martes, 4 de febrero de 2014

"Filosofía y Poesía", de María Zambrano


Me leí "Filosofía y Poesía" prácticamente de un tirón, y sin poder evitar experimentar cierto déjà vu. El libro de Zambrano reflexionaba sobre el origen común (en Grecia) de la filosofía y de la poesía; y hacía hincapié en el posterior distanciamiento entre ambas a partir del planteamiento platónico que diferenciaba dos realidades: la inteligible y la sensible o, como decía Zambrano, "el pensamiento y la poesía". Así, a partir de la filosofía platónica, se desarrolló en Occidente toda una línea filosófica, siempre con pretensión transcendente, que buscaba verdades universales, absolutas e inmutables, valiéndose de la Razón como única vía válida para hallar dichas verdades.
Zambrano apostará por la reconciliación entre razón y sentimiento, entre pensamiento y poesía, argumentando que la vida, la realidad y el ser humano, necesita de ambos.

La originalidad de Zambrano, desde luego, radica en su empeño por reivindicar la poesía como una vía necesaria y complementaria de la razón para poder aprehender la realidad; para afrontarla y salvar al ser humano de su angustia vital.
Pero hasta ahí llega la "originalidad" de Zambrano, pues ese loable intento por armonizar o fusionar racionalidad e irracionalidad, idealismo y vitalismo, fue, de hecho, el proyecto primigenio de Ortega y Gasset (su maestro) y el de la Escuela de Madrid.
Tras haber leído a Ortega y a Zubiri, sobre todo, la propuesta de Zambrano resulta en exceso "familiar". Zambrano desarrolla una propuesta filosófica que tiene la misma finalidad que la de sus colegas, en mi opinión más aventajados: reconciliar razón y sentido, es decir, hermanar el pensamiento más racional con la poesía más irracional.
Recordemos que Ortega, alma máter de la Escuela de Madrid, bebió tanto de las fuentes filosóficas del idealismo kantiano como del vitalismo nietzscheano. Creyó Ortega que ambas propuestas filosóficas, idealista vs vitalista, no explicaban ni abordaban "per se" la realidad del ser y toda su complejidad. Así, desarrolló la propuesta de su filosofía raciovitalista o de la razón vital.
Ortega, como Heidegger, llegó a la conclusión de que la verdad del ser, la razón y sentido del mismo, no podía reducirse a un mero juicio de valores (filosofía clásica) ni podía tan solo "crearse" a través del pensamiento humano (Kant). Ambos filósofos, el español y el alemán, llegaron a la conclusión de que para poder abordar y explicar la verdad radical (la vida) era necesario considerar también aspectos irracionales (vitales) inherentes a la misma.
Zubiri con su inteligencia sentiente llegó más lejos y consideró al conocimiento sensible, y a los sentimientos, emociones y voliciones que conformaban al mismo, como una vía más, también racional, para hallar la verdad.
Argumentó Zubiri que cuando el ser humano aprehende la realidad, es decir, cuando hace suya la realidad que le rodea, no solo la asimila, procesa e interpreta a través del pensamiento, sino también a través de sus sentimientos, emociones y deseos. La aprehensión de la realidad constituiría un acto racional donde es imposible disociar pensamiento y sentimiento. Tan racionales serán las vías de la ciencia como las vías místicas y religiosas para hallar el conocimiento, pues todas las vías son producto de la razón humana. ¿Por qué llamar a unas racionales y a otras irracionales?

Ortega, en "¿Qué es Filosofía?" lo expresa muy claro: el hombre tiene una necesidad, urgente y vital, por comprender al ser, descubrir su razón o sentido (Heidegger), pero la ciencia, junto con su método de evaluación y medición de la realidad, no permite responder las preguntas que, precisamente, más angustian y preocupan al ser humano: ¿Quiénes somos? ¿Qué fin tiene la vida humana?
Al final y como dijera Camus, la filosofía es una huida del suicidio (parafraseo), una necesidad vital, añado yo, para afrontar la angustia existencial, el sentimiento trágico de vivir (Unamuno) o el drama de vivir (Ortega), como prefiramos llamarlo. La filosofía es, en definitiva, una búsqueda de esperanza frente al nihilismo existencial, frente a la angustia que nos provoca la Nada.
La razón nos abre vías para afrontar la existencia, para superar circunstancias vitales adversas, pero dichas vías no son exclusivamente científicas, como se empeñan en defender los materialistas más recalcitrantes, sino también místicas y/o religiosas, sentientes (como diría Zubiri) o poéticas en el parecer de Zambrano. Todas las vías son racionales en tanto que productos de la razón humana.
Cuando aceptamos que la vida (el dasein en el mundo o el yo en sus circunstancias) es la verdad radical podemos permitirnos crear alternativas humanas, demasiado humanas, y, como diría Unamuno, propias de "hombres de carne y hueso", para salvarnos de la angustia de ser:

- Razón Vital (Ortega y Gasset).
- Inteligencia Sentiente (Xavier Zubiri).
- Inteligencia Poética (María Zambrano).

Pero el ser humano, por más que pueda crear vías alternativas para escapar de la angustia existencial, no puede evitar preguntarse: ¿Hago trampas y me estoy engañando a mí mismo?
La duda, la eterna duda, no dejará de corroer a aquellos espíritus más atormentados que todavía no han decidido qué creer; los que, precisamente, sospechan que toda verdad esconde una gran mentira, necesaria, sin embargo, para mitigar el sentimiento trágico de vivir.
Unamuno fue uno de esos espíritus atormentados que quería y deseaba creer en la salvación del hombre; que ansiaba la inmortalidad del ser, único e irrepetible, que era su yo individual, pero no estaba convencido de que, tras su muerte, se cumpliesen sus anhelos.
Por esta misma condición trágica del ser unamuniano, y en el parecer de Zambrano, el maestro de Salamanca fue un poeta, más que un filósofo al uso.
Y es que, según Zambrano, mientras el filósofo se aferra a una verdad o a un sistema que pueda racionalizar su existencia, de la misma manera que el creyente se aferra a su religión y a su Dios, al poeta atormentado, que duda de filosofías y religiones, solo le queda asirse a la vida, a lo único que de verdad tiene y que sabe, además, que solo tendrá por tiempo limitado.
Cuando ni la filosofía ni la religión mitigan el sentimiento trágico de vivir, solo queda la poesía; la creación desesperada que se convierte ora en llanto lastimero ora en alegría desbordante.
Zambrano sintió una gran admiración por Unamuno, a quien consideró un poeta por encima de todo. De hecho, en el libro "Unamuno", que constituye en sí mismo todo un homenaje al filósofo vasco, Zambrano reflexiona sobre "El Cristo de Velázquez", la gran obra poética de Unamuno en su parecer. Y en dicho libro nos señala y evidencia cómo la generalidad de la obra de Unamuno está impregnada de poesía, seguramente de aquella "poesía prometedora" que era tan del gusto de José Antonio, quien, por cierto, también era un gran admirador de Unamuno.
Pero no toca ahora comentar "Unamuno", el libro de María Zambrano, aunque, ya que el desarrollo de mi reflexión me ha llevado hasta este punto, sí debería ser propio de un español de bien reconocer la grandeza y la existencia pretérita de aquel período harto fecundo del pensamiento español, como diría Ortega, que se desarrolló durante el primer tercio del SXX: La Escuela de Madrid, con Ortega, Morente, Zambrano, Julián Marías, Zubiri....

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