jueves, 24 de abril de 2014

Democracia: una gran farsa.

En una reflexión anterior (ver aquí) expliqué la imposibilidad de vertebrar sociedades a través de verdaderos Estados democráticos. No se trata tanto de que las élites no deseen la democracia, que también, como del hecho de que las diferentes oligarquías sean conscientes de que resulta del todo utópico llevar una radical democracia (auténtica) a la praxis de la realidad.

¿Qué deberían hacer, entonces, quienes son conscientes de tan trágica y amarga verdad? ¿Nos confiesan que la democracia es un ideal imposible, y se arriesgan a que las masas enfurecidas vuelvan a colocar guillotinas en las plazas de los pueblos? ¿O nos engañan como a los niños consentidos y egocéntricos que somos?

Pues nos engañan como a niños, por supuesto. Pero ¿Cómo nos engañan?
El cómo nos engañen dependerá de la clase de político que pretenda vendernos la necesidad de creer en la consecución de una verdadera democracia; dependerá, en definitiva, de si hemos de vérnosla con algunos de los siguientes perfiles, tan característicos de nuestros sofistas:

El político iluso: el creyente.
Abunda sobre todo entre los jóvenes que se inician en política, y entre quienes, cuales eternos púberes, se niegan a madurar, es decir, se niegan a reconocer la crudeza de la realidad. Los jóvenes, por naturaleza, todavía creen en ideales románticos, máxime cuando su "formación" intelectual deja mucho que desear y sus aspiraciones en el mundo de la política están motivadas por lecciones que han recibido de "oídas", bien de sus mayores o de agrupaciones afines a determinadas ideologías. Desde luego, pocos jóvenes llegan a la política, al menos en España, a través de un duro recorrido vital de esfuerzo, trabajo y superación.
Pero existen también políticos maduros, algunos con importantes bagajes intelectuales, que, cuales jóvenes ilusionados, también son fervientes creyentes: creen en el ser humano y en las utopías. Son soñadores y poetas más que políticos. No podemos decir, en conciencia, que estos políticos ebrios de romanticismo nos engañen. No, en tanto sería más correcto decir que en realidad se engañan a sí mismos. Son dignos de admiración, porque todavía son puros y no han llegado al estadio resignado del político cínico, y menos aún han hecho suya la mentira del inmoral hipócrita. Y, sin embargo, el autoengaño inconsciente que practican estos políticos es la mejor manera, quizás la única, de engañar a las masas haciéndoles creer que las democracias auténticas son posibles.
El político iluso nos engaña a través de su inconsciente autoengaño.

El político cínico: el pragmático.
El político cínico suele ser ya una persona entrada en años; de vuelta de todo, como se suele decir. Las más de las veces es inteligente y conocedor de las limitaciones del ser humano. También sabe de la imposibilidad de articular verdaderos Estados democráticos en las sociedades actuales. El paradigma de dicho político sería Winston Churchill, demócrata que lo fue, no tanto por creer que fuese factible un auténtico Estado democrático como por pensar que la democracia era el menos malo de los sistemas de gobierno conocidos.
No es de extrañar que la "democracia", o lo más parecido a la misma, funcione mejor en los países anglosajones (padres del pragmatismo) y en la Europa del norte, donde el estricto protestantismo (obras son amores y no buenas razones) alejó a sus gentes del idealista y permisivo catolicismo, éste siempre presto a perdonar corruptelas y fraudes.
Estos políticos han sabido convertir la mentira, al menos, en pragmático utilitarismo. Vale, se dicen a sí mimos, nuestros sistemas democráticos no serán perfectos, pero sí son necesarios para hacerles creer a las masas que son ciudadanos libres.
El político cínico nos invita a desear ser engañados, por nuestro propio bien.

El político hipócrita: el falso.
Es el heredero de ese catolicismo mal entendido y peor interpretado, que cree que todo pecador tiene asegurada la salvación tras el oportuno arrepentimiento. Son los hipócritas de la doble moral (a Dios rogando y con el mazo dando), son los defensores de la mentira piadosa que todo lo justifica. Comunismo y socialismo son la otra cara de esta misma moneda, los artífices de haber trocado un suprematismo religioso por otro ideológico, pero, al cabo, igual de hipócrita y fariseo.
Los políticos hipócritas son los más dañinos, pues sus propios dogmas (judeocristianos, comunistas o socialistas) son en sí mismos la antítesis de una auténtica democracia, pero nos quieren hacer creer que todo principio de libertad radica en la sumisión voluntaria de los ciudadanos, bien a un Dios todopoderoso o a un Estado omnipresente. Nos hacen creer que el pienso cebador (subvenciones, prestaciones, ayudas solidarias...) que nos proporcionan sus diosecillos (celestiales o terrenales) son derechos de la ciudadanía; nos hacen creer que la cárcel de oro, en que vivimos los animales de lujo en que nos hemos convertido, es en realidad un sistema democrático garante de las sacras libertades individuales.
Estos políticos hipócritas siguen empeñados en convencernos de sus engaños.
¡Cómo les gusta la frase de Unamuno, que siempre descontextualizan, para proclamar aquello de "venceréis pero no convenceréis"! ¡Cómo si a lo largo de la historia se hubiese podido convencer limpiamente al contrario, sin guerras o sin argucias manipuladoras!
Estos fariseos quieren hacernos creer que hay más humanismo y talante democrático en quienes pretenden convencer a fuer de mentir, adoctrinar y manipular la historia, que en quienes pretenden vencer por las bravas, a base de bombas y cobardes tiros en la nuca.
¿Y dónde está la nobleza en una u otra acción? ¿Qué diferencia hay entre que me sodomicen a pelo, padeciendo terribles dolores, o que lo hagan con talantera y farisea vaselina? ¿La diferencia está en las formas, me decís? Pues, como diría Reverte, yo me cisco en las formas si al final mi honor, mi razón de ser, mi dignidad y mi singular idiosincrasia, heredadas por imperativo de la historia, son mancilladas por los hipócritas talanteros de turno.

¿Una sodomización (injusticia histórica si se prefiere) consumada a través de un pacífico dictamen democrático ha de ser más justa, más buena y mejor aceptada, que otra llevada a cabo a través de la violencia? ¿Por qué?

No hay comentarios:

Publicar un comentario