sábado, 22 de febrero de 2014

El sentido del Ser (comentando a Heidegger)


Sobre el ser del Ser.

La tarea básica de toda filosofía, en palabras de Ortega, es hallar la razón del Ser o, como dijera Heidegger, encontrar el sentido del Ser. Así, descubrir el ser del Ser (el porqué del Ser) es la primera y más urgente pregunta que se formula cualquier ser humano sumido en el drama de vivir, es decir, cualquier individuo angustiado ante la muerte y la posibilidad de que tras morir solo quede la nada. Para Unamuno no era tan importante el porqué como el para qué existimos. ¿Qué sentido tendría una existencia con fecha de caducidad si, tras la muerte, no hubiese certeza de vida eterna?
Si vamos a morir, ¿entonces para qué existimos? ¿Qué sentido tiene que seamos (existamos) tan solo por un pequeño período de tiempo? ¿Para qué tan corto viaje?
Yendo más allá de la mera existencia óntica (de las cosas), que nos demuestra que lo que es existe en tanto posee unas cualidades constantes y permanentes que podemos observar y aprehender con la razón y los sentidos, el ser humano (pastor del Ser) necesita saber la verdad sobre la existencia ontológica del Ser (su razón y su sentido), pues es un imperativo vital que nos insta a huir del vacío de la nada.

Reduciendo al máximo, y simplificando en aras de la claridad, podríamos decir que el ser humano no ha hallado todavía la respuesta a la pregunta más urgente y radical, ergo vital, que necesita para justificar su existencia: ¿Seguiremos siendo nosotros mismos tras morir?

Desde una perspectiva metafísica, el Ser es eterno e invariable, pues es lo antagónico a la nada. Pero recuérdese que nos estamos refiriendo al Ser ontológico, a una razón y un sentido que permanecen ad aeternum, en absoluto nos referimos al ser óntico de las cosas cuyo ser material, ya sabemos, ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Lo entendemos mejor desde una perspectiva teológica cuando nos preguntamos por el alma. El alma se me antoja el análogo, salvando las distancias, del referido ser del Ser, es decir, el alma es aquello que permanecería eternamente.

La teología soluciona el problema del sentido del ser heideggeriano partiendo de una verdad apriorística e incuestionable: Dios existe, ergo Dios es el ser del Ser, es decir, es el ser eterno e invariable que da sentido a la existencia, tanto de las cosas como del ser humano.

¿Pero nos bastan las revelaciones de la vía teológica para mitigar nuestra angustia existencial?

La idea de Dios es, si se me permite, un universal constante a lo largo de la historia que aparece en diferentes civilizaciones, distantes tanto en el tiempo como en el espacio. Podríamos decir que dicha idea es un legado de la tradición del logos humano (de nuestro lenguaje y de nuestra razón). Pero aferrándonos a la tradición (sin superarla) estaríamos enmascarando la auténtica verdad sobre el Ser del ser, porque apelar a Dios, o a cualquier otro principio apriorístico no demostrable, significaría seguir manteniendo oculto al ser ontológico, que debería desvelarse (no revelarse) libre de los condicionantes de la tradición (cultura, historia, religión...).

Heidegger realiza una dura crítica contra la tradición, pero más que nada porque ella ha permitido que el ser humano se acomode y deje de buscar el verdadero sentido del Ser o, en el mejor de los casos, lo busque por vías ya condicionadas previamente por el logos histórico. Heidegger insiste en que hay que desvelar el sentido del Ser, es decir, hay que esperar, expectante y atento, a su "desocultación", pero, ¿qué método utilizaríamos para ello?
La teología no se sirve de ningún método, se limita a revelarnos al ser del Ser (Dios) a través de las sagradas escrituras: no vemos a Dios, pero éste se manifiesta y tiene sentido en los actos y hechos que es la vida. Solo la fe puede hallar a Dios.

Heidegger escogerá el método fenomenológico para desvelar el sentido del Ser, pero resultará que dicho método, desarrollado por Husserl, pecaba de una importante carencia. A saber: No tenía en cuenta la variable temporal.
El Ser se manifiesta a través del fenómeno, es decir, de lo factible que se da ahí (en la existencia).
El dasein (ser en sí y ahí) se manifiesta a través de los hechos, es un constante hacerse a sí mismo, pero es un quehacer vital (Ortega) inmerso en la dimensión temporal. Y el método fenomenológico desarrollado por Husserl (maestro de Heidegger) no contemplaba la historicidad temporal del ser, pues la fenomenología reducía el Ser al hecho, a lo que se daba o sucedía fuera de sí (existencia).

Vemos, pues, que si la vía teológica (revelación del Ser) resultaba insuficiente para Heidegger en la tarea de desvelar el sentido del Ser, la vía fenomenológica (facticidad del ser) tampoco servía como método, en tanto obviaba la historia o dimensión temporal en que se da el ser.

La cuestión, y es lo que realmente debería importarnos, es que la vía teológica no nos desvela de forma originaria (libre de interpretaciones tradicionales) el sentido del Ser (el ser del Ser); tampoco nos desvela el sentido del Ser la vía científica, que limita las posibilidades de desvelar al ser en tanto se ciñe a un riguroso método de análisis científico.
Sin duda, el desvelar el sentido del Ser es un tema que atañe a la metafísica (más allá de la física), pero tampoco Heidegger logró tal objetivo, y el camino que nos mostró el filósofo alemán quedó tan solo como una propuesta, una innovadora alternativa a la teología y a la ciencia para hallar el sentido del Ser a través del cuidado y la atención del Dasein  (pastor del Ser) en el claro del bosque.
Así pues, siguen sin respuestas las preguntas más urgentes y vitales que se formula el ser humano: ¿Tiene sentido la vida y la existencia humana? ¿Hay una razón para ser y existir?

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