No nos engañemos, cuando una parte importante de la ciudadanía de nuestro país desprecia o infravalora el hecho serio de ser español, o ningunea la importancia de sus símbolos patrios (pongamos por caso la bandera), resulta evidente que en dicha actitud subyace un desapego afectivo; un distanciamiento (falta de identificación) entre el Yo (biogenético) del ciudadano y su mundo circundante (lugar de nacimiento en este caso).
El origen de la desafección de muchos españoles hacia su nación habría de buscarse, sin duda, en la clase de persona que es cada individuo; es decir, en la biogenética de su Yo. Ni la historia común ni las circunstancias particulares de cada sujeto explicarían, por sí solas, la génesis de sentimientos y emociones a favor o en contra de determinados apegos ; ni explicarían tampoco la adhesión a determinadas ideas y/o creencias. Existen factores biogenéticos a priori (psicológicos y biológicos) que, al modo de los conceptos puros kantianos (espacio y tiempo) son necesarios para hacer posible el conocimiento y la generación de emociones y sentimientos.
Por supuesto, las circunstancias históricas y personales (familiares y sociales) también moldearán las preferencias y gustos estéticos, a la postre también ético-morales. Pero, insisto, el carácter (perfil psicológico) del individuo tendrá un peso más que relevante a la hora de desarrollar "apegos afectivos".
En unas circunstancias ambientales asépticas, donde la superestructura (cultura, medios de información y educación) no estuviese bajo el dominio y control de una determinada ideología, cada individuo, impelido por su Yo (creencias, sentimientos y motivaciones), optaría libremente por "hacer suyo" aquel credo religioso y/o político que fuese más afín a su particular modo de ser.
Pero nuestro Yo, libertad en acción en términos fichteanos, no es un "absoluto", sino un absoluto-relativo en constante pugna dialéctica entre el sujeto y el objeto; entre nuestro Yo y sus circunstancias, entre Dasein y mundo; entre ser-en-sí y ser-ahí en/con "lo otro". Nuestro Yo está en eterno conflicto consigo mismo y con "lo otro" (objetos en el mundo) y, por tanto, es también una Idea en constante construcción. De hecho, el Yo es un constructo inexistente, una idea hipostasiada carente de materialidad corpórea, pero que supone en sí mismo un modo de materialidad (M3 en la ontología General de Gustavo Bueno) necesaria para poder operar en y con el mundo.
El psicoanálisis consideró una dialéctica del Yo cuyo funcionamiento, en mi opinión, es análogo a la dinámica de la conciencia o fenomenología del espíritu hegeliano.
LAS DOS ESPAÑAS (y los dos Machado)
En los albores de la Guerra Civil española comenzó a recrudecerse la dialéctica entre dos conciencias antagónicas (burguesa y proletaria). Pero entonces, y a pesar de lo explicado por Marx en "El manifiesto comunista", la superestructura burguesa-capitalista no disponía de la fuerza adoctrinadora y manipuladora que hoy, por ejemplo, ostenta el populismo socialcomunista; es decir, sí existía una verdad institucionalizada al servicio de los intereses de una clase social: la conciencia burguesa. Pero dicha conciencia se preservaba más a través de la coacción operativa del Estado que por la existencia de una conciencia espiritual colectiva. No existía una "conciencia de clase burguesa", porque no existía una superestructura adoctrinadora de masas orientada a crear entre la ciudadanía una conciencia de clase burguesa.
Dicha superestructura burguesa daba por hecho que su verdad no podía cuestionarse, hasta que, por supuesto, apareció el marxismo postulando la supremacía de una nueva conciencia proletaria que reivindica su derecho a ser; su derecho a consumarse operativamente como nueva posibilidad del Ser. De manera parecida, nadie se cuestionaba el hecho de ser hombre o mujer hasta que apareció la conciencia de la ideología LGTBI; y ningún hombre se cuestionaba si era realmente un machista violador al servicio del heteropatriarcado hasta que el femimarxismo construyó "su verdad" de odio y resentimiento para, así, cosificar y culpar al varón de las injusticias existenciales (por cierto, ¿qué es justo o injusto?).
La ciudadanía española de entonces, en su mayoría analfabeta y, por tanto, ajena a los efectos adoctrinadores de escuelas y medios de comunicación (revistas y diarios de la época), carecía de "conciencia de clase", no era de derechas ni de izquierdas. Fue, por tanto, la élite ilustrada del momento, formada y con acceso a medios de información, la que se posicionó a favor o en contra de una u otra conciencia; a favor de una u otra España (la nacional vs la roja); y lo hizo en función de la idiosincrasia de su particular Yo, sus sentimientos, voliciones y motivaciones, jamás convencida por las bondades de los argumentos y fundamentos de las diferentes ideologías en lid (subrayo enfáticamente esta observación que se me antoja gran verdad).
Sería interesante realizar el perfil psicológico de las élites intelectuales de aquel difícil período histórico; comprobar hasta qué punto no solo las graves circunstancias del momento determinaron sus posturas ideológicas, sino también sus respectivas biogenéticas o, en palabras de Ortega (que también fueron las de Fichte), hasta qué punto tomaron partido en función de la clase de personas que fueron.
Baste tan solo, a modo de rápida ilustración, echar un vistazo a lo sucedido en el seno de la propia Escuela de Madrid. Muchos discípulos de Ortega y Gasset, liberal y republicano, devinieron socialistas, como María Zambrano. Otros, como García Valdecasas, que fundaría el Frente Español (donde también militó Zambrano antes de ser seducida por el socialismo), devendrían falangistas; caso también de Laín Entralgo.
Las circunstancias históricas fueron las mismas para todos ellos, cierto. Y todos ellos, discípulos de Ortega, fueron en su mayoría republicanos (caso también de Valdecasas) y/o liberales antes de devenir socialistas o falangistas. Entonces, ¿qué determinó que la herencia liberal-conservadora y republicana de la Escuela de Madrid se diluyera en la nada?
Pues la causa fue la irrupción de una nueva conciencia dispuesta a presentar batalla en el claro del bosque; una conciencia proletaria que reivindicaba su derecho a ser despreciando y cosificando, con soberbia prepotencia, al resto de conciencias; conciencias que no solo eran burguesas y/o liberales, sino también anarquistas. Solo UNA podía ser la conciencia verdadera. Había surgido un nuevo supremacismo totalitario, disfrazado de teoría de la liberación, que se arrogaba estar destinado a emancipar a los oprimidos; había nacido un nuevo credo religioso.
Pero lo sucedido en la Escuela de Madrid, la escisión del liberalismo republicano en nuevas formas ideológicas (socialismo y falangismo), también aconteció incluso en el seno de las propias familias; individuos que convivían en común , con valores también comunes, y con unos mismos lazos afectivos, tuvieron que optar por una de las nuevas conciencias.
Una de esas familias fue la familia Machado.
Los hermanos Antonio y Manuel Machado se me antojan la metáfora perfecta de las dos Españas que se enfrentaron en nuestra fratricida Guerra Civil. Antonio Machado dio en llamar "las dos Españas" a los dos bandos, republicanos y nacionales, que defendían diferentes ideas y, por tanto, también hicieron suyas diferentes verdades.
Una lectura precipitada, errónea en mi parecer, señalaría la génesis del conflicto en las diferencias circunstanciales entre clases sociales (teoría marxista) y, por tanto, también en los condicionantes históricos. Pero lo sucedido en la Escuela de Madrid, así como en otros círculos de intelectuales y en las propias familias, demuestra que, al final, cada Yo individual, instado por su particular modo de ser; modo de pensar y de sentir, eligió en función de la clase de persona que era.
Antonio y Manuel eran hermanos que no solo compartían una misma herencia genética, sino también unas mismas circunstancias socio-económicas (familiares) e históricas. Los dos eran hijos de los mismos padres y de un mismo tiempo, pero ellos optaron por ser fieles a verdades distintas, a diferentes posibilidades del Ser que se abrían en la realidad.
¿Por qué?
Porque los hermanos Machado, como la generalidad de los españoles de su generación, se vieron obligados a elegir entre dos opciones ideológicas, antagónicas y aparentemente irreconciliables entre sí; ideologías que se fundamentaban, respectivamente, en dos sustantivaciones o ideas hipostasiadas: la idea de nación vs la idea de internacionalismo. En este sentido, tanto el nacionalismo como el internacionalismo marxista podrían (deberían) considerarse ideologías idealistas.
Sin embargo, un análisis más minucioso, racional y realista, permitirá descubrir importantes diferencias entre ambos "idealismos", sobre todo a partir del raciovitalismo orteguiano y el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno.
EL NACIONALISMO, entendido como el apego a la nación (lugar donde se nace); y comprendido también como religación a la patria (tierra de los padres) se fundamenta a partir de la pertenencia, dominio y control de la capa basal que es la tierra, el espacio-materia que ocupa un individuo desde que sus padres lo traen al mundo. Esta es una fundamentación vital y materialista, perfectamente compatible con la propuesta raciovitalista de Ortega y Gasset. También el MF (materialismo filosófico) de Gustavo Bueno fundamenta la realidad material y corpórea de la nación, como la tierra o sustancia (capa basal) a partir de la cual se construye y articula una sociedad.
EL INTERNACIONALISMO MARXISTA, paradójicamente argumentado a partir de los materialismos histórico y dialéctico, se sustenta, sin embargo, a partir de una fundamentación idealista (esencialista), pues proclama como fin último de la historia del ser humano la desaparición de las naciones (aspiración a un ideal). El marxismo postulará que el análisis científico de la historia demuestra la existencia de una clase proletaria; una clase oprimida, en todo el mundo, que carece de patria y solo podrá emanciparse o liberarse haciendo suya una conciencia internacionalista o de pertenencia al conjunto de la humanidad (una teleología muy parecida a la propuesta católica).
Nacionalismo y socialismo, o patria y justicia social si se prefiere, son Ideas sustantivadas; son abstracciones virtuales (modos de ser en las conciencias) que permiten operar con y en el ex-sistere, para permitir el control y el dominio de la naturaleza, del mundo en definitiva.
Se trata, siempre, de una dialéctica de control y dominio, y no tanto de una dialéctica entre clases sociales, como reconoció el propio Jünger Habermas. Y de la clase de persona que seamos, como bien supo ver Ortega, y no dependiendo de la clase social a la que pertenezcamos, dependerá que dos hermanos, con una misma genética y criados en un mismo contexto histórico, y en el mismo ambiente familiar, decidan hacer suyas una u otra ideología (léase Verdad).
No disponemos de los perfiles psicológicos de los hermanos Machado, pero me atrevería a pronosticar, conociendo sus apegos ideológicos, qué rasgos de carácter configurarían, probablemente, sus respectivas maneras de ser.
Una primera clasificación nos la facilitaría la dialéctica dualista existente entre optimistas antropológicos, más dados a ensoñaciones idealistas, y los pesimistas antropológicos, más apegados a la realidad de la tierra.
Si partimos de la máxima de Fichte (que yo considero cierta y difícil de rebatir): "De la clase de persona que seamos dependerá la filosofía que escojamos", podremos pronosticar, como decía, que el hermano más realista, conservador y responsable con la salvaguarda de su legado histórico-cultural fue Manuel, que se adhirió al bando nacional. Antonio Machado, más soñador e idealista, buscaría en el internacionalismo marxista una religación con el Absoluto (sentido histórico) para, así, hallar el Santo Grial de la justicia social.
También podríamos afinar mucho más si supiéramos de la presencia de determinados rasgos de personalidad que permitieran diferenciar los perfiles de los hermanos Machado, pero no es el caso.
Dos formas de ser, dos maneras de pensar y de actuar; dos opciones vitales en principio legítimas, ni buenas ni malas, pues cada una de ellas está justificada racionalmente, argumentada y fundamentada. Estos dos modos de ser, como otros modos de ser, tales como el anarquista o el liberal, son inevitablemente morales, pues no hay razonamiento humano que no implique, al tiempo, una elección ético-moral que nos obliga a preguntarnos "cómo actuar".
LA NEGACIÓN DEL APEGO A LA TIERRA (desterrar las banderas y las naciones)
La pregunta que quedó planteada en el punto anterior fue : ¿Cómo actuar? ¿Cómo debemos conducirnos con el prójimo?
No vamos ahora a retrotraernos a la moralidad judeocristiana ni a la ética kantiana, pues nos bastará con reconocer que la nación política nació en Francia, junto a la república de ciudadanos libres (1789). República (gobierno de ciudadanos) y nación (tierra de los ciudadanos) tuvieron un origen político común en Occidente; un origen que podría remontarse a la aparición de las polis griegas, donde surgió la democracia, y que culminó con la revolución francesa. Según las tesis de Gustavo Bueno, con la Revolución Francesa aparecieron las primeras izquierdas definidas, la jacobina (republicana y nacionalista) y la liberal (nacionalista aunque no necesariamente republicana).
A partir de entonces, las sociedades occidentales entendieron que no cabía otra manera de actuar con el prójimo que respetando sus derechos y libertades y, por tanto, articulando la nación política en torno a un Estado democrático.
Muchas cosas sucedieron tras la revolución francesa, sobre todo reacciones del Antiguo Regimen absolutista que, en toda Europa, se negaba a desaparecer. Se tuvieron que librar, por tanto, muchas guerras, todas ellas abanderadas por liberales apegados a sus respectivas naciones, hasta que el marxismo tomó el relevo por considerar ¿necesario? sustituir nacionalismo por internacionalismo.
El marxismo se introdujo en la sempiterna lucha entre absolutistas y liberales, arremetiendo, al tiempo, contra ambos, es decir, proclamando la justicia social sobre el subyugador regimen absolutista, pero también negando el apego a la tierra, a la patria, a aquellos liberales republicanos que también eran nacionalistas. El conflicto entre conciencias estaba servido.
El marxismo, con exceso de celo prepotente y señorial, negó y condenó los vínculos sentimentales que unían a los ciudadanos a su lugar de nacimiento (nación), obligándoles, leninismo operativo mediante, a que abrazaran la nueva fe internacionalista. La esquizofrenia marxista fue, entonces, rápidamente respondida por nuevos movimientos políticos reaccionarios que se negaron a abandonar su tradicional modo de ser democrático liberal, republicano y nacional. Dichos movimientos, por pura reacción defensiva ante las hostilidades del comunismo impositor, mutaron en nacionalismos supremacistas (fascismo y nacionalsocialismo).
La dialéctica en el claro quedó, así, definida por el enfrentamiento entre dos supremacismos; el comunista y el nacionalista.
¿QUÉ SIGNIFICA, HOY, SER "´NACIONALISTA"?
Significa, sobre todo, ser reaccionario ante las amenazas externas que hacen peligrar la integridad de la nación. Ante las amenazas de una Izquierda reaccionaria subversiva (socialcomunista), que ha vulnerado la legalidad institucional y ha traspasado UNILATERALMENTE peligrosas líneas rojas, solo cabe articular y dar forma a una fuerza antagónica, también reaccionaria, desde la Derecha (liberal-conservadora).
No cabe ninguna otra respuesta posible para poder equilibrar las fuerzas políticas en la balanza del "juego democrático", ya que solo desde un equilibrio de fuerzas se podrían "consensuar" acciones políticas (constitucionales) para hacer frente a las antivitales e idealistas propuestas marxista-leninistas, actualmente disfrazadas bajo los ropajes de populismos socialcomunistas.
Por tanto, la actitud irresponsable de nuestras Izquierdas Ilustradas, despreciando y deslegitimando a una de las fuerzas en lid (la liberal-conservadora), solo pone de manifiesto sus sesgos ideológicos o preferencias estéticas, a la postre ético-morales, a costa, precisamente, de traicionar los principios de la "democracia deliberativa" que tanto dicen defender; a costa de abandonar conscientemente, y cinismo mediante, las argumentaciones racionalmente fundamentadas.
La irrupción de VOX en la política española ha sido de extrema necesidad para garantizar un óptimo "equilibrio ecológico"; es decir, para evitar que, ante la ausencia de un número suficiente de depredadores, las RATAS se multipliquen sin freno y lleven a la nación a la ruina total y definitiva.
A la nación no se le puede pedir (memos aún exigir) que, voluntariamente, acepte su aitoinmolación vital, que claudique ante la vida y permita, cobarde y resignada, que otra forma de vida, otro modo de ser o verdad, ocupe su lugar. Al contrario, la nación debe ser protegida, porque la conciencia espiritual inherente a la entidad nacional solo puede pervivir en tanto un amplio Yo colectivo la hace suya y, por tanto, está dispuesto a defenderla y preservarla de sus enemigos.
De hecho, no existe la ideología nacionalista, como tampoco existe la "ideología masculina", pues pertenecer a una nación, como nacer hombre o mujer, es una verdad dada a priori en la que el individuo no puede elegir entre ser o no ser; ser o no ser español, ser o no ser hombre.
La idea de nación, como toda idea, es una hipóstasis o sustantivación de un concepto etéreo. Por tanto, "el ser de una nación" es una abstracción o modo de ser "virtual" que se manifiesta y actualiza como modo de ser real en la conciencia (habrá nación si el ente colectivo cree en la nación). Pero no bastará la manifestación (creencia) de dicho modo de ser real en una única conciencia individual para que ésta alcance el rango de Verdad. La idea de nación (y de pertenencia a la misma) solo puede pervivir temporal o históricamente a través de una conciencia colectiva que la haga suya y, por tanto, la institucionalice como Verdad (Dios o Ser) que deba preservarse a través de una Constitución nacional.
CONCLUSIÓN
Así pues, la lucha que actualmente se está librando en el claro del bosque (Lichtung heideggeriano) tiene como contendientes enfrentados a dos ideologías supuestamente materialistas (socialdemocracia habermasiana vs liberalismo nacionalista), que, en el fondo, y aunque lo nieguen ambas, se fundamentan en creencias espirituales (esencialistas), pues ambas pretenden imponer sus respectivas conciencias o acepciones en torno al "sentido del Ser": cómo ser humanos o, dicho con mayor crudeza, cómo se ha de civilizar (criar y domesticar) al ganado humano. En definitiva, ambas conciencias pretenden decirnos qué valores ético-morales serán buenos y cuáles serán malos.
El idealismo habermasiano (esencialista al cabo) fue magistralmente desenmascarado por Gustavo Bueno, pero, no nos engañemos, porque, por más que el padre del MF pretendiera superar la metafísica inherente a la razón de ser (sentido) de las entidades nacionales, éstas también están inevitablemente impregnadas de espiritualidad (sentido y/o razón de ser) y necesitan, como los dioses, fieles creyentes que la defiendan de enemigos externos.
La batalla cultural no es entre un materialismo (socialdemocracia habermasiana) vs un esencialismo (nacionalismo liberal-conservador) sino entre dos esencialismos, el primero taimadamente oculto y enmascarado (marxismo) y el segundo orgullosamente desnudo (liberal-conservador).