martes, 2 de febrero de 2016

Sobre nazis y comunistas.


Dos de los filósofos más importantes del S XX, Heidegger y Sartre,  fueron existencialistas y los dos abordaron una de las cuestiones más urgentes de la postmodernidad: la vida inauténtica.
Sin embargo, Heidegger estuvo relacionado de forma directa con el régimen nacionalsocialista, mientras que Sartre defendió (durante cierto tiempo al menos) las tesis comunistas.
Ambas ideologías, comunismo y nacionalsocialismo, eran suprematistas  y desde la articulación de prepotencias dogmáticas y señoriales defendieron sus respectivas conciencias verdaderas como  las únicas válidas para salvar a la humanidad.

La filosofía de Heidegger tiende a deslegitimarse recurriendo a argumentaciones ad hominem que insisten en relacionarle con su pasado nazi, pero la de Sartre apenas sufrió los arañazos de una crítica benevolente que siempre le fue bastante favorable. ¿Por qué?
Creo, y es opinión personal, que la crítica actual no debería girar en torno a si Heidegger fue o no un nacionalsocialista convencido o tan solo un filonazi. Sartre fue un férreo simpatizante del comunismo antes de caerse del caballo, ver la luz y distanciarse del mismo prudentemente. Y no pasó nada, nadie se rasgó las vestiduras por ello.

A mí lo que me interesa, no sé si a los demás también, es intentar averiguar qué subyace en el fondo de la polémica entre Sartre y Heidegger. No me interesan sus estigmas imperdonables (Heidegger) o sus presuntas bondades (Sartre); me interesa la cuestión de fondo que nos pudiera explicar, o arrojar alguna luz, sobre el porqué dos filosofías existenciales, ambas interesadas en el hombre y su ser ahí-en el mundo, se distanciaron y se posicionaron junto a ideologías claramente antagónicas (nacionalsocialismo y comunismo).

Del hecho de que Heidegger y Sartre tengan dos visiones o interpretaciones diferentes del ser humano, podemos deducir que cada filósofo otorga al hombre una concreta misión en el mundo, es decir, cada cual hace responsable al hombre de una determinada razón de ser; responsable de crear y/o guardar un concreto sentido del Ser.

Creo que hemos aceptado, yo al menos sí, que tanto el hombre sartriano como el heideggeriano son inevitablemente morales y, por tanto, responsables. Me niego a seguir hablando de hombres o ideologías inmorales, pues, como bien señalara Zubiri: todo hombre es inevitablemente moral en tanto que racional. No existen hombres inmorales, sino morales que son consideradas malas o buenas dependiendo de los intereses y/o sesgos de las ideologías de turno ("partes de" en conflicto).

Partiendo de que ambos tipos de hombres son morales y responsables, evitaremos caer en el debate improductivo sobre las diferentes interpretaciones conceptuales de la moral (de Kant o de Zubiri-Aranguren); solo así saldremos de la circularidad que nos impide delimitar claramente el concepto y avanzaremos para descubrir por qué la postmodernidad, su decadencia y fracaso, produce dos suprematismos dogmáticos ebrios de prepotencia.

La gran pregunta, en mi parecer, debería ser la siguiente:

¿Qué significó la postmodernidad, su perdida de valores y decadencia, para las sociedades y los hombres de finales del SXIX y principios del SXX?

Yo creo que significó miedo, desorientación y perdida de referentes ético-morales (Nietzsche certificó la defunción de Dios). Pero, sobre todo, significó incertidumbre y pesimismo frente al futuro (véase el impacto que causó "La decadencia de Occidente" de Spengler).
Hubo un antes y un después tras la aparición, entre 1918-1923, de "La decadencia de Occidente". Sí, es cierto que la muerte de Dios ya había alertado a Occidente de su propia debilidad: ya no tenía referentes ético-morales universales a los que asirse. Pero Spengler, todavía más osado, señaló que Occidente era tan débil que, incluso sabiendo que ya "ningún Dios podría salvarle", se seguía obcecando en mantener vivos bellos ideales universales judeocristianos (kantianos a la postre).

Vino a alertarnos Spengler, a través del análisis de la historia de las civilizaciones, de lo mismo que Heidegger a través de su metafísica del Ser: en la misma esencia del humanismo radica el germen de su autodestrucción.

Esta verdad que vieron Spengler y Heidegger con suma claridad (antes de la II GM), tardarían en descubrirla Horkheimer y Adorno en su "Dialéctica de la ilustración", a toro pasado y cuando el mal ya estuvo hecho. Fue a partir de entonces, más tarde, cuando algunos "antiheideggerianos" como Habermas se pusieron las pilas para rescatar lo positivo del pensamiento de Heidegger, aunque fuese desde el rechazo de la provincia heideggeriana.

¿Qué diferenció a Heidegger, por lo tanto, de Sartre?

Heidegger aceptó la muerte de Dios y con ella la muerte del sujeto trascendental, es decir, demostró que la ley moral universal kantiana era una construcción ad hoc hábilmente pensada para sustituir a Dios. No hizo trampas. No podía hacerlas, porque aseverar, a un tiempo, que Dios no existía pero sí existía el sujeto trascendental era una falacia totalmente incongruente.
Sartre, por el contrario, hizo malabarismos tramposos para acabar de dotar de esencia trascendental al ser humano, no a priori, como sostenía Kant, sino a posteriori y durante el devenir de la existencia.
¿Cómo era posible trascender la existencia sin una esencia a priori, inmutable y universal? ¿Qué era eso de "construir una esencia a la carta" que, además, siguiera manteniendo viva la tradicional moral humanista (judeocristiana, kantiana y platónica)?
Era, tan solo, un autoengaño necesario para hacerle creer al ser humano que, aunque sin Dios, todavía debía regir su conducta a través de determinados imperativos morales universales.

Pues bien, el pensamiento de Heidegger, en este sentido, no fue tan distinto al de Marx, como algunos intentan hacernos creer.
También Marx aceptó la muerte de Dios, y también Marx, por lo tanto, tuvo que rechazar valores trascendentes y universales, tachándolos de ser "falsos valores" creados por la burguesía dominante.
Pero Marx no fue honesto, es decir, también hizo trampas al revestir su teoría de la liberación con los cómodos ropajes del cristianismo, pues por tal de legitimarla ante las masas propuso un nuevo modelo de hombre: el hombre proletario, que, como el heideggeriano, debería regirse por su propia moral y hacer lo que tuviera que hacer por tal de salvaguardar la razón de ser de una utópica sociedad comunista: ambos dogmáticos y prepotentes; los dos prototipos de hombre seguros de sus respectivas verdades.
Las masas vieron al hombre heideggeriano como peligroso y hostil, pues su prepotencia desnuda le delataba, pero el hombre proletario, más astuto y artero, disfrazado de cristianismo laico, pudo engañarlas y hacerles creer que el comunismo era un nuevo sueño humanista y universal, más justo y bueno para todos.

He ahí la diferencia entre nacionalsocialismo y comunismo. El primero se muestra desnudo y orgulloso, proclamando lo que es y lo que quiere, mientras que el taimado comunismo, disfrazado con la humildad judeocristiana (el comunismo es una religión laica) enmascara sus intenciones disfrazándose con los valores del humanismo (justicia y libertad).

En nuestra sociedad occidental, ebria de humanismo judeocristiano, enseguida se percibió el peligro de un nacionalsocialismo orgulloso y prepotente, pero la prepotencia comunista (enmascarada) no solo no se percibió, sino que consiguió pasar por buena y justa.

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