Introducción.
Decíamos que toda cosmovisión es una creación poética; y toda creación es un deseo o aspiración de llegar a consumar una idea en hecho, pues anhela que lo que no-es pueda llegar-a-ser.
Toda cosmovisión supone, por tanto, una representación e interpretación del mundo y del ser para que un determinado Dasein histórico (poder institucionalizado) pueda apropiarse de significados y sentidos del ex-sistere. Y cuando un Dasein histórico se apropia de un sentido de vida, a través de una determinada cosmovisión interpretativa, tiene que imponerlo para dominar; para domesticar y civilizar al parque humano según los dictados de su programa de vida.
Programas de vida.
Dijimos, también, que toda creación es, primero e inevitablemente, aristoi, es decir, es la poesía visionaria e idealista (representada en la conciencia) del Yo particular e individual de un poeta. Pero solo si la cosmovisión de una conciencia individual es aceptada y asumida por el Dasein histórico, dicha conciencia pasará a ser colectiva e institucionalizada.
Así pues, el objetivo a la hora de institucionalizar (normativizar y reglamentar) un programa de vida será lograr que este sea aceptado por la mayoría de las conciencias individuales que forman una sociedad. La mayoría de las conciencias individuales deberá aceptarlo y asumirlo como propio, y no importará si dicha apropiación se da por voluntaria convicción, tras meditada reflexión en el claro del bosque, o si, por el contrario, es el fruto de hábiles condicionamientos y manipuladoras pedagogías sociales. Todo vale en el amor y la guerra, y cualquier medio es perfectamente legítimo para domesticar y civilizar a las masas. Aquellas masas que se nieguen a ser "programadas" a través de sistemas totalitarios verticales, se dejarán seducir por las estrategias psicológicas de sistemas "democráticos" y sus programas de vida aparentemente horizontales.
¿Qué sociedad será más libre?
Sin duda, aquella que permita al mayor número de conciencias individuales llevar a cabo sus propios programas de vida dentro de un macro-programa de vida institucionalizado. En cualquier caso, la libertad individual deberá acomodarse o "subyugarse", según la percepción que estas tengan del programa social que dirige sus vidas, a través de la coacción del poder institucionalizado políticamente,
El problema de institucionalizar un programa de vida, el que sea, es que, al haber tenido este un origen individual, solo podrá acomodarse e integrarse, realmente, en la clase de persona que sea afín a la conciencia individual que lo creó. Por eso, más que a determinadas ideologías, las masas siguen a determinados líderes; y más que a una filosofía concreta escogemos, en no pocas ocasiones, a un pensador o un conjunto de pensadores como referentes ideológicos.
El éxito de un programa de vida no dependerá, por tanto, de la validez de sus bien argumentadas y razonadas bondades ético-morales, sino del grado de afinidad psicológica que la conciencia del líder o el pensador de turno logre tener con el resto de conciencias individuales.
La psicología de los poetas.
Como puede observarse, estoy postulando una tesis:
"Si escogemos una ideología, por afinidad con la psicología poética que subyace en ella, se hará necesario analizar los perfiles psicológicos de los poetas para comprender el porqué de sus creativas cosmovisiones y nuestras elecciones".
Comencemos la criba de nuestra búsqueda diferenciando, a priori, entre dos clases de personas:
1) Individuos aristois, que autoafirman su yo, buscándose a sí mismos a través de programas de vida propios.
2) Individuos-masa que diluyen su yo, dejándose llevar por programas de vida institucionalizados.
Ahora centrémonos en el individuo aristoi y descubramos de qué manera, o a través de qué vías, logra autoafirmar su yo o conciencia individual. Básicamente optará por dos vías ya señaladas en el capítulo anterior: un camino introspectivo (conocerse a sí mismo) y un camino comunicativo (darse a conocer a los demás). Pero para ello, el creador narcisista (todo poeta es un narcisista, como ya convenimos) deberá psicoanalizarse.
Los primeros psicoanalistas.
Desde luego, todo poeta, como ya señalamos, es un sufridor; es alguien a quien le pre-ocupa las adversidades e incontingencias del ex-sistere. Si no temiera la finitud de su ser, el poeta no se instaría a salvar y/o positivar el hecho de que es, tan solo, un ser para la muerte. ¿En serio? ¿De verdad su singular y excepcional yo, su genialidad, se diluirá en la nada como el más gris y mediocre de los yoes de cualquier individuo-masa? ¿Por qué, entonces, él ve más lejos que los demás, intuye y siente más que los demás, por qué cree saber más que los demás? ¿Por qué él es tan especial?
Pues el poeta es un ser especial, como ya hemos señalado, porque su componente narcisista es tan acusado en su personalidad que le insta a centrarse en las necesidades de salvación de su yo.
El lema de todo poeta, por más que la mayoría de ellos intenten disimularlo con disfraces de humanismo e hipócrita bonhomía, siempre es yo, yo, y después yo.
Todo poeta es un narcista y, por fuer, será un soberbio prepotente.
Ellos lo saben, están tan pagados de sí mismos que son conscientes de la prepotencia que les insta a ser dominantes y señoriales, es decir, son conocedores de la soberbia que les empuja a autoafirmar su conciencia como la mejor. ¿Pero por qué su conciencia es la mejor? Pues porque es la suya.
La respuesta, en realidad, es harto sencilla. todo poeta sabe que su conciencia es la auténtica y la mejor porque es la suya; porque así lo siente él, así lo experiencia y vivencia él.
Pero todo poeta, por más que se sepa narcisista prepotente y señorial, tendrá dos opciones de salvación: salvarse a-sí-mismo, aislándose del resto de conciencias, o salvarse en y con los demás, legitimando y justificando su singular conciencia como justa aspirante para ser reconocida como conciencia colectiva.
1) Salvación personal, vivenciada y experienciada en la propia conciencia.
2) Salvación institucionalizada, legitimada y aceptada por una conciencia colectiva.
Ahora, analicemos nosotros mismos a dos de los primeros poetas de Occidente, cuyas poesías, legados de la civilización griega, todavía perduran en la conciencia colectiva de la humanidad a través del Dasein histórico: Heráclito y Sócrates.
¿Por qué Heráclito y Sócrates?
Pues porque se me antojan los dos prototipos de poetas que inauguraron, por así decirlo, las dos vías de salvación a las que me he referido: salvación personal vs salvación colectiva.
Heráclito
El poeta de la prepotencia soberbiamente desnuda, decidió recogerse en-sí-mismo, obligándose a callar mientras hablaran los corruptos ciudadanos de Efeso. Él sabía su verdad, la sentía, la experienciaba y vivenciaba a través de los textos de su enigmática y oscura poesía. ¿Vosotros, pobres infelices, no la entendéis? Pues tanto peor para vosotros. Yo me salvo a mí mismo, pues de eso se trata. He aquí una verdad prepotente desnuda; despreciar al "otro" mientras se autoafirma el yo narcisista propio.
Sócrates
El poeta de la prepotencia y la soberbia enmascaradas. Sócrates habló, y habló mucho, para, desde su prepotencia poética, despreciar a los demás aparentando, primero, que se autodespreciaba también a sí mismo. Yo sé la verdad, decía el orgulloso Sócrates, y es que no sé nada; pero no solo me limitaré a vivenciar y experienciar mi verdad íntimamente. Antes, pero, necesito despreciaros y señalaros que vosotros no tenéis ninguna verdad. He aquí una verdad prepotente enmascarada; despreciar al "otro" ocultando el componente narcisista propio, disfrazándolo convenientemente de falsa humildad.
Resulta obvio que ambos poetas fueron narcisistas y prepotentes, pero, entonces, ¿por qué el "hablar" dialéctico de Sócrates se impuso en la civilización occidental al "callar" meditativo de Heráclito.
Pues por una cuestión de números estrechamente ligada al sistema democrático que se desarrolló en la Grecia clásica. La verdad dejó de pertenecer a uno, si era el mejor, aunque fuesen cientos los que le contradecían; la verdad pasó a ser la verdad deseada por las mayorías.
Los números ganaron la partida a la mejor verdad íntima y experienciada y exigieron que esta, para ser aceptada colectivamente, fuese sancionada por amplías mayorías. Desde entonces, se hizo necesario hablar, hablar mucho y bien. Había nacido el tiempo de los sofistas. Incluso Sócrates, aunque disfrazado de falsa humildad, era un sofista, el Sofista (en mayúsculas); fue el padre o poeta creador de una verdad: nadie tiene la Verdad, ergo la Verdad (con mayúsculas) solo podrían tenerla quienes mejor hablasen sobre ella; quienes, dialéctica y argumentos de razón mediante, mejor supieran legitimarla y justificarla ante el resto de conciencias.
Nota: cerraré el último capítulo dedicándoselo a los herederos de Heráclito y Sócrates; dos tipos de poetas que darán forma a diferentes cosmovisiones,
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