INTRODUCCIÓN
"El manifiesto comunista" constituye un acertado análisis que explica cómo, a lo largo de la historia, unas reducidas élites oligárquicas (poderes señoriales) se apropiaron de la fuerza del trabajo de los individuos: mediante la relación señor-esclavo en la antigüedad, señor-siervo en la EM hasta llegar a la relación burgués-obrero o capitalista-proletario que se estableció a partir de la Revolución industrial.
A lo largo de la historia se han dado, por tanto, dos formas de dominación a través del trabajo explotador:
La primera: durante la antigüedad (sistema esclavista) y el feudalismo se desarrolló un dominio personal del amo o señor para explotar la fuerza del trabajo de esclavos y siervos.
La segunda: a partir de la Revolución industrial apareció un dominio abstracto, practicado por un nuevo sistema capitalista.
En "El capital", Marx resuelve la paradoja inherente al Capitalismo, el cual no surge del mero intercambio comercial o circulación de bienes, pero tampoco puede surgir si no hay Mercado (intercambio de bienes). A través del estudio y análisis de la evolución histórica del intercambio de equivalencias, Marx descubrirá que la potencia del trabajo humano será el factor que hará posible el incremento del valor de un bien: La plusvalía.
EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL INTERCAMBIO DE EQUIVALENCIAS
Desde edades muy tempranas el hombre practicó el comercio como manera de suplir carencias y satisfacer necesidades vitales. Al principio, el intercambio de mercancías se realizaba a través del trueque, es decir, estableciendo equivalencias entre productos de diferente valor. El valor venía determinado por la escasez o abundancia de un producto; por ejemplo, la sal fue un producto al que se le daba gran valor en lugares donde escaseaba y por eso una pequeña cantidad de dicho producto se intercambiaba por grandes cantidades de otros.
Así, por ejemplo, un puñado de sal (bien escaso) podía intercambiarse por varios kilos de frutas (bien abundante).
Pronto se hizo necesario acuñar monedas (dinero) para facilitar los intercambios comerciales. De esa manera el intercambio de equivalencias pasó de ser producto x producto a ser producto x dinero.
Pronto se hizo necesario acuñar monedas (dinero) para facilitar los intercambios comerciales. De esa manera el intercambio de equivalencias pasó de ser producto x producto a ser producto x dinero.
Ejemplo: si un camello valía 5 dinares, el comprador lo adquiría por 5 dinares, pero tras no necesitarlo o precisar otro producto más urgente podía volver a venderlo por 5 dinares. No se producía ningún incremento en el valor del bien (camello).
Sin embargo, imaginemos que el individuo que compró el camello por 5 dinares, decidiera volver a venderlo por 8 dinares al cabo de un tiempo. El individuo argumenta que trabajó dedicándose a cuidarlo (proporcionándole cobijo y comida). Dice que hizo al camello más resistente y fuerte, y también que lo adiestró y domesticó para que fuese más útil en determinadas tareas.
¿Qué ha ocurrido?
Ha sucedido que el comprador ha incrementado el valor de la mercancía (camello) a través de su potencia de trabajo. Vende el camello más caro porque ahora éste tiene un plusvalor. Ya no es el mismo camello, sino que es un camello mejor.
Este individuo descubrirá que para incrementar el valor de su compra (inversión) debe trabajar, pero pronto descubrirá también que para crear más plusvalor, necesitará más fuerza de trabajo: esclavos y/o trabajadores. Vio que comprando 10 camellos a 5 dinares cada uno (50 dinares) podría venderlos, al cabo de un tiempo, por 80 y obtener una plusvalía de 30 dinares.
De esta manera, el intercambio de equivalencias adquirió una forma más perversa: dinero x dinero, es decir, ya no se intercambiaba dinero a cambio de un producto necesario para suplir carencias y satisfacer necesidades vitales, sino que el dinero se convertía en justificación de sí mismo; ya no era un "medio" (para adquirir bienes y productos) sino que se transformó en un fin en sí mismo. El objetivo del dinero pasó a ser acumular más dinero, es decir, su finalidad pasó a ser producir más capital.
Nuestro comerciante de camellos no tardó en comprar esclavos (nueva inversión) para que trabajaran en la cría y doma de sus camellos. Así aumentaba la producción y las ganancias (plusvalía) a cambio de muy poco: proporcionar techo y comida a sus esclavos. De esta manera se apropiaba de la fuerza del trabajo de sus esclavos en su propio beneficio.
¿Qué ha ocurrido?
Ha sucedido que el comprador ha incrementado el valor de la mercancía (camello) a través de su potencia de trabajo. Vende el camello más caro porque ahora éste tiene un plusvalor. Ya no es el mismo camello, sino que es un camello mejor.
Este individuo descubrirá que para incrementar el valor de su compra (inversión) debe trabajar, pero pronto descubrirá también que para crear más plusvalor, necesitará más fuerza de trabajo: esclavos y/o trabajadores. Vio que comprando 10 camellos a 5 dinares cada uno (50 dinares) podría venderlos, al cabo de un tiempo, por 80 y obtener una plusvalía de 30 dinares.
De esta manera, el intercambio de equivalencias adquirió una forma más perversa: dinero x dinero, es decir, ya no se intercambiaba dinero a cambio de un producto necesario para suplir carencias y satisfacer necesidades vitales, sino que el dinero se convertía en justificación de sí mismo; ya no era un "medio" (para adquirir bienes y productos) sino que se transformó en un fin en sí mismo. El objetivo del dinero pasó a ser acumular más dinero, es decir, su finalidad pasó a ser producir más capital.
Nuestro comerciante de camellos no tardó en comprar esclavos (nueva inversión) para que trabajaran en la cría y doma de sus camellos. Así aumentaba la producción y las ganancias (plusvalía) a cambio de muy poco: proporcionar techo y comida a sus esclavos. De esta manera se apropiaba de la fuerza del trabajo de sus esclavos en su propio beneficio.
Con la revolución industrial se establecería un nuevo intercambio económico entre burgués (empresario) y asalariado (trabajador): fuerza de trabajo x salario. Se pretendería, de esta manera, que el trabajador también percibiera una parte de la plusvalía generada por aportar su fuerza de trabajo. ¿Pero la parte de plusvalía que recibía/recibe el trabajador era/es suficiente y justa?
EL REPARTO DE LA PLUSVALÍA
No quiero profundizar en este punto crucial para no extenderme en exceso, tan solo señalaré que, como consecuencia de legitimar al Capital como justificación de sí mismo, fue necesario justificar la apropiación de la fuerza del trabajo; fue necesario pervertir el intercambio de equivalencias entre fuerza del trabajo x remuneración (salario) de tal manera que la fuerza del trabajo resultase infravalorada y las riquezas que ésta generase, en forma de plusvalías, les llegasen al empresario capitalista como acumulación de beneficios.
Para poder hacer un reparto justo de las plusvalías generadas por la fuerza del trabajo primero es necesario determinar cuál es el valor de la fuerza del trabajo.
Pero el valor de la fuerza del trabajo no puede objetivarse científicamente como pretendió Marx, considerando valores de cambio (tiempo de trabajo) y valores de uso (necesidad del producto).
El valor de la fuerza del trabajo es aquel que se determinada socialmente en cada momento histórico, es decir, es el valor que la conciencia colectiva de una época justifica como "bueno y justo".
Las primeras prepotencias señoriales, la de los amos y señores, consideraban "buena y justa" la mínima inversión que debían hacer para garantizar la subsistencia de sus esclavos y siervos. El valor de la fuerza del trabajo equivalía a la inversión mínima necesaria para garantizar, tan solo, el alimento y cobijo del trabajador.
Así, en períodos antiguos, el amo o señor consideraba casi nulo el valor de la fuerza del trabajo de su esclavo o siervo, legitimándose dicha explotación como buena y justa, pues ni el esclavo ni el siervo eran considerados como personas portadoras de dignidad y derechos. Cuanto más se infravaloraba el valor de la fuerza del trabajo, más se le expropiaba al esclavo o siervo su fuerza de trabajo, quedando un mayor beneficio económico para el amo o señor en forma de plusvalía.
PLUSVALÍA Y MORAL
Si nos fijamos, para valorar la fuerza del trabajo debemos recurrir, inevitablemente, a justificaciones morales, y no solo económicas (tiempo de producción y necesidades del producto). Si solo se realizara una justificación económica, lo lógico y lo más racional sería que quien deseara obtener beneficios para enriquecerse minimizase al máximo sus inversiones, una de las cuales sería reducir gastos en la fuerza del trabajo (mayor jornada laboral, menos salario, peores condiciones laborales, rigidez autoritaria...).
El tema del valor de la fuerza del trabajo, por tanto, es una cuestión moral. Y la moral, como sabemos, va íntimamente ligada a la razón que, dialéctica histórica mediante, decide en cada momento histórico qué es "bueno y justo" o, sencillamente, qué es "verdad".
La conciencia colectiva o verdad institucionalizada ha ido evolucionando a medida que la razón ilustrada ha ido emancipando y liberando a los hombres, reconociéndoles a estos su dignidad y sus derechos. Y con estos reconocimientos se ha ido revalorizando, paralelamente, el valor de la fuerza del trabajo. Ya nadie acepta que un obrero deba vender su fuerza del trabajo a cambio, tan solo, de comida y cobijo, para garantizar su mera subsistencia.
El trabajador de hoy quiere vivir, no tan solo subsistir, quiere autorrealizarse como persona libre y en libertad.
Ya lo expresó Aristóteles en su "Política" al enunciar que "no se trata solo de vivir, sino de vivir bien". O, como solía repetir mi padre, liberal y en absoluto marxista: "hay que trabajar para vivir, y no vivir para trabajar".
De hecho, Aristóteles diferenció diferentes usos del dinero: una crematística natural, necesaria y útil para vivir, y una crematística superflua, cuyo único fin consiste en acumular riquezas.
Pero sigue existiendo conflicto entre empresarios y/o emprendedores y trabajadores, porque los primeros no están dispuestos a invertir y arriesgar su capital sin la promesa (alta probabilidad) de obtener suculentas plusvalías, y los segundos no están dispuestos a vender su fuerza de trabajo a cambio de miseros platos de lentejas.
¿Quién debe apropiarse de las plusvalías generadas a través de la fuerza de los trabajadores? ¿Debe apropiárselas el empresario, el Estado o los propios trabajadores a través del ejercicio de su propia libertad? ¿Y por qué legitimamos o justificamos que sean unos u otros quienes tengan derecho a apropiarse de las plusvalías? ¿Sería factible la tercera opción, más cercana al ideal anarquista?
Para responder a estas preguntas tenemos que plantearnos, de nuevo, cuestiones morales; ¿qué es bueno o malo, aceptable o inaceptable?
El Capital se ha convertido en un nuevo Dios; en un nuevo ente supremum que proporciona felicidad, no en forma de eterna vida celestial, sino facilitando el goce de los sentidos en el mundo terrenal: más sexo, más diversión, más ocio, todo podrá comprarse con dinero salvo disponer de "tiempo infinito" para vivir.
la Ilustración, a través de la razón, desenmascaró la trampa moral del supremacismo religioso. No debe resultarnos extraño, por tanto, que el liberalismo, hijo de la Razón ilustrada, magnificara y legitimara el capital por el capital como suerte de nuevo Dios; como nuevo sucedáneo de felicidad y promesa de esperanza. De la misma manera que los antiguos creyentes soñaban con un paraíso celestial tras morir, así sueñan los hijos del capitalismo con que, un buen día, les toque la lotería. Todo es sueño y esperanza, todo se reduce a creencia y fe.
Pero, como no podría ser de otra manera, el supremacismo capitalista fue desenmascarado por Marx; el pensador alemán descubrió el autoengaño que subyacía en la trampa moral del capitalismo, de la misma manera que la ilustración liberal desenmascaró la trampa moral inherente a las religiones.
¿Y qué nos propuso Marx? ¿Qué autoengaño articuló el marxismo, en forma de trampa moral, para poder convencernos de que es posible alcanzar una perfecta sociedad "buena y justa"?
La trampa consistió en despreciar a una clase de persona; a aquel tipo de hombre que deseara, ante todo y por encima de todo, ser libre. Así, el marxismo no solo despreció al soberbio liberal, sino también, y de forma harto despectiva, al iluso anarquista. Estas falsas conciencias tendrían que ser negadas y deslegitimadas, primero, y reeducadas, después, durante la necesaria dictadura proletaria que seguiría a la revolución socialista.
El marxismo quería, tan solo, a un nuevo tipo de hombre que voluntariamente, convencido en tanto que consciente de ser el portador de una nueva concienca "buena y justa", supeditara su libertad individual al bien común; es decir, que autolimitara su libertad en aras de lograr la auténtica y verdadera conciencia en la perfecta sociedad proletaria. Quería, en definitiva, a un hombre sumiso y dócil que aceptase que el Estado decidiese por él cuál sería el reparto más justo de las plusvalías generadas por la fuerza de su trabajo.