"¡Observa cómo domino la realidad!" (Finn en "Hora de aventuras").
¿De verdad que el ser humano domina la realidad? ¿O toda nuestra existencia es una constante lucha por resistir y sobrevivir a la realidad? ¿Afrontamos la realidad o nos evadimos de ella?
Siendo adolescente fui un gran lector aficionado al género literario de la ciencia ficción, y hoy todavía gusto de leer ficción en forma de ensayos filosóficos. Supongo que ello es debido a que existe una estrecha relación entre la ficción imaginada y el pensamiento metafísico, pues al cabo ambos son especulativos y se representan virtualmente en nuestras mentes.
Desde hace algún tiempo vengo preguntándome sobre el hecho de que cada vez más adolescentes, también jóvenes y adultos, se sumerjan durante horas y horas en los mundos virtuales de los videojuegos.
Al principio me pareció una actitud poco sana el hecho de que una persona, cualquiera, pudiera sustituir la realidad por la ficción; no me parecía muy normal, ni conveniente, que las nuevas generaciones, en vez de instruir sus mentes a través de lectura edificante, se dedicaran a jugar.
Sin embargo, tras algunas reflexiones, llegué a la conclusión de que el ser humano siempre, a lo largo de la historia, se ha evadido de la realidad de mil y una formas diferentes: rituales mágicos, mitos, creaciones literarias fantásticas, consumo de sustancias alucinógenas, espectáculos de masas...
¿Acaso la vida no es juego? ¿O era sueño?
La realidad es insoportable, no cabe duda, es siempre adversidad y drama, genera ansiedad y produce en los seres humanos ese sentimiento trágico que es el vivir, tan angustioso, al que se refiriera Unamuno.
¿Y qué hacía Unamuno, sino evadirse de la realidad a través de su magnífica obra literaria?
¿Acaso no es "Niebla", la historia atormentada de Augusto Pérez, una realidad misma en la ficción?
Decía Unamuno, y decía bien en mi parecer, que el personaje del Quijote ha conseguido ser más real que la persona de carne y hueso que otrora fuese Miguel de Cervantes; decía el genio de Salamanca que los personajes de la ficción, por más que el autor piense que es su creador, tienen vida propia, son dueños de su propia esencia y desarrollan su propia identidad.
Si Unamuno naciera hoy, en el seno de nuestras actuales sociedades, sin duda seguiría siendo un niño inteligente, curioso y creativo, pero tal vez, y digo solo tal vez, en vez de leer compulsivamente se dedicaría a jugar con una PlayStation o una Xbox. ¿Por qué no? ¿Acaso no somos hijos de nuestro tiempo?
Ortega y Gasset, cuando se refirió a las posibilidades del ser, contempló en cierta manera un tipo de realidad virtual, que sin llegar a ser todavía real (ser en el mundo), ya estaba siendo considerada como tal en la mente del sujeto. De hecho, fue Husserl, uno de los maestros de Ortega, quien al referirse a la conciencia la definió como un modo de ser intencional; objetos e ideas son tratados en la conciencia de tal manera que podemos especular previamente sobre ellos, considerando diferentes posibilidades de elección antes de ejecutar nuestros actos.
Resulta curioso, hoy, observar cómo las posibilidades de ser, que imaginó Julio Verne en sus novelas de ficción, llegaron a ser certezas en el mundo real. Y es que la ficción se da en la realidad; toda ficción se construye inevitablemente a partir de rasgos o retazos de realidad (notas de realidad, que diría Zubiri), de tal manera que la irrealidad (ficticia o imaginada) se convierte en transcendencia de la realidad misma.
Julián Marías, profundizando en la idea de posibilidad señalada por Ortega, análoga al concepto de potencia del ser heideggeriano, señaló que la elección de posibilidades suponía considerar dos tipos de trayectorias: las reales y las posibles.
Decía Julián Marías que las personas, como los proyectos colectivos, deben elegir, a lo largo del ex-sistere (de su ser ahí en el mundo) entre un conjunto de caminos o trayectorias posibles. La elección de la persona, como la de un grupo humano, supondrá la preferencia por una opción vital que, en tanto que elegida, configurará lo que será una trayectoria real, ya sea personal (individual) o histórica (colectiva).
Zubiri, también discípulo de Ortega, llegó más lejos todavía y fue uno de los primeros pensadores en referirse a lo que hoy conocemos como realidad virtual.
Decía Zubiri que los objetos e ideas tratados en la conciencia adquieren un modo de ser propio, es decir, en cierto sentido ya son (existen) en la mente del sujeto, y no solo como posibilidad o potencia, como hasta entonces consideraron Ortega o Heidegger, sino como un ser virtual, como otra forma del ser real, si se prefiere.
Si nos fijamos bien, Zubiri, no sé si consciente de ello, entronca así, finalmente, con el pensamiento unamuniano, y legitima al autor de "Niebla", a través de la razón, reconociéndole la parte de verdad contenida en su delirante imaginación, la cual sostenía, desde una perspectiva más propia del poeta que del filósofo, que los personajes de la ficción tenían vida propia.
Y ya cerrado el círculo, regresamos a la genialidad transparente de Unamuno, después de que los doctos pensadores, tras sesudas reflexiones y análisis metafísicos, llegasen a conclusiones parecidas a las que Don Miguel llegara, mucho antes, a través del camino de la intuición. De hecho, el camino de la intuición no es sino el camino de la poesía y el de la imaginativa creatividad, como bien supo verlo María Zambrano cuando dijo ver en Unamuno más a un poeta que a un filósofo al uso.
Pero Zubiri, filósofo de gran prestigio reconocido, se dio cuenta, como Unamuno, de que la realidad se aprehende antes que se comprende, es decir, antes del acto intelectivo que es la comprensión de la realidad por parte del individuo, éste, inmerso en la realidad misma, la capta en su totalidad a través de los sentidos y de manera intuitiva; la hace suya a través de la poesía, el arte, la literatura, la imaginación. Sí, también a través de la razón, pero con la inevitable participación de emociones, voliciones y un sentir espiritual, por decirlo de alguna manera, que caracteriza la esencia del ser humano.
¡Llegar al conocimiento a través de la intuición primaria! ¿Cabe otra manera de adquirir conocimientos?
¿Qué sucede cuando endiosamos la razón, cuando la erigimos en diosa todopoderosa; cuando decidimos que la razón es la única vía para hallar la verdad? ¿Qué sucede cuando queremos responder a las más graves y urgentes preguntas de la existencia (la vida) solo a través de la razón?
Pues sucede que fracasamos y nos frustramos, como le sucediera al decepcionado Heidegger después de preguntarse por el sentido del ser desde una vía metafísica tan aséptica que prescindió del espíritu de la tradición histórica para analizar la existencia. Intentó prescindir del espíritu para hallar y/o desvelar la esencia del mismo. ¿No es esto paradójico en sí mismo? Al final no encontró nada o, mejor dicho, se vio inmerso en una nada nihilista y desesperanzadora que, de nuevo, le hizo volver su vista hacia Dios (su célebre "solo un Dios puede salvarnos).
También pudiera sucedernos lo mismo que a Wittgenstein, mente privilegiada, que haciendo suyo el fracaso de Heidegger decidió volver a lo objetivable, a un nuevo neopositivismo centrado en el estudio y análisis del lenguaje, reconociendo que "de aquello sobre lo que no se podía hablar era mejor callar". Un acto de resignación y claudicación vital tan irresponsable como antideportivo, pues, como bien dijera Ortega, la vida no consiste en hallar respuestas, sino en el noble y aristocrático deporte de buscarlas, pero con fairplay, siendo conscientes de que muy probablemente no podremos hallar las respuestas a las preguntas más radicales sobre el ser y la vida.
Y así, volvemos a encontrarnos jugando, no ante una videoconsola, pero sí junto a la vida y en la vida, practicando el deporte de intentar ser nosotros mismos.
¿La vida es sueño, como decía Calderón, o es un juego? Quizás sueño y juego estén inevitablemente relacionados entre sí en esa otra realidad tan humana que es la realidad virtual.
¿Debemos callar sobre aquello de lo que no se puede hablar?
Quizás Wittgenstein se refiriera a que el lenguaje no puede hablarnos sobre determinados misterios a los que no podemos llegar a través de la razón humana. Pero por eso, precisamente, podemos y debemos hablar a través del arte y de la poesía, de la ficción y de la imaginación; por eso mismo debemos crear un mundo mágico y espiritual que nos aleje de la náusea de la nada y, como decía Camus: "nos aleje de la idea del suicidio".
Al final, de hecho, quizás solo se trate de eso, de evitar la depresión; de evitar perder las ganas de vivir. Quizás solo se trate de "resistir", sin miedo ni esperanza, creando y soñando, jugando, hasta que llegue el morir.
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