INTRODUCCIÓN
Los discípulos de Gustavo Bueno no pierden ocasión en descalificar a Ortega y Gasset, sobre todo debido al sueño del filósofo madrileño de poder articular un Estado supranacional europeo; un sueño o posibilidad real histórica que el propio Ortega confesó anhelar en su "Rebelión de las masas" (prólogo para franceses de 1937).
La principal crítica del MF (materialismo filosófico) al pensamiento de Ortega parte de considerar (craso error) que Ortega era un "idealista" y, por tanto, éste también se servía de una filosofía idealista (fantasiosa) para intentar "salvar a España" a través de Europa; a través de un Estado supranacional europeo.
Desde luego, es bien cierto que el propio Ortega escribió en el citado Prólogo para franceses de 1937, de su "Rebelion de las masas":
" La figura de ese Estado supranacional será, claro está, muy distinta de las usadas...".
¿Pero cómo imaginó Ortega que sería la figura de su hipotético Estado supranacional europeo? Pues, como intentaré demostrar a continuación, no lo imaginó desde una perspectiva idealista, sino desde la articulación de un Estado supranacional raciovitalista y operativo, en absoluto habermasiano,
De hecho, el propio Ortega, como si intuyera que décadas más tarde Gustavo Bueno le tildaría de idealista, dejó escrito en su "Rebelión de las masas":
"No es, pues, debilidad ante las solicitaciones de la fantasía ni propensión a un "idealismo" que detesto, y contra el cual he combatido toda mi vida, lo que me lleva a pensar así. Ha sido el realismo histórico el que me ha hecho ver que la unidad de Europa no es un "ideal", sino un hecho".
EUROPA COMO HECHO, NO COMO IDEAL
Fijémonos cómo el propio Ortega dejó bien claro que él no era un idealista (enfatizo en negrita), porque no consideraba que la unidad de Europa fuese un ideal, sino un hecho consumado a través de lo que Ortega denominó realismo histórico.
Es cierto que Ortega apeló a la defensa de un proyecto civilizador supranacional, ¿pero ese proyecto civilizador suyo cómo habría de ser? ¿Debería ser un proyecto plurinacional, al modo de un Estado confederal que preservara las diferentes soberanías nacionales integrantes? ¿O, por el contrario, debería constituirse como una proyecto federal, al modo de la socialdemocracia habermasiana, arrebatándole a los países miembros sus respectivas soberanías nacionales?
El problema de Ortega es que no argumenta cómo podría llegar a articularse ese Estado supranacional europeo que, según él, debería ser, al tiempo, unificador pero también plurinacional.
Ortega se limita a decir al respecto:
"Esta idea acrobática (articular un proyecto supranacional unificador y plurinacional) , chocaría con los hombres de cabezas toscas".
En esta sustancialización del "europeísmo", entendido como alianza entre iguales, que no deja de ser una idea hipostasiada en la conciencia, podría radicar el carácter idealista, acrobático, humanista y soñador, de la propuesta orteguiana. Aunque, según Ortega, su propuesta era complicada (acrobática), pero no imposible.
La idea supranacional de Ortega, en su parecer, no sería un imposible ideal, sino que sería un proyecto difícil de llevarse a la praxis por culpa de los hombres de cabezas toscas.
¿Quiénes eran estos hombres de cabezas toscas a los que se refiere Ortega?
El propio Ortega responde:
Son cabezas pesadas nacidas para existir bajo las perpetuas tiranías de Oriente.
Y a continuación nos describe cómo son estas cabezas pesadas, que se dejan seducir por las promesas de las tiranía de Oriente (léase comunistas):
Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas internacionales... tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones; es el hombre sin la nobleza que obliga.
No creo, después de leer esta definición de hombre-masa (hombre de cabeza tosca o pesada vaciado de su propia historia) que Ortega hiciera suyo, hoy, el ideario globalista de la Europa habermasiana; un proyecto supranacional que, precisamente, arrebata a las naciones que lo integran su soberanía nacional y su pasado para, así, ensayar un nuevo internacionalismo muy inspirado en las marxistas tiranías de Oriente, pero edulcorado bajo la apariencia de una socialdemocracia talantera.
NACIÓN PARTICULARISTA VS NACIÓN FRAGMENTARIA
Creo que la mayoría de los discípulos de G. Bueno, salvo Manuel F. Lorenzo, no han leído a Ortega con suficiente atención expectante; no han sabido ver las evidentes coincidencias entre determinados postulados del MF y la filosofía raciovitalista, que no idealista, de Ortega y Gasset.
Explica Manuel F. Lorenzo en su libro "Nacionalismo contra globalización" (2021):
Ortega ha sido el chivo expiatorio de los actuales anti-europeístas (entre ellos los seguidores de G. Bueno) que nos recuerdan la famosa frase del filósofo madrileño "España es el problema, y Europa la solución". Pero la Europa actual es una oligarquía de políticos, banqueros y medios de comunicación, caracterizada por la mediocridad de un europeísmo utópico que sueña con ceder soberanía, no importa cuánta, a una Europa Federal. Ortega nunca defendió tal cosa, pues en su concepción de unidad europea se suponía una fuerte política nacionalizadora en España (contra los particularismos periféricos) y no una mera cesión supranacional de competencias estatales. Ortega tenía otra filosofía muy diferente del papanatismo europeísta hoy dominante... y se atrevió a proponer una nueva filosofia llamada raciovitalismo.
A Ortega, sin embargo, se le ha criticado tanto o más que a Julían Marías, su discípulo, por definir la nación española como un sugestivo proyecto de vida en común articulado en la unidad desde la pluralidad. También Julián Marías nos dejó una definición poco afortunada: España es una nación de naciones; una definición que se han apropiado las izquierdas federalistas y que Gustavo Bueno, por cierto, trituró de forma impecable.
Sin embargo, el propio G. Bueno definió la nación española como una nación envolvente; es decir, como una nación que "envolvió" (leáse en términos piagetianos de asimilar y acomodar) a otras nacionalidades, dando lugar a la unidad de un superior conjunto plural.
La nación histórica española (constituida a lo largo de la historia) fue envolviendo y/o integrando en un proyecto común más amplio y unitario al resto de pueblos (naciones) de su entorno.
La idea común que subyace en las definiciones, tanto de Ortega como de Marías o G. Bueno, insiste en un mismo hecho: España se hizo nación a través de un principio de incorporación o constitución de unidades sociales superiores (Julián Marías).
Insisto: tanto el raciovitalismo orteguiano (realismo histórico) como el MF coinciden al reconocer que España se fue haciendo a través de hechos, a partir de un devenir histórico que Julián Marías llamó trayectorias históricas reales.
Hay, pues, una clara coincidencia entre el raciovitalismo y el MF al entender cómo se forjó la nación histórica española, como un proyecto integrador y continuista, y ello al margen de que cada propuesta filosófica se valga de diferentes terminologías conceptuales para expresar la misma verdad.
Estas diferencias conceptuales podemos observarlas en el modo en que cada filósofo denominó a los particularismos regionalistas. Ortega utilizó el término nacionalismo periférico y Gustavo Bueno el de nacionalismo radical, pero, en ambos casos, esos modos de ser eran particularismos degenerados en tanto que secesionistas:
"En efecto, nuetra crítica al nacionalismo radical...deriva de su consideración de concepto particular degenerado ("España frente a Europa" de G. Bueno).
Así pues, tanto la filosofía raciovitalista de Ortega como el MF de G. Bueno trituraron el idealismo secesionista, aunque hay que reconocer que G. Bueno fundamentó su crítica mucho mejor que el filósofo madrileño.
Los objetivos últimos de la nación particularista (Ortega) y los de la nación fragmentaria (G. Bueno) eran los mismos: romper la unidad e integridad de la nación española.
Pero Ortega y Bueno no coincidieron tan sólo al explicar cómo se fue haciendo España, integrando o envolviendo a otras realidades nacionales posibles, sino que los dos filósofos entendieron que la forma política del imperio era la mejor posible para civilizar y preservar la razón de ser de Occidente,
IMPERIO GENERADOR (EUROPA CONFEDERAL VS EUROPA FEDERAL)
Insisto: no basta con decir, como dicen los discípulos de Gustavo Bueno, que Ortega era idealista en tanto que europeísta. No basta.
Para empezar habría que diferenciar entre el europeísmo de Ortega (de carácter confederal) del europeísmo federal de la socialdemocracia habermasiana (ver Manuel F. Lorenzo). Pero, sobre todo, deberíamos diferenciar entre los pretéritos fines que inspiraron la articulación de la supranación europea orteguiana de los fines que actualmente persigue la supranacion europea habermasiana.
Demos, por tanto, unas pequeñas pinceladas para explicar las diferencias entre un proyecto político de unidad confederada y otro articulado desde una unidad federal.
Una supranación europea confederada (como la pensó Ortega) sería una unidad integradora de pluralidades nacionales, donde cada nación preservaría su propia soberanía nacional participando, al tiempo, en la política de un superior proyecto común europeo. Una supranación europea federal, sin embargo, articularía un fuerte poder central que anularía o limitaría la soberanía nacional de los diferentes países integrantes.
La supranación europea de hoy, socialdemócrata en esencia, posee un marcado carácter federal, es decir, pretende anular la soberanía nacional de las diferentes naciones que la integran. Desde Bruselas se decide el destino de las diferentes naciones. Y aquellas naciones europeas que se muestran díscolas disidentes, defensoras de sus respectivas razones de ser nacionales, son coaccionadas, amezadas y castigadas (sancionadas económicamente).
No, la Europa que anheló Ortega no era la Europa habermasiana, idealista y socialdemócrata, que hoy padecemos. La Europa orteguiana era más aristoi e imperialista, no solo por salvaguardar las diferentes soberanías nacionales, sino porque sus fines comunes, como bien he subrayado anteriormente, eran muy diferentes a los de la actual supranación europea.
Escribió Ortega:
La probabilidad de un Estado Europeo se impone necesariamente. La ocasión que lleve súbitamente al proceso puede ser cualquiera: por ejemplo, la coleta de un chino que asome por los Urales o bien una sacudida del gran magma islámico.
Dos fines, los mismos que el imperio generador de Gustavo Bueno, perseguía la supranación orteguiana: generar un proceso civilizador occidental y salvaguardar al mismo de amenazas externas, las islámicas y la del gigante chino que ya comenzaba a "despertar".
La Europa habermasiana, por el contrario, facilita la disolución de la razón de ser occidental, no solo dejándola indefensa ante amenazas externas (Islam), sino dinamitando, desde dentro, las diferentes soberanías nacionales que son, al cabo, las últimas depositarias de tradicionales valores trascendentales y la última defensa frente a lo que Ortega llamó pseudomorales eslavas (comunismo).
Mi tesis es la siguiente: la idea de imperio generador de Gustavo Bueno coincide con la idea orteguiana de una Europa supranacional confederal. Podríamos decir, grosso modo, que ambos filósofos creían en la articulación de lo que podríamos llamar un imperio confederado; es decir, una gran supranación (imperio europeo) operativa y generadora de principios civilizadores (no depredadores) que, al tiempo, salvaguardara su propia razón de ser.
He aquí las dos características principales que comparten el imperio generador de Bueno y la supranación confederal de Ortega.
1) Generar y difundir la moral de una civilizadora razón superior (Occidental).
2) Garantizar la supervivencia del imperio generador defendiéndolo de las amenazas de otras morales.
No cabe duda de que tanto el raciovitalismo orteguiano como el MF se refieren a proyectos muy parecidos, llámense supranacionales o imperiales, pero, en ambos casos, proyectos que se constituyen desde una unidad superior envolviendo a otras pluralidades (regionales y/o nacionales); proyectos que tienen como fin desarrollar un proceso civilizador que ha de ser defendido.
La principal diferencia entre las propuestas "imperialistas" de Ortega y Bueno no está, por tanto, en los mismos fines que ambas comparten, sino en el quién, quién debería liderar ese proyecto civilizador occidental salvaguardándolo de enemisgos internos y externos (comunistas e islamistas).
Ortega, como sabemos, creyó que dicho líder (salvador de Occidente) debería ser una supranación europea, pero en absoluto una supranación habermasiana (léase socialdemócrata), sino un proyecto unitario de carácter confederal o "imperialista", como se prefiera. Sin embargo, G. Bueno desconfiaba de Europa, porque la Europa actual, sumida en la decadencia y la falta de convicción moral, no solo ataca a las diferentes soberanías nacionales, sino que es incapaz de articular eficaces políticas operativas para preservar su propia razón de ser. De hecho, la propuesta de G. Bueno es más osada que la orteguiana: debería ser España la que liderara un nuevo proyecto civilizador (hispanoaméricano), asiéndose a los restos del naufragio de lo que fue el imperio generador español.
España, hoy como ayer, siempre frente a Europa.