viernes, 7 de octubre de 2016

La serie de tv "Vikings" y el Dasein histórico.

La serie "Vikings" es, en mi opinión, una de las mejores ficciones históricas que se han hecho en formato para televisión. No puedo evitar relamerme recordando la primera temporada de tan gloriosa serie. Y este, precisamente, es el signo inequívoco que me señala que las siguientes temporadas (segunda y tercera) ya no han estado a la altura del formato primigenio.

Si para seguir viendo una serie hay que retrotraerse a su pasado más glorioso, ello es síntoma claro de la decadencia de su ser presente.
El problema de "Vikings", de la serie, es que por fuer ha de languidecer y ser inferior a su primera temporada; y así debe ser, porque la historia de "Vikings" es, en definitiva, la historia del Dasein histórico; es la historia del género humano en la que se refleja perfectamente el devenir de la dialéctica de la conciencia, siempre en pugna por determinar quiénes han de erigirse en señores de la humanidad, en regidores del destino del Dasein.

Análisis existencialista de "Vikings":

Primera temporada: la primera temporada nos transporta a la Europa del norte, a esa Edad Media tan desconocida por nosotros, y ajena a las influencias del cristianismo, donde el Dasein de los vikingos todavía se mostraba preocupado por el cuidado del Ser. La vida era auténtica, tan auténtica como sus dioses, y sus vidas tenían un sentido y una razón de ser que nadie cuestionaba; nadie cuestionaba la verdad de los dioses, como nadie cuestionaba la verdad de la vida misma.
El Dasein vikingo vivía en la certeza y en la seguridad de unos valores sublimes y supremos: creían en sus dioses guerreros y en la vida con honor, con sentido. Heráclito hubiese podido, perfectamente, pasar por vikingo, pues tanto para él como para los bárbaros del norte, "la guerra era la madre de todas las cosas" y "uno solo podía ser como cientos, si era el mejor".
La primera temporada nos relata la vida de un hombre (Ragnar) que es el perfecto símbolo del Dasein vikingo: un hombre luchador que se supera a sí mismo, ambicioso y con voluntad de poder; un hombre con honor y temeroso de sus dioses; un hombre, pese a su fiereza, de una gran humildad ontológica.
La temporada termina cuando dichos pueblo beligerantes, ansiosos de fama y riqueza, llegan a las costas de Inglaterra, donde entran en contacto con el cristianismo y con otro hombre que será la conciencia antagónica (antítesis) de la de Ragnar.
El Dasein vikingo, a través de Ragnar, conoce al Dasein cristiano, simbolizado magistralmente en la figura del monje Athelstan. La lucha dialéctica entre conciencias está servida.

Segunda temporada: la segunda temporada se centra, prácticamente, en la toma de París. Pero, paralelamente, durante toda la segunda temporada, cobra fuerza el protagonismo de Athelstan. Primer signo de decadencia de la serie.Ragnar comienza a dudar de su verdad en la medida que comienza a admirar la fe ciega que tiene Athelstan en la suya propia. Y así, a través de la duda y la perdida de certeza, Ragnar se va convirtiendo, poco a poco, al cristianismo.
Sin embargo, el paso o evolución del Dasein vikingo al Dasein cristiano no solo no es inmediato, sino que provoca la división entre los propios vikingos. Segundo signo de decadencia.
Ragnar simbolizará al Dasein vikingo asimilador, su hermano Rollo al Dasein transformador y Floki permanecerá como el celoso guardián conservador de la tradicional vida auténtica del Dasein vikingo.
A través de los tres personajes principales y sus posicionamientos vitales, la serie refleja las consecuencias de la perdida de certeza y seguridad en un sentido de vida cuando, por designio del devenir histórico, este entra en contacto con otro sentido o razón de Ser diferente (una nueva conciencia verdadera).
Las opciones que se dan en la lucha dialéctica de la conciencia son claras: asimilar, transformar o conservar. En cualquier caso, se pierde la unidad del primigenio Dasein vikingo; este ya no es puro ni tiene certeza señorial de su verdad; se torna dubitativo, y la duda le hace débil.

Tercera temporada: todavía no ha concluido, pero, hasta donde ha llegado (capítulo 5) podemos ver cómo evolucionan los tres posicionamientos surgidos durante la segunda temporada.
Atención, porque aunque la serie ya no es tan buena como en la primera temporada, pues la épica grandilocuente ha dado paso, definitivamente, a las intrigas palaciegas y al cinismo más inherente al hipócrita humanismo, la historia de Occidente, del Dasein histórico occidental, queda perfectamente narrada y explicada:

Rollo, el transformador, simboliza al traidor, al Dasein que reniega de su vida auténtica primigenia y abraza la nueva y alternativa fe cristiana.
Hay una magnifica escena en la que la esposa cristiana de Rollo, hija del emperador francés, le insta a eliminar arteramente a sus oponentes. Y Rollo, todavía ebrio de esencia vikinga, le responde:

- No hay ningún honor en matar a un hombre a traición.
- Eso diría un vikingo -le responde su cínica esposa- pero tú no eres ya un vikingo.


Floki, el conservador reaccionario, hará todo lo posible, como celoso guardián de la auténtica conciencia de su pueblo, para seguir manteniendo viva la esencia del Dasein vikingo. De hecho, tras asesinar al bueno de Athelstan, se convertirá en el favorito de la mujer de Ragnar, la cual le encomendará que eduque a su hijo en los valores vikingos.
Por primera vez en la serie se hace una referencia directa a los valores. Y es que la esposa de Ragnar ve con temor lo que está sucediendo, pues observa en Raganar el principio de decadencia que, a la postre, también comienza a amenazar la existencia del Dasein vikingo.

Ragnar, el asimilador, es la figura clave en la lucha dialéctica que tiene lugar en el lichtung. Ha descubierto una nueva verdad y se siente atraído por dicha verdad, aunque todavía se siente vikingo. ¿Pero qué clase de vikingo?
Ragnar se ha convertido, en esta segunda temporada, en un vikingo en decadencia sumido en un imparable proceso de autodestrucción. El destino de Ragnar es el que le espera al Dasein vikingo. Así, Ragnar comienza a desentenderse de sus funciones de líder y reniega del deber de ejercer como pastor del Ser. De hecho, comienza a evadirse de las exigencias del Ser sumergiéndose en el mundo de las drogas de la mano de su amante china.
Ragnar comienza a hacer memoria de su pasado y a recordar viejas glorias, porque sabe que su proyecto vital como hombre llega a su fin. También el Dasein histórico vikingo se acerca a su final.

Confesará Ragnar a su amante:

- Me siento viejo, con la edad he perdido el deseo y la fuerza.

Ragnar hace, en el capítulo 5, una terrible confesión: ha perdido la voluntad de Ser, se ha rendido ante la vida. Y ahora, a los atentos seguidores de la serie, solo nos cabe esperar: ¿Qué hará Ragnar? ¿Reaccionará y aceptará su responsabilidad como pastor del Ser? ¿O se abandonará en el relajo inconsciente de quienes claudican ante las adversidades?

Sí, no hace falta ser demasiado sagaz para ver que Ragnar no solo simboliza al Dasein histórico vikingo, sino que, además, es un fiel reflejo, muy actual, del hombre occidental; es el fiel reflejo de la autoinmolación a la que se dirige, imparable, el Dasein histórico humanista.

ANOTACIONES


Antagonismo entre diferentes Dasein históricos.

El Dasein histórico se desarrolla en el tiempo. ¿Pero cómo se desarrolla el Dasein histórico a través del tiempo? ¿El género humano, la humanidad, sigue un curso lineal histórico o un curso circular? ¿O ambos?
¿Pueden convivir diferentes Dasein históricos, coincidiendo en el tiempo, o la misma dialéctica de la historia camina hacia el UNO; hacia  la realización de un único Dasein histórico universal?

Yo creo que no ha lugar a la conciliación entre diferentes Dasein históricos, porque la vida, como el Ser, no entiende de negociaciones ni de apaños inauténticos.
Nosotros podemos empeñarnos, efectivamente, en autoengañarnos y en tener fe en que el Dasein histórico sabrá conciliar y hermanar sus diferentes conciencias verdaderas, asimilándolas y sintetizándolas tras un período evolutivo de adaptación indeterminado, hasta llegar a un fin último: desocultar la esencia del UNO absoluto. Pero dicho fin, la salida a la luz de la esencia del Ser, no se logrará sin la correspondiente lucha dialéctica de la conciencia en el claro. Parafraseando la película de "Los inmortales": "solo puede quedar una conciencia".

Podremos hacer trampas como Christopher Lambert y sus amiguetes inmortales, dilatando y rehuyendo el duelo final entre conciencias, pero mientras exista una sola conciencia Kurgan, no habrá paz ni conciliación. Lo único que hace el Dasein histórico occidental es ganar tiempo y mantener la esperanza de que, en algún momento futuro, las diferentes conciencias llegarán a un cordial entendimiento.

El Dasein individual es un ser-para-la muerte, sí, pero no así el Dasein histórico. El Dasein histórico es UNO y absoluto, ergo no puede morir. Mientras quede un solo hombre vivo en el planeta Tierra, seguirá existiendo el Dasein histórico. Pero incluso aunque la humanidad entera se exterminase a sí misma (que en ello está), el Dasein histórico seguiría siendo, pues no quedaría nadie para certificar su defunción.

La esencia del Dasein histórico, su ser-en-sí, reclama insistente su apertura en el claro; lo único que hacen quienes se niegan a escucharle, cuales Ulises taponando sus oídos con ceras, es, insisto en ello, autoengañarse y ganar tiempo para evitar lo inevitable: la confrontación final entre conciencias.
el Dasein histórico posiblemente sea finito, pero eso nosotros nunca lo sabremos. Quiero decir que todos y cada uno de nosotros moriremos, pero el curso de la historia continuará, y dicho devenir del Ser será eterno en tanto quede un solo hombre en la Tierra. Mientras exista un solo hombre en el mundo existirá un cuidador del Ser y, por lo tanto, una interpretación del mundo. Obviamente, si algún día la humanidad desapareciese de la faz de la Tierra, el Dasein histórico también desaparecería con ella.

Sobre el fin último de la historia, a todos nos gustaría una conciliación entre las diferentes conciencias, es decir, también yo desearía que el Dasein histórico perdurase en paz y armonía sin buscar dogmáticas consumaciones o fines últimos suprematistas. Pero la realidad es la que es, y ni el Islam ni los nuevos neocomunismos abandonarán sus aspiraciones, por otra parte totalmente legítimas, de interpretar, primero, e imponer, después, una concreta cosmovisión o imagen del mundo.
El problema no lo tienen quienes se obligan a defender e imponer su conciencia verdadera, sino quienes se lo permiten, irresponsable e inconscientemente, porque ya no creen en ninguna otra conciencia alternativa, porque se olvidaron del cuidado del Ser.

Yo creo que el devenir de la historia es dual, es decir, lineal y circular a un tiempo. Sería como el movimiento de los planetas que, al tiempo que giran sobre sí mismos en un eterno retorno circular, además avanzan a la deriva junto al Universo, no sabemos ni hacia adónde ni por cuánto tiempo.
Así, la humanidad o Dasein histórico también avanzaría linealmente hacia una deriva o futuro incierto, pero, al tiempo, los ciclos históricos se repiten sucesivamente, permitiendo que se alternen las diferntes formas o modos de la conciencia hegeliana:
cuidado del Ser (metafísica).....duda (escepticismo)......dogmatismo (construcción de particularismos absolutos)..... nuevo retorno al cuidado del Ser o retorno a etapas más espirituales.
¿Son más auténticos determinados Dasein históricos?
Yo no creo que algunos Dasein históricos sean más auténticos que otros. Eso sería tan osado como aseverar que unos son mejores que otros en base a valoraciones morales.
Lo que intenté explicar es que el Dasein histórico vikingo creía en una vida auténtica; creía en la certeza de sus dioses y en la verdad de su razón de ser en el mundo. La cosmovisión del Dasein vikingo era la interpretación del mundo de una determinada clase de hombres.
El Dasein histórico cristiano es otra cosmovisión, la interpretación de otra clase de hombres.
Yo no me atrevería a decir que una cosmovisión o interpretación del mundo es mejor que otra, eso se lo dejo a los dogmáticos del Islam y a nuestros marxistas-leninistas empeñados en hacer justicia (su justicia), mal que sea a fuer de cercenar libertades individuales.

Lo que digo es que cada uno de nosotros tiene el ineludible deber de conocerse a sí mismo; es decir, cada Dasein individual está obligado a un ejercicio introspectivo, o de reflexiva meditación en términos heideggerianos, para reconocerse en una determinada clase de hombre. Y lo que sostengo es que no me valen (a mí) los autoengaños cínicos de quienes, tras ser obsequiados con el don y ser testigos de la apertura del Ser en el claro, reniegan de dicho don en aras de ser políticamente correctos.


¿De dónde saca el hombre las fuerzas para defender una determinada concepción del mundo desde el relativismo moral imperante?


El Dasein individual, para defender una imagen del mundo, saca las fuerzas (motivación y voluntad) de sí mismo, es decir, las obtiene conociéndose a sí mismo.
¿Y cómo se conoce el Dasein a sí mismo? Pues reconociéndose cómo es y qué quiere a través de la apertura del Ser (introspección en el claro). Para ello, el Dasein deberá meditar y reflexionar, deberá estar atento y tener cuidado con el Ser que, recordemos, ya está en él.
¿Qué quiere decir que la esencia del Ser o lo absoluto ya es en el Dasein?
Quiere decir, ni más ni menos, que cada Dasein individual ya está predeterminado por unos apriorísticos condicionantes psiconeurológicos para pensarse a-sí-mismo y en-lo-otro de una determinada manera.Lo único que tiene que hacer el Dasein es reflexionar sobre sí mismo, que será tanto como reflexionar sobre el Ser, pues, como ya hemos señalado, el sentido del Ser ya está-en-el-Dasein.
Pero esta apertura del Ser en el Dasein, a través de la cual Heidegger decía que podía hallarse místicamente la esencia del Ser, era la misma que, siglos antes, le permitió a San Agustín hallar su vía para conocer a Dios, a través del obligado recogimiento del Dasein en sí mismo.

Cada vez tengo más claro que la metafísica de Heidegger es una reinterpretación de la teología-psicoanalítica de San Agustín.

Una vez que el Dasein se conoce a sí mismo, y se acepta, debe mejorarse. Así, mejorar es la finalidad de la vía que propone la máxima de San Agustín, análoga a la humildad ontológica de Heidegger:

¿Y qué significa que el Dasein se mejore a sí mismo? Pues significa, retomando a Nietzsche, que debe instarse a perdurar en el tiempo (conservarse) y crecer (aumentar).

Cada Dasein individual, por tanto, saca sus fuerzas (voluntad y motivación) del previo análisis reflexivo que le permite conocerse a sí mismo y, al tiempo, le religa y le permite reconocerse en lo absoluto del Ser.

Es que, para que me entiendas, el Ser absoluto es el reflejo o espejo de lo que es cada Dasein individual. Toda obra de arte, como el mundo mismo, facilita la apertura del Ser (del sentido de la existencia) en el Dasein; pero una misma obra de arte, como el mismo mundo, sugerirán y evocarán diferentes interpretaciones en los diferentes Dasein individuales.
¿Por qué?
Pues porque el Dasein (ser-ahí) ya está en lo absoluto, se encuentra en el mundo que se abre ante él para que pueda interpretarlo. Pero, al interpretar el mundo, los diferentes Dasein individuales no pueden evitar crear una imagen o cosmovisión del mismo; una imagen que estará acorde con sus gustos, motivaciones y sentimientos.
Y el Dasein, que no es tonto, cuando se comprende a sí mismo y es consciente de sus necesidades también descubre lo que quiere, lo que le vale: descubre el valor de la vida, que no es otro que el de perdurar en el tiempo (conservarse) y mejorarse (aumentar o crecer); descubre que su sagrada misión en el mundo es llegar a ser él mismo, y será consciente de que, para ello, deberá modelar el mundo a su imagen y semejanza.

Una vez que el Dasein individual se descubre a sí mismo, es decir, después de meditar atento en la apertura del Ser, hallará, al mismo tiempo, los valores que son mejores para él. A partir de ahí, concluirá interesadamente (subjetivamente y desde su visión particularista), que lo que es bueno para él por fuer ha de ser verdad.

El Dasein individual, pues, construye su verdad. Pero como el Dasein individual también es un Dasein colectivo o histórico (inevitablemente social) se ve obligado a justificar moralmente su verdad, es decir, tiene que proclamar que su verdad es la más buena y justa.

Solo a un Dasein individual aristoi (el mejor) le está permitido descubrir el sentido del Ser, que será, en definitiva, un reflejo del sentido que él quiera otorgarse a sí mismo y a su ex-sistere.
Al ser el mejor de entre los Dasein individuales se convertirá en creador y pastor del Ser. Así, desde su liderazgo, propondrá una conciencia verdadera o cosmovisión del mundo para el Dasein colectivo; y lo mismo dará que lo haga a través de la palabra revelada por un Dios o sacándose de la manga algún método que dé en bautizar como materialismo dialéctico o científico.

El resultado final será que un Dasein individual privilegiado (el mejor) habrá creado una moral, es decir, la justificación de una determinada verdad, su verdad.


Cuando se comprende esta dialéctica de la conciencia hegeliana, desde la perspectiva heideggeriana, se descubre que Marx fue tan timador como Jesucristo o Mahoma.
¿Qué moral defendemos, entonces? La nuestra, por supuesto.
¿Y en qué consiste defender nuestra moral? Pues en defender nuestra verdad: aquellos valores que coinciden con nuestra apriorística forma de ser.

Expondré mi ejemplo personal:

Cuando yo llego a comprenderme, y descubro que soy antigregario, individualista y celoso de mi exclusiva y particular libertad (mi verdad) entiendo, como mínimo, que mi Dasein individual no puede comulgar o religarse con un Dasein histórico suprematista, ya sea este islámico o comunista.
Si, además de conocer íntimamente a mi yo (mi ser-en-sí) también soy consciente de la realidad de mis circunstancias (ser-ahí), entonces concluyo que poco, o nada, puedo defender en un país cuya esencia es, precisamente, comunista; una esencia totalmente contraria a la mía propia.
¿Y cómo defiendo, entonces, mi moral, mi verdad y mis valores?
Primero, instándome a sobrevivir (conservarme); y, segundo, obligándome a ser mejor para crecer y garantizar el futuro de los míos. Los míos, mi familia, se convierten así en un pequeño Dasein colectivo o histórico; yo sé que mi ser-es-para la muerte, pero mis hijos y los hijos de mis hijos me sobrevivirán.

He ahí una razón para evitar el suicidio: los hijos.

El problema es qué se entiende por Ser y si es cierto que en todo Dasein mora el Ser

Podríamos pensar, erróneamente en mi opinión, que lo que ha entrado en crisis es precisamente la consideración de que exista el Ser, y por tanto, de que éste habite en el Dasein. Pero yo no creo que la crisis consista en que se cuestione la existencia del Ser, sino en que, a partir de la modernidad, el Ser se interpreta desde otras perspectivas o maneras diferentes a la tradicional.
Tú y yo estamos de acuerdo (eso creo) en referirnos al Ser como una Realidad-Fundamento para diferenciarlo de Dios, ente supremo. Pero aunque la generalidad de los hombres-sujeto (hombres-masa en la acepción orteguiana) digan que Dios no existe, es decir, que no existe un Ser Realidad-Fundamento, en realidad no se están refiriendo a lo mismo que nosotros; no se refieren a la esencia u origen, a ese "algo" que hace que el Dasein sea más que la nada, sino que están pensando en un ente prepotente de jerarquía superior que determina sus vidas imponiendo unos concretos valores éticos-morales.

Lo que está sucediendo no es una pérdida en la creencia de la Realidad-Fundamento (Dios en su acepción más tradicional, o ese "algo más que nada" que es esencia del hombre) sino que se ha realizado una sustitución de la misma, es decir, la sustitución de Dios (y sus valores) por otros dioses y sus respectivos nuevos valores.
Como bien señalara Heidegger, el Dasein es creyente sí o sí, pues en su propia esencia se halla el sentido del Ser, y, por ello, el Dasein se ve abocado, quiera o no quiera, a la necesidad de preguntarse por su ex-sistere (la vida y la muerte).
No, yo no creo que el Dasein considere que no existe la verdad.
Hablemos en otros términos para entendernos mejor, y para ello hagamos algo que disgusta mucho a nuestros amiguetes del igualitarismo, pero que resultará muy pedagógico para que podamos comprender el grave tema que tratamos.

 Propongo que, a partir de ahora, en vez de referirnos al Dasein, diferenciemos entre hombres-sujeto (masa) y pastores del Ser (aristos). Convengamos, si no hay demasiados inconvenientes y/o escrúpulos morales, en advertir que existen dos clases de hombres:

1) Hombres-masa despreocupados por el Ser.

2) Aristos o pastores del Ser, que se obligan a preguntarse y mostrar cuidado por el Ser.

Si hacemos esta distinción vemos con claridad que no es que el Dasein se haya olvidado del Ser, ni mucho menos que ya no crea en la verdad, por mucho que pretenda autoengañarse proclamando la triunfante soberanía del relativismo. Lo que sucedió, a partir de la Modernidad, es que la Razón pretendió liberar al hombre de manera equivocada, es decir, desenmascarando las mentiras que subyacían en las tradicionales creencias ideológico-religiosas tradicionales. La Razón desnudó al hombre de esencia en la medida que iba perdiendo su carácter aristoi, como pastora del Ser, y se tornaba igualitarista y mundana (olvidándose del Ser).

La Razón, renegando de la metafísica, limitó su conocimiento al mundo físico y material, y se despreocupó del espíritu del Dasein, de su ser-en-el mundo.
Sin pastores, o peor aún, a través del concurso de pastores ebrios de errada racionalidad, el hombre se convirtió en sujeto; se transformó en hombre-masa.

Pero el hombre-masa, aunque despreocupado por el Ser, sigue siendo Dasein, es decir, su esencia sigue estando determinada por su ser-ahí en el mundo. Y en tanto que ser-ahí, sigue angustiado y necesitado de fundamentos que den sentido a su existencia.
Así, el hombre-masa, que proclama orgulloso que todo es relativo y que no existe la verdad, en realidad lo que está proclamando es que existen muchas verdades y que lo que no existe es la verdad de sus padres.
¡Claro que el hombre-masa cree en la verdad! ¡En su particular y subjetiva verdad! Cree en la única verdad que la diosa Razón le enseñó a creer. ¿Y qué le enseñó la diosa Razón? Pues que la verdad de sus padres, la que entendía la Realidad-fundamento como ente supremo que determinaba sus vidas (Dios) no existía, y no podía existir, no porque pudiese demostrarse la no-existencia de Dios, sino porque los valores sublimes y supremos en los que se sustentaba dicha Realidad-Fundamento eran injustos y los mantenían esclavos al servicio de los mismos.

Lo que hizo el hombre-masa, sin la Realidad-fundamento de sus padres, fue creer en otras verdades y en otras realidades-fundamento. ¡Claro que siguió creyendo en la verdad! ¡En otras verdades, en sus verdades!
Desde su soberbia crecida, a la que le insta su perverso igualitarismo, el hombre-masa se cree un diosecillo intocable; ya no cree en reyes, ni en dioses ni en tribunos, pero, a cambio, se convierte en ferviente y dogmático creyente de otros dioses y realidades-fundamento: socialismo utópico, misticismos orientales, teorías de la liberación para todos los gustos y de todos los colores...

Por tanto, niego la afirmación: No es que el Dasein considere que su verdad es la más buena y justa sino que no existe tal verdad, y sostengo que, en realidad, está sucediendo todo lo contrario; ahora, más que nunca, el Dasein cree en nuevas verdades más buenas y justas que las de sus padres. ¿Le preguntamos a un comunista cualquiera?

Concluyo:

El problema, por tanto, no es que el actual Dasein histórico de Occidente no crea, sino que dicho Dasein colectivo está conformado, mayoritariamente, por hombres-masa que sí que creen en la verdad, pero no en la verdad de sus padres; no creen ya en la verdad de una Realidad-Fundamento tradicional.
¿Y qué supone dejar de creer en una Realidad-Fundamento tradicional suprasensible?
No supone dejar de creer en el Ser; ni quiere decir que no crean en la verdad (¡habrá creyente más dogmático que un rojo!).
Decir que nuestras actuales sociedades ya no creen en la verdad tradicional de nuestros padres tan solo significa, y es muy grave, que ya no creen en valores sublimes y supremos de sacrificio, trabajo y superación, obligación y deber. Lo que quiere decir es que ahora creen en otras verdades y en otros valores.
El Ser como Realidad-Fundamento podía interpretarse como un ente supremo (Dios) o como ese Ser (esencia trascendente) que nos constituye como "algo más" que Nada.
Lo que intento explicar, precisamente, es que yo creo que ambas acepciones del Ser son trascendentes. Desde el momento en que el Dasein se siente o se intuye "algo más que nada", ya está considerando en su ser-en sí, y sea o no consciente de ello, la presencia de una esencia (sentido) que le trasciende.

Por eso defiendo que el cambio radical no está en el hecho de haber trocado una realidad trascendente por otra inmanente. Lo que sostengo es que la transvaloración de unos valores (sublimes y supremos) por otros más mundanos, también se ha realizado a través de una meditada reflexión metafísica, y no exclusivamente desde un relativismo nihilista.

 Lo que intento decir es que, aunque el Dasein inauténtico (hombre masa o sujeto) proclame que la Verdad (en mayúsculas) no existe, en realidad sus hechos le delatan, y a nosotros nos permiten desenmascarar sus autoengaños.

¿Por qué alguien que se proclama ateo se convierte, sin embargo, en un fiel seguidor de creencias budistas, por ejemplo?

Pues porque aunque la Razón le grite fuerte en el oído que no existe una Verdad absoluta y universal, al mismo tiempo la esencia del Ser, que está en él, intuida o pre-sentida como prefiramos, le susurra que sí, que necesita y anhela ser "algo más que nada".

La Razón grita alto y fuerte, pero el Ser solo nos susurra, y ese es el motivo por el que debemos permanecer atentos y expectantes, porque es mucho más difícil escuchar e interpretar el débil susurro del Ser que el grito atronador, orgulloso y prepotente, de la Razón.
Así, nuestro budista también creerá en una realidad trascendente; también se reconocerá como un ser que es "algo más que nada", aunque su alternativa humildad ontológica no crea en un Ser Realidad-Fundamento tradicional.

Otro ejemplo:

El dogmático comunista dirá y gritará que no cree en Dios, pero, al tiempo, no podrá evitar intuirse como "algo más que un animal"; pre-siente que en-él hay un plus de esencia que le diferencia de otros seres vivos. Y este plus, que le trasciende, le insta a creer en otro dios: el suprematista Estado socialista.







miércoles, 21 de septiembre de 2016

¿Tu verdad o la mía?

Introducción.

Hace ya algunos años, me chocó la chulería y la seguridad de un chico que durante una discusión, y a falta de mejores argumentos para rebatir a su interlocutor, espetó desafiante:

"Pa chulo,chulo, mi pirulo"

He ahí, me dije, la gran VERDAD desvelada de nuestro tiempo que se erige, cual falo erecto, como el orgulloso argumento dominante que impera en la dialéctica sofista occidental.
El chico en cuestión, prototipo de individuo-masa, carecía de estudios y formación, pero poseía una suerte de inteligencia intuitiva, o vital si se prefiere, que le había llevado a descubrir la última trampa de la moral: "el conocimiento por el conocimiento" (Nietzsche).
¿Para qué necesitaba saber y conocer si él ya creía en sí mismo, en "su verdad"?
Aquel chico no era ningún filósofo, pero había comprendido, como Foucault, que muerto Dios, y con él la creencia en valores sublimes y/o suprasensibles, la verdad ya solo podía ser la que cada Dasein histórico determinara en una época concreta.

Dasein histórico y verdad.

Decía Heidegger que cada Dasein histórico (sociedad de una época determinada) descubría la verdad de su tiempo, es decir, interpretaba el mundo y la realidad hasta crear una cosmovisión propia; hasta dotar de sentido y significado el programa de vida y la razón de ser de un pueblo histórico concreto.
Foucault, como nuestro intuitivo filósofo del pirulo, llegó a la conclusión, acertada en mi parecer, de que la verdad descubierta por el Dasein histórico de la postmodernidad era aquella que se imponía desde el ejercicio del poder. Pero el poder no defiende la verdad más buena y justa (con validez universal) sino aquella que mejor sirve a los intereses particulares de un grupo o "parte de" la humanidad que se erige señorialmente en Dasein histórico.
Así, podríamos decir que durante la existencia de la URSS la verdad que impuso el Dasein histórico del pueblo soviético fue la marxista.
Marx, con la ayuda inestimable de Engels, y a través de los argumentos del materialismo dialéctico, justificó, en definitiva, la verdad del pirulo, es decir, antepuso a la prepotencia señorial burguesa su propia prepotencia señorial proletaria. Trocó un pirulo por otro. Nada más.

La verdad del pirulo.

Permítaseme la grosería, pero al final, el poder solo puede desempeñarse desde el ejercicio de una prepotencia señorial celosa de "su verdad", es decir, celosa de su gran falo.
No puede ser de otra manera, pues una vez relativizada la verdad, ya no importa, como quieren hacernos creer, que la verdad desvelada por un Dasein histórico sea la mejor, la más buena o la más justa. Solo importa que sea "la verdad" que el Poder de todo un entramado social ha deseado legitimar.
¿Qué significa legitimar? Pues argumentar, es decir, justificar a través de la razón  la certeza y/o validez de una verdad desvelada irracionalmente.
¿Mi falo es más pequeño o peor que el tuyo? ¡Y a mí qué me importa, antes mi falo que el tuyo!, o mejor dicho: "pa chulo, chulo, mi pirulo". ¡Qué irracional y chabacana resulta esta verdad, así, groseramente desnuda!, se dice a sí misma la puritana Razón. ¡Hay que vestirla como Dios manda!

Sí, la cruda verdad del pirulo debe ser enmascarada; legitimada con argumentos y razones por tal de que no resulte ofensiva a los oídos de los guardianes de las buenas formas.
Se trata, en definitiva, de ejercer la prepotencia sin parecer prepotente, ni ordinario, por supuesto.

Prepotencias enmascaradas.

Toda prepotencia celosa de "su verdad" (conciencia auténtica) despreciará a las "otras verdades" o conciencias contrarias, con una pasión tal que será proporcional al tamaño de su propio dogmatismo. Así, cuanto más dogmática sea una "verdad", mayor empeño mostrará en despreciar y cosificar las conciencias de "los otros".
Sin duda, la verdad marxista constituye una de las conciencias más prepotentes y despreciativas, y cínicas.
Y es que la razón, desde el momento en que se muestra como una mojigata hipócrita ante la desnudez de la verdad irracional, por fuer muta y se transforma en cínica.
¿Y en qué consiste el cinismo de la razón prepotente y señorial marxista?
Pues en saber que "su verdad" tan solo es una interpretación o lectura del mundo a partir del sentir y ser de una clase de personas erigida en Dasein histórico y, a pesar de ello, no dudar en defender dicha verdad particular como verdad universal válida para todo el conjunto de la humanidad.

El cinismo le pone ropajes racionales al orgulloso y prepotente pirulo desnudo. No, nos dicen, nosotros no decimos que nuestro pirulo sea el mejor por ser el nuestro, aunque sea fláccido y diminuto cual bellota, sino porque hemos demostrado, materialismo dialéctico e histórico mediante, que es el más bueno y justo para todos.

La castración del pirulo

Hace unos días me volví a acordar del chico del pirulo, a colación de unas declaraciones de una "miembra" podemita, una de las muchas mentes alcornoqueñas que han "tomado al asalto" las instituciones políticas de nuestro país. Vino a decir la aspirante a sofista, pues ni a eso llega siquiera, que lo que se "escenificaba en el congreso de los diputados era la lucha de los penes", es decir, la lucha entre pirulos por tal de dirimir quién lo tenía más grande.
Joder, pensé, y no le falta razón. Efectivamente, siempre, como he señalado, de lo que se trata es de hacer prevalecer "nuestro pirulo" (verdad) sobre las verdades o pirulos de "los otros": ¿tu verdad o la mía?

Pero claro, la podemita en cuestión, ferviente feminista, no señalaba tal obviedad por tal de retornar a un discurso racional que dejara las verdades particularistas a un lado. Lo que pretendía, la muy ladina, con la misma prepotencia cínica de aquellos a los que criticaba, era imponer su propia verdad:

"Pa chulo, chulo , mi chumino"

¡Acabáramos!

martes, 6 de septiembre de 2016

La Europa de los populismos.

Introducción

Europa ha soportado (está soportando todavía) dos importantes crisis, económica y humanitaria, que han mermado considerablemente su "credibilidad" como posibilidad de ser. No, no se me asusten, lo diré en román paladino: Europa se nos muere de tan buena y justa que pretende conducirse. No parece que el viejo continente pueda aspirar a convertirse en "promesa de futuro". Bueno, no al menos la Europa humanista, demócrata y garante de derechos y libertades en la que creemos o "queremos creer". ¿Qué otra Europa ocupará su lugar? ¿Qué populismos se adueñarán de Europa?
Cuando la gran política rehúye del deber de ser operativa y eficaz, aportando soluciones y resolviendo problemas, la demagogia populista no tarda en ocupar su lugar. Pero si hay algo que realmente alimenta a los irracionales populismos es el insulto: "cuanto más insulta un Estado a sus ciudadanos, más radicales y dogmáticos se tornan estos", tal es mi tesis.

El primer insulto

Ante la primera crisis económica Europa decidió "recuperarse" expoliando a sus sufridos ciudadanos para rescatar a la gran Banca. Este primer insulto despertó las iras de las masas en general, pero, sobre todo, despertó el populismo del comunismo en sus formas más radicales y dogmáticas (marxismo-leninismo). En los países más pobres y con menos tradición liberal (Grecia, Italia, España...) pronto proliferaron o parecieron "resucitar" los seguidores de trasnochadas ideologías; puños en alto y cacofónicas internacionales volvieron a mancillar nuestros ojos y nuestros oídos. Nada nuevo bajo el Sol. Cuando la realidad circundante causa excesivo dolor siempre salen prestos, cuales caracoles después de la lluvia, los demagogos más oportunistas para ofrecernos sus milagrosas recetas, más propias de tahúres charlatanes que de responsables hombres de Estado.
He aquí el creciente populismo de izquierdas en su versión más bolchevique (marxista-leninista).

El segundo insulto

La segunda crisis, que denominaremos "humanitaria", comenzó a gestarse a raíz de las crecientes oleadas de inmigrantes provenientes de Oriente Medio. Europa se llenó, de la noche a la mañana, de cientos de miles de personas que huían de sus lugares de origen para encontrar una vida mejor en la humanista, demócrata y liberal Europa; en la buena y justa Europa  (siento repetir tan insistentemente estos calificativos).
Pero la gran masa humana que llegó a nuestras fronteras no solo era "extranjera" (de fuera) sino que además defendía unos valores y unas creencias antagónicos a los de la civilización occidental. ¿Valores antagónicos? Sí, antagónicos y enfrentados a los valores de la vieja Europa, por más que la corrección política de nuestros dirigentes pretenda negarlo y ocultarlo ante la opinión pública.
Esta ocultación de la verdad,  segundo insulto a la inteligencia de los sufridos ciudadanos europeos, "resucitó" a los seguidores de "otras" obsoletas pero no menos dogmáticas ideologías que también pretenden ofrecernos sus salvadoras curas. La patria, la raza, la religión, y todos aquellos valores tradicionales inherentes a la identidad y la razón de ser de Occidente, se magnificaron y se exaltaron.
He aquí el creciente populismo de "derechas" en su versión más fascista.

El problema de los populismos.

El problema de los populismos consiste, y permítaseme la redundancia, en que desde el momento en que ellos mismos se postulan como cura o solución de un conflicto ya se están convirtiendo, de facto, en otro problema. ¿Por qué?
Pues porque todo populismo tiende al dogmatismo y a la defensa de los valores de una "parte de", es decir, de una sola clase de personas. Todo populismo, en tanto que supremacista, defiende su "verdad" y justifica y legitima su única conciencia verdadera para imponerla a las demás.
Los populismos, tanto comunistas como fascistas, son, por tanto, sometedores. Atención a este "palabro" que remarco en negrita.
En realidad es muy fácil de entender lo que subyace en todos los populismos: el desprecio hacia quienes consideran que les han insultado (despreciado). No hay despreciador que no desprecie a quien desprecia. Y quien se erige en despreciador no tarda en mostrarse orgullosamente prepotente y seguro de su verdad; y cuando una prepotencia henchida de desprecio (alimentado desde el resentimiento y el rencor hacia sus despreciadores) alcanza el poder, no duda en someter (de nuevo en negrita); no duda en subyugar a través de la sumisión, voluntaria o forzada, a una conciencia verdadera (religiosa o ideológica). He aquí el rasgo común que comparten todos los supremacismos dogmáticos (Islam, comunismo, fascismo y feminismo): el afán por uniformar todas las diferentes clases de personas en una única clase de personas hermanadas en un una única conciencia verdadera.

Supremacismo bueno vs malo.

Resulta obvio que ningún suprematismo de los citados (Islam, comunismo, fascismo y feminismo) se considera "malo" a sí mismo.
El problema que subyace en todo suprematismo no es un problema moral o de valores. Todas las religiones e ideologías, todas sin excepción, son morales. No habrían conflictos entre civilizaciones, de hecho, si, primero, no hubiesen conflictos entre diferentes clases de personas.
Mi tesis es clara al respecto:

"La clase de persona que seamos, por imperativo biogenético y moldeamiento circunstancial, determinará la ideología (valores y creencias) que adoptemos".

La moral no es más que la justificación de nuestros actos, de aquellos actos que nuestra forma de ser considera más buenos y justos. Por tanto, la moral que adopte una sociedad siempre estará en eterno conflicto, pues lo que es bueno y justo para una determinada clase de personas no lo será para otras.
Las diferentes clases de personas deberán agruparse o "asociarse", por tanto, en partidos políticos para defender sus particularistas intereses y hacerlos prevalecer sobre los de los demás.

De las clases de personas a las clases sociales.

La lucha en el claro no es entre clases sociales, como prepotente y ladinamente proclamó el marxismo. El conflicto primigenio entre humanos surgió desde el primer momento en que los hombres, sociables por imperativo de supervivencia, tuvieron que convivir y, por tanto, establecer unas reglas y normas sociales para relacionarse entre ellos.
Al principio, los líderes fueron los machos alfas más fuertes y enérgicos, aquellos que mejor sabían "mandar" y hacerse "respetar". Cuando faltaba el respeto y la adhesión voluntaria al líder, surgían inevitables luchas por el poder. Los nuevos candidatos debían retar al líder para arrebatarle el poder, lo cual equivalía a obtener el derecho para poder establecer nuevas reglas y normas.
Desde el inicio de los tiempos, pues, se trató de imponer una cosmovisión social (valores y creencias) para cohesionar al grupo, regir su destino e ilusionarle con proyectos futuros. Se trató, como vemos, de ganar el derecho a; derecho a decidir, a dirigir, a coaccionar, a penalizar...

Resulta obvio que al individuo más fuerte le interesaría imponer un sistema de valores centrados en la fortaleza, mientras que a los más débiles les convendrían sistemas de valores más orientados al desarrollo de la inteligencia y las habilidades personales; al desarrollo de valores artísticos y/o espirituales, por ejemplo.
La lucha primera, por tanto, e insisto en este punto, fue entre clases de personas, las cuales no defendían unos determinados valores por creerlos necesariamente los más buenos y justos, sino porque dichos valores eran, en definitiva, los suyos: aquellos que mejor se correspondían con su forma de ser y con su apriorística herencia biogenética.
Pero como el ser humano es un animal inevitablemente social, arrojado a una convivencia forzosa con sus semejantes, no tuvo más remedio que agruparse con sus iguales, con aquellos que mejor pudieran ayudarle a conseguir sus particularistas intereses, por tal de obtener el derecho a ser como le dictaban que debía ser sus condicionantes biogenéticos (neuropsicológicos). Así, a partir de los intereses particulares de las diferentes clases de personas surgieron, inevitablemente, las diferentes clases sociales.

Falacias insertas en los discursos populistas

Para no entrar en demasiados análisis, pues lo que me interesa es dejar al desnudo las mentiras de los populismos, me centraré en el populismo de "inspiración" marxista-comunista, desenmascarando dos importantes falacias que subyacen en el mismo:

1) La falacia de la moral universal.
2) La falacia de los derechos universales.


Si nos fijamos, tanto la moral como el derecho defendido por el marxismo aspiran a ser universales, es decir, desean convertirse en dos verdades apriorísticas incuestionables a través de las cuales legitimar una auténtica conciencia socialista para toda la humanidad.

Para entenderlo mejor, y haciendo gala de la cortesía de la claridad, podríamos decir que la conciencia marxista (la verdad marxista) se justificó a sí misma erigiéndose en garante y defensora de dos principios que el humanismo europeo ya hizo suyos desde tiempos de Platón; dos principios o "verdades" que se consolidaron en Occidente a través del judeocristianismo y la razón práctica de Kant:
El primer principio, verdad a priori, considera que existe una única moral buena y justa (la moral socialista) y, por tanto, también existen morales injustas o malas (las demás).
El segundo principio, también verdad a priori incuestionable, considera que todos los seres humanos nacen con unos derechos ya adquiridos por el mero hecho de ser hombres.

La moral marxista, como la moral islámica o la del nacionalsocialismo, aspira a ser universal, es decir, aspira a articular una única cosmovisión (interpretación del mundo) para toda la humanidad.
¿Pero por qué las morales suprematistas se arrogan ser universales y "buenas y justas" para toda la humanidad? Pues porque así lo decide la razón. No importa ahora entrar en el estéril debate de si la razón las descubrió o las halló tras una revelación divina (religiones monoteístas de los tres libros) o una  mística reflexión expectante (budismo) o si, por el contrario, las construyó a través del devenir dialéctico de la historia.

Así, y aquí quería llegar, tanto la moral como los derechos humanos se justifican a partir de intereses particulares que pretenden legitimarse con los disfraces de la universalidad, es decir, en realidad son particularismos que aspiran a imponerse universalmente.

Explicaba antes, en el punto que titulé "clases de personas", que, tiempo ha, el derecho se obtenía o se ganaba a través de esfuerzo y luchas constantes. Históricamente se hablaba del derecho de conquista o del derecho de facto (políticas consumadas) que se justificaba como bueno y justo en tanto se había ganado dando algo a cambio (sacrificio en la guerra).  Ahora, pero, nos dicen que los derechos no se ganan, sino que son inherentes a la propia esencia del ser humano, es decir, nos engañan diciéndonos que todos nacemos con unos derechos adquiridos. ¡Falso! He aquí la primera falacia del humanismo y, por tanto, de todos los populismos demagogos derivados del mismo
A poco que reflexionemos, con meditativa atención expectante (Heidegger), se nos desvelará la esquiva verdad: "Todos los derechos deben ganarse de uno u otro modo".

Sí, es cierto, antaño el más fuerte, quien más se arriesgaba y se sacrificaba era, potencialmente, quien más derecho tenía a ser, es decir, era quien se ganaba el derecho a desarrollar su propio proyecto vital personal. ¿Y ahora? ¿Cómo nos ganamos nuestros derechos?
Las gentes poco dadas a reflexionar (hombres-masa) no se plantean estas cuestiones sobre el ser y, en cualquier caso, ya han sido adecuadamente condicionadas y programadas, pedagogía social mediante, para contestar seguras de sí mismas que los "derechos no se ganan". Algunos, los más avispados, podrían argumentar que los derechos han de merecerse en la medida que nos responsabilizamos de nuestros deberes y obligaciones. Estos avispados ya intuyen que "todo tiene un precio" y que lo justo sería ser merecedor de un derecho a cambio de algo, de un servicio o deber hacia la comunidad. Son conscientes, al menos, de que gozar de derechos exige dar algo a cambio.
En esto consiste ser liberal, en no ser un individuo-masa incauto al que poder engañar puerilmente.

¿Y cómo engañan los populismos al hombre-masa? Pues a través de consignas falaces y demagogas.
Quienes creen que tienen derecho a todo, porque sí, porque "ellos lo valen" y porque así lo dictamina la justa y buena moral (marxista, nacionalsocialista, islamista o feminista) piensan, de veras, que no deben dar nada a cambio cuando, por ejemplo, reivindican derecho a la vivienda, derecho al trabajo, a subsidio, a prestaciones, a escuelas y sistemas sanitarios públicos. Creen que no hay que dar nada a cambio porque "para eso ya pagan sus impuestos" y, sobre todo, porque entienden que no hay que sacrificarse ni trabajar para el capitalismo opresor o los patriarcados burgueses judeocristianos. Pero, en realidad, cuando estos individuos se ofrecen sumisos a un sistema populista lo están dando todo, lo más preciado y sagrado que tiene un ser humano: su libertad individual. Pretenden obtener el máximo de seguridad vital por parte del Estado, aunque para ello deban pagar ingentes cantidades de impuestos. Claro, el problema llega cuando, incluso pagando ingentes cantidades de impuestos, el Estado (señor feudal al uso) no consigue salvaguardar la seguridad (económica, laboral o sanitaria) de sus súbditos. Entonces aparecen los populismos y, contra toda lógica racional, en vez de abogar por minimizar el peso del Estado, prometen más y más Estado a las masas agraviadas; les prometen más derechos a; les prometen más ilusiones y mentiras, poco menos que más "maná que caerá del cielo" o "el milagro de los peces". Nada hay más mesiánico que un populismo.

Todos los populismos, pero sobre todo los tres dogmas más en auge, neocomunismo, Islam y feminismo, exigen un alto precio por el derecho a ser merecedores de las atenciones de papá estado, de Alá o de la buena y justa sociedad matriarcal: renunciar a la propia libertad individual. Exigen, de hecho, un fuerte pago, no solo a través de fuertes presiones fiscales, sino también de renuncias a importantes parcelas de libertad individual, tales como elegir libremente cómo educar a nuestros hijos, cómo planificar nuestra vida laboral, cómo crear empresas...

Conclusión

Podríamos definir a los populismos como mentiras y engaños que, sin embargo, calan en importantes sectores de la población, sobre todo en momentos de mucho dolor social (crisis).
Los populismos, en realidad, y como los buenos farsantes del mundo esotérico (videntes, adivinadores, sanadores...) solo pueden engañar a quienes desean ser engañados.
Y en graves momentos de crisis las masas desean ser engañadas por una sola razón: justificar sus culpas o, por mejor decirlo en términos exentos de connotaciones religiosas, para justificar su falta de responsabilidad.
Cada clase de persona, debido a sus particulares características biogenéticas, desarrollará diferentes prejuicios y fobias ante la adversidad de las circunstancias. En realidad se trata de "burdos" mecanismos de defensa que pretenden proyectar en "el otro" la propia irresponsabilidad (culpa).
Coged a un individuo-masa cualquiera y tendréis un populista; decidme qué clase de persona es y os diré qué clase de populismo abrazará.
Hay una palabra que define perfectamente qué es un individuo-masa: un irresponsable, una persona que está (existe) pero que no se preocupa por ser; un individuo que pide pero no da, que exige a los demás pero no "se autoexige" a sí mismo. Esta clase de personas, por su forma de ser, solo desea autoengañarse y ser engañada. No aceptará ni reconocerá su fracaso vital como consecuencia de su propia irresponsabilidad, sino que proyectará sus culpas sobre los demás. Serán "los otros" los culpables de sus desdichas. Si no tiene trabajo no será debido a su falta de preparación, ambición o espíritu de sacrificio, sino porque el trabajo se lo quita el inmigrante extranjero; si no puede tener una vivienda no es porque se pasara toda su vida de bar en bar, bebiendo cervezas y sin preocuparse por el futuro, sino porque el malvado sistema capitalista conspiró contra él. Y suma y sigue...

Epílogo

¿Pero por qué resulta tan fácil engañar a las masas?

Pues porque las mejores mentiras son aquellas que siempre contienen "algo de verdad".
Desde luego, hay verdad en reconocer la necesidad de controlar racionalmente la inmigración; hay verdad en la necesidad de frenar a los políticos corruptos; hay verdad en la necesidad de eliminar los abusos de la Banca. Todas las mentiras populistas contienen "algo de verdad", pero ese algo es magnificado y sobredimensionado hasta convertirse en la única causa que explica el dolor de una crisis, ya sea económica o humanitaria.
Si Europa no reconoce ese "algo de verdad" que contienen las falaces y demagogas argumentaciones populistas, perderá la oportunidad de afrontar los problemas (económicos y humanitarios) de forma racional y con sentido común. Y, peor aún, legitimará a los diferentes populismos para que ellos se arroguen ser los únicos "buenos y justos" capaces de "contentar a las masas".







lunes, 15 de agosto de 2016

Gustavo Bueno y el marxismo.

Heidegger, con brillante ironía, dijo que si el "existencialismo era un humanismo", como había proclamado Sartre, entonces él no era "existencialista".
De la misma manera, creo, Gustavo Bueno bien pudiera haber sostenido que él no era "marxista", tras comprobar en qué consistía el "marxismo a la española".
Sin embargo, Bueno se reconocía marxista, pese al cutre-marxismo bolchevique que imperaba y sigue campando por sus fueros en nuestra dolorosa España.

Y es que Bueno evolucionó desde un trasnochado marxismo dogmático hacia una filosofía que él denominó materialista, pero que a mí se me antoja muy raciovitalista, en la más pura línea orteguiana. Ni de izquierdas ni de derechas.
Por ejemplo, no casa con el marxismo ortodoxo defender la idea de imperio como sistema de orden y vertebración de una civilización, como hizo Bueno; como tampoco resulta muy propio de un "marxista" autodefinirse como "ateo católico" o como "español sin complejos". No, al menos, en España.
Siguiendo las reflexiones de Manuel F. Lorenzo, y la propuesta filosófica del mismo: "La razón manual", podemos encontrar semejanzas entre el quehacer vital orteguiano y la filosofía operativa de Bueno, entendida ésta como medio necesario para consumar las ideas en actos y conceptos reales.
Y si tiramos del hilo de la filosofía operativa de Bueno llegamos a Piaget, punto crucial donde convergen la filosofía de Ortega y la del padre del materialismo filosófico, ambas incompatibles con la pseudofilosofía marxista, como intentaré demostrar a continuación.

La idea de progreso
 
¿Qué significa progresar? Progresar significa avanzar y mejorar a través de la asimilación, acomodación y equilibración (Piaget), o a través de la evaluación y superación de unas circunstancias(Ortega), pero en ambos casos respetando el logos pretérito, es decir, incorporando lo nuevo (acomodación) al tradicional legado histórico-cultural mejorándolo, pero no negándolo.
Sin embargo, la supuesta propuesta "progresista" del marxismo, que jamás fue tal, abogaba por el rupturismo y la transformación radical de los valores tradicionales; no buscaba una integración y superación del logos, sino una NEGACIÓN SUPREMACISTA del mismo. Lo más común e inherente a todo suprematismo (religioso y/o ideológico) es pretender IMPONER una CONCIENCIA VERDADERA cosificando y deslegitimando las conciencias contrarias.
Así, Gustavo Bueno, al contrario que nuestros "marxistas" podemitas y otros similares, tenía muy claro que nada diferenciaba al dogmático marxismo-leninismo del igualmente dogmático y supremacista Islam. De ahí que Bueno también se mostrase harto beligerante frente al Islam y defendiera los valores de la civilización Occidental.
La civilización Occidental, a diferencia de la islámica, sí ha progresado y evolucionado, corrigiendo sus dogmatismos y acercándolos a los paradigmas del igualitarismo horizontal.

Bueno consideraba, acertadamente en mi opinión, que el imperio era la única vía para que una civilización pudiera extender e introducir sus valores universalmente. En este sentido, fue muy claro al señalar que la idea de imperio podía consumarse como una "culturización" en una realidad positiva, portadora de valores de progreso e igualdad (civilización Occidental), o como regresión en una realidad negativa y retrógrada (véase Islam).
 
Y aún dijo más y fue más claro en referencia al Islam:

Vivimos asidos a los restos de imperios que flotan en un gran océano donde somos náufragos. Si no nos asimos a estos restos, seremos tragados por otros imperios.


Ser católico y español.
 
Cuando Bueno se autoproclamaba "ateo católico", estaba diciéndonos dos cosas muy importantes: que no creía en Dios, pero sí en la necesidad de preservar y respetar nuestro legado histórico-cultural, el logos heredado de nuestra civilización. De manera parecida, cuando Bueno se decía "marxista y español" entendía que una cosa era defender una vertebración de la sociedad desde ideologías horizontales, de igualdad, y otra negar lo que somos por imperativo vital o de las circunstancias.
Bueno no entendía por qué los marxistas franceses o ingleses podían sentirse orgullosos de sus respectivas nacionalidades, pero los "marxistas españoles" siempre tenían que arremeter contra su patria.
La inteligencia y la moralidad de Gustavo Bueno estaban, en definitiva, a años luz de las de nuestros "progretillas marxistas", antioccidentales, antiespañoles, anticatólicos y antihumanos. Sí, antihumanos, porque a fuer de obstinarse en parece tan "humanistas" lo único que hacen nuestros progretas es empequeñecer más y más al hombre de carne y hueso.

La democracia.

Gustavo Bueno, como no podía esperarse menos de una mente privilegiada, también cuestionó las supuestas "bondades" de los sistemas democráticos, por lo general mal interpretados, cuando no descaradamente pervertidos al servicio de los diferentes particularismos ideológicos.
Y es que Bueno, como fiel seguidor que era de Platón, entendía la democracia más como una República regida por "sabios" que como la idealizada democracia de la Atenas de Pericles que, por cierto, no era tan "democrática" como nos han intentado hacer creer. También era consciente de que no podía ser viable un Estado de Derecho que no ejerciera la necesaria coacción y aplicara, a través de un poder ejecutivo, las pertinentes penas ante la vulneración de la legalidad. En este sentido fue muy claro al señalar la debilidad de nuestra timorata democracia ante los sucesivos órdagos de los nacionalismos secesionistas.

Contra la corrección política.

También son conocidas, e impopulares, las reflexiones críticas de Gustavo bueno sobre las lenguas de los nacionalismos periféricos (el bable asturiano en concreto), el igualitarismo entre especies (dijo claramente que era absurdo hablar de "Derechos" de los animales), o sus reflexiones a favor de la pena de muerte.
Por sus racionales y razonados posicionamientos, impecables, frente a los temas anteriormente señalados, normalmente defendidos por la generalidad de las "izquierdas", Gustavo Bueno fue tildado de "facha" (fascista) en numerosas ocasiones. A él no le importaba.

Vidas paralelas (Unamuno, Ortega, Zubiri y Bueno)

Gustavo Bueno fue una mente brillante, no cabe duda, pero en su filosofía, y sobre todo en la generalidad de sus reflexiones (sobre política, sociedad, antropología, religión, historia...) se adivina la inevitable influencia de tres grandes pensadores españoles: Unamuno, Ortega y Zubiri.

Resulta difícil no ver en Bueno, además de a un inteligente marxista defensor del materialismo filosófico, a un irascible y polémico Unamuno, a un librepensador como Ortega que no creía en izquierdas ni en derechas; o a un sistemático y riguroso Zubiri. De todos ellos compartía rasgos, aunque, ciertamente, la filosofía de Bueno fue original, la propia de un auténtico "aristoi" (toda creación es aristocrática decía Ortega).
Y he ahí el problema vital que enfrentó Gustavo Bueno, quizás sin ser él mismo consciente de ello: proclamarse marxista cuando toda su esencia, forma de ser y de pensar, era la propia de un aristoi creador.

Miguel de Unamuno

Como ya hiciera Unamuno, en un brillante discurso en torno a las lenguas que se hablaban en España (ver "El máuser y la espingarda"), Gustavo Bueno también se posicionó junto a la sensatez racional y en contra de los irracionales particularismos de España.
Mucho antes de que Bueno ridiculizara las intenciones de sus paisanos asturianos, para imponer el bable (lengua regional) en las escuelas, Unamuno dijo:

«El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.»

Unamuno, ateo en el parecer de Fernando Savater, agnóstico eternamente dubitativo en mi opinión, y como Bueno, también defendió el catolicismo como eje vertebrador (herencia histórico-cultural) de la razón de ser española y se reconocía español, sin "marxistas complejos". Y ello sin ser conservador ni fascista, sino tan solo un librepensador que dijo de sí mismo:

No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario».

En su "Del sentimiento trágico de la vida", Unamuno dejó escrito:

"Ni a un hombre, ni a un pueblo - que es, en cierto sentido, un hombre también - se le puede exigir un cambio que rompa la unidad  y la continuidad de su persona. Se le puede cambiar mucho, hasta por completo casi; pero dentro de continuidad."

La tesis que aparece explícita en dicha reflexión es la siguiente: Cambiar; pero dentro de continuidad, es decir, progresar, asimilar y acomodar, mejorar y superar, pero dentro de una continuidad que no niegue el logos pretérito. Tal era el posicionamiento de Ortega, influenciado por Piaget (Ortega lector de Piaget) y defendido también por Gustavo Bueno, pues su filosofía se articula en torno a un materialismo que, por fuer, tiene que ser operativo por tal de consumar la idea en concepto real. Una tesis, como vemos, muy alejada del afán rupturista y transformador del marxismo.

Xavier Zubiri

Como Zubiri, Bueno creó un sólido y "rígido" sistema filosófico a partir del cual poder dar una explicación o respuesta a diversos temas filosóficos, antropológicos, religiosos, políticos...
En mi opinión, hay similitudes entre el realismo zubiriano y el materialismo filosófico de Bueno, ya que ambos sistemas se apoyan en conocimientos científicos y tecnológicos para articular sus respectivas filosofías.
Desde luego, Gustavo Bueno negaba todo espiritualismo o esencia apriorística (universal e inmutable) como, a primera vista, pudiera parecer que hacía Zubiri al postular la Realidad-fundamento como condición previa y necesaria para el surgimiento del ser. Pero Gustavo Bueno también disentía de la ontología heideggeriana, pues consideraba que la misma se alejaba del materialismo que caracteriza la realidad. El filósofo alemán creyó que la esencia (sentido del ser) podía hallarse en la realidad abierta (claro del bosque) tras una necesaria humildad ontológica que instaba al hombre a la reflexión meditativa.
Zubiri, intentando superar a Heidegger, y en la línea de Gustavo Bueno, sostuvo que la esencia no era un a priori que debiera hallarse, sino que la esencia subyacía en la misma realidad; y que era el hombre, animal de realidades, quien construía las esencias (sentidos) en una realidad abierta a múltiples posibilidades. Hasta aquí las propuestas de Zubiri y Bueno parecen coincidir.
Sin embargo, de la misma manera que Zubiri se distanció de Heidegger en lo concerniente al cómo se dotaba de esencia el ser humano: hallar vs construir, Gustavo Bueno también se distanció de Zubiri respecto a la pregunta del por qué se instaba el ser humano a dotarse de esencia.

¿Por qué se insta el ser humano a dotarse de esencia?

Gustavo Bueno tenía claro el por qué: para sobrevivir. El instinto natural de supervivencia (perdurar en el tiempo) empujó a los primeros hombres a operar con su entorno, es decir, a construir y hacer; y a medida que evolucionaron como especie comenzaron a justificar racionalmente sus actos y decisiones construyendo sentidos y significados, pero a través de una dialéctica histórica.
Zubiri, sin embargo, apeló a un concepto de cuño propio: la religación entre el hombre y la realidad (el mundo); apeló a un poder de lo real que impelía al animal de realidades (hombre) a dotar de sentido su yo absoluto relativo.
El materialismo filosófico de Bueno, debido a su rigidez metodológica que prescinde de cualquier atisbo de metafísica, no se ocupa, sin embargo, del por qué del porqué, es decir: ¿por qué se insta el hombre a sobrevivir? ¿Tan solo por una apriorística programación biogenética? ¿Cómo damos respuesta, entonces, al hecho de que algunos seres humanos decidan suicidarse y acabar con sus vidas? ¿Qué es ese algo que hace que algunos hombres obvien la máxima, supuestamente ineludible e inherente al ser, que sentencia que "lo propio y característico del ser es perdurar, es seguir siendo" (Spinoza)?

Ortega y Gasset

Creo, y es opinión personal, que la filosofía política de Bueno se podría "hermanar" perfectamente con la de Ortega y Gasset. Sus respectivos pensamientos tienen muchos puntos en común, ya que la base del pensamiento materialista, que sería la operatividad (consumar la idea en concepto real a través de la acción) coincide plenamente con la tesis raciovitalista orteguiana que interpreta la vida como un constante quehacer.

Ahora bien, insisto en que "sospecho" en Gustavo Bueno un conflicto ideológico (al más puro estilo unamuniano) no resuelto. No puedo evitar ver en Bueno otra suerte de Rousseau, es decir, a alguien "contradictorio", por no decir abiertamente hipócrita y/o cínico, incongruente consigo mismo.
Rousseau, uno de los supuestos padres del igualitarismo político, dejó escrito que "no se correspondía con el orden natural que los imbéciles gobernaran a los más sabios" (parafraseo). ¿Alguien que piensa así puede ser "demócrata"? Pues sí. De hecho, Gustavo bueno exhibió un pensamiento muy parecido al de Rousseau, el cual, a diferencia del liberalismo, otorgó un papel muy relevante al Estado.
Tanto Rousseau como Bueno estuvieron más cerca de la República platónica, al cabo profundamente estatista, que de una República liberal.
Platón, Rousseau y Gustavo Bueno tenían muy claro que el Estado de la República tenía el deber y la obligación de operar, es decir, de vertebrar la sociedad y materializar (hacer factibles) una serie de políticas racionalmente definidas. Un Estado con un poder ejecutivo acomplejado (no operativo) no puede sostenerse ni ser garante de los Derechos de los ciudadanos.
Un Estado que no opera, definiéndose, es como la izquierda indefinida que criticara Bueno; es un ente vacío e inútil, incapaz de resolver los problemas de la sociedad.

Incluso Ortega y Gasset hubiese suscrito el concepto de Estado del marxista Gustavo Bueno. Pero, claro, Ortega no fue marxista. De hecho, Ortega consideraba al marxismo como una pseudomoral eslava.
¿Qué implica la articulación de un Estado de los mejores y al servicio del bien común?
Pues implica la aceptación de una serie de valores que no son los propios del marxismo, no, al menos, del marxismo teórico. Para empezar, sería necesario reconocer una necesaria jerarquía: es mejor que gobierne un sabio en vez de un imbécil (Platón y Rousseau). ¿Qué es eso de que todos somos iguales y cualquiera puede tener responsabilidades políticas?
Gustavo Bueno se decía "marxista" porque, según sus propias palabras, detestaba las políticas verticales de los fascistas. Él creía en la igualdad entre ciudadanos. Sí, era "marxista", pero no tonto, y supo darse cuenta de que la izquierda española, que él denominaba indefinida, de tan dogmática y retrógrada, atípica en realidad, se había olvidado de su propia nacionalidad; se había olvidado de sus referentes identitarios (civilización Occidental) y no paraba de arremeter contra su propio legado histórico-cultural. Bueno se dio cuenta de algo crucial: la izquierda española no era aristoi.

Y Bueno, que era sabio e inteligente, pero además se decía marxista, creyó posible un oxímoron del todo falaz: un marxismo aristocrático.
Pero un sistema que se articula desde la verticalidad, reconociendo el mérito y la excelencia de los mejores (esfuerzo individual) y que reconoce la necesidad de establecer una jerarquía selecta, no es marxista, sino elitista.

¿Qué opciones tuvo Gustavo Bueno para defender una República democrática y operativa, con un Estado definido y un poder ejecutivo eficaz, donde los mejores tuviesen una participación activa?
Pues, sencillamente, se podría haber proclamado liberal raciovitalista, como Ortega, y se hubiese ahorrado muchas contradicciones, incongruencias y malos entendidos.
Pero Gustavo Bueno fue hijo de su época; hijo de una España que fluyó entre el franquismo y una errada Transición; fue hijo de Asturias, tierra de revoluciones y de injusticias contra los obreros (mineros). Las circunstancias decidieron que Bueno tenía que ser marxista, pero en su naturaleza subyacía la biogenética del genio singular que se sabía élite.

Elitismo y marxismo.

El problema del marxismo, como ya señalé, es que es una teoría supremacista y dogmática, que se aferra a sus postulados como el ferviente religioso se aferra a los escritos de una Biblia o el Corán. Así, la esencia misma del marxismo, su igualitarismo imposible y falaz, es totalmente contraria a la idea de elitismo (reconocimiento de individuos mejores y excelentes).
El marxista que fuere consciente de la necesidad de promocionar a los mejores y más válidos no tendría más remedio que: o renegar del marxismo, o hacer malabarismos dialecticos por tal de "salvarse" del dogma teórico.
Gustavo Bueno intentó lo segundo, sin éxito en mi parecer; quiso escindir su pensamiento esquizofrénicamente por tal de ser a un tiempo "ateo y católico", "marxista y español", "genio y proletario"... ¿Tan imposible le resultó cruzar el Rubicón y pasar del trasnochado marxismo al racional y sensato liberalismo, como, por otra parte, hicieron muchos intelectuales españoles?
Pues no, no pudo, porque el padre del materialismo filosófico fue, quizás sin ser consciente de ello, un romántico sentimental que no podía olvidar su pasado; a aquellos mineros asturianos que escuchaban absortos sus lecciones de filosofía; que no podía olvidar la dolorosa España que le tocó vivir. Bueno quiso ser bueno y, como muchos intelectuales de buen corazón, creyó, engañado, que el marxismo era la teoría de la liberación que haría mejor a la humanidad.




 

martes, 10 de mayo de 2016

Locura y genialidad (parte IV)

Efectivamente, no existen órganos especiales, ni cualidades especiales (poderes extrasensoriales) para aprehender determinadas posibilidades del ser en la realidad abierta.
El alma y el espíritu son construcciones o, como yo prefiero denominarlas: son hallazgos de la razón. No es que la razón las "encuentre" en algún mundo suprasensible y/o ideal (Platón), pero sí podríamos decir que las encuentra en sí misma (en la razón), en tanto la persona humana (Yo) las construye en y desde sí misma, a partir de la dinámica a la que le impele la tensión teologal: la necesidad de dar un sentido al ser absoluto relativo que es su persona.

Yo creo en la intuición, entendida como el insight cognitivo al que ya me referí en su momento, como un "darse cuenta de" o "caer en la cuenta" de un determinado fenómeno a través de un modo de ser vivenciado y experienciado (realidad virtual).

La vía estética tan solo es una vía más de la razón para construirnos a nosotros mismos y, así, dotarnos de sentido; para significar nuestra existencia y positivar la muerte.

Ahora, bien, y en contra de lo que sostienen las tesis materialistas (sobre todo el marxismo), no todos los tipos de personas están capacitados para desarrollar o vivenciar lo que podríamos denominar "experiencias místicas", en un lenguaje más irracional y metafórico, o insight cognitivo, en lenguaje lógico-racional. No importa cómo denominemos a ese modo de experienciar que solo algunas personas, dotadas de gran humildad ontológica (Heidegger) pueden aprehender.

La tensión teologal a la que se refiriera Zubiri hace referencia a la necesidad de afrontar un problema vital: cómo hacernos a nosotros mismos, es decir, cómo podemos llegar a ser nosotros mismos. Zubiri lo denomina problema teologal. Para ello debemos instarnos a descubrir quiénes somos (de nuevo San Agustín, al cual no hay que ver como un místico, sino como un precursor del psicoanálisis, insisto en ello).
El artista y/o creador es, tan solo, aquel individuo que pre-siente en su Yo la imperiosa necesidad de transcendentalizar su carácter mundano y ser algo más que un ser absoluto relativo, es decir, un Yo incompleto.

Los defensores del materialismo podrían rebatir::
No hay, en ningún creador, algo puramente original ni creativo. Para ser Nietzsche, o Holderlin u Homero, es necesario estudiar y aplicarse continuamente, además de poseer una especial inclinación estética. Decía Hegel que el genio sólo se presenta especialmente fecundo tras largos y continuados estudios.

Discrepo y disiento con vehemencia. ¡Por supuesto que en todo gran artista subyace algo original y creativo! ¡Subyace su único y singular Yo! Subyace un tipo de hombre que no es común ni mediocre, pues se insta a sí mismo a conocerse, aceptarse y superarse.
El genio subyace, efectivamente, en un determinado tipo de hombre, pero no siempre dicho genio se presenta o manifiesta, que es a lo que se refería Hegel. El genio es un pre-ser en potencia que permanece latente en un determinado tipo de Yo. Solo si ese Yo personal tiene la oportunidad (posibilidad) y se insta a "descubrirse a sí mismo", a través de trabajo y estudio, su genio se hará visible.
Alguien que no tenga dentro de sí dicho genio ya podrá estudiar y esforzarse, formarse y conocer todas las técnicas de una vía estética determinada, pero como mucho no pasará de ser un artista mediocre o del montón.
Yo entiendo que a los dogmáticos defensores de perversos y falaces igualitarismos les cueste reconocer esta verdad.

Pero, lo siento mucho, no todos los tipos humanos son iguales, por más que a algunos les interese sostener tal falacia para, así, legitimar las aspiraciones de utópicas ideologías.
Podríamos decir, aceptando que posiblemente pequemos de reduccionistas, que hay dos tipos básicos de hombres: los que buscan una vida auténtica vs los que se dejan llevar por la vida inauténtica impuesta por el Das-man (sí, de nuevo Heidegger).

Volvemos a encontrar coincidencias entre San Agustín, Heidegger, Ortega y Zubiri, y, atención, también Marx.

Todos los grandes pensadores (incluiremos a Marx para no herir susceptibilidades) fueron conscientes de la gran diferencia existente entre dos tipos humanos básicos: los paganos (San Agustín), los hombres-sujeto (Hegel), hombres-masa (Ortega), hombres inmersos en el Das-man (Heidegger) u hombres-alienados (Marx) frente a los que ven la luz.

¿Quiénes son los que ven la luz? Pues dependerá del suprematismo ideológico que cada pastor del ser defienda; dependerá de la conciencia verdadera que cada creador pretenda universalizar.
Para San Agustín el hombre auténtico sería el creyente en Dios, para Hegel sería aquel que armonizara su espíritu (conciencia) con el mundo, para Ortega sería el aristoi, para Heidegger el Dasein preocupado por el sentido del ser, para Marx el proletario consciente...

Todos los grandes pensadores, incluido Marx, distinguieron entre dos tipos de hombres; los preocupados vs los despreocupados. No nos importa, para el tema que nos ocupa, saber qué les preocupaba sino qué hacían ante el problema vital de tener que conocerse a sí mismos; ¿aceptaban dicha preocupación (teísmo religioso y/o ideológico) o la negaban y pasaban de ella?

Mi tesis sostenía:
No es que el loco esté desapegado de la realidad, como sostienen falazmente la mayoría de los manuales de psicología, sino que está desapegado del sentido de realidad impuesto por una conciencia colectiva determinada.

Lo que pretendo, con la tesis que intento desarrollar, es ir más allá de lo que los grandes pensadores vieron con claridad meridiana: existen diferentes tipos de hombres.
Lo que pretendo, aceptando como evidente dicha diferencia antropológica entre tipos humanos, si se prefiere ver así, es intentar descubrir qué es lo que subyace en ese tipo determinado de hombre que se insta a conocerse, aceptarse y superarse; ¿qué subyace en todo individuo creador y buscador de esencias (sentidos)?

Podríamos decir, efectivamente, que lo que subyace es el genio. ¿Pero qué es el genio?

Desde mi punto de vista, el genio sería el conjunto de rasgos o notas biogenéticas que determinan el Yo de una persona. Y, dependiendo de cómo sea dicha predeterminación biogenética, y de las posibilidades que se le ofrezcan a dicho Yo en la realidad abierta, se podrá, o no, manifestar el genio o esa inquietud apriorística que determina el ser genio.

¿Y qué determina que en unos individuos exista, o esté latente o pre-presente, dicha inquietud apriorística que impele al genio a manifestarse? Pues un determinado perfil que, de momento, he considerado que estaría constituido por tres caracteres o tendencias innatas:

1) Tendencia a la autorreflexión e introspección.
2) Tendencia al antigregarismo grupal.
3) Tendencia egocéntrica (a satisfacer necesidades e inquietudes del propio Yo personal).

Por supuesto, estoy dando gruesos brochazos, pero todo buen conocedor del arte de pintar sabe que primero hay que esbozar, crear y distribuir espacios, plantear los diferentes tonos y contrastes con gruesas pinceladas en óleo muy diluido. Después, poco a poco, usaremos los pinceles finos para concretar y matizar los detalles, hasta que la idea tome forma y se haga comprensible y reconocible.

En una primera aproximación, sin embargo, sospecho (sí, intuyo) que dichos rasgos (tendencias) aparecen más presentes, al menos estadísticamente, en un determinado tipo de hombre que suele estar estigmatizado socialmente, un freak u outsider que, en no pocas ocasiones, muestra algún tipo de extraña rareza, consecuencia de su personalidad desajustada y desintegrada

Llegados a este punto, solo cabe someter a estudio y evaluación otra nueva tesis: ¿existe una significativa correlación entre el genio (inquietud creadora) y los individuos con cierto grado de locura?

Creo que sí, que resulta evidente (hay evidencias) de que el genio y la locura están estrechamente relacionados, pero es claro que habría que demostrarlo. ¿Cómo?

Algún crítico podrá alegar que no todos los genios comparten rasgos de locura (entendida como sinónimo de desajuste y desintegración).

¿Y cómo demuestran dichos críticos que no todos los genios presentan, o presentaron en el pasado, cierto grado de locura?

Me podrían citar a Platón y Aristóteles, Darío, Juan Ramón Jiménez y Lorca como ejemplo de genios que, supuestamente, no compartían rasgos de locura o desajuste y desintegración social.
Yo no estaría tan seguro de ello. No tenemos documentación que haga referencia a los perfiles psicológicos de Platón y Aristóteles, pero me atrevería a asegurar que en los poetas que se han enumerado subyacía, sin duda, esa tensión teologal a la que se refiriera Zubiri y que Unamuno bautizara como sentimiento trágico de vivir.
Sabemos que Empédocles se arrojó a un volcán creyéndose inmortal.
Por otro lado, hoy tenemos evidencias de que Kant, el racional y genial Kant, era posiblemente un hipocondríaco con rasgos maníaco-obsesivos. Más evidentes y conocidos fueron los desajustes de Nietzsche o Wittgenstein. Kierkegaard y Unamuno, como Camus y Sartre, fueron irredentos depresivos que se salvaron a través de su filosofía, como Emil Cioran.
¿Y los pintores? Tenemos a Van Gogh, el pintor loco por excelencia, pero también a Modigliani, Chagall, Pollock, Dalí... y seguramente a otros muchos cuyos desajustes eran menos visibles o fueron menos conocidos.

En fin, mi bello cuadro va tomando forma a medida que comienzo a usar los pinceles más finos y de pelo de marta.

lunes, 9 de mayo de 2016

Locura y genialidad (parte III)


Quizás desplegué demasiadas ideas en mis anteriores reflexiones en torno a la "locura y la genialidad" y no quedó suficientemente "clara" la tesis que pretendí defender:

No es que el loco esté desapegado de la realidad, como sostienen falazmente la mayoría de los manuales de psicología, sino que está desapegado del sentido de realidad impuesto por una conciencia colectiva determinada.
 
Lo que le sucede al loco es que se siente desvinculado o desplazado, des-integrado, del sentido de la realidad en la que se encuentra inmerso.

Mi tesis no asume que haya diferentes o múltiples realidades, sino diferentes sentidos o interpretaciones de una única realidad.
Así, no hay presente ningún platonismo en la tesis que defiendo, porque no me he referido a varias realidades en ningún momento. Solo hay una única realidad-fundamento.
Lo que sucede es que el hombre es un ser absoluto relativo, es decir, es una persona que debe hacerse a sí misma en una realidad abierta a múltiples posibilidades. Por esto que señalo, por el carácter abierto de la realidad, podemos otorgarle a la misma diferentes sentidos y/o significados.
Que la realidad sea abierta solo quiere decir que cada hombre, a través del libre albedrío, optará por unas posibilidades u opciones frente a otras; para hallar o construir su propio proyecto vital, fundamentándolo o justificándolo con un determinado sentido y/o significado.

Lo que sostengo, en definitiva, es que cierto tipo de hombre, aquel que neurobiológicamente esté más predeterminado hacia el gregarismo o conformismo grupal, hará suyo el sentido o cosmovisión que le ofrezca la sociedad en la que se encuentre inmerso.
Sin embargo, otro tipo de hombre, que quizás haya denominado loco precipitadamente y sin matizar suficientemente, se sentirá desajustado y/o desintegrado del sentido construido socialmente por el Dasein histórico al que pertenece.

Yo no hago ninguna igualación entre locura, estética y genialidad, sino que establezco relaciones entre dicha tríada. Al contrario, parto del hombre como individuo único, determinado neurobiológicamente en una única realidad; en una realidad que, a su vez, también estará determinada por unos concretos valores: aquellos hallados y/o construidos por el Dasein histórico.

¿Qué relaciones subyacen entre el loco, el arte y el genio?

El hombre, a pesar de sus pre-determinaciones apriorísticas biogenéticas, intra-individuales (su Yo) y sociales e históricas, tendrá la posibilidad de hacerse a sí mismo, porque la realidad es abierta y posibilitante.

Ahora bien, no todos los tipos de hombres tendrán las mismas posibilidades para construir o fundamentar su Yo.
Un individuo que a priori sea más sociable y gregario, y que disponga de mayores habilidades sociales y comunicativas, se sentirá cómodo en un entorno que esté pensado para garantizar el éxito de individuos que sean como él; es decir, dicho individuo podrá superar las adversidades vitales con mayor facilidad, por ejemplo, que otro individuo que no disponga de habilidades sociales y/o comunicativas.

Estamos de acuerdo en aceptar, creo, que el loco que lo es por causas neurobiológicas severas (esquizofrenia, demencia y psicosis) estará y se sentirá irremediablemente desapegado de la realidad. Una enfermedad mental que presente una sintomatología severa difícilmente podrá superar las adversidades vitales; difícilmente le permitirá al individuo construir y desempeñar un proyecto vital propio. Dicha persona será dependiente, necesitará ayuda y tendrá escasas posibilidades de ser autónoma e independiente (me estoy refiriendo, para que no haya lugar a dudas, a lo que popularmente se conoce como "loco de atar").
Ahora bien, la locura se manifiesta, como muchos síndromes (dislexia, autismo...), en diferentes grados.
La psiquiatría ha bautizado a las locuras menores, a aquellas locuras que presentan síntomas más benignos, con diferentes nombres: personalidades esquizoides, esquizotípicas, límites...
De hecho, no resulta ético ni profesional denominar loco a un individuo que presente ciertas carencias o déficits emocionales (quede constancia de ello), ya sea un Asperger, un bipolar o un esquizoide, pero para el caso que nos ocupa resultará conveniente usar genéricamente el término de loco, entendiéndolo como definición de "raro o extraño", o como se dice ahora: individuo freak y/o outsider.

Lo que sostengo es que dichos individuos, freaks y outsiders, no lo son por decisión propia, sino porque así lo percibe la generalidad de los individuos integrados y normativizados socialmente.
Lo que sostengo es que ciertos locos, no diremos todos; especialmente aquellos que muestran algún tipo de dificultad para integrarse (grados de autismo, Aspergers, esquizoides, etc...) por su propia predeterminación biogenética se sienten desapegados de la realidad, porque ellos mismos, impelidos por su Yo (autorreflexivo, introspectivo y egocéntrico) no tienen más remedio que construirse desde sí mismos y desde dentro de sí mismos. Es decir, solo podrán optar a determinadas posibilidades de la realidad abierta(una única realidad) aprehendiéndola e interpretándola de manera diferente al resto de personas.
Así, dicha singularidad en el momento de aprehender e interpretar la realidad será lo que constituirá, de hecho, el carácter original y creativo de dichos individuos.

Ahora bien, y como ya señalé, si bien de entrada ya podemos generalizar y decir que todos los locos son creativos (tanto los que muestran síntomas severos como los que presentan sintomatología más benigna) no todos ellos, por sus propias autolimitaciones, dispondrán de capacidad para trascender su creatividad interior y conseguir comunicársela a los demás.
Por ejemplo, un autista severo, que presente un acusado mutismo, quizás tenga un riquísimo y creativo mundo interior, pero sus propias limitaciones (sociales y comunicativas) le impedirán exteriorizarlo a través de una vía estética. Lo mismo podríamos decir de un individuo que presentara una esquizofrenia profunda o una demencia severa.

Solo los locos que manifiesten cierto grado de locura podrán trascender su mundo interior a través de la creación estética.
De hecho, sostengo, osada y arriesgadamente, que detrás de todo gran artista, da igual en qué modalidad se exprese (literatura, música, pintura...), se esconde un loco, un individuo raro y extraño, o un freak y/o outsider, como prefiramos llamarlo.

Conclusión:

Cojamos a grandes filósofos, literatos, pintores, músicos... y analicémoslos psicológicamente, aunque solo sea superficialmente, y comprobaremos que sus rasgos de carácter o personalidad no suelen coincidir con los del hombre-masa o tipo de hombre medio.
Para empezar, la mayoría de los grandes artistas son autorreflexivos e introspectivos, sienten la tensión teologal o el sentimiento trágico de vivir; no suelen ser gregarios, sino que, las más de las veces, prefieren el ensimismamiento o recogimiento interior. Son capaces de enfrentar sus ideas, su Yo, al uniformismo que impone la masa en cada momento histórico. Solo individuos así pueden enfrentarse al Dasein histórico para hallar y/o construir nuevos valores y sentidos de vida; solo desde un cierto desapego con la realidad, con el sentido de realidad impuesto socialmente, se pueden crear nuevas opciones y posibilidades del ser, pero en la misma realidad.

domingo, 8 de mayo de 2016

Locura y genialidad (parte II)

Efectivamente, Don Quijote ni existió ni existe, pero, como señalara Unamuno, se nos antoja más real incluso que Miguel de Cervantes. ¿Por qué? Porque está más presente y actualizado, más manifiesto en nuestra conciencia (memoria colectiva) que su autor.
Por tanto, Don Quijote de la Mancha es un ficto, una ficción. Zubiri diría que es una realidad en ficción.

En mi opinión personal, la realidad en ficción es lo que podríamos denominar realidad virtual. Toda novela o creación literaria trasciende cuando sus personajes se universalizan, por decirlo de alguna manera, y se convierten en realidad (en ficción) en nuestra conciencia, en la memoria colectiva o Dasein histórico.
Pero no todos los personajes reales en ficción trascienden (no todos van más allá de la conciencia particular de su autor) sino que muchos de ellos son, tan solo, realidades virtuales única y exclusivamente vivenciadas y experienciadas por sus creadores.

Pondré un ejemplo: Van Gogh
Vincent Van Gogh no hubiese pasado de ser un loco más; uno más de los cientos de miles de individuos anónimos que pasan por el mundo sin pena ni gloria. Sin embargo, tras su muerte, alguien decidió que su obra era trascendente, importante y genial. Ese alguien fue escuchado por otros muchos, y estos, a su vez, por muchos más, hasta que el Dasein histórico o conciencia colectiva se convenció de que la obra de Van Gogh era la propia de un genio.

Un ejemplo más: John Kennedy Toole.
Como le sucediera a Van Gogh, el reconocimiento le llegó tarde a Kennedy Toole, autor de "La conjura de los necios", pero, una vez más, alguien se fijó en su obra, pensó que era genial y así lo transmitió al resto de seres humanos que conforman la implacable memoria colectiva que, como la guerra, a unos hombres hace dioses (genios) y a otros esclavos (locos).
El Dasein histórico dictamina y decide qué autor, muchas veces un loco o desequilibrado, tendrá el honor de alcanzar el statu de genio. Pero para que la conciencia colectiva imponga su dictatorial decisión, primero alguien deberá descubrir o desvelar al genio que se oculta en el loco.
¿Quién es ese alguien al que me he referido en varias ocasiones y que he subrayado en negrita intencionadamente?
Pues ese alguien solo puede ser un híbrido que sirva de puente o canal de transmisión entre la obra del loco y el resto de la humanidad.
Ese alguien tiene que ser un pastor del ser, un individuo lo suficientemente loco como para entender a los locos, pero, además, deberá estar lo suficientemente cuerdo como para no perderse en la irracional incoherencia del loco, pues tendrá que ser capaz de interpretar racionalmente aquello que el loco solo puede expresar irracional y/o intuitivamente.

Aquí quería llegar.

Unamuno tenía fama de tener un carácter difícil e irascible, también de ser bastante incoherente y de ser propenso a la contradicción. Él mismo solía decir que contradecirse era lo más humano. Con semejante perfil psicológico hubiese resultado muy difícil que muchos guardianes de la razón, curas y bachilleres ebrios de lógica racional, le hubiesen prestado la atención que se merecía. De hecho, incluso sus más fieles admiradores (Zambrano, por ejemplo) le "regateaban" el calificativo de filósofo alegando, supuestamente a su favor, que el genio de Salamanca era, sobre todo, un poeta (un original creador).
Unamuno, en realidad, fue un loco, y como todo loco fue un gran visionario.
Husserl fue el primer pensador que señaló que las imágenes que se generaban en nuestra conciencia ya eran, de facto, pre-ser o pre-realidad, en tanto, eran ideas y pensamientos que podrían ser llevados a la práctica real.
Heidegger interpretó esa pre-realidad en la conciencia como potencia de ser o posibilidad de ser, como Ortega.
Sin embargo, Zubiri fue el puente entre la locura de Unamuno y la metafísica racional-analítica de Heidegger y Ortega.
¿Era cierto, como sostenía Unamuno, que los personajes en la ficción ya eran, de hecho, personajes reales con vida propia (vivenciados y experienciados en la conciencia)?
Sí, claro que sí. Así lo demostró Zubiri con su filosofía de la realidad y la inteligencia sentiente. Zubiri racionalizó y explicó sistemáticamente lo que Unamuno tan solo esbozó de forma intuitiva y a través de pinceladas de original creatividad.
Lo mismo hizo Heidegger al interpretar las intuitivas pinceladas de Nietzsche, recuperando la filosofía del loco filósofo y reactualizándolas. Lo que se reactualiza se hace presente, se hace manifiesto y es vivenciado y experienciado (Zubiri). Y lo que es experienciado (sentido) como real, aunque sea virtual, ya es, en tanto que vivenciado, verdad.

Concluyo: los locos son necesarios para descubrir y desvelar los dictados del ser; o son necesarios para construir sentidos y significados, si se prefiere recurrir al constructivismo. Pero poca atención tendrían los locos, para el común de los mortales, si no existieran esos otros individuos, puentes híbridos, prestos a interpretar racionalmente esos susurros del ser, casi inaudibles, que solo los locos pueden captar intuitiva e irracionalmente.