INTRODUCCIÓN
Gustavo Bueno decía que no había que entender el
concepto de “espíritu” como el análogo al pneuma de la filosofía griega
(concepto mitológico) sino como un subproducto dialéctico en relación a la
materia.
La idea de espíritu en filosofía se desarrolló a
partir de la escolástica, considerando la existencia de un acto puro o ser
inmaterial, análogo al primer motor inmóvil de Aristóteles, que, siendo causa
de sí mismo (no creado por nada ni por nadie) era origen y creador del universo
material.
La filosofía escolástica identificó este primer
espíritu (motor inmóvil aristotélico) con la idea de Dios (ser inmaterial).
Desde entonces, la filosofía occidental ha identificado todo lo referente a lo
espiritual con esencialismos e ideas y/o
mundos suprasensibles (alienos al mundo material).
Así, cuando el marxismo se reivindicó materialista cometió el error, o la trampa (como yo sostengo), de negar la sustancia
espiritual en aras de mejor reivindicar un materialismo puro. Negó, en
definitiva, el carácter metafísico de su pseudofilosofía, como la definió acertadamente
Bertrand Russell.
LA
METAFÍSICA MARXISTA
Llevo mucho tiempo insistiendo en señalar que el
marxismo también es un esencialismo; intentando demostrar, a partir de un primer
pre-sentimiento intuitivo que siempre me ha acompañado, que toda
religión y/o filosofía o ideología están impregnados de inevitable metafísica.
Finalmente, al acceder a la obra de Gustavo Bueno,
encontré la que considero la mejor argumentación que fundamenta y explica la
presencia de la idea de espíritu, entendiéndola como un subproducto que
surge, inevitablemente, a partir del proceso dialéctico material.
EL
ESPÍRITU VIVENCIADO
Lo que viene a sostener Gustavo Bueno, salvando las
diferencias con el existencialismo sartriano, es que el espíritu no es una
esencia a priori, sino que, en tanto que subproducto surgido de las relaciones dialécticas
materiales (transformaciones operativas y manipulativas) de los seres humanos,
aparecerá, dentro de la materia ontológica general, como un género de
materialidad M2 (ensoñaciones y sentimientos vivenciados). Las ideas, por
tanto, tienen la cualidad de vivenciarse en la conciencia individual, antes incluso
de llegar a ser; es decir, antes de consumarse como verdad o realidad en el ex-sistere,
en el mundo.
Así, si un cristiano vivencia la idea de Dios como un modo
de ser real, manifiesto y actualizado en su conciencia, un marxista, de manera
parecida, vivencia y hace suya (presente en su conciencia) las ideas hipostasiadas
(abstractas y virtuales) de justicia social o sociedad ideal.
Vivenciar virtualmente una idea, sentirla, en
definitiva, significará hacerla nuestra; significará apoderarnos del espíritu,
razón de ser y/o esencia de la misma, para consumarla operativamente en el
mundo real.
Tradicionalmente hemos relacionado la espiritualidad con lo religioso y lo místico, negándonos a aceptar el carácter espiritual de
determinadas ideologías. Resulta paradójico porque, precisamente, ideología es un concepto que etimológicamente significa conjunto de ideas (creencias y
valores) que decidimos hacer nuestros, preservándolos y defendiéndolos. Y estas
ideas son siempre virtuales, es decir, son sentimientos que vivenciamos en
nuestras conciencias como modos de ser reales.
IMPLICACIONES
POLÍTICAS
A menudo leo, sorprendido, a gente anónima, pero
también a sesudos intelectuales, preguntarse cómo es posible que nuestras
izquierdas (las que padecemos en España) sean tan dogmáticas y sectarias.
Y, paradójicamente, nuestros pensadores de cabecera, leídos
marxistas que conforman nuestras izquierdas ilustradas, siempre ven la paja en
el ojo ajeno; es decir, siempre ven esencialismos”peligrosos en aquellas
ideologías que se fundamentan a partir de entidades nacionales. Y claro, esta
visión borrosa, hemipléjica y sesgada, les insta a combatirlas como las cochambres
políticas, morales e intelectuales que consideran que son. ¡Joío Arcadi
Espada!
Otro tanto sucede con lo que consideran malas
izquierdas; esas izquierdas extravagantes y divagantes que G. Bueno
considerara indefinidas, y que el capo de los constitucionalistas habermasianos
(Félix Ovejero) ha dado en llamar reaccionarias. Nuestros constitucionalistas
también combaten a estas izquierdas que se han dejado seducir por las
ensoñaciones (espirituales) de los nacionalismos periféricos, pero lo hacen con
la boca chica, porque, al cabo, estas izquierdas son sus díscolas hermanas
ideológicas. Al final, como dejó bien claro Mikel Arteta, siempre será mil
veces preferible el comunismo divagante y extravagante de Podemos que el liberal-conservadurismo
de VOX. Cuestión de afectos tempranos o, si se prefiere, de modos de sentir y
vivenciar nuestra propia espiritualidad (ideología).
A menudo solemos decir que las izquierdas, en general,
se han arrogado una superioridad moral que les permiten legitimar cualquier
acto criminal o vulneración de la legalidad, por miserable que estos sean.
Hemos visto en Cataluña cómo Podemos (mil veces preferible a VOX) apoyaba el
golpe de Estado del secesionismo. Hemos visto a Pedro Sánchez blanquear, e
incluso cantar las excelencias, de Bildu, partido filoterrorista. Pero no pasa
nada, todo se acepta, se justifica o se soporta como un mal menor, porque peor sería que gobernara la malosa derechona. ¡Por favor!
Pero lo más frustrante de todo ha sido comprobar cómo nuestras izquierdas
ilustradas, a pesar de sus tan cacareados centrismos equidistantes, al final
siempre acaban tirando pal monte, como las cabritillas marxistas que son. Al
final siempre acaban magnificando y sobredimensionando mucho más las reacciones legítimas de VOX (el cartel de los menas angelitos) en un sempiterno intento,
inmoral y descarado, por igualar a los agresores (quienes matan a españoles por
llevar tirantes con la bandera de España) con quienes defienden sus derechos y
libertades; comparando a quienes apedrean al adversario con quienes, orgullosos,
se fuman un puro mientras la chusma roja le increpa. ¡Habrase visto tanta
chulería facha! ¡Eso sí que no!
Y esto es, realmente, lo que no soportan los discípulos de
Habermas: el orgullo de quienes se sienten españoles, porque, como decía Arteta
en su defensa del patriotismo constitucional, hay que ser españoles pero sin
mostrar orgullo por ello. Claro que sí, guapis, porque la única estética, moral
al cabo, buena y justa es la de los cínicos habermasianos; la moral de esos centristas que creen haberse despojado de cualquier atisbo de esencialismo espiritual y
que, sin embargo, son más creyentes que el nacionalista más acérrimo.
CONCLUSIÓN
La paradoja que subyace en nuestras izquierdas ilustradas, siempre prestas a combatir los dogmatismos de “los hunos y los hotros” es que, como bien señalaran Adorno y Horkheimer, ellas mismas han mutado en una Razón Ilustrada supremacista, intransigente y celosa de su verdad, que lo mismo penaliza a Polonia por defender su nación y su catolicismo, que no duda en mentir para cosificar y/o deslegitimar a la conciencia contraria (VOX).
Y
cuando la realidad no tiene su correspondencia aristotélica con las proposiciones falaces y prejuiciosas que enarbolan,
porque no se ha demostrado que VOX sea un partido de “ultraderecha”, entonces se convierten en sofistas. Entonces, cuando
la terca realidad no se compadece de sus sospechas y prejuicios, no dudan en
instrumentalizar la realidad fáctica, a la que tanto les gusta referirse,
utilizando el pensamiento sensible y la hermenéutica psicoestética para interpretar palabras y hechos (de nuevo el cartel de VOX) según los dictados de
su ideología. Tradúzcase: según las creencias espirituales de su ideología
religiosa que les permite creerse, por ejemplo, que la patria es el lugar donde se está a
gusto (puro sentimentalismo), y no la tierra de nuestros padres y el lugar
donde se nace (materialismo realista).