miércoles, 26 de febrero de 2014

Ortega y Heidegger (la razón y el sentido del ser)

Tanto Ortega como Heidegger coincidieron en que la misión más urgente y primaria de la filosofía y la metafísica debería ser preguntarse por la razón del ser (Ortega) o el sentido del ser (Heidegger)
¡Y tanto que urgente y primaria! ¡Como que es una necesidad vital inherente al ser humano desde su más tierna infancia!
Sucede, pero, que a medida que crecemos aprendemos a vivir alienos a la verdadera problemática de la esencia de nuestro ser; nos olvidamos de la muerte, destino último final e inevitable, porque nos pesa más la preocupación por pagar una hipoteca o poder llegar a final de mes. Nos olvidamos de nuestra tarea primaria y radical (buscar el sentido del ser) porque la sociedad nos obliga a no llevar una vida auténtica y también, porque, como bien señalaron ambos filósofos, el ser se nos antoja algo común y cotidiano, cosas habituales siempre presentes ante nosotros y sobre las que no cabe hacerse mayores preguntas.

Debieron llegar los antiguos (la filosofía griega) para que algunos sabios filosofaran sobre el ser de las cosas, es decir, sobre el ser fuera de sí, dependiente de quienes las aprehendían intelectivamente. Y más tiempo debió pasar para que Descartes cayera en la cuenta de que el yo, el pensamiento consciente, era un ser en sí: la primera verdad independiente e indubitable.

Pero ni a Ortega ni a Heidegger les satisfacían el realismo de los antiguos ni el idealismo cartesiano, más tarde también kantiano.
La verdad radical del ser, el sentido o la razón del ser, no se halla en las cosas (las ideas sobre las mismas), ni en la mente humana (la conciencia).
En palabras de Ortega, se hacía necesario superar la filosofía antigua y moderna para hallar la verdad radical.

El filósofo español hallaría dicha verdad radical en la vida (el yo y las circunstancias) y Heidegger en el dasein (el ser arrojado al mundo)
Ambos filósofos llegaron, por diferentes caminos pero con el mismo objetivo, al ser en sí y ahí, al ser arrojado a las circunstancias, o en el mundo.
Ortega articuló toda su filosofía raciovitalista (razón y vida) en torno a este descubrimiento y Heidegger articuló la suya a propósito del dasein (ser y tiempo).
Así, los dos filósofos superaron la filosofía de su tiempo, descubriendo al hombre como a un ser en sí y ahí (ser en el mundo) que ya podría responderse a sí mismo cuál era el sentido o la razón del ser, es decir, de la existencia. El hombre ya no era un mero ente pensante encerrado en sí mismo (ser en sí), sino que ahora era alguien arrojado al mundo, a la vida, que tenía libertad para elegir su propia trayectoria vital.
Y estar arrojado al mundo supone hacer y proyectar, pues la vida es en sí misma un constante quehacer; una constante actividad de elección de posibilidades. Lo que distingue al hombre de los demás animales es su capacidad para elegir, es decir, la capacidad para justificar moralmente cada una de sus acciones.
 

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