Comentaba en mi entrada anterior que la última lectura de "El viaje a Oriente", de Hermann Hesse, me había sugerido nuevas "sensaciones", muy diferentes a las que experimenté siendo mucho más joven, cuando leí por primera vez el introspectivo relato del escritor alemán.
Hoy "siento" de manera diferente este pequeño libro; lo saboreo de forma distinta y lo valoro desde una nueva perspectiva vital.
Cuando era joven tan solo vi "poesía" en este onírico relato de Hesse; disfruté con la fantasía que de él emanaba y me "distraje" paladeando su sugestiva prosa, seductora y hermosa a un tiempo.
Sí, es cierto que ya entonces percibí el carácter angustiado y atormentado del viajero H.H; es cierto que, de alguna manera, "comprendí" que éste era un ser "perdido" en el mundo que deseaba encontrar un camino "salvador". Sin embargo, no realicé ningún análisis reflexivo que me permitiese "profundizar" más allá, ni en la psicología del protagonista ni en el fin último de dicho relato.
No podía, entonces, llegar mucho más lejos en la lectura de "El viaje a Oriente", porque, de hecho, yo tampoco había llegado demasiado lejos en mi vida.
Y es que, durante la primera lectura que hice de "El viaje a Oriente", yo mismo era un alegre viajero del Circulo; alguien que todavía leía por placer y no por pura necesidad vital; era alguien que dibujaba y pintaba, y que todavía se deleitaba escuchando música embriagadora a todas horas.
Fui un joven que, en cierta manera, participó en "El viaje a Oriente", como los risueños Klingsor ("El último verano de Klingsor") y Goldmundo ("Narciso y Goldmundo"). Era un joven que solo necesitaba amar y emborracharse de vida o, como le dijera en cierta ocasión a una amiga de la que hoy es mi mujer: "Solo necesitaba tener a mi chica cogida de la mano y en la otra mano una cerveza fresquita".
No me puedo quejar, pues todavía hoy, un par de décadas más tarde, sigo teniendo a la misma chica cogida de mi mano; y de tanto en tanto todavía me puedo permitir "evadirme" de la existencia, que no de la vida, saboreando néctares dionisíacos. Pero ya no soy aquel joven alegre y risueño de antaño. Sin duda he cambiado mucho.
Ahora estoy "perdido", como el angustiado H.H que abandonó el Círculo; y, como él, solo ansío volver a reencontrar el gusto por la vida. De la misma manera que el desorientado H.H dejó de tocar el violín y, peor aún, lo empeñó por un puñado de monedas, así, de forma parecida, dejé yo mismo de pintar y vendí mi preciada colección de discos de vinilo.
Perdidas la fe y la esperanza, ya solo me queda intentar "escribir" el relato de lo que fue mi particular viaje a Oriente. De hecho, intento, como el perdido H.H, entrar de nuevo en el Círculo, para salvarme y para poder seguir viajando; para no quedarme, tan solo, viendo pasar la vida mientras se llega la muerte.
Sí, en esta última lectura de "El viaje a Oriente" he reflexionado mucho más, pues es lo que tiene la metamorfosis vital que te transforma, de un alegre y despreocupado Goldmundo a un analítico y serio Narciso. No soy Goldmundo ni puedo ser ya Klingsor, el pintor vitalista; ni siquiera puedo aspirar a ejercer de loco caballero andante. Ahora soy todo sensatez sanchopancesca.
La vida me ha cambiado, y mi transformación también ha hecho mutar el "sentido" de aquellos libros que otrora configuraron mi biografía vital; y, por supuesto, también cambiaron a los protagonistas de las novelas que leí.
Ya poco me dice Hermann Hesse, porque no creo en Buda ni en la vida contemplativa; no creo en la vida fácil en el valle, ya sea en utópicos Paraísos celestiales o en terrenales y ricos jardines como los que disfrutó el despreocupado Siddharta en su juventud.
He comprendido que la vida no se desarrolla en un plácido valle, generoso y garante de recursos, y en cuyo seno la existencia humana transcurre sin problemas. Tampoco me vale el proceder cobarde de quienes construyen un búnquer virtual en su mente, donde dicen hallar la paz interior con ellos mismos y con el mundo.
He aceptado que no soy Klingsor, el despreocupado y vitalista pintor que también fuera compañero de H.H en el Círculo que viajaba a Oriente; ni soy, pues no me lo permiten mis circunstancias vitales, un loco Quijote, ni siquiera puedo ser el atormentado Hermann Hesse que podía permitirse el lujo de escribir, de la misma manera que los ociosos griegos elucubraron sobre el ser y otros ilustres pensadores se dedicaron al vano deporte de filosofar (Ortega y Gasset).
Los autoengaños están bien, son necesarios, pero no les están permitidos a los hombres de carne y hueso. Bien está que Buda, el místico espiritual, se autoengañase por tal de salvarse de la náusea de la nada; bien está que Cristo se autoengañase por tal de hacernos creer en la inmortalidad del alma.
Perdonado está, por supuesto, mi admirado Hermann Hesse, por haber sabido salvarse del suicidio a través de su introspectiva obra literaria y, de paso, por qué no decirlo, haber conseguido vivir de la palabra, que no de los hechos.
Pero mi salvación, estoy seguro de ello, no está en mi interior ni en la creación de bonitas palabras, sino en los hechos de la vida misma; está en la existencia de mis dos hijos, en el quehacer diario que me insta a salvar circunstancias adversas; en los pequeños placeres cotidianos que me recuerdan, mal que sea por breves instantes, que es mejor estar vivo que muerto.
La vida no es contemplación, sino constante quehacer y proyección futura.
¿Quién quiere ser un gordo Buda eternamente "sentado" y meditando?
¿Quién puede desear "viajar a Oriente" cuando es consciente de que es heredero y portador de aquella ancestral energía vital de Occidente, propia de hombres de carne y hueso?
viernes, 22 de mayo de 2015
jueves, 14 de mayo de 2015
"El viaje a Oriente" de Hermann Hesse.
Ha vuelto a caer en mis manos el pequeño librito "El viaje a Oriente", de mi estimado Hermann Hesse. Fue mi hija, el otro día, la que me lo entregó después de que el susodicho libro estuviese reposando, no sé durante cuánto tiempo, en su nutrida biblioteca, junto a otros libros.
De hecho, me confesó mi hija, me lo devolvía virgen e inmaculado, sin haber leído ni una sola de sus páginas y para poder "hacer sitio" a otras creaciones literarias más de su gusto.
Supongo que la lectura de "El viaje a Oriente" no era la más adecuada para una niña de 11 años que solo deseaba leer los "tochos" de literatura fantástica de Geronimo Stilton y Kika superbruja.
Ahora, con 13 años, a mi hija le ha dado por leer las novelas romántico-juveniles del ínclito John Greene. Bueno, me digo a mí mismo, poco a poco madurará, y quizás dentro de unos años comience a deleitarse con nuestros Unamuno o Pío Baroja; quizás incluso rebusque en mi egregia biblioteca las obras de Hermann Hesse. Allí estarán, esperándola pacientemente todas ellas.
Volví a releer "El viaje a Oriente", como no podría ser de otra manera, y no sin que antes mi mujer volviese a "señalarme" la patológica compulsión que me obliga a leer libros que ya he leído en otras ocasiones, o que me insta a ver películas que ya he visionado con anterioridad.
Y sin embargo, repetir lecturas no es ejercicio baladí, porque al releer una obra, sobre todo si han pasado unos años desde la última vez que fue leída, se extraen nuevas enseñanzas que otrora nos pasaron desapercibidas.
El libro es el mismo y su contenido sigue exponiendo las mismas ideas que cuando lo leí por primera vez, hace ya la friolera de 17 años. Y, sin embargo, ahora "El viaje a Oriente" se me antoja un libro diferente, distinto... Quizás sea yo quien ha cambiado, ¿tal vez sea yo "el diferente"?
¿Qué es "El viaje a Oriente"?
El libro constituye, en sí mismo, otro de los muchos análisis introspectivos con los que Hesse, a través de la catarsis literaria, intentó salvar su alma; un nuevo ensayo para salvarse de la nada y de la angustia vital.
El viaje a Oriente narra las andanzas y hazañas de un Círculo de viajeros que protagoniza una Cruzada hacia Oriente, siendo "Oriente" una metáfora para referirse a la meta espiritual que cada uno de los viajeros lleva a cabo. Todos los viajeros comparten el mismo viaje y el mismo fin último: buscarse (conocerse) a sí mismos y hallar "el sentido del ser". Pero a veces el grueso del grupo se divide y cada pequeño grupúsculo toma caminos diferentes, pues hay tantos caminos posibles para llegar al fin último (conocimiento) como deseos y voluntades individuales. De hecho, en numerosas ocasiones, algunos viajeros se pierden por algún tiempo y deambulan solitarios hasta que vuelven a reencontrarse con alguno de los grupos del Círculo. Otros, los que pierden definitivamente la fe y la esperanza durante el viaje, nunca regresarán y se olvidarán del Círculo y de todo lo que éste significó en sus vidas.
Pues bien, uno de los viajeros del Círculo que acabará por "perderse" será el propio Hermann Hesse, el cual será el narrador de tan peculiar historia y aparecerá con las siglas "H. H." (sus iniciales).
¿Y qué significará perderse u olvidarse del Círculo?
Olvidar el Círculo, que será tanto como abandonar la mística Cruzada a Oriente, significará perder la esperanza y la fe en cualquier referente espiritual; significará acabar sumido en la angustia existencial a la que aboca, irremediablemente, la razón. Olvidarse del Círculo sería el análogo a olvidarse de uno mismo y de las cuestiones más importantes sobre la vida, a las cuales solo se puede llegar a través de la irracionalidad inherente al ser humano: el arte, la poesía, la religión, la música, la imaginación...
Hermann Hesse, alma atormentada, reconocerá haberse perdido; confesará haber "huido" del Círculo, y se acusará a sí mismo de haber abandonado, cobardemente, el peregrinaje hacia Oriente que habría de darle un sentido a su vida y, por tanto, le salvaría de la nada.
Cuando el propio Hesse se da cuenta de que su vida fuera del Círculo, lejos de satisfacerle, tan solo le sume en el sentimiento trágico de vivir, intenta por todos los medios volver a participar en el viaje a Oriente, es decir, intentará "reencontrarse" a sí mismo para poder salvarse del suicidio.
¿Pero cómo podrá volver al Círculo y, así, recuperar la esperanza y la alegría de vivir?
El desorientado H. H. (Hermann Hesse) tan solo acertará a recordar a otro viajero: Leo, un compañero alegre y vitalista que era el "alma espiritual" del Círculo; que era un criado, servicial y solícito, amigo de todos y enemigo de nadie. Y lo recordará, a pesar de que el resto de integrantes y los hechos del propio viaje se iban borrando de su mente, porque antes de que él mismo (H.H) abandonase el Círculo, fue Leo quien desertó del grupo sin previo aviso, de repente. Pero H.H aún recordaba a Leo, sobre todo porque el desconfiado H.H llegó a creer que su compañero, antes de su huida, le robó un preciado medallón que él guardaba celosamente.
Así pues, H.H, tras mucho reflexionar, llegará a la conclusión de que para encontrar de nuevo al Círculo primero deberá dar con el paradero de Leo.
El reencuentro de H.H con Leo, o consigo mismo.
H.H solo consigue recordar a Leo porque, como se verá a lo largo de la narración, el vitalista compañero simbolizaba, en realidad, al niño inocente y puro que todos somos antes de perder la fe y la esperanza; Leo era el mismísimo H.H, pero también era, al tiempo, todos y cada uno de los integrantes del Círculo; era el UNO absoluto, el supremum, o como Hermann Hesse se referirá a él en su novela: el Superior de los Superiores.
Leo era ante todo servicial y estaba al servicio de los demás, porque él era la vida misma; porque amaba y respetaba la música, la poesía, y cualquier manifestación mística y/o religiosa procedentes de cualquier cultura o de cualquier grupo humano. Leo era, en definitiva, la antítesis de la razón, pues la alegría que emanaba de alguien tan vivo y lleno de fe y esperanza solo podía nacer de la irracionalidad.
Conocerse a uno mismo es difícil, cuando no tarea imposible, pero es el deporte filosófico de preguntarnos sobre nosotros mismos, y sobre la vida (única verdad radical), lo que da sentido a nuestra existencia.
No importa que no hallemos respuestas a las preguntas más trascendentes sobre "el ser", como no importaba, realmente, que el viaje a Oriente de H.H no llevase a parte alguna; se trata en ambos casos de hacer camino y de caminar, hacia cualquier dirección, pero con alegría y esperanza.
Cuando se pierde la fe, la alegría y la esperanza, no importa en qué idea o meta, religión, misticismo, sueño o fantasía, se pierden las ganas de vivir; es entonces cuando abandonamos el Círculo (la vida) y quedamos sumidos en la angustia frente a la nada.
Y frente a la nada solo quedan dos alternativas: abandonarnos a una existencia inauténtica de autoinmolación que, en el peor de los casos, nos conducirá hacia el suicidio, o intentar reencontrarnos con el niño inocente que éramos cuando todavía creíamos en la magia, en los sueños y en la vida eterna.
Pero, como decía, si llegar a conocernos a nosotros mismos ya supone en sí mismo una ardua tarea, más difícil todavía resultará reencontrarnos después de habernos perdido en el Círculo, o en la vida; más difícil será recuperar la fe una vez la perdimos por dictamen de la todopoderosa diosa Razón.
Para que H.H pudiese encontrar a Leo, es decir, para que pudiera reencontrarse consigo mismo, primero tuvo que sentir un profundo arrepentimiento por haber abandonado el Círculo (la vida) y después tuvo que expiar sus culpas aceptando el castigo que le sería impuesto por la vida misma (Leo). Leo, de hecho, es el análogo al ser, o el sentido del ser, al cual solo podemos acceder a través de humildad ontológica (Heidegger), con alegría, pero también con atención reflexiva y expectante.
El viaje, como no podía ser de otra manera, acaba místicamente, con H.H fusionándose con Leo, con el UNO absoluto. La comunión final de H.H con y en "lo otro" se consuma tras la necesaria meditación reflexiva que le instó a conocerse a sí mismo y a conciliarse con el Ser, la vida o Dios, como cada uno de nosotros prefiramos llamar al UNO o al Superior de los Superiores.
La relectura de "El viaje a Oriente" me ha hecho reflexionar sobre mí mismo y sobre las influencias de una misma obra literaria en diferentes momentos de nuestra vida. Ver aquí: "análisis personal introspectivo".
De hecho, me confesó mi hija, me lo devolvía virgen e inmaculado, sin haber leído ni una sola de sus páginas y para poder "hacer sitio" a otras creaciones literarias más de su gusto.
Supongo que la lectura de "El viaje a Oriente" no era la más adecuada para una niña de 11 años que solo deseaba leer los "tochos" de literatura fantástica de Geronimo Stilton y Kika superbruja.
Ahora, con 13 años, a mi hija le ha dado por leer las novelas romántico-juveniles del ínclito John Greene. Bueno, me digo a mí mismo, poco a poco madurará, y quizás dentro de unos años comience a deleitarse con nuestros Unamuno o Pío Baroja; quizás incluso rebusque en mi egregia biblioteca las obras de Hermann Hesse. Allí estarán, esperándola pacientemente todas ellas.
Volví a releer "El viaje a Oriente", como no podría ser de otra manera, y no sin que antes mi mujer volviese a "señalarme" la patológica compulsión que me obliga a leer libros que ya he leído en otras ocasiones, o que me insta a ver películas que ya he visionado con anterioridad.
Y sin embargo, repetir lecturas no es ejercicio baladí, porque al releer una obra, sobre todo si han pasado unos años desde la última vez que fue leída, se extraen nuevas enseñanzas que otrora nos pasaron desapercibidas.
El libro es el mismo y su contenido sigue exponiendo las mismas ideas que cuando lo leí por primera vez, hace ya la friolera de 17 años. Y, sin embargo, ahora "El viaje a Oriente" se me antoja un libro diferente, distinto... Quizás sea yo quien ha cambiado, ¿tal vez sea yo "el diferente"?
¿Qué es "El viaje a Oriente"?
El libro constituye, en sí mismo, otro de los muchos análisis introspectivos con los que Hesse, a través de la catarsis literaria, intentó salvar su alma; un nuevo ensayo para salvarse de la nada y de la angustia vital.
El viaje a Oriente narra las andanzas y hazañas de un Círculo de viajeros que protagoniza una Cruzada hacia Oriente, siendo "Oriente" una metáfora para referirse a la meta espiritual que cada uno de los viajeros lleva a cabo. Todos los viajeros comparten el mismo viaje y el mismo fin último: buscarse (conocerse) a sí mismos y hallar "el sentido del ser". Pero a veces el grueso del grupo se divide y cada pequeño grupúsculo toma caminos diferentes, pues hay tantos caminos posibles para llegar al fin último (conocimiento) como deseos y voluntades individuales. De hecho, en numerosas ocasiones, algunos viajeros se pierden por algún tiempo y deambulan solitarios hasta que vuelven a reencontrarse con alguno de los grupos del Círculo. Otros, los que pierden definitivamente la fe y la esperanza durante el viaje, nunca regresarán y se olvidarán del Círculo y de todo lo que éste significó en sus vidas.
Pues bien, uno de los viajeros del Círculo que acabará por "perderse" será el propio Hermann Hesse, el cual será el narrador de tan peculiar historia y aparecerá con las siglas "H. H." (sus iniciales).
¿Y qué significará perderse u olvidarse del Círculo?
Olvidar el Círculo, que será tanto como abandonar la mística Cruzada a Oriente, significará perder la esperanza y la fe en cualquier referente espiritual; significará acabar sumido en la angustia existencial a la que aboca, irremediablemente, la razón. Olvidarse del Círculo sería el análogo a olvidarse de uno mismo y de las cuestiones más importantes sobre la vida, a las cuales solo se puede llegar a través de la irracionalidad inherente al ser humano: el arte, la poesía, la religión, la música, la imaginación...
Hermann Hesse, alma atormentada, reconocerá haberse perdido; confesará haber "huido" del Círculo, y se acusará a sí mismo de haber abandonado, cobardemente, el peregrinaje hacia Oriente que habría de darle un sentido a su vida y, por tanto, le salvaría de la nada.
Cuando el propio Hesse se da cuenta de que su vida fuera del Círculo, lejos de satisfacerle, tan solo le sume en el sentimiento trágico de vivir, intenta por todos los medios volver a participar en el viaje a Oriente, es decir, intentará "reencontrarse" a sí mismo para poder salvarse del suicidio.
¿Pero cómo podrá volver al Círculo y, así, recuperar la esperanza y la alegría de vivir?
El desorientado H. H. (Hermann Hesse) tan solo acertará a recordar a otro viajero: Leo, un compañero alegre y vitalista que era el "alma espiritual" del Círculo; que era un criado, servicial y solícito, amigo de todos y enemigo de nadie. Y lo recordará, a pesar de que el resto de integrantes y los hechos del propio viaje se iban borrando de su mente, porque antes de que él mismo (H.H) abandonase el Círculo, fue Leo quien desertó del grupo sin previo aviso, de repente. Pero H.H aún recordaba a Leo, sobre todo porque el desconfiado H.H llegó a creer que su compañero, antes de su huida, le robó un preciado medallón que él guardaba celosamente.
Así pues, H.H, tras mucho reflexionar, llegará a la conclusión de que para encontrar de nuevo al Círculo primero deberá dar con el paradero de Leo.
El reencuentro de H.H con Leo, o consigo mismo.
H.H solo consigue recordar a Leo porque, como se verá a lo largo de la narración, el vitalista compañero simbolizaba, en realidad, al niño inocente y puro que todos somos antes de perder la fe y la esperanza; Leo era el mismísimo H.H, pero también era, al tiempo, todos y cada uno de los integrantes del Círculo; era el UNO absoluto, el supremum, o como Hermann Hesse se referirá a él en su novela: el Superior de los Superiores.
Leo era ante todo servicial y estaba al servicio de los demás, porque él era la vida misma; porque amaba y respetaba la música, la poesía, y cualquier manifestación mística y/o religiosa procedentes de cualquier cultura o de cualquier grupo humano. Leo era, en definitiva, la antítesis de la razón, pues la alegría que emanaba de alguien tan vivo y lleno de fe y esperanza solo podía nacer de la irracionalidad.
Conocerse a uno mismo es difícil, cuando no tarea imposible, pero es el deporte filosófico de preguntarnos sobre nosotros mismos, y sobre la vida (única verdad radical), lo que da sentido a nuestra existencia.
No importa que no hallemos respuestas a las preguntas más trascendentes sobre "el ser", como no importaba, realmente, que el viaje a Oriente de H.H no llevase a parte alguna; se trata en ambos casos de hacer camino y de caminar, hacia cualquier dirección, pero con alegría y esperanza.
Cuando se pierde la fe, la alegría y la esperanza, no importa en qué idea o meta, religión, misticismo, sueño o fantasía, se pierden las ganas de vivir; es entonces cuando abandonamos el Círculo (la vida) y quedamos sumidos en la angustia frente a la nada.
Y frente a la nada solo quedan dos alternativas: abandonarnos a una existencia inauténtica de autoinmolación que, en el peor de los casos, nos conducirá hacia el suicidio, o intentar reencontrarnos con el niño inocente que éramos cuando todavía creíamos en la magia, en los sueños y en la vida eterna.
Pero, como decía, si llegar a conocernos a nosotros mismos ya supone en sí mismo una ardua tarea, más difícil todavía resultará reencontrarnos después de habernos perdido en el Círculo, o en la vida; más difícil será recuperar la fe una vez la perdimos por dictamen de la todopoderosa diosa Razón.
Para que H.H pudiese encontrar a Leo, es decir, para que pudiera reencontrarse consigo mismo, primero tuvo que sentir un profundo arrepentimiento por haber abandonado el Círculo (la vida) y después tuvo que expiar sus culpas aceptando el castigo que le sería impuesto por la vida misma (Leo). Leo, de hecho, es el análogo al ser, o el sentido del ser, al cual solo podemos acceder a través de humildad ontológica (Heidegger), con alegría, pero también con atención reflexiva y expectante.
El viaje, como no podía ser de otra manera, acaba místicamente, con H.H fusionándose con Leo, con el UNO absoluto. La comunión final de H.H con y en "lo otro" se consuma tras la necesaria meditación reflexiva que le instó a conocerse a sí mismo y a conciliarse con el Ser, la vida o Dios, como cada uno de nosotros prefiramos llamar al UNO o al Superior de los Superiores.
La relectura de "El viaje a Oriente" me ha hecho reflexionar sobre mí mismo y sobre las influencias de una misma obra literaria en diferentes momentos de nuestra vida. Ver aquí: "análisis personal introspectivo".
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