miércoles, 16 de diciembre de 2015

Estética, ética y "True detective".

Introducción
 
Hace ya tiempo que vengo deseando realizar una reflexión sobre las influencias de la estética en la ética. Llevo tiempo pensando, concretamente, en cómo las estéticas de las diferentes manifestaciones de la música rock, por ejemplo, se traducen en distintos posicionamientos ético-morales.
Quienes de jóvenes se sintieron atrapados por el gusto decadente y nihilista del punk, por ejemplo, suelen comulgar con ideologías de "izquierdas" en su madurez. De la misma manera, quienes mejor supieron degustar la épica trascendental del metal en su primera juventud, tenderán a abrazar ideologías más liberales y/o conservadoras. Hablamos, por supuesto, de probabilidades futuras, ya que el devenir de los propios proyectos vitales, así como las circunstancias que determinan a estos, también tendrán un peso importante en las elecciones futuras de los individuos.
 
True detective
 
Otro ejemplo: hace poco terminé de ver la 2ª temporada de la serie de tv "True detective", y me pareció magnífica y mucho mejor que la 1ª temporada. Sin embargo, cuál sería mi sorpresa al descubrir que la generalidad de los telespectadores le dedicaban críticas negativas y despiadadas. ¿Por qué, me pregunté sorprendido?
Para hallar la respuesta analicé las diferentes estéticas subyacentes en las dos temporadas de "True detective". Me di cuenta de que las opiniones críticas, en general, argumentaban a favor de la primera, señalando las intervenciones del detective Rust Cohle (McConaughey) como clave del éxito. Gustaba, y mucho, el personaje atormentado y existencialista del policía filósofo, que lo mismo citaba a Schopenhauer que a Nietzsche. Pero, sin duda, lo que sedujo al gran público fue la estética preciosista y mágico-decadente de la primera temporada, una estética al servicio de una historia patológica y enfermiza; la estética macabra de los psicópatas y los asesinos en serie.
¿Y qué estética subyacía en la 2ª temporada?
Los personajes de la segunda temporada también eran seres atormentados y atrapados por difíciles circunstancias vitales, pero la estética era diferente.
La segunda temporada apostó por la estética clásica de la tragedia griega; apostó por la épica heroica que intentaba abrirse paso, también, en una sociedad patológica y enfermiza.
El policía filósofo, depresivo y angustiado de la 1ª temporada (ebrio de humanismo decadente), fue sustituido por hombres y mujeres de carne y hueso; fue sustituido por policías de acción ("putos héroes", como denominaría el policía Velcoro a su compañero Woodrugh).
La primera temporada buceó en lo más sórdido del alma humana, en lo más enfermo y decadente, pero la segunda apostó por la acción heroica; rescató a los griegos de la Grecia clásica. De hecho, la mujer policía protagonista (maravillosa Raquel McAdams) se llamaba Antígona (Bezzerides).
 
Conclusión:
 
El éxito de la primera temporada, en  mi opinión, se debe a que el prototipo de hombre masa occidental de hoy comulgó a la perfección con una estética acorde a los tiempos presentes: nihilismo y decadencia moral; escenas de asesinatos macabros y la seductora historia de un asesino en serie, patológico y enfermizo.
Nunca, como en las sociedades actuales, los héroes fueron tan despreciados; nunca, como hoy, tuvieron tan poco valor el orgullo y la dignidad. Y a colación precisamente de estos valores, orgullo y dignidad, las mejores secuencias estéticas de la segunda temporada se sucedieron como un torrente en el último capítulo de la 2ª temporada: venganzas bien orquestadas (todo es personal en la vida), muertes heroicas, la de Frank, la de Woodrugh y la de Velcoro. Uno de los mejores finales de una serie, junto al perfecto y épico final de "Breaking bad".
Yo entiendo que en Occidente no se comprenda, ni se estremezcan las diminutas almas de los animales de lujo en que nos hemos convertido, cuando Frank, el prototipo de superhombre nietzscheano, muere por una "puta chaqueta". Comprendo que quienes arremetieron inmisericordes contra la 2º temporada de "True detective" no entendieran al hombre de carne y hueso que, pudiendo salvar su vida, tan solo entregando su chaqueta a un matón, no permitiese que éste le chulease y le arrebatase lo más preciado que poseía: su orgullo y su dignidad.
¿Y qué decir del glorioso sacrificio de Velcoro? Un anacronismo, sin duda, totalmente fuera de lugar en las sociedades actuales de Occidente, que solo entienden de pacifismos talanteros que les permitan pagar paces bizantinas, ya fuere poniendo el culo en pompa hacia la Meca o bajándose los pantalones sin ningún rubor ante el chuloputas o suprematismo dogmático de turno.
 
 
La estética determina la ética.
 
Siguiendo con mi teoría, según la cual "aceptamos una determinada filosofía dependiendo de la clase de personas que seamos" (Fichte), parto de la premisa de que es nuestra apriorística forma de ser, determinada por factores neurobiológicos, la que, a la postre, también gustará de una determinada estética. Y solo a través de la estética se llegará a la ética. 
El hombre, decía Zubiri, es un animal de realidades, y yo lo suscribo. Creo que la teoría de Zubiri, sobre la aprehensión de la realidad como intuición primera, acierta al señalar que la inteligencia es sentiente, es decir, que el proceso cognitivo de captar y elaborar la información del medio no se hace exclusivamente a través de la razón, sino también mediante los sentimientos y las voliciones, deseos y voluntades, de cada individuo.
 
Somos animales de realidades determinados neurobiológicamente, aunque, por supuesto, también estamos influenciados en gran medida por la segunda condición inherente al ser humano: el hecho de ser animales inevitablemente sociales.
 
Podríamos decir, aceptando el riesgo de pecar de reduccionistas, que la existencia del ser humano es un drama o conflicto constante entre nuestro yo y las circunstancias; entre nuestros deseos particulares y los imperativos de deber que imponen las normas y reglas sociales.
 
Pues bien, voy a intentar demostrar que el gusto por una determinada estética es el sentir más primigenio (aparecido a edad más temprana) y, por tanto, también será el más genuino e inherente al ser (idiosincrasia particular de cada individuo). Después, aceptadas o encontradas nuestras afinidades hacia determinados gustos estéticos (musicales, cinematográficos y artísticos en general), el tiempo y nuestra formación nos permitirán, legitimar, comme il faut!, dicha elección a través de la diosa razón.
 
Pero quede constancia de lo que pretendo defender: la estética determina la ética.
 
Primero: captamos la realidad del medio circundante a través de los sentidos, mediante la acción conjunta de razón, sentimientos y voliciones (inteligencia sentiente).
Segundo: determinados por nuestra particular genética o bagaje neurobiológico, sentiremos apego, predilección o gusto por unas concretas expresiones estéticas.
Tercero: una vez aceptadas y profundamente arraigadas en el yo nuestras preferencias estéticas, no tendremos más remedio que legitimarlas a través de la razón, es decir, justificaremos la elección de nuestros gustos ante los otros (la sociedad).
 
Así, podemos entender por qué la 1ª temporada de la magnífica "True detective" gustó mucho más que la 2ª, cuestión de estéticas y de éticas subyacentes a las mismas.
La estética de la primera temporada gustó más a unas masas inmersas en la decadencia y el relativismo moral; sedujo a un público que gusta de evadirse de la realidad a través de la magia y la ficción ("Juego de Tronos"), mal que sea a través de los senderos más patológicos y enfermizos del alma humana  ("Hannibal Lecter", "Walking dead").
Sin embargo, la 2ª temporada de "True detective" se aferra a la realidad; apela a los hombres de carne y hueso; apuesta por la épica de héroes anacrónicos, hoy día imposibles de entender e incapaces de seducir.

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