jueves, 14 de mayo de 2015

"El viaje a Oriente" de Hermann Hesse.

Ha vuelto a caer en mis manos el pequeño librito "El viaje a Oriente", de mi estimado Hermann Hesse. Fue mi hija, el otro día, la que me lo entregó después de que el susodicho libro estuviese reposando, no sé durante cuánto tiempo, en su nutrida biblioteca, junto a otros libros.
De hecho, me confesó mi hija, me lo devolvía virgen e inmaculado, sin haber leído ni una sola de sus páginas y para poder "hacer sitio" a otras creaciones literarias más de su gusto.
Supongo que la lectura de "El viaje a Oriente" no era la más adecuada para una niña de 11 años que solo deseaba leer los "tochos" de literatura fantástica de Geronimo Stilton y Kika superbruja.
Ahora, con 13 años, a mi hija le ha dado por leer las novelas romántico-juveniles del ínclito John Greene. Bueno, me digo a mí mismo, poco a poco madurará, y quizás dentro de unos años comience a deleitarse con nuestros Unamuno o Pío Baroja; quizás incluso rebusque en mi egregia biblioteca las obras de Hermann Hesse. Allí estarán, esperándola pacientemente todas ellas.

Volví a releer "El viaje a Oriente", como no podría ser de otra manera, y no sin que antes mi mujer volviese a "señalarme" la patológica compulsión que me obliga a leer libros que ya he leído en otras ocasiones, o que me insta a ver películas que ya he visionado con anterioridad.
Y sin embargo, repetir lecturas no es ejercicio baladí, porque al releer una obra, sobre todo si han pasado unos años desde la última vez que fue leída, se extraen nuevas enseñanzas que otrora nos pasaron desapercibidas.
El libro es el mismo y su contenido sigue exponiendo las mismas ideas que cuando lo leí por primera vez, hace ya la friolera de 17 años. Y, sin embargo, ahora "El viaje a Oriente" se me antoja un libro diferente, distinto... Quizás sea yo quien ha cambiado, ¿tal vez sea yo "el diferente"?

¿Qué es "El viaje a Oriente"?

El libro constituye, en sí mismo, otro de los muchos análisis introspectivos con los que Hesse, a través de la catarsis literaria, intentó salvar su alma; un nuevo ensayo para salvarse de la nada y de la angustia vital.
El viaje a Oriente narra las andanzas y hazañas de un Círculo de viajeros que protagoniza una Cruzada hacia Oriente, siendo "Oriente" una metáfora para referirse a la meta espiritual que cada uno de los viajeros lleva a cabo. Todos los viajeros comparten el mismo viaje y el mismo fin último: buscarse (conocerse) a sí mismos y hallar "el sentido del ser". Pero a veces el grueso del grupo se divide y cada pequeño grupúsculo toma caminos diferentes, pues hay tantos caminos posibles para llegar al fin último (conocimiento) como deseos y voluntades individuales. De hecho, en numerosas ocasiones, algunos viajeros se pierden por algún tiempo y deambulan solitarios hasta que vuelven a reencontrarse con alguno de los grupos del Círculo. Otros, los que pierden definitivamente la fe y la esperanza durante el viaje, nunca regresarán y se olvidarán del Círculo y de todo lo que éste significó en sus vidas.

Pues bien, uno de los viajeros del Círculo que acabará por "perderse" será el propio Hermann Hesse, el cual será el narrador de tan peculiar historia y aparecerá con las siglas "H. H." (sus iniciales).
¿Y qué significará perderse u olvidarse del Círculo?
Olvidar el Círculo, que será tanto como abandonar la mística Cruzada a Oriente, significará perder la esperanza y la fe en cualquier referente espiritual; significará acabar sumido en la angustia existencial a la que aboca, irremediablemente, la razón. Olvidarse del Círculo sería el análogo a olvidarse de uno mismo y de las cuestiones más importantes sobre la vida, a las cuales solo se puede llegar a través de la irracionalidad inherente al ser humano: el arte, la poesía, la religión, la música, la imaginación...
Hermann Hesse, alma atormentada, reconocerá haberse perdido; confesará haber "huido" del Círculo, y se acusará a sí mismo de haber abandonado, cobardemente, el peregrinaje hacia Oriente que habría de darle un sentido a su vida y, por tanto, le salvaría de la nada.

Cuando el propio Hesse se da cuenta de que su vida fuera del Círculo, lejos de satisfacerle, tan solo le sume en el sentimiento trágico de vivir, intenta por todos los medios volver a participar en el viaje a Oriente, es decir, intentará "reencontrarse" a sí mismo para poder salvarse del suicidio.
¿Pero cómo podrá volver al Círculo y, así, recuperar la esperanza y la alegría de vivir?
El desorientado H. H. (Hermann Hesse) tan solo acertará a recordar a otro viajero: Leo, un compañero alegre y vitalista que era el "alma espiritual" del Círculo; que era un criado, servicial y solícito, amigo de todos y enemigo de nadie. Y lo recordará, a pesar de que el resto de integrantes y los hechos del propio viaje se iban borrando de su mente, porque antes de que él mismo (H.H) abandonase el Círculo, fue Leo quien desertó del grupo sin previo aviso, de repente. Pero H.H aún recordaba a Leo, sobre todo porque el desconfiado H.H llegó a creer que su compañero, antes de su huida, le robó un preciado medallón que él guardaba celosamente.
Así pues, H.H, tras mucho reflexionar, llegará a la conclusión de que para encontrar de nuevo al Círculo primero deberá dar con el paradero de Leo.

El reencuentro de H.H con Leo, o consigo mismo.

H.H solo consigue recordar a Leo porque, como se verá a lo largo de la narración, el vitalista compañero simbolizaba, en realidad, al niño inocente y puro que todos somos antes de perder la fe y la esperanza; Leo era el mismísimo H.H, pero también era, al tiempo, todos y cada uno de los integrantes del Círculo; era el UNO absoluto, el supremum, o como Hermann Hesse se referirá a él en su novela: el Superior de los Superiores.
Leo era ante todo servicial y estaba al servicio de los demás, porque él era la vida misma; porque amaba y respetaba la música, la poesía, y cualquier manifestación mística y/o religiosa procedentes de cualquier cultura o de cualquier grupo humano. Leo era, en definitiva, la antítesis de la razón, pues la alegría que emanaba de alguien tan vivo y lleno de fe y esperanza solo podía nacer de la irracionalidad.

Conocerse a uno mismo es difícil, cuando no tarea imposible, pero es el deporte filosófico de preguntarnos sobre nosotros mismos, y sobre la vida (única verdad radical), lo que da sentido a nuestra existencia.
No importa que no hallemos respuestas a las preguntas más trascendentes sobre "el ser", como no importaba, realmente, que el viaje a Oriente de H.H no llevase a parte alguna; se trata en ambos casos de hacer camino y de caminar, hacia cualquier dirección, pero con alegría y esperanza.
Cuando se pierde la fe, la alegría y la esperanza, no importa en qué idea o meta, religión, misticismo, sueño o fantasía, se pierden las ganas de vivir; es entonces cuando abandonamos el Círculo (la vida) y quedamos sumidos en la angustia frente a la nada.
Y frente a la nada solo quedan dos alternativas: abandonarnos a una existencia inauténtica de autoinmolación que, en el peor de los casos, nos conducirá hacia el suicidio, o intentar reencontrarnos con el niño inocente que éramos cuando todavía creíamos en la magia, en los sueños y en la vida eterna.
Pero, como decía, si llegar a conocernos a nosotros mismos ya supone en sí mismo una ardua tarea, más difícil todavía resultará reencontrarnos después de habernos perdido en el Círculo, o en la vida; más difícil será recuperar la fe una vez la perdimos por dictamen de la todopoderosa diosa Razón.

Para que H.H pudiese encontrar a Leo, es decir, para que pudiera reencontrarse consigo mismo, primero tuvo que sentir un profundo arrepentimiento por haber abandonado el Círculo (la vida) y después tuvo que expiar sus culpas aceptando el castigo que le sería impuesto por la vida misma (Leo). Leo, de hecho, es el análogo al ser, o el sentido del ser, al cual solo podemos acceder a través de humildad ontológica (Heidegger), con alegría, pero también con atención reflexiva y expectante.
El viaje, como no podía ser de otra manera, acaba místicamente, con H.H fusionándose con Leo, con el UNO absoluto. La comunión final de H.H con y en "lo otro" se consuma tras la necesaria meditación reflexiva que le instó a conocerse a sí mismo y a conciliarse con el Ser,  la vida o Dios, como cada uno de nosotros prefiramos llamar al UNO o al Superior de los Superiores.

La relectura de "El viaje a Oriente" me ha hecho reflexionar sobre mí mismo y sobre las influencias de una misma obra literaria en diferentes momentos de nuestra vida. Ver aquí: "análisis personal introspectivo".

12 comentarios:

  1. Gracias, el libro lo lei por gusto y me desaniie un pco porque me parecío complejo, no lo había entendido de esa manera y ahora si ya todo me cuadra... muchas gracias

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  2. Me alegra que mi comentario sobre "El viaje a Oriente" te haya ayudado. Un saludo.

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  3. Me encantó tu análisis. Lo leí hace poco y ha movido tanto en mí, pero el final era un poco complejo que para mí, ahora lo entiendo. De todos modos lo volveré a leer porque vale la pena hacerlo!

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  4. De igual forma que a los anteriores comentarios, el final me dejo perplejo y con más cuestiones, gracias a tu análisis logre comprender un poco más del final, gracias!

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  5. Gracias a ti por comentar, Carlos. Saludos.

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  6. yo lo acabo de leer y no llegaba a entender que significaba leo, ahora lo tengo claro, muchas gracias c:

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  7. Gracias a ti, anto antivero, por comentar.
    Un saludo.

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  8. Le agradezco por su aporte, acabo de terminar el libro y pude aclarar con su análisis de mejor manera este relato.
    Hesse es uno de mis autores preferidos de mi juventud y todavía sigue conmoviendome.

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  9. Gracias a ti, anónimo, por tu reconocimiento.

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  10. Agradecida de encontrarme con tu comentario

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