lunes, 18 de febrero de 2019
Razón supremacista vs razón democrática (crítica a Gustavo Bueno)
INTRODUCCIÓN
El Antiguo Régimen fue un sistema socio-político injusto que aceptaba las desigualdades sociales (sociedad estamental) y concentraba todos los poderes en las figuras de un monarca absolutista y la Iglesia. Fue un sistema fundamentado en una razón supremacista legitimada y justificada por designio divino.
Gustavo Bueno, en su libro “El mito de la izquierda”, consideró que fue en el año 1789, con el derrocamiento del Antiguo Régimen (a partir de ahora AR), cuando apareció la nación política y con ésta aparecieron las “izquierdas”, seis generaciones de izquierdas que se definirían a lo largo de la historia por su oposición al AR.
Pero me gustaría señalar, aunque resulte una obviedad, que estas primeras izquierdas, que defendieron la igualdad a través de la razón ilustrada, fueron izquierdas liberales que, no lo olvidemos, lograron la igualdad jurídica entre ciudadanos a través de leyes que emanaban de Estados democráticos y de Derecho.
TERMINOLOGÍA CONCEPTUAL en “El mito de la izquierda” de Gustavo Bueno.
Gustavo Bueno, en su libro “El mito de la izquierda”, distinguió 6 generaciones de izquierdas definidas:
1ª -Izquierda jacobina: republicana y nacional.
2ª- Izquierda liberal: nacional pero no necesariamente republicana.
3ª- Anarquismo: surgió en la I Internacional y fue contrario al Estado-Nación (prescindirá del Estado operativo). Sus parámetros no fueron reales sino idealistas, pero su proyecto libertario y universal realizó una reconstrucción de la historia a través de una racionalidad holizada (concepto clave, como veremos más adelante, para considerarlo dentro del grupo de las “izquierdas definidas”).
4ª- Socialdemocracia: aparecerá en la II Internacional y recuperará el proyecto del Estado nacional.
5ª- Comunismo: emergió en la III Internacional y apostó por una “patria socialista” internacional con aspiración de universalidad.
6ª -Maoísmo: se dio en China y fue, de hecho, un particularismo comunista.
NACIMIENTO DE LA IZQUIERDA
Gustavo Bueno consideró que la izquierda nació espacial e ideológicamente con la culminación de la Revolución Francesa (1789); una revolución que posibilitó, a su vez, el nacimiento de la nación política. La izquierda lo es, precisamente, porque durante las asambleas revolucionarias quienes defendieron los postulados igualitarios (contrarios al Antiguo Régimen) se sentaron (se ubicaron espacialmente) a la izquierda de la cámara.
La derecha, por tanto, también quedó definida espacial e ideológicamente, como contraria a aceptar el Nuevo Régimen que representaba la nueva nación política constituida por ciudadanos libres e iguales.
Las dos ideas fundamentales que defenderán, desde entonces, las izquierdas serán la igualdad y la razón: la búsqueda del igualitarismo (igualdad entre ciudadanos) a través del uso de una racionalidad holizadora (transformadora).
Igualitarismo: no debe entenderse como búsqueda de un “igualitarismo utópico” sino como búsqueda de igualdad jurídica (primeras izquierdas) e igualdad social (izquierdas posteriores).
Racionalidad holizadora: consistirá en categorizar la historia (racionalizarla) a través de la lógica para explicar las transformaciones sociales como la que tuvo lugar, por ejemplo, durante la Revolución francesa, cuando el AR devino nación política compuesta por individuos iguales entre sí (ciudadanos).
* Matiz importante: según Gustavo Bueno la razón de la izquierda debe definirse siempre desde la razón científica, evitando así “esencialismos” metafísicos.
NACIÓN POLÍTICA
La nación política, como ya se ha dicho, surgió de un Estado pre-existente; surgió del Estado del Antiguo Régimen, en el 1789 y como consecuencia de la transformación del AR en un Estado-Nación. La nación política no se definirá desde la biología (dónde se nace) ni desde la etnia (raza) ni desde rasgos históricos-culturales, pues es una república laica de ciudadanos. Así pues, el primer parámetro o idea funcional de la izquierda, su primer valor, será ser una izquierda política, por fuer nacional y republicana. Más tarde, a través de un proceso de racionalidad holizadora, las primeras izquierdas se cuestionarán la idea de Estado y elaborarán proyectos sin Estado (anarquismo) o el proyecto de un Estado inter-nacional (marxismo). De hecho, el socialismo es anterior al marxismo, pero será la ideología marxista la que dará forma a un socialismo-estatal.
TESIS que defenderé:
“Sin liberalismo solo hay diferentes formas de supremacismos ideológicos”
Desde el momento en que desaparece el AR y se acepta la igualdad jurídica entre ciudadanos, desaparece, de facto, el supremacismo inherente a la monarquía absolutista, es decir, desaparece la creencia, sustentada por el sistema político-social del AR, de que la desigualdad entre los hombres provenía del designio divino. La derrota de este primer “supremacismo” supuso el triunfo de la RAZÓN.
Sin embargo, como hoy sabemos, el concepto ideológico que es la Razón Ilustrada también puede mutar en “razón supremacista”, es decir, puede erigirse en verdad incuestionable y absoluta, sobre todo si adopta los ropajes de la “razón científica”. Esto ya supo verlo la Escuela de Frankfurt (Horkheimer y Adorno).
Voy a defender una osada tesis, según la cual sería supremacista cualquier ideología que, a pesar de defender una sociedad de ciudadanos iguales a través de una racionalidad holizadora, se erigiese, para ello, en única y verdadera conciencia, es decir, mutara en supremacismo ideológico análogo al del AR.
Así pues, yo no clasificaría las ideologías surgidas tras el AR como “izquierdas definidas” o “izquierdas indefinidas”. No lo haría en base al posicionamiento espacial que ocuparon los revolucionarios y defensores del AR durante la Revolución Francesa. Dicha clasificación, por más que pretenda “definir”, y como reconoce el propio Bueno, es una “pregunta ontológica” que no ayuda en el momento actual a identificar de forma clara quiénes son los verdaderos enemigos de la libertad. Así, los fascistas siempre seguirán siendo “los otros”, porque siempre habrá una izquierda más a la izquierda que su predecesora.
PROPUESTA DE CLASIFICACIÓN
Yo propondría corregir la clasificación taxonómica de Gustavo Bueno de esta manera, respetando el orden cronológico, pero sin referirme en absoluto al concepto “izquierda”, diferenciando, así, a los sistemas e ideologías sustentados en razones supremacistas de aquellos otros constituidos por razones democráticas (humildes ontológicamente).
La clasificación sería la siguiente:
1- Supremacismo del AR
2- Liberalismo
3- Anarquismo
4- Socialdemocracia
5- Supremacismo marxista, del cual surgirán tres ideologías que, a su vez, compartirán semejanzas y diferencias:
-Supremacismo comunista
-Supremacismo fascista
-Supremacismo nacionalsocialista.
Obsérvese que solo el liberalismo, el anarquismo y la socialdemocracia, además de otras formas híbridas como el socioliberalismo, no atentan contra las libertades de los ciudadanos en aras de perseguir utópicos fines últimos.
El supremacismo del Antiguo Régimen, por ser el único que emanó directamente de la Gracia Divina (Dios), no necesitó justificarse a sí mismo. Sin embargo, los demás supremacismos, Todos surgidos a partir de la conciencia marxista, no tuvieron más remedio que justificar sus prepotentes y señoriales conciencias a través de la razón. No importará, en mi opinión, y al contrario de lo que pensara Gustavo Bueno, que dichas razones tuviesen pretensiones “científicas” (marxismo) o se fundamentaran en la tradición y la cultura (fascismo y nacionalsocialismo). En todos los casos la razón fue pervertida, o instrumentalizada (Adorno y Horkheimer), por tal de lograr determinados fines; en todos los casos, por tanto, dichas conciencia pecan de supremacismo al negar al resto de conciencias, es decir, al negar las libertades individuales, pues todas ellas comparten dos fundamentales puntos comunes: son antiliberales y antidemocráticas.
NACIONALSOCIALISMO COMO ESPEJO DEL COMUNISMO
INTRODUCCIÓN
En mi reflexión anterior, necesaria para comprender mínimamente la terminología conceptual de Gustavo Bueno, propuse una clasificación alternativa a la del padre del materialismo filosófico:
1-Supremacismo del AR
2- Liberalismo
3- Anarquismo
4- Socialdemocracia- holización democrática (Ferdinand Lassalle)
4- Supremacismo marxista- holización revolucionaria (retorno al jacobismo) que dará origen a 3 ideologías también revolucionarias:
-Supremacismo comunista- holización prepotente internacionalista.
-Supremacismo fascista- holización prepotente histórico-cultural
-Supremacismo nacionalsocialista- holización étnica y racial.
Tras la caída del primer supremacismo, representado por el Antiguo Régimen, las izquierdas liberales se propusieron, precisamente como primera obligación, no volver al pasado, es decir, no retornar a sociedades regidas por una razón supremacista que discriminara a los ciudadanos por razones de origen, raza o clase.
Sin embargo, Gustavo Bueno consideró legítima la Revolución bolchevique (supremacismo comunista), porque, como la francesa, siguió en la misma línea holizadora de igualar a los ciudadanos, ya no solo en lo político (igualdad jurídica) sino también en el terreno ideológico (igualdad social). Así, desde una perspectiva puramente materialista (supuestamente exenta de valoraciones morales) se justificó la operatividad del terror bolchevique como otrora se justificara el terror jacobino.
El fascismo y el nacionalsocialismo, en el parecer de Bueno, quedarían “deslegitimados”, es decir, permanecerían excluidos de pertenecer a las “izquierdas definidas”, por considerar que las holizaciones ensayadas por ambos no ampliaban, sino que restringían, las igualdades entre ciudadanos. Así, el fascismo discriminaría a los ciudadanos en base a desigualdades justificadas por una razón histórico-cultural, mientras que el nacionalsocialismo haría más tarde lo propio, justificando desigualdades raciales.
La base argumental de Bueno sería que el comunismo intentó ampliar la igualdad entre ciudadanos buscando erradicar las diferentes clases sociales para lo cual, primero, era necesario que la clase más desfavorecida (el proletariado) se erigiera en única conciencia legitimada para llevar a cabo tal misión igualadora.
NO HAY RAZÓN SIN MORAL
El error de Gustavo Bueno, que continúa siendo el mismo error de todos los que se siguen diciendo “comunistas”, es que siguió considerando moralmente aceptable el supremacismo marxista-leninista en base a su intencionalidad, obviando los hechos trágicos que fueron necesarios para poder consumar la idea en la realidad. Es decir, el comunismo es bueno porque tiene un fin “bueno”: igualar en torno a la idea de clase. Punto. El fascismo y el nacionalsocialismo serán “malos” por defender igualaciones a través de “irracionales” ideas culturales y/o raciales.
Un fin considerado justo (comunismo) le permite a Bueno legitimar la revolución (ruptura de la legalidad constitucional y liberal); le permite aceptar la dictadura proletaria (negación de la igualdad jurídica) y le permite asumir la reeducación para los disidentes, un eufemismo que albergaba la posibilidad de la creación de gulags, campos de exterminios de los jemeres rojos, matanzas maoístas…
Bueno argumentará que no hará valoraciones morales al excluir a fascistas y nacionalsocialistas del grupo de las “izquierdas”, sino que se regirá por un criterio objetivo: considerar como ideologías de izquierdas a aquellas que se obliguen a ampliar la igualdad jurídica del liberalismo alcanzado la igualdad social; una igualdad necesaria (buena y justa) demostrada por la razón científica, es decir, por el materialismo dialéctico y científico.
CRÍTICA
De entrada, hay en el comunismo (que se autodenominó a sí mismo “la liga de los justos” antes de la publicación de “El manifiesto comunista”) una flagrante contradicción al pretender ser portador de una moral buena y justa e incuestionable, en tanto que científica. Bueno solo asumirá, primera crítica, que la razón que no sea científica por fuer no será razón (será “irracionalidad”).
La segunda crítica giraría en torno a la construcción “ad hoc” de la teoría marxista, ya explicada por numerosos autores, y sobre la que no deseo profundizar por falta de tiempo (y ganas).
La tercera crítica, para mí más importante, es que si el mismo Gustavo Bueno justifica, como también hace el marxismo, que es necesario prescindir de valoraciones morales (judeocristianas y kantianas a la postre), para alcanzar un fin último en forma de sociedad igualitaria, la pregunta obligada sería:
¿No sería tan igualitaria una sociedad sin clases, como otra sin razas o sin diferentes tradiciones histórico-culturales?
Me explico: ¿si el comunismo y sus derivados no dudaron en exterminar a millones de inocentes (disidentes ideológicos y conciencias contrarias al marxismo) por qué no iban a hacer lo propio fascistas y nacionalsocialistas?
¿Por qué habría de ser más “justa” una sociedad uniformada por una sola clase (tras exterminar o someter a las demás clases) que otra sociedad uniformada por la raza (tras exterminar o someter a las demás razas)?
¿CÓMO SUPERA BUENO ESTOS SESGOS MORALES?
El propio Bueno, para justificar la discrepancia entre la teoría y la praxis (lo que decía ser el comunismo y lo que realmente fue) recurre a la “creación” de dos nuevos conceptos:
Perspectiva EMIC: lo que piensa un agente de sus actos, es decir, las ideas que se defienden desde una teoría.
Perspectiva ETIC: lo que sucede objetivamente en la realidad, lo que queda DEFINIDO.
Así, de esta manera, Gustavo Bueno justifica la “bondad apriorística” del comunismo (EMIC), pues la teoría era buena y justa y estaba perfectamente legitimada por una razón científica. Otra cuestión sería que los hechos que quedaran definidos en la realidad (ETIC) no coincidieran con un fin tan loable.
Desde estas mismas perspectivas, Bueno considera al nacionalsocialismo injusto, porque carecía de “bondad apriorística”; su razón no era científica, sino “irracional”, y en sus postulados teóricos (EMIC) ya se contemplaba una praxis acorde a los mismos.
OBJECCIÓN A LA DEFENSA DEL MARXISMO POR PARTE DE GUSTAVO BUENO
Cuando Marx, razón científica mediante y desde una perspectiva EMIC (teoría), pensó que sería necesario implantar una dictadura y “reeducar” a los disidentes tras el triunfo de la revolución, lo hizo siendo consciente de que la idea solo podría consumarse a través de una praxis que se sirviera de antropotécnicas represoras .
Quizás, efectivamente, Marx jamás pensó en los gulags que asesinarían a millones de personas inocentes, y que esa sería la manera en la que se definiría su teoría en la realidad (perspectiva ETIC). Quizás Marx pensara que sería posible implantar una dictadura de “buen rollo” para reeducar a los ciudadanos disidentes, en bonitos centros de recreo con tolerantes y persuasivos “formadores”. Sin embargo, Marx sabía muy bien cómo se llevó a cabo la Revolución Francesa, por lo que no cabe presuponerle ingenuidad ni humildad ontológica, sino prepotente supremacismo, que, a diferencia del nacionalsocialista, se cuidó mucho de enmascarar por tal de hacerlo aparecer moralmente “bueno y justo”.
En mi reflexión anterior, necesaria para comprender mínimamente la terminología conceptual de Gustavo Bueno, propuse una clasificación alternativa a la del padre del materialismo filosófico:
1-Supremacismo del AR
2- Liberalismo
3- Anarquismo
4- Socialdemocracia- holización democrática (Ferdinand Lassalle)
4- Supremacismo marxista- holización revolucionaria (retorno al jacobismo) que dará origen a 3 ideologías también revolucionarias:
-Supremacismo comunista- holización prepotente internacionalista.
-Supremacismo fascista- holización prepotente histórico-cultural
-Supremacismo nacionalsocialista- holización étnica y racial.
Tras la caída del primer supremacismo, representado por el Antiguo Régimen, las izquierdas liberales se propusieron, precisamente como primera obligación, no volver al pasado, es decir, no retornar a sociedades regidas por una razón supremacista que discriminara a los ciudadanos por razones de origen, raza o clase.
Sin embargo, Gustavo Bueno consideró legítima la Revolución bolchevique (supremacismo comunista), porque, como la francesa, siguió en la misma línea holizadora de igualar a los ciudadanos, ya no solo en lo político (igualdad jurídica) sino también en el terreno ideológico (igualdad social). Así, desde una perspectiva puramente materialista (supuestamente exenta de valoraciones morales) se justificó la operatividad del terror bolchevique como otrora se justificara el terror jacobino.
El fascismo y el nacionalsocialismo, en el parecer de Bueno, quedarían “deslegitimados”, es decir, permanecerían excluidos de pertenecer a las “izquierdas definidas”, por considerar que las holizaciones ensayadas por ambos no ampliaban, sino que restringían, las igualdades entre ciudadanos. Así, el fascismo discriminaría a los ciudadanos en base a desigualdades justificadas por una razón histórico-cultural, mientras que el nacionalsocialismo haría más tarde lo propio, justificando desigualdades raciales.
La base argumental de Bueno sería que el comunismo intentó ampliar la igualdad entre ciudadanos buscando erradicar las diferentes clases sociales para lo cual, primero, era necesario que la clase más desfavorecida (el proletariado) se erigiera en única conciencia legitimada para llevar a cabo tal misión igualadora.
NO HAY RAZÓN SIN MORAL
El error de Gustavo Bueno, que continúa siendo el mismo error de todos los que se siguen diciendo “comunistas”, es que siguió considerando moralmente aceptable el supremacismo marxista-leninista en base a su intencionalidad, obviando los hechos trágicos que fueron necesarios para poder consumar la idea en la realidad. Es decir, el comunismo es bueno porque tiene un fin “bueno”: igualar en torno a la idea de clase. Punto. El fascismo y el nacionalsocialismo serán “malos” por defender igualaciones a través de “irracionales” ideas culturales y/o raciales.
Un fin considerado justo (comunismo) le permite a Bueno legitimar la revolución (ruptura de la legalidad constitucional y liberal); le permite aceptar la dictadura proletaria (negación de la igualdad jurídica) y le permite asumir la reeducación para los disidentes, un eufemismo que albergaba la posibilidad de la creación de gulags, campos de exterminios de los jemeres rojos, matanzas maoístas…
Bueno argumentará que no hará valoraciones morales al excluir a fascistas y nacionalsocialistas del grupo de las “izquierdas”, sino que se regirá por un criterio objetivo: considerar como ideologías de izquierdas a aquellas que se obliguen a ampliar la igualdad jurídica del liberalismo alcanzado la igualdad social; una igualdad necesaria (buena y justa) demostrada por la razón científica, es decir, por el materialismo dialéctico y científico.
CRÍTICA
De entrada, hay en el comunismo (que se autodenominó a sí mismo “la liga de los justos” antes de la publicación de “El manifiesto comunista”) una flagrante contradicción al pretender ser portador de una moral buena y justa e incuestionable, en tanto que científica. Bueno solo asumirá, primera crítica, que la razón que no sea científica por fuer no será razón (será “irracionalidad”).
La segunda crítica giraría en torno a la construcción “ad hoc” de la teoría marxista, ya explicada por numerosos autores, y sobre la que no deseo profundizar por falta de tiempo (y ganas).
La tercera crítica, para mí más importante, es que si el mismo Gustavo Bueno justifica, como también hace el marxismo, que es necesario prescindir de valoraciones morales (judeocristianas y kantianas a la postre), para alcanzar un fin último en forma de sociedad igualitaria, la pregunta obligada sería:
¿No sería tan igualitaria una sociedad sin clases, como otra sin razas o sin diferentes tradiciones histórico-culturales?
Me explico: ¿si el comunismo y sus derivados no dudaron en exterminar a millones de inocentes (disidentes ideológicos y conciencias contrarias al marxismo) por qué no iban a hacer lo propio fascistas y nacionalsocialistas?
¿Por qué habría de ser más “justa” una sociedad uniformada por una sola clase (tras exterminar o someter a las demás clases) que otra sociedad uniformada por la raza (tras exterminar o someter a las demás razas)?
¿CÓMO SUPERA BUENO ESTOS SESGOS MORALES?
El propio Bueno, para justificar la discrepancia entre la teoría y la praxis (lo que decía ser el comunismo y lo que realmente fue) recurre a la “creación” de dos nuevos conceptos:
Perspectiva EMIC: lo que piensa un agente de sus actos, es decir, las ideas que se defienden desde una teoría.
Perspectiva ETIC: lo que sucede objetivamente en la realidad, lo que queda DEFINIDO.
Así, de esta manera, Gustavo Bueno justifica la “bondad apriorística” del comunismo (EMIC), pues la teoría era buena y justa y estaba perfectamente legitimada por una razón científica. Otra cuestión sería que los hechos que quedaran definidos en la realidad (ETIC) no coincidieran con un fin tan loable.
Desde estas mismas perspectivas, Bueno considera al nacionalsocialismo injusto, porque carecía de “bondad apriorística”; su razón no era científica, sino “irracional”, y en sus postulados teóricos (EMIC) ya se contemplaba una praxis acorde a los mismos.
OBJECCIÓN A LA DEFENSA DEL MARXISMO POR PARTE DE GUSTAVO BUENO
Cuando Marx, razón científica mediante y desde una perspectiva EMIC (teoría), pensó que sería necesario implantar una dictadura y “reeducar” a los disidentes tras el triunfo de la revolución, lo hizo siendo consciente de que la idea solo podría consumarse a través de una praxis que se sirviera de antropotécnicas represoras .
Quizás, efectivamente, Marx jamás pensó en los gulags que asesinarían a millones de personas inocentes, y que esa sería la manera en la que se definiría su teoría en la realidad (perspectiva ETIC). Quizás Marx pensara que sería posible implantar una dictadura de “buen rollo” para reeducar a los ciudadanos disidentes, en bonitos centros de recreo con tolerantes y persuasivos “formadores”. Sin embargo, Marx sabía muy bien cómo se llevó a cabo la Revolución Francesa, por lo que no cabe presuponerle ingenuidad ni humildad ontológica, sino prepotente supremacismo, que, a diferencia del nacionalsocialista, se cuidó mucho de enmascarar por tal de hacerlo aparecer moralmente “bueno y justo”.
martes, 12 de febrero de 2019
ABORTO Y METAFÍSICA (razón y moral)
INTRODUCCIÓN
Voy a intentar explicar por qué creo que el problema del aborto concierne a lo que los griegos llamaron primera filosofía o metafísica, entendiendo la metafísica como un saber “problemático”. El propio Ortega y Gasset, en su magnífico libro “¿Qué es filosofía? (que perfectamente podría haberse titulado “¿Qué es metafísica?), explicaba que filosofar consistía, precisamente, en el vano deporte (genial descripción) de hacer preguntas sobre las cuestiones más vitales (ser, mundo, vida, sentido y realidad…) para, luego, intentar hallar respuestas “sin miedo ni esperanza” (añado yo), ya que dichas cuestiones suelen conducir a callejones aporéticos (sin salida ni solución).
Defenderé una TESIS:
Resulta imposible, para el animal de realidades que
es el ser humano, prescindir de la metafísica a la hora abordar los problemas del ser y la realidad, a través, tan solo, de análisis de hechos (facticidad), acontecimientos y fenómenos.
La metafísica, como la “esencia”, podrá negarse,
pero seguirá formando parte intrínseca, indisociable, del “ser para la muerte”
que es el animal humano. Abordar el problema del aborto supondrá, por tanto,
enfrentar razón y moral, es decir, exigirá un esfuerzo intelectual para lograr
una síntesis conciliadora (coherencia) entre las dos o, al contrario, para
conseguir legitimar a una de las partes obviando a la otra.
¿QUÉ ES METAFÍSICA?
Propongo una sencilla, y espero que pedagógica definición, de lo que es la metafísica:
La metafísica es un saber que aborda las
“problemáticas” propias de la ontología
(sobre el ser) y la teodicea (sobre el sentido, el mal y Dios). Dicho saber es
problemático, aporético las más de las veces, porque nos obliga a los seres
humanos a lograr una coherencia lógica entre la razón (argumentos y fundamentos)
y la moral (justificación de nuestras acciones) que resulta muy difícil de
conseguir.Para poder defender, o no, el aborto, como en tantas otras cuestiones vitales y/o existenciales, será necesario argumentar y justificar, es decir, razonar y legitimar nuestras acciones según unos determinados valores ético-morales.
EL PROBLEMA DE LA MORAL
El problema de la moral podría decirse que va
“parejo” al de la metafísica. Podría argumentarse, pecando de pedagógico
reduccionismo, que quienes niegan la metafísica niegan, al tiempo, la
existencia de una moral esencialista, absoluta y universal.
Todo comenzó con la crisis de la posmodernidad y la
“muerte de Dios”, que significó el certificado de defunción de los valores trascendentales (celestiales y/o suprasensibles); crisis que supuso la pérdida de fe en
que el ser humano fuese algo más que nada. Desde entonces, pocos creen que el
ser humano, además de un cuerpo mortal, sea un ser dotado de un soplo divino
que trascienda su indigente existencia.
Si la vida (existencia o ser-ahí en el mundo) de los
seres humanos es un absurdo (Camus) o un drama (Ortega) que provoca náusea
(Sartre) , anonadamiento (Heidegger) o el trágico sentimiento de vivir que
tanto atormentara a nuestro genial Unamuno; si vivir es un “sinsentido”, decía,
¿por qué hay vida en vez de nada? Y, más crucial, ¿si no hay salvación (de un alma
o yo inmortal) qué sentido tiene vivir, hacer, amar, odiar o filosofar, durante
una corta vida que acabará desvaneciéndose en el olvido, perdiéndose de la
memoria de los vivos como se pierden las lágrimas en la lluvia?
Solo nos queda una verdad: la vida. Sabemos que en
el mundo (el planeta Tierra) hay vida y que nosotros mismos somos vida. Sabemos
que todo lo que vive muere, pero, además, nosotros, los seres humanos, somos
responsables (en tanto que conscientes de nuestra finitud) no solo de nuestras
vidas, sino de todas las demás vidas. Estamos
religados al ser y la vida, al mundo y, en definitiva, a la realidad que nos
envuelve y en la que nos hallamos inmersos.
Hasta el asesino más vil, por más que sea un
psicópata, es consciente de que la vida es lo más importante que tiene un ser
vivo. La vida ya tiene esencia (sentido) en sí misma, pues es su propio fundamento. Esto es así porque el único sentido
del ser es perdurar (“durée” de Bergson), es seguir siendo (Spinoza), es
manifestarse y actualizarse durante un tiempo (ex-sistencia). Somos mientras
duramos por un tiempo limitado, pues la vida es la coincidencia del ser y el tiempo.
Terrible verdad.Así, si un psicópata es consciente de lo importante que es la vida (sagrada, diría yo si no se me acusara de místico-religioso y esencialista) también han de ser conscientes, forzosamente, quienes defienden el aborto como una elección legítima, es decir, como otra posibilidad, susceptible de ser elegida libremente, de entre las muchas que nos ofrece la realidad abierta.
Claro que todos somos conscientes de lo sagrada,
importante y única que es la vida en cualquiera de sus modos de ser, ya sea
como ser-ahí en el ex-sistere o como posibilidad de ser (todavía no-nata,
o todavía no arrojada a la realidad).Y, sin embargo, el asesino mata, como
también matan los padres que deciden abortar. Desde el punto de vista de la
razón lógica los dos cercenan vidas. Punto. La coherencia lógica no exige más
argumentos para señalar que ambos animales de realidades (asesino y abortista)
no han respetado la vida del “otro”. Pero los seres humanos, además de razón lógica, somos morales y, por tanto, estamos obligados a justificar nuestras acciones.
¿Qué diferencia hay, entonces, entre un asesino y un
abortista? Pues una diferencia moral, o metafísica, como se prefiera.
El aborto será legal o ilegal, aceptado o rechazado, dependiendo de la moral que institucionalice (haga suya) un
colectivo humano. La verdad institucionalizada se encargará, a través de la justificación de unos
determinados valores ético-morales, de legitimar, o no, la interrupción de la
vida de un no-nato, de un ser en potencia o un modo de ser que es posibilidad
de vida o pre-ser.
CONSTRUYENDO ESENCIAS (metafísica al cabo)
¿Cómo es posible, entonces, legitimar la acción de un abortista, sabiendo, objetivamente, que la razón define dicha acción como un atentado contra la vida?
Antes señalé que la posmodernidad supuso “la muerte
de Dios”, la falta de fe en valores morales suprasensibles. Se aceptó que si no
existía Dios tampoco existía el alma inmortal, ni, por tanto, existían esencias
(sentidos celestiales) más allá de aquellos sentidos que pudiera darse a sí
mismos (construcción mediante) los seres humanos en la realidad material y
terrenal.
Que no se acepte la existencia de esencias
suprasensibles tan solo quiere decir que los sentidos (significados y
valoraciones) que otorguemos a la vida y
al mundo (cosmovisiones ontológicas y/o teológicas) no podrán obtenerse a
través de revelaciones (religiones monoteístas) ni podrán desvelarse a través
de ideologías metafísicas. Así, las actuales sociedades occidentales ya solo
aceptarán aquellos sentidos que se construyan desde acciones y éticas
materiales y terrenales. ¿Pero, es esto posible? ¿Es posible articular una
ética consensuada prescindiendo de la metafísica?
Rotundamente no.
Si no creemos que la esencia precede a la existencia (perspectiva que considera una espiritualidad apriorística en los seres humanos), entonces deberemos obligarnos a construir esencias a lo largo de la existencia. Y dicha construcción, por fuer, estará en mayor o menor medida, inevitablemente, fundamentada metafísicamente, es decir, moralmente.
Podríamos decir que, todavía hoy, coexisten tres conciencias que podríamos definir a grandes rasgos de la siguiente manera, según su relación con la metafísica y la moral:
Podríamos decir que, todavía hoy, coexisten tres conciencias que podríamos definir a grandes rasgos de la siguiente manera, según su relación con la metafísica y la moral:
1) La
conciencia científica (neopositivismo y estructuralismo), que prescinde y niega
la metafísica, ergo también la moral. No necesita a ninguna de ellas para
desarrollar su conocimiento teoremático, que no problemático.
2) La
conciencia ideológica (hermenéutica y existencialismo) que intenta “recuperar”
los tradicionales valores morales (metafísicos al cabo), pero reconstruyéndolos
y reinterpretándolos, adaptándolos a los nuevos “dolores de la época” actual.
3) La
conciencia ilustrada (dialéctica racional) que pretende sustituir los
esencialismos (ideología) por puro racionalismo (constitucionalismo) y que, sin
embargo, seguirá mostrando PRETENSIONES ONTOTEOLÓGICAS en tanto que IDEALISTA
(moral).
Para el tema que nos ocupa prescindiremos de
considerar la conciencia científica, que no es que sea “amoral”, sino que,
sencillamente, es un saber para el que la moral y la metafísica no son necesarias
para desarrollar su conocimiento teoremático.
La confrontación, pues, quedará reducida al
antagonismo entre conciencias ideológicas y conciencias racionalistas, es
decir, entre quienes todavía creen en valores morales que tienen su raíz y
fundamento en la tradición histórico-religiosa (esencialistas) y entre quienes
sostienen (constitucionalistas) que solo a través de la razón se pueden
construir nuevas “éticas” o valores éticos que salven a la humanidad de sí
misma (léase de la barbarie).
LA TRAMPA DE LA RAZÓN ENDIOSADA
Ha llovido mucho desde que Horkheimer y Adorno
señalaran que “la razón misma es opresora y dominadora”. Los pensadores de la
Escuela de Frankfurt criticaron el hecho, hoy aceptado por todos, de que la
razón instrumental (la razón convertida en medio para alcanzar fines) era un
instrumento de conservación y dominio. Desde entonces, los amigos de la razón se han esforzado mucho por distanciarse no solo de los esencialismos (morales histórico-religiosas) sino también de la prepotencia que subyace, paradójicamente, en toda razón que se pretende ilustrada y liberadora.
Necesitaría páginas y páginas, y mucho tiempo, para
explicar cómo la Escuela de Frankfurt, con Habermas a la cabeza, logró en gran
medida articular una “dialéctica superadora” que conciliara razón y moral, es
decir, que proporcionara al ganado humano, que había de ser civilizado y
domesticado, una cosmovisión o sentido vital que no pecara de barbarie
esencialista ni de relativismo nihilista (falta de sentido).
Pero, precisamente, por pretender quedar bien con Dios y con el Diablo; es decir, por tal de superar dicho dualismo (razón y moral) y para no pecar de bárbara ni de nihilista, la conciencia racional se tornó idealista, pues no tenía más remedio que seguir aspirando a un idealismo universal. Lo hará sustituyendo la moral cristiana por la moral kantiana, heredera de la primera. Y para ello adoptará el mandato divino de la moral cristiana (no matarás) y lo reformulará como imperativo categórico moral:
Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad
siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación
universal.
¿Los defensores del aborto (sin entrar en consideraciones de supuestos o causas excepcionales) cumplirían con ese mandato o imperativo categórico moral kantiano?
Yo creo que no, a no ser que entendamos que matar a los no-natos constituya un principio de legislación universal. Y no lo es, desde luego, ni puede serlo, porque dicho principio de legislación universal, de serlo, atentaría contra la vida misma. No tendría ningún sentido un imperativo moral que atentase contra la vida, menos aún que atentara contra la propia vida humana. Dijo Heidegger, al respecto, que en el seno del propio humanismo se hallaba el germen de su propia autodestrucción.
Ahora preguntemos: ¿por qué quienes no aceptan la pena de muerte para un asesino peligroso sí defienden. sin embargo,
el aborto?
Pues porque son humanistas, demasiado humanos, que han
subvertido la moral cristiana, cuyo mandamiento emanaba directamente de Dios,
sustituyéndola por una moral racional que emana de la voluntad, consensuada y
“negociada” por los hombres.
Así, nuestro endiosado humanismo ya no está tan
preocupado por respetar la vida como de defender lo humano y, sobre todo,
defender una interpretación torticera y falaz de lo que significa la libertad humana.
Y, claro,
cuando son los hombres quienes construyen, legislan y ejecutan leyes morales
siempre se peca de falta de humildad ontológica (Heidegger). O dicho en román
paladino, siempre se construyen morales a la medida de una conciencia, ya sea
religiosa, ideológica o racional. Siempre.
En Europa, por desgracia, se ha impuesto la moral humanista de una socialdemocracia irresponsable que pareciera buscar
insistentemente la autodestrucción de eso que ellos mismos han dado en llamar
“humanismo”. Un humanismo, demasiado humano, tan humano que incluso es capaz de
justificar la muerte de los no nacidos, pero se vanagloria, al tiempo, de
respetar la vida de cualquier vil asesino.
¿Por qué se justifica ese doble rasero moral? Pues,
como ya he señalado, porque se subvierte el mandato divino sustituyéndolo por una
mala interpretación de lo que significa la libertad individual.
No se ha comprendido (o se ha pervertido
intencionadamente) el significado de la voluntad autónoma kantiana, la cual
(según Kant) debía aceptar el cumplimiento de la máxima ley moral sin
coacciones, sin miedos a represalias, pero también sin instrumentalizarse, es
decir, sin utilizarse como medio para lograr un determinado fin.
Desde el momento en que cualquier padre justifica la
muerte de su hijo no-nato, ya sea en aras de garantizar su propio bienestar, o
alegando que lo hace ejerciendo “su” libre derecho para disponer de su cuerpo,
dicho padre se está olvidando de la vida y se está autoproclamando
excesivamente humano; un humano capaz, cuando le conviene, de traspasar los
límites morales más allá del bien y del mal (matando a su descendencia), pero
que, al tiempo, se redime, ante los demás y ante sí mismo, perdonando la vida de un execrable asesino.
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