Resulta fácil, en España, poder encontrar multitud de literatura, artículos y ensayos varios, destinados tan solo a criticar y deslegitimar a terceros. Las mismas envidias y egocentrismos particularistas que han socavado y erosionado al otrora sugestivo proyecto de vida en común que fue España, han favorecido la proliferación de un estereotipo de individuo, tan mediocre como rencoroso, cuya única razón de ser es arremeter contra todo aquello que pudiera despuntar, sobresalir o parecer mejor y más excelente. Vivimos el triunfo de la poesía que destruye frente a la poesía que pudiera prometer.
Así, no es extraño que podamos encontrar a doctos catedráticos, que aprovechan sus púlpitos cedidos por las instituciones al servicio de la pedagogía social, para deslegitimar a otros autores, mal que sea a través de inmorales y cobardes argumentos ad hominem. Quizás sea Ortega y Gasset uno de los autores contra los que más se ha vertido la insana inquina de los envidiosos de las Españas; y es que pocos pensadores tienen el dudoso honor de ser el blanco, a un tiempo, de las iras de las izquierdas más retrógradas y del odio de los particularistas más ombliguistas.
Pero también podemos encontrar a periodistas (entrecomillado malicioso), tan osados como ignorantes, cuyo único interés consiste en hacer política de la chusca, es decir, política facilona y reduccionista destinada a saciar los apetitos revanchistas de las masas. Recuerdo, a bote pronto, un falaz y cobarde artículo de Enric Sopena, criticando ferozmente la obra de Fernández de la Mora, no rebatiendo intelectualmente los contenidos filosóficos de la misma, sino señalando los graves pecados del autor de "La envidia igualitaria": haber sido ministro de Franco y supuesto numerario del Opus Dei. En España no importa tanto la verdad como el deporte, tan nuestro, de poder deslegitimar al osado que se atreva a proclamarla.
Respecto a Unamuno, y aquí quería llegar, las críticas más comunes se han centrado en torno a la difícil personalidad, irascible y contradictoria, del filósofo de Salamanca.
Y a fuer de señalarnos que Unamuno fue un pensador en exceso subjetivo e irracional se han obcecado en despojarle de su condición de filósofo, ya fuere porque sus intuitivos ensayos carecían de rigor objetivo o porque, sencillamente, Don Miguel no articuló un sistema filosófico propio, como hicieran Ortega, Xavier Zubiri o María Zambrano.
De hecho, tampoco a Ortega le sirvió de mucho ser el padre del raciovitalismo, pues igualmente fue atacado por sus detractores, acusado de plagiador cuando no de panfletario. Los críticos llegaron a definir a Ortega como a un periodista de vastos conocimientos con ínfulas de filósofo. ¿Cabe ser más miserable?
Pues bien, Unamuno ni siquiera se molestó en articular un sistema filosófico propio, como hiciera Zubiri con su inteligencia sentiente, o Zambrano a través de su propuesta de pensamiento poético.
Y sin embargo, toda la obra de Unamuno, impregnada de filosofía de vida, propia de hombres de carne y hueso, fue la precursora e inspiradora de las ideas de Zubiri sobre el carácter real, de suyo, del pensamiento virtual. Unamuno, en su magnífica "Niebla", aunque a través de una nivola creativa, se adelantó a los pensadores de su época y sostuvo, ebrio de aparente poesía irracional, que los entes en la ficción tenían una vida propia que escapaba de los designios de sus creadores. Había abierto las puertas de la filosofía a la imaginación y la ficción; allanó el camino para que Zubiri pudiera crear todo un sistema filosófico que reconociera el carácter racional, por derecho propio, de otras vías de la razón diferentes, pero igualmente legítimas, a la lógica y el cientifismo objetivo: la mística, la religión, la poesía...
Pero Unamuno no solo alimentó la filosofía de Zubiri, sino que también influyó, y mucho, en la obra de María Zambrano, la cual homenajeó al maestro a través de un sentido ensayo titulado, precisamente, "Unamuno".
Era Don Miguel, en palabras de Zambrano, más un poeta que un filósofo al uso. Pero el matiz de aquel era más no negaba la rica filosofía inherente en toda la obra de Unamuno (novela, ensayo, poesía...), sino que reivindicaba una nueva filosofía, más intuitiva, más creadora, más de carne y hueso, más poética...
Zambrano recogió toda la filosofía de Unamuno, dispersa en forma de pensamientos intuitivos, sagaces y osados, para legitimarla a través de la razón.
¡Qué obsesión tan enfermiza la de validar y certificar la verdad a través de una razón, las más de las veces prostituida al servicio de la lógica y la objetividad científica!
Hizo bien Zambrano, como antaño hiciese José Antonio, en reivindicar la poesía como promesa de vida, porque solo cabe el refugio en la poesía, en los pensamientos más mágicos y fantásticos, para escapar del nihilismo existencial; solo cabe crear ficciones e ilusiones para poder engañar a la muerte, para poder, al menos, escapar de su pesada presencia; para evadirnos del sentimiento trágico de vivir.
Por todo ello, yo sostengo, no tanto que Unamuno fuese más un poeta que un filósofo, lo cual en sí mismo no debería desmerecer ni obviar en absoluto la riqueza filosófica de toda su obra, sino que Don Miguel, como gustaba de llamarlo Zambrano, fue un gran filósofo que se sirvió de la poesía para articular su rico y variado pensamiento intuitivo, subjetivo y propio del hombre de carne y hueso que él mismo reconocía ser.
Sí, porque, como bien decía Unamuno, quizás él no fuese más que una diminuta partícula en el Universo, pero para él mismo, para su atormentado yo, lo era TODO.
Y es que el común de los mortales, queramos o no reconocerlo, tardemos antes o después en descubrirlo, siempre soñamos con la eternidad y con la sempiterna perdurabilidad de nuestro yo, de nuestro subjetivo, particular y exclusivo yo. Hay quienes son conscientes de esta sed de inmortalidad a lo largo de toda su vida, y quienes solo se caen del caballo y ven la luz cuando presienten cercana la muerte, tras una grave enfermedad, un penoso infortunio o una dolorosa desgracia.
Quienes se niegan a reconocer que sueñan con vidas eternas, esos curas, barberos y bachilleres guardianes de la razón, tan celosos de su verdad, no son más que viles hipócritas que se niegan a sí mismos y, peor aún, niegan la esencia espiritual, poética al cabo, de los hombres de carne y hueso.
¿De qué me sirve una filosofía que no sea promesa de vida? ¿De qué habría de servirme a mí, a mi particular y subjetivo yo, que pudiera existir un Dios creador (arquitecto del universo) pero incapaz, sin embargo, de garantizarme la vida eterna?
Bienvenida sea la poesía que intenta salvarnos o, cuanto menos, nos alivia, cual bálsamo de Fierabrás, de las heridas que nos produce el drama de vivir; que nos aligera del dolor de tener que acometer a los gigantescos molinos de viento del ex-sistere; que nos calma y templa el ánimo ante las arremetedoras turbas de curas, barberos y bachilleres, siempre prestos a regir nuestros destinos, ora legitimándose a través de la diosa Razón ora sirviéndose de prostituidas democracias.
Demasiado para una sesión. No te gusta el siglo XXI, menos su gente.
ResponderEliminarHas cambiado.
Buena foto de Jose Antonio
B. Gómez
¡Hola José Antonio!, ¡qué gratísima alegría poder leerte en este espacio!
ResponderEliminarSí, he cambiado, pero no tanto en el fondo como en las formas. He decidido adoptar un carácter más serio y formal, más germánico.
La fotografía de José Antonio, como bien habrás visto, la tomé (espero que no te importe) de tu magnífico blog.
Un saludo afectuoso.