martes, 12 de marzo de 2019

Obstinación y constancia (mis hijos y "Centauros del desierto")

INTRODUCCIÓN

Resulta maravilloso comprobar cómo determinados individuos, a fuer de tercos y obstinados, acaban imponiendo sus creencias y opiniones a otros. Sin embargo, no todos los obstinados o “terco-mulos”, como gusta de llamarlos mi mujer, presentan ese pecado tan propio de poetas y otros seres de la luz; pecado consistente en someter a “sus verdades” a los demás, pero por su propio bien, por supuesto.
Les digo, y estoy casi seguro de ello, que pocas personalidades hay tan dañinas como las que combinan peligrosamente un ego desmedido (narcisismo patológico) y, al tiempo, muestran un pensamiento en exceso rígido e inflexible (no es no).

Pero también existen obstinados independientes, autónomos y autosuficientes que rehuyen de la uniformidad gregaria como de la peste. ¡Alabado sea el Señor!

En esas estaba yo, reflexionando sobre la estrecha relación existente entre constancia y obstinación, cuando me recordé “jugando” con mis hijos, precisamente aprendiendo de ellos y conociéndolos, perversamente, he de reconocer, a partir de sus reacciones frente a la adversidad y la contrariedad.
MI HIJA
Siendo muy pequeñita (¿4 años?) a mi hija le gustaba desempeñar el rol de profesora en sus juegos. Para ello colocaba a todas sus muñecas ordenadamente, dispuestas en fila como si se encontraran en un aula. Yo debía ir asumiendo el rol de cada una de las alumnas mientras mi hija, severa profesora, les hacía preguntas o les explicaba la lección.

El juego transcurría plácidamente hasta que yo, algo vencido por el aburrimiento, decidía ponerle algo de “salsa” al asunto. Entonces, cuando mi hija llamaba a su alumna preferida, una muñeca que había bautizado con el nombre de “María”, yo le replicaba (asumiendo el rol de la alumna) que no me llamaba María, sino “Julie la Pachuli”. Mi hija, paciente y con voz conciliadora, me replicaba:
- Nooooo, te llamas María.
- Me llamo “Julie la pachuli”, gritaba yo enérgicamente afeminando mi voz todo lo que podía.

- ¡María, te llamas María!, insistía mi hija cada vez más enfadada.

- Julie, me llamo “Julie la pachuli”, reivindicaba yo sin apenas poder ya reprimir la risa.
- ¡Papá, no sabes jugar! – gritaba entonces mi hija -. ¡Vete!

- A ver, le respondía yo intentando convencerle de que Julie era un nombre que molaba, no pasa nada si le llamamos Julie, ¿no?
- ¡Pero se llama María! ¡Vete, que no sabes jugar!

Y yo, entre carcajadas, me iba a un rincón mientras la seguía observando, orgullosa y altiva, desarrollando las reglas de “su juego” según los dictados de su todopoderosa voluntad. Hoy, a sus 17 años, mi hija es una adolescente terrible, una terca-mula de manual. Me pide consejos y opiniones constantemente, pero se las pasa por “ahí abajo”. Siempre, desde que la conozco, acaba haciendo lo que ella quiere. Pero no se calla, y siempre tiene que tener la última palabra. Me encanta, es independiente, fuerte y segura de sí misma.
MI HIJO

Compramos una mascota, y mi hijo me preguntó cómo deberíamos llamarla. Él propuso llamarla Randy, pero yo, como el buen “tocapelotas” que soy, le dije que molaba más Willy.
- ¿Willy? Es nombre de friki (Willy Rex). No me gusta, sentenció.

- Pues a mí me mola, mentí como un bellaco.

El caso es que cada vez que yo mencionaba a su mascota le llamaba Willy, y mi hijo, pacientemente, me corregía:
– No, se llama Randy…

Pero yo insistía, y una y otra vez llamaba Willy a su mascota. Llegó un día en que mi propio hijo “asumió”  el nombre de Willy y se olvidó de llamarla Randy.
Mi hijo prefiere “adaptarse” a mis gustos, también jugando al COD, antes que quedarse él solo jugando, como hacía su orgullosa hermana. Me preocupa, es demasiado dócil y acomodaticio. Tiene grandes virtudes, pero no sabe estar “consigo mismo”. Lo va a pasar mal en la vida.

CENTAUROS DEL DESIERTO (el lenguaje y el problema catalán)

“The Searchers” es una magnífica película, pero de entre todas sus genialidades, que son muchas, siempre me impactó la inspirada reflexión que sobre la constancia desarrollaba el personaje de Ethan (John Wayne).
Venía a decir el obstinado Ethan que el hombre blanco era constante en la persecución de sus objetivos y metas, mientras que “el piel roja” era inconstante y al final acababa relajándose y se “olvidaba” de sus enemigos.

Yo he descubierto en mis hijos esos dos prototipos o perfiles humanos a los que se refiriera Ethan Edwards: el del obstinado hombre blanco que persigue un objetivo a “piñón fijo” (mi hija) y el que, relajado y sumiso, prefiere acomodarse a las circunstancias (mi hijo).
Realizando una de mis peregrinas analogías, se me antoja que los catalanes, en gran número al menos, son terco-mulos y, como el obstinado Ethan, solo se deben a un único objetivo o fin último: lograr la independencia. Los españoles, la mayoría en todo caso, somos seres relajados, alegres vividores que no entendemos ese “carácter” tan rígido e inflexible que pareciera orientado, tan solo, a la consecución de una única meta vital.

Tengamos presente que, ante la batalla que se está dando en Cataluña (y en Occidente), ganará el cansino más obstinado que sea capaz de IMPONER SU LENGUAJE, quien defienda la “verdad de su nombre”, concepto o idea, frente a las conciencias contrarias.
Y, por desgracia, los españoles somos como los “pieles rojas”. Muy “rojos”, desde luego, y precisamente por ello inconstantes y relajados; siempre indóciles ante los “carácteres fuertes y orgullosos” (fachas); recelosos de los últimos espíritus libres. Nos gusta adaptarnos y sentirnos seguros en la uniformidad gregaria y por eso preferimos la tribu de Podemos antes que la “búsqueda solitaria” que llevaba a cabo John Wayne. No nos importa el lenguaje ni cómo éste, a través de los nombres, impone realidades ficticias.

¿María o Julie? ¿Randy o Willy? Dependerá de qué conciencia se muestre más segura y defienda “su verdad” más enérgicamente, sin equidistancias ni “buen-rollismo” progre.
Ahí lo dejo.

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