INTRODUCCIÓN
El innegable éxito de la filosofía posmoderna, heredera de la hermenéutica y el deconstruccionismo, ha provocado una reacción contra sus postulados estético-interpretativos; una reacción, a menudo airada, que vuelve a reivindicar la filosofía más realista y materialista.
¿Pero realmente es posible una filosofía materialista que prescinda totalmente de lo que los griegos denominaron pneuma, esa suerte de espíritu mítico, soplo divino, Ser, Uno o “gran Otro”?
Gustavo Bueno, a través de su propuesta de MF (materialismo filosófico) intentó superar, incluso, la metafísica inherente al propio Diamat (materialismo dialéctico), al darse cuenta de que el marxismo no era científico ni, por supuesto, podía fundamentarse en un monismo imposible. Según Bueno, la esencia del materialismo es el pluralismo. Por eso, a partir de una Materia Ontológica General, que podría considerarse la análoga a una realidad primera o Realidad-fundamento (Xavier Zubiri), Gustavo Bueno formuló su tesis sobre los tres géneros de la materia: M1, M2, M3. De esta manera, daba cuenta de los fenómenos psíquicos (¿espirituales?) que interpretaban y operaban con los entes corpóreos (M1) y con la materia inteligible (matemáticas y leyes físicas) que conformaban el género M2.
Sin embargo, como ya se ha señalado, esta propuesta de Materia Ontológica General no evitaba la necesidad de incorporar el género M3; los fenómenos psíquicos que interpretan y dan sentido al resto de géneros de materia, pues, en el parecer de Bueno, el espíritu no es más que un subproducto dialéctico en relación a la materia (cita textual).
Lo que consiguió Gustavo Bueno, en mi opinión, fue triturar a Hegel a través de la puesta del revés de Marx; es decir, G. Bueno aceptó la intervención de un componente psíquico, como subproducto dialéctico, que interpretaba la realidad material (M3), pero negando que dicho “componente psíquico” pudiera entenderse como un motor espiritual (Hegel) que actuara como un sujeto activo en el devenir de la historia. También Marx fue triturado, pues si no existía un motor espiritual, que permitiera avanzar hacia el fin último de la historia, tampoco existía un “motor de lucha de clases”, al cabo, otra idea hipostasiada que se aceptaba como un modo de ser real que no era sino una idea virtual o un modo de pre-ser vivenciado en la conciencia.
VIRTUALIDAD y PRE-SER VIVENCIADO
Ni siquiera Gustavo Bueno pudo prescindir del género M3, al cabo el núcleo fuerte de la filosofía posmoderna: los procesos psíquicos que interpretan y dan sentido a la realidad que nos envuelve.
A efectos prácticos, pienso, no importa tanto que G. Bueno triturara el supuesto cientifismo marxista, demostrando que, al cabo, el Diamat contenía metafísica y era una suerte de teología secularizada (cita textual); algo parecido a lo que ya señalara Ortega y Gasset, cuando se refirió al marxismo como una forma de pseudomoral eslava; o cuando Bertrand Russell, uno de los críticos más firmes contra el marxismo, lo consideró como una suerte de pseudofilosofía. Por supuesto, fue Heidegger quien vio con claridad meridiana que el marxismo era una pseudoreligión.
Todos estos filósofos ya “intuyeron” la verdad que Gustavo Bueno desveló a través de su triturador MF: el marxismo no dejaba de ser un idealismo ebrio de metafísica, que se arrogaba, como la prepotencia esquizofrénica que era (Sloterdijk), ser el portador de la única conciencia “buena y justa”.
Pero decía que, a efectos prácticos, no importa la trituración de Gustavo Bueno, pues siempre quedarán posmodernos (como veremos a continuación) y Armesillas (nostálgicos comunistas) que continuarán la obra de la pseudoreligión marxista, prepotencia ideal-comunista al cabo.
¿Pero qué implica que el marxismo se refiera a sí mismo como la única conciencia verdadera?
Implica proclamar una verdad endiosada que parte, inevitablemente, de una idea virtual vivenciada en la conciencia”. Pero la verdad marxista no es una verdad que tenga una correspondencia entre proposiciones y hechos, al modo aristotélico, sino que es una "verdad" o pre-verdad que ansía y aspira a llegar a ser; es una verdad virtual que desea consumarse en la realidad material a través de la praxis operativa.
LA FILOSOFÍA POSMODERNA
Fue la Escuela de Frankfurt la que descubrió estas “debilidades del marxismo”, entendiéndolo como forma de “verdad virtual prepotente”. Y los filósofos alemanes, otrora marxistas, con Adorno y Horkheimer a la cabeza, iniciaron una reinterpretación de los postulados del marxismo por tal de limar su celo dogmático y rescatar, al tiempo, sus supuestas bondades.
¿Qué había de bueno en el marxismo? Según los filósofos de la Escuela de Frankfurt, del marxismo había que rescatar su ideal emancipatorio, su lucha para liberar a los oprimidos. Pero los oprimidos ya no eran, tan solo, quienes pertenecían a la clase del proletariado, sino que oprimido podía ser todo aquel que tuviese conciencia (vivencia subjetiva) de ser víctima; incluso quienes tuviesen conciencia de pertenecer a colectivos agraviados históricamente debían ser reconocidos como víctimas. Se imponía, así, el pensamiento sensible que legitimaba las reivindicaciones feministas, pero, ojo, también las reivindicaciones emancipatorias de colectivos homosexuales o colectivos etno-nacionales (particularismos tontilocos).
La posmodernidad repartió, tan alegre como inconscientemente, carnés de víctima. Y con el transcurrir del tiempo, estas víctimas, de nuevo endiosadas en sus verdades dolorosamente sentidas, y como antes hiciera el marxismo, volvieron a mutar en conciencias dogmáticas y prepotentes. El primer feminismo liberal mutó en femimarxismo, que no feminazismo, pues, como acabo de demostrar en esta exposición, el feminismo radical bebe del ideal emancipatorio marxista. De manera parecida, los primeros movimientos emancipatorios de colectivos homosexuales, claramente liberales, devinieron con el tiempo una pseudoreligión denominada ideología LGTBI.
Y en medio de toda esta vorágine irracional y psicoestética, empeñada en reivindicar sentimentalismos a través de victimismos instrumentalizados, aparecerá Habermas, disfrazado con los ropajes del ilustrado de izquierdas, racional y sensato.
Pero Gustavo Bueno, como no podía ser de otra manera, también trituró al hijo aventajado de la Escuela de Frankfurt, considerándolo el creador de "El mito del ideal del diálogo” (cita textual). Gustavo Bueno desenmascaró al diálogo habermasiano como la necesaria herramienta a través de la cual las democracias deliberativas dan forma a una nueva verdad, no metafísica, sino consensuada con la participación de todos (¿de todos, realmente?); una verdad creada en los laboratorios de la política, por supuesto diseñada por las elites globalistas; la reedición, con otras vestimentas, del antiguo ideal internacionalista marxista, ahora reinterpretado como teleológicos supranacionalismos y transnacionalismos. Diálogo, consenso, democracia deliberativa, ética en el discurso… ideales imposibles, metafísica y nuevos mitos al cabo.
¿QUÉ QUEDA DESPUÉS DEL MITO SINO NUEVAS FICCIONES MÍTICAS?
Triturados los mitos del marxismo, y por ende los de sus hijos posmodernos; y triturado el idealismo habermasiano, ¿qué nos queda para dar sentido a nuestras existencias?
Me atrevería a decir, siguiendo a Unamuno, que si el mito no existiera habría que inventarlo, de la misma manera que el genial vasco (español por los cuatro costados) proclamó que “si no existiera Dios, tendríamos que inventarlo”. En esta frase, tan unamuniana, se resume perfectamente la verdad posmoderna. Y es que Unamuno entendió, mucho antes que los sesudos alemanes de la Escuela de Frankfurt y sus hijos posmodernos (Foucault, Derrida, Deleuze…), que no importaba tanto tener certeza de una verdad como obligarnos a creer en dicha verdad. Unamuno lo llamó, intuitivamente, autoengaño existencial. Pero Peter Sloterdijk, hilando más fino, lo ha denominado autohipnosis consciente; un ejercicio voluntario de la conciencia para obligarnos a creer en lo que la razón no nos permite creer.
La ficción, la pre-verdad o el pre-ser virtual que se manifiesta y actualiza en la conciencia, cobra vida propia en la nivola "Niebla", donde el personaje de Augusto Pérez llegó a mostrarse a través de un modo de ser tan real que, incluso, se permitió dialogar de a tú a tú con "su dios": el propio Unamuno que escribía la vida, historia o relato, del atormentado Pérez. La meta-ontología que desarrolla la obra unamuniana es sublime.
La poiesis (acción creativa) que lleva a cabo Unamuno, ya no consistirá, como en la Grecia clásica, en crear dioses y mitos, sino en "imaginar" al sujeto como un dios capaz de crear al Dios que, a su vez, le creará a él mismo.
En "Niebla", Unamuno entendió perfectamente que la existencia no tenía sentido sin un relato que llenara con historias, mitos y ficciones, el terrible vacío inherente a la misma. ¿Y qué mejor ficción que la de un dios que sueña o imagina a su Dios?
Obligándose a llegar hasta los propios límites de la ficción, Unamuno llegó a escribir que el personaje ficticio de Alonso Quijano se le antojaba más real, más de carne y hueso, que el propio Miguel de Cervantes. ¿Por qué no? ¿No fue, en definitiva, Alonso Quijano, en su modo de ser universal "El Quijote", quien realmente dio sentido y significado a la existencia de un pobre mortal llamado Miguel de Cervantes?
Y es que Unamuno, antes de que Derrida se sacara de la manga el invento del deconstruccionismo, ya se atrevió a deconstruir, magistralmente añado, la obra magna de la literatura española: "El Quijote".
"Vidas de Don Quijote y Sancho" no solo es una confesión agustina donde Unamuno se psicoanaliza introspectivamente, desnudando su ser más íntimo a todos sus lectores. Es mucho más. Unamuno, erigido en "dios" o creador todopoderoso, llegará a proclamar que él había entendido y desvelado la esencia que subyacía en "El Quijote" mucho mejor que el propio Miguel de Cervantes. He ahí un endiosamiento creador que solo sería superado, años más tarde, por los filósofos posmodernos.
La obra "Vidas de Don Quijote y Sancho" deconstruye la obra original de Cervantes reinterpretándola y, hasta cierto punto, incluso reescribiéndola, y con no pocas dosis de análisis psicológico y social. Así, Unamuno no solo llegó a la posmodernidad antes que los filósofos posmodernos, sino que se adelantó al trabajo de la Escuela de Frankfurt, valiéndose, a través de su particular modo de crear ficciones, de análisis psicológicos y sociales para, a través de esas vías, poder llegar a descubrir el alma (esencia espiritual) de los personajes cervantinos.
CONCLUSIÓN
En definitiva, la acción operativa en política, muy bien entendida por Unamuno, pero también por Gustavo Bueno, debe consistir en triturar los mitos de los “otros” y, al tiempo, resucitar y legitimar nuestros propios mitos nacionales. No importa que dicha legitimación moral y vital se realice a través de vías intuitivo-irracionales (Unamuno) o a través de una racionalidad bien argumentada y fundamentada (Gustavo Bueno).
Si todo mito es inevitablemente relato, como sostienen los posmodernos, y es una necesidad constitutiva del ser humano dotar de sentidos y significados (relatos) su existencia, no nos queda más remedio que “mitificar” y crear relatos, pero relatos y narraciones hechos a “imagen y semejanza” de los hombres de carne y hueso que somos.
Parafraseando a Gustavo Bueno: “el relato que no impongamos nosotros lo impondrá la conciencia contraria y antagónica a la nuestra”. Así ha sucedido siempre a lo largo de la historia. Las civilizaciones y naciones que desaparecieron a lo largo del tiempo, lo hicieron porque, primero, perdieron su fuerza vital y espiritual (pneuma); perdieron la fe en sus respectivas razones de ser; dejaron de creer en “sus verdades” y acabaron autoinmolándose.
No sé a vosotros, pero a mí no me vale el relato marxista, ni los relatos LGTBI, LBM o femimarxistas; tampoco me vale el tramposo relato del idealismo habermasiano, que lo mismo “prefiere a Podemos mil veces antes que a VOX” que proclama que “España se la suda”.
Como dijo un gran español, gran admirador de Unamuno: “Hay que anteponer la poesía que promete (nuestro relato nacional) a la poesía que destruye (relatos internacionalistas y globalistas).