viernes, 28 de febrero de 2014

Llegar a ser uno mismo.

Explicaba en otra entrada que tanto Ortega como Heidegger fueron conscientes de la necesidad de preguntarse sobre la razón o sentido del ser.
Según Ortega, los nuevos tiempos (refiriéndose a la Modernidad) nos exigían valor y espíritu deportista para enfrascarnos en la aventura de hallar la verdad radical primaria. Se necesitaba, por tanto, una nueva generación de hombres dispuestos a tan apasionante como incierta empresa; hombres que se instaran a ser ellos mismos. Ortega consideraba la necesidad de filosofar, de hecho, como una actividad deportiva, pues la búsqueda de uno mismo (la búsqueda de nuestra razón de ser) debía llevarse a cabo con aristocrático fair play, sin importar el resultado final, pues grande es siempre el riesgo de que, probablemente, jamás encontremos las respuestas a las cuestiones más radicalmente vitales: ¿Para qué existimos? ¿Por qué somos?

Para poder responder a las grandes preguntas, las más vitales y humanas, Ortega hizo suya la frase de Píndaro llega a ser quien realmente eres, utilizándola como imperativo vital, pues la vida era el nuevo ser o realidad primaria que constituía, de hecho, el ser del hombre.
Pero ya antes Sócrates nos instó a conocernos a nosotros mismos, y más tarde San Agustín de Hipona nos aconsejó aquello de conócete, acéptate, supérate.

Sin embargo, la vida, o Dasein heideggeriano (ser en sí y ahí), se da en mutua copertenencia o coexistencia entre el yo (ser en sí) y las circunstancias (ser ahí) o entre el hombre y el mundo, como se prefiera. Por lo tanto, ya no eran válidos los planteamientos heredados del platonismo que diferenciaban dos mundos (el sensible y el inteligible). Tampoco servía ya el racionalismo cartesiano que enfatizaba tan solo la verdad indubitable del ser en sí (pienso luego existo).
No, la vida es ser en el mundo, en un único mundo real donde el individuo (Dasein), además de ser en sí mismo (consciencia) también es un ser ahí (en unas circunstancias).

Así, con el descubrimiento de la vida como ser radical primario se supera el realismo de los griegos (el ser lo era de las cosas) y el idealismo modernista o cartesiano (el ser era en sí mismo) De hecho, la vida es un existir, es decir, un ser ahí que implica la mutua interrelación del hombre con el mundo en un continuum temporal. Ser y tiempo se apropian el uno del otro.
Y será la angustia ante la nada (la muerte) lo que instará al hombre (Dasein) a dar un sentido a su ser, es decir, a buscar la razón de su existencia (ser ahí, en el mundo). Será la necesidad de positivar la muerte, en definitiva, la que instará al ser humano a llevar una existencia auténtica y con sentido (ser él mismo), pues dicha existencia tendrá fecha de caducidad. Por eso mientras vivimos tenemos que dotarnos de esencia y de sentido, tenemos que crear e intentar dejar "un eco en la eternidad"; tenemos que actuar.

La vida entendida como acción (ejecución de actos)

En palabras de Ortega, la vida no es comprensión sino acción, es un constante quehacer que nos obliga a una continua elección de trayectorias o posibilidades del ser; es una acción proyectada siempre hacia el futuro. También Heidegger desarrolla un análogo a las trayectorias orteguianas cuando nos habla de los destinos del ser.
Vienen a decir, tanto Ortega como Heidegger, que el hecho de existir supone una continua elección de entre múltiples trayectorias vitales posibles (potenciales destinos del ser). La vida siempre nos ofrece alternativas (diferentes trayectos), y dependiendo de qué alternativa escojamos en cada momento nuestro proyecto vital se desarrollará de una u otra manera. Hacemos camino al andar, y andar supone siempre escoger llegados a una encrucijada de caminos; llegados a encrucijadas vitales.
Vemos, por tanto, que el ser se manifiesta a través de la elección (Ortega) o de lo que acaece (Heidegger).

Un ejemplo para entender la acción como continua elección de posibilidades:

Imaginemos a un estudiante sentado en un aula escuchando atentamente al profesor. Antes de entrar en el aula debió realizar una elección ante varias trayectorias vitales posibles: entrar, irse a tomar un café, ir a la biblioteca...
El estudiante, como vemos, podía elegir entre varias trayectorias posibles, o entre varios destinos en potencia (en términos de Heidegger) He ahí, en ambos casos, la potencialidad del ser, siempre dándose y haciéndose a sí mismo ante las incontingencias o incertidumbres de las circunstancias.
Algún avispado, llegados a este punto, podría argumentar que el estudiante, una vez sentado en el aula, ya no realizaba más elecciones.
¡Pues no! El estudiante todavía seguía existiendo, ergo todavía seguía eligiendo entre múltiples trayectorias o destinos posibles. Por ejemplo, podía elegir seguir escuchando atentamente o garabatear en su cuaderno, o podía decidir levantarse y marcharse en cualquier momento. Pero incluso aunque su intención fuese decidir quedarse hasta el final de la clase, dicha elección ya implicaría en sí misma un continuum de sucesivas elecciones temporales para permanecer, segundo a segundo, sentado en su pupitre.
Así, vemos que el ser humano podrá llegar a ser él mismo en tanto sea libre para elegir, es decir, en tanto pueda hacer uso de su libertad de elección y pueda proyectar y construir un programa de vida. Y el programa de vida de cada individuo, como el programa o proyecto de vida en común de los diferentes colectivos humanos, será el que dé sentido a su existencia y le proporcione un para qué vivir.

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