubrimiento (pensamiento místico-reflexivo y metafísico) o vías constructoras (a través de la lógica y la ciencia); todas vías racionales, en tanto que todas son producto de la razón humana.

Las edades de la razón ilustrada (en manos de grupos selectos) ha ido evolucionando a lo largo de la historia, en un proceso dialéctico a través del cual lo racional de una época determinada era superado tras ser desenmascarado o desvelado como irracional.
Las tres fases o edades de la razón serían las siguientes:

1º Razón señorial- prepotente
                                                                                                     
2º Razón instrumental- pragmática
                                                                                                     
3º Razón cínica- hipócrita

La superación de la razón señorial prepotente, por parte del Dasein histórico, solo fue posible a partir de un previo desenmascaramiento, es decir, solo pudo superarse cuando la misma razón ilustrada de "otra" época fue consciente del carácter obsoleto y anacrónico de la Razón predecesora. Y desde el momento en que la nueva Razón desenmascara y deja en evidencia lo "absurdo" de la antigua Razón, esta última pasa a ser irracional. Así, para los primeros hombres prehistóricos era completamente racional rendir culto a las fuerzas de la naturaleza. Dicha necesidad de celebrar ritos y ceremonias se legitimaba a través de la razón, como no podía ser de otra manera. Pero solo cuando el Dasein histórico de pueblos más avanzados descubrió, ideó o construyó (tanto da) la idea de Dios, la antigua razón mágico-mística pasó a considerarse irracional.
De la misma manera, la Razón del Dasein histórico de la Edad Moderna desenmascaró la Razón religiosa (creencia en Dios) como errónea, indemostrable y, en definitiva, anacrónica: se imponía la Razón científica y, por tanto, el creer en seres divinos pasaba a considerarse irracional.

Continuará...




viernes, 7 de octubre de 2016

La serie de tv "Vikings" y el Dasein histórico.

La serie "Vikings" es, en mi opinión, una de las mejores ficciones históricas que se han hecho en formato para televisión. No puedo evitar relamerme recordando la primera temporada de tan gloriosa serie. Y este, precisamente, es el signo inequívoco que me señala que las siguientes temporadas (segunda y tercera) ya no han estado a la altura del formato primigenio.

Si para seguir viendo una serie hay que retrotraerse a su pasado más glorioso, ello es síntoma claro de la decadencia de su ser presente.
El problema de "Vikings", de la serie, es que por fuer ha de languidecer y ser inferior a su primera temporada; y así debe ser, porque la historia de "Vikings" es, en definitiva, la historia del Dasein histórico; es la historia del género humano en la que se refleja perfectamente el devenir de la dialéctica de la conciencia, siempre en pugna por determinar quiénes han de erigirse en señores de la humanidad, en regidores del destino del Dasein.

Análisis existencialista de "Vikings":

Primera temporada: la primera temporada nos transporta a la Europa del norte, a esa Edad Media tan desconocida por nosotros, y ajena a las influencias del cristianismo, donde el Dasein de los vikingos todavía se mostraba preocupado por el cuidado del Ser. La vida era auténtica, tan auténtica como sus dioses, y sus vidas tenían un sentido y una razón de ser que nadie cuestionaba; nadie cuestionaba la verdad de los dioses, como nadie cuestionaba la verdad de la vida misma.
El Dasein vikingo vivía en la certeza y en la seguridad de unos valores sublimes y supremos: creían en sus dioses guerreros y en la vida con honor, con sentido. Heráclito hubiese podido, perfectamente, pasar por vikingo, pues tanto para él como para los bárbaros del norte, "la guerra era la madre de todas las cosas" y "uno solo podía ser como cientos, si era el mejor".
La primera temporada nos relata la vida de un hombre (Ragnar) que es el perfecto símbolo del Dasein vikingo: un hombre luchador que se supera a sí mismo, ambicioso y con voluntad de poder; un hombre con honor y temeroso de sus dioses; un hombre, pese a su fiereza, de una gran humildad ontológica.
La temporada termina cuando dichos pueblo beligerantes, ansiosos de fama y riqueza, llegan a las costas de Inglaterra, donde entran en contacto con el cristianismo y con otro hombre que será la conciencia antagónica (antítesis) de la de Ragnar.
El Dasein vikingo, a través de Ragnar, conoce al Dasein cristiano, simbolizado magistralmente en la figura del monje Athelstan. La lucha dialéctica entre conciencias está servida.

Segunda temporada: la segunda temporada se centra, prácticamente, en la toma de París. Pero, paralelamente, durante toda la segunda temporada, cobra fuerza el protagonismo de Athelstan. Primer signo de decadencia de la serie.Ragnar comienza a dudar de su verdad en la medida que comienza a admirar la fe ciega que tiene Athelstan en la suya propia. Y así, a través de la duda y la perdida de certeza, Ragnar se va convirtiendo, poco a poco, al cristianismo.
Sin embargo, el paso o evolución del Dasein vikingo al Dasein cristiano no solo no es inmediato, sino que provoca la división entre los propios vikingos. Segundo signo de decadencia.
Ragnar simbolizará al Dasein vikingo asimilador, su hermano Rollo al Dasein transformador y Floki permanecerá como el celoso guardián conservador de la tradicional vida auténtica del Dasein vikingo.
A través de los tres personajes principales y sus posicionamientos vitales, la serie refleja las consecuencias de la perdida de certeza y seguridad en un sentido de vida cuando, por designio del devenir histórico, este entra en contacto con otro sentido o razón de Ser diferente (una nueva conciencia verdadera).
Las opciones que se dan en la lucha dialéctica de la conciencia son claras: asimilar, transformar o conservar. En cualquier caso, se pierde la unidad del primigenio Dasein vikingo; este ya no es puro ni tiene certeza señorial de su verdad; se torna dubitativo, y la duda le hace débil.

Tercera temporada: todavía no ha concluido, pero, hasta donde ha llegado (capítulo 5) podemos ver cómo evolucionan los tres posicionamientos surgidos durante la segunda temporada.
Atención, porque aunque la serie ya no es tan buena como en la primera temporada, pues la épica grandilocuente ha dado paso, definitivamente, a las intrigas palaciegas y al cinismo más inherente al hipócrita humanismo, la historia de Occidente, del Dasein histórico occidental, queda perfectamente narrada y explicada:

Rollo, el transformador, simboliza al traidor, al Dasein que reniega de su vida auténtica primigenia y abraza la nueva y alternativa fe cristiana.
Hay una magnifica escena en la que la esposa cristiana de Rollo, hija del emperador francés, le insta a eliminar arteramente a sus oponentes. Y Rollo, todavía ebrio de esencia vikinga, le responde:

- No hay ningún honor en matar a un hombre a traición.
- Eso diría un vikingo -le responde su cínica esposa- pero tú no eres ya un vikingo.


Floki, el conservador reaccionario, hará todo lo posible, como celoso guardián de la auténtica conciencia de su pueblo, para seguir manteniendo viva la esencia del Dasein vikingo. De hecho, tras asesinar al bueno de Athelstan, se convertirá en el favorito de la mujer de Ragnar, la cual le encomendará que eduque a su hijo en los valores vikingos.
Por primera vez en la serie se hace una referencia directa a los valores. Y es que la esposa de Ragnar ve con temor lo que está sucediendo, pues observa en Raganar el principio de decadencia que, a la postre, también comienza a amenazar la existencia del Dasein vikingo.

Ragnar, el asimilador, es la figura clave en la lucha dialéctica que tiene lugar en el lichtung. Ha descubierto una nueva verdad y se siente atraído por dicha verdad, aunque todavía se siente vikingo. ¿Pero qué clase de vikingo?
Ragnar se ha convertido, en esta segunda temporada, en un vikingo en decadencia sumido en un imparable proceso de autodestrucción. El destino de Ragnar es el que le espera al Dasein vikingo. Así, Ragnar comienza a desentenderse de sus funciones de líder y reniega del deber de ejercer como pastor del Ser. De hecho, comienza a evadirse de las exigencias del Ser sumergiéndose en el mundo de las drogas de la mano de su amante china.
Ragnar comienza a hacer memoria de su pasado y a recordar viejas glorias, porque sabe que su proyecto vital como hombre llega a su fin. También el Dasein histórico vikingo se acerca a su final.

Confesará Ragnar a su amante:

- Me siento viejo, con la edad he perdido el deseo y la fuerza.

Ragnar hace, en el capítulo 5, una terrible confesión: ha perdido la voluntad de Ser, se ha rendido ante la vida. Y ahora, a los atentos seguidores de la serie, solo nos cabe esperar: ¿Qué hará Ragnar? ¿Reaccionará y aceptará su responsabilidad como pastor del Ser? ¿O se abandonará en el relajo inconsciente de quienes claudican ante las adversidades?

Sí, no hace falta ser demasiado sagaz para ver que Ragnar no solo simboliza al Dasein histórico vikingo, sino que, además, es un fiel reflejo, muy actual, del hombre occidental; es el fiel reflejo de la autoinmolación a la que se dirige, imparable, el Dasein histórico humanista.

ANOTACIONES


Antagonismo entre diferentes Dasein históricos.

El Dasein histórico se desarrolla en el tiempo. ¿Pero cómo se desarrolla el Dasein histórico a través del tiempo? ¿El género humano, la humanidad, sigue un curso lineal histórico o un curso circular? ¿O ambos?
¿Pueden convivir diferentes Dasein históricos, coincidiendo en el tiempo, o la misma dialéctica de la historia camina hacia el UNO; hacia  la realización de un único Dasein histórico universal?

Yo creo que no ha lugar a la conciliación entre diferentes Dasein históricos, porque la vida, como el Ser, no entiende de negociaciones ni de apaños inauténticos.
Nosotros podemos empeñarnos, efectivamente, en autoengañarnos y en tener fe en que el Dasein histórico sabrá conciliar y hermanar sus diferentes conciencias verdaderas, asimilándolas y sintetizándolas tras un período evolutivo de adaptación indeterminado, hasta llegar a un fin último: desocultar la esencia del UNO absoluto. Pero dicho fin, la salida a la luz de la esencia del Ser, no se logrará sin la correspondiente lucha dialéctica de la conciencia en el claro. Parafraseando la película de "Los inmortales": "solo puede quedar una conciencia".

Podremos hacer trampas como Christopher Lambert y sus amiguetes inmortales, dilatando y rehuyendo el duelo final entre conciencias, pero mientras exista una sola conciencia Kurgan, no habrá paz ni conciliación. Lo único que hace el Dasein histórico occidental es ganar tiempo y mantener la esperanza de que, en algún momento futuro, las diferentes conciencias llegarán a un cordial entendimiento.

El Dasein individual es un ser-para-la muerte, sí, pero no así el Dasein histórico. El Dasein histórico es UNO y absoluto, ergo no puede morir. Mientras quede un solo hombre vivo en el planeta Tierra, seguirá existiendo el Dasein histórico. Pero incluso aunque la humanidad entera se exterminase a sí misma (que en ello está), el Dasein histórico seguiría siendo, pues no quedaría nadie para certificar su defunción.

La esencia del Dasein histórico, su ser-en-sí, reclama insistente su apertura en el claro; lo único que hacen quienes se niegan a escucharle, cuales Ulises taponando sus oídos con ceras, es, insisto en ello, autoengañarse y ganar tiempo para evitar lo inevitable: la confrontación final entre conciencias.
el Dasein histórico posiblemente sea finito, pero eso nosotros nunca lo sabremos. Quiero decir que todos y cada uno de nosotros moriremos, pero el curso de la historia continuará, y dicho devenir del Ser será eterno en tanto quede un solo hombre en la Tierra. Mientras exista un solo hombre en el mundo existirá un cuidador del Ser y, por lo tanto, una interpretación del mundo. Obviamente, si algún día la humanidad desapareciese de la faz de la Tierra, el Dasein histórico también desaparecería con ella.

Sobre el fin último de la historia, a todos nos gustaría una conciliación entre las diferentes conciencias, es decir, también yo desearía que el Dasein histórico perdurase en paz y armonía sin buscar dogmáticas consumaciones o fines últimos suprematistas. Pero la realidad es la que es, y ni el Islam ni los nuevos neocomunismos abandonarán sus aspiraciones, por otra parte totalmente legítimas, de interpretar, primero, e imponer, después, una concreta cosmovisión o imagen del mundo.
El problema no lo tienen quienes se obligan a defender e imponer su conciencia verdadera, sino quienes se lo permiten, irresponsable e inconscientemente, porque ya no creen en ninguna otra conciencia alternativa, porque se olvidaron del cuidado del Ser.

Yo creo que el devenir de la historia es dual, es decir, lineal y circular a un tiempo. Sería como el movimiento de los planetas que, al tiempo que giran sobre sí mismos en un eterno retorno circular, además avanzan a la deriva junto al Universo, no sabemos ni hacia adónde ni por cuánto tiempo.
Así, la humanidad o Dasein histórico también avanzaría linealmente hacia una deriva o futuro incierto, pero, al tiempo, los ciclos históricos se repiten sucesivamente, permitiendo que se alternen las diferntes formas o modos de la conciencia hegeliana:
cuidado del Ser (metafísica).....duda (escepticismo)......dogmatismo (construcción de particularismos absolutos)..... nuevo retorno al cuidado del Ser o retorno a etapas más espirituales.
¿Son más auténticos determinados Dasein históricos?
Yo no creo que algunos Dasein históricos sean más auténticos que otros. Eso sería tan osado como aseverar que unos son mejores que otros en base a valoraciones morales.
Lo que intenté explicar es que el Dasein histórico vikingo creía en una vida auténtica; creía en la certeza de sus dioses y en la verdad de su razón de ser en el mundo. La cosmovisión del Dasein vikingo era la interpretación del mundo de una determinada clase de hombres.
El Dasein histórico cristiano es otra cosmovisión, la interpretación de otra clase de hombres.
Yo no me atrevería a decir que una cosmovisión o interpretación del mundo es mejor que otra, eso se lo dejo a los dogmáticos del Islam y a nuestros marxistas-leninistas empeñados en hacer justicia (su justicia), mal que sea a fuer de cercenar libertades individuales.

Lo que digo es que cada uno de nosotros tiene el ineludible deber de conocerse a sí mismo; es decir, cada Dasein individual está obligado a un ejercicio introspectivo, o de reflexiva meditación en términos heideggerianos, para reconocerse en una determinada clase de hombre. Y lo que sostengo es que no me valen (a mí) los autoengaños cínicos de quienes, tras ser obsequiados con el don y ser testigos de la apertura del Ser en el claro, reniegan de dicho don en aras de ser políticamente correctos.


¿De dónde saca el hombre las fuerzas para defender una determinada concepción del mundo desde el relativismo moral imperante?


El Dasein individual, para defender una imagen del mundo, saca las fuerzas (motivación y voluntad) de sí mismo, es decir, las obtiene conociéndose a sí mismo.
¿Y cómo se conoce el Dasein a sí mismo? Pues reconociéndose cómo es y qué quiere a través de la apertura del Ser (introspección en el claro). Para ello, el Dasein deberá meditar y reflexionar, deberá estar atento y tener cuidado con el Ser que, recordemos, ya está en él.
¿Qué quiere decir que la esencia del Ser o lo absoluto ya es en el Dasein?
Quiere decir, ni más ni menos, que cada Dasein individual ya está predeterminado por unos apriorísticos condicionantes psiconeurológicos para pensarse a-sí-mismo y en-lo-otro de una determinada manera.Lo único que tiene que hacer el Dasein es reflexionar sobre sí mismo, que será tanto como reflexionar sobre el Ser, pues, como ya hemos señalado, el sentido del Ser ya está-en-el-Dasein.
Pero esta apertura del Ser en el Dasein, a través de la cual Heidegger decía que podía hallarse místicamente la esencia del Ser, era la misma que, siglos antes, le permitió a San Agustín hallar su vía para conocer a Dios, a través del obligado recogimiento del Dasein en sí mismo.

Cada vez tengo más claro que la metafísica de Heidegger es una reinterpretación de la teología-psicoanalítica de San Agustín.

Una vez que el Dasein se conoce a sí mismo, y se acepta, debe mejorarse. Así, mejorar es la finalidad de la vía que propone la máxima de San Agustín, análoga a la humildad ontológica de Heidegger:

¿Y qué significa que el Dasein se mejore a sí mismo? Pues significa, retomando a Nietzsche, que debe instarse a perdurar en el tiempo (conservarse) y crecer (aumentar).

Cada Dasein individual, por tanto, saca sus fuerzas (voluntad y motivación) del previo análisis reflexivo que le permite conocerse a sí mismo y, al tiempo, le religa y le permite reconocerse en lo absoluto del Ser.

Es que, para que me entiendas, el Ser absoluto es el reflejo o espejo de lo que es cada Dasein individual. Toda obra de arte, como el mundo mismo, facilita la apertura del Ser (del sentido de la existencia) en el Dasein; pero una misma obra de arte, como el mismo mundo, sugerirán y evocarán diferentes interpretaciones en los diferentes Dasein individuales.
¿Por qué?
Pues porque el Dasein (ser-ahí) ya está en lo absoluto, se encuentra en el mundo que se abre ante él para que pueda interpretarlo. Pero, al interpretar el mundo, los diferentes Dasein individuales no pueden evitar crear una imagen o cosmovisión del mismo; una imagen que estará acorde con sus gustos, motivaciones y sentimientos.
Y el Dasein, que no es tonto, cuando se comprende a sí mismo y es consciente de sus necesidades también descubre lo que quiere, lo que le vale: descubre el valor de la vida, que no es otro que el de perdurar en el tiempo (conservarse) y mejorarse (aumentar o crecer); descubre que su sagrada misión en el mundo es llegar a ser él mismo, y será consciente de que, para ello, deberá modelar el mundo a su imagen y semejanza.

Una vez que el Dasein individual se descubre a sí mismo, es decir, después de meditar atento en la apertura del Ser, hallará, al mismo tiempo, los valores que son mejores para él. A partir de ahí, concluirá interesadamente (subjetivamente y desde su visión particularista), que lo que es bueno para él por fuer ha de ser verdad.

El Dasein individual, pues, construye su verdad. Pero como el Dasein individual también es un Dasein colectivo o histórico (inevitablemente social) se ve obligado a justificar moralmente su verdad, es decir, tiene que proclamar que su verdad es la más buena y justa.

Solo a un Dasein individual aristoi (el mejor) le está permitido descubrir el sentido del Ser, que será, en definitiva, un reflejo del sentido que él quiera otorgarse a sí mismo y a su ex-sistere.
Al ser el mejor de entre los Dasein individuales se convertirá en creador y pastor del Ser. Así, desde su liderazgo, propondrá una conciencia verdadera o cosmovisión del mundo para el Dasein colectivo; y lo mismo dará que lo haga a través de la palabra revelada por un Dios o sacándose de la manga algún método que dé en bautizar como materialismo dialéctico o científico.

El resultado final será que un Dasein individual privilegiado (el mejor) habrá creado una moral, es decir, la justificación de una determinada verdad, su verdad.


Cuando se comprende esta dialéctica de la conciencia hegeliana, desde la perspectiva heideggeriana, se descubre que Marx fue tan timador como Jesucristo o Mahoma.
¿Qué moral defendemos, entonces? La nuestra, por supuesto.
¿Y en qué consiste defender nuestra moral? Pues en defender nuestra verdad: aquellos valores que coinciden con nuestra apriorística forma de ser.

Expondré mi ejemplo personal:

Cuando yo llego a comprenderme, y descubro que soy antigregario, individualista y celoso de mi exclusiva y particular libertad (mi verdad) entiendo, como mínimo, que mi Dasein individual no puede comulgar o religarse con un Dasein histórico suprematista, ya sea este islámico o comunista.
Si, además de conocer íntimamente a mi yo (mi ser-en-sí) también soy consciente de la realidad de mis circunstancias (ser-ahí), entonces concluyo que poco, o nada, puedo defender en un país cuya esencia es, precisamente, comunista; una esencia totalmente contraria a la mía propia.
¿Y cómo defiendo, entonces, mi moral, mi verdad y mis valores?
Primero, instándome a sobrevivir (conservarme); y, segundo, obligándome a ser mejor para crecer y garantizar el futuro de los míos. Los míos, mi familia, se convierten así en un pequeño Dasein colectivo o histórico; yo sé que mi ser-es-para la muerte, pero mis hijos y los hijos de mis hijos me sobrevivirán.

He ahí una razón para evitar el suicidio: los hijos.

El problema es qué se entiende por Ser y si es cierto que en todo Dasein mora el Ser

Podríamos pensar, erróneamente en mi opinión, que lo que ha entrado en crisis es precisamente la consideración de que exista el Ser, y por tanto, de que éste habite en el Dasein. Pero yo no creo que la crisis consista en que se cuestione la existencia del Ser, sino en que, a partir de la modernidad, el Ser se interpreta desde otras perspectivas o maneras diferentes a la tradicional.
Tú y yo estamos de acuerdo (eso creo) en referirnos al Ser como una Realidad-Fundamento para diferenciarlo de Dios, ente supremo. Pero aunque la generalidad de los hombres-sujeto (hombres-masa en la acepción orteguiana) digan que Dios no existe, es decir, que no existe un Ser Realidad-Fundamento, en realidad no se están refiriendo a lo mismo que nosotros; no se refieren a la esencia u origen, a ese "algo" que hace que el Dasein sea más que la nada, sino que están pensando en un ente prepotente de jerarquía superior que determina sus vidas imponiendo unos concretos valores éticos-morales.

Lo que está sucediendo no es una pérdida en la creencia de la Realidad-Fundamento (Dios en su acepción más tradicional, o ese "algo más que nada" que es esencia del hombre) sino que se ha realizado una sustitución de la misma, es decir, la sustitución de Dios (y sus valores) por otros dioses y sus respectivos nuevos valores.
Como bien señalara Heidegger, el Dasein es creyente sí o sí, pues en su propia esencia se halla el sentido del Ser, y, por ello, el Dasein se ve abocado, quiera o no quiera, a la necesidad de preguntarse por su ex-sistere (la vida y la muerte).
No, yo no creo que el Dasein considere que no existe la verdad.
Hablemos en otros términos para entendernos mejor, y para ello hagamos algo que disgusta mucho a nuestros amiguetes del igualitarismo, pero que resultará muy pedagógico para que podamos comprender el grave tema que tratamos.

 Propongo que, a partir de ahora, en vez de referirnos al Dasein, diferenciemos entre hombres-sujeto (masa) y pastores del Ser (aristos). Convengamos, si no hay demasiados inconvenientes y/o escrúpulos morales, en advertir que existen dos clases de hombres:

1) Hombres-masa despreocupados por el Ser.

2) Aristos o pastores del Ser, que se obligan a preguntarse y mostrar cuidado por el Ser.

Si hacemos esta distinción vemos con claridad que no es que el Dasein se haya olvidado del Ser, ni mucho menos que ya no crea en la verdad, por mucho que pretenda autoengañarse proclamando la triunfante soberanía del relativismo. Lo que sucedió, a partir de la Modernidad, es que la Razón pretendió liberar al hombre de manera equivocada, es decir, desenmascarando las mentiras que subyacían en las tradicionales creencias ideológico-religiosas tradicionales. La Razón desnudó al hombre de esencia en la medida que iba perdiendo su carácter aristoi, como pastora del Ser, y se tornaba igualitarista y mundana (olvidándose del Ser).

La Razón, renegando de la metafísica, limitó su conocimiento al mundo físico y material, y se despreocupó del espíritu del Dasein, de su ser-en-el mundo.
Sin pastores, o peor aún, a través del concurso de pastores ebrios de errada racionalidad, el hombre se convirtió en sujeto; se transformó en hombre-masa.

Pero el hombre-masa, aunque despreocupado por el Ser, sigue siendo Dasein, es decir, su esencia sigue estando determinada por su ser-ahí en el mundo. Y en tanto que ser-ahí, sigue angustiado y necesitado de fundamentos que den sentido a su existencia.
Así, el hombre-masa, que proclama orgulloso que todo es relativo y que no existe la verdad, en realidad lo que está proclamando es que existen muchas verdades y que lo que no existe es la verdad de sus padres.
¡Claro que el hombre-masa cree en la verdad! ¡En su particular y subjetiva verdad! Cree en la única verdad que la diosa Razón le enseñó a creer. ¿Y qué le enseñó la diosa Razón? Pues que la verdad de sus padres, la que entendía la Realidad-fundamento como ente supremo que determinaba sus vidas (Dios) no existía, y no podía existir, no porque pudiese demostrarse la no-existencia de Dios, sino porque los valores sublimes y supremos en los que se sustentaba dicha Realidad-Fundamento eran injustos y los mantenían esclavos al servicio de los mismos.

Lo que hizo el hombre-masa, sin la Realidad-fundamento de sus padres, fue creer en otras verdades y en otras realidades-fundamento. ¡Claro que siguió creyendo en la verdad! ¡En otras verdades, en sus verdades!
Desde su soberbia crecida, a la que le insta su perverso igualitarismo, el hombre-masa se cree un diosecillo intocable; ya no cree en reyes, ni en dioses ni en tribunos, pero, a cambio, se convierte en ferviente y dogmático creyente de otros dioses y realidades-fundamento: socialismo utópico, misticismos orientales, teorías de la liberación para todos los gustos y de todos los colores...

Por tanto, niego la afirmación: No es que el Dasein considere que su verdad es la más buena y justa sino que no existe tal verdad, y sostengo que, en realidad, está sucediendo todo lo contrario; ahora, más que nunca, el Dasein cree en nuevas verdades más buenas y justas que las de sus padres. ¿Le preguntamos a un comunista cualquiera?

Concluyo:

El problema, por tanto, no es que el actual Dasein histórico de Occidente no crea, sino que dicho Dasein colectivo está conformado, mayoritariamente, por hombres-masa que sí que creen en la verdad, pero no en la verdad de sus padres; no creen ya en la verdad de una Realidad-Fundamento tradicional.
¿Y qué supone dejar de creer en una Realidad-Fundamento tradicional suprasensible?
No supone dejar de creer en el Ser; ni quiere decir que no crean en la verdad (¡habrá creyente más dogmático que un rojo!).
Decir que nuestras actuales sociedades ya no creen en la verdad tradicional de nuestros padres tan solo significa, y es muy grave, que ya no creen en valores sublimes y supremos de sacrificio, trabajo y superación, obligación y deber. Lo que quiere decir es que ahora creen en otras verdades y en otros valores.
El Ser como Realidad-Fundamento podía interpretarse como un ente supremo (Dios) o como ese Ser (esencia trascendente) que nos constituye como "algo más" que Nada.
Lo que intento explicar, precisamente, es que yo creo que ambas acepciones del Ser son trascendentes. Desde el momento en que el Dasein se siente o se intuye "algo más que nada", ya está considerando en su ser-en sí, y sea o no consciente de ello, la presencia de una esencia (sentido) que le trasciende.

Por eso defiendo que el cambio radical no está en el hecho de haber trocado una realidad trascendente por otra inmanente. Lo que sostengo es que la transvaloración de unos valores (sublimes y supremos) por otros más mundanos, también se ha realizado a través de una meditada reflexión metafísica, y no exclusivamente desde un relativismo nihilista.

 Lo que intento decir es que, aunque el Dasein inauténtico (hombre masa o sujeto) proclame que la Verdad (en mayúsculas) no existe, en realidad sus hechos le delatan, y a nosotros nos permiten desenmascarar sus autoengaños.

¿Por qué alguien que se proclama ateo se convierte, sin embargo, en un fiel seguidor de creencias budistas, por ejemplo?

Pues porque aunque la Razón le grite fuerte en el oído que no existe una Verdad absoluta y universal, al mismo tiempo la esencia del Ser, que está en él, intuida o pre-sentida como prefiramos, le susurra que sí, que necesita y anhela ser "algo más que nada".

La Razón grita alto y fuerte, pero el Ser solo nos susurra, y ese es el motivo por el que debemos permanecer atentos y expectantes, porque es mucho más difícil escuchar e interpretar el débil susurro del Ser que el grito atronador, orgulloso y prepotente, de la Razón.
Así, nuestro budista también creerá en una realidad trascendente; también se reconocerá como un ser que es "algo más que nada", aunque su alternativa humildad ontológica no crea en un Ser Realidad-Fundamento tradicional.

Otro ejemplo:

El dogmático comunista dirá y gritará que no cree en Dios, pero, al tiempo, no podrá evitar intuirse como "algo más que un animal"; pre-siente que en-él hay un plus de esencia que le diferencia de otros seres vivos. Y este plus, que le trasciende, le insta a creer en otro dios: el suprematista Estado socialista.







miércoles, 21 de septiembre de 2016

¿Tu verdad o la mía?

Introducción.

Hace ya algunos años, me chocó la chulería y la seguridad de un chico que durante una discusión, y a falta de mejores argumentos para rebatir a su interlocutor, espetó desafiante:

"Pa chulo,chulo, mi pirulo"

He ahí, me dije, la gran VERDAD desvelada de nuestro tiempo que se erige, cual falo erecto, como el orgulloso argumento dominante que impera en la dialéctica sofista occidental.
El chico en cuestión, prototipo de individuo-masa, carecía de estudios y formación, pero poseía una suerte de inteligencia intuitiva, o vital si se prefiere, que le había llevado a descubrir la última trampa de la moral: "el conocimiento por el conocimiento" (Nietzsche).
¿Para qué necesitaba saber y conocer si él ya creía en sí mismo, en "su verdad"?
Aquel chico no era ningún filósofo, pero había comprendido, como Foucault, que muerto Dios, y con él la creencia en valores sublimes y/o suprasensibles, la verdad ya solo podía ser la que cada Dasein histórico determinara en una época concreta.

Dasein histórico y verdad.

Decía Heidegger que cada Dasein histórico (sociedad de una época determinada) descubría la verdad de su tiempo, es decir, interpretaba el mundo y la realidad hasta crear una cosmovisión propia; hasta dotar de sentido y significado el programa de vida y la razón de ser de un pueblo histórico concreto.
Foucault, como nuestro intuitivo filósofo del pirulo, llegó a la conclusión, acertada en mi parecer, de que la verdad descubierta por el Dasein histórico de la postmodernidad era aquella que se imponía desde el ejercicio del poder. Pero el poder no defiende la verdad más buena y justa (con validez universal) sino aquella que mejor sirve a los intereses particulares de un grupo o "parte de" la humanidad que se erige señorialmente en Dasein histórico.
Así, podríamos decir que durante la existencia de la URSS la verdad que impuso el Dasein histórico del pueblo soviético fue la marxista.
Marx, con la ayuda inestimable de Engels, y a través de los argumentos del materialismo dialéctico, justificó, en definitiva, la verdad del pirulo, es decir, antepuso a la prepotencia señorial burguesa su propia prepotencia señorial proletaria. Trocó un pirulo por otro. Nada más.

La verdad del pirulo.

Permítaseme la grosería, pero al final, el poder solo puede desempeñarse desde el ejercicio de una prepotencia señorial celosa de "su verdad", es decir, celosa de su gran falo.
No puede ser de otra manera, pues una vez relativizada la verdad, ya no importa, como quieren hacernos creer, que la verdad desvelada por un Dasein histórico sea la mejor, la más buena o la más justa. Solo importa que sea "la verdad" que el Poder de todo un entramado social ha deseado legitimar.
¿Qué significa legitimar? Pues argumentar, es decir, justificar a través de la razón  la certeza y/o validez de una verdad desvelada irracionalmente.
¿Mi falo es más pequeño o peor que el tuyo? ¡Y a mí qué me importa, antes mi falo que el tuyo!, o mejor dicho: "pa chulo, chulo, mi pirulo". ¡Qué irracional y chabacana resulta esta verdad, así, groseramente desnuda!, se dice a sí misma la puritana Razón. ¡Hay que vestirla como Dios manda!

Sí, la cruda verdad del pirulo debe ser enmascarada; legitimada con argumentos y razones por tal de que no resulte ofensiva a los oídos de los guardianes de las buenas formas.
Se trata, en definitiva, de ejercer la prepotencia sin parecer prepotente, ni ordinario, por supuesto.

Prepotencias enmascaradas.

Toda prepotencia celosa de "su verdad" (conciencia auténtica) despreciará a las "otras verdades" o conciencias contrarias, con una pasión tal que será proporcional al tamaño de su propio dogmatismo. Así, cuanto más dogmática sea una "verdad", mayor empeño mostrará en despreciar y cosificar las conciencias de "los otros".
Sin duda, la verdad marxista constituye una de las conciencias más prepotentes y despreciativas, y cínicas.
Y es que la razón, desde el momento en que se muestra como una mojigata hipócrita ante la desnudez de la verdad irracional, por fuer muta y se transforma en cínica.
¿Y en qué consiste el cinismo de la razón prepotente y señorial marxista?
Pues en saber que "su verdad" tan solo es una interpretación o lectura del mundo a partir del sentir y ser de una clase de personas erigida en Dasein histórico y, a pesar de ello, no dudar en defender dicha verdad particular como verdad universal válida para todo el conjunto de la humanidad.

El cinismo le pone ropajes racionales al orgulloso y prepotente pirulo desnudo. No, nos dicen, nosotros no decimos que nuestro pirulo sea el mejor por ser el nuestro, aunque sea fláccido y diminuto cual bellota, sino porque hemos demostrado, materialismo dialéctico e histórico mediante, que es el más bueno y justo para todos.

La castración del pirulo

Hace unos días me volví a acordar del chico del pirulo, a colación de unas declaraciones de una "miembra" podemita, una de las muchas mentes alcornoqueñas que han "tomado al asalto" las instituciones políticas de nuestro país. Vino a decir la aspirante a sofista, pues ni a eso llega siquiera, que lo que se "escenificaba en el congreso de los diputados era la lucha de los penes", es decir, la lucha entre pirulos por tal de dirimir quién lo tenía más grande.
Joder, pensé, y no le falta razón. Efectivamente, siempre, como he señalado, de lo que se trata es de hacer prevalecer "nuestro pirulo" (verdad) sobre las verdades o pirulos de "los otros": ¿tu verdad o la mía?

Pero claro, la podemita en cuestión, ferviente feminista, no señalaba tal obviedad por tal de retornar a un discurso racional que dejara las verdades particularistas a un lado. Lo que pretendía, la muy ladina, con la misma prepotencia cínica de aquellos a los que criticaba, era imponer su propia verdad:

"Pa chulo, chulo , mi chumino"

¡Acabáramos!

martes, 6 de septiembre de 2016

La Europa de los populismos.

Introducción

Europa ha soportado (está soportando todavía) dos importantes crisis, económica y humanitaria, que han mermado considerablemente su "credibilidad" como posibilidad de ser. No, no se me asusten, lo diré en román paladino: Europa se nos muere de tan buena y justa que pretende conducirse. No parece que el viejo continente pueda aspirar a convertirse en "promesa de futuro". Bueno, no al menos la Europa humanista, demócrata y garante de derechos y libertades en la que creemos o "queremos creer". ¿Qué otra Europa ocupará su lugar? ¿Qué populismos se adueñarán de Europa?
Cuando la gran política rehúye del deber de ser operativa y eficaz, aportando soluciones y resolviendo problemas, la demagogia populista no tarda en ocupar su lugar. Pero si hay algo que realmente alimenta a los irracionales populismos es el insulto: "cuanto más insulta un Estado a sus ciudadanos, más radicales y dogmáticos se tornan estos", tal es mi tesis.

El primer insulto

Ante la primera crisis económica Europa decidió "recuperarse" expoliando a sus sufridos ciudadanos para rescatar a la gran Banca. Este primer insulto despertó las iras de las masas en general, pero, sobre todo, despertó el populismo del comunismo en sus formas más radicales y dogmáticas (marxismo-leninismo). En los países más pobres y con menos tradición liberal (Grecia, Italia, España...) pronto proliferaron o parecieron "resucitar" los seguidores de trasnochadas ideologías; puños en alto y cacofónicas internacionales volvieron a mancillar nuestros ojos y nuestros oídos. Nada nuevo bajo el Sol. Cuando la realidad circundante causa excesivo dolor siempre salen prestos, cuales caracoles después de la lluvia, los demagogos más oportunistas para ofrecernos sus milagrosas recetas, más propias de tahúres charlatanes que de responsables hombres de Estado.
He aquí el creciente populismo de izquierdas en su versión más bolchevique (marxista-leninista).

El segundo insulto

La segunda crisis, que denominaremos "humanitaria", comenzó a gestarse a raíz de las crecientes oleadas de inmigrantes provenientes de Oriente Medio. Europa se llenó, de la noche a la mañana, de cientos de miles de personas que huían de sus lugares de origen para encontrar una vida mejor en la humanista, demócrata y liberal Europa; en la buena y justa Europa  (siento repetir tan insistentemente estos calificativos).
Pero la gran masa humana que llegó a nuestras fronteras no solo era "extranjera" (de fuera) sino que además defendía unos valores y unas creencias antagónicos a los de la civilización occidental. ¿Valores antagónicos? Sí, antagónicos y enfrentados a los valores de la vieja Europa, por más que la corrección política de nuestros dirigentes pretenda negarlo y ocultarlo ante la opinión pública.
Esta ocultación de la verdad,  segundo insulto a la inteligencia de los sufridos ciudadanos europeos, "resucitó" a los seguidores de "otras" obsoletas pero no menos dogmáticas ideologías que también pretenden ofrecernos sus salvadoras curas. La patria, la raza, la religión, y todos aquellos valores tradicionales inherentes a la identidad y la razón de ser de Occidente, se magnificaron y se exaltaron.
He aquí el creciente populismo de "derechas" en su versión más fascista.

El problema de los populismos.

El problema de los populismos consiste, y permítaseme la redundancia, en que desde el momento en que ellos mismos se postulan como cura o solución de un conflicto ya se están convirtiendo, de facto, en otro problema. ¿Por qué?
Pues porque todo populismo tiende al dogmatismo y a la defensa de los valores de una "parte de", es decir, de una sola clase de personas. Todo populismo, en tanto que supremacista, defiende su "verdad" y justifica y legitima su única conciencia verdadera para imponerla a las demás.
Los populismos, tanto comunistas como fascistas, son, por tanto, sometedores. Atención a este "palabro" que remarco en negrita.
En realidad es muy fácil de entender lo que subyace en todos los populismos: el desprecio hacia quienes consideran que les han insultado (despreciado). No hay despreciador que no desprecie a quien desprecia. Y quien se erige en despreciador no tarda en mostrarse orgullosamente prepotente y seguro de su verdad; y cuando una prepotencia henchida de desprecio (alimentado desde el resentimiento y el rencor hacia sus despreciadores) alcanza el poder, no duda en someter (de nuevo en negrita); no duda en subyugar a través de la sumisión, voluntaria o forzada, a una conciencia verdadera (religiosa o ideológica). He aquí el rasgo común que comparten todos los supremacismos dogmáticos (Islam, comunismo, fascismo y feminismo): el afán por uniformar todas las diferentes clases de personas en una única clase de personas hermanadas en un una única conciencia verdadera.

Supremacismo bueno vs malo.

Resulta obvio que ningún suprematismo de los citados (Islam, comunismo, fascismo y feminismo) se considera "malo" a sí mismo.
El problema que subyace en todo suprematismo no es un problema moral o de valores. Todas las religiones e ideologías, todas sin excepción, son morales. No habrían conflictos entre civilizaciones, de hecho, si, primero, no hubiesen conflictos entre diferentes clases de personas.
Mi tesis es clara al respecto:

"La clase de persona que seamos, por imperativo biogenético y moldeamiento circunstancial, determinará la ideología (valores y creencias) que adoptemos".

La moral no es más que la justificación de nuestros actos, de aquellos actos que nuestra forma de ser considera más buenos y justos. Por tanto, la moral que adopte una sociedad siempre estará en eterno conflicto, pues lo que es bueno y justo para una determinada clase de personas no lo será para otras.
Las diferentes clases de personas deberán agruparse o "asociarse", por tanto, en partidos políticos para defender sus particularistas intereses y hacerlos prevalecer sobre los de los demás.

De las clases de personas a las clases sociales.

La lucha en el claro no es entre clases sociales, como prepotente y ladinamente proclamó el marxismo. El conflicto primigenio entre humanos surgió desde el primer momento en que los hombres, sociables por imperativo de supervivencia, tuvieron que convivir y, por tanto, establecer unas reglas y normas sociales para relacionarse entre ellos.
Al principio, los líderes fueron los machos alfas más fuertes y enérgicos, aquellos que mejor sabían "mandar" y hacerse "respetar". Cuando faltaba el respeto y la adhesión voluntaria al líder, surgían inevitables luchas por el poder. Los nuevos candidatos debían retar al líder para arrebatarle el poder, lo cual equivalía a obtener el derecho para poder establecer nuevas reglas y normas.
Desde el inicio de los tiempos, pues, se trató de imponer una cosmovisión social (valores y creencias) para cohesionar al grupo, regir su destino e ilusionarle con proyectos futuros. Se trató, como vemos, de ganar el derecho a; derecho a decidir, a dirigir, a coaccionar, a penalizar...

Resulta obvio que al individuo más fuerte le interesaría imponer un sistema de valores centrados en la fortaleza, mientras que a los más débiles les convendrían sistemas de valores más orientados al desarrollo de la inteligencia y las habilidades personales; al desarrollo de valores artísticos y/o espirituales, por ejemplo.
La lucha primera, por tanto, e insisto en este punto, fue entre clases de personas, las cuales no defendían unos determinados valores por creerlos necesariamente los más buenos y justos, sino porque dichos valores eran, en definitiva, los suyos: aquellos que mejor se correspondían con su forma de ser y con su apriorística herencia biogenética.
Pero como el ser humano es un animal inevitablemente social, arrojado a una convivencia forzosa con sus semejantes, no tuvo más remedio que agruparse con sus iguales, con aquellos que mejor pudieran ayudarle a conseguir sus particularistas intereses, por tal de obtener el derecho a ser como le dictaban que debía ser sus condicionantes biogenéticos (neuropsicológicos). Así, a partir de los intereses particulares de las diferentes clases de personas surgieron, inevitablemente, las diferentes clases sociales.

Falacias insertas en los discursos populistas

Para no entrar en demasiados análisis, pues lo que me interesa es dejar al desnudo las mentiras de los populismos, me centraré en el populismo de "inspiración" marxista-comunista, desenmascarando dos importantes falacias que subyacen en el mismo:

1) La falacia de la moral universal.
2) La falacia de los derechos universales.


Si nos fijamos, tanto la moral como el derecho defendido por el marxismo aspiran a ser universales, es decir, desean convertirse en dos verdades apriorísticas incuestionables a través de las cuales legitimar una auténtica conciencia socialista para toda la humanidad.

Para entenderlo mejor, y haciendo gala de la cortesía de la claridad, podríamos decir que la conciencia marxista (la verdad marxista) se justificó a sí misma erigiéndose en garante y defensora de dos principios que el humanismo europeo ya hizo suyos desde tiempos de Platón; dos principios o "verdades" que se consolidaron en Occidente a través del judeocristianismo y la razón práctica de Kant:
El primer principio, verdad a priori, considera que existe una única moral buena y justa (la moral socialista) y, por tanto, también existen morales injustas o malas (las demás).
El segundo principio, también verdad a priori incuestionable, considera que todos los seres humanos nacen con unos derechos ya adquiridos por el mero hecho de ser hombres.

La moral marxista, como la moral islámica o la del nacionalsocialismo, aspira a ser universal, es decir, aspira a articular una única cosmovisión (interpretación del mundo) para toda la humanidad.
¿Pero por qué las morales suprematistas se arrogan ser universales y "buenas y justas" para toda la humanidad? Pues porque así lo decide la razón. No importa ahora entrar en el estéril debate de si la razón las descubrió o las halló tras una revelación divina (religiones monoteístas de los tres libros) o una  mística reflexión expectante (budismo) o si, por el contrario, las construyó a través del devenir dialéctico de la historia.

Así, y aquí quería llegar, tanto la moral como los derechos humanos se justifican a partir de intereses particulares que pretenden legitimarse con los disfraces de la universalidad, es decir, en realidad son particularismos que aspiran a imponerse universalmente.

Explicaba antes, en el punto que titulé "clases de personas", que, tiempo ha, el derecho se obtenía o se ganaba a través de esfuerzo y luchas constantes. Históricamente se hablaba del derecho de conquista o del derecho de facto (políticas consumadas) que se justificaba como bueno y justo en tanto se había ganado dando algo a cambio (sacrificio en la guerra).  Ahora, pero, nos dicen que los derechos no se ganan, sino que son inherentes a la propia esencia del ser humano, es decir, nos engañan diciéndonos que todos nacemos con unos derechos adquiridos. ¡Falso! He aquí la primera falacia del humanismo y, por tanto, de todos los populismos demagogos derivados del mismo
A poco que reflexionemos, con meditativa atención expectante (Heidegger), se nos desvelará la esquiva verdad: "Todos los derechos deben ganarse de uno u otro modo".

Sí, es cierto, antaño el más fuerte, quien más se arriesgaba y se sacrificaba era, potencialmente, quien más derecho tenía a ser, es decir, era quien se ganaba el derecho a desarrollar su propio proyecto vital personal. ¿Y ahora? ¿Cómo nos ganamos nuestros derechos?
Las gentes poco dadas a reflexionar (hombres-masa) no se plantean estas cuestiones sobre el ser y, en cualquier caso, ya han sido adecuadamente condicionadas y programadas, pedagogía social mediante, para contestar seguras de sí mismas que los "derechos no se ganan". Algunos, los más avispados, podrían argumentar que los derechos han de merecerse en la medida que nos responsabilizamos de nuestros deberes y obligaciones. Estos avispados ya intuyen que "todo tiene un precio" y que lo justo sería ser merecedor de un derecho a cambio de algo, de un servicio o deber hacia la comunidad. Son conscientes, al menos, de que gozar de derechos exige dar algo a cambio.
En esto consiste ser liberal, en no ser un individuo-masa incauto al que poder engañar puerilmente.

¿Y cómo engañan los populismos al hombre-masa? Pues a través de consignas falaces y demagogas.
Quienes creen que tienen derecho a todo, porque sí, porque "ellos lo valen" y porque así lo dictamina la justa y buena moral (marxista, nacionalsocialista, islamista o feminista) piensan, de veras, que no deben dar nada a cambio cuando, por ejemplo, reivindican derecho a la vivienda, derecho al trabajo, a subsidio, a prestaciones, a escuelas y sistemas sanitarios públicos. Creen que no hay que dar nada a cambio porque "para eso ya pagan sus impuestos" y, sobre todo, porque entienden que no hay que sacrificarse ni trabajar para el capitalismo opresor o los patriarcados burgueses judeocristianos. Pero, en realidad, cuando estos individuos se ofrecen sumisos a un sistema populista lo están dando todo, lo más preciado y sagrado que tiene un ser humano: su libertad individual. Pretenden obtener el máximo de seguridad vital por parte del Estado, aunque para ello deban pagar ingentes cantidades de impuestos. Claro, el problema llega cuando, incluso pagando ingentes cantidades de impuestos, el Estado (señor feudal al uso) no consigue salvaguardar la seguridad (económica, laboral o sanitaria) de sus súbditos. Entonces aparecen los populismos y, contra toda lógica racional, en vez de abogar por minimizar el peso del Estado, prometen más y más Estado a las masas agraviadas; les prometen más derechos a; les prometen más ilusiones y mentiras, poco menos que más "maná que caerá del cielo" o "el milagro de los peces". Nada hay más mesiánico que un populismo.

Todos los populismos, pero sobre todo los tres dogmas más en auge, neocomunismo, Islam y feminismo, exigen un alto precio por el derecho a ser merecedores de las atenciones de papá estado, de Alá o de la buena y justa sociedad matriarcal: renunciar a la propia libertad individual. Exigen, de hecho, un fuerte pago, no solo a través de fuertes presiones fiscales, sino también de renuncias a importantes parcelas de libertad individual, tales como elegir libremente cómo educar a nuestros hijos, cómo planificar nuestra vida laboral, cómo crear empresas...

Conclusión

Podríamos definir a los populismos como mentiras y engaños que, sin embargo, calan en importantes sectores de la población, sobre todo en momentos de mucho dolor social (crisis).
Los populismos, en realidad, y como los buenos farsantes del mundo esotérico (videntes, adivinadores, sanadores...) solo pueden engañar a quienes desean ser engañados.
Y en graves momentos de crisis las masas desean ser engañadas por una sola razón: justificar sus culpas o, por mejor decirlo en términos exentos de connotaciones religiosas, para justificar su falta de responsabilidad.
Cada clase de persona, debido a sus particulares características biogenéticas, desarrollará diferentes prejuicios y fobias ante la adversidad de las circunstancias. En realidad se trata de "burdos" mecanismos de defensa que pretenden proyectar en "el otro" la propia irresponsabilidad (culpa).
Coged a un individuo-masa cualquiera y tendréis un populista; decidme qué clase de persona es y os diré qué clase de populismo abrazará.
Hay una palabra que define perfectamente qué es un individuo-masa: un irresponsable, una persona que está (existe) pero que no se preocupa por ser; un individuo que pide pero no da, que exige a los demás pero no "se autoexige" a sí mismo. Esta clase de personas, por su forma de ser, solo desea autoengañarse y ser engañada. No aceptará ni reconocerá su fracaso vital como consecuencia de su propia irresponsabilidad, sino que proyectará sus culpas sobre los demás. Serán "los otros" los culpables de sus desdichas. Si no tiene trabajo no será debido a su falta de preparación, ambición o espíritu de sacrificio, sino porque el trabajo se lo quita el inmigrante extranjero; si no puede tener una vivienda no es porque se pasara toda su vida de bar en bar, bebiendo cervezas y sin preocuparse por el futuro, sino porque el malvado sistema capitalista conspiró contra él. Y suma y sigue...

Epílogo

¿Pero por qué resulta tan fácil engañar a las masas?

Pues porque las mejores mentiras son aquellas que siempre contienen "algo de verdad".
Desde luego, hay verdad en reconocer la necesidad de controlar racionalmente la inmigración; hay verdad en la necesidad de frenar a los políticos corruptos; hay verdad en la necesidad de eliminar los abusos de la Banca. Todas las mentiras populistas contienen "algo de verdad", pero ese algo es magnificado y sobredimensionado hasta convertirse en la única causa que explica el dolor de una crisis, ya sea económica o humanitaria.
Si Europa no reconoce ese "algo de verdad" que contienen las falaces y demagogas argumentaciones populistas, perderá la oportunidad de afrontar los problemas (económicos y humanitarios) de forma racional y con sentido común. Y, peor aún, legitimará a los diferentes populismos para que ellos se arroguen ser los únicos "buenos y justos" capaces de "contentar a las masas".