lunes, 29 de junio de 2020

FIESTA Y BURLA (feminismo y LGTBI)

INTRODUCCIÓN


La fiesta y el permiso para la burla son gracias, concesiones a la ciudadanía que el poder jerarquizado, siempre, desde el principio de los tiempos, ha otorgado históricamente a siervos y súbditos, para así, mejor domesticar al ganado humano.


La fiesta es una antropotécnica (herramienta de doma y crianza) necesaria para permitir la catarsis, puntual y controlada, de las frustraciones y miedos de las masas. Y la burla, la bufonada consentida hasta ciertos límites (más extensos cuanto más permisivo sea el poder de turno), permite a los oprimidos el derecho a la pataleta y a la crítica enmascarada, siempre que dicha crítica no sea demasiado explícita o cuestione abiertamente la legitimidad de los pastores del ser. Ambos recursos, fiesta y burla, se han gestionado y dosificado tradicionalmente buscando un equilibrio que garantizara la convivencia entre los pastores y el rebaño humano.

UN BREVE RECORRIDO HISTÓRICO

En todas las sociedades primitivas, a lo largo de la historia, se han dado rituales periódicos, fiestas comunitarias de hermanamiento que, además de fortalecer los lazos de unión entre iguales, familias y vecinos, servían para permitir la transgresión puntual de las reglas y normas del parque humano. 

Algunas de las normas que, casi desde el principio de los tiempos, han impuesto todas las sociedades, desde las más primitivas hasta las más civilizadas, eran las que regulaban y estipulaban por qué, cuándo y cómo era lícita la ingesta de sustancias embriagadoras; cuándo podíamos reírnos de los propios dioses o, al menos, burlar su estricta vigilancia represora.
Desde el principio, los pastores de rebaños entendieron que para conservar (la tierra y la superviviencia de la tribu) era necesario controlar y dosificar los apetitos de las masas, sus necesidades más vitales, espirituales e irracionales.

La fiesta, entendida como tiempo de transgresión, relajo de normas, y momento para para dar rienda suelta al vitalismo más irracional, ha evolucionado mucho a lo largo de la historia, desde los rituales dirigidos por chamanes en pequeñas tribus, las bacanales griegas, las orgías y espectáculos circenses de Roma hasta las fiestas religiosas establecidas por los tres monoteísmos más importantes (judaísmo, cristianismo e islamismo).
También el laicismo, nacido de la Revolución Francesa, tuvo que mantener viva la fiesta, si no religiosa, sí civil e ideológica.

FIESTA E IDEOLOGÍA

La posmodernidad, el período histórico que no solo enterró la verdad de nuestros padres, sino que encumbró la verdad sentida de todas y cada una de las conciencias individuales, difuminó, cuando no dinamitó, las fiestas tradicionales, tanto religiosas como nacionales. Pero no pudo evitar, al tiempo, crear y legitimar sus propias fiestas; es decir, necesitó crear sus propias antropotécnicas para civilizar (domar y criar) al nuevo ganado posthumano.

Ahora, los nuevos pastores del ser, como los de otrora, deciden cómo y cuándo celebrar “sus fiestas”, que ya no solo serán transgresoras y catárticas, sino, sobre todo, reivindicativas. Precisamente, si las fiestas tradicionales (véase, por ejemplo, el Carnaval) tenían como principal función “burlar”, durante unos días, las normas y reglas del poder establecido, ahora las fiestas, al contrario, servirán para legitimar y justificar la verdad de determinadas conciencias. Las fiestas se han convertido en reivindicaciones de conciencias (modos de ser), privándole así, al “hombre de carne y hueso”,  de la gracia de poder transgredir y sentirse libre, por un tiempo, del yugo del poder establecido.


CONCLUSIÓN

Lo común en las fiestas tradicionales era su carácter universal; una invitación a todos los miembros de la tribu, hombres y mujeres, altos y bajos, feos y guapos, heteros u homosexuales, a participar de la transgresión puntual para poder burlar la rigidez de las normas por unos días, sin importar la condición de clase, sexo o credo. La fiesta era para todos, incluso para quienes no creían en el dios Manitú, en Odín o Alá.

Ahora, todo un ministro como Marlaska, al servicio de su verdad, que no de todos los ciudadanos, decide quiénes pueden participar en su fiesta del orgullo gay (antes C´s no podía, ahora, tras la bajada de bragas de Arrimadas, sí); ministras como la nefasta Carmen Calvo deciden qué mujeres pueden ser consideradas feministas (no todas, “bonitas”, podéis ser feministas).

Y si antes la Iglesia, por ejemplo, hacia la vista gorda  y permitía en las fiestas determinados ritos paganos, ajenos a su razón de ser religiosa, ahora, por el contrario, es el propio gobierno quien pone a todas las instituciones del Estado (Correos, Guardia Civil…) al servicio de su razones, de sus verdades y de “sus fiestas”.

Este vil gobierno socialcomunista nos ha privado hasta del derecho a la libre catarsis y la festiva transgresión, ideologizándolo todo, contaminando y pervirtiendo la razón de ser de la fiesta. Y no te atrevas a cuestionar “sus verdades”, porque serás relegado al ostracismo y bloqueado en las RRSS. Así ejercen el poder “los buenos y justos”.