El otro día, en el programa “First Dates” (¿todavía
no disfrutas de él?), un elfo tuvo una cita con una chica kawaii; una chica muy
mona, aun sin ser de Barcelona, que explicó que su es-sentia o ser-en sí misma consistía
en una suerte de síntesis que había logrado conciliar su dolor interno
(padecimiento psicológico) con el “chachipirulismo” que reflejaba su imagen
externa. O algo así.
¡Genial! Y luego vienen nuestros esaboríos “racionalistas”
a reírse de la metafísica heideggeriana, cuando, precisamente hoy, la filosofía
existencial de Heidegger está más viva y de actualidad que nunca.
Solo tenemos que meditar y reflexionar, escuchar con
suma atención expectante los susurros del ser que se manifiestan y desocultan
en el claro del bosque, en esas aperturas (posibilidades) que nos ofrece la
realidad para, revelación mediante, iluminarnos y dar sentido a nuestras vidas.
En la realidad abierta, en esos claros donde se desoculta
la verdad de entre la espesura del bosque, cualquiera puede reinventarse por
tal de burlar el triste destino de ser, tan solo, “un ser para la muerte”.
¡Ay de quienes no sepan burlar a la de la guadaña!
Nunca falla, todo racionalista seguro de “su verdad”
acaba imponiendo a los demás la interpretación del ser que a él le fue revelada
en el claro del bosque. Sí, sí, siempre es una revelación (interpretación al
cabo), un susurro con forma de pre-ser (que todavía no es) lo que inspira a los
poetas; a esos soñadores que lo mismo imaginan utópicas sociedades futuras
uniformadoras que crean posverdades, también a imagen y semejanza de sus propias
voliciones.
A mí me encantan estos “seres de la luz”, porque
ellos, a diferencia de otros poetas, no desean imponer nada a nadie. Me fascinan
estos kawaiis, elfos y hadas cuyas orientaciones sexuales fluyen y varían según
los dictados de los nuevos tiempos modernos. Me entusiasman estos seres que
buscan autorrealizarse según las infinitas posibilidades que les ofrece la
realidad abierta para poder llegar a ser ellos mismos.
Hoy, San Agustín yace olvidado en un oscuro y triste
rincón de la memoria histórica. La máxima en estos tiempos de posverdad, en esta
época inundada de seres de la luz, ya no es el célebre “conócete, acéptate,
supérate”. Ahora podemos conocernos, aceptarnos y “plantarnos”.
“Aquí me planto”, dice mi hijo pequeño cuando ya no
desea trabajar ni esforzarse más.
Pero la mejor frase, que niega el sacrificio necesario
para alcanzar la poesía impuesta por “otros”, la pronunció un amigo (hoy ilustre
doctor) cuando cansado de tanta “superación” proclamó que él “se limitaba a
limitarse”. ¡Genial!
¿Para qué tanta “superación”, quillo, si todos nos
vamos a morir?
Llegó el poeta Jesús y prometió a los hombres,
esclavos de gentiles e imperialistas, que si se superaban y sacrificaban
alcanzarían la felicidad en el reino de los cielos.
Más tarde llegó el poeta Marx y, para liberar a los
hombres de dioses, reyes y tribunos, volvió a hacer promesas: alcanzareis la
felicidad en la tierra, pero tras el oportuno y necesario sacrificio (of
course!).
Siempre sacrificándonos y superándonos para contentar
a los poetas; ora a los que soñaban con bellos paraísos celestiales, ora a los
que todavía siguen soñando con paraísos terrenales. Todos poetas, todos
enemigos de la sacra libertad individual; de la libertad que con autónoma
voluntad nos permite elegir, en el claro del bosque, una de las muchas
posibilidades que nos ofrece el SER: ser hada o elfo, ser otaku o kawaii, ser hombre,
mujer, trans o lo que el caprichoso ser nos dicte que seamos. ¡Será por
posibilidades!
Pero no bajemos la guardia, no sea que, un día de
estos, cualquiera de estos “seres de la luz” mute en poeta ebrio de “su verdad”
y nos obligue a todos a llevar orejas puntiagudas, coletitas kawaiis, o a
recitar los pasajes de “El señor de los anillos” como si de un libro sagrado se
tratara.
Y es que, la naturaleza humana es tan predecible…
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