Fueron muchos los intelectuales del SXIX que
reconocieron las bondades del Manifiesto Comunista, sobre todo porque su aparición
fue oportuna y necesaria en un contexto histórico de inmoral deshumanización;
en un grave contexto social donde la
generalidad de los hombres eran convertidos en medios sacrificables para conseguir los fines lucrativos de una reducida clase explotadora. La mayoría de la humanidad, “cosificada”
y desprovista de su espiritualidad, estaba siendo explotada para que un
reducido grupo de privilegiados sin escrúpulos pudiese medrar y enriquecerse.
No tocará en esta reflexión, sin
embargo, analizar hasta qué punto esto sigue ocurriendo a fecha de hoy.
El Capitalismo salvaje, sin remordimientos y ajeno al
sufrimiento de las personas, había impuesto un sistema de producción deshumanizado (insisto en el término)
donde los trabajadores (clase social proletaria) habían sido convertidos en fuerza de trabajo, explotados como si fuesen
animales de granja; despojados de sus derechos y (vuelvo a insistir) despojados de su esencial dignidad
humana al ser considerados, tan solo,
meros objetos o cosas (cosificación).
Una vez reconocida la necesidad de la reacción proletaria frente a las
inmorales tropelías del sistema capitalista, y reconocidas las bondades y
buenas intenciones del Manifiesto Comunista, pasemos a señalar sus “debilidades”
y falacias ideológicas. No diré falacias filosóficas porque, precisamente, en
tanto el Manifiesto pecó de importantes sesgos
morales, su idiosincrasia solo podría considerarse pseudofilosófica (Bertrand Russell) o calificada como pseudomoral (Ortega y Gasset).
Primer
argumento falaz del Manifiesto comunista.
A quienes han reflexionado sobre la verdad,
principalmente en lo concerniente a su carácter absoluto o relativo, no puede
por menos que “sorprenderles” una de las principales argumentaciones del
Manifiesto:
Marx y Engels, acertadamente en mi parecer, señalaron que los
valores morales, y por ende la verdad, eran los valores que históricamente
impusieron las clases dirigentes. Así, los padres del Manifiesto demostraron
que los valores burgueses, en tanto
al servicio de los intereses de un único grupo humano, eran arbitrarios. La moral, la religión y
las leyes eran valores impuestos por la burguesía dominadora, ergo carecían de
validez absoluta o universal. Sin embargo, una vez reconocida la arbitrariedad
de los valores burgueses y, por tanto, demostrado el carácter relativo de estos,
Marx y Engels no dudaron en proponer otros valores, ahora proletarios.
Vemos, por tanto, que el afán de justicia que pretendía el Manifiesto no
era tal, pues al erigir a la clase proletaria como la nueva protagonista y
dominante de la historia, tan solo transmutaba
los valores burgueses por nuevos valores socialistas, es decir, cambiaba al
dueño del cortijo, sí, pero el cortijo seguía teniendo dueño. Así, los valores
socialistas volvían a pecar del mismo sesgo que los valores burgueses: servir
tan solo a los intereses de una única
clase social.
Y si los valores burgueses no podían aceptarse como universales, es decir, validos para la
generalidad de todos los seres humanos… ¿Por qué se deberían aceptar como buenos los valores socialistas? Nada puede ser bueno o malo, con carácter
absoluto, cuando se acepta la relatividad de la verdad.
Segundo
argumento falaz del Manifiesto Comunista.
Si la primera gran falacia del Manifiesto consistió
en cambiar unos valores por otros, es decir, consistió en seguir relativizando
la moral y la verdad, más grave aún fue la falacia mesiánica que mostró el Manifiesto en su misma esencia: El fin
último de la historia sería la arribada del utópico socialismo.
Vuelvo a insistir en ello: tras reconocer la
arbitrariedad o relatividad de la verdad, resulta del todo incoherente
establecer una nueva y rotunda verdad, absoluta y universal: El socialismo será
el fin último de la historia. ¿En qué quedamos? ¿La verdad y los valores morales
son relativos o absolutos?
Conclusiones:
La historia ha demostrado la gran falacia ideológica
que fue el comunismo. Sí, el Manifiesto fue una necesidad; una necesaria
reacción ante un grave contexto histórico, pero desde el momento en que no
estableció unos valores con aspiración de universalidad, es decir,
validos para la generalidad de los seres humanos, cometió los mismos pecados y
errores que sus predecesores a lo largo de la historia. El Manifiesto olvidó
que existen diferentes clases de
personas; olvidó que la idiosincrasia y el carácter de los seres humanos no
están determinados exclusivamente por su pertenencia a una clase social.
Habrá individuos que se sientan “cómodos”, por la
misma esencia de su forma de ser, en un sistema proteccionista y socialista;
individuos que necesiten de un Estado intervencionista que les garantice un
cierto bienestar, aunque sea a costa de perder parcelas de libertad; a costa de
perder, sobre todo, libertad para poder ser y elegir libremente cómo desempeñar
su vida laboral, cómo educar a sus hijos, cómo
planificar su futuro en definitiva.
Pero otros individuos preferirán, como ya dejé
entrever en el último párrafo, un Estado minimizado y reducido, un gestor que
permita al máximo que cada individuo pueda desarrollar su potencial de ser con
total libertad.
No, no es un problema de clases sociales, insisto,
sino un problema de clases de personas. Y con esta aseveración no digo que unas
clases de personas sean mejores o
peores que otras, sino que el sistema social que aspire a ser verdaderamente
JUSTO deberá ser capaz de dar cabida a todas y cada una de las idiosincrasias
individuales, es decir, deberá permitir que cada ser humano pueda llegar a ser
y desarrollar su proyecto vital con completa LIBERTAD.
No hay comentarios:
Publicar un comentario